sábado, 27 de noviembre de 2021

CRIPTOMONEDAS: SOLO ESPECULACIÓN QUE ACELERA EL DESASTRE CLIMÁTICO. Por Juan Torres López. Publicado en Público.es el 12 de noviembre de 2021.

Las llamadas criptomonedas se están convirtiendo en una de las expresiones más fieles de la lógica y la ética que dominan el capitalismo de nuestros días.

El número de todas las que existen en el mundo es ya impresionante. A última hora del 10 de este mes de noviembre la web coinmarketcap.com registraba 13.969. Veinticuatro horas más tarde, ya registraba 14.055, 86 más.

El valor de todas ellas en los mercados tampoco para de crecer. En ese mismo periodo de un día, ha pasado de 2,79 billones de dólares a 2,84 billones, según los datos de la misma web,. (aquí). Y hace justo un año el valor total era de 440.000 millones, lo que quiere decir que en estos últimos doce meses se ha multiplicado por 6,4.

Pero si es grande el número y el valor de las criptomonedas que se han creado y circulan por todo el mundo, mayor aún es la confusión que existe sobre su auténtica naturaleza.

Dicho de la forma más elemental posible, las criptomonedas son anotaciones digitales obtenidas por diferentes procedimientos, todos los cuales se basan en la utilización de cifras o códigos muy complejos para crearlas y controlar su circulación de modo descentralizado.

Se dice que esas anotaciones digitales son dinero, lo mismo que lo es la anotación que los bancos hacen en las cuentas de sus clientes, y por eso se denominan criptomonedas. Pero esta es una idea errónea porque no es verdad que las criptomonedas estén desempeñando las funciones que siempre desempeña cualquier cosa que sea utilizada como dinero: ser medio de pago de aceptación generalizada, unidad de cuenta y depósito de valor.

El dinero es cualquier cosa que es generalizadamente aceptada como medio de pago, para saldar las deudas. Y, al contrario, se puede decir que no es dinero lo que no haya sido aceptado generalizadamente para esa función.

Si yo le debo a mi vecina 500 euros, puedo saldarle la deuda con una moneda del reinado de Isabel II de mi propiedad que para ella tenga el valor de esos 500 euros. Sin embargo, aunque haya saldado una deuda con ella, esa moneda no se puede considerar como dinero si no es aceptada como tal por todas las personas. Ahora bien, si al día siguiente el Estado declarase que esas antiguas monedas de Isabel II pasan a ser de curso legal, es decir, de obligada aceptación para saldar deudas, la moneda que le di a mi vecina sería ya dinero. Por tanto, para que algo se convierta en dinero no basta que alguien lo acepte como pago de una deuda. Es necesario que la aceptación sea generalizada, bien por imposición del Estado o por decisión colectiva (eso es lo que ocurría en los campos de concentración, donde se aceptaban cigarrillos como medio de pago, convirtiéndose así en dinero en ese espacio).

Las criptomonedas que se han creado hasta la fecha no son dinero por la sencilla razón de que su aceptación no es generalizada para saldar deudas y, además, porque eso no ocurre debido a otras circunstancias quizá todavía más relevantes.

Hoy día, la inmensa mayoría de la gente o de las empresas que necesitan disponer de medios de pago para intervenir en los intercambios normales y corrientes de la vida económica no aceptaría como pago un axie infinity, un quant, un ardor o un prometeus, por poner algunos ejemplos. Sencillamente, porque saben que no es seguro que otras personas o empresas acepten esas criptomonedas como pago en otro momento o intercambio; entre otras cosas, porque no sabrían ni a qué se refieren esos términos.

La segunda razón de por qué las criptomonedas actuales no se pueden considerar dinero es todavía más decisiva: no se usan como medio de pago generalizado sencillamente porque no conviene usarlas para ello. Su valor es tan volátil, incierto e inseguro que resultan materialmente inútiles como dinero. Nadie en su sano juicio utilizaría hoy para pagar sus deudas una «moneda» que mañana puede tener mucho más valor, ni sabiendo que es posible que, en unas horas, puede perder gran parte de él. Nadie firmaría hoy un contrato suscrito en alguna de esas criptomonedas porque sería como hacerlo a precio indeterminado.

Sea lo que sea que se utilice como medio de pago, para que pueda cumplir esa función debe tener un valor con cierta estabilidad.

La realidad es que el precio de las criptomonedas es muy volátil y esto también impide que puedan desempeñar la otras dos funciones del dinero que he mencionado antes, la de depósito de valor y unidad de cuenta. Usar cualquier de ellas para esto último sería como establecer como unidad de medida un metro de extensión variable que cada vez que se usara tuviese una longitud diferente.

Además, hay que tener en cuenta que la oferta de criptomonedas es fija (de bitcoin se emitirán 21 millones de unidades y ya se han creado 18,6 millones) y, su precio, además, fácilmente manipulable por pocos poseedores (a finales de 2020 los 100 mayores poseedores de bitcoins cash disponían del 13% de los que circulan). Eso hace que no se pueda garantizar ni su disponibilidad en un momento dado, ni su estabilidad, ni su posible utilización para corregir los desequilibrios de la economía, como puede hacer y es necesario que haga la política monetaria.

Por último, el procedimiento tecnológico y algorítmico que ha de seguirse para producirlas y controlar su circulación hace que sea prácticamente imposible que alcancen la capacidad que sería necesaria para hacer frente a las transacciones que se realizan en la economía mundial.

El sistema de funcionamiento del bitcoin, por ejemplo, impide que pueda llevar a cabo más de 7 transacciones por segundo, lo que supone un máximo de 220 millones al año. Una cifra ínfima comparada con los 700.000 millones de pagos digitales que se efectúan en el sistema financiero global anualmente. O con las 65.000 operaciones por segundo que puede realizar VISA.

Las criptomonedas son hoy día registros digitales de los que solo conviene o interesa disponer para obtener beneficios gracias a las variaciones de su precio, es decir, para especular con ellas. Pero no porque convenga utilizarlos como medios de pago habituales o unidades de cuenta, es decir, no porque sean dinero.

Esta es la primera razón por la que dije al principio que las criptomonedas se han convertido en una de las expresiones más fieles de la naturaleza del capitalismo de nuestros días, basado preferentemente en la obtención de ganancias a través de la especulación financiera y no del desarrollo de la actividad productiva que crea bienes y servicios para satisfacer nuestras necesidades.

Las criptomonedas no sirven hoy día nada más que para especular con ellas, para ganar dinero comprándolas y vendiéndolas sin realizar ninguna de las actividades productivas que satisfacen necesidades humanas.

Es posible que dentro de un tiempo alguna de las criptomonedas actualmente existentes se haya ganado la confianza de los sujetos económicos, que se utilicen generalizadamente porque su valor se haya estabilizado y que las limitaciones técnicas actuales que he señalado hayan desaparecido. No niego que, entonces, pudieran ser consideradas como dinero. Aunque, en todo caso y si llegaran a serlo, sería a costa de un gasto de energía tan desorbitado que cuesta mucho creer que fuese posible asumirlo.

Es así porque la creación y control de todas estas criptomonedas necesita que haya miles de ordenadores dedicados a realizar continuamente operaciones muy complejas que requieren mucha electricidad y ser renovados, como media, en unos 18 meses. Los datos que lo demuestran producen escalofrío.

