domingo, 31 de julio de 2022

"LA MEMORIA INCOMPLETA". Conferencia de Antonio Muñoz Molina

 La conferencia de Antonio Muñoz Molina se desarrolló en la Universidad de Utrecht el 20 de octubre de 2011 dentro del Ciclo de Conferencias Spinoza

En primer lugar, tengo que decir que para mí, dar una conferencia que lleva el nombre de Baruch Spinoza es ya conmovedor porque representa dos cosas para mí muy importantes: la defensa de la racionalidad frente al fanatismo y al oscurantismo religioso y de cualquier otro tipo, y representa también la dignidad de las personas perseguidas que se quedan sin país, sin idioma, y que son expulsadas hasta por aquellos que parecían los suyos. Hay un soneto maravilloso de Borges dedicado a él que me aprendí de memoria. Empieza diciendo:

Las traslúcidas manos del judío
labran en la penumbra los cristales
y la tarde que muere es miedo y frío.
(Las tardes a las tardes son iguales).

Y así sigue el poema. Imaginarse a Spinoza puliendo lentes que ayudarán al conocimiento del mundo material y elaborando teorías que contribuirán, de manera decisiva, en un futuro, al progreso de la razón humana es una de las grandes imágenes que para un escritor, que aspira a ser un escritor español y europeo, es muy importante.

Cuando el profesor Valdivia me invitó a venir aquí a dar esta conferencia, yo pensé que podría ser útil que explicara el modo en que la necesidad de indagar, de buscar o de completar de algún modo la memoria española, la memoria del pasado español, la necesidad que yo había sentido desde muy joven; y el modo en que esa memoria fragmentaria, o dividida, o muchas veces suprimida o engañada estaba flotando en el aire cuando yo era niño…; el modo en que esa memoria contribuyó a crear mi propia imaginación como escritor.

A lo que aspira la literatura de ficción es a explicar el mundo mediante relatos y cada escritor, creo yo, tiene una narración básica que va persiguiendo a lo largo de su vida. Y, en mi caso, por circunstancias biográficas y probablemente psicológicas, esa búsqueda de una memoria rota, o perdida, o incompleta, ha sido desde el principio un elemento fundamental. Entre los primeros recuerdos de mi vida están los recuerdos de oír a los mayores: en mi casa, en la familia o en el campo donde trabajaban mis padres. Oír a las personas mayores hablar de algo que era muy extraño para mí: la guerra. La guerra para un niño era la guerra que se veía en las películas. Eran los cómics que había cuando era pequeño que se llamaban Hazañas bélicas. Eran cómics de soldados americanos luchando heroicamente contra los nazis y contra los japoneses. La guerra eran también las películas de guerra. Y para mí ver que aquellas personas que eran comunes y que eran de mi familia o conocidos hablaban de una guerra en la que ellos habían estado despertaba mi imaginación de una manera muy poderosa. Porque después, en otras tentativas de modificación de la memoria, se ha dicho que en España, hasta prácticamente el año pasado, no se hablaba de la guerra. Es una historia atractiva, pero tiene el defecto de ser falsa. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 30 de julio de 2022

"EL REGRESO DEL CONOCIMIENTO. Un artículo de Antonio Muñoz Molina publicado en El País el 25-III-2020

Nos habíamos acostumbrado a vivir en la niebla de la opinión; pero hoy, por primera vez desde que tenemos memoria, prevalecen las voces de personas que saben y de profesionales cualificados y con coraje

Por primera vez desde que tenemos memoria las voces que prevalecen en la vida pública española son las de personas que saben; por primera vez asistimos a la abierta celebración del conocimiento y de la experiencia, y al protagonismo merecido y hasta ahora inédito de esos profesionales de campos diversos cuya mezcla de máxima cualificación y de coraje civil sostiene siempre el mecanismo complicado de la entera vida social. En los programas de televisión donde hasta hace nada reinaban en exclusiva charlistas especializados en opinar sobre cualquier cosa en cualquier momento, ahora aparecen médicos de familia, epidemiólogos, funcionarios públicos que se enfrentan a diario a una enfermedad que lo ha trastocado todo y que en cualquier momento puede atacarlos a ellos mismos. Cada tarde, a las ocho, sobre las calles vacías, estalla como una tormenta súbita un aplauso dirigido no a demagogos embusteros sino a los trabajadores de la sanidad, que hasta ayer mismo cumplían su tarea acosados por los continuos recortes, la falta de medios, el desdén a veces agresivo de usuarios caprichosos o quejicas. Ahora, salvo en los reductos consabidos, no escuchamos eslóganes, ni consignas de campaña diseñadas por publicistas, ni banalidades acuñadas por esa especie de gurús o aprendices de brujo que diseñan estrategias de “comunicación” y a los que aquí también, qué remedio, ya se llama spin doctors: engañabobos, embaucadores, vendedores de humo.

La realidad nos ha forzado a situarnos en el terreno hasta ahora muy descuidado de los hechos: los hechos que se pueden y se deben comprobar y confirmar, para no confundirlos con delirios o mentiras; los fenómenos que pueden ser medidos cuantitativamente, con el máximo grado de precisión posible. Nos habíamos acostumbrado a vivir en la niebla de la opinión, de la diatriba sobre palabras, del descrédito de lo concreto y comprobable, incluso del abierto desdén hacia el conocimiento. El espacio público y compartido de lo real había desaparecido en un torbellino de burbujas privadas, dentro de las cuales cada uno, con la ayuda de una pantalla de móvil, elaboraba su propia realidad a medida, su propio universo cuyo protagonista y cuyo centro era él mismo, ella misma.

Yo iba por la calle y me fijaba en que casi todo el mundo a mi alrededor se las arreglaba para vivir dentro de su espacio privado, exactamente igual que si estuviera en el salón de su casa, en su dormitorio, hasta en su cuarto de baño: la diadema de los cascos gigantes para no oír el mundo exterior y estar alimentado a cada momento por un hilo sonoro ajustado a sus preferencias; la mirada no en la gente con la que te cruzas, sino en la pantalla a la que miras; la voz que habla en el mismo tono que en una habitación cerrada, tan descuidada de los otros que era habitual asistir involuntariamente a conversaciones íntimas embarazosas, a peleas, a estallidos de lágrimas.

“Usted tiene todo el derecho del mundo a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos”, escribió el gran senador demócrata y activista cívico Patrick Moynihan. Lo dijo antes de que un portavoz de Donald Trump acuñara el término “hechos alternativos”, y de que la penuria económica de los medios de comunicación los llevara a alimentarse de opiniones más que de hechos, ya que siempre será mucho más caro, más trabajoso y hasta más arriesgado investigar un hecho que emitir una opinión. Se suma a esto una difusa hostilidad colectiva, que los medios alientan, hacia todo lo que parezca demasiado serio, pesado, poco lúdico. El entrevistador no disimula su impaciencia ante el invitado que suena premioso en cuanto se esfuerza en una explicación. Lo interrumpe: “Dame un titular”. Investigar con rigor y explicar con claridad requiere conocimiento y experiencia, que es el conocimiento más profundo que solo se obtiene con el tiempo y la práctica: son las cualidades necesarias para ejercer una tarea pública comprometida, desde asistir a un enfermo en una sala de urgencias a mantenerla limpia, o conducir una ambulancia, o montar de la noche a la mañana un hospital de campaña.

