lunes, 29 de abril de 2024

"A BEGOÑA Y PEDRO". Un artículo de Luis García Montero (infoLibre.es ABR 2024)

La editorial Tusquets acaba de publicar una colección de mis poemas de amor dedicados a Almudena. Confieso que me emocionaron las dos ilustraciones que la editorial encargó a Merche Gaspar Caro para abrir y cerrar el libro. Son dos imágenes que encarnan bien el sentido que hay en las palabras con las que cuento nuestra historia. En la primera, estamos sentados juntos y Almudena apoya en mi hombro su cabeza; en la segunda, soy yo el que descanso mi cabeza en su hombro. A partir de dos fotografías, las ilustraciones hacen una invitación a la mirada para leer la historia en la que dos personas forman un nosotros.

La democracia y el bien común, igual que la lectura y el amor, suponen un modo de crear un nosotros. Hay dinámicas que buscan el dominio, la imposición del uno contra el otro. Se favorecen así los dogmas, las mentiras y los sometimientos. Las relaciones entre lo privado y lo público no se sostienen aquí en el respeto, sino en el desprecio y la mezquindad. Otras maneras de pensar la vida, sin embargo, quieren sostener un diálogo de las relaciones entre la intimidad, lo privado y lo público que consolide una respetuosa voluntad de favorecer la convivencia.

La voluntad política y humana de favorecer el bien común se funda en los cuidados. Contra el narcisismo ciego o la invasión dogmática de la vida de los otros, el bien común se hace posible a través de los cuidados. Son los cuidados, la necesidad de cuidar al otro y de sentirnos cuidado por el otro, los que consiguen formar un nosotros en el que las vidas individuales constituyen de manera justa el nosotros de la convivencia. Pasa con el contrato social, cuando los intereses privados se articulan en un espacio público. Pasa en el amor, cuando dos vidas se unen para compartir un destino. Y pasa en la literatura, cuando un autor elabora y publica una historia para que el lector la habite con su propia experiencia y la haga suya en los acontecimientos de la lectura.

Es muy importante no olvidar que resulta necesario cuidar y ser cuidado. Cuando yo empecé a escribir poesía, la dictadura llevaba muchos años sustituyendo la convivencia por el sometimiento en la vida política y en el amor. Suspendidos los derechos, el divorcio y el matrimonio cívico, casarse era la entrada en un nosotros tóxico. Las vidas personales quedaban encadenadas a las dominaciones. Escribir poemas de amor, buscar una nueva educación sentimental, fue un modo de comprometerse con el nosotros de la democracia. Es lo que hizo también Almudena al escribir su primera novela, Las edades de Lulú.

El valor de la democracia descansa en los cuidados entre lo privado y lo público. El respeto humano en el orden común no es sólo un acto de bondad y educación personal, sino una exigencia de la dignidad democrática. La crispación, la mentira y la manipulación quieren convertir en fango los diálogos y las informaciones. La degradación agresiva del pseudoperiodismo es un veneno calculado que practican los que quieren dañar la convivencia sin ningún tipo de pudor. Cualquier persona con vida pública está expuesta a las invasiones de su vida privada y a la manipulación de sus palabras.

El caso más extremo que yo he vivido se debió a un artículo que publiqué sobre el asesinato de un niño en Andalucía. La derecha extrema utilizó el crimen para pedir la pena de muerte y cargar contra los migrantes, ya que la asesina era dominicana. Me emocionó el valor humano de la madre del niño cuando pidió en público que no se utilizara la muerte de su hijo para extender el odio. Lamenté que nuestra sociedad crispada, en vez de parecerse a esa madre, se pareciese cada vez más a la asesina. Un pseudoperiódico dirigido por una persona indecente dio la noticia de que yo justificaba aquel asesinato para defender a la mujer migrante. Todavía hay cretinos por las redes que, sin haber leído el artículo, repiten que yo defiendo a las asesinas. Es una triste realidad que vivimos en la degradación informativa. Y la culpa no la tienen las redes sociales, sino los sinvergüenzas que se valen de ellas para mentir y enfangar la convivencia.

En este mundo de mezquindades es necesario reivindicar el amor y defender la dignidad privada como forma de resistencia. El amor es un compromiso social. Algunos compañeros en los años 80 me acusaban de pequeño burgués por escribir poemas de amor, en vez de tratar siempre asuntos relacionados con una huelga general o una consigna política. Pasados los años, sigo escribiendo poemas de amor y me emociono al pensar que mi último libro, el más enamorado, escrito a causa de la enfermedad de Almudena, supone también una decidida defensa de los cuidados y la sanidad pública. Hablo de amor en tiempos que dinamitan el bien común para convertir las vidas privadas en un negocio de estafadores.Defender lo público es inseparable de saber ofrecer el hombro para que alguien apoye su cabeza en un nosotros que dignifique el derecho a la intimidad. El amor y la amistad son hombros cargados de futuro.

viernes, 26 de abril de 2024

"DISCURSO COMPLETO DE LA ESCRITORIA ARGENTINA LILIANA HEKER EN LA APERTURA DE LA 48 FERIA DEL LIBRO DE BUENOS AIRES"nos Aires".

Quiero celebrar de manera muy especial esta Feria y, en particular, al objeto impar que la convoca: el libro. En cierto modo, siento algo similar a lo que, medio siglo atrás, experimenté en mi primera feria. Y no se preocupen por hacer cuentas: tengo muy claro que esta, tal como se la conoce nacional e internacionalmente, es la Feria del Libro Número 48. Pero les cuento a quienes no lo vivieron que hubo ensayos anteriores – lo investigué hace poco para apuntalar mi recuerdo—, ferias más o menos callejeras organizadas por la Sociedad Argentina de Escritores. Esa de hace medio siglo fue para mi historia personal una Feria del Libro con todas las de la ley y la viví con una intensidad irrepetible. Me recuerdo, radiante de felicidad, recorriendo los stands junto a mucha gente que parecía tan entusiasmada como yo, y vendiendo números atrasados de El escarabajo de oro en un pequeño puesto de editores independientes que nos habían cedido un espacio, y hasta firmando a una lectora desconocida un ejemplar de mi libro Acuario, publicado gracias a ese emprendimiento cultural extraordinario que fue el Centro Editor de América Latina, arrasado pocos años después por la dictadura cívico-militar. Esa Feria fue singular para mí porque fue la primera. Y siento que esta también lo es, aunque por otros motivos.

Presumo que muchos de ustedes se estarán preguntando algo similar a lo que, durante los últimos tres meses, me estuve preguntando yo: ¿tiene sentido celebrar esta nueva emisión de la Feria del Libro en un país en el que día a día crecen la pobreza y la indigencia, hay millares de despidos sin fundamento, la salud y la educación pública están en emergencia, la obra pública fue cancelada, nuestras universidades son desfinanciadas al punto de correr el riesgo de cerrar sus puertas, la investigación científica y tecnológica y el ejercicio de la ciencia y la tecnología están siendo devastados, toda institución o medio que favorece el desarrollo y la difusión de la cultura ha sido desvirtuado o borrado, se entregan nuestras riquezas naturales y el Estado parece ausente aun en caso de epidemia? Confieso que más de una vez una noticia de último momento hizo tambalear este texto mío aun antes de que empezara a darle forma. Y sin embargo acá estoy, celebrando, como hace medio siglo en mi primera Feria, el estar rodeada de libros y de una concurrencia que, sospecho, en buena medida viene acá porque anda buscando algo preciso o tal vez difuso que espera encontrar en un libro.