Se estima que la huella anual de carbono que genera la producción de bitcoin (más o menos la mitad del valor de todas las criptomonedas) equivale a la de un país como Chile; su consumo de electricidad anual (116,7 TWh, según el Indice de Cambridge) está entre el de Países Bajos (111 TWh) y el de Argentina (121,1 TWh) y es la mitad del que realiza España (233 TWh); y los residuos electrónicos que genera equivalen a los producidos por Países Bajos.

La ineficiencia de las criptomonedas y el despilfarro que conllevan se perciben todavía más claramente si se considera el gasto de energía que lleva consigo realizar una sola transacción con el bitcoin: produce una huella de carbono equivalente a la de 2 millones de transacciones con tarjetas VISA y requiere la misma cantidad de electricidad que 1,2 millones de esas transacciones. Y el desecho de material electrónico que lleva consigo una sola transacción de bitcoin es el mismo que producen 1,69 iPhones de últimaa generación o 0,56 iPads (datos aquí)

Hasta ahora y según el cálculo que realiza la Universidad de Cambridge, el 61% de la energía que consume la producción y control de las criptomonedas procede de energías no renovables es decir, de las más costosas y contaminantes.

Es cierto que hay un acuerdo internacional para lograr en 2025 que el 100% de la energía que consuman sea renovable, pero se trata de una previsión que ni es realista ni positiva. No es realista porque las energías renovables son de provisión normalmente intermitente mientras que las criptomonedas necesitan un suministro constante. Y, por otra parte, es inevitable que su demanda de electricidad siga creciendo exponencialmente para poder suministrar criptomonedas (de 2015 a marzo de 2021, el consumo de energía de Bitcoin aumentó casi 62 veces). Por tanto, aunque toda esa nueva demanda procediera de energías renovables, lo cierto es que supondría un gasto en producción de energía despilfarrador, sobre todo, si se tiene en cuenta que solo sirve para multiplicar la especulación que debilita la actividad económica productiva y destroza los incentivos que pueden hacer que los sujetos se dediquen a crear empleo y riqueza.

En resumen, las criptomonedas solo son una pieza más del «gran casino» financiero, como lo llamaba el gran economista liberal francés Maurice Allais, en que se ha convertido el capitalismo de nuestros días.

Son pura especulación financiera, despilfarro que impulsa el incremento de la deuda y destruye la economía productiva y una de las principales responsables del desastre climático de nuestros días. Además de servir, para colmo, como una una vía por la que pueden transitar los grandes criminales del planeta para ocultar su dinero y sacar mucha más rentabilidad de lo que roban.

En los años sesenta, viendo venir el desastre que iba a provocar la especulación financiera que se abría paso, James Tobin propuso «echar arena en las ruedas de las finanzas internacionales» para, al menos, frenarla. No se le hizo caso y hemos pagado las consecuencias: casi seis décadas de menos actividad económica, más desempleo, más deuda y crisis económicas y financieras recurrentes. Si no se quiere seguir por ese camino, se debería desinflar cuanto antes la burbuja financiera de las criptomonedas y evitar el gigantesco daño ambiental que están provocando.

jueves, 25 de noviembre de 2021

Transterrados: los obligados a irse de sí mismos. Un artículo de José M. Portillo publicado en Crónica Vasca el 25.11.2021

No sabemos cuántos, dónde fueron, cómo rehicieron sus vidas… No sabemos prácticamente nada y, lo que es más preocupante, tampoco parece importarle mucho a nuestras autoridades públicas

Con este adjetivo de uso tan poco habitual, la Fundación Fernando Buesa ha titulado su reciente simposio, el número diecinueve, de estudios relacionados con la violencia política y sus efectos en la sociedad vasca. Interesaba atender un capítulo prácticamente desconocido del que fue uno de los efectos más nocivos del terrorismo ultranacionalista vasco: la salida forzada de Euskadi y la búsqueda de arraigo en otros lugares de personas que ya sufrían otras formas de violencia. No sabemos cuántos, dónde fueron, cómo rehicieron sus vidas… No sabemos prácticamente nada y, lo que es más preocupante, tampoco parece importarle mucho a nuestras autoridades públicas. No hay en la historia vasca reciente un fenómeno más relevante de abandono del país por motivos políticos y, sin embargo, en el potente, y muy bien financiado, programa del Gobierno vasco para el estudio, atención y mimo de lo que denominan “diáspora” vasca no hay ni una rendija para atender este fenómeno, ni siquiera para estudiarlo.

Es asunto que requiere urgente atención por varios motivos que estas jornadas han puesto suficientemente de relieve. Muchas de esas historias, las que hemos podido oír estos días en Vitoria, comenzaron con un grito de dolor por el anuncio de un asesinato, con una bomba fallida que podría haber matado a una familia, con una voz al otro lado del teléfono que hablaba de nombres en una lista: son víctimas del terrorismo forzadas a irse de su ciudad, de sus familias y amigos, de sus trabajos, son víctimas a las que se forzó a irse de sus vidas. Los transterrados fueron víctimas, en fin, que fueron forzadas a alejarse de sí mismas en la medida en que se iba el yo para buscar una nueva circunstancia.
Esto es tan dramático como desatendido por unas autoridades que, como digo, dedican miles de euros a vascos que se fueron de Euskadi. Esa sería la primera reparación, la de urgencia, abrir un registro (como el que se ha hecho para víctimas de la violencia policial ¿ven como si se quiere se puede?), ponerse en contacto con ellos, preguntarles, aunque sea decenas de años después, si necesitan algo de esta sociedad vasca, vindicarles públicamente y tratar de sanar en la medida de lo posible el daño causado.

Muchos de ellos han rehecho vidas por otros rumbos y han procreado fuera de aquí otras generaciones, que se verán lógicamente más de esos lugares que vascos, pero que, lo hemos podido oír también estos días en Vitoria, siguen considerando Euskadi como referencia esencial en sus vidas. La mayoría no querrá volver a transterrarse para regresar, como es lógico, pero eso no quiere decir que no desearían tener más presencia entre nosotros. Lo dijo alguien que, dirigiendo el periódico más importante del país, se fue de Euskadi sin una despedida pública, sin una miserable palmada en la espalda de quien estaba al mando de este trozo de Estado. José Antonio Zarzalejos ejemplifica muy bien al transterrado que se difumina hasta desparecer del espacio público, que es, justamente, lo que buscaban quienes le forzaron con violencia a irse. Zarzalejos habló este lunes, por fin, en Vitoria y lo hizo para ofrecer nombre y persona para lo que sea menester a ese mismo trozo de Estado que le ignoró en su trasnterramiento.
Pero estos transterrados vascos, estos forzados a abandonar el país, necesitan, a mi juicio algo más y de alguien más. La bomba, el tiro a su familiar, el secuestro, la carta de extorsión, todo eso era obra de ETA, o llevaba su sello o reivindicaban con orgullo la ekintza. Sin embargo, en el proceso que lleva al transterramiento ese era solamente el punto final, la consecuencia de no haber obedecido antes las órdenes: calla, paga, deja tu profesión, vete. Había momentos previos a ese paso final y fatal. Varias periodistas se han referido también a ello esta semana en Vitoria: amenazas en ruedas de prensa, señalamientos con nombres y apellidos en la prensa adicta, pintadas con dianas frente al domicilio, cartelería insultante. Todo ello tenía la finalidad de anular cualquier competidor en el espacio público, silenciar al contrincante, impedir su libertad de escribir. Por supuesto que se partía de un presupuesto diferente que no veía a aquellas personas como contrincantes políticos sino simplemente como enemigos a los que abatir. El cantante Imanol, como recordó Felipe Juaristi, es el epítome de todo ello: el ultranacionalismo lo convirtió en enemigo y se le sometió a un borrado literal del espacio público hasta que murió lejos y solo.