Pero entre nosotros la experiencia había perdido cualquier valor y todo su prestigio, y el conocimiento provocaba recelo y hasta burla. Cuando todo ha de parecer ostentosamente joven y asociado a la última novedad tecnológica, la experiencia no sirve para nada, y hasta se convierte en una desventaja para quien la posee; cuando alguien cree que puede vivir instalado en la burbuja de su narcisismo privado o de ese otro narcisismo colectivo que son las fantasías identitarias, el conocimiento es una sustancia maleable que adquiere la forma que uno desee darle, igual que su presencia personal queda moldeada por los filtros virtuales oportunos. Y la política deja de ser el debate sobre las formas posibles y siempre limitadas de mejorar el mundo en beneficio de la mayoría para convertirse en un teatro perpetuo, en un espectáculo de realidad virtual, no sometido al pragmatismo ni a la cordura, una fantasmagoría que se fortalece gracias a la ignorancia y que encubre con eficacia la cruda ambición de poder, el abuso de los fuertes sobre los débiles, la propagación de la injusticia, el despilfarro, el robo de dinero público.

En España, la guerra de la derecha contra el conocimiento es inmemorial y también es muy moderna: combina el oscurantismo arcaico con la protección de intereses venales perfectamente contemporáneos, que son los mismos que impulsan en Estados Unidos la guerra abierta del Partido Republicano contra el conocimiento científico, financiada por las grandes compañías petrolíferas. La derecha prefiere ocultar los hechos que perjudiquen sus intereses y sus privilegios. La izquierda desconfía de los que parezcan no adecuarse a sus ideales, o a los intereses de los aprovechados que se disfrazan con ellos. La izquierda cultural se afilió hace ya muchos años a un relativismo posmoderno que encuentra sospechosa de autoritarismo y elitismo cualquier forma de conocimiento objetivo. Ni la izquierda ni la derecha tienen el menor reparo en sustituir el conocimiento histórico por fábulas patrióticas o leyendas retrospectivas de victimismo y emancipación.

Curiosamente, en España, la izquierda y la derecha se han puesto siempre de acuerdo en echar a un lado o arrinconar a las personas dotadas de conocimiento y experiencia en el ámbito público, y someterlas al control de pseudoexpertos y enchufados. Maestros y profesores de instituto llevan décadas sometidos al flagelo de psicopedagogos y de comisarios políticos; los médicos y los enfermeros en la sanidad pública se han visto sometidos al capricho y a la inexperiencia de presuntos expertos en gestión o en recursos humanos cuyo único talento es el de medrar en la maraña de los cargos políticos.

Nos ha hecho falta una calamidad como la que ahora estamos sufriendo para descubrir de golpe el valor, la urgencia, la importancia suprema del conocimiento sólido y preciso, para esforzarnos en separar los hechos de los bulos y de la fantasmagoría y distinguir con nitidez inmediata las voces de las personas que saben de verdad, las que merecen nuestra admiración y nuestra gratitud por su heroísmo de servidores públicos. Ahora nos da algo de vergüenza habernos acostumbrado o resignado durante tanto tiempo al descrédito del saber, a la celebración de la impostura y la ignorancia.

"LOS CUIDADOS A LAS PERSONAS MAYORES Y LA PARTICIPACIÓN LABORAL DE LAS MUJERES". Un artículo de Lidia Brun publicado en elDiario.es el 27 de julio de 2022

El envejecimiento de nuestras poblaciones y las necesidades de cuidado están atravesados por la desigualdad entre hombres y mujeres. La carga de estos cuidados, ya sean dentro de la familia o a través de las alternativas de mercado, recae particularmente sobre las espaldas de las mujeres con menos ingresos. Las políticas públicas dirigidas a atender el número creciente de mayores dependientes deben apoyar la transformación de los sistemas tradicionales de cuidados teniendo en cuenta estas desigualdades persistentes.


viernes, 29 de julio de 2022

Carmiña Navia: "Las mujeres también esperamos una petición de perdón por parte de la Iglesia". Publicado en Religión Digital

La escritora y líder social Carmiña Navia ha dado a conocer una carta abierta al papa Francisco, con ocasión del mea culpa del pontífice a los pueblos indígenas de Canadá

"Muchos de sus gestos y sus palabras me devuelven una muy débil luz de la esperanza", escribió Navia a Francisco

CARTA DE CARMIÑA NAVIA AL PAPA

"No creo que nunca esta carta llegue a sus manos ni sea leída por usted, ni mucho menos contestada. Me sale sin embargo desde muy adentro escribirla y mandarla a recorrer el mundo

Quiero decirle que lo admiro mucho. Usted es un líder espiritual de una gran sabiduría y fortaleza. Creo que su intención de tener una vida coherente desde la sencillez y la cercanía a la gente corriente es particularmente valiosa y nos habla de una iglesia más cercana al espíritu de Jesús de Nazaret. Le escribo principalmente con motivo de su viaje a Canadá, un viaje que usted ha definido como de penitencia y petición de perdón a los pueblos indígenas por lo que padecieron en manos de sectores eclesiales. Es un viaje valiente, especialmente en sus condiciones de salud, y esa petición de perdón demuestra una sintonía muy especial y necesaria con los marginados y maltratados de la historia. No es la primera vez que usted pide perdón y hace gestos de acercarse a los otros, a los distintos, a los y las que transitan por rutas diferentes, a los desposeídos y sufrientes.

En sus actitudes motivo mis palabras. La verdad, le confieso que no espero demasiado de la iglesia. Es tan fuerte el desvío que ha tenido de los anuncios y llamados evangélicos que no creo sea posible un regreso a los rumbos de Jesús. Sin embargo, muchos de sus gestos y sus palabras, me devuelven una muy débil luz de la esperanza…

Y ahora, mi motivo central:

¿No cree que la Iglesia, en su cabeza o en la de otra persona, tendría que pedir perdón a la mujer, a las mujeres en general? Hay tantos motivos, a lo largo de la historia, para ello: El silenciamiento a que ha sido y es sometida, la falta absoluta de reconocimiento. El intentar robar la memoria histórica de una potencia como la de María de Magdala. La condena del cuerpo femenino como un camino hacia el pecado. La persecución a las brujas y sus asesinatos. La marginación y condena a unas mujeres tan extraordinarias y visionarias como las Beguinas, el pasar sobre ellas en silencio en todas las historias de la iglesia y memorias de cristianismo. Una lectura bíblica que las ha identificado con el mal, con la “carne” y sus connotaciones negativas, con el pecado. El no haberle dado jamás un lugar adecuado en la estructura eclesial y el negarle la igualdad plena de derechos y oportunidades en este ya avanzado siglo XXI.

Podría seguir enumerando situaciones, pero en esta carta no se trata de eso. Tan sólo quiero apelar a su sensibilidad tan fina en algunos aspectos y problemas, para que ella se ubique frente a las mujeres creyentes y las anime a vivir nuevas épocas, nuevos amaneceres, nuevas acogidas.

Confío en usted, papa Francisco. Sé que ha intentado reparar el gran error eclesial cometido con las mujeres, al perderse de su aporte y riqueza… pero se trata hasta ahora de intentos tímidos que no se concretan en los puntos nodales. Varias veces usted ha hecho promesas, ha creado comisiones de estudio, ha ofrecido cambios reales creando en muchas una gran ilusión… sin embargo a la hora de concretar, todo se ha diluido. Tal vez usted no pueda cambiar mucho las cosas… tal vez está cautivo de los poderes invisibles… Pero pedir perdón sí puede. Está en sus manos. Las mujeres que amamos al Maestro de Galilea, esperamos esa petición que puede abrirnos a un futuro en abrazos sororos.

Pido a la Divina Sabiduría lo bendiga y proteja.