Ahí está el punto: creo que el libro adquiere una significación muy especial en estos momentos. Por la inagotable diversidad de posibilidades que implica, y por ser el exponente de un amplísimo registro del conocimiento y del arte, me parece atinado instalarlo como un justo representante de todo lo que hoy es atacado en el campo de la cultura. Reivindicarlo entonces se me hace una cuestión imperiosa. Y no como autora, aunque la escritura sea el trabajo que amo: no es ese trabajo mío y privado el que corre riesgo. Aun durante la dictadura, dentro del pequeño ámbito de libertad de las cuatro paredes de mi pieza seguí escribiendo y ese trabajo y nuestra revista me sostuvieron en esa época de brutalidad inédita. Y estoy convencida de que, quienes nos dedicamos al trabajo creador, seguiremos encontrando también ahora nuevas motivaciones y nuevas formas de expresarnos y de estar presentes. Teatro Abierto fue una presencia muy fuerte durante la dictadura, y el Teatro Comunitario, una expresión luminosa en la crisis del 2001; no vamos a resignarnos al silencio, de eso no me cabe duda. Pero lo que quiero reivindicar hoy es una actividad aún más hermosa y democrática que la creación: quiero reivindicar la lectura. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 25 de abril de 2024

"LA NOCHE TRISTE". Antonio Rivera, El Correo 23 ABR 2024

Se dice que Bildu tiene un problema. No, es la sociedad vasca la que lo tiene

La del domingo fue una noche triste para las víctimas del terrorismo y para cuantos sufrieron de alguna manera por el mismo. Los herederos de ETA, su creación política, recibían el espaldarazo de un importante porcentaje de ciudadanos. Lo pasado, lo sufrido, se difuminaba, se disolvía en la nada, desaparecía. No me refiero solo a los crímenes, a los muertos, heridos y secuestrados. El terrorismo era un proyecto y una estrategia política, así como, sobre todo, una afirmación de poder. Hablo también de la microviolencia, de tantos y tantos ciudadanos que directa o indirectamente vieron cómo mediante la fuerza bruta se les hacía a un lado, se les relegaba, se les apartaba en favor de otro de menor valía, se les humillaba con el miedo y la amenaza, se les insinuaba la conveniencia de hacer o dejar hacer algo a su pesar, se les invitaba y convencía para que dejaran de ser protagonistas de su historia, para que dejaran de ser ciudadanos a todos los efectos. El terrorismo no fue solo ni principalmente un ejercicio de violencia, sino el despliegue de un objetivo político totalitario: cincelar a tiros, bombas y amenazas la sociedad vasca, su carácter y su censo.

Una docena de años después de su final real, seis después de la teatralización de su despedida, la cultura política de ETA, la izquierda abertzale, lo que hoy es EH Bildu -los otros de la coalición son irrelevantes, cosméticos o de la misma madera- ha estado a punto de ganar las elecciones. Se dice que Bildu tiene un problema. No es así; quien tiene un problema es la sociedad vasca. Y lo tiene de definición, de ubicación ante su historia, planteado el tema en términos políticos, no morales. Si estuvo a punto de lograr la mayoría, ¿fue por normalización de su presencia, por resignación del electorado o por apuesta por el olvido?

Lo cierto es que mayoritariamente el domingo no dio miedo la posibilidad de su victoria. Generó más temor la pérdida de poder de algunos que la llegada a Ajuria Enea para gestionar la Hacienda, la Policía, los datos personales, la cultura, la política industrial o la educación de quienes hace solo unos años jaleaban, justificaban o ayudaban a que se extorsionara, atentaban contra la Ertzaintza, amenazaban a ciudadanos, monopolizaban los espacios festivos, presionaban a empresarios o centraban su proyecto educativo en el euskera y las ikastolas privadas pagadas con el dinero público; parte de ello lo siguen haciendo o defendiendo hoy.

Se confunden los términos. Una cosa es que todos queríamos que la izquierda abertzale se incorporara a la vida democrática de la que se apartó voluntariamente en 1977, que cambiara el crimen por la política y los votos, y otra que un tercio de los sufragios respaldara su opción. Lo primero es una victoria ciudadana; lo segundo es una derrota porque indica que lo que sustentaba políticamente su violencia ahora se asume como válido sin ella. Y habría que preguntarse entonces por qué se hace eso.

Hay una parte de la sociedad resignada, derrotada, que entiende que su aguante, su resistencia o su enfrentamiento sirvió de poco o de nada, y no solo por ese tercio de votos, sino por ese jalear a los depositarios de la rancia política abertzale desde las tribunas que ayer les rechazaron, o por ese abrazo táctico con gobiernos que blanquean su pasado, su presente y su futuro. Hay otra parte de la sociedad convencida de esa normalización que hace y le hacen a la izquierda abertzale. Ciudadanos no nacionalistas, perjudicados cada día por la política nacionalista en sus empleos, en sus posibilidades de promocionar o simplemente de elegir, que se refugian en que ya no matan, que hablan de vivienda, que dejan para lo bajinis su secesionismo y que, si lo sacan a pasear, pues ya volveremos por nuestros fueros resistentes.

Hay otra parte, similar a la anterior, que prefiere olvidar porque nunca estuvo presente, porque siempre vivió como espectadora o como turista en su tierra, con esa ajenidad que expresa la mayoría. Finalmente está el núcleo de esa cultura política y las dos generaciones formadas en la microsociedad y subcultura que desde el primer día desarrollaron, y que hace tiempo han escalado todos los puestos de esa Administración que desdeñaban y esa sociedad que critican. Estuvieron en el siglo pasado entre el 16% y el 18%, luego dejaron de matar y se comieron el espacio soberanista de Eusko Alkartasuna y se colocaron entre el 21% y el 27%; últimamente van entre el 27% y el 32% del otro día.

Dependiendo de que sea por uno o por otro motivo, el futuro vasco se proyecta desde lo imposible por derrota, desde la oportunidad abierta por ser todo pura coyuntura o desde la amenaza por tratarse de un movimiento de fondo que la ciudadanía y los demás partidos han dejado fortalecer y hoy emerger, simplemente por confundir la pregunta, por no distinguir las formas del viejo terrorismo con sus intenciones, por no discernir lo que han dejado de lo que queda y siguen manteniendo, más allá de recetas para los problemas de la vivienda o del subsidio social.

domingo, 21 de abril de 2024

"SUS ERECCIONES, NUESTRAS PALIZAS". Najat El Hachmi (El País 12 ABR 2024)

El control sobre las chicas musulmanas en los barrios en los que el islam es mayoritario es constante y efectivo

Dos casos de agresiones a adolescentes sacuden estos días la opinión pública en Francia. Una se ha saldado con la desgraciada muerte de un chico de 15 años después de que desobedeciera la orden de otro joven de no hablar con su hermana. La otra víctima es Samara, una alumna de un centro de Montpellier, que ha salido del coma al que la llevaron tres menores que le propinaron una brutal paliza. Según su madre y su abuela, el motivo habría sido que la niña se vestía “a la europea”.

No sabemos muy bien lo que esto significa, siendo tan diversos en su indumentaria los habitantes de esta parte del planeta, pero no cuesta imaginar en qué consiste, para los fanáticos, ataviarse como una buena musulmana: no llevar ni maquillaje ni el pelo suelto, ni ropa ajustada y no mostrar ni un solo centímetro de piel. Que estemos en Ramadán no hace más que exacerbar los ánimos. Si el resto del año no hay quien aguante a los intolerantes, ni les cuento cómo son cuando pasan hambre y sed. Que es un mes de recogimiento y reflexión, paz y armonía no es más que un cuento de hadas. Antes, para cumplir con este pilar fundamental del islam bastaba con no meterse nada en el cuerpo durante el día: ni comida, ni agua, ni lo otro, pero los islamistas se han sacado de la manga miles de prohibiciones más, muchas pensadas ad hoc para las mujeres, a quienes se pide que hagan todo lo posible por no llamar la atención de los hombres. ¿Y eso por qué? Pues porque según muchos sabios obsesionados con el sexo, si a uno se le empina el miembro en plena jornada de “recogimiento y paz” y acaba eyaculando, habrá perdido el día de ayuno.