De esas fases previas que llevaban al transterramiento no se ocupaban los de las pistolas sino los del atril. Tiene tanto nombre como ETA: Herri Batasuna, Euskal Herritarrok, Jarrai, Ikasle Abertzaleak. Ni una sola palabra se les oyó entonces de reprobación o repudio del asesinato de sus contrincantes políticos ni de que otros tuvieran que abandonar la esfera pública vasca para sobrevivir. Todo lo más, aprovechaban la ocasión para decir cuánto sufrían ellos, los del atril y los de las pistolas. No pocos de aquellos dirigentes lo siguen siendo hoy de Sortu y siguen con atril a su disposición, ¿alguien les ha oído decir algo de su propia actitud ante el asesinato o el transterramiento de sus contrincantes políticos? Ni en la intimidad.

lunes, 22 de noviembre de 2021

LA ESCRITORA CATALANA NAJAT EL HACHMI DEFIENDE UNA ESFERA POLÍTICA SIN HIYAB. Un artículo de Rosa Gil publicado en elDiario.es el 21 de noviembre de 2021

La autora catalana de origen marroquí criticó en redes sociales la inclusión de una mujer vestida con pañuelo musulmán en la cabeza, Fátima Hamed, en el acto Otras Políticas, abriendo una polémica, rica en frentes, que no ha dejado de crecer desde entonces

"Gracias, Ada Colau, Mónica García, Mónica Oltra y Yolanda Díaz por incorporar a vuestras filas el símbolo de nuestra opresión. Será que las moras españolas no somos mujeres y nuestra libertad puede esperar. Será que nuestro feminismo es de segunda y podéis hundirnos un poco más para que podamos seguir encerradas en las cárceles del islam y el islamismo". Así de tajante se mostraba el pasado 15 de noviembre la escritora Najat el Hachmi, premio Nadal 2021, en su cuenta de Instagram. El origen de su indignación era el evento organizado en Valencia al que asistió la portavoz del Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía en Ceuta, Fátima Hamed Hossain, ataviada con el pañuelo islámico. "Poner el hiyab en un evento así es legitimar su uso, y con él, todo el entramado de normas sobre los cuerpos de las mujeres musulmanas —afirma El Hachmi—. El velo es la parte visible de una infinidad de reglas que nos dicen cómo tenemos que vestir, comportarnos, con quién podemos relacionarnos y con quién no, con la cuestión de la virginidad…".

tras el post de Instagram, aplaudido o citado, entre otras, por la cineasta Isabel Coixet, por la escritora Mimunt Hamido y por la periodista de origen saharaui Ebbaba Hameida, muchas voces se alzaron para reivindicar la libertad que asiste a toda mujer para llevar hiyab, si así lo decide, o su importancia como signo de identidad. Entre ellas han estado la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana Mónica Oltra, Mar García Puig (Unidas Podemos) o Loreto Arenillas (Más Madrid). "¡Pero es que lo que defienden es la libertad que tienes para someterte, para esclavizarte, y eso no existe! —asegura El Hachmi—. Y tampoco existe ese supuesto escenario de libertad en que las mujeres musulmanas eligen llevar el pañuelo. Es algo que nos imponen. Decir que no es así, que no hay una opresión contra nosotras, es ponerse un poco del lado de los que nos discriminan, en lugar de alinearse con las víctimas. Y sí, es verdad que eso es discriminar el pañuelo: pero es que esa discriminación de la discriminación a mí me parece razonable y pertinente. No se trata de señalar o perseguir a las mujeres que llevan pañuelo, sino de cuestionar su introducción en las esferas de representación".

Y esta introducción, asegura, tiene mucho de estética. "Las políticas de origen musulmán que no van veladas se quedan en segundo plano, nunca se las llama a estos eventos porque no resultan visibles como "diversidad". Así que, por un lado, tenemos a la extrema derecha instrumentalizando el discurso feminista cada vez que una mujer musulmana habla de la discriminación; ya sabemos que lo que diga la extrema derecha en términos de feminismo no tiene ninguna validez. No deberíamos darle ninguna legitimidad a esa instrumentalización, y mucho menos responder con otra instrumentalización diferente, recurriendo rápidamente al velo para dar esa imagen de inclusividad".
Una presión o una prisión

Los comentarios de Mónica Oltra ("Hay muchos símbolos de opresión en el mundo y solo nos preguntamos por ese [el hiyab]. No nos preguntamos por qué íbamos maquilladas o con tacón") le han indignado especialmente. "Yo le diría: ¿cuántas niñas son obligadas a llevar maquillaje y tacones, a cuántas niñas se les dice que si no llevan tacones no las van a querer porque no son buenas mujeres? Es un argumento demagogo, que confunde una presión estética con una prisión cuyo símbolo principal es ese pañuelo".

La escritora lamenta la poca comprensión que ha encontrado su postura entre las políticas y entre las feministas. Sobre las primeras, afirma: "Me duele muchísimo que estemos tan solas en esta lucha. Muchas hemos tenido que sobreponernos a situaciones muy dolorosas, y esperábamos encontrar apoyo en unas políticas que supuestamente están a favor de la igualdad y que están poniendo un cortafuegos muy importante a la lucha feminista en contextos musulmanes". En cuanto a la postura ambivalente de muchas feministas respecto al pañuelo, asegura: "Creo que la interseccionalidad del feminismo, en relación al islam, se ha interpretado completamente al revés. Lo que se le pide es que incorpore a su lucha las luchas de las mujeres que no pertenecen al grupo mayoritario; y eso significa incorporar la lucha de las mujeres musulmanas contra el islam, no incorporar el machismo del islam, que es lo que se está haciendo y que es algo tremendamente racista".

La escritora, que llegó con su familia a España desde el norte de Marruecos cuando tenía ocho años, señala que la presencia del hiyab, lejos de atenuarse, está yendo a más. "Cuando yo era niña, en mi pueblo llevaban pañuelo las mujeres casadas, y no era ni de lejos el que vemos ahora, dejaba al descubierto parte del pelo. Mis abuelas, rifeñas, ni siquiera lo usaban: llevaban una pañoleta. Este hiyab es un invento de los fundamentalistas". En cierto momento de su vida ella también lo llevó. "Entré en contacto con una familia fundamentalista,por eso los conozco tan bien, y me convencieron para convertirme en una 'buena musulmana'. Tenía 12 años. Cuando aparecí con el pañuelo en la escuela, la directora me dijo que así no podía entrar. Y la verdad es que me hizo un favor enorme, porque no sabía dónde me estaba metiendo. Ponerse el hiyab es muy fácil; quitárselo, muy difícil".

Conciliación entre fe y feminismo

El Hachmi ha dedicado prácticamente toda su obra literaria a explorar ese conflicto entre sus raíces y su identidad y libertad: El último patriarca, La cazadora de cuerpos, La hija extranjera, Madre de leche y miel, El lunes nos querrán y el ensayo Siempre han hablado por nosotras (todos, en Planeta y Destino) abordan distintos aspectos de la opresión de la mujer musulmana y sus dolorosos mecanismos de huida. Para hacerlo, Najat tuvo que enfrentarse a su familia y romper con su padre. ¿No es posible esa vía intermedia que parecen prometer las mujeres progresistas con pañuelo, como Fátima Hamed? "Me habría gustado, y a muchas de las chicas y mujeres con las que hablo, también. Claro que nos habría gustado poder conciliarlo todo, que las familias aceptaran a sus hijas tal como son, que no tuvieran que romper con todo; porque romper es romperse, te amputas una parte muy importante de tu propia persona. Pero eso vendrá el día que cambiemos la mentalidad de nuestros padres y de nuestras familias. Lo que no podemos es, para evitar ese conflicto y esa ruptura, perpetuar que las mujeres tengan que disimular, esconderse, hacer cosas en las que no creen. ¿Cuántas generaciones de niñas vamos a sacrificar así?".