Sororalmente,

Carmiña Navia Velasco

jueves, 28 de julio de 2022

"VAMOS A FRENAR EL ODIO A LAS PERSONAS INMIGRANTES". Por María José Gascón, Coordinadora de nuevas narrativas sobre migraciones de Oxfam Intermón, publicado en elDiario.es el 27 de julio de 2022

En todo el mundo, sobre todo en Occidente, estamos presenciando una inquietante oleada de xenofobia y racismo. Desde hace tiempo se da un aumento preocupante de expresiones públicas de intolerancia, lo vemos en Europa y lo vivimos en España. Y aunque la migración no es necesariamente el tema central en juego es ahí donde se desarrollan los discursos de odio para exacerbar el miedo, la exclusión y la discriminación hacia las personas migrantes.

Las crisis son el caldo de cultivo perfecto en el que proliferan aún más estos relatos racistas, permeando de manera alarmante en la sociedad. Y, ¡desde el 2008 vamos servidos! La infusión al miedo, rechazo y desconfianza es la intención que está detrás de los mensajes que transmiten estos discursos.

La forma en que se cuenta la migración no son elementos abstractos que se establecen de forma inofensiva en el imaginario común, sino que constituyen el molde del trato que se dispensa a las personas que migran o que buscan refugio, aplicando un doble rasero según su procedencia y color de la piel, como por desgracia hemos visto recientemente en la frontera Sur.

Ese meme o ese audio sobre ayudas sociales, esa pintada en la calle sobre niños, niñas y jóvenes africanos que viajan solos, ese contenido sospechoso que infunde miedo y rechazo hacia otras personas racializadas es desinformación creada a consciencia para que la veamos a diario y que corran como la pólvora por redes sociales o whatsapp. Son herramientas queconstruyen intencionadamente una forma distorsionada de percibir a las personas migrantesEl impacto de la desinformación o los bulos distorsiona la percepción, las creencias y el imaginario social de la población sobre las personas migrantes; también refuerza estereotipos y prejuicios e incrementa sustantivamente la exposición a narrativas de odio. Estas creencias, a su vez, impiden cambios políticos que son necesarios, tanto desde el punto de vista económico como social. Igualmente, sirven para perpetuar y justificar el racismo individual e institucional y además permiten que la migración sea utilizada como chivo expiatorio para encubrir cuestiones no resueltas como la desigualdad, desprotección social, empleo precario, acceso a servicios públicos fundamentales, evitando así que se ponga el foco en las verdaderas causas estructurales de la desigualdad y la pobreza.

El discurso de odio constituye una amenaza para los valores democráticos, la estabilidad, la cohesión social y la paz. Así, afecta directamente y de forma muy concreta a la vida de las personas migradas, a sus familias y a la sociedad en su conjunto, porque dificultan la buena convivencia y limitan su contribución y participación como bien público global.

Seguramente seas una de esas personas que han escuchado algún bulo sobre personas migrantes en alguna ocasión. A lo mejor eres también una de esas personas dentro del elevado porcentaje de población que cree que existe una intención deliberada de manipularlas a través de las redes sociales. Probablemente, a su vez, estés entre ese porcentaje alto de personas que está preocupada por la desinformación y su impacto en la vida real. Es posible igualmente que estés desconcertada y seas parte de la ciudadanía que declara que “hay tanta desinformación que ya no me creo nada” ya que existe una gran dificultad para distinguir lo que es verdad o mentira y, que elige vivir aislada de opiniones y narrativas contrarias a la tuya. Los bulos hay que frenarlos para evitar que otras personas sufran y consigamos dar pasos hacia una justicia social más fuerte y rica. Solas no podemos.

miércoles, 27 de julio de 2022

"AHORA RESULTA QUE EL CALENTAMIENTO GLOBAL ES DE IZQUIERDAS". Por Sergio C. Fanjul en retinatendencias.com

No es indigno que un presidente hable de las muertes que genera el Cambio Climático. Son indignos los que se oponen cerrilmente al conocimiento científico en momentos de emergencia civilizatoria. Y los palmeros que les aplauden las gracias.

“Decir de forma frívola que el cambio climático mata no es propio de alguien que se digne a ser presidente del Gobierno de España”, dijo el otro día Enrique López, el consejero de Presidencia, Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid, en referencia a los incendios en España. Lo dijo con ese patetismo del que cree que está cantando las verdades del barquero (el entrecejo apretado) pero, en realidad, está cayendo en el descrédito. No es el único miembro de la derecha española que le quita hierro al problema del calentamiento global, incluso cuando dicho calentamiento se hace evidente: las olas de calor que se registran son cada vez más frecuentes, más duraderas y más intensas, y tienden más a coincidir en diferentes puntos de la geografía. Y, sí, influyen en el aumento de los incendios.

Varios cargos del equipo de Isabel Díaz Ayuso se han pronunciado de manera parecida en los últimos tiempos, incluso han querido quitar el término “crisis climática” del currículo escolar. Eso en la derecha mediopensionista, en la extrema derecha de Vox se habla con mucho más desparpajo de la “dictadura climática”, de los “chiringuitos climáticos” y, en fin, de todo aquello que, en la línea del trumpismo más descerebrado, pueda desacreditar la, en efecto, “emergencia climática”. Lo más tremendo es el cuñadismo ilustrado de aquel que se seca las gotas de sudor con el pañuelo, si es que no está disfrutando del aire acondicionado su despacho en una administración, y espeta: “¡Es normal que haga calor en verano!”.

El otro día vi un vídeo de mi admirado Carl Sagan compareciendo ante una comisión del Congreso de los Estados Unidos en 1985. Con su voz grave y su excelente manera de explicar los fenómenos naturales, Sagan narraba a sus señorías, en fecha ya tan lejana, cómo el efecto invernadero podía modificar la atmósfera de la Tierra y convertirla en algo parecido a la de otros planetas que eran su objeto de estudio, como el infernal Venus.

Desde esa fecha, como mínimo, viene alertando la comunidad científica, avalada por profusos datos, claro está, y de forma prácticamente unánime sobre la gravedad del asunto. Véase el libro Perdiendo la Tierra (Capitán Swing), de Nathaniel Rich, una crónica de cómo en los años 80 se perdió una gran oportunidad para atajar el problema. Hete aquí que estamos en 2022, con el asunto desatado, olas de calor frecuentes y largas, incendios por doquier, altas cifras de muertes por calor (e-xac-ta-men-te como se había predicho, véase El planeta inhóspito (Debate), de David Wallace-Wells) y, al igual que en la película No mires hacia arriba, hay quien todavía prefiere el negacionismo y las chanzas, antes que la acción urgente. Porque ahora, por motivos electoralistas y para paliar una larga tradición de ecologismo progresista, resulta que la preocupación por el calentamiento global es de izquierdas, cuando debería considerarse un riesgo existencial para la civilización.

Crecí en un mundo donde había unos consensos impepinables que, como tales, se enseñaban desde la escuela infantil. Entre ellos se encontraban el deber de cuidar el medioambiente y el respeto por la ciencia, que es nuestra mejor fuente de conocimiento (aunque este conocimiento sea incompleto, provisional y revisable) y la forma más eficaz de hacer las cosas (ya sean estas cosas curar el cáncer o destruir el planeta). Ahora parece que estos y otros consensos saltan por los aires y ya es difícil manejarse por el mundo, y más aún manejar los destinos humanos, porque ya no existe ni un sustrato común sobre el que entenderse. Qué hacer cuando volvemos a posiciones medievales que hacen prevalecer la creencia sobre la evidencia (ese matiz es precisamente lo que posibilitó el mundo moderno), ya sea en el negacionismo climático de la derecha, el terraplanismo o los antivacunas.

