miércoles, 23 de febrero de 2022

"LA REVOLUCIÓN DE LO POSIBLE". Marina Garcés. El País. 26 DIC 2014

En las últimas décadas se han impuesto un tipo de intelectuales que se dedican a contarnos lo que ya no puede ser, lo que ya no podemos seguir pensando, haciendo o deseando. Son los predicadores del fin de la historia, del fin de las ideologías, del fin del pensamiento crítico... Son los intelectuales “cierra-puertas”, verdaderos policías del pensamiento que tienen como función precintar aquellos caminos que ellos mismos declaran intransitables ya para siempre. Con este gesto soberbio, evitan tener que buscar esos otros caminos que están aún por descubrir, esas sendas peligrosas que algunos ya han empezado a abrir o simplemente se libran de tener que pelearse con lo emboscado y con los callejones sin salida de nuestro tiempo.

Uno de ellos es Byul Chul-Han, ensayista de éxito, porque con sus críticas mordaces contribuye a dejar aún más impotentes a quienes se lamentan pero no quieren incomodarse intentando cambiar nada. Hace poco tiempo, concretamente el 3 de octubre de este mismo año, publicó en este periódico un artículo titulado ¿Por qué hoy no es posible la revolución? En él partía literalmente de una escena, la del Berliner Schaubühne, en la que él y Antonio Negri se habían dado cita para hablar de la vigencia de la idea de revolución. Frente a la ingenuidad del comunista revolucionario que aún es Negri, Chul-Han se había propuesto la tarea iluminadora de intentar hacerle y hacernos entender por qué hoy no es posible la revolución. Los precintadores del cambio radical siempre se presentan con las credenciales de la lucidez frente ingenuos, inmaduros y románticos.

Los argumentos de Chul-Han se reducían básicamente a uno solo: el régimen de poder neoliberal es incontestable porque seduce, estabiliza y lo mercantiliza todo, incluso el comunismo. Me pregunto desde dónde escribe alguien que habla del poder de seducción y de estabilización de un régimen de dominación que precariza y destruye la vida natural, social, cultural y personal al nivel que lo ha hecho y lo sigue haciendo, cada vez con más intensidad, el capitalismo. ¿Es que los niños-esclavos indios, o los hombres y mujeres que cada día trepan la valla de Ceuta o Melilla son seres libremente seducidos por el discurso de la emprendiduría? ¿Es que las multitudes que madrugan para ir a trabajar cada mañana o que llenan las listas del paro de este país y de tantos otros son usuarios complacidos de un sistema en el que desean libremente ingresar?

Me pregunto, también, qué experiencia social tiene alguien que ve en toda respuesta colectiva o cooperativa a la precariedad actual un nuevo producto del mercado capitalista. Pero contestar uno por uno los diferentes aspectos de su argumentación desbordaría el espacio de este artículo. Analizaré solamente la tesis que se recoge en el título de su artículo, no porque la sostenga Chul-Han, sino porque es un lugar común de la actual ideología con la que el poder mantiene su propia legitimidad.

Que “la revolución ya no es posible” es una tesis que sólo puede sostenerse desde la mirada del poder. Tener poder es precisamente pretender dominar un determinado espacio de lo posible: de lo que puede ser o no ser, de lo que puede pasar o no pasar. En este caso, el “ya no” de la sentencia encierra la revolución entre una posibilidad pasada y una imposibilidad futura. La neutraliza presentándola como una experiencia histórica caducada. Pero para los sin-poder, lo posible siempre es una cárcel, un espacio de dominación. La revolución, por tanto, nunca ha sido posible ni imposible. Revolucionaria es, precisamente, esa acción colectiva que hace emerger una posibilidad imprevista, una novedad radical que no estaba contenida en el abanico de lo que podía pasar.

¿En qué consiste esa posibilidad con la que el poder, ya sea neoliberal o disciplinario, nunca cuenta como realmente posible? El mismo Marx la describe en La ideología alemana con unas palabras muy claras: la revolución consiste en “la apropiación de la totalidad de las fuerzas productivas por parte de los individuos asociados (…) que adquieren, al mismo tiempo su libertad asociándose y por medio de la asociación”.

En el capitalismo actual, las fuerzas productivas ya no son solamente los medios de producción industrial. Son todos los medios que reproducen la vida, material y simbólicamente. La revolución es reapropiarse de ellos colectivamente, es decir, por medio de esta capacidad de asociación y de cooperación que nos hace libres. Me pregunto: ¿no es esto, precisamente, algo que está pasando? Los movimientos sociales y los emprendimientos cooperativos que, en tantas partes del mundo hoy, autonomizan su capacidad de gestión y de creación de formas de vida, ¿qué hacen sino proponer y plantear concretamente formas de reapropiación colectiva de la vida?

¿Y si la revolución, más que “no ser ya posible”, es algo que está continuamente pasando? La revolución sería entonces la posibilidad más permanente, más insistente y más inminente del sistema capitalista. No es que ya no sea posible, sino que está siempre ahí, teniendo lugar y siendo combatida, reconducida, neutralizada. Lo que ha cambiado no es la posibilidad de la revolución sino su forma y concepción histórica. En un mundo posthistórico, la revolución ya no será un acontecimiento histórico, único, que cambiará para siempre el curso de la historia. Y en un mundo postpolítico, la revolución ya no será una mera toma del poder político. Más allá de la historia política de las revoluciones, hoy se impone la intempestividad de las revoluciones que ya están teniendo lugar. Si el poder no quiere verlas, nosotros sí.

lunes, 21 de febrero de 2022

"CADENAS GLOBALES DE CUIDADO". Amaia Orozco

La conformación de las cadenas globales de cuidados es uno de los fenómenos más paradigmáticos del actual proceso de feminización de las migraciones en el contexto de la globalización y a transformación de los estados del bienestar. Es más, podríamos decir que las cadenas globales de cuidados son una localización estratégica, en el sentido que define Saskia Sassen; es decir, un aspecto estratégico “de la investigación para examinar la dinámica organizadora de la globalización y para empezar a esclarecer cómo opera la dimensión de género” (Sassen, 2005: 69). Son, por tanto, un valioso posicionamiento desde el que debatir la interrelación entre la migración y el desarrollo.

Las cadenas globales de cuidados son cadenas de dimensiones transnacionales que se conforman con el objetivo de sostener cotidianamente la vida, y en las que los hogares se transfieren trabajos de cuidados de unos a otros en base a ejes de poder, entre los que cabe destacar el género, la etnia, la clase social, y el lugar de procedencia. En su versión más simple, una cadena podría conformarse por, por ejemplo, una familia española que ha decidido contratar a una mujer dominicana para hacerse cargo del abuelo, que necesita asistencia constante. En un principio pensaron que una de las nueras podría asumir esa tarea, dejando el empleo al que se incorporó cuando sus hijos crecieron y se marcharon de casa. Sin embargo, ella no quería volver a ejercer funciones de cuidadora a tiempo completo. Además, vieron que contratar a una migrante entre todos los hijos no salía tan caro. La mujer contratada, a su vez, ha migrado para asegurar unos ingresos suficientes a su familia, y ha dejado a sus hijos en el país de origen, a cargo de su madre. Este ejemplo sumamente sencillo nos permite resaltar algunos componentes esenciales de las cadenas. CONTINUAR LEYENDO


domingo, 20 de febrero de 2022

"AYUSO RIEGA SUS APOYOS MEDIÁTICOS". Antonio Maestre en elDiario.es

"ENCLAVES DE RIESGO. GOBIERNO LEONIBERAL, DESIGUALDAD Y CONTROL SOCIAL". Un texto de varios autores y autoras coordinado por Débora Ávila y Sergio García editado por Traficantes de Sueños con licencia de publicación libre

Índice 

Introducción. Sergio García y Débora Ávila. Observatorio Metropolitano de Madrid 15 