El buen musulmán hace sus esfuerzos para no caer en la tentación hasta que “no se pueda distinguir un hilo blanco de uno negro” pero, claro, si todas las mozas se le ponen delante con brazos desnudos, melenas al viento y camisetas ajustadas, la tarea se le complica. La solución sería que se metiera en su casa, pero ¿cómo va a ser eso de que nosotras podamos ir libremente por la calle y ellos estén encerrados? Les resulta más lógico pedir a las niñas que se tapen y no vayan provocando. No sé si esta es la razón por la que casi matan a Samara, pero el control sobre las chicas musulmanas en los barrios en los que el islam es mayoritario es constante y efectivo, y supone cercarlas y convertirlas en coto vedado en el corazón de la Europa libre. Y no solo en Francia, también muchas musulmanas españolas viven con la misma vigilancia fanática y misógina. Puro odio a nuestra libertad.

lunes, 15 de abril de 2024

"EL BENEFICIO DE CALLARSE". Un artículo de Francesc Miralles (El País MAR 2024)

El silencio es una poderosa herramienta para ganar notoriedad, además de un aliado de la salud. En un mundo lleno de ruido y sobreestimulación, demos una pausa a nuestros cerebros

Vivimos en un mundo de ruido constante, mucho más que en ninguna otra época que haya conocido la humanidad. Desde que las redes sociales han multiplicado las vías de comunicación, nuestro día a día es un bombardeo incesante. Mientras nuestro móvil nos manda el push de las últimas noticias, por otras aplicaciones nos llegan opiniones de Twitter, notificaciones de Instagram y otras redes, por no hablar de los temibles grupos de WhatsApp que disparan palabras y memes sin cesar. Camino del trabajo, hay quien escucha en el metro su programa favorito sin auriculares, hasta que entran dos raperos y, tras poner el equipo de música a todo volumen, empiezan a improvisar letras sobre los pasajeros. Ya en la oficina, el murmullo de las conversaciones de los compañeros son la banda sonora de la jornada. Ruido, ruido y más ruido. Es como si el silencio hubiera quedado relegado a los monasterios, o fuera un peligroso agujero negro que hay que llenar con cualquier cosa antes de que nos trague.

El ensayo Cállate, del periodista Dan Lyons, se abre con la siguiente pregunta: “¿Hace falta que todas las personas de este planeta expresen al mismo tiempo todas sus opiniones sobre todo lo que ocurre?”. La cita es del youtuber Bo Burnham, y anticipa la tesis del libro: justamente porque vivimos en medio de una cacofonía constante, cerrar la boca es una medida tan generosa y oportuna como terapéutica con uno mismo. Lyons asegura que aprender a callar nos ayuda a progresar profesionalmente, ya que reducimos las posibilidades de meter la pata, además de presentar ventajas para la salud. Sin duda, intentar transmitir tu mensaje en medio del caos de personas que pretenden lo mismo es altamente estresante, además de frustrante. Muchas veces, la persona que tiene más crédito es la que se mantiene a distancia de las polémicas o de la lucha por llamar la atención. Esto está en sintonía con dos claves de un libro de inspiración maquiavélica publicado en 1998 por Robert Greene: Las 48 leyes del poder.

La 4ª es decir siempre menos de lo necesario, y lo justifica así: “Ten en cuenta que cuanto más digas, más vulnerable serás y menor control de la situación tendrás (…) Las personas poderosas impresionan e intimidan por su parquedad. Cuanto más hables, mayor será el riesgo de decir alguna tontería”.

La 16ª utiliza la ausencia para incrementar el respeto y el honor, se anticipa varios años a la locura creada por las redes sociales, y dice: “Demasiada oferta reduce el precio: cuanto más te vean y oigan, tanto menos necesario te considerarán los demás (…) Un alejamiento temporal hará que hablen más de ti, e incluso que te admiren (…) Recuerda que la escasez crea valor”.

Estas dos recomendaciones van contra corriente respecto a lo que hacen millones de personas en las redes: darse codazos para ser vistas y oídas, aunque sea unos segundos en un reel. Lo que propone Greene es justamente lo contrario. En un mundo dominado por el ruido, la persona más interesante es la que calla, pues el silencio nos dota de misterio, que es el ingrediente clave de la seducción.

Como ya no estamos habituados a callar, volvamos al reciente libro de Dan Lyons, que propone cinco caminos:

Siempre que sea posible, no digas nada. A no ser, como reza un proverbio japonés, que tus palabras sean mejores que el silencio. En palabras del autor de Cállate: “Hay que ser Harry el Sucio, no Jim Carrey”.

Descubre el poder de las pausas. Los grandes oradores son conocidos por cómo gestionan el silencio. Espera dos segundos antes o después de hablar, respira, deja que la otra persona procese lo que acabas de decir. Un silencio a tiempo equivale a mil palabras.

Deja las redes sociales. La mayoría de las plataformas están diseñadas para crear adicción. Si por tu trabajo no puedes abandonarlas del todo, al menos dosifica su uso.

Busca el silencio. “La sobrecarga de información nos lleva a un estado de agitación y sobreestimulación constante, lo que provoca problemas de salud e incluso puede acortar nuestra vida”, asegura Lyons. Dale un respiro a tu cerebro a través del silencio.

Aprende a escuchar. Esta es una forma muy productiva de callar, pero requiere un esfuerzo activo. Implica poner los cinco sentidos en lo que el otro está diciendo, sin juicios ni parloteos mentales. Además, como señala el autor: “Nada hace más feliz a la gente que sentir que la escuchan y la ven de verdad”.

Cuando somos capaces de mantener la boca cerrada, lo que ocurre después es increíble, asegura Lyons, ya que nos sentiremos más tranquilos, menos ansiosos y con un mayor control sobre nuestra vida.

¡Atentos!

— En su libro El valor de la atención, el divulgador británico Johann Hari señala que nuestra capacidad de concentración ha entrado en una profunda crisis. Según estudios recientes, un adolescente solo logra concentrarse en una tarea durante 65 segundos de promedio, mientras que la atención de un adulto no rebasa los tres minutos.

— Una clave para recuperarla es entender que el cerebro humano no está hecho para la multitarea. “Somos muy de pensamiento único”, decía al autor un profesor del MIT. Para recuperar el foco hemos “apagar” los distractores y volver a hacer una sola cosa a la vez.

domingo, 14 de abril de 2024

"LA DESAPARICIÓN DE LA REALIDAD". Juan Villoro

 

John Lennon afirmó que la vida es lo que sucede mientras hacemos otros planes. La sustancia del acontecer se nos escapa; vivimos más en la evocación del pasado o el anhelo del futuro que en las fugitivas exigencias del presente. Los dibujos en las cuevas de Altamira demuestran que al ser humano nunca le ha bastado cazar un bisonte: necesita representarlo. Calentarse las manos en el fuego es un acto tangible que sirve para pensar en otra cosa.

Durante milenios, la res cogitans ha sido la especie más distraída del planeta. Esta capacidad de evasión explica que Cervantes haya concebido el Quijote en una cárcel y que Newton haya pensado algo especial al ver caer una manzana. Pero también nos mete en apuros; cuando tu pareja dice la alarmante frase "tenemos que hablar", en vez de concentrarte en lo que dice, piensas en Messi. Aunque así ejerces la mayor destreza de la "cosa pensante", eso sólo acarrea problemas.

La lengua inglesa inventó un refrán amable para que los abstraídos regresen al mundo: "A penny for your thoughts" (Daría lo que fuera por saber qué estás pensando). Hoy en día es imposible usarlo sin caer en bancarrota. Pagar un penique cuando los otros se evaporan sólo puede llevarnos a la ruina. La realidad ha sido relevada por lo que ocurre en las pantallas.

El documental Ronaldo aborda la vida relativamente privada del célebre delantero del Real Madrid que también responde a un apodo alfanumérico de cyborg: CR7. Una escena de la película captura el sentido de la fe en la era mediática. Cristiano asiste a una iglesia para bautizar a su sobrino. Se trata de un acto familiar, sin mayores lujos. El sacerdote preside la liturgia hasta revelar al verdadero Dios: pide fotografiarse con CR7.

En 2013, el Diccionario Oxford eligió a selfie como palabra del año. De este modo definió a una época donde lo importante no es vivir un suceso sino registrarlo. La gente no va al Louvre a ver la Gioconda sino a fotografiarla o, para ser exactos, a fotografiarse al lado de ella. La identidad, que desde Parménides dependía de lo que eres en forma indivisible, se ha convertido en simulacro.

