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viernes, 22 de noviembre de 2024

"ROMPAMOS EL TABÚ: HABLEMOS DE DECRECIMIENTO". Neus Tomás, elDiario.es 14 NOV 2024

Hay conceptos impronunciables incluso para partidos autoubicados en la izquierda, que ni se plantean la opción de debatir fórmulas que no pasen por seguir alimentando el actual modelo neoliberal

El filósofo y economista francés Serge Latouche publicó hace más de dos décadas su libro ‘La apuesta por el decrecimiento ‘¿Cómo salir del imaginario dominante? (Icaria, 2008) en el que reclamaba cambios reales ante el riesgo de un colapso por hiperconsumo. Con una visión que para unos será ilusoria y para otros la cruda realidad, fue el primero en utilizar este concepto para cuestionar que los valores sobre los que reposan el crecimiento y el desarrollo, y muy especialmente el progreso, no corresponden para nada con aspiraciones universales profundas.

“Desgraciadamente, ni la crisis económica y financiera ni el agotamiento del petróleo suponen forzosamente el final del capitalismo, ni siquiera de la sociedad del crecimiento. El decrecimiento tan solo resulta planteable en una 'sociedad del decrecimiento', es decir, en el marco de un sistema que se base en otra lógica. La alternativa es, por lo tanto, en efecto: ¡decrecimiento o barbarie!”, argumentaba en una entrevista. Añadía que cuanto más escaseen los recursos, el valor de determinados productos seguiría aumentando y, por lo tanto, el capitalismo crecería a expensas de la sociedad y de una mayor desigualdad. ¿Les suena?

Ahora, 16 años después del ensayo de Latouche, el científico Antonio Turiel, uno de los que también más ha reflexionado sobre el decrecimiento, publica ‘El futuro de Europa’ (Destino y Columna Edicions). El investigador del CSIC defiende, ante lo que denomina la “tecnofantasía”, que decrecer es la clave para que la industria sea sostenible.

Turiel centra su teoría en Europa y parte de una premisa llamativa. Considera que la transición energética “no funciona ni funcionará”. Explica que aquí no existen los recursos necesarios y que eso obliga a adoptar una estrategia distinta. Cita la industria eólica europea como ejemplo más evidente de lo que considera un fracaso. Recuerda que las 10 primeras empresas de fabricación de aerogeneradores son chinas y que al final se ha demostrado que el plan actual ni permite tener soberanía energética ni es rentable. Así que, vistos los pros y contras, auditadas las renovables que funcionan mejor y las que no, la pregunta incómoda que toca formularse es: ¿Energía para hacer qué?

Los sacrificios a los que la perversión del actual modelo obliga a los habitantes del sur global no son suficientes, tras esquilmarles los recursos y convertirles en los primeros refugiados climáticos, y ya interpela a las clases medias de los países del norte, por más debilitadas que estén (que lo están). Sí, tiene un componente de injusticia porque algo que ya ha quedado demostrado es que no se exige lo mismo al asalariado que al adinerado y se responsabiliza más al trabajador pobre que al que puede pagar el coche de bajas emisiones. Los chalecos amarillos franceses fueron el aviso de que algo fallaba y la cuestión es si Europa está en condiciones de elegir el camino correcto y a la vez más igualitario.

“Al final, la base de la verdadera sostenibilidad ambiental es una estructura social firme y saludable”, defiende Turiel. Frente a lo que se ha denominado ecofascismo y que va de Trump a Vox pasando por las opciones rojipardas que desde la izquierda abrazan tesis negacionistas o retardistas, este científico defiende el decrecimiento como la alternativa “radicalmente democrática e igualitaria para conseguir una transición sostenible para la sociedad”.

