domingo, 30 de julio de 2023

"LA PALABRA NUBE". Un artículo de Martín Caparrós publicado en El País Semanal del 15 de julio de 2023

Un avión sobrevuela la región de Hesse, Alemania, el pasado 22 de mayo.
Decimos que allí estamos cuando no sabemos qué decimos: no, ése está en las nubes. Pero saber ayuda: las palabras, más que nada, nos timan —y lastiman. Ahora nos engañan, por ejemplo, con la palabra nube. Nos dicen que nuestro contenido —nuestros mensajes, nuestras fotos, nuestros secretos y revelaciones, nuestro trabajo y nuestros ocios— vive en esa “nube” que nos venden los patrones informáticos: que el verdadero mundo es esa nube.

Desde el principio la internet se presentó como una construcción inmaterial, etérea, hecha de conexiones en un “cyberespacio” misterioso. Y la metáfora de la nube le sirvió para completar esa ilusión; solo que esa supuesta nube donde ahora pasamos gran parte de la pequeña vida es una enorme maraña de cables escondidos, más de un millón de kilómetros de cables que atraviesan los mares para llevar sus bips a esos centros atiborrados de máquinas de punta, hectáreas y más hectáreas de materia pesada que consume el 20 por ciento de toda la electricidad que el mundo usa —y consigue que nos creamos en el éter celeste.

Ahí la palabra nube sirve para hacernos pensar en cielo y angelitos. Hay pocos engaños más brutales en este mundo de engaños que hemos construido. Si nos engañan es porque queremos: siempre quisimos creer en nubes; allí, durante siglos, habitaron extraños personajes. Pero ahora estoy en otras nubes: voy volando. O, más bien, lo hace un avión en el que estoy sentado. Y miro y, como tantas veces, deslumbrado, me pregunto cuándo decidimos que era banal mirar el mundo desde arriba. ¿Cómo nos olvidamos de que, desde el principio de los tiempos, los hombres y mujeres no pudieron, que somos los primeros? Y ahora que podemos no lo hacemos. ¿Por qué se marchitó la maravilla?

Yo trato de recordarla cada vez, y esta tarde, sobre la Guayana, me cautivan las nubes. Las nubes, allá abajo, son copos de algodón desperdigados sobre una selva interminable: casi toda la tierra está soleada y solo de tanto en tanto la sombra de una nube mancha un trozo —cuyo tamaño, desde 12.000 metros de altura, no logro calcular. Hasta que de pronto veo que, en una de esas sombras, bajo una nubecita casi nada, hay un poblado. No sé qué es: unas calles de tierra, algunas casas, unos caminos que llegan o se van —y todo ensombrecido por su nube. A veces me sucede: creo que entiendo algo. Algo menor, siempre, algo muy bobo, pero aún: seguramente todo ese pueblo, todas esas personas bajo su nubecita creen que el cielo está cubierto. Los imagino molestos o aliviados, comentando este tiempo tan raro, inquietos o deseosos de la lluvia: viviendo la realidad de vivir bajo esa nube. Para mí, mirando desde arriba, está claro que la tierra está soleada y que esa nube es solo un accidente chiquitito, una sombra de nada. Para ellos, ahora mismo, es todo.

¿Cómo es mirar, en qué consiste ver? ¿Es más cierto que esta tarde resplandece el sol, como yo puedo comprobar desde la altura, kilómetros y kilómetros de tierra iluminada? ¿O es más cierto que esta tarde está nublada, como saben y viven los habitantes de ese pueblo que ya se quedó atrás?

¿Qué es más cierto cuando nada es tan cierto? ¿Qué es verdad, qué es verdadero entonces? ¿Me pongo majestuoso y digo que ellos no saben que su percepción es solo un accidente y que yo, en cambio, desde arriba, puedo ver todo el panorama y conocer la realidad real? ¿Me pongo necio, henchido de saber? ¿O acepto que alguien puede mirarme desde más arriba o ver desde otro avión mi avión moviéndose y dudar de mi posibilidad de entender nada a 1.000 kilómetros por hora, a esa distancia, y ver algo que yo no puedo ver y captar una realidad que yo no sé? ¿O será que, aun siendo el mismo cielo, el azul y el nublado son igualmente ciertos, uno para mí, otro para ellos, y que todo depende de quién lo mire y cómo lo mire y que cualquier intento de hacernos creer que hay una sola realidad, una sola verdad, es un engaño?

¿Y si es así qué digo, qué decimos? ¿Vale la pena seguir tratando de saber? Saber es intentarlo, es saber que todo saber es una duda, e intentarlo aun así.

Nubes, son solo nubes, que pasan y se pasan. El sol se queda, pero también se va.

Estamos —siempre estamos— por saber.

Y después llueve, y otra vez.