El año pasado recorrí en Seattle los lugares icónicos del rock en el coche de una mujer que organiza tours privados. Comenzamos en el sitio donde Nirvana tocó por primera vez y terminamos en el restaurante donde Kurt Cobain cenó por última vez, pasando por la tumba de Jimi Hendrix y el auditorio donde se consagró Pearl Jam. En cada escala, ella se decepcionó de que yo no tomara fotos. Habíamos congeniado por una de esas "señales" de la trivia rocanrolera (Jeff Beck nos parecía el mejor guitarrista de todos los tiempos), pero ni siquiera esta complicidad frenó su desilusión. En una banca junto a la casa de Kurt Cobain, donde la gente deja toda clase de exvotos, dijo con pesadumbre: "Esto no está funcionando". Entonces le tomé una foto. Salió con cara triste, como si yo acabara de quemar el legendario suéter blanco del poeta grunge.

De manera emblemática, otras palabras del año escogidas por el Diccionario Oxford aluden a la evanescente condición de la realidad. En 2014, la seleccionada fue vape, que se refiere al vapor inhalado en un cigarro electrónico, es decir, a un falso tabaco. En 2015, triunfó emoji, nombre japonés de los emoticones, que resumen el despecho con un corazón partido y la ternura con un koala. Este proceso de separación filológica de lo real tenía que desembocar en la palabra de 2016: posverdad. No hay nada nuevo en que se digan mentiras o en que se distorsionen los datos; lo sorprendente es la condición dominante de las simulaciones, comenzando por los tuits de Donald Trump. ¿La "cosa pensante" se disoció de la verdad para ser la "cosa virtual" que pronto será la "cosa delirante"?

Ante la representación hegemónica de la verdad creada por la cultura dominante, Foucault encomió el papel emancipador del pensamiento, señalando que la lucha contra la representación es la lucha contra la repetición hegemónica. Una apuesta de la diferencia en contra de la semejanza.

Cuando las niñas de hoy sean abuelas, ¿tendrán nietas capaces de ver los millones de selfies de su infancia? ¿Existirá la especie más allá de sus imágenes?

La vida se transforma en lo que no sucede mientras hacemos otras cosas.


Juan Villoro: Escritor y periodista. Profesor en la UNAM, Yale University y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona

sábado, 13 de abril de 2024

"SOY AUTISTA, Y CLARO QUE NO LO PAREZCO". Un artículo de (El País 11 ABR 2024)

NICOLÁS AZNÁREZ
Hay que normalizar que no todos somos iguales, ampliar la idea de realidad para acabar con el estigma, e incluir a quienes no saben cómo funciona esa realidad que, en el fondo, hemos inventado

Lo desconocido está ahí para que lo conquistemos, no para que lo temamos, dice Dakota Fanning en un momento dado de Larga vida y prosperidad (Ben Lewin, 2017). No lo dice en realidad ella, sino que es una línea del guion que su personaje ha escrito para participar en un concurso de Paramount Pictures relacionado con Star Trek. En Larga vida y prosperidad, Dakota Fanning es Wendy, una chica con autismo que vive en un centro para jóvenes como ella —lejos de su hermana, que se ve incapaz de cuidarla— y que, convencida de que puede ganar el concurso, ha escrito un guion hermosísimo, profundo, solipsista, monumental —tiene 450 páginas— en el que Spock y el capitán Kirk están solos en un planeta moribundo, y el primero se atreve, por fin, a sostenerle la mirada al segundo.

Y lo hace porque, en ese mundo, en el mundo que dibuja el guion de Wendy, Spock, y ella —porque ella es Spock ahí dentro—, han aprendido a liberar sus sentimientos. A ser como el resto, siendo ellos mismos. Hay en la película de Lewin un elemento valioso, y no es únicamente esa línea de guion —ese lo desconocido está ahí para que lo conquistemos, no para que lo temamos—, sino la forma en que evidencia de qué manera el esfuerzo —por entender el mundo en el que vive— proviene siempre de un único lugar: Wendy. Y todo lo horrible que le ocurre en ese viaje en autobús sola a Los Ángeles —el robo, la crueldad en los mostradores, en el propio autobús, la desconsideración en el hospital— le ocurre porque nadie está siquiera planteándose que Wendy podría no ser como ellos.

“Soy autista, y claro que no lo parezco”, leo en un muro, siempre cambiante, en la sala de espera de la consulta a la que llevo a mis dos hijos, de 15 y 10 años, diagnosticados ambos hace cinco con trastorno del espectro autista (TEA). Él tiene un asperger de altas capacidades con TDH. Ella, que aprendió a hablar a los seis, y aún hoy puede tardar una importante colección de minutos en completar una frase, tiene una discapacidad del 33%. Ninguno de los dos entiende bien cómo funciona el mundo. Pero, ¿saben qué? Yo tampoco lo he entendido nunca. Porque, ¿saben una cosa de la que nunca se habla cuando se habla de autismo? El autismo es hereditario y, sí, las madres y los padres de la sala de espera lo saben, pero no siempre lo admiten. A veces ni siquiera lo aceptan. Y he aquí, para mí, una de las razones por las que el estigma —oh, qué palabra tan horrible— se perpetúa.

Vuelvo a Wendy, y a la manera en que no recibe un solo gesto de empatía por parte de aquellos que supuestamente nacen con ella, esto es, los neurotípicos, y me digo que si pudiese verse de alguna forma lo que Wendy está sintiendo —lo que siente mi hija cuando saluda a sus compañeras y nadie le devuelve el saludo, o cuando una supuesta amiga le pide que cierre los ojos en el tobogán y lo baje de pie—, nadie se atrevería a tratarla así. ¿Y saben cómo podría verse? Si, por una vez, el otro lado, el lado supuestamente empático, hiciese un esfuerzo por entender que tal vez esa persona que te ha preguntado tres veces por su asiento puede estar necesitándote. Que tal vez hay otro tipo de ser humano, profundamente humano, que jamás va a hacerte daño porque no sabe cómo hacerlo. Pero tú sí puedes hacérselo a él. Y no es divertido.

Leo en un titular, en este mismo periódico, que el Ministerio de Derechos Sociales ha presentado un plan que contará con 40 millones de euros “para desterrar la discriminación hacia el colectivo”. Y también que el desempleo y el acoso escolar son “las luchas pendientes de las personas con autismo”. El acoso escolar fue la razón por la que descubrimos el autismo de nuestro hijo, que solo supo que estaba siendo acosado después de que los Mossos d’Esquadra se pasasen por el colegio para explicar en qué consistía y ¿saben? el resto de sus compañeros sí sabían que estaba siendo acosado; lo sabían todos menos él. ¿Y saben quién podría solucionar una cosa y la otra? ¿Saben quién las provoca? Como diría Raymond Carver, “todos nosotros”.

Empecemos a nombrar y a aceptar. Empecemos a normalizar que no todos somos iguales. Ampliemos la idea de realidad para incluir a aquellos que no saben cómo funciona esa realidad que, en el fondo, hemos inventado. Porque la realidad es ampliable, y no debería ser única. Aprovechemos también esa diversidad. La neurodiversidad. Porque es nuestra. Como todas las demás. No hay que encerrarla en un colectivo. Lo primero que hizo mi hijo cuando cambió de colegio fue informar a sus compañeros de que era un niño con asperger. Les dejó claro que no le gustaba el ruido, que no entendía las bromas y que siempre que decía algo, lo decía en serio. Que no sabía mentir. Que no le gustaban las mentiras. Que a veces no sabía lo que pasaba, y que podía hablar sin parar sobre algo que podía interesarle únicamente a él.