Entonces, ¿no es posible conciliar fe y feminismo? "A mí no me ha sido posible", reconoce. "Por coherencia con el feminismo, tuve que dejar de ser creyente. Entiendo que es un paso muy doloroso y que habrá personas que no lo den; eso forma parte de su libertad y de su deseo de conciliar ambas cosas, o de asumir sus propias contradicciones. Yo tengo mi itinerario, y si otra mujer escoge otro, adelante. El problema viene cuando intentamos introducir la religión en las esferas políticas, porque entonces le damos un poder que no debería tener, y más aún si tenemos en cuenta que la agenda del islamismo va en esa dirección".

El ascenso del fundamentalismo en Europa es, de hecho, una de las preocupaciones de la escritora. "Creo que no podemos seguir actuando como si no existiera: está aquí, y tiene una influencia muy importante entre los más jóvenes. Hace 20 o 30 años a nadie se le habría ocurrido defender el pañuelo como algo que elegías libremente. Pero personajes como [el controvertido teólogo musulmán] Tariq Ramadan difundieron la idea de que el islam está perseguido en Europa, y que los musulmanes tenían que 'salir del armario' y lograr representación en todas las esferas de la vida, incluida la política. Los fundamentalistas quieren que el islam tenga un peso político, que vaya mucho más allá de una creencia privada. Y ahí está el gran peligro: convencernos de que las mujeres no somos víctimas por culpa del islam, que es machista, sino por culpa de la sociedad, que nos discrimina por llevar pañuelo".

Refugiarse en los libros

El Hachmi asegura que "marcar" a las mujeres como musulmanas forma parte de esa agenda islamista. "Ellos son muy conscientes de que a una mujer con hiyab le va a ser mucho más difícil progresar en la sociedad europea. Así que hacer que lo lleven es una forma de frenarlas. Y de verdad que se me rompe el corazón al ver a mujeres que están en situaciones tremendas, que buscan trabajo y que no lo encuentran y que, sabiendo que se les abrirían más puertas si se quitaran el pañuelo, no lo hacen. Y el hecho es que, entre la migración de origen marroquí, son las chicas las que más avanzan, las que más acceden al bachillerato y a la universidad. Pero yo creo que el fundamentalismo es una reacción contra ese avance, precisamente: no son tan distintos la extrema derecha y el islamismo político, ambos son una reacción contra la igualdad".

Debatir sobre estos temas en las redes sociales resulta, a menudo, frustrante, como la escritora sabe bien. "Por ejemplo, si critico el pañuelo me alinean con la extrema derecha, cuando llevo toda la vida escribiendo contra ella. Pero es que ahora mismo la extrema derecha está condicionando el discurso: puedo hablar en mis columnas de la violencia que ejerce cualquier hombre contra cualquier mujer; pero no puedo hablar de la que ejercen personas de mi mismo origen. Entonces ¿dónde me tengo que ir yo para denunciar las violaciones y el acoso que llevan a cabo los hombres de origen musulman? Porque es necesario educarlos en el feminismo o nos encontraremos en un escenario terrible".

Esa polarización y simplificación del debate en las redes le hacen plantearse, en ocasiones, expresarse solo a través de sus libros. "Muchas chicas me dicen que mis libros las ayudan, que sienten que alguien está contando su historia. Lo que no se cuenta no existe, no está presente en el imaginario, y es importante que en ese imaginario estemos nosotras. El discurso público es más directo, pero la ficción permite una complejidad y unos matices que no tienen las redes. A veces me planteo limitarme a escribir, porque en la literatura me siento muy tranquila y muy libre. Pero también considero que estoy en una situación privilegiada, a la que no me ha sido fácil llegar, es verdad, con un entorno que me apoya y donde ya no me pasan las cosas de las que escribo; y siento la necesidad de echar una mano a las que todavía están ahí. No puedo hacer mucho por ellas excepto escribir. Y eso es importante: contarnos y poder vernos en el espejo de la representación".


viernes, 12 de noviembre de 2021

“RESPETE A NUESTRAS TRABAJADORAS SEXUALES”: LA HIPÓCRITA NORMALIDAD

Una cree que conoce todo del Barrio Rojo de Amsterdam, aunque nunca haya pisado Amsterdam. Las vidrieras, las mujeres sentadas a que las elijan como si fueran corbatas, en fin. Una cree que ya lo sabe. Pero el día en que el avión toca el suelo de los Países Bajos y en media hora de tren está en la ciudad: ¿cómo no darse una vuelta?

Lo primero que sorprende es que el "Barrio rojo" -esa zona dedicada francamente a la prostitución- no está retirado ni nada sino ahí, al paso. "Del otro lado de la manzana", me dice una vendedora de souvenirs. Son las 10 de la mañana, seguro no es hora pico y el barrio está tranquilo. Pero debe ser más movido porque unos carteles explican que, aunque es un buen barrio para la diversión, ahí también "vive gente". Así que calma.

Con la incomodidad de quien cree que la prostitución es una forma de violencia, paseo junto a uno de los bellos canales de la ciudad y veo los lugarcitos mínimos donde las mujeres se sentarán en unas horas, en muchos si abren los brazos tocarán las dos paredes. ¿Cuánto tiempo hasta que un hombre las señale y pasen al fondo?

Vidriera, sex shop, vidriera, Museo de la Prostitución -a esta hora hay cola para entrar-, vidriera. Holanda -hoy Países Bajos- legalizó la prostitución en 2000 y desde entonces el negocio genera impuestos. Entre 400 y 600 millones de euros por año. Se calcula que dos tercios de las prostitutas son extranjeras y, es decir, no jóvenes que realizan sus inquietudes profesionales sino gente sin opciones.

Pero, eso sí, está prohibido sacarles fotos y otro cartel avisa: "Respete a nuestras trabajadoras sexuales: ellas mantienen a vuestras mujeres seguras y a vuestros hombres felices". Amsterdam, siglo XXI: el colmo de la mirada machista.

Nada de esta violencia se ve en la templada mañana de Amsterdam. Algún boliche ha tirado basura a la vereda y las palomas se la comen. Unos botes se dejan mover por el agua. Hay silencio, una ciudad moderna, ecologista, progre, donde lo que más se oye son las voces de los que pasan charlando, se ven autos cargando electricidad y el medio de transporte principal es la bicicleta.

Entonces, ah, en la vidriera de una esquina hay dos mujeres y al corazón de una lo cruza un zarpazo. No hace falta que me prohíban mirar, no quiero. Pero ya vi. No se imaginen las elegantes, las divertidas prostitutas de Toulouse-Lautrec. Aquí cada una mira hacia otra calle, ninguna es blanca, usan una bikini, -o será bombacha y corpiño-, tienen los pechos exagerados y el gesto casi desafiante.

Un instante más y se abre una puerta contigua, pegada a la vidriera. Una señora de jeans sale de su casa a pasear al perro. Total normalidad.