Turiel, como otros científicos y tímidamente cada vez más economistas, apunta que el error fundamental es el actual sistema económico. Nos hemos equivocado y toca rectificar. Nos pensábamos que no había límites biofísicos y lo que estamos haciendo es acelerar la degradación. Intervenir el mercado en el sentido acertado no implica decretar un modelo de sociedad comunista, por más que esa sea la parodia a la que recurren los defensores del modelo neoliberal, sea en València, Madrid o Washington. De lo que se trata es de cambiar desde dentro del sistema lo que nos está convirtiendo en una sociedad cada vez más desigual y con menos futuro.

lunes, 18 de noviembre de 2024

"DONALD TRUMP EN PAIPORTA". Xan López, El País

La oleada reaccionaria avanza para aplastar los “excesos” democráticos y sociales de la modernidad

Estos días he recordado un relato de Franz Kafka en el que un mensajero imperial debe entregar un mensaje crucial, susurrado a su oído por el propio emperador moribundo. Inmediatamente se pone en marcha, apartando con los brazos a las multitudes que se aglomeran en el palacio. Es un hombre “robusto, incansable”, que cuando encuentra resistencia de esas multitudes cuyo “número no tiene fin” puede señalar a su pecho, donde brilla el símbolo del sol imperial. Eso facilita su viaje, más que a cualquier otro hombre. Y, sin embargo, apenas es capaz de avanzar. Aunque consiguiera salir de la estancia imperial, todavía tendría que atravesar innumerables cortes, palacios y murallas, la inmensa capital imperial en el centro del mundo, su camino apenas comenzado obstruido por infinitos cuerpos entrelazados. Fantasea con llegar a los amplios campos, donde podría volar. Pero nunca llegará. Algunas veces ni los más capaces pueden hacer suficiente.

La noche del 5 de noviembre veo cómo las buenas gentes de Pensilvania, Míchigan y Wisconsin devuelven la presidencia de Estados Unidos a Donald Trump por un margen de apenas 250.000 votos. El mensaje sobre la necesidad de defender las instituciones frágiles e imperfectas de la democracia, a los más vulnerables, tampoco ha podido ser entregado. Aquellos que podían señalar a los viejos símbolos de autoridad, como la tradición constitucional estadounidense o el orden liberal internacional, tampoco han podido salir del palacio. Sí que ha sido entregado el mensaje de la dominación jerárquica, de la posibilidad de unirse al bando ganador aunque sea como el más miserable de los dominadores, siempre a punto de convertirse en la siguiente víctima. La oleada reaccionaria, una vez aplastados los “excesos” democráticos y sociales del siglo pasado, ya avanza para machacar lo que queda del espíritu universalista y emancipador de la modernidad.

Más cerca, leo cómo la alcaldesa de Paiporta llama a la delegada del Gobierno en Valencia la tarde del 29 de octubre. Mi pueblo se está inundando, le dice. No está preparado para esto. Va a morir gente. Ya está muriendo. La delegada a su vez llama por cuarta vez en ese día a la consellera responsable de emergencias. Una hora y pico más tarde la Generalitat lanza la alerta, pero ya es tarde. La dana de octubre de 2024 —convertida en más probable y feroz por el cambio climático— ha matado al menos a 223 personas. Los portadores de los símbolos de la ciencia tampoco han podido entregar el mensaje sobre el peligro creciente del cambio climático, sobre nuestra falta de preparación, sobre la necesidad de reducir lo más rápido posible las emisiones de gases de efecto invernadero. Sí que ha sido entregado, en Valencia como en otros lugares, el mensaje de recortar todavía más nuestra capacidad de respuesta, de reducir los impuestos a los que más tienen, de elegir a los peores gobernantes en el momento de mayor peligro.

Trump y Mazón representan la misma propuesta de gobernanza. Estos días es imprescindible hablar de ellos a la vez, aunque esa perspectiva más amplia desdibuje algunos detalles. Es mucho lo que comparten: el Estado como protector y botín para los míos, como disciplinador y ruina para mis enemigos. Unas instituciones que no están para proteger ni para regular ni para avanzar, sino para garantizar que cada uno permanezca en su sitio. El sálvese quien pueda, el gobierno de los negacionistas, el gobierno de los incompetentes. Ante esto, de nuevo, hay que entregar un mensaje desesperado: las infraestructuras, los protocolos y nuestros sentidos comunes del siglo XX, entre otras muchas cosas, no están preparados para el clima del siglo XXI. Si queremos sobrevivir necesitaremos un colosal esfuerzo de mitigación climática, antes de que cualquier adaptación se vuelva imposible. Necesitaremos una sociedad civil y unas instituciones más robustas, unos sindicatos más fuertes, unos partidos más audaces y un Estado que coordine y proteja ante una amenaza creciente. Este proyecto es el opuesto al proyecto reaccionario, cuyo mensaje sí se extiende por todo el imperio. El fascismo y la crisis climática poco a poco se están entremezclando en una única amenaza indistinguible.