Bloque I. Claves: la gestión securitaria neoliberal 33 

1. Poner orden a la inseguridad. Polarización social y recrudecimiento punitivo. Loïc Wacquant 35 

2. Policías cotidianas. Sergio García 57 

3. Entre el riesgo y la emergencia: la nueva protección social en el marco del dispositivo securitario neoliberal. Débora Ávila y Sergio García 83 

Bloque II. Enclaves: sujetos y espacios de riesgo 105 

4. Normalización y excepción en la metrópolis contemporánea. Stavros Stavrides 107 

5. Viejas y nuevas periferias en la ciudad neoliberal: seguridad y desigualdad social. Observatorio Metropolitano de Madrid 127 

6. De la disciplina obrera al improbable control securitario. Laurent Bonelli 163 

7. Los controles de identidad como expresión de la seguridad diferencial. Brigadas Vecinales de Observación de Derechos Humanos 179 

8. Artesanías securitarias: coproducción vecinal del control y su subversión. Sergio García 199 

Bloque III. Más allá del riesgo: represión y castigo 227 

9. Ciudades de excepción: burorrepresión e infrapenalidad en el estado de seguridad. Pedro Oliver, Óscar Martin, Manuel Maroto y Antonio Domínguez 229 

10. Un modelo de control obstinadamente soberano: Orden y castigo en el contexto hispánico. José Ángel Brandariz 251 

11. Encarcelamiento y política neoliberal: incremento de presos y funciones de la prisión. Ignacio González 267

DESCARGAR EL LIBRO

sábado, 19 de febrero de 2022

"PARA QUE OTRO MUNDO SEA POSIBLE TENEMOS QUE HACER POSIBLE OTRO DIOS". María López Vigil

En muchos rincones de América Latina nos conocen por ser autores de Un tal Jesús. Era 1977 cuando nos lanzamos a la aventura de escribir ese “retrato” de Jesús de Nazaret. A partir de 1980 se radió en todo el continente. Se escuchó en comunidades y grupos. Poco después, al hacerse libro, mucha gente leyó los 144 capítulos de esa “buena noticia”. Y después de tantos años sigue siendo escuchado y leído por nuevas generaciones al llegar en el año 2000 al ciberespacio.

Un tal Jesús nació en los tiempos de la Teología de la Liberación. Estábamos convencidos de que para transformar la vida de los pobres era urgente transformar la idea de Dios que ha sido instalada durante siglos en la mente de la mayoría de la gente. Pero como “a Dios nadie lo ha visto” y en el Cristianismo hemos aprendido a “verlo” en Jesús de Nazaret, la pieza clave era transformar la idea que de Jesús de Nazaret tiene nuestra gente: un Dios disfrazado de hombre que nace y vive sólo para morir y así cumplir el guión fatal que para él escribió en los cielos un Dios poderoso. Jesús: un ser humano sin historia, sin geografía, sin personalidad, sin conflictos, con más dogmas empolvados e incomprensibles sobre sus espaldas que mensajes liberadores y atractivos en su boca. Ahora ya hay montones de libros interesantísimos que han ido al rescate del Jesús histórico. En aquellos años en que nos metimos en esta aventura, muy pocos.

Después de casi treinta años, el mundo ha evolucionado, la ciencia ha evolucionado, la teología ha evolucionado y los autores de Un tal Jesús también hemos evolucionado. En América Latina, la Teología de la Liberación sufrió gravísimas heridas en la guerra que, sin tregua y con saña, fue desatada desde el Vaticano durante años. Y hoy, sobre la tierra arrasada por esas batallas, avanza veloz el pensamiento mágico, el fanatismo moral, una especie de Bibliolatría promotora del providencialismo más paralizante. Lo social ha sido sustituido por lo sexual: el compromiso social al que, siguiendo a los profetas de Israel y a Jesús, nos movía la Teología de la Liberación ha sido sustituido por normas sexuales que son un yugo insoportable.

Los Foros Sociales Mundiales han popularizado una consigna escuchada en todos los rincones del planeta: “Otro mundo es posible”. Hay un deseo que crece en muchísima gente de vivir en otro mundo más justo, más solidario, menos desigual, donde se ponga freno a los privilegios desorbitados que tienen algunos, donde no se destruyan tantas vidas y tanta vida. Creemos que otro mundo no será posible si otro Dios no es posible.

La idea de Dios ha acompañado a la humanidad durante toda su historia, pero ha ido transformándose a lo largo de la historia. El dios tribal y masculino, el dios guerrero y colérico, ¿nos acompañará en la construcción de ese otro mundo? ¿Con el Dios del poder, el que se impuso a sangre y espada en nuestro continente, podremos transformar el mundo? ¿Haremos posible ese otro mundo si seguimos creyendo en un Dios que mide al detalle los pecados sexuales y no tiene en cuenta las tragedias sociales?

En este nuevo tiempo nos dimos cuenta de que ese “otro mundo” no será posible si el Dios en quien la gente cree es un Dios pre-moderno, controlador del destino de humanos y naciones, ajeno a las ideas de la democracia, de los derechos humanos, de los derechos de las mujeres, del compromiso medioambiental… Por eso, decidimos traer de regreso al tal Jesús, al Jesús histórico, para que cuestione al Cristo de la fe: ésa es la serie Otro Dios es posible, una obra de lo que hemos llamado “teología de la provocación”.

Jesús ha regresado a la tierra, una periodista lo encuentra y lo entrevista sobre algunas de las cosas que se han dicho y hecho en su nombre, sobre su vida, sobre lo que dijo en su tiempo y sobre temas de los que nunca habló. “Se dice que su madre es virgen. ¿Qué dice usted de eso? ¿Fundó usted una iglesia? ¿Para qué sirven los sacerdotes? Se dice que usted es Dios, ¿es usted Dios? Y Dios, ¿es varón? Se dice que usted hizo un montón de milagros, ¿los hacía o no? En su nombre se condena el aborto, ¿qué opina usted del aborto, había abortos en su tiempo? ¿Qué piensa de la eutanasia? ¿Y de la homosexualidad?...”

Son 100 entrevistas con Jesucristo. El formato es más breve y directo que en Un tal Jesús, en el que empleamos una narrativa más compleja. Otro Dios es posible es una obra provocadora porque ha sido bastante audaz de nuestra parte valernos de la autoridad que Jesús tiene para desmontar los dogmas que la tradición cristiana ha construido en torno a él.

Hemos encontrado gente a la que Un tal Jesús le abrió perspectivas, pero que no aceptan esta provocación, les incomoda demasiado. Otra gente sí encuentra un hilo de continuidad entre el Moreno de Nazaret y las entrevistas que ahora le brinda a Raquel Pérez, enviada especial de Emisoras Latinas. Es, sobre todo, la gente más joven, y especialmente las mujeres, la más receptiva, la más abierta, la que más acepta la provocación.

Escribimos con la intención de remover ideas, de motivar la reflexión y la sospecha, la sorpresa y la risa, también el rechazo de muchas ideas aprendidas y creídas. Queremos provocar debate. Queremos recordar la esencia del Evangelio, bastante olvidada y hasta traicionada por quienes dicen representar a Jesús. Hemos comprobado que para mucha gente escuchar estas entrevistas se traduce en vivir su fe cristiana con más libertad y con más alegría, actitudes imprescindibles para hacer posible “otro mundo”. El mundo necesita también de imaginación para ser transformado. Otro Dios es posible es un ejercicio de imaginación.

Tal vez ya es tiempo de revisar la imagen, la idea, que nos hemos hecho de Dios, tal vez el Dios que hemos construido o que hemos aprendido necesita ser deconstruido y reconstruido a partir de lo que Jesús de Nazaret nos enseñó. Para iniciar ese camino o para profundizarlo escribimos Otro Dios es posible.