No tomarse en serio el calentamiento global es inadmisible, sobre todo si uno es un político. Es ser un “mal antepasado” para las generaciones venideras, como diría el filósofo Roman Krnacik: debemos dejar de “colonizar el futuro” para extraer rendimiento sin preocuparnos por las personas que lo habitan. Sería conveniente, además, dejar de hablar del futuro del “planeta” o la amenaza “al medioambiente”. En realidad, al planeta, a la naturaleza, al medio ambiente, le importa bien poco el calentamiento global: como sistema resiliente, como siempre ha hecho, se adaptará a la nueva situación, y la vida seguirá avanzando ciegamente hacia el futuro, con su tenacidad habitual. Lo que está en juego no es el planeta, ni la naturaleza, sino la especie humana y la civilización, que sí es vulnerable a una subida de las temperaturas de la magnitud de la que se nos presenta ya mismo.

No es indigno que un presidente hable de las muertes que genera el Cambio Climático. Son indignos que se oponen cerrilmente al conocimiento científico en momentos de emergencia civilizatoria. Y los palmeros que les aplauden las gracias.


Sergio C. Fanjul

Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.

lunes, 25 de julio de 2022

"CLASE SOCIAL DE ORIGEN Y RENDIMIENTO ESCOLAR COMO PREDICTORES DE LAS TRAYECTORIAS EDUCATIVAS". Fabrizio Bernardi y Héctor Cebolla

En este artículo exploramos el impacto del rendimiento escolar (conocido como efectos primarios) y la estructura de costes y beneficios a los que se enfrentan los individuos de distinta clase social de origen (efectos secundarios) cuando afrontan la transición entre la educación obligatoria y no obligatoria en España. Ambos predictores de las trayectorias operan a través de un efecto de interacción contribuyendo a la reproducción de desigualdades educativas. Esta interacción parece sugerir que el rendimiento escolar no es interpretado de la misma forma por los individuos de distinto origen social. En concreto, existe un efecto de compensación por el que los estudiantes de clase alta tienen una probabilidad mayor de alcanzar estudios secundarios superiores o universitarios con respecto a los estudiantes de clase baja, cuando sus «notas» son malas. Por lo tanto, la desigualdad por clase social de origen es máxima entre los peores estudiantes. 


jueves, 21 de julio de 2022

"ELOGIO DE LOS TRABAJADORES ESENCIALES". Por Ramón Oliver. ETHIC 18 de julio de 2022

La dedicación de los profesionales de bata, delantal y uniforme de faena fue fundamental para garantizar que al resto de la población no le faltaran suministros de alimentos o medicamentos durante los meses más duros del confinamiento. A pesar de ello, todavía tendemos a medir el valor de una persona por el tipo de profesión que desempeña.

Asumámoslo. La consideración social de la que disfrutan determinadas profesiones de prestigio como abogado, ingeniero o profesor universitario no es la misma que la que se otorga a otras formas de ganarse la vida de menor lucimiento como cajero de supermercado, limpiador o transportista. El motivo: una combinación de esnobismo, idealización y admiración por todo lo que representa llegar hasta determinadas posiciones de gran predicamento social –en términos de esfuerzo intelectual, títulos universitarios, niveles de ingresos o aportación a la sociedad–. 

Sin embargo, si se trata de esfuerzo o de aportación a la sociedad, fueron los profesionales de bata, delantal y uniforme de trabajo –y no los de toga o corbata– quienes resultaron fundamentales para garantizar que al resto de la población no nos faltaran suministros de alimentos o medicamentos durante los meses más duros del confinamiento. Y así lo reconoció el Gobierno, que por esas fechas publicó en el BOE la lista de los considerados como trabajadores esenciales, es decir, aquellos de quien, sencillamente, no se podía prescindir porque sobre sus espaldas descansaba la estabilidad de todo el sistema.

Un listado en el que figuraban personal de tiendas de alimentación y bienes de primera necesidad, farmacias, quioscos, comida a domicilio, tintorerías, lavanderías, gasolineras o transportistas, entre otros. Esa labor clave, desempeñada en silencio a cambio de un salario modesto y jugándose (literalmente) la salud, situó a estos profesionales, junto a sanitarios y fuerzas de seguridad, a la cabeza de la lista de héroes anónimos que mantuvieron el país en funcionamiento cuando todo parecía desmoronarse.

Pero, si, como parece, existe consenso acerca de la decisiva aportación al bien común realizada por estos trabajadores esenciales, ¿por qué antes de la pandemia y de nuevo ahora –una vez que el virus parece más o menos controlado– muchos siguen mirándolos como ciudadanos de segunda? ¿Se imaginan lo que sucedería si nadie desempeñara esas tareas que a veces tendemos a minusvalorar porque no nos parecen lo suficientemente impresionantes? ¡El caos!

La tendencia a medir el valor de una persona por el dinero que gana o el tipo de profesión que desempeña no es nueva. Lleva gobernando las relaciones sociales humanas desde tiempos inmemoriales. En la antigüedad, los esclavos realizaban los trabajos más duros y los hombres libres el resto. Y dentro de estos últimos, los griegos también introdujeron una distinción entre profesiones manuales y profesiones intelectuales o liberales, dicotomía que más tarde adoptaron los romanos, con Cicerón a la cabeza.

Este intelectual despreciaba abiertamente a los trabajadores que recibían un salario a cambio de sus «esfuerzos» (trabajos físicos como comerciantes o artesanos) y ensalzaba a aquellos otros que se lo ganaban merced a sus «talentos» (médicos, maestros, arquitectos o juristas). Más tarde, en la Edad Media (y en algunos lugares del mundo hasta bien entrado el siglo XX), estaban los nobles –que guerreaban, hacían política, se enrolaban en el clero o, directamente, no hacían nada– y los plebeyos, que se ocupaban de todo lo demás.

Hasta tal punto han pesado este tipo de discriminaciones a lo largo de la Historia que han dado pie a esa división en clases sociales que ha perdurado hasta nuestros días. Hay una clase dirigente, una clase media y una clase obrera o trabajadora –irónicamente, la que menos reconocimiento recibe por su trabajo–, categorías con las que sus respectivos integrantes se sienten más o menos identificados y que, pese a los discursos de inclusión e igualdad de oportunidades, siguen condicionando el futuro laboral de las personas a merced de un endogámico entramado de relaciones.

Este sistema hace que, aunque con contadas excepciones, el ascensor social sea cada vez más defectuoso para aquellos que no nacieron en alguna de las clases que permiten el acceso –casi directo– a esos puestos más con mejores condiciones de sueldo y, por tanto, más valorados por la sociedad.

Sin embargo, la idea de que vivimos en un mundo en el que cada cual no ocupa exactamente el lugar profesional para el que sus talentos y esfuerzos le hacen merecedor resulta difícil de digerir en una sociedad avanzada como la nuestra, porque tal cosa supondría admitir que nuestro sistema es injusto. Así que resulta más cómodo interpretar que si alguien está atrapado en un trabajo considerado inferior es por propia elección, por simple conformismo o porque, en realidad, ese empleo es todo a lo que sus capacidades le permiten aspirar.

El problema de entrar en ese juego de etiquetas es que se lleguen a romper los mínimos códigos de urbanidad y relaciones humanas. Y es que algunas personas directamente ignoran a aquellas a las que, por su profesión, no consideran sus pares; es como si sus sentidos las borraran deliberadamente, de manera que evitan el contacto visual o incluso les tacañean un «gracias» o un «adiós». Peor aún es cuando ese sentimiento de superioridad hace que se trate a las personas con paternalismo, displicencia, mala educación o faltas de respeto.