Es fácil obsesionarse con que el fallo está en el propio contenido de nuestro mensaje. Si fuese más vehemente, más empático, más inteligente, si hubiese insistido en esta u otra cuestión, casualmente la que yo considero más importante, sin duda habría triunfado. Pero el problema no está en el mensaje susurrado en el oído, en si sus palabras contienen el encantamiento preciso. El problema está en que la autoridad de los símbolos que le abren paso puede ser la mejor disponible, pero hoy es insuficiente. En que nuestro mensajero no es capaz de atravesar a las multitudes a las que desesperadamente queremos alcanzar. Solo abandonando el prejuicio del perfeccionamiento eterno del mensaje podremos empezar a reconstruir nuestros símbolos y nuestros mensajeros.

Judah Grunstein, jefe de redacción de la World Politics Review, sugiere que la característica fundamental de nuestras sociedades es la falta de confianza. La proliferación de las teorías de la conspiración, la polarización, la fragmentación mediática, el auge de la xenofobia y las tensiones geopolíticas, pueden verse como respuestas inevitables a la falta de confianza entre países, en las instituciones, en los medios, en los demás. Las elecciones en Estados Unidos han sido un plebiscito contra la falta de confianza. Gradualmente, todas las elecciones son esas mismas elecciones. Los defensores de un proyecto imperfecto con una autoridad marchita se ven cada vez más impotentes para contener una marea que les rodea y que desborda todas las antiguas murallas. El proyecto de la dominación jerárquica, el de aplastar a alguien para ganar algo, parece más creíble que el del buen gobierno. Al menos para una mayoría frágil y volátil, desconfiada de sí misma, pero muchas veces suficiente.

Los mayores apoyos a Trump han estado entre la población que dice prestar ninguna o poca atención a las noticias sobre política. El vacío lo llena una red fluctuante de bulos y timos algorítmicos, perfectamente financiada, que produce una sensación de desconfianza omnipresente. Esa desconfianza juega incluso a favor de Trump: mucha gente no cree que vaya a hacer muchas de las cosas en las que lleva insistiendo meses. Estos son los nuevos mensajeros, que portan unos nuevos símbolos de autoridad. ¿Dónde están los nuestros? La mayoría fueron barridos por la revolución neoliberal. Como ya contaron Peter Mair o Ignacio Sánchez-Cuenca, vivimos las secuelas de una crisis profundísima de representación e intermediación. Todo un mundo de ideologías, partidos, sindicatos, asociaciones y medios, sostenes de un consenso que parecía eterno, fueron barridos en pocos años. El mensaje es similar al de antaño, algunas veces demasiado similar, pero cada vez son menos los que pueden entregarlo.

Decía Mario Tronti, después de la victoria totalizadora del capitalismo, que la forma más adecuada de hacer política sería ahora la de hacer oposición desde el gobierno. Pensamiento avanzado, que hoy se confirma. Todos los gobiernos de los antiguos símbolos parecen condenados a realizar una oposición permanente a poderes entregados a la erosión de la confianza. El realismo nos dice que llevamos tres o cuatro décadas siendo siempre oposición, remando a contracorriente. La ciencia nos dice que tenemos cada vez menos tiempo para evitar catástrofes insoportables. La restitución de unos símbolos y de unos mensajeros a la altura de estos peligros, más que el eterno refinamiento de un mensaje cada vez más impotente, es la tarea del presente. Una tarea previa, quizás más humilde, de infraestructura, de puro mecanismo. Es tentador soñar con los campos donde podríamos volar, pero todavía no hemos atravesado la primera muralla del palacio.