¿Y saben qué? Le fue bien. Cuando alguien hacía una broma, y él no la entendía, alguien se la explicaba. Había quien le recordaba todo lo que podía haberse olvidado de apuntar en la agenda. Y empezó a levantar la mano en clase para hablar de eso que le obsesiona: los planetas, el espacio, los agujeros negros, como decía de niño, “todo lo que ya estaba aquí cuando llegó el ser humano”. Fue ganando tal confianza en sí mismo que, durante una excursión, se atrevió a plantarle cara a la chica más popular de la clase y a decirle todo lo que no le gustaba de la manera en que se comportaba con él. “Fue un momento mágico”, nos dijo su tutor. “Ella le pidió perdón, y le dijo que no se había dado cuenta de hasta qué punto le estaba haciendo daño”, nos dijo. “Yo me lo tomo todo en serio”, nos dijo que le había dicho él, y también que ella lo sabía, “y tú lo sabías, o deberías saberlo”.

Lo desconocido está ahí para que lo conquistemos, no para que lo temamos, me digo, y también que la conquista pasa, en este caso, por crear un mundo en el que nadie quede fuera, en el que toda diferencia —también la neurológica, la base de todo lo que somos— se contemple como una posibilidad, una distinta, una nueva, que ha estado aquí desde el principio y que merece ser incluida en esa realidad que puede y debe ser múltiple, que lo ha sido siempre. La conquista pasa, me añado, por el conocimiento, por el destierro definitivo del estigma. El estigma, déjenme decirles, se ha construido a conciencia, y de una forma descuidadamente cruel. El autista es el raro. Y qué fácil es llamar raro a alguien y apartarse de su camino. Lo difícil, lo humano, es quedarse porque sabes que no es raro sino diferente, y que no ha elegido serlo, como no se elige el color de la piel.

“Un mismo espectro, infinitos matices” era este año el lema de la campaña por el Día Mundial del Autismo. Y es un lema excelente. Habría que llevarlo a cada rincón del país. Al bar de la esquina. A todas las clases de los institutos del mundo. A aquel vagón de tren donde me encontré con una chica que, me dije, podría ser mi hija durante su primer viaje lejos, sola. Nada exteriormente te decía que estaba perdida y asustada. Pero lo estaba. Miraba todo el tiempo una libreta con instrucciones y su billete. Sabía que no iba a pedir ayuda, así que le pregunté el número de su asiento y la llevé hasta él. Le mostré el baño de camino y le dije cuánto duraba el trayecto y por qué lado debía bajar. La vi sentarse aliviada. Y volví a mi sitio pensando en que ojalá mi hija, en el futuro, se encontrase con alguien que la viese así.

Laura Fernández es periodista y escritora. Es autora de La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Random House).


viernes, 12 de abril de 2024

"EL COMERCIO DE LA SOLEDAD". Un artículo de Luis Garcia Montero (infoLibre.es 6 ABR 2024)

Cuando voy a trabajar, paso sobre las 8 de la mañana por delante de un supermercado. Siempre hay en la puerta algunas personas en negociación con sus teléfonos móviles. No tienen pinta de ser clientes, sino trabajadores, compañeros de trabajo. Esperan que el encargado abra la puerta para dirigirse a sus faenas. Parece que no tienen nada que decirse, nada que compartir, ni antes ni después de ponerse el delantal. Están amarrados a sus soledades, igual que los grupos de amigos sentados en una cafetería, cada cual a lo suyo, sin cruzar palabra y con sus móviles en las manos. Escenas para comprender nuestro tiempo. Quizá exagero un poco, pero este tipo de imaginación valiente es necesaria para indagar en la verdad según nos enseñó María Zambrano con su razón poética en Hacia un saber sobre el alma (Losada, 1950).

María Zambrano empezó a meditar sobre las peligrosas distancias entre las razones y los sentimientos cuando advirtió la paradoja fundacional de la cultura romántica. En un siglo XIX marcado por el desarrollo científico y el conocimiento positivista de la naturaleza, el romanticismo tuvo la necesidad de imaginar un cosmos infinito de tormentas y abismos. La gota de agua analizada en el laboratorio propició el protagonismo de los mares ingobernables y los horizontes rotos por el oleaje. Me parece que ahora ocurre una paradoja semejante. En medio del mundo globalizado, intercomunicado, lleno de seguidores, me gustas e intimidades compartidas, se produce una cultura de la soledad. Somos consumidores de muchas cosas, también de nuestra propia soledad.

Como escribir es defender las palabras, me interesa aquí defender la palabra soledad tal como la pensaron María Zambrano y Luis Cernuda. La soledad es necesaria como afirmación de la conciencia que se niega a disolverse en cualquier homogeneización dominante. Saber quedarse solo resulta imprescindible para participar con honestidad en un sueño colectivo. Soledad del que piensa de manera libre en lo que escucha y en lo que quiere decir, sin verse obligado a repetir como un loro lo que flota en el ambiente. Defender este sentido humano de la soledad es un modo de apostar por la comunidad, el entendimiento, el diálogo, el acuerdo, el compromiso social a la hora de formar un nosotros.

El tumulto de las redes sociales y la inteligencia artificial corre el peligro de provocar una soledad distinta. Pienso ahora en Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire. Cuando el poeta parisino tradujo al escritor de Boston, comprendió que una multitud puede parecerse a un conjunto de soledades, gentes que caminan sin conocerse y sin un bien común que compartir. Bajo la ley del más fuerte, los mensajes y las noticias se quedan sin conversación. Este tipo de soledades no supone una afirmación del propio ser, sino una existencia definida por el desamparo.

Ahora que todo es sabido, comunicado y ruidoso, la metáfora de la vida quizá sea la puerta de un supermercado con trabajadores que nada tienen que decirse, o en la mesa de una pareja de novios que buscan en sus móviles algo en lo que poner los ojos. Quizá exagero, pero este tipo de cultura neoliberal de las soledades está en la base de la paradoja social que fundamente el nuevo autoritarismo de nuestras democracias. Si las mentiras se extienden más rápido que las verdades, es porque las verdades necesitan pensarse, decirse en sus matices. Las mentiras se lanzan a la calle con aspecto de consignas que no admiten una duda. Y la gente solitaria, desamparada, prefiere someterse a las consignas para sentirse acompañada. Someterse a las palabras que ordenan, no a las que proponen una conversación. Mejor estar entre los miles de seguidores que repiten un bulo. De qué sirve quedarse en las reflexiones compartidas de un diálogo.

Será bueno cambiar de inercia. Es posible amar la soledad para defendernos juntos de las malas compañías.

jueves, 11 de abril de 2024

"CORRUPCIÓN". Irene Vallejo

“Corrupción” es una palabra que viene del latín y significa “unirse para quebrantar”. El término mismo habla del pacto entre el poderoso tentado por una oferta ilícita y el particular tentado por un posible atajo para forzar el espíritu de las leyes. Es una moneda con dos caras (duras). Es cierto que la corrupción siempre ha existido en todos los engranajes políticos y económicos, pero no por eso debe cesar la lucha por desenmascararla, conocer sus límites, diferenciar sus grados y desmantelarla una y otra vez. Por otro lado, en época de escándalos se corre el riesgo de caer en una desconfianza generalizada y disculpar provechos propios ante la enormidad de las trampas ajenas. La honradez existe y meter a todos en el mismo saco es una victoria de los impunes.