 

domingo, 23 de julio de 2023

"FEIJOO ES NUESTRO BREXIT". Un artículo de Antonio Maestre publicado en elDiario.es el 22 de julio de 2023

Si algo caracterizó el sadopopulismo brexitero fue el uso de la mentira como factor vehicular de la campaña. El asesor Dominic Cummings fue el artífice de una política en la que no importaba lo que se dijera mientras fuera efectivo, la misma estrategia que ha usado Miguel Ángel Rodríguez con Ayuso y Feijóo

Uno de los momentos más contraintuitivos de la campaña ocurrió cuando Alberto Núñez Feijóo durante la entrevista en El Hormiguero dijo que eliminaría el impuesto a las grandes fortunas y el público asistente aplaudió. Es seguro que entre los que lo hacían no habría ningún beneficiado por esa rebaja fiscal y es seguro también que los que aplaudían dependen de los impuestos para sufragar la sanidad pública porque el público de esos programas cobra cincuenta euros y un bocadillo. ¿Cómo es posible comprender que un sector de la población aplauda lo que le inflige dolor? Porque considera que quien lo hace promete más dolor a sus enemigos. No importa que baje los impuestos a los ricos y a él no le toque nada, puede que incluso sufra más, pero ese líder promete que lo pasarán aún peor aquellos que odian.

Feijóo puede ser presidente prometiendo lo mismo que Donald Trump, dolor para los enemigos sin ninguna contraprestación a cambio, solo por el simple placer de ver cómo sufren los rojos, los maricones, las personas trans, las migrantes y las mujeres. Timothy Snyder acuñó el término sadopopulismo para hablar de Trump, Fintan O`Toole lo utilizó para explicar el Brexit y me voy a permitir acuñar esa conceptualización para definir lo que sería una victoria de un Alberto Núñez Feijóo indistinguible de la extrema derecha europea. A veces la izquierda tiene problemas para comprender por qué alguien puede votar en contra de sus intereses materiales sin tener en cuenta que también se vota atendiendo a los intereses culturales. Atender a esa consideración puede hacer más comprensible el hecho de que una parte importante de la población de clase trabajadora con escasos recursos y dependiente de un estado del bienestar robusto pueda votar a quien promete eliminar servicios públicos y reducir la recaudación fiscal haciendo que los ricos sean todavía más ricos. Es una explicación dramática, pero plausible, se trata de elegir quién te administra el dolor y dirigir ese dolor de manera más intensa hacia sus enemigos. Timothy Snyder en El camino hacia la no libertad lo expresa de la siguiente manera: “A algunos estadounidenses se les puede persuadir para que tengan unas vidas más cortas y peores siempre que tengan la impresión, acertada o no, de que los negros (o tal vez los inmigrantes, o los musulmanes) van a sufrir aún más.”

El Brexit funcionó en esos mismos términos. Una coalición de intereses entre quienes no tenían nada que perder y aquellos que nunca pierden. Entre un obrero blanco rural de la Inglaterra profunda y un aristócrata de la City. Entre un chav y Jacob Reeg Moss pero con un enemigo identificable común: Europa y los inmigrantes. Una alianza entre los privilegiados y los vulnerables nacionales para suministrar más dolor a los que vienen de fuera y así construir una fantasía nacionalista cimentada en la construcción de un fantasma. Cornualles es una región conservadora del Reino Unido en la que viven unos 500.000 habitantes. Entre el año 2007 y 2013 recibió más de 650 millones de euros en subsidios comunitarios y en los siguientes años hasta 2020 acabó recibiendo otros 600 millones más de las instituciones europeas. En total se reciben unos 1.200 euros per cápita, lo que significa un 64% más que la media de Reino Unido debido a que es una zona con muy escaso desarrollo. No hay una región más favorecida por los fondos europeos, pero a pesar de ello El 57% de los habitantes votaron por abandonar la UE. No se trata de no sufrir dolor, sino de sentirse por una vez poderoso y dañar a aquellos que creen los responsables de su situación. No importa que sea mentira.

Si algo caracterizó el sadopopulismo brexitero fue el uso de la mentira como factor vehicular de la campaña. El asesor Dominic Cummings fue el artífice de una política en la que no importaba lo que se dijera mientras fuera efectivo, la misma estrategia que ha usado Miguel Ángel Rodríguez con Ayuso y Feijóo. El secreto está en mentir tanto y de manera tan flagrante que la mentira acabe por no afectar porque ya todo el mundo asume que Feijóo es un mentiroso. Para comprender hasta qué punto puede llegar a ser una estrategia de un éxito incontestable no hay más que mirar a Boris Johnson. El escritor Fintan O`Toole describe de una manera muy descriptiva cómo funciona la protección ante la mentira a través de mentir siempre y de manera desacomplejada: “No puedes desenmascarar a un hombre desnudo: la mendacidad de Johnson siempre ha sido descarada y desnuda. Prosperó no a pesar de ella, sino gracias a ella”.