Xan López es activista climático y coeditor de la revista Corriente Cálida.

jueves, 7 de marzo de 2024

Pedro Fresco, experto en renovables: “El colapsismo es uno de los grupos que más bulos energéticos expande”. Un artículo de Manuel Planelles (El Pais 01 MAR 2024)

“La nuclear no está viviendo ningún auge internacional, eso es propaganda”, asegura este autor de un libro sobre ‘fake news’ en el sector de la energía

Pedro Fresco (Valencia, 42 años) es el director de la Asociación Valenciana del Sector de la Energía y es una de las voces que desde hace años defiende públicamente la expansión de las renovables y la necesidad de las macroplantas solares y eólicas. Tras trabajar en este sector durante más de una década, fue asesor del Ministerio para la Transición Ecológica. De ahí saltó a la Generalitat valenciana en 2021, donde fue nombrado director de Transición Ecológica. Pero en diciembre de 2022 fue destituido por Compromís tras imponerse en esa formación la corriente que rechazaba la implantación de grandes parques fotovoltaicos. Ahora publica el libro Energy Fakes. Mitos y bulos sobre la transición energética (Barlin Libros), donde combate los bulos que se difunden a diestra y siniestra del arco político y desde empresas. “Hay mitos que son transversales, pero la mayor intensidad de mitología sobre energía viene de las dos partes del extremo ideológico: de la derecha radical y luego de ciertos grupos de extrema izquierda”, resume Fresco en esta conversación telefónica con EL PAÍS.

domingo, 3 de marzo de 2024

"CRISIS, COMPLOT Y CAPITAL". Un artículo de Alejandra Castillo (El País 14 FEB. 2024)

A pesar de la evidencia del aumento de las temperaturas en el mundo, no hay completa aceptación de las razones que producen esta alza en los termómetros. Hay quienes simplemente niegan el cambio climático

En La divina comedia, Dante Alighieri imagina el infierno frío con torrenciales lluvias, granizo y nieve. Seiscientos cuarenta y cinco años más tarde, Philip K. Dick imagina la vida en la Tierra con temperaturas elevadísimas. El calor abrasador es producto de un cambio climático en un planeta devastado. En su novela Lotería solar, ese calor se debe a la avaricia: “En 1950 y 1960, los bienes de consumo y los productos agrícolas comenzaron a acumularse en todo el mundo occidental. Se distribuyeron gratuitamente todos los excedentes, pero esto amenazaba con subvertir el libre mercado. En 1980 se pensó que la mejor solución era juntar todos los productos y quemarlos: cientos de miles de millones de dólares fueron destruidos semana tras semana”.

El 24 de enero del año 2024 –día de una de las semanas con las temperaturas más elevadas de las que se tenga registro en Chile – la prensa nacional advierte que toneladas de ropa se queman en el desierto. Esto último no es ciencia ficción, son micro vertederos de ropa nueva que no se vende y termina en el desierto de Atacama para ser quemada.

A pesar de la evidencia del aumento de las temperaturas en el mundo, no hay completa aceptación de las razones que producen esta alza en los termómetros. Hay quienes simplemente niegan el cambio climático. Entre los negacionistas se encuentran algunos de los representantes de la ultraderecha del planeta: Trump, Bolsonaro, Milei. Para ellos, el cambio climático sería una de las formas en que el ‘socialismo’ querría instalar su ideología. La palabra socialismo podría ser reemplazada por ONU, ésta por Nuevo Orden Mundial y esta última por Agenda 2030. El argumento es el mismo: no existe el cambio climático. Otras, otros, admitiendo el cambio climático no aceptan que éste sea el resultado de la generación de energía mediante combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) sino que por un ciclo natural del calentamiento del centro de la tierra. No es culpa de nadie, no hay nada que hacer. Y todavía hay quienes advierten que el cambio climático –el aumento de temperaturas, huracanes, tifones, lluvias y nevadas– es debido al Proyecto HAARP para controlar a las poblaciones a través del control del clima mediante un sofisticado sistema de antenas ubicadas en Alaska.