Quienes juzgan al ser humano que tiene delante por el glamour que destila su ocupación no son mayoría (o eso preferimos pensar a veces). Pero quienes aún sientan la tentación de tachar de irrelevantes a este tipo de oficios, deberían imaginar qué habrían hecho sin los profesionales que los desempeñan no ya durante el confinamiento, sino cualquier día de sus vidas.

miércoles, 20 de julio de 2022

"EL PROBLEMA ES QUE LOS MERCADERES SON LOS DUEÑOS DEL TEMPLO". Benjamín Prado, en infoLibre.es el 18 de julio de 2022

La realidad es lo contrario de muchas cosas, desde la justicia a la lógica o la razón. Por ejemplo, es posible que una persona afirme categóricamente algo y lo contrario, y jure ser sincero en las dos ocasiones, con lo cual transforma los antónimos en sinónimos; o que sus actos contradigan sus palabras hasta en lo más sagrado y con tanta frecuencia que explique por qué, en el terreno de lo espiritual, la hipocresía tiene sus propias frases hechas: a Dios rogando y con el mazo dando; una cosa es predicar y otra dar trigo... Seguro que las dos valen para definir a gente que conocen y, desde luego, son una fotografía de todas esas personas en quienes están pensando. En la mitología cristiana, Jesús expulsa del templo, a latigazos, a los mercaderes, derriba “a todos los que vendían y compraban allí, y los bancos de los cambistas y las jaulas de los que vendían las palomas”, mientras les grita: “Mi casa será llamada casa de oración y vosotros hicisteis de ella un centro de ladrones". Pero la realidad también es lo contrario de la religión, y el problema de nuestro mundo es que aquí los mercaderes son los dueños del templo.

Es curioso que en nuestras sociedades suelan llevar la bandera de la moral y presentarse como defensores de la fe los mismos que ejercen la usura, no practican la solidaridad y son la voz cantante de la avaricia. Más de uno con mando en plaza y que ha acabado en la cárcel por ladrón, lanzaba proclamas de ahorro, moderación y sacrificio mientras saqueaba sus propias empresas y acumulaba una fortuna en paraísos fiscales; otros se oponen hoy a la subida del salario mínimo al mismo tiempo que ganan sueldos astronómicos con el periodismo o son cargos públicos que cobran cien veces lo que los jubilados cuyas pensiones se oponen a que se suban. Y mientras, tocan las campanas. Quien afirmó que no se podía estar a la vez en misa y repicando también nos engañó. 

El Gobierno ha aprobado el cobro de unos impuestos especiales para las grandes compañías energéticas y la banca. Unas y otras recaudan millones, las primeras exprimiendo al consumidor, obligado a desembolsar cantidades estratosféricas por un producto de primera necesidad que debería valer el veinte por ciento de lo que vale, como mucho, y, en mi opinión, ser estatal, pero en lugar de eso ejecuta un saqueo puerta a puerta cuyo resultado es que sus directivos ganan decenas de miles de euros al día. Han leído bien: al día. Alguno de ellos es también un firme defensor de los recortes, la flexibilidad en los despidos y las medidas que conlleven sacrificios sin fin de las y los trabajadores “para que no colapse el sistema”. Se puede tener más cara, pero ya habría que ser una de las cabezas del monte Rushmore, en Dakota del Sur.

El famoso relato, la manera en que lo que sucede se cuenta y, a base de repetirlo, se da por hecho, siempre lo imponen quienes más poder manejan y más dinero tienen, porque disponen de canales por los que transmitir su doctrina, de porteadores que les saquen en procesión y de personas que, unas de buena fe y otras a cambio de algo, los secundan y vitorean. Que algunos de esos partidarios sean a la vez sus víctimas es uno de los grandes misterios de nuestra época, porque una cosa es que haya desaparecido lo que en algún momento se llamó conciencia de clase y otra muy distinta hacerles de limpiabotas a quienes nos pisotean. A mí ya no me convencía lo de poner la otra mejilla, así que ni hablamos de aplaudir a los que nos dan bofetadas, que son cosas opuestas, por mucho que el sonido que hacen sea parecido. Que, además, nueve de cada diez veces los adalides de la desigualdad se cuelguen del cuello la medalla de mujeres y hombres piadosos, ya es de nota. “Porque nunca he querido dioses crucificados, / tristes dioses que insultan / esa tierra ardorosa que te hizo y deshace”, escribió Luis Cernuda, y los grandes poetas nunca te engañan. 

Tal vez, la nueva crisis que se avecina para cuando las playas se vacíen y las luces de los hoteles y los bares de la costa se apaguen se afronte de otra manera, sin abandonar a su suerte a los más débiles para defender a los más fuertes, que ya están ganando cantidades ofensivas, aquí y ahora: los bancos a los que se impone la nueva contribución han ganado miles de millones en el primer semestre del año, algunos mil ochocientos y pico hasta marzo y otros dos mil cuatrocientos de ahí a junio, al mismo tiempo que los pequeños ahorradores que tenían un modesto remanente en sus cuentas, perdían y perdían. “La situación”, les explican, “la guerra en Ucrania”, “los imponderables…” Las grandes cajas fuertes se llenan mientras las huchas se vacían. Y qué decir del gas, la luz y los carburantes, que se han convertido en un secuestro.

El mundo va mal porque está en malas manos, sólo por eso. No seamos nosotros quienes les pongamos los anillos de piedras preciosas en los dedos.

sábado, 16 de julio de 2022

"COCINAR COMO TRABAJO. ENTUSIASTAS, COCINEROS Y PRECARIOS". Remedios Zafra.

La consideración de la cocina como práctica creativa no es nueva pero sí su visibilización e influencia. La reconocida ensayista (autora de libros como El Entusiasmo. Precariedad y Trabajo creativo en la era digital) habló sobre el contexto de formación, precariedad, trabajo creativo y capital simbólico de quienes aspiran a cocinar como trabajo.

jueves, 14 de julio de 2022

"CONTRA LA MANIPULACIÓN EMOCIONAL". Por Carlos Javier González Serrano. ETHIC 12 de julio de 2022

Collage

Eugenia Loli
El populismo es uno de los conceptos políticos y sociológicos más utilizados en lo que llevamos de siglo XXI. Aunque por lo general se emplea para aludir a ciertas manifestaciones demagógicas y a estrategias de manejo de las voluntades –cuyo fin es atraer los votos del electorado (es decir, para adquirir y centralizar el poder)–, lo cierto es que en muchas ocasiones se pasa por alto su carácter eminentemente emocional. Cualquier populismo, así entendido, intenta manipular la afectividad de un grupo; más aún, y es este el punto clave, pretende intervenir en las intenciones de la ciudadanía dándole categoría de masa, obviando deliberadamente nuestra condición de individuos, de seres singulares.

Un tipo de populismo del que no suele hablarse –particularmente nocivo y sigiloso– es el que ejercen las nuevas espiritualidades y creencias, así como las prácticas a ellas vinculadas, que se han adueñado del imaginario público. La astrología y los horóscopos, el coaching ejecutivo, el mindfulness y la «atención plena», el tarot y la lectura de manos o los gurús de autoayuda del «todo lo puedes» o «las depresiones te las causas tú» se han convertido, en la última década, en los nuevos instrumentos oraculares que empleamos para poder habitar las numerosas crisis de nuestro tiempo.
Es lo que la investigadora y escritora estadounidense Lauren Berlant ha denominado «tecnologías de la paciencia» en su clarividente libro, El optimismo cruel. Son dispositivos afectivos que producen un creciente «padecimiento y desgaste de los sujetos» y que ejercen una silenciosa violencia relacionada con el imperativo de vernos obligados a sobrellevar cualquier tipo de circunstancia al amparo de diversos dogmas («es lo que nos ha tocado», «a todo se acostumbra uno», «sé resiliente»), sumado a un perverso deseo de que las cosas mejoren. Un deseo cuya satisfacción siempre queda postergada.