Duele.

martes, 9 de noviembre de 2021

Markus Gabriel: "El trato que recibe la Filosofía en España es un crimen contra la humanidad".

El filósofo alemán, defensor de una renovación ética y práctica del pensamiento, desgrana las claves de su obra en una charla en la Fundación Juan March

Divulgativo, provocador, renovador y entusiasta, Markus Gabriel (Remagen, 1980) no es solo el profesor más joven de la historia de las facultades de filosofía alemanas, con todo lo que ello implica en un país como el germano, sino que su lenguaje claro y cuajado de ejemplos prácticos y su apelación constante a la actuación filosófica más allá de la teoría y las aulas le han convertido en uno de los pensadores más relevantes de nuestro tiempo.

De visita en España, donde ha recalado como asesor como asesor del nuevo Centro Internacional de Neurociencia y Ética (CINET), creado por la Fundación Tatiana Pérez de Gúzman el Bueno, el filósofo ha desgranado en una charla en la Fundación Juan March junto a José Luis Villacañas y Ernesto Castro las claves de su pensamiento, adscrito a la corriente filosófica acuñada como Nuevo Realismo, que cuestiona las interpretaciones totalizadoras del mundo procedentes del materialismo, el naturalismo y el funcionalismo.

"La humanidad entera está viviendo una situación extremadamente filosófica, pues nos encontramos en crisis a varios niveles. La pandemia, la crisis climática, la crisis geopolítica en Occidente, la crisis del humanismo frente a la inteligencia artificial, la crisis del saber, la de la esfera pública…”, enumera Gabriel, que habla nueve idiomas, en un español espléndidamente pulcro con giros coloquiales y un sonoro acento. "Y por eso es más necesaria que nunca la filosofía”.

Saber qué es el hombre

Tal y como la entiende el pensador, "la filosofía es una intervención en lo que en alemán se llama el Zeitgeist, el ‘espíritu de la época’, que podemos definir como un conjunto de falacias aceptadas en un momento dado de la historia. La función de la filosofía es aclarar y desmenuzar los presupuestos y los prejuicios de la sociedad. Y esta época necesita mucha filosofía, como ocurrió, por ejemplo, en el siglo XVIII, porque ya no sabemos quienes somos ni quienes queremos ser”, sostiene.
Responder a estos interrogantes es, a su juicio, el fin último del pensamiento. “La cuestión más importante de la filosofía, como ya decía Kant, es saber qué es el hombre. En este momento de la historia, lo que necesitamos son instituciones, fundaciones, gobiernos… cuya meta sea responder hoy a la cuestión de qué sabemos del hombre, para poder deducir presupuestos para una filosofía del futuro”.

En este empeño se ha centrado buena parte del trabajo de Gabriel en los últimos años como defensor del Nuevo Realismo. Libros como Por qué el mundo no existe, Yo no soy mi cerebro y El sentimiento del pensamiento —todos editados en España por Pasado & Presente— enarbolaban una encendida defensa de la realidad contra todos sus enemigos, desde los heraldos del agotado posmodernismo hasta los extremismos políticos teñidos de utópicas irrealidades, pasando, cómo no, por esa realidad virtual que pretende suplantar al mundo.

Cara y cruz de lo posmoderno

Justamente se muestra muy crítico con la idea de posmodernidad, “un modelo de pensamiento paradójico, pues su punto fuerte es al mismo tiempo su punto débil”, opina. Lo que Gabriel alaba de la corriente dominante aún hoy en la sociedad —aunque superada en el mundo académico— “es el pluralismo. Vivimos en democracias liberales, en sociedades pluralistas donde hay varias maneras de vivir bien y cada uno puede elegir la suya. Lo importante, aunque sea algo universal, se concretiza en cada vida de manera independiente”, y eso es el culmen de la aspiración occidental de libertad e independencia individuales”.

“Y eso es un gran punto frágil, porque nos lleva a caer en el problemático relativismo: la idea de que ni siquiera existe lo importante. Y la negación de lo importante nos libera por un tiempo, pero tras tantos años de posmodernidad hemos advertido que es una ilusión. La posmodernidad es hoy ilusión de una ilusión”, resume.Sin embargo, el filósofo advierte de que, yendo a la contra de este mundo líquido y globalizado en el que moramos, “el gran problema de la posmodernidad es justamente la negación de la universalidad. Para un pensador posmoderno todo es histórico, contingente, dinámico, frágil e inteligible. La realidad, desde el punto de vista del posmoderno es algo que nunca llegamos a conocer tal y como es”, explica.

Hacia una nueva ilustración

Lo certero de su análisis crítico no se queda simplemente ahí, sino que Gabriel ofrece propuestas de cambio. En concreto, lo que ha dado en llamarse Nueva Ilustración, una forma de pensamiento y actuación encaminada a “vivir bien” que centra su último libro traducido en nuestro país: Ética para tiempos oscuros. Valores universales para el siglo XXI. “Esta Nueva Ilustración tiene tres dimensiones. Primero, el humanismo, siempre anclado en el Renacimiento y que presupone una cierta autoconcepción del ser humano como tal”, explica.

Y se lanza a poner un ejemplo: “la esclavitud ya era un mal radical cuando Aristóteles la negaba. Aristóteles defendía la esclavitud como necesidad para los filósofos, pues decía que para que nosotros podamos trabajar, alguien tiene que preparar la comida… Lamentablemente, Aristóteles se equivocó, ya que hay otras maneras más justas de organizar la sociedad”, apunta Gabriel. “Lo que cambia hoy son las condiciones de saber. Los hechos morales están siempre entrelazados con otros: económicos, culturales, epistémicos… Las culturas del pasado no conocían muchas cosas, pero hoy estamos en plena sociedad del saber, y como los hechos morales son los mismos, la Nueva Ilustración requiere una cooperación con otras dimensiones de la sociedad: la ciencia, la política, la economía…”, reclama.“Después, viene el realismo, que también afecta a la ética. Debemos reconocer la existencia de hechos morales, que para mí son una respuesta verdadera a la cuestión de lo importante. Un hecho moral nos dice lo que tenemos que hacer o no hacer simplemente en virtud de la propia humanidad que compartimos con todos los seres humanos del planeta”, defiende Gabriel, para quien la tercera pata de este trípode es “el universalismo. Es decir, los hechos morales son comunes siempre a todas las épocas y todos los lugares. No son relativos”.

Ocupar el centro de la discusión

¿Suena a las típicas palabras de pensador que quedan estupendamente en negro sobre blanco o dichas desde un atril pero que ahí mueren? Nada más lejano al hacer de Gabriel. Todo este aparataje teórico sirve de cimientos a la parte práctica de su actividad. “Entre otras cosas, colaboro con varias empresas de Inteligencia Artificial, como Deloitte y otras multinacionales. Las que tienen realmente el poder”, afirma. “Por ejemplo, hemos conseguido financiación del estado alemán de Renania del Norte-Westfalia para un proyecto encaminado a estudiar y aplicar la ética en el campo de la Inteligencia Artificial. Las grandes empresas como Telekom, nos surten de datos anonimizados para estudiar los prejuicios en la recopilación de datos y muchos otros elementos”, detalla el pensador.

Además, el catedrático dirige otro proyecto en el The New Institute de Filosofía de Hamburgo —institución recién inaugurada con financiación bimillonaria— “en el coopera Facebook y discutirá con nosotros sobre qué y cómo se publica en su red”. Afirma Gabriel que este interés por introducirse en los contextos empresariales y políticos “nace de ver cómo se puede conversar con los que ya tienen el poder, pues rechazo la posición de oposición. No creo en la filosofía como oposición al mundo. En la Nueva Ilustración, los filósofos deben estar en el centro de la discusión, no comentando lo que ocurre desde fuera”, defiende.