Hay dos elementos que se conjugan en estas respuestas: engaño y secreto. Alguien, un gobierno, el interés de las grandes corporaciones o una posición política determinada intenta sacar ventaja utilizando mentiras como armas para el establecimiento de verdades. Al despliegue de un mundo de claroscuros, la actitud de los sujetos es la de la sospecha: nada de lo que se nos presenta ante los ojos es real, hay un sentido oculto, secreto, que debe ser descifrado. De tal modo, los males contemporáneos tendrían su origen en una manipulación constante por parte de los poderosos. Las redes sociales son fuente y lugar de diseminación de las razones de una conspiración en curso. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 25 de febrero de 2024

"LAS INJUSTICIAS OCULTAS DEL CAMBIO CLIMÁTICO". Un artículo de Mateo Aguado y Nuria del Viso publicado en Dosieres Ecosociales DESIGUALDADES CLIMÁTICAS: IMPACTOS Y RESPONSABILIDADES DE LOS EVENTOS METEOROLÓGICOS EXTREMOS. FUHEM Educación+ecosocial

Existe un mensaje cada vez más extendido entre la sociedad y los medios de comunicación que invita a pensar que el problema del cambio climático antropogénico es cosa de todos, y que todos debemos aportar nuestro granito de arena para tratar de resolverlo. Siendo esto cierto, este lema resulta, en el fondo, algo engañoso, pues iguala a todos en un mismo nivel escondiendo a quienes tienen mayores responsabilidades por el cambio climático, tanto históricamente como en la actualidad. Lo cierto es que no todos somos igualmente responsables del cambio climático y no todos los países ni clases sociales tienen la misma carga histórica de responsabilidad. Como veremos en las líneas que siguen, analizar el problema del cambio climático bajo la óptica de la desigualdad es una tarea urgente y necesaria para determinar cómo este afecta de forma diferenciada a las personas, tanto geográficamente como por nivel económico, género, edad y ocupación, entre otros ejes de desigualdad.

Claramente, existen enormes diferencias entre ricos y pobres en lo que respecta a las emisiones globales de gases de efecto invernadero; unas emisiones que, como sabemos, son la causa principal del calentamiento global. Atendiendo a las emisiones históricas de CO2, vemos como son unas regiones muy concretas del planeta (básicamente representadas por EEUU y el mundo anglosajón, Europa, Japón y, más recientemente, China) las que han acaparado el grueso de la responsabilidad histórica ligada al problema del cambio climático. Tal y como ha mostrado un estudio reciente publicado en la revista Nature Sustainability, son los países más ricos y con mayores niveles de consumo los que presentan unas huellas de carbono per cápita más altas. Así, según cálculos de Oxfam, los países de renta alta, entre los que se encuentra España, emiten 44 veces más CO2 que los menos desarrollados. El consumo diario de energía también resulta dispar según los países: mientras que el estadounidense medio consume 300 kWh al día, el europeo medio consume la mitad, y el indio medio tan solo 13 kWh diarios. Sobre estos países recae, por tanto, una mayor carga de responsabilidad de la alteración climática que el planeta está sufriendo, así como de los problemas ambientales asociados.

Esta desigual responsabilidad respecto al cambio climático antropogénico alcanza magnitudes sorprendentes. Así, podemos encontrar países pobres como Madagascar o Burundi con huellas de carbono promedio inferiores a 0,01 toneladas de CO2 al año, y países ricos como Luxemburgo cuya huella per cápita de carbono anual asciende a más de 30 toneladas de CO2. Para hacerse una idea del calibre que adquiere esta disparidad, a día de hoy la huella de carbono del estadounidense medio es al menos 24 veces superior a la del promedio de todos los países del África Subsahariana. CONTINUAR LEYENDO

Si quieres leer el texto completo del Dosier Ecosocial, aquí tienes el acceso en formato pdf: Desigualdades climáticas: impactos y responsabilidades de los eventos metereológicos extremos



"USTED Y YO: NOSOTROS". Juan José Millás, El País

Me obsesionan y aturden aquellos versos de Lêdo Ivo según los cuales “Dios camina entre los hombres como un sonámbulo y no hay forma de des...