Montesquieu escribió que fue Julio César quien generalizó la costumbre de corromper como mecanismo de financiación política. Los gastos electorales en Roma antes de la era de la publicidad y las apariciones televisivas eran ya enormes. Julio César financió su campaña al consulado recurriendo a los fondos del rico constructor Craso, al que recompensó después con contratos públicos como la concesión del servicio de bomberos. Cuentan que los esbirros de Craso acudían a las viviendas en llamas y exigían al afligido propietario una suma exorbitada por sofocar el fuego. Si aceptaba, Craso se enriquecía. Si no, dejaban arder la casa, Craso compraba el solar, construía y se enriquecía de todas formas. Dice el refrán que más vale maña que fuerza. Y Craso añadiría que lo que más vale es una contrata amañada.

sábado, 6 de abril de 2024

"LEYES QUE BLANQUEAN VICTIMARIOS Y OFENDEN A LAS VÍCTIMAS". Un artículo de José M. Portillo (Crónica Vasca 4 ABR 2024)

PP y Vox registran la Proposición de Ley de Concordia en las Cortes

“El período histórico de la violencia en Euskal Herria ha mostrado que no importa el bando, origen o creencias de las víctimas, pues el sufrimiento fue el mismo para todas. Es obligación de los poderes públicos atenderlas a todas por igual, dejando a un lado la confrontación partidista para no repetir los errores del pasado”. ¿Les parecería bien esta redacción en una propuesta de ley impulsada por el ultranacionalismo vasco para tratar de la memoria del terrorismo en Euskadi? ¿Creen que a las víctimas del terrorismo les agradaría tener una ley que no nombrara el terrorismo como la causa primera y principal de su dolor? ¿Estarían a gusto mientras trataran en su parlamento de tomarles el pelo diciéndoles que el “período histórico” de la violencia se motiva por la represión del Estado, vaciando de responsabilidad a los propios terroristas?

Pues bienvenidos a Castilla y León y Valencia, donde exactamente eso es lo que está próximo a suceder al impulsar el Partido Popular, con el apoyo de Vox, nuevas leyes, llamadas de Concordia, que en realidad lo son de blanqueo y olvido de todo el pasado de sufrimiento y dolor provocado por la dictadura franquista. La dictadura no necesita ser amnistiada porque ya lo fueron sus responsables al inicio de la Transición. De todas las fechorías cometidas desde 1936 hasta 1977 se evaporó toda responsabilidad penal, al igual que quedaron limpios como una patena los terroristas de ETA que habían asesinado hasta días antes de la promulgación de dicha ley en octubre de 1977. La legislación autonómica de blanqueo de la dictadura, de prosperar, añadirá a esa excepcionalidad penal la tergiversación histórica. Para ello nada mejor que aludir a una complejidad del pasado “que requiere aproximaciones plurales” y sobre el que los historiadores sostienen encarnizados debates.

La historiografía es debate, sí, pero ningún análisis solvente proveniente de la profesión sostiene que la causa de las tropelías de la dictadura franquista tenga su origen en 1931. Componer un todo de responsabilidad compartida entre la República de 1931 y el franquismo no responde a criterio historiográfico alguno, sino a un posicionamiento ideológico y a una voluntad política de blanquear el franquismo. Según el PP, secundado por Vox, el franquismo no sería más que una etapa más en un momento histórico que va desde 1931 hasta el atentado islamista de 2017 en Barcelona.

La lógica ideológica y política que hay detrás de ello la conocemos bien en el País Vasco. No hay que retroceder en el pasado reciente, sino leer en el presente. El candidato de Bildu a la presidencia del Gobierno Vasco, Pello Otxandiano ha reclamado “una memoria plural” para el “reconocimiento de todas las víctimas sin excepción”, haciendo alusión a las “víctimas del terrorismo de Estado y de las torturas”. El mismo patrón que usan en Castilla y León o en Valencia el PP y Vox: la historia es depende, todos tienen responsabilidad, vamos a atender a todas las víctimas por igual y, como resultado se obtiene ese ideal de suma cero, es decir, el blanqueo de los victimarios.

Lo mismo que para Otxandiano ETA existe solo en la medida en que es un actor más de la violencia junto al “Estado y sus cuerpos represivos”, para el PP y Vox no existe el franquismo más que como una etapa más en una historia de violencia que arranca en 1931, es decir, con el régimen democrático que Francisco Franco liquidó provocando una guerra civil de tres años. De hecho, esto último no existe en el discurso del PP y Vox porque la responsabilidad esta diluida entre republicanos, franquistas, etarras e islamistas radicales.

Lo mismo que la ex ministra Irene Montero se encontró con una consecuencia no deseada de su flamante ley del solo sí es sí, PP y Vox están promoviendo una legislación que va a tener una consecuencia letal para las víctimas de ETA. Ya no van a encontrar un relato dignificante que establezca con claridad la responsabilidad única e intransferible de los perpetradores de su dolor, sino que tendrán que aceptar que son solamente un segmento de una “memoria plural” y unas más de “todas las víctimas sin excepción” que también quiere Bildu en el País Vasco.

Para la derecha, como para Bildu, no existen ya las víctimas de ETA, como tampoco existen las víctimas de la dictadura franquista. Todas son víctimas globales, es decir, nada. Su cancelación se produce al cancelar su propio tiempo, al negarles la condición de sujetos históricos. En el argumento del PP y Vox no puede haber víctimas del franquismo porque el franquismo en sí no es responsable de un tiempo histórico forzado que abarca desde 1931 hasta 2017. Si la responsabilidad de las víctimas del franquismo es también del régimen republicano, la de las víctimas de ETA es también del franquismo: exactamente lo que propone Otxandiano. Las asociaciones de víctimas deberían decir también algo a este respecto. Es su dignidad la que está en juego.

jueves, 4 de abril de 2024

"HUMILLAR A LAS VÍCTIMAS". Editorial de El País 1ABR 2024

El PP ignora a los familiares de fusilados por el franquismoy legitima la cruzada de Vox contra la memoria histórica

La resistencia contra cualquier avance en el reconocimiento de las víctimas olvidadas de la Guerra Civil y el franquismo es un pilar de la extrema derecha española, cuya ideología es heredera directa de los vencedores. En su actual forma política, Vox, se convierte además en otro aspecto de la guerra cultural que la alimenta electoralmente desde hace años. La novedad es que sus pactos con el PP tras las elecciones autonómicas de mayo de 2023 han llevado su retórica revisionista a las instituciones. Así, Aragón ha derogado su ley de memoria histórica, los gobiernos de Castilla y León y Comunidad Valenciana trabajan en proyectos para sustituir las suyas, mientras en Cantabria, Baleares y Extremadura existe ese compromiso programático entre las formaciones de Feijóo y Abascal. El Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática advirtió ayer contra este tipo de iniciativas y anunció que si es necesario presentará un recurso ante el Tribunal Constitucional.

Las normas autonómicas de memoria surgieron para facilitar la aplicación de la Ley estatal de 2007, que reconoció por primera vez el derecho a exhumar los miles de cadáveres repartidos en fosas comunes para darles sepultura digna. Se acababa así con una larga anomalía española. La ley, sin embargo, dejaba en manos de las familias el ejercicio efectivo de esa búsqueda. El Gobierno de Mariano Rajoy no tocó la ley, pero mostró un absoluto desinterés por ayudar a los familiares, muchos de ellos, ya ancianos. La nueva Ley de Memoria Democrática, de 2022, obliga al Estado en todos sus niveles a hacerse cargo de la búsqueda y exhumación.

Ahora Vox se propone derogar una por una esas leyes allí donde tenga poder para hacerlo, es decir, donde el PP se lo permita, y sustituirlas por otras con una retórica falaz. La cruzada extremista parte de dos premisas falsas. Primero, que la ley solo reconoce a las víctimas de un bando, cuando en realidad alude expresamente a todas las víctimas de la Guerra Civil. Y segundo, que la legislación sobre memoria ataca el espíritu de la Transición. Bien al contrario: es la extrema derecha quien parte de argumentos marginales para relativizar la dictadura o equipararla con la Segunda República como si fuera todo parte de un mismo periodo violento, en contra del amplísimo consenso historiográfico mundial en torno al siglo XX. En un giro orwelliano, las nuevas leyes propuestas por Vox se llaman “de concordia”.

La memoria del golpe de Estado de 1936, la Guerra Civil, la dictadura y la Transición democrática no pertenece a un partido ni a un territorio. Hay pocos asuntos verdaderamente nacionales que apelan a todos los españoles por igual. En este sentido, la ley estatal sigue vigente, pero unas víctimas tendrán apoyo autonómico y otras no. Las mayorías de PP y Vox tienen derecho a derogar las leyes regionales, pero al hacerlo envían un mensaje inequívoco: en lo que dependa de ellos, las víctimas están solas. Promover leyes revisionistas es, además, humillarlas.