Eso sí, el pensador reconoce que, en determinados lugares, como Alemania —donde programas filosóficos ocupan horario de prime time en la televisión— es más sencillo. “Las instituciones son realmente fundamentales desde el punto de vista de la ontología social, de la disciplina filosófica que estudia los hechos sociales. ¿Cuáles son las condiciones para que algo sea social? Yo creo que lo social es una combinación de disensos respecto a un objeto. Hay cosas difíciles, como manejar una pandemia, y la función de las instituciones es discutir el tema desde varios puntos de vista sin que la sociedad se destruya”, opina.

Esa visión de lo social y esa “cultura del disenso” suenan bastante utópicas en España, donde una ves más, la Ley de Educación arrincona y desprecia la Filosofía y el resto de Humanidades. Una realidad sobre la que Gabriel no se corta en opinar. “Lo que me han contado que ocurre en España con la Filosofía en el mundo educativo es simple y llanamente un crimen contra la humanidad. Y estoy hablando en serio”, recalca sonriendo.

EL COACHING O POR QUÉ NUESTROS HIJOS NO PUEDEN SER ASTRONAUTAS. Por Vanessa Pérez Gordillo. Escrito por vocesenlucha

“Quienes renunciamos a autoexplotarnos para vivir, porque no albergamos la ilusión de lograr lo imposible, somos minorías recesivas, es decir, vocecillas inaudibles en medio de una fábrica de motores atronadores que nos agota humanamente.”

El modelo de asesoramiento implementado en nuestras sociedades ha logrado permear la cotidianidad. Ya no se trata de una sospecha, ha ocurrido; el yo se ha transformado en un individuo que sufre un galopante dolor mental que nos roba la sonrisa. El malestar está generalizándose y se ha profundizado después de la pandemia. Cada vez son mayores las adicciones a somníferos, ansiolíticos, antipsicóticos y antidepresivos en general. Un número indeterminado, pero bien nutrido de personas, acude rutinariamente a tratar la pena, la frustración, la infelicidad, el desequilibrio y la fragilidad de un carácter de mierda que mal que bien logran dominar, y que muchas veces lleva a quitarse la vida. Los datos son alarmantes, se calcula que 700.000 personas se quitan la vida al año. El corazón de la Humanidad se rompe ante la bipolaridad global, ante la insultante brecha in crescendo que separa los saludables y ricos de los enfermos y empobrecidos. Sin embargo, frente a tanto desequilibrio, todo parece ordenado, ¿por qué?
 
Mientras los medios de comunicación nos cuelan sus noticieros, e hipnotizan con sus reality show, las grandes compañías hidroeléctricas suben la luz, seguras de que nos quedaremos quietas, enredándonos en una queja sin fundamento, contemplando cómo una élite se folla a las parejas de sus amigos y se saca las uñas, los dientes y las tetas; espectáculo intensísimo que nos roba la atención y el escaso tiempo de ocio que nos queda tras cumplir la responsabilidad laboral, y que abona el terreno del protayoísta. Una ingeniería televisiva que además de golpearnos subliminalmente con el discurso de que la culpa es nuestra o del vecino, promueve un escenario de inseguridad e inestabilidad permanente que, parafraseando a Isabell Lorey, induciría a la docilidad y domesticación del carácter como forma de gobernarnos.

Por si acaso somos inmunes a los culebrones y culebronas, o incapaces de atajar la ansiedad en los centros comerciales, el neoliberalismo proyecta la industria de la felicidad y el pensamiento positivo para llenar nuestro día y nuestra noche con colores y mensajes chupiguays que prometen la satisfacción personal y éxito, y consiguen que ignoremos o aceptemos lo que está pasando: la precarización generalizada de nuestras vidas.

La enumeración de contextos garantes del orden, por desgracia, sigue. La cultura hegemónica es muy eficiente creando escenarios que aseguran el triunfo del individualismo, la construcción del Yo. Ante la angustia real que sufren cabezas y cuerpos, ante la sensación de inutilidad, incertidumbre y vacío, se despliega un artefacto para “curarnos”. Consultorios alternativos con una carta donde abundan las terapias como primer plato; despachos minimalistas o vintage para yuppies, jóvenes profesionales urbanitas; programas de retiro espiritual con desayuno al sol; literatura de autoayuda mejor y peor; y una serie de “profesiones” -expertos, gurús, mentores, motivadores, coaches y asesores personales en general- que trabajan para hacer que nos pasen cosas buenas. Un centro de operaciones cuyo mantra es “si quieres, puedes”.

Silvia Agüero, gitana feminista, en el Campus Desobedient que organizó Mal Del Cap en Ibiza el pasado mes de octubre, explicaba indignada: “que la profesora no le diga a mi hija que puede ser astronauta, porque no puede”. Aquello resonó en nosotros y pensamos: “los míos tampoco van a poder ser astronautas”. No obstante, si no van a poder ser astronautas, y quien dice astronautas dice un porrón de cosas más, ¿por qué permitimos la pantomima del sueño americano en las escuelas? ¿por qué creemos que si nos esforzamos lo suficiente lo conseguiremos, y que si no pudimos es porque orientamos mal nuestros esfuerzos? ¿por qué carajo no nos rebelamos y mantenemos un silencio abrumador ante una estructura social que nos está masacrando?

Igual es el momento de responder sin heroísmo y decir simplemente que no podemos, que no podemos rebelarnos. Que, aunque sintamos la injusticia y, en el mejor de los casos, nos duela, somos incapaces de combatirla. Que hacemos parte de una paralización en masa, consentida y argumentada. De una guerra, decimos con Richard Szafranski, neocortical, que ha anulado la capacidad de comprender. Cuando las respuestas empiecen a ser estas, quizás podamos debatir con sinceridad y sin ambages por qué no podemos detener este desastre que nos lleva al colapso. Incluso es posible, que aun entonces, sigamos construyendo ese Yo, que educado en la cultura hegemónica ha sustituido el fundamento de vida y cree que su horizonte es ser algo, alguien, tener éxito, dinero, poder, belleza. Conviene no engañarse y tomar conciencia de que habitamos presas en la lógica capitalista. Una lógica perversa, que como bien explican Hannah Arendt y Günther Anders, es monstruosa. Sin embargo, ¿quién puede desconfiar de querer ser feliz? Pareciera tan inofensivo el deseo de querer alcanzar “nuestros” sueños u objetivos que difícilmente nos cuestionamos si hacen algún mal, o si ayudan a incrementar la desigualdad, el racismo, la hispanidad y este mundo “ordenado” de las clasificaciones donde el comunismo es el peor de los cajones posibles.

Los coaches, incluso los humanistas y ontológicos, quieren que nos responsabilicemos del fracaso, para convertirlo en éxito, bienestar o “ser verdadero”. También el profesorado que, como explicamos en La dictadura del coaching, convertido en coach-guía desde que la Fundación Botín metió las narices en la escuela con el programa Educación Responsable, quiere que los alumnos mejoren sus rendimientos y gestionen sus emociones positivamente. Entienden que en este mundo las barreras las pone la falta de autoestima que cada cual tiene de sí, y creen que resolviendo eso y sacrificándote lo suficiente las puertas se abrirán.