En expresión de Berlan, se trata de maliciosos «refugios temporarios» que nos introducen y ensimisman en «un estado de aplazamiento vivo y vivificante que se impone a la conciencia, y produce la sensación de que en el presente está apareciendo algo que podría llegar a convertirse en un acontecimiento». Por tanto, nos dicen, lo mejor está siempre por llegar, aunque no llegue nunca. Lo importante es sentirnos ilusionados aquí y ahora, por mucho que esa ilusión sea (y casi siempre lo sabemos) vacua o destructiva. De este modo, el presente se percibe en términos afectivos: el presente como posibilidad siempre pospuesta ante lo que jamás llega a suceder.

De ahí la necesidad de correr incesante y neuróticamente en busca de ese futuro que nunca llega, que no se materializa en ninguna parte o tiempo. Nos urgimos a alcanzar la satisfacción que jamás acontece, y entonces aparecen la frustración, el padecimiento, la soledad, la ansiedad, el aislamiento y el sufrimiento en todas sus formas. Bejamin Noys ha apuntado en su breve y contundente obra Velocidades malignas. Aceleracionismo y capitalismo que «la velocidad es un problema. Nuestras vidas son demasiado rápidas: estamos sujetos a la acelerada demanda de innovar más, trabajar más, producir más y consumir más». O el profesor Hartmut Rosa, cuando se refiere, elocuentemente, a una «forma totalitaria» de aceleración social en Lo indisponible.

Como también ha señalado de forma brillante la pensadora Remedios Zafra en su libro El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital, «aplazar lo que consideramos ‘verdadera vida’, movidos por el deseo de plenitud e intensidad futura, puede funcionar como mecanismo conformista que nos permite resistir sin hacer la revolución. Sentir que la vida es algo pospuesto que nos merodea anima a soportar, cerrando los ojos», y se da un «temor cada más palpable de que [el anhelado presente de realización] nunca se nos brindará plenamente». Y apuntala: «Como si ser fuera lo que está al final».

Por todas partes nos invitan a «vivir con plenitud las crisis» y a «potenciar nuestras capacidades en medio del desastre», mientras nos aseguran que salud y bienestar –como si fueran productos con los que se puede comerciar al igual que con un bien material– dependen de fortalecer nuestros «recursos internos». De este modo, se comercia con el estrés personal sin tratar de aplacar las causas sistémicas que lo provocan. Es probable que no necesitemos habilidades y competencias para «soportar las crisis», que es una forma de condenarnos a vivir en ellas, sino herramientas intelectuales que no nos esclavicen emocionalmente, no nos culpabilicen y que aporten autonomía e independencia de pensamiento y de acción.

El papel de la enseñanza es fundamental en este punto. Educar a los jóvenes en el ilusorio «puedes llegar a ser lo que quieras ser» solo alimenta las posibilidades de crear adultos ansiosos y frustrados que chocan contra el muro de aquel futuro que nunca se realiza. Quizás resultaría mucho más enriquecedor –y social y educativamente más significativo– mostrarles las condiciones materiales y sociales de las que parten para que tengan la oportunidad de cambiarlas. Sin un pensamiento anclado al presente efectivo no puede existir la potencia del cambio. Mientras la autoayuda y el resto de «tecnologías de la paciencia» intentan que nos desenvolvamos preceptivamente en un panorama constante de crisis e inestabilidad y ponen todo el peso de la culpa en el individuo –desarrollo personal, superar los propios miedos, desprenderse de las preocupaciones–, la filosofía y otras disciplinas humanísticas cuestionan y centran el foco en las condiciones estructurales que permiten la aparición de esas crisis e inestabilidades y, en paralelo, dotan al individuo particular de los dispositivos intelectuales para tomar conciencia de su situación real. Ello para comprometerse con el cambio no solo individual, que es importante, qué duda cabe, sino sobre todo con el cambio social.

Por añadidura, a las clases trabajadoras y humildes se les ha inculcado tradicionalmente que el dinero no es un aspecto importante de la vida, que desarrollar nuestra vocación (o como suelen llamarlo de forma meliflua, «realizarnos como personas») es lo prioritario, mientras las élites económicas siguen centralizando y aumentando su poder financiero y político. De nuevo, salta a la vista la manipulación emocional que mantiene el statu quo e impide pensar, cuestionar y actuar sobre las estructuras de dominación en el presente. La llamada «ciencia de la felicidad» (apoyada por la autoayuda del «todo lo puedes» y el nuevo dogma de la resiliencia) es una propuesta ideológica que premia el individualismo y la competitividad, el éxito económico y la constante posibilidad de consumir. Esta concepción se ha vuelto normativa y causa más angustia, soledad y hostilidad mutua que bienestar. La tiranía emocional –amparada por la tiranía económica– del «todo lo puedes» o «la culpa es tuya» impide desarrollar un compromiso social activo y convierte al ciudadano en un consumidor de sí mismo bajo el dominio de un totalitarismo felicifoide: vales lo que puedes consumir.

No se trata de colapsar las esperanzas en un futuro mejor o de lastrar las ilusiones de jóvenes y adultos. Nada más lejos de lo que aquí se quiere defender. Más bien consiste en practicar un sano y disidente desengaño que no ciegue nuestra capacidad para observar crítica y comprometidamente la realidad, que nos permita transitar la vida con autonomía, al margen –y sabedores– de las manipulaciones emocionales que obligan al individuo a sentirse culpable y responsable de su propia situación. Y para ello es clave reapropiarnos de nuestro presente, de nuestro tiempo, el único lugar en el que podemos practicar el pensamiento y, sobre todo, la acción. Aquí y ahora. Lo urgente no es el mañana; lo urgente es hoy.

Contra el sometimiento afectivo solo cabe una respuesta: más y mejor educación fundada en el papel insustituible de las humanidades. Una educación que nos permita poner entre paréntesis la hiperactividad que busca una realización siempre por llegar, que nos entrega al consumo desaforado como «tecnología de la paciencia». En definitiva, rescatar y restaurar lo más importante: nuestra libertad de pensamiento. Convertir nuestro hoy en lo inaplazable; relegar la pasividad intelectual y transformarla en impulso social transformador; movilizar conciencias y reconquistar el único tiempo en el que siempre, todo, está por hacer: el presente.

"LOS PRIVILEGIOS DE LA BANCA". Por Juan Torres López

La banca ha dejado de desempeñar con eficacia y seguridad su labor económica: garantizar la financiación adecuada para que avance la actividad productiva. Se ha convertido en su carga más pesada y hay que replantear su modo de funcionamiento. 

Sobre ello habla el economista Juan Torres en este nuevo capítulo del videoblog econoNuestra. 

 

sábado, 9 de julio de 2022

"EL GASTO PÚBLICO Y EL DESGASTE PÚBLICO". Luis García Montero, infoLibre.es, 2 de julio de 2022

Rodrigo Rato, exvicepresidente de Gobierno y exdirector de entidades financieras, sabe mucho de los laberintos del gasto público. Leo con interés sus declaraciones contra la burocracia, la falta de eficiencia en la administración y los procesos de desgaste que provoca la gestión del gasto público. El asunto es grave porque España asume ahora la responsabilidad de ejecutar los fondos Europeos. Y se pregunta: ¿tiene sentido tanta burocracia?