"ENSEÑAR PENSAMIENTO CRÍTICO". Un libro de bell hooks


La búsqueda del pensamiento libre es una actividad constante. En Enseñar pensamiento crítico, hooks considera el aprendizaje el primer espacio para defender la diversidad, la igualdad y, en definitiva, la democracia.Si la enseñanza es el espacio donde desarrollar el pensamiento crítico, y el aprendizaje es una actividad que dura toda una vida, este libro aborda algunos de los problemas más urgentes que debemos enfrentar hoy en día dentro y fuera del aula. Enseñar pensamiento crítico es un libro imprescindible para cualquier persona que vea la educación como práctica de la libertad.Además de ser un manual para encontrar herramientas atrevidas con las que enfocar la enseñanza, también intenta cambiarlo todo, incluso a nosotros mismos. Hooks cuestiona cómo hemos aprendido hasta ahora, cuestiona los referentes y cuestiona el complejo equilibrio que nos permite enseñar, valorar y aprender a partir de obras escritas por autores racistas y sexistas, entre otros.Con esta obra intelectual, provocadora y alegre la autora celebra y reivindica el poder del pensamiento crítico. Sin duda, propone un cambio de paradigma en la educación, el aprendizaje y la transformación social.

viernes, 18 de febrero de 2022

"USOS DE LO ERÓTICO. LO ERÓTICO COMO PODER". Audre Lorde

Existen muchas clases de poder; los que se utilizan y los que no se utilizan, los reconocidos o los que apenas se reconocen. Lo erótico es un recurso que reside en el interior de todas nosotras, asentado en un plano profundamente femenino y espiritual, y firmemente enraizado en el poder de nuestros sentimientos inexpresados y aún por reconocer. Para perpetuarse, toda opresión debe corromper o distorsionar las fuentes de poder inherentes a la cultura de los oprimidos de las que puede surgir energía para el cambio. En el caso de las mujeres, esto se ha traducido en la supresión de lo erótico como fuente de poder e información en nuestras vidas.

En la sociedad occidental, se nos ha enseñado a desconfiar de este recurso, envilecido, falseado y devaluado. Por un lado, se han fomentado los aspectos superficiales de lo erótico como signo de la inferioridad femenina; y, por otro, se ha inducido a las mujeres a sufrir y a sentirse despreciables y sospechosas en virtud de la existencia de lo erótico.

De ahí sólo hay un paso a la falsa creencia de que las mujeres sólo podemos ser realmente fuertes si suprimimos lo erótico de nuestras vidas y conciencias. Pero esa fortaleza es ilusoria, ya que se concibe en el contexto de las pautas de poder masculinas.

Las mujeres hemos llegado a desconfiar de este poder, que surge de nuestro conocimiento más profundo y no racional. El mundo masculino nos ha prevenido contra él durante toda la vida; los hombres valoran los sentimientos profundos y desean que las mujeres los practiquen en beneficio suyo, pero al propio tiempo los temen y no se atreven a indagar, en ellos personalmente. Así pues, a las mujeres se las mantiene en una posición distante/inferior para exprimirlas y sacarles toda la sustancia, como si fueran esas colonias de pulgones que las hormigas ordeñan para alimentarse.

En realidad, lo erótico ofrece un manantial de fuerza inagotable y provocadora a la mujer que no teme descubrirlo, que no sucumbe a la creencia de que hay que conformarse con las sensaciones.

Los hombres han acostumbrado a definir erróneamente lo erótico y a emplearlo en contra de las mujeres. Lo han equiparado con una sensación confusa, trivial, psicótica, artificial. Por este motivo, muchas veces renunciamos a indagar en lo erótico y a considerarlo una fuente de poder e información, confundiéndolo con su antítesis, la pornografía. Ahora bien, la pornografía es la negación directa del poder del erotismo, ya que representa la supresión de los sentimientos verdaderos. La pornografía pone el énfasis en la sensación sin sentimiento.

Lo erótico es un espacio entre la incipiente conciencia del propio ser y el caos de los sentimientos más fuertes. Es una sensación de satisfacción interior que siempre aspiramos a recuperar una vez que la hemos experimentado. Puesto que habiendo vivido la plenitud de unos sentimientos tan profundos y habiendo experimentado su poder, por honestidad y respeto a nosotras mismas, ya no podemos exigirnos menos.

No es fácil exigirse rendir al máximo en nuestra vida, en nuestro trabajo. Aspirar a la excelencia supone superar la mediocridad fomentada por nuestra sociedad. Dejarse dominar por el miedo a sentir y a trabajar al límite de la propia capacidad es un lujo que sólo pueden permitirse quienes carecen de objetivos, quienes no desean guiar sus propios destinos. CONTINUAR LEYENDO

martes, 15 de febrero de 2022

"AFROTOPÍA". Un libro de Felwine Sarr.

 África no tiene que alcanzar a nadie, no tiene que imitar a nadie. Suyo es el futuro y eso le exige abstenerse de la competencia, de ese infantilismo con el que las naciones se miden para ver quién ha acumulado más riquezas, aparatos tecnológicos, sensaciones fuertes, sin plantearse que esta irresponsable carrera pone en peligro las condiciones sociales y naturales de la vida humana. Necesita lograr su descolonización a través de un encuentro fecundo consigo misma. En treinta y cinco años, la población africana representará un cuarto de la humanidad. Un peso demográfico y una vitalidad que inclinarán los equilibrios sociales, políticos, económicos y culturales del planeta. Afrotopía no es un dulce sueño. Es una utopía activa que pretende sacar a la luz los vastos espacios posibles de las realidades africanas y fecundarlos; es conducir a la humanidad a un nivel superior.

ÁFRICA NO ES UN PAÍS


"CASAS REPLETAS DE COSAS". Por Irene Vallejo. Milenio. 05.02.2022

Estamos cambiando la orografía del mundo con auténticas cordilleras de desperdicios. ¿Acaso nos encontramos ante las temibles consecuencias de nuestra espiral del despilfarro?

La primera montaña de basura, objetos comunes que no hemos sabido aprovechar, se remonta a la Antigua Roma. (Ilustración: Román)


Esta es una historia de hogares conquistados por acumulación, día a día, sin tregua: espacios invadidos despacio. Un habitante de un país rico puede poseer hoy miles de objetos a lo largo de su vida, desde móviles hasta pañales, ropa de todos los colores y grosores, botecitos de champú birlados en hoteles de varios continentes, regalos arrinconados, deportivas supervivientes de buenos propósitos pretéritos, souvenirs de guardia en estantes abarrotados o ubicuos envases de comida. Cuando nos mudamos, tomamos conciencia de la apabullante cantidad de cosas que amontonamos. Como escribió Baudrillard, los objetos cotidianos proliferan, las necesidades se multiplican, la producción acelera su nacimiento y su muerte. Un tranvía de deseos con fin de trayecto en la basura.

Nuestros ancestros tenían —y tiraban— pocas posesiones. Los pobres vivían hacinados y los poderosos hacían patente su riqueza con otros códigos: tejidos suntuosos, colores caros, perfumes, tiempo libre. Exhibían el precio y la rareza de sus propiedades, no su abundancia. Sin embargo, a los antiguos romanos —la primera sociedad de consumo de la historia— ya se les hizo una montaña el problema de los desechos. Literalmente. El monte Testaccio, con cuarenta y nueve metros de altura, es un cerro artificial situado en la Urbe formado por más de treinta millones de vasijas rotas que, durante siglos, fueron abandonadas allí. La mayoría eran grandes ánforas de aceite de oliva elaborado en la Bética, en Hispania; el contenido se trasvasaba a otros recipientes más pequeños y, como no era rentable lavarlas y reutilizarlas, las rompían en pedazos y las cubrían con cal para evitar malos olores. Aquella colina romana que viajó desde España fue una temprana advertencia de la peligrosa escalada de lo sobrante.