Mentir es fácil para llegar al poder. Pero luego es necesario no defraudar las expectativas creadas. “Derogar el sanchismo” no es diferente a ese lema etéreo que consistía en prometer la inversión de los 350 millones de libras semanales que se iban a Europa al sistema nacional de salud británico. Es irrealizable. El problema de basar una campaña entera en un proyecto que no es posible desarrollar porque está basado en una caricatura inexistente es que tarde o temprano pondrá a Feijóo en un callejón sin salida del que solo será posible salir llevando a cabo esa pulsión sadopopulista de infligir un dolor eterno a los enemigos. Si la extrema derecha sale victoriosa tendremos que tener presente un grito de ira constante en la pulsión de sus electores. Si gana el amigo del narco será por el apoyo de aquellos que no creen que su vida vaya a mejorar con él en el gobierno, no le votan para eso, sino para que cause dolor a quienes odian en un ejercicio sádico de revancha colectiva. Feijóo es nuestro Brexit.

viernes, 7 de julio de 2023

"ACROBACIAS EN LA CAMA". Un artículo de Irene Vallejo

Conoces bien esos momentos íntimos, altamente inflamables, de fogosidad encendida y apasionada, también llamados comidas de domingo. A veces, en esas sobremesas familiares estallan discusiones largas, virulentas y resbaladizas. La trifulca se alborota y, de pronto, en medio de una frase exaltada, te visita una certeza repentina: has empezado a exagerar tu indignación, lo que dices no es lo que piensas, estás deformando tus propias ideas. La obsesión por acomodar la realidad a la estrechez de nuestros intereses se denomina “síndrome de Procusto” en honor a una leyenda griega. Se cuenta que el héroe Teseo llegó una noche a un tenebroso motel en las colinas, estilo Psicosis, regentado por Procusto, un bandido que ofrecía posada al viajero confiado y solitario. Aquel temprano Norman Bates acompañaba amablemente a su huésped a una cama de hierro donde, una vez dormido, lo ataba y amordazaba. Si era alto y sobresalía, le cortaba los pies; si era de baja estatura, lo descoyuntaba a martillazos hasta alargarlo­. El asesino en serie, cuyo nombre en griego significaba “el estirador”, prolongó su reinado del terror hasta que Teseo lo mató aplicándole el mismo tormento.

Procusto simboliza a quienes fuerzan los hechos hasta que se ajustan a sus expectativas, como los ideólogos, políticos y opinadores que distorsionan los datos para apuntalar sus hipótesis. Pero no son los únicos. Nuestros cerebros, como los lechos de la posada del crimen, padecen el sesgo de confirmación, es decir, la tendencia a creer los indicios que afianzan nuestra visión del mundo, y desdeñar cualquier información que la contradiga. Aprendices de bandido, nos gusta que los acontecimientos encajen en nuestras ideas previas y nos devuelvan el brillo artificial de los deseos cumplidos.

En casos extremos, las personas con tendencia a estirar la talla de las cosas terminan por habitar una realidad paralela. Billy Wilder retrató en Sunset Boulevard la fábrica de los sueños como una factoría de delirios. La protagonista, Norma Desmond, es una olvidada estrella de cine mudo parapetada en su mansión, al frente de un séquito fantasmal de criados, como si el mundo aún obedeciera a su voluntad. Al reconocerla, William Holden exclama: “Era usted grande”, y ella replica con una fabulosa frase procustea: “Soy grande. Es el cine el que se ha hecho pequeño”. La voz en off compara a Norma con la señorita Havisham, personaje de Grandes Esperanzas, de Dickens, una mujer abandonada por carta instantes antes de la boda, en un anticipo de las rupturas por wasap. Desde entonces vive sola en su ruinoso palacio, sin quitarse nunca su vestido de novia, con la tarta nupcial sobre la mesa y los relojes parados a la hora exacta en la que llegó la noticia insoportable.

Esta actitud es inherente al ser humano y aparece incluso sin mala intención. Como explica Will Storr en La ciencia de contar historias, nuestro cerebro es un órgano narrativo y tiende a someter la información que recibe a la trama de nuestro relato interior. Dedicamos grandes esfuerzos a construirnos una visión del mundo y somos reacios a dejarla desmoronarse cuando una evidencia la resquebraja. A veces ese intento de amordazar los acontecimientos esconde un trasfondo de angustia y naufragio, como ocurre al conmovedor protagonista de Los adioses, de Juan Carlos Onetti. Un desconocido llega a un pueblo para ingresar en un sanatorio pero, en lugar de obedecer a los médicos, se hospeda en un hotel, atrincherado en la negación: “empecinado, ignorando los remolinos del tiempo; defendiéndose con las ropas, el sombrero y los polvorientos zapatos de la aceptación de estar enfermo y separado; aplicado con una dulce y vieja tenacidad a persuadir y sobornar lo que estaba mirando”.

Solemos creer que quienes piensan distinto adaptan lo evidente al molde de sus prejuicios: Procustos solo son los demás. Sin embargo, esta es una tendencia arraigada; todos nos negamos a que las evidencias arruinen una buena certeza. Quizá lo más sensato sea abrirnos a modular o demoler ciertas convicciones, si no queremos vivir siempre cautivos de nuestras normas –como Norman y Norma– en una realidad basada en hechos ficticios.

"NECESITAMOS UN ÉXODO DEL SIONISMO". Naomi Klein (elDiario.es 3 MAY 2024)

Judíos y simpatizantes celebran un Séder de Pascua para protestar contra la guerra en Gaza, el pasado 23 de abril, en el distrito de Brookl...