La verdad es que resulta difícil hacer una política pública de inversiones. Tomar una decisión es con mucha frecuencia un modo de entrar en la sala de espera. El gasto necesario aprobado entra en un largo suicidio de convocatorias públicas, petición de varios presupuestos, aprobaciones institucionales, nuevas convocatorias, concesiones, facturaciones, revisiones, cajones y pagos retrasados. Desde dentro de las administraciones, uno tiene la sensación de que los sistemas establecidos no van a favor de la institución para la que trabajan, sino en contra de ella.

Y uno sufre también la sensación de que la tan cacareada incomunicación entre la política y el pueblo tiene que ver con esta parálisis sistemática. Se pueden llegar a acuerdos justos, lógicos, necesarios, urgentes… Pero cuando el acuerdo llega a la calle ha pasado tanto tiempo que la voluntad política pierde su protagonismo y su eficacia. Un mundo con prisas, fundado en el instante de los deseos y las novedades, se aleja de la política institucional para abandonarse al vértigo comunicativo de los populismos. Los populismos son unas ventanillas que tramitan de manera inmediata las indignaciones de la gente. Resultan mucho más atractivos que la lentitud de las porterías y las pantallas en las que se repite una y otra vez la respuesta del vuelva usted mañana. Bendito Mariano José de Larra.

Lo paradójico es que todas estas declaraciones de Rodrigo Rato supongan un acto de impudor clamoroso. Buena parte de los controles administrativos asfixiantes se deben a la necesidad de cuidar el dinero público de manipuladores, ladrones, desviadores de fondos, amiguismos, tejidos corruptos y financiaciones oscuras de empresas particulares, partidos, hermanos y primos. Y de todo eso también parece haber sido un especialista Rodrigo Rato. Entre las formas para ocultar la corrupción, además de la compra de jueces, fiscales, periodistas y policías, está la posibilidad de dificultar el gasto público. ¿Cómo hacer más eficaz el dinero público sin convertirlo en un festín para los buitres? Esa es la cuestión.

También hay otras cuestiones, desde luego, que planean sobre el debate. Durante el Gobierno de Rajoy, las parálisis en el gasto se agravaron en las administraciones municipales con la llamada Ley Montoro. La verdad es que la herencia recibida llevó a los vigilantes de la opinión pública de un sitio a otro: espionajes, silencios y limitaciones del dinero público. Se decidió entonces que las instituciones no pudiesen gastarse ni su propio dinero, un dinero recaudado para gastar. Y se propuso una forma de ahorro compartido en tiempos difíciles. Pero no se nos olvide que en las intenciones de la ley Montoro estaba también de forma expresa la creencia de que había que limitar las intervenciones públicas para favorecer las actuaciones privadas.

Por eso las declaraciones del exvicepresidente Rato son doblemente preocupantes. Denunciar la burocracia administrativa puede ser un deseo que no tenga que ver con la dignificación de la administración pública, sino con la nostalgia de las facilidades para la corrupción y las privatizaciones.

La cuestión no es sencilla. El problema es que no se puede luchar contra las privatizaciones y la corrupción si no intentamos también agilizar con dignidad las administraciones públicas. Aunque sea difícil, una dinámica acostumbrada a no robar puede intentarlo, puede ordenar espacios de decencia. Y para eso me parece imprescindible reforzar la administración más que debilitarla. La ejecución de los fondos europeos resulta muy complicada porque para asumir un gasto importante es necesaria una plantilla capaz de ejecutarlo en el tiempo dado. Así que invertir en las estructuras, ampliar y rejuvenecer plantillas, modernizar la administración, consolidarla, convertir las ayudas coyunturales en apuestas de futuro, estables, generadoras de puestos de trabajo, me parece un camino decente.

Quizá sea una ingenuidad, no digo que no, porque Rodrigo Rato sabe de esto mucho más que yo. Pero estoy convencido de que se puede conseguir que el gasto no sea un desgaste, defendiendo a la vez los espacios públicos y la administración del Estado.

martes, 5 de julio de 2022

Mimunt Hamido, escritora, se rebela contra el velo islámico: “La izquierda, por presumir de multiculturalismo, acepta un símbolo sexista”. Alejandro Luque, elDiario.es

Todo empezó en las redes sociales, hace unos diez años. Mujeres de origen musulmán, de forma anónima o dando la cara, empezaron poco a poco a cuestionar los aspectos patriarcales de estas sociedades, empezando por su elemento más visible: el velo islámico. El siguiente paso fue crear un blog, que prestó a muchas la posibilidad de expresarse y contar sus experiencias. Hasta que su responsable, la melillense Mimunt Hamido, recibió el ofrecimiento por parte de la editorial Akal de plasmar en un libro todas las ideas que se habían venido desarrollando en ese foro. El resultado tiene el mismo título que el blog, No nos taparán, y acaba de desembarcar en las librerías con el sello Akal.
“Había muy poco escrito al respecto, salvo algún ensayo de la argelina Wassyla Tamzali, a la que en España todavía no se la conoce como se debería. Pero testimonios de mujeres que vieran de España, como Siempre han hablado de nosotras de Najat El Hachmi o como No nos taparán, no ha habido hasta hace muy poco”, explica Hamido.

El primer factor que la autora subraya es el hecho de que esa “prenda tradicional”, como se la considera comúnmente, no es ni una simple prenda, ni es tan tradicional. “¿Cómo hacer que un símbolo sexista y misógino sea aceptado en Europa? Lo disfrazamos de cultura y, por tanto, nos obligamos a respetarlo. Y el símbolo se reafirma. El trueque consiste en cambiar una prenda que sí es tradicional, como la pañoleta, por un símbolo religioso. Antiguamente solo las mujeres de clase alta se cubrían, como un símbolo de estatus. Pero el hiyab [el velo que cubre completamente el cabello de la mujer, dejando solo a la vista el óvalo del rostro] no surge del Magreb, sino que vino de Europa en los años 80 y se impuso en el Magreb”.
Un islam europeo

Desde Europa, sí, pero haciendo un camino muy largo: “El velo viene de la ideología wahabí de Arabia Saudí, de los Hermanos Musulmanes de Egipto, de Irán, de corrientes rigoristas que se encontraban ausentes en el Magreb”, comenta Mimunt Hamido. “Luego empezamos a ver que lo adoptaban las mujeres migrantes que salían a España, a Francia o Bélgica, se marchaban de Marruecos sin hiyab y volvían con él puesto. Y los magrebíes pensaban: 'Si se hace en Europa, debe ser algo bueno'. Por eso el hiyab no es la vuelta a nada, es ir adonde no hemos estado jamás”, subraya.

Para la activista, fue clave el papel de los conversos españoles. “Comunidades como aquella hippie que vivía en la Alpujarra feliz empezaron a convertirse, y adoptaron todo el kit. Una musulmana de Marruecos sabe perfectamente que nada de esto es su costumbre”.

Pero, ¿no hay problemas más acuciantes en el islam que el velo? Para Mimunt Hamido, se trata de una cuestión central: “El hiyab es la cabeza de lanza de muchos otros problemas. Ponértelo es admitir las leyes y normas de ese patriarcado. No es un trozo de tela, es el freno que impide a las mujeres ser ciudadanas de pleno derecho”, comenta. “Si eres una chica de 16 o 18 años, el hiyab es tu modo de decir al mundo que eres sumisa a las normas. Si no lo llevas, ¿cómo saber, por ejemplo, si eres virgen? Si dejamos que controlen el cuerpo de esa manera, ¿cómo podemos pretender cambiar en Marruecos o Argelia las leyes que nos oprimen, empezando por los códigos familiares?”

¿Feminismo islámico?