En nuestros tiempos, cuando cada europeo se deshace de un promedio de quinientos kilos al año y cada estadunidense tres veces más, estamos cambiando la orografía del mundo con auténticas cordilleras de desperdicios: aquí unos Urales de basurales, allá un Everest de vertederos. El consumismo ha creado sorprendentes consignas. “Vida desechable” fue el título de un artículo publicado en la revista Time en 1955, donde una familia sonriente atiborraba el cubo de su cocina con platos de papel y cubiertos de plástico que “nos robarían más de 40 horas para limpiarlos”. Por aquel entonces las grandes potencias empezaron a enviar sus desechos a países suficientemente pobres como para aceptar un desembarco de despojos. En Los Soprano la mafia se reciclaba en el tráfico ilegal de residuos, la droga que producimos pero no queremos ver. Y, en las sucesivas crisis, nos colonizó la metáfora: trabajo basura, bonos basura, comida basura, televisión basura.

Hace dos décadas, Agnès Varda partió en busca de los disidentes de la vida desechable, y los retrató en su documental Los espigadores y la espigadora. Siguió las huellas de la antiquísima tradición del espigueo, el derecho de niños y mujeres humildes a recoger las espigas de trigo caídas al suelo tras la cosecha. Con su cámara de vídeo, acompañó a quienes recolectan patatas abandonadas en los campos porque son demasiado pequeñas para comercializarlas, o quienes rebuscan entre las sobras caducadas de los supermercados de las ciudades. Gentes que escarban por pobreza, pero también por resistencia a derrochar o por amor al arte. La propia cineasta se revela como una espigadora poética que colecciona retazos de experiencias humanas. Una y otra vez nos muestra tomas de sus manos arrugadas, amarillentas y nudosas como tubérculos rechazados. Quizá crear siempre consistió en hurgar entre los desperdicios, es decir, habitar y recuperar lo antiguo: una historia de segundas vidas.

En este mundo que dilapida en nombre del tanto tienes —y tiras— tanto vales, nada sale más caro que lo barato desechable. De la Montaña Basura de Fraggle Rock a las montañas de basura de la distópica Wall-E, los cuentos contemporáneos han profetizado las temibles consecuencias de nuestra espiral del despilfarro. Aún es posible frenar la alocada carrera desde el escaparate al vertedero: un sinsentido consentido.

domingo, 13 de febrero de 2022

"¿QUIÉN DIJO "MIEDO" ¿Y QUIÉN DIJO AMOR? José Ovejero entrevista a Patricia Simón sobre su reciente libro: 'Miedo, viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio'.

Conozco el trabajo de Patricia Simón, sobre todo, a través de sus crónicas y artículos en La Marea. He seguido con tanta admiración como interés sus crónicas desde Lesbos, Cuba o Iraq. Si utilizamos esa expresión que se ha puesto de moda, «poner el cuerpo», sin duda ella es una profesional que lo hace: no escribe solo desde su casa o desde un espacio seguro, sino que se introduce en zonas en las que yo no entraría ni con guardaespaldas. Aparte de su valentía personal, lo que siempre me ha llamado la atención es que es una de esas pocas personas que no parecen tan interesadas en documentar una tesis previa como en buscar la verdad. Eso la ha llevado, por ejemplo, a adoptar una mirada sobre la crisis de las manifestaciones cubanas que a parte de los lectores y lectoras de este medio les pareció demasiado crítica con el Gobierno cubano. Le da igual, o no, pero lo hace de todas formas, y eso es refrescante, porque nos permite pinchar las burbujas en las que vivimos y, al leerla, hacer eso que resulta tan incómodo: intentar saber y comprender en lugar de juzgar de antemano. Que una mujer tan valiente como ella escriba un libro titulado Miedo, viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio (Debate) despierta inmediatamente mi curiosidad. Y también tengo curiosidad por saber cómo eligió cuatro miedos entre tantos posibles.

«En un principio eran más; estaba uno que al final deseché, porque me di cuenta de que mi hipótesis era falsa: el miedo al amor. Tras entrevistar a mucha gente y leyendo, ya no creo que tengamos miedo al amor, sino al contrario. Estamos en una sociedad en la que tenemos muchas ganas de querer, pero la estructura socioeconómica lo hace muy difícil. Y había otro miedo que quería abordar, pero que es transversal al resto de los miedos, el miedo a tener vidas insatisfactorias, que no están a la altura de nuestras expectativas. Pero cuando empecé a escribirlo y a desarrollar los anteriores capítulos me di cuenta de que no era un miedo tan determinante como los otros cuatro, y que ya lo abordaba en los capítulos del miedo a la pobreza y a la soledad».

Algo que se ve en el libro es que nuestros miedos están interrelacionados, no son compartimentos estanco, aunque sintamos algunos temores con más fuerza que otros.

 «De hecho, hay pasajes del capítulo del miedo al otro que tienen que ver con el miedo a la pobreza y de este con el miedo al otro. Especialmente esos dos están muy interrelacionados. Pero mi objetivo al plantear el libro era esbozar los miedos que nos están atormentando, como individuos y como sociedad, pero están muy mezclados y eso hacía difícil que los pudiésemos diagnosticar y saber cómo enfrentarlos; aun sabiendo que están muy relacionados y atravesados por preocupaciones comunes, también me parecía importante dividirlos. Tenía un afán de organizarlos».


sábado, 12 de febrero de 2022

"MIEDO. VIAJE POR UN MUNCO QUE SE RESISTE A SER GOBERNADO POR EL ODIO". Patricia Simón.

 ¡IMPRESINCIBLE! ¡MAGNÍFICO! ¡DE OBLIGADA LECTURA!

Un ensayo brillante y necesario que nos invita a ver más allá de nuestros temores. Desde el arranque del siglo XXI, el nivel de incertidumbre que nos hemos visto obligados a manejar en las sociedades occidentales ha aumentado sin cesar. Empeñados en no desfallecer, seguimos pedaleando tan rápido como pudimos, tantas horas al día como el cuerpo nos permitía, con la perenne sensación de que siempre podríamos habernos esforzado un poco más. Pero cuando un virus detuvo el mundo entero, salimos despedidos a la velocidad de la luz hacia un páramo desconocido, a solas con nuestros miedos. Miedo es un libro sobre los temores que han articulado nuestras vidas en los últimos años y que la COVID-19 ha evidenciado y agudizado, acelerando así el cambio de era en el que ya estábamos inmersos: la crisis del neoliberalismo, el cambio climático, la creciente desigualdad, los éxodos de migrantes y refugiados, la robotización del mercado laboral y el aumento del desempleo crónico, el encarecimiento de la vivienda, la crisis demográfica, la polarización y crispación sociales azuzadas por los algoritmos de las grandes empresas tecnológicas, o la privatización de los servicios públicos. La incapacidad de las democracias representativas para dar respuesta a estos desafíos ha terminado por convertirlos en una serie de miedos que los partidos populistas y de extrema derecha han instrumentalizado para imponer su agenda y los discursos de odio. En un ensayo maravillosamente escrito, Patricia Simón recoge, con gran elegancia, sensibilidad y empatía, un conjunto de voces que ejemplifica los principales temores de la sociedad contemporánea, y ofrece un análisis brillante y sensato de las razones que nos están llevando de un mundo regido por la manipulación de la incertidumbre a otro gobernado por la manipulación de los miedos.