Vox tiene su propia opinión sobre la dictadura franquista, el cambio climático, el feminismo o el aborto. Es un partido reaccionario sin complejos y se lo ha dejado muy claro a los españoles. El que debe resolver sus contradicciones es el PP, que se presenta ante los votantes como un partido que defiende los consensos constitucionales mientras concede pábulo político y apoyo institucional al extremismo.

miércoles, 3 de abril de 2024

"“Las redes sociales nos animan a tener una opinión sobre todo”: Dan Lyons analiza cómo los bocazas están arruinando el mundo". Un artículo de Enrique Alpañés (El País OCT 2023)

El ensayista examina el auge de los habladores compulsivos en su nuevo libro ‘Cállate. El poder de mantener la boca cerrada en un mundo de ruido incesante’

Están por todas partes y explican cosas. Alargan las reuniones con cháchara inútil. Interrumpen. Te preguntan qué tal el fin de semana solo para poder contarte el suyo. Son los que no tienen una pregunta, más bien una reflexión. Los que escriben “dentro hilo” en X. Siempre tienen una opinión, una teoría, una anécdota. La ciencia los señala como habladores compulsivos. La calle, como cuñados o mansplainers, neologismos que bautizan comportamientos cada vez más comunes y que ya dan una pista, pues es un fenómeno esencialmente masculino. La diarrea verbal es una enfermedad. Y está cogiendo tintes de pandemia.

Dan Lyons los conoce perfectamente, él era uno de ellos. Este periodista y ensayista estadounidense llevaba años hablando por los codos. Perdió un trabajo por no saber callarse a tiempo, perdió ocho millones de dólares, casi pierde a su mujer. Durante la pandemia de la covid, cuando medio mundo se recluyó en sus casas en silencio, empezó a plantearse qué le pasaba. Preguntó a antropólogos y psicólogos. Consultó estudios científicos y libros. Se pasó varios meses intentando entender por qué no podía mantener la boca cerrada y entonces entendió que no era un problema individual. “El problema no solo soy yo, no sois solo vosotros. El mundo entero tiene que cerrar la puta boca”.

Con esta contundente idea arranca su nuevo libro Cállate. El poder de mantener la boca cerrada en un mundo de ruido incesante (Capitán Swing). En él, Lyons asegura que vivimos en la época más ruidosa de la historia. Las redes sociales prometían convertirse en un ágora griega, un lugar que fomentara el diálogo. Pero en la práctica se parecen más al Speaker’s Corner de Londres, un espacio en el que miles de personas chillan monólogos histéricos que nadie escucha. Y lo peor es que este comportamiento, que nace en el mundo digital, ha acabado saltando a la vida analógica.

Recurriendo a la ciencia, Lyons explica cómo el ruido permanente a nuestro alrededor destruye el pensamiento crítico y erosiona el diálogo. También da consejos para aprender a dejar de hablar en exceso. El primero, dejar las redes sociales, lo siguió a rajatabla, pero lo ha tenido que abandonar para promocionar su libro. El segundo era un post-it junto a su ordenador con una orden concisa a seguir durante las reuniones: cállate y escucha. No lo tiene en el ordenador desde el que atiende a EL PAÍS en videollamada. Aun así, Lyons se muestra comedido. Sus respuestas son concisas y la entrevista no dura más de 25 minutos.

Pregunta. ¿Cómo se dio cuenta de que hablaba demasiado?

Respuesta. Sabía desde hacía tiempo que decía cosas de forma compulsiva. Cosas que estaban arruinando mi vida y sucedía una y otra vez. Causaba problemas en mi matrimonio, en mis amistades y en lo laboral. En una ocasión dije algo en Facebook que terminó costándome el puesto de trabajo. Hace poco miré el precio de las acciones de esa empresa y vi que, si me hubiera quedado, tendría ocho millones de dólares. Recuerdo haber pensado, ¿qué saqué de esa publicación de Facebook?

P. Publicó un libro sobre ello... [Disrupción, en el que denuncia el edadismo de su antigua empresa y de todo Silicon Valley].

R. Sí, bueno, prefiero ocho millones de dólares.

P. Al menos sabe que no está solo en esto de ser un bocazas. Dice que en toda la historia de la humanidad nunca ha habido una época tan ruidosa como la nuestra. ¿A qué cree que se debe?

R. Las redes sociales tienen un papel importante en esto. Ahora podemos tener una opinión sobre todo. Cada vez que sucede algo, nos animan a compartir nuestra opinión, a rebatir y discutir. Y esa actitud se ha extendido al resto de nuestras vidas, de modo que la gente no para de hablar y opinar sobre todo. Se ha trasladado al mundo laboral, donde tenemos demasiadas reuniones. Se ha trasladado al ocio, donde tenemos millones de canales y plataformas de televisión. Y esto genera demasiado ruido, una sobrecarga de información y no creo que nuestros cerebros estén preparados para manejarla.

P. ¿Pero las redes sociales son causa o consecuencia? ¿Siempre hemos tenido esa necesidad de dar nuestra opinión o nos la han creado Facebook, Instagram y Twitter?

R. Un poco son las dos cosas. Siempre tuvimos esta urgencia, pero no una forma de compartirla con una gran audiencia. Podrías escribir una carta al director de un periódico, por ejemplo, pero solo se publican un par. Las redes sociales crearon una plataforma que hizo que fuera fácil y gratis compartir tus pensamientos con una audiencia global. Pero no son neutrales, están pensadas para manipularte y empujarte a compartir contenido, haciendo que hables demasiado. Te están induciendo a seguir hablando, a ponerte nervioso, a agitarte para que te comprometas y empieces a discutir con la gente y a debatir. De esa forma, acabas compartiendo demasiado en línea, pero no se queda ahí. Ese tipo de agitación regresa contigo, la acabas incorporando a tu vida analógica.

P. No todo el mundo debería callarse por igual.

R. Sí, en esto de hablar demasiado, hay un sesgo claro de género. Más allá del famoso mansplaining, en mi libro hablo de dos neologismos. Uno es el maninterrupting. Los hombres no solo hablan más, sino que interrumpen más que las mujeres. Hay mucha investigación al respecto.

[Un estudio de la Universidad George Washington reveló que los hombres interrumpían a las mujeres un 33% más que a los hombres. Otro estudio, de la Universidad de Standford, comparó las conversaciones de dos hombres, de dos mujeres y la de un hombre y una mujer. En las conversaciones entre personas del mismo sexo se produjeron siete interrupciones. En las conversaciones entre hombres y mujeres hubo 48, 46 de ellas por parte del hombre].

El otro neologismo es el manalog, es el tipo que habla en una cena o en una fiesta y quiere contarles todo a todos y no se calla, va a seguir y seguir y seguir. Creo que los hombres encajamos en ese patrón mucho más que las mujeres. Sin embargo, históricamente, han sido ellas las que han tenido fama de charlatanas y cotillas, lo cual es asombroso. Y se remonta a mucho tiempo atrás, hay referencias escritas de la Edad Media, pero esta idea ha existido desde siempre. Creo que es una forma de control a las mujeres. De decirles, “habláis demasiado”. Y ellas replican, “bueno, hablamos menos que tú”. “Vale, pero eso sigue siendo demasiado”. De ahí viene ese estereotipo, ha sido una herramienta para silenciar a las mujeres.

[Investigadores de la Universidad de Texas descubrieron que tanto las mujeres como los hombres pronuncian 16.000 palabras al día de media. Los tres sujetos más habladores de la muestra eran varones]

P. Esta diferencia se hace especialmente patente en el entorno laboral

R. Sí, ahí es donde ves que los hombres interrumpen más en las reuniones, ya sabes, y creo que es un ejercicio interesante para cualquiera, especialmente para los hombres: la próxima vez que vayas a una reunión, toma un cuaderno. Y simplemente presta atención cada vez que alguien interrumpe. Toma notas. Y al final, probablemente te des cuenta de que son hombres los que lo hacen. Una vez que lo ves, no puedes dejar de verlo.