Esta visión, como dijera la coach profesional Vikki Brock, es dominante. Quienes renunciamos a autoexplotarnos para vivir, porque no albergamos la ilusión de lograr lo imposible, somos minorías recesivas, es decir, vocecillas inaudibles en medio de una fábrica de motores atronadores que nos agota humanamente. Está por ver, ante la falta de respuestas que presenta este texto y el arsenal de recetarios que contradictoriamente ofrece la sociedad del asesoramiento, quiénes podrán seguir queriendo ser astronautas en un planeta que se va a la porra.

domingo, 7 de noviembre de 2021

ES EL CONSUMISMO, ESTÚPIDOS. Un artículo de Iñaki Iriarte Goñi publicado en elDiario.es el 6.11.2021

 

Escaparate de una tienda de la marca de moda H&M, en el que se indica que hay
rebajas de hasta el 50%. Archivo. 
Eduardo Parra / Europa Press

Una de las principales claves explicativas de la actual crisis climática que padecemos es que hemos convertido en normal un modelo económico en el que los países ricos consumimos muy por encima de nuestras necesidades, utilizando para ello unos sistemas de producción que generan emisiones y residuos muy por encima de las posibilidades de la naturaleza para asimilarlos


Desde que Bill Clinton lo utilizara en su campaña contra George Bush padre en las elecciones presidenciales de 1992, el slogan "es la economía estúpido" y sus variantes, han hecho fortuna como expresión para resaltar lo que, pese a ser evidente, no es percibido como tal por algunos de los afectados. Por eso, viendo las declaraciones y las decisiones que los líderes mundiales están barajando en el marco de la COP26, dan ganas de gritarles: "es el consumismo, estúpidos". Y no con ánimo de insultar, sino simplemente de advertir algo que resulta obvio, pero que ni ellos ni, en general, la mayor parte de la ciudadanía reconocemos. Tenemos un elefante llamado consumo desmesurado dentro de la habitación, pero no queremos verlo.

Una de las principales claves explicativas de la actual crisis climática que padecemos es que hemos convertido en normal un modelo económico en el que los países ricos consumimos muy por encima de nuestras necesidades, utilizando para ello unos sistemas de producción que generan emisiones y residuos muy por encima de las posibilidades de la naturaleza para asimilarlos. Consumir es necesario para sobrevivir y para alcanzar un grado suficiente de bienestar, pero caer en un consumismo irracional que convierte al propio consumo en objetivo vital prioritario, no solo no mejora nuestro bienestar, sino que nos perjudica al tiempo que deteriora el planeta y a las sociedades que lo habitan.

Aunque se empieza a hablar de una economía circular que debe potenciar entre otras cosas la reutilización y el reciclaje, de momento seguimos instalados en una economía lineal en la que producimos, consumimos y desechamos en grandes cantidades a un ritmo cada vez más rápido. Instalados en una cultura de la abundancia, a poco que podamos sustituimos los objetos antes de que acabe su vida útil, en un ejercicio inconsciente de despilfarro. Lo hacemos con la comida y con la ropa, con los móviles, los ordenadores y los televisores. Las empresas nos incitan a ello ofreciéndonos constantemente productos con pequeñas mejoras tecnológicas que a veces son más aparentes que reales, pero caemos en la trampa. Y no es raro que quienes pueden abusen también del consumo energético usando de forma excesiva la calefacción o el aire acondicionado incluso a costa de alcanzar temperaturas muy poco naturales. Lo peor es que no parece que estos comportamientos nos hagan más felices, porque también el consumo de ansiolíticos y antidepresivos está disparado.

Incluso la información que manejamos se ve afectada en parte por vicios consumistas. En este momento producimos y consumimos ingentes cantidades de mensajes y datos relacionados con la cumbre climática de Glasgow y con la necesidad de reducir emisiones para que la temperatura del planeta se mantenga dentro de unos límites razonables. Pero en unos pocos días habremos desechado la mayor parte de esa información y entraremos en la vorágine del marketing relacionado con el Black Friday, una de las bacanales consumistas a las que nos vemos empujados anualmente. ¿Alguien cree de verdad que este tipo de eventos son compatibles con una planificación seria de la reducción de emisiones?

Tiene mucha razón el secretario general de la ONU Antonio Guterres cuando dice que nuestra adicción a los combustibles fósiles nos está llevando al abismo, pero sería importante dar un paso más y reconocer que el modelo imperante de consumo es una de las principales causas que retroalimenta esa adicción. Esta muy bien que los líderes mundiales acuerden, como han hecho, acabar con la deforestación y reducir las emisiones de metano. Pero sabemos que ambos fenómenos están indisolublemente asociados a escala global al mantenimiento de una ganadería intensiva que seguirá estando ahí mientras no reduzcamos el voraz consumo actual de carne, totalmente ajeno a nuestras necesidades fisiológicas. Es obvio que los intereses para ocultarnos ese tipo de links son muchos y poderosos, pero si no los desvelamos no atacaremos la raíz del problema, y las declaraciones bienintencionadas quedarán seguramente solo en eso.

Y si hablamos de consumo tenemos que considerar, por supuesto, la desigualdad. Según datos del Banco Mundial, en 2020 cada habitante de los Estados Unidos de América consumió de media en una sola semana lo que un habitante de la India consume en 11 meses, o lo que un habitante de Mozambique consume en dos años. Esos datos se corresponden, por supuesto, con grandes diferencias en la huella de carbono asociada a cada nivel de consumo. La desigualdad se traslada también al interior de cada país con consumos muy distintos según los diferentes niveles de riqueza. Está comprobado además que conforme se incrementa el nivel de ingresos, crece también la propensión a consumir productos con mayor contenido y necesidades energéticas. Dicho de otra forma, la responsabilidad de ricos y pobres a la hora de generar emisiones ligadas al consumo es muy distinta, y distintos deberían ser los esfuerzos exigidos a unos y otros a la hora de reducir sus respectivas huellas.

Si queremos aminorar el incremento de las temperaturas debido a las emisiones de gases de efecto invernadero, debemos actuar en muchos frentes. Los acuerdos de la COP26 pueden ayudar en algo, pero será necesario mucho más. Pensar que las energías limpias y el cambio tecnológico unido a las ayudas de los donantes nos van a sacar del atolladero dejando intacto todo lo demás, es una quimera. La transición ecológica requiere cambios profundos en las formas de producir, pero también de consumir y de distribuir la riqueza. Renunciar en lo individual al consumismo irracional y actuar en lo colectivo para promocionar un consumo menor, más consciente y responsable y mejor repartido, puede ayudar y mucho. La buena noticia es, además, que si lo hiciéramos bien, no solo estaríamos ayudando a frenar el cambio climático, sino que estaríamos mejorando también nuestra calidad real de vida.

viernes, 5 de noviembre de 2021

EL MUNDO. Eduardo Galeano.