"… Un estado del bienestar que nos revitalice con su respaldo nos permitirá demostrar que sin su multimillonaria maquinaria destinada a producir odio, pobreza, frustración, mentira, manipulación, amenazas y enemigos, la ultraderecha y la derecha reaccionaria no solo son incapaces de producir miedo, sino incluso de dar miedo. Porque evaporado el humo y silenciado el ruido, comprobaríamos que no son más que las marionetas financiadas por las grandes fortunas y las transnacionales para distraernos con su histrionismo, mantener sus privilegios y seguir ensanchando la desigualdad."



lunes, 7 de febrero de 2022

"CANCIÓN DE MUERTE Y SALVACIÓN". Zahara


"Yo estaba ahí
Pero no era yo

Una mancha negra 
que surge del pecho 
Chapapote brotando de tus arterias 
embistiendo contra tus venas, 
ahogando tus pulmones 
Ojalá haberse dormido en aquella bañera 
en un adiós prematuro a la tristeza

Creías que no respirarías jamás
Te producía placer la aceptación de la derrota
Porque solo ahí, solo ahí
en esas manos que buscaban pastillas en el baño, en esos dedos que 
forzaban el cajón de abajo del
cuarto privado de tus padres estaban ellos, 
los verdaderos padrenuestros esperando
No te confundas, nadie va a venir a perdonarte en el nombre de nadie
Te entregas con los brazos en cruz, pero no podrás resucitarte

Te habían quitado lo que era tuyo,
lo que era puro e ingenuo y lo que estaba perfecto
Lo convirtieron en un
fruto podrido caído del árbol prohibido de los pecados
Dañado para siempre
Dañado para siempre

Aún así pensabas que habría algo que podría salvarte
A veces era un cuerpo
A veces un escrúpulo
A veces una mentira
A veces rezar por las noches
O pedir algo aunque que no sabías bien qué era
Te dejabas llevar por cualquiera que quisiera tocarte
porque era más fácil no sentir nada ahí
que pararse a intentar comprender lo que había entre las piernas 
que solo causaba dolor y problemas

Los fantasmas se asentaron,
tomaron el control,
asumieron el mando
Te quedaste a vivir en la cárcel más cercana
estaba dentro de tu propia jaula
La habías construido tú con los restos que quedaban de tu infancia

Buscabas tu canción
de muerte y salvación 

Yo estaba ahí, porque era yo"

 ACCEDE a la entrevista de Patricia Simón a Zahara. 23/06/2021

Zahara: “Hay un momento en el que pienso que estas canciones son como ese intento de suicidio”

domingo, 6 de febrero de 2022

"LA DIGNIDAD LABORAL Y LA REFORMA POLÍTICA". Por Luis Garcia Montero en elDiario.es, 5 de febrero de 2022.

No hay mejor ayuda para la derecha que un tonto de izquierdas. Nuestros tontos son tan puros, tan puros, que sirven para dificultar cualquier progreso real

Hay nacionalistas que tienen de ezquer o de esquerra lo que yo tengo de arzobispo católico. Espero que los sacerdotes de barrio y las personas de izquierda tomen nota en las próximas elecciones.

El nacionalismo ha servido desde entonces para limitar los progresos de la clase trabajadora, confundir los debates políticos y facilitar los intereses neoliberales a la hora de desmantelar la sanidad y la educación pública.

"A mi trabajo acudo, con mi dinero pago...", escribió Antonio Machado en su Retrato, orgulloso de ganarse la vida como profesor de Instituto. Pagaba su traje, su pan y su vivienda. En estos versos late una convicción ética de primera magnitud: el buen trabajo es la raíz profunda no sólo de la realización personal, sino del compromiso con la vida en común.

Machado había comenzado a escribir en un tiempo movido por el esteticismo modernista y las invitaciones a la bohemia. El utilitarismo burgués produjo a finales del XIX reacciones líricas que defendían el extremo contrario, el valor de la inutilidad, la bagatela y la ornamentación retórica. Cuando Machado se presentaba en verso y con orgullo como un trabajador, tomaba una postura cívica inseparable de su conciencia democrática y republicana. Más allá de las mezquindades, los egoísmos y las mentiras, el espacio público es el lugar en el que deben ponerse de acuerdo los intereses personales y el bien común.

Se trata de una cuestión de estilo. El poeta debe cultivar su conciencia propia y su lenguaje personal, pero intentando que ese cultivo sirva para enriquecer el entendimiento en una lengua compartida. El realismo singular de Machado hizo que sus gotas de sangre jacobina se encarnaran en un lenguaje que no quería confundirse con una doctrina cerrada. Su negociación pretendía llegar a un acuerdo con los lectores, una emoción común. Como poeta y ciudadano, Machado fue, en el buen sentido de la palabra, bueno.

De la negociación entre la intimidad, lo privado y lo público nace la buena poesía. Los sindicalistas saben que de las negociaciones dependen las mejoras del trabajo, es decir, el verdadero progreso de la patria. El poema memorable sirve para emocionarnos, pero además deja al descubierto las trampas de la cursilería, el hermetismo y las retóricas huecas. La negociación memorable entre el Gobierno, los empresarios y los sindicatos para reformar la ley laboral mejora la vida de la mayoría social , protege contratos de trabajo más dignos y legitima la eficacia de los convenios colectivos. Pero, además, ha dejado al descubierto algunas cuestiones importantes.
La primera afecta a una realidad conocida porque se ha repetido mucho en nuestra historia contemporánea: no hay mejor ayuda para la derecha que un tonto de izquierdas . Nuestros tontos son tan puros, tan puros, que sirven para dificultar cualquier progreso real.

Pero hay, además, dos hechos que merecen atención: el verdadero juego que los nacionalismos políticos cumplen en España y la soledad desvalida de la derecha democrática.Cuando la derecha española vio los resultados de las primeras elecciones democráticas en Cataluña, con una mayoría muy notable de los socialistas y los comunistas que habían soportado el peso de la lucha contra la dictadura, tardó poco en comprender que debía devolver a casa, lo antes posible, al presidente Tarradellas. El nacionalismo ha servido desde entonces para limitar los progresos de la clase trabajadora, confundir los debates políticos y facilitar los intereses neoliberales a la hora de desmantelar la sanidad y la educación pública. Creo significativo que el pacto entre derecha e izquierda, defendido en nombre de una gran coalición, fracase en el parlamento español, pero gobierne en Cataluña en nombre de la identidad independentista. El lema “todo por la patria” me sigue dejando mal sabor de boca. Hay nacionalistas que tienen de ezquer o de esquerra lo que yo tengo de arzobispo católico. Espero que los sacerdotes de barrio y las personas de izquierda tomen nota en las próximas elecciones.Por otra parte, la soledad de la derecha democrática es grave para nuestra sociedad y el PP debería tomarse en serio sus reformulaciones. Los medios de información de derechas van por delante de él, acercándose a Vox con sus titulares crispados, sus bulos y su manipulación comunicativa. Los empresarios, sin embargo, se quedan por detrás y apoyan la reforma, pensando en el bien de sus propios negocios y en la economía del país. Que la derecha española no apoye una reforma acordada por los empresarios es un síntoma de malestar democrático tan grave y torcido como el endecasílabo al que le sobran dos sílabas o el soneto al que le faltan tres versos.

En fin, la buena política ha acudido esta vez con dignidad a su trabajo, llegando a acuerdos en beneficio del traje que nos viste, el pan que nos alimenta y la casa que habitamos. La suerte y los imprevistos han sido, por encima de las trampas, en el buen sentido de la palabra…buenos . Y me limito a decir buenos porque la poesía me ha enseñado a negociar conmigo mismo.

sábado, 5 de febrero de 2022

"POBRES PERO FELICES". Un artículo sobre Cuba de Sara Tiyá en Afroféminas (10 de Diciembre de 2019)

Imagen de Paul Quimbau

Creer y difundir el mito de que el dinero no da la felicidad, es la forma más corriente de lavar la conciencia del Primer Mundo.

En el fondo lo hacen por nosotros, porque ser feliz es lo más importante, a fin de cuentas. Y hasta ahí puede que estemos de acuerdo. Pero también puede que tengamos visiones muy distintas de lo que se necesita para ser feliz. Y muchas de esas cosas no son gratis.

Hija de esa época de miseria absoluta conocida como Período Especial, mis primeros recuerdos son de personas en los huesos que soñaban con una casa que no se estuviera cayendo, un jabón para darse un baño decente, un buffet libre de carne de res, y cualquier otro lujo de telenovela importada. La vida se nos podía ir en eso: en imaginar una realidad lejos de la masa de oca y las compresas racionadas. Una realidad donde, si no íbamos a la escuela, era porque no queríamos y no porque no tuviéramos zapatos.