P. Hablando de reuniones. Dice en su libro que el trabajador medio asiste a 62 al mes, y los participantes aseguran que la mitad de ellas son una completa pérdida de tiempo.

R. Hay dos tipos de personas: las que disfrutan de las reuniones y las que están cuerdas. Y el primer grupo va ganando. El problema no solo es que sean muchas, es que son demasiado largas, improductivas. La gente se siente obligada a decir algo en las reuniones. De lo contrario, sienten que no están aportando nada, que no están a la altura. Pero a veces lo más inteligente es sentarse y escuchar, más que hablar. Y luego, después de escuchar a todos, quizá tienes que decir algo conciso o que aporte, no solo hablar por hablar. Hay directores ejecutivos realmente inteligentes como Tim Cook en Apple que hacen eso.

P. O Jack Dorsey. En su libro lo pone como ejemplo de persona que sabe callarse y escuchar. Por entonces era ejecutivo de Twitter. Ahora mismo lo ha sustituido Elon Musk [famoso por ser un bocazas de libro]. No sé qué moraleja podemos extraer de este cambio…

R. Sí, Elon Musk me ha destrozado la tesis. Ja, ja, ja. Cuando estaba escribiendo el libro, Dorsey estaba a cargo, y me di cuenta de que no tuiteaba mucho. Pasa lo mismo con [el director ejecutivo de Meta, Mark] Zuckerberg, no le ves parloteando sobre cualquier cosa en Facebook. Pero tiene un emporio que nos empuja a todos los demás a hacerlo. Las personas que construyen estas cosas son a menudo las que no se dejan llevar por ellas. Musk es un caso único. También lo es [el expresidente de Estados Unidos Donald] Trump. Los dos han tirado por tierra en cierto modo mi tesis de que las personas poderosas no hablan demasiado. Pero sigo creyendo que es así. Que ambos se han metido en problemas por hablar demasiado. Y que se meterán en problemas en el futuro.

P. Hablemos del amor. La charlatanería no solo nos afecta en lo laboral, en lo sentimental también puede ser peligroso.

Sí, tiene que haber cierto equilibrio, tampoco quieres estar completamente en silencio. Cuando conoces a alguien se tiene que aplicar la regla 60-40. Hay que hablar no más del 60% pero no menos del 40%. De esta forma hay cierto equilibrio y se puede tener una conversación en la que participen los dos. Pero también hay investigaciones que encontraron que en las citas rápidas, las personas que hacen preguntas y escuchan tienen más probabilidades de obtener una segunda cita. Y si lo piensas es obvio, si estás interesado en la otra persona, realmente la escuchas. Cuando estás en un matrimonio o una relación a largo plazo es diferente. En ese caso, pasar un tiempo juntos en silencio o no tener nada que decir puede ser algo bueno. En mi caso yo creo que ayudó a nuestra relación. Hay una gran frase de Ruth Bader Ginsburg, jueza de la Corte Suprema [de EE UU] que dice: A veces ayuda ser un poco sordo.

P. Pero si nadie habla no sé qué diálogo vamos a fomentar ¿Es una cuestión solo de cantidad o de calidad también?

R. Entrevisté a este científico alemán de la Universidad de Arizona [el doctor Matthias Mehl] que hizo una investigación y descubrió que las personas que tienen conversaciones significativas son más felices e incluso más saludables que otras personas. Y le dije bueno, espera un minuto, eso mata mi libro porque estás diciendo que deberíamos tener más conversaciones. Pero él me replicó que no. Hay que tener conversaciones más significativas, las conversaciones auténticas son aquellas en las que escuchas mucho. No solo hablas, hablas y hablas. Aprendes a escuchar.

P. Así que es algo que se puede aprender ¿Usted ha cambiado mucho escribiendo este libro?

R. Sí. Creo que mejoré bastante. Aunque le confieso que antes, alguien me estaba entrevistando sobre el libro en un pódcast e igual dije algo que puede haber cabreado a alguna persona, así que aún tengo margen para afinar.

P. ¿Y qué dijo?

R. Mejor me lo callo.

martes, 2 de abril de 2024

"PERSONAS RACIALIZADAS". Un artículo de Alex Grijelmo (El País 29 MAR 22024)

El término se aparta de la morfología habitual, y no se entiende a la primera. Es fruto del anglocentrismo reinante

El sufijo -izar es muy productivo en español. Entre otras posibilidades, ha creado verbos a partir de adjetivos, con sus consecuentes participios en -izado: ilegal, ilegalizar, ilegalizado; normal, normalizar, normalizado; ágil, agilizar, agilizado.

Cualquier hablante entenderá generalmente (aunque haya salvedades) que en las formaciones de verbos transitivos se transfiere al complemento un resultado de la acción significada en la raíz (interpretación causativa). O sea: “ilegalizar” equivale a “hacer ilegal”; “normalizar”, a “hacer normal”; y “agilizar” es lo que desearíamos para la burocracia, que se convirtiera en ágil. Se deduce aquí que el complemento directo del verbo, implícito o explicito, transforma su estado: se ilegaliza lo que no era ilegal, se normaliza lo que no era normal, se agiliza lo que era una absurda pesadez.

A ese sistema han llegado últimamente el verbo “racializar” y su participio y adjetivo “racializado”. Si deducimos los mecanismos morfológicos más esperables, esta formación se puede entender como el resultado de “racializar”, que a su vez significaría cambiar el estado de alguien para quedar convertido en… ¿racial?, ¿en raza? Sin embargo, no parece que las personas racializadas hayan sido transformadas de pronto en raciales. Sí se podría racializar una música: aquella cuyo ritmo se transforma para dotarla de rasgos étnicos. Pero racializar a una persona, que ya tiene una raza…, me ocasiona dudas.

“Racializar” es clonación del neologismo inglés racialize, que no hallo en los diccionarios inglés-español en papel pero sí en internet: el Cambridge: “Hacer o creer que la raza es una característica importante de un grupo de personas, de una sociedad o de un problema”. El Collins: “Dar un tono o contenido racial”. El Merriam-webster: “Dar un carácter racial”. Por su parte, la FundéuRAE lo hace equivaler a “dar una interpretación racial a algo”, “clasificar o identificar algo o a alguien en función de su pertenencia a un grupo étnico”. Y Moha Gerehou, especializado en informar sobre racismo y que escribe en eldiario.es, aportó esta definición: “Alguien que recibe un trato favorable o discriminatorio en base a la categoría racial que la sociedad le atribuye”. Con arreglo a esas definiciones, una persona racializada puede ser alguien a quien se ha hecho creer que la raza es un rasgo importante suyo; o alguien a quien se ha dado un contenido o carácter racial; o quizás a quien se ha clasificado por su pertenencia a un grupo étnico; o que recibe un trato distinto por la raza que otros ven en ella.

No sabría con cuál quedarme. Y tampoco sabría encajar todo eso en las informaciones que hablaban de Athenea Pérez como “primera representante española racializada en concursar para Miss Universo”, por ejemplo.

Sea como fuere, y aunque se puedan aportar otros argumentos gramaticales, si yo estuviera encargado de una campaña contra el racismo preferiría no utilizar en ella un término alejado de la descodificación más sencilla que activarán mis destinatarios, que no se entiende a la primera y que en cada caso requiere una explicación; aunque para eso tuviera que apartarme del anglocentrismo reinante en los movimientos sociales hispanos. Quizá no fuera mala idea volver a términos que todos entendemos: personas discriminadas, personas definidas por sus rasgos físicos, personas que sufren racismo. Y si no hubiera ocurrido nada de eso, como sería de desear en el proceso de elección de Athenea Pérez, simplemente personas de raza negra. Las palabras comprensibles ayudarían en la batalla. Las incomprensibles nos alejan de ella.

"NECESITAMOS UN ÉXODO DEL SIONISMO". Naomi Klein (elDiario.es 3 MAY 2024)

Judíos y simpatizantes celebran un Séder de Pascua para protestar contra la guerra en Gaza, el pasado 23 de abril, en el distrito de Brookl...