Frente al empuje de estas mujeres, ha surgido en los últimos tiempos un movimiento de “feministas islámicas”, concepto que para las primeras es un puro oxímoron. “No se puede ser feminista y aceptar que no podemos ir a la playa como nuestros hermanos, que heredamos la mitad o que vivimos en una sociedad que contempla la poligamia. O acatar que mis padres quieran casarme con un señor al que no conozco. Ahora, al ver que no cuela ese mensaje, han empezado a hablar de ser 'equitativos', es decir, nuestro papel es el de cuidadoras y el de ellos de protectores. Pero, hasta donde sabemos, el feminismo no permite el control sobre el cuerpo, y esa es la base del velo y del patriarcado islámico”.

Estas “feministas islámicas” son para Mimunt Hamido “conversas en su mayoría, entre las que hay de todo: mujeres a las que les han comido el coco, cómplices de ese patriarcado y también otras a las que les conviene engañarse, porque luchar contra el patriarcado es muy difícil, cada día más. Y es desolador ver cómo en España se consienten cosas a las musulmanas que no consentirían el resto de las mujeres. ¿No vivimos en el mismo siglo? ¿O piensan que nosotras estamos en el 1400 y ellas en el 2021?”

La autora pone el acento en el papel de la izquierda, que en su opinión “se ha olvidado del ideario, en el que figura el laicismo. Creen que es algo superado, o quieren creerlo. Y luego vivimos en un país multicultural, pero olvidan que hay dos millones de personas, que son ciudadanas españolas, que están sujetas a esta situación. La cuestión debería ser sencilla: si estamos educando en igualdad, no podemos permitir símbolos sexistas”.

Y sin embargo, se permiten. Incluso en las listas electorales de esos mismos partidos de izquierda, señala Hamido: “Como la derecha es racista y xenófoba, con el discurso de 'moros fuera', la izquierda replica con el 'aquí cabemos todos'. Pero tú con tus 'costumbres', y nosotros con las nuestras. Así se dejan desprotegidas a miles de mujeres”, asevera. “Es un modo de decir 'mira qué guay somos, aquí tienen cabida todos los símbolos'. Incluidos los misóginos. La Cup, Esquerra, Podemos, tienen en sus filas representantes con velo, porque si no lo llevaran, ¿cómo reconocería la gente que somos multiculturales? Es todo muy retorcido. Me parece muy bien que todos quieran llevar ahora en las listas musulmanes, negros, travestis… pero que respondan al estereotipo, claro, que se vea bien la diversidad”.

Porque cualquier crítica, agrega Hamido, puede ser repelida al grito de ¡islamofobia! “A ti nunca te habrán dicho cristianófobo por criticar la pederastia o la Semana Santa, o que la Iglesia católica condenara a las chicas en bikini. Pero aquí han copiado la fórmula de llamar antisemita a cualquier crítica a Israel”.

Un precio alto

Según la autora de No nos taparán, las consecuencias de rebelarse contra el velo pueden ser terribles. “El patriarcado islámico actúa en círculos: familia, barrio, sociedad. Ser disidente puede suponer que tu familia deje de hablarte, quedarte sola y tener que empezar desde cero”, afirma. Por no hablar de los insultos y amenazas: “En redes somos pocas las que ponemos nuestro nombre y nuestra cara, porque pueden amenazarte de muerte, o llamar a tu familia para que te pongan firme. Es un precio tan alto que muchas acaban pensando que no merece la pena. Con hiyab está todo bien, incluso te dan más libertad. ¿Por qué hacer a la gente dudar si eres decente o no?”

Las mujeres aglutinadas en torno al blog No nos taparán, desde luego, no parecen dispuestas a prestarse a ese juego. “Solemos decir con Amelia Valcárcel que lo que no le permitirías al cura, no se lo permitas al imán. Hemos recibido bastante apoyo del feminismo, pero el 8-M lanzamos un manifiesto que se suponía que le iban a entregar a Irene Montero, y no hemos tenido más noticias. En cambio, nos consta que sí ha recibido a las 'feministas islámicas'”.

lunes, 4 de julio de 2022

"UN INFORME DENUNCIA LA TRATA EN EUSKADI". “Fueron obligadas a prostituirse todos los días desde mediodía hasta medianoche”. Por iker Rioja Andueza, publicado en elDiario.es el 23 de junio de 2022

Marcha en Bilbao contra la trata de personas
para la prostitución

El estudio, de la Universidad de Comillas y de Deusto y publicado por Emakunde, apunta a 2.308 mujeres ejerciendo la prostitución -también menores- y a un 19% de hombres que han pagado por servicios sexuales

La captación se había producido a través del vudú, método utilizado generalmente en Nigeria para la captación de mujeres con fines de explotación sexual en Europa. Las mujeres fueron llevadas ante la presencia de un chamán, quien les extrajo pelo del cuero cabelludo y sangre de las yemas de los dedos, introduciéndolo en frascos que serían rotos si las mujeres no cumplían con su promesa de pagar los 30.000 euros que se les dijo constaba la organización del viaje. La ruptura del frasco implica, en dicha cultura, el fallecimiento de la persona. Comenzó, entonces, el viaje por diversos países africanos hasta llegar después a Italia, de ahí a Francia, y de ahí, a la ciudad de Bilbao. Durante el tránsito por África atravesaron zonas geográficas controladas por el grupo terrorista Boko Haram [franquicia de Daesh], con el peligro que ello implica, y sufrieron las penalidades propias de una travesía por el desierto. Navegando por el Mediterráneo en botes neumáticos, fueron auxiliadas por las autoridades italianas y llevadas a un centro de 92 inmigrantes. Allí, una de las víctimas recibió vía Facebook un mensaje de otro miembro de la organización al que no conocía, informándola de que tenía que llegar a España junto con las otras víctimas. En Italia se personó uno de los acusados, obligándolas a realizar el viaje con destino final Bilbao. Una vez en el lugar de destino, y para saldar esa 'deuda' de 30.000 euros, empleando, los captores, amenazas, violencia física, e incluso la agresión sexual, fueron obligadas a prostituirse todos los días de la semana desde el mediodía hasta la media noche, aproximadamente. Todo el dinero era para los captores, sin que ellas recibieran dinero ni siquiera para sus necesidades más básicas, las cuales tenían que cubrir con el dinero obtenido ejerciendo la mendicidad en la calle. Una de las víctimas consiguió llegar a las dependencias de la Ertzaintza y plantear la denuncia. Esto provocó que uno de los dos cabecillas de la organización escapara a Alemania con otra víctima, aunque fueron localizados gracias a la cooperación policial entre ambos países”.

Éste caso real es una de la historias recopiladas en el amplio informe 'La trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual en Euskadi: necesidades y propuestas' coordinado por Carmen Meneses para la Universidad de Deusto y la Universidad de Comillas y publicado ahora por el Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde). Como estimación y tras realizar observaciones en 2018, se calcula que entre 1.968 y 2.308 mujeres ejercen la prostitución en Euskadi, la inmensa mayoría extranjeras. Entre el 9,5% y el 18,5%, según este trabajo, presentarían indicios de poder ser víctimas de trata, aunque es un delito de difícil detección. Se apunta, por ejemplo, al “hermetismo” en las redes asiáticas, tanto para los cuerpos de Policía como para las oenegés por varios factores (porque se disfraza la actividad sexual como “masajes”, porque muchos abusadores son de ese mismo colectivo y por problemas de comunicación de las víctimas). CONTINUAR LEYENDO

"NECESITAMOS UN ÉXODO DEL SIONISMO". Naomi Klein (elDiario.es 3 MAY 2024)

Judíos y simpatizantes celebran un Séder de Pascua para protestar contra la guerra en Gaza, el pasado 23 de abril, en el distrito de Brookl...