¿Nos reíamos? Sí. Y jugábamos al dominó y hasta bailábamos casino. Contábamos chistes durante los apagones. Quemábamos muñecos la noche de San Juan, y hacíamos caldosas comunitarias con más voluntad que proteína para celebrar las fiestas revolucionarias. Por eso los extranjeros se confundían. Ahí estábamos nosotros, bebiendo matarratas y permitiéndonos el lujo de pasarlo bien un rato, y ahí estaban ellos, cámara en mano, inmortalizando el momento y elogiando nuestras paredes de ladrillo visto, como si fueran cuestión de moda y no de falta de presupuesto.

De ahí pasamos al paternalismo: “Yo, que he tenido el privilegio de viajar mucho y ver mucho, te digo que en otros países se está peor, así que no te quejes”. Gracias por el consuelo, pero no. No me sirve aguantar y conformarme por el miedo a una vida peor; prefiero la esperanza de que se puede cambiar todo aquello que nos ata a la miseria. Y, sea mejor o peor, aspiro a conocerlo por mí misma y no a través de tu opinión.

Y del paternalismo, al colonialismo. Ese colonialismo que aún nos dice que debemos sacrificarnos para que otros puedan mantener sus estándares de vida. Da igual si ya no tenemos el calificativo de provincia o de territorio de ultramar, seguimos siendo considerados lugares a los que explotar. Y debemos cumplir nuestra misión con la sonrisa que nos caracteriza.

Misión que empieza con el compromiso a no cambiar.

Desde que llegué a España (hace algunos años ya), he perdido la cuenta de toda la gente que me ha dicho: “Hay que ir a Cuba antes de que se muera Fidel”, “Hay que ir antes de que lleguen los yanquis”, “Hay que ir antes de que la cosa cambie, porque luego no será lo mismo”. Incluso sin saber si queremos cambiar o no, si el cambio será a mejor o a peor, si vienen los yanquis o no, si nos mantenemos fieles a la patria socialista o cogemos con ganas el capitalismo, la premisa es ir mientras seamos un país atascado en el tiempo, con su tardía llegada al siglo XXI, sus coloridos almendrones vintage, y su gente desesperada con tanto inventar y resolver. Que la cosa cambie, implica que a lo mejor no encontrarás un cuarteto de son en cada esquina ni exóticas nativas low cost, y ante la duda, mejor si se queda todo como está, encajando con tus expectativas.

¿Qué quiere la gente de Cuba? Nada, que vamos a querer. Somos pobres, pero felices. Tener buen humor nos desacredita hasta para desear.

Y seremos pobres, y hasta felices a veces, pero queremos lo mismo que tú. Crecemos teniendo las mismas aspiraciones y recibiendo los mismos mensajes, con la diferencia de que esos mensajes se elaboran en una parte del mundo a la que no pertenecemos: la tuya. A nosotros también nos gustan los mercados bien abastecidos, los armarios llenos de ropa, la conexión a internet de alta velocidad, los coches de último modelo y las vacaciones en el extranjero. ¿Capitalista? ¿Consumista? ¿Antiecológico? Seguramente. Pero te llevas las manos a la cabeza cuando somos nosotros quienes lo queremos, no cuando eres tú quien lo disfruta.

Hace poco me contaba una conocida que había ido a Perú, y, como buena viajera, quería ver las comunidades auténticas, esas donde la gente aún está como hace siglos. Después de varios días en el país, consiguió llegar a una aldea donde los indígenas vivían de hacer artesanía para vender a los turistas. Y se sorprendió cuando una de las artesanas le dijo que su smartphone le encantaba, que ella también quería uno. “Qué pena, ¿no? Al final el capitalismo se lo come todo”.

Esa artesana indígena no tenía derecho a querer un teléfono con conexión al resto del planeta. No podía querer ver lo que otros ven, ir a donde los otros van, ni hacer otra cosa que no fuera permanecer en su sitio, pobre, incomunicada, para que mi conocida pudiera subir fotos cool a las redes sociales con sus collares de semillas.

Y así estamos: el capitalismo buscando nuevos mercados, generando necesidades para seguir vendiendo y vendiendo, y el colonialismo diciendo qué se hará con nuestros recursos, pero que no nos entusiasmemos: para que haya en un lado tiene que faltar en otro. Siempre en el mismo.

Puedes saquear nuestros países mientras nos niegas el derecho a migrar, porque somos pobres, pero felices donde estamos.

Puedes presumir ante nosotros de cualquiera de tus privilegios: no los necesitamos. Nos basta con un taparrabos y un tambor.

Puedes incluso disfrazar de ayuda humanitaria tus donaciones de libros de EGB y enciclopedias desfasadas. Cualquier mierda que te sobre nos hace felices.

No te preocupes: aquí nos quedamos. Seguiremos siendo ese parque de atracciones viviente donde todo permanece tal y como está. Nos sacrificamos los de siempre para que laves tu conciencia pensado que cambiarías con gusto tu vida por la nuestra, porque tú sí sabrías ser feliz ahí donde nosotros no podemos.

viernes, 4 de febrero de 2022

"SER AMABLES". Un artículo del filósofo Santiago Alba Rico publicado en ctxt el 26/06/2021

Renunciar a comprender el mundo, renunciar a ser amables con el otro, significa sustituir la banalidad del bien y sus curativos efectos inconmensurables por la banalidad del mal y su eficacísima contabilidad mortal

Hay tres formas de entender la inocencia. La primera tiene que ver con la práctica del sacrificio tal y como la concebían los pueblos antiguos. En la tradición tanto griega como judía, la víctima del sacrificio, humana o animal, debía ser escogida por su especial pureza. A los dioses no se les podía ofrecer una criatura con tacha, imperfecta o incompleta. El Levítico, por ejemplo, da toda una serie de instrucciones sobre las condiciones que debe cumplir el animal destinado al ara sacrificial: el peso, la belleza, la integridad anatómica. O pensemos en el mito griego de Ifigenia, la hija del rey Agamenón, a la que éste tiene que sacrificar, de vuelta de Troya, para evitar el castigo de los dioses. Ifigenia es escogida porque al máximo rango social y emocional une la máxima inocencia, asociada a su edad y condición. Lo mismo ocurre con Isaac (Ismail para los musulmanes), al que su padre Abraham, a petición de Dios, se dispone a sacrificar: es lo más querido y, al mismo tiempo, lo más puro que posee. Esta identidad primitiva entre sacrificio y pureza ha sobrevivido en la ilusión pertinaz de los perdedores y humillados, que deducen su superioridad moral –su condición de pueblos o individuos “elegidos”– del sufrimiento injusto que se les ha infligido. Si me persiguen y me matan, es que soy bueno. Este sentimiento, de origen sacrificial, ha operado de mecanismo de defensa colectivo en el caso de algunas minorías perseguidas: así ocurrió con el chiismo hasta la revolución de Jomeini o con los judíos europeos hasta la creación de Israel; y sigue muy vivo en las tradiciones revolucionarias, que han buscado consuelo para sus sucesivas derrotas en la idea misma de la derrota como prueba irrefutable de la verdad superior alojada en sus reivindicaciones.

Un residuo de este atavismo sacrificial pervive en la famosa frase de Sócrates, el filósofo griego ejecutado en Atenas en el año 399 a. de C.: “Es mejor sufrir una injusticia que cometerla”. Pero, más allá del prestigio del dolor y la derrota, o del imperativo de una moral absoluta, lo que Sócrates está proponiendo es el fin de la “ley de la selva”. En el diálogo platónico Gorgias, dos oligarcas de su época, Polo y Calicles, se habían burlado de él en nombre de la naturaleza, que distingue –sostenían– entre leones y gacelas y da siempre ventaja legítima al más fuerte. Sócrates no está defendiendo exactamente a los más débiles; defiende una Ley que no responda a la pregunta “qué es más conveniente para mí o para mi tribu o para mi clase” sino a esta otra cuestión mucho más decisiva porque en ella, con todas sus ambigüedades, va a fundarse el Derecho moderno: “Qué es lo más justo para todos”. En términos jurídicos, “inocente” no es el más bueno, el más puro, el más guapo, ni tampoco el más griego o el más rico; inocente es aquél que, con independencia de cómo se comporte con sus amigos o con su cónyuge, no es culpable en el caso particular que se juzga. No soy ni cortés ni generoso, es cierto, pero no he robado a Salah ni matado a Sofía.

Pero inocente se dice asimismo –incluso etimológicamente en el caso del latín– del que no hace daño. En un mundo tan complejo como el nuestro es muy difícil estar seguro de que pasamos por la vida sin hacer ningún daño. Si amamos sinceramente, es probable que inflijamos y recibamos también dolor; si vivimos normalmente en una sociedad capitalista, y nos vestimos, hablamos por teléfono y comemos en una sociedad capitalista, nuestros gestos más sencillos, inscritos en una red de intercambios y consumo global, tienen efectos inconmensurables sobre el conjunto de la vida. Ahora bien, lo más terrible que se puede decir de este mundo es que a veces, desde la aceptación cínica del propio poder o de la propia impotencia, los humanos llegan a un punto en el que desprecian la inocencia y llaman “ingenuo” al que intenta hacer el menor daño posible e incluso al que pretende introducir algún bien menor en su entorno más cercano.

Conviene decir dos palabras, pues, sobre la ingenuidad. Una historia que siempre me ha gustado mucho es ésa que la tradición medieval cristiana atribuye a San Agustín, el santo nacido en el año 359 en la actual ciudad argelina de Souk Ahras. Según esta leyenda, paseaba un día el teólogo por la playa, absorto en el problema insoluble de la Trinidad, cuando vio a un niño que recogía agua del mar con una concha para depositarla a continuación en un agujero excavado en la arena. Iba una y otra vez de la orilla a la playa, con un tesón infatigable, hasta que Agustín, intrigado, le preguntó por el propósito de su vano azacaneo. “Quiero vaciar el mar”, respondió el niño. Conocemos el resto. El santo le dijo al niño que eso era imposible y el niño, que en realidad era un ángel, le replicó a su vez: “Tan imposible como resolver el enigma en el que estás pensando”.

Olvidemos que se trataba de un ángel. Es verosímil imaginar a un niño normal emprendiendo y reanudando sin fatiga, con obstinación imperturbable, esa tarea infinita. La ingenuidad de un niño no consiste en creer que va a ser capaz de vaciar el mar con un cubo o una concha; consiste en tomarse en serio una tarea que sabe imposible. El término “ingenuo” tiene en latín una etimología muy bonita; remite, por oposición al esclavo, al humano que es libre de nacimiento; y evoca por tanto la idea de “origen” y de “comienzo” y, si se quiere, la noción un poco paradójica de un “empezar otra vez” o “empezar de nuevo”. Es decir, la ingenuidad tiene que ver con la repetición de un gesto que, cada vez que se hace, se hace desde el principio, como si no se hubiera hecho nunca antes: un gesto, si se quiere, “libre” de la memoria de la humanidad que llamamos Historia. El sol, que sale todas las mañanas, es ingenuo. El niño que coge una y otra vez un cubo de agua del mar es ingenuo. La mujer que lava y tiende la ropa en medio de las ruinas de una guerra es ingenua. La ingenuidad no consiste en creer que es posible resolver los problemas del mundo; consiste en creer sencillamente que el mundo es posible. La ingenuidad, por así decirlo, crea el mundo cada mañana: en medio de la complejidad más inextricable, atrapados en una selva hostil cuya radical maldad no podemos cambiar, la ingenuidad cree todavía posible llenar un cántaro de agua, coser un botón, encender de nuevo el fuego, enseñar a un niño matemáticas, curar una herida. Por eso se puede ser al mismo tiempo pesimista e ingenuo. El optimista –casi siempre hombre– puede destruir alegremente el mundo; el ingenuo –casi siempre mujer– sigue sosteniéndolo entre sus manos, a veces cansado y de mal humor, sin hacerse muchas ilusiones sobre los hombres que lo están destruyendo.

Es lo que yo llamaría “la banalidad del bien”. De la del mal, lo recordamos, se ocupó la filósofa alemana Hannah Arendt en relación con Adolf Eichmann, el funcionario nazi encargado de transportar a los judíos a los campos de concentración: un hombre leal, competente, honrado, obediente, que se convirtió en cómplice de un exterminio en el ejercicio de estas triviales virtudes burocráticas. La banalidad del bien, mucho más frecuente, es sin embargo mucho menos visible y merece muchos menos laureles. El paleontólogo darwinista estadounidense Stephen Jay Gould, muerto en 2002, aseguraba que las especies se definen en los momentos de estabilidad, no en los de cambio y mutación, y que, si hay que seguir considerando a la humanidad una especie, es necesario recordar que, en las largas duraciones, no se define por la violencia, la crueldad o el egoísmo, como nos hacen creer las grandes conquistas y las grandes matanzas, sino por esa apretada red de pequeños gestos cotidianos –del intercambio desinteresado de servicios entre vecinos a los cuidados recíprocos dentro de una comunidad– que garantizan la consistencia y supervivencia del mundo común en medio de las más grandes calamidades.

El problema es que, si podemos contar los muertos de un bombardeo y las heridas de un cuchillo, no podemos medir los beneficios de la “banalidad del bien”. Las caricias, lo he dicho muchas veces, no dejan huellas, de manera que podemos dejar de acariciarnos sin que sintamos ningún dolor inmediato. Por eso mismo, en un mundo del que hubiese desaparecido la inconmensurable banalidad del bien –quiero decir– seríamos muy infelices, sí, pero sin llegar a averiguar qué es lo que echamos en falta. O dicho de otra forma: si de nuestras vidas se retirasen la belleza, la solidaridad, el cuidado, la cortesía, nos volveríamos malos sin sentir nada, aceptando más bien la maldad como un instrumento normalizado de supervivencia.

La banalidad del bien que he llamado ingenuidad, como variante de la inocencia, está hoy muy amenazada. Lo está no solamente en escenarios de guerra y dictadura, como es el caso de Siria, sino un poco por todas partes, como resultado de la erosión capitalista de los vínculos antropológicos, sustituidos por el egocentrismo digital, y de la aceptación subjetiva de un futuro sin horizonte. Digamos que estamos viviendo un retorno hipertecnológico a esa sociedad primitiva, pre-socrática, en la que los sacrificios humanos y la ley de la selva dominaban sobre la justicia y el derecho. En este contexto civilizacional, los dos enemigos de la inocencia y la ingenuidad son, como ha ocurrido en otras crisis anteriores, la hipocresía y el cinismo. La hipocresía es el primer síntoma de un desmoronamiento, pero no implica inevitablemente el paso al cinismo y, aun más, puede servir a veces de muro de contención. El hipócrita habla un “doble lenguaje”, de manera que –dice el adagio clásico– homenajea públicamente a la virtud mientras practica oscuramente el vicio. Ahora bien, mientras la hipocresía no renuncie a su doblez la esfera pública sigue regida por la “virtud”, y eso incluye también las leyes, los medios de comunicación y los partidos políticos. Es verdad: cuando uno corrompe las instituciones en nombre de la democracia, ocupa países en nombre de la paz o el humanitarismo y bombardea ciudades invocando los Derechos Humanos, se están cometiendo dos acciones graves. Una muy grave: matar seres humanos. Otra gravísima: matar palabras, principios y valores.

Podemos decir, en todo caso, que la hipocresía es lo propio de las sociedades estables y que solo se vuelve potencialmente peligrosa en los socavones de las grandes crisis de civilización, allí donde, de pronto, tanto los poderosos como los débiles asumen que nada puede ser cambiado: cuando unos y otros aceptan como natural, respectivamente, su poder y su impotencia. Hace unos días, en un seminario sobre Palestina, comentaba este deslizamiento inquietante. Hasta hace no mucho tiempo podía indignarnos la hipocresía de los EE.UU. o de la UE, que enunciaban grandes palabras y financiaban pequeños proyectos, mientras de hecho apoyaban, por activa o por pasiva, a Israel en Gaza y a Bachar el-Asad en Siria. La hipocresía tenía que ver, en todo caso, con la hegemonía formal del discurso de los Derechos Humanos, al que ni los más siniestros asesinos se atrevían a renunciar. Hoy eso se ha acabado. Hemos pasado de la hipocresía al cinismo; hemos acabado, si se quiere, con el “doble lenguaje” y no para ajustar nuestras prácticas a nuestros valores sino, al revés, para acomodar nuestros valores a nuestras prácticas. El cinismo, como demostraba ya el marqués de Sade en sus obras libertinas del siglo XVIII, es lo propio de las clases altas, emancipadas de todo freno democrático, las cuales defienden como “natural” su poder, su violencia y su impunidad. Lo defienden, es decir, como fatal e inevitable. Lo malo es cuando el cinismo se difunde desde las clases altas a las clases medias y populares. Eso es lo que estamos viendo en Europa con el crecimiento de la ultraderecha, cuya hegemonía discursiva se impone en algunos casos también en la izquierda: respecto de inmigrantes, refugiados, musulmanes, “nos nos podemos permitir” los Derechos Humanos. No seamos hipócritas, nos dicen: para defender nuestras casas, nuestras familias, nuestro modo de vida, no nos podemos permitir ya ser “buenos”.

No nos podemos permitir ni siquiera la amabilidad. En 1956, poco antes de morir, Bertolt Brecht escribió un bellísimo poema titulado Vergnügungen, que algunos traducen como “placeres” y otros como “satisfacciones”, título que personalmente prefiero. En él el poeta alemán ofrece una lista casi oriental de pequeños placeres vinculantes (mirar por la ventana, nadar, rostros entusiasmados, el viejo libro vuelto a encontrar, la nieve, zapatos cómodos, la dialéctica) completamente incomprensibles para un occidental líquido disuelto en la velocidad de internet. De todas estas “satisfacciones” diminutas y concretas hay dos ya casi extinguidas, como los dinosaurios y los rinocerontes blancos, incompatibles con el orden del mercado capitalista y que desde Twitter suenan un poco extravagantes: “comprender” (begreifen) y “ser amable” (Freundlich sein).

“Comprender” es cada vez más difícil porque objetivamente el mundo es crecientemente complejo. Pero hemos olvidado que, si pensar da tanta pereza como lanzarse en verano a la poza de agua helada que –lo sabemos– aliviará nuestro sofoco, el placer de arrojar luz sobre las sombras no se puede comparar a ningún otro, ni físico ni tecnológico. Resolver un problema matemático, apropiarse el pensamiento de un filósofo después de horas o días de lectura o desenredar el meollo político que nos tenía desazonados genera una alegría tan pura y profunda como el amor y mucho más intensa que el sexo, la comida o el juego. En cuanto a “ser amables” también es cada vez más difícil en un planeta en el que el propio cinismo desprestigia la amabilidad como signo de irrealismo o de debilidad. En todo caso, ¿qué tienen en común estos “placeres”? Que tanto comprender como ser amables son prácticas que requieren atención; y la atención es lo primero que se pierde en situaciones de guerra, pero también en el marco de una sociedad global que, ni en el terreno laboral ni en el informativo ni en el recreativo, permite detenerse a mirar. Creo que no somos capaces de medir las consecuencias civilizacionales de esta catástrofe. Estos placeres de la atención –uno por la vía del pensamiento, el otro por la del afecto– son inseparables del reconocimiento de la existencia del mundo. O, lo que es lo mismo, de su fragilidad radical. Lo que comprendo cada vez que comprendo algo es que el mundo, a punto de desvanecerse, hay que sostenerlo con el pensamiento y con las manos. Lo mismo ocurre con la amabilidad: cada vez que digo “gracias”, que cedo el paso, que me muestro cariñoso o complaciente, que me detengo y dedico un minuto, arrancado al tiempo velocísimo de la digestión, a interesarme por mi vecino, estoy conociendo la fragilidad de los otros y declarando en voz alta la mía propia. En el revolcón de la crisis, lo mismo en Madrid que en Sidney, lo mismo en Damasco que en Nueva York, lo mismo en los círculos empresariales que en los militantes, una declaración de fragilidad es ya una invitación al desprecio y la agresión. En las grandes ciudades europeas, lo he dicho otras veces, “amables” ya sólo lo son los que tienen algo que ocultar o algo que temer: los inmigrantes y refugiados, cuya misma cortesía los pone a merced de todos los golpes y todos los abusos.

“Comprender” y “ser amables”, prácticas gemelas y hasta siamesas, son verbos dotados hoy de un valor casi “revolucionario”. Nada se parece tanto a una declaración de derrota como la renuncia al pensamiento y a la amabilidad. Renunciar a comprender el mundo, renunciar a ser amables con el otro, significa sustituir la banalidad del bien y sus curativos efectos inconmensurables por la banalidad del mal y su eficacísima contabilidad mortal. Llegados a ese punto, cuando hemos descartado o rechazado la tercera forma de inocencia (la que implica el compromiso de “no hacer daño”), la salvación queda en manos de esos pocos ingenuos heroicos que, como el ángel-niño de San Agustín, siguen repitiendo, en medio de las ruinas, el mismo gesto reparador.

https://ctxt.es/es/20210601/Firmas/36427/san-agustin-socrates-inocencia-santiago-alba-rico.htm

jueves, 3 de febrero de 2022

"MALDITA SEA LA CRUZ". Un poema de Pedro Casaldáliga.

Maldita sea la cruz
que cargamos sin amor
como una fatal herencia.

Maldita sea la cruz
que echamos sobre los hombros
de los hermanos pequeños.

Maldita sea la cruz
que no quebramos a golpes
de libertad solidaria,
desnudos para la entrega,
rebeldes contra la muerte.

Maldita sea la cruz
que exhiben los opresores
en las paredes del banco,
detrás del trono impasible,
en el blasón de las armas,
sobre el escote del lujo,
ante los ojos del miedo.

Maldita sea la cruz
que el poder hinca en el Pueblo,
en nombre de Dios quizás.
Maldita sea la cruz
que la Iglesia justifica
-quizás en nombre de Cristo-
cuando debiera abrasarla
en llamas de profecía.

¡Maldita sea la cruz
que no pueda ser La Cruz!


miércoles, 2 de febrero de 2022

"ESCRITORES, ¿QUÉ APOYÁIS?. Un artículo de Fabián Laespada



"LUCHA DE GIGANTES". Antonio Vega


Lucha de gigantes
convierte el aire
en gas natural.
Un duelo salvaje
advierte lo cerca
que ando de entrar.
En un mundo descomunal
siento mi fragilidad.
Vaya pesadilla
corriendo con una
bestia detrás.
Dime que es mentira
todo, un sueño tonto
y no más.
Me da miedo la inmensidad
donde nadie oye mi voz.

Coro:
Deja de engañar
no quieras ocultar
que has pasado
sin tropezar.
Monstruo de papel
no sé contra quien voy
o es que acaso
hay alguien más aquí.

Creo en los fantasmas
terribles, de algun
extraño lugar.
Y en mis tonterías para
hacer tu risa estallar.
En un mundo descomunal
siento tu fragilidad.

Coro

Deja que pasemos sin miedo.

Autor: Nacha Pop

"NECESITAMOS UN ÉXODO DEL SIONISMO". Naomi Klein (elDiario.es 3 MAY 2024)

Judíos y simpatizantes celebran un Séder de Pascua para protestar contra la guerra en Gaza, el pasado 23 de abril, en el distrito de Brookl...