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

- El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fuegultos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

Eduardo Galeano. El libro de los abrazos

jueves, 4 de noviembre de 2021

PRISA Y PAUSA. Un artículo de Irene Vallejo publicado en Milenio el 03.11.2021

En un mundo que nos pide a gritos carácter emprendedor, los introvertidos y los tímidos parecen haber perdido la carrera del éxito social en la misma línea de salida. Debido a la mentalidad imperante, muchas personas —incluso en colegios, institutos y en la vida laboral— se interesan solo por aquellos que prometen dotes de liderazgo. Los niños y adultos contemplativos, en cambio, merecen menor atención, y para ayudarles a triunfar se les aconseja rapidez, audacia, y pensar menos. Quienes hablan así desean vivir siempre en acción y creen perder el tiempo cuando sus ocupaciones no llevan la marca angustiosa de la prisa. Olvidan que los hallazgos científicos, las invenciones y las ideas que han edificado nuestra forma de vivir requerían reflexión en solitario. La soledad y la pausa son el hábitat del pensamiento. El filósofo Pascal escribió que muchos infortunios del hombre vienen precisamente de no saber estar sentado tranquilamente, solo, en una habitación. Y antes que él, los sabios de la Antigüedad aconsejaban buscar felicidad en la quietud, donde se disipan los errores del acelerado vivir cotidiano. Hace falta reivindicar que el mundo es mejor de lo que podría ser gracias también a personas tímidas y reflexivas que no tenían dotes de mando pero fueron capaces de dar sentido a su soledad. Pensar es hoy más que nunca un oasis humano en los desiertos de la prisa.

martes, 2 de noviembre de 2021

PARA LAS GRANDES FORTUNAS YA NO HAY PANDEMIA: LOS RICOS SE HACEN MÁS RICOS. Los millonarios españoles ven aumentar su riqueza un 17% durante el último año.

Los ricos se hacen cada vez más ricos y da igual la pandemia y la crisis derivada de la covid-19. En el último año, las grandes fortunas españolas han aumentado su riqueza hasta los 153.575 millones de euros, un 17% más que en 2020. Según la lista de la revista Forbes publicada este martes, cada millonario ha visto crecer su cartera en 565.000 euros al día.

Una vez más, el fundador de Inditex, Amancio Ortega, encabeza la clasificación de los 100 españoles más ricos, con una fortuna de 67.000 millones de euros, 10.000 más que en 2020. Le sigue su hija Sandra Ortega, que atesora 6.300 millones de euros, un 12,5% más que el pasado año. El top cinco lo completan Rafael del Pino (Ferrovial), Juan Roig (Mercadona) y Juan Carlos Escotet (Banesco). Entre todos ellos concentran más del 50% del total, 83.500 millones de euros.

La desigualdad de género también está presente en la élite millonaria española. Y es que, según la información de Forbes recogida por la agencia EFE, entre los 100 nombres solo aparecen en la lista 30 mujeres. La riqueza media de ellas es de 993 millones de euros frente a los 1.511 millones de los varones. Por detrás de Sandra Ortega figuran Alicia Koplowitz, propietaria de Omega Capital, y Hortensia Herrero, accionista de Mercadona, en sexto y séptimo lugar con 2.300 millones, respectivamente.

Madrid es la comunidad que más mujeres multimillonarias aporta al ranking con 19 fortunas que acumulan 12.875 millones. Le sigue Catalunya, con 18 mujeres y una suma de 8.550 millones de euros. En el otro extremo de la tabla se sitúan Extremadura y Navarra, donde ninguna mujer tiene más de 30 millones de euros.

Precisamente, el Madrid de Isabel Díaz Ayuso y su política fiscal tiene el mayor número de millonarios con 50, la mitad de la lista. A los 36 oriundos hay que sumar las 14 fortunas que, aunque sean de otras regiones, tienen su sede principal en la comunidad. Catalunya ocupa el segundo lugar en la carrera por congregar potentados. Tras ella están Euskadi y Murcia, que cuenta con cinco de las 100 familias más ricas de España y tres de los españoles más ricos. Balears y Canarias cierran la tabla, marcadas por sus fortunas provenientes del turismo.

Por último, ningún deportista aparece en la lista de 100. Los más ricos, de acuerdo a Forbes, son Rafael Nadal y Fernando Alonso, con 225 millones de euros cada uno. A continuación se sitúan Sergio Ramos, Andrés Iniesta y Gerard Piqué, con 100 millones cada uno.

A nivel global, Jeff Bezos es el más rico del mundo por cuarto año consecutivo, con 177.000 millones de dólares. Elon Musk está en segundo lugar con 151.000 millones de dólares, gracias a la subida de las acciones de Tesla y Amazon, recuerda la revista.

Publicado en Público el 02/11/2021

LA LENGUA, EL SUPREMACISMO Y LOS PRIVILEGIOS DE CLASE: DE ABASCAL A OTEGI. Un artículo de Ander Gutiérrez-Solana Journoud publicado en elDiario.es

EH Bildu ha optado por la táctica supremacista de la extrema derecha. Ya no estamos ante un debate de política lingüística sino ante un debate identitario, un debate de buenos y malos vascos

Los debates sobre la identidad de los pueblos o de las personas son habituales en cualquier lugar del mundo. La identidad, por definición, se constituye respecto a la propia visión que cada cual tiene al mirarse al espejo en relación con diferentes factores sociales y culturales que conforman el mundo en el que vive. Género, clase social, opción(es) sexual(es), raza, cultura, lengua y nacionalidad son elementos que conforman la autopercepción.

En el ámbito político, cada vez de forma más profunda, los discursos se sirven de las cuestiones identitarias para conformar microcosmos de identificación colectiva frente a otros. Este fenómeno supone, necesariamente, dibujar unos límites a la identidad colectiva de un grupo, invisibilizando la mixtura y el mestizaje de cada individuo, para consolidar una imagen del grupo como monolítico y permanentemente amenazado por "contaminaciones externas".

Es este el caldo de cultivo de la extrema derecha a nivel mundial. El nuevo movimiento ultra está siendo capaz de dibujar simplificaciones absurdas de la realidad de diferentes estados: el obrero blanco hetero estadounidense, el agnóstico francés de campo, el católico español que pasea en caballo, etc. No importa que estas representaciones no tengan relación alguna con la realidad social si ayudan a definir un sentimiento de pertenencia. Este imaginario, siempre en torno a figuras masculinas que representan el todo, está irremediablemente rodeado de factores que amenazan su identidad: otros idiomas, libertad sexual, empoderamiento de las mujeres, etc. De fondo, un intento no muy oculto de sostener los elementos estructurales del sistema: la acumulación de riqueza y poder y el patriarcado.

Las personas de izquierda nos hemos llevado las manos a la cabeza en cada ocasión en que la derecha o la extrema derecha española ha utilizado el castellano para discriminar a personas migrantes o para atacar las lenguas minorizadas. Las peticiones de examen de idioma para obtener permiso de residencia o trabajo, de realización de exámenes culturales a cambio de reconocimiento de derechos o la negativa a incorporar perfiles lingüísticos en los pueblos bilingües del Estado han sido calificadas unánimemente, y con razón, como expresión del supremacismo español.

En Euskadi tenemos que soportar, y ya es mala suerte, dos supremacismos. El del vasco Abascal y quienes le siguen, siempre amenazado por nuestra lengua milenaria, por nuestras instituciones e incluso nuestras fiestas y el supremacismo, sibilino a veces, de una parte de la izquierda abertzale, siempre amenazada por la pluralidad de la sociedad vasca. Normalmente pensaríamos que no puede haber dos políticos vascos más diferentes que Abascal y Otegi y sus equipos pero, ¿lo son?

Tanto Abascal como Otegi, hombres blancos burgueses heterosexuales, han decidido utilizar símbolos comunes (la lengua, la bandera, la nación etc.) como elementos propios de los que los demás carecemos. En la cuestión lingüística es donde más evidente es esta conexión. El euskara, lengua propia de nuestro pueblo minorizada y perseguida durante decenios, se ha convertido en elemento de ataque a una parte de población vasca por parte de dirigentes de EH Bildu en términos sólo comparables a los de la extrema derecha.

EH Bildu considera, legítimamente, que todos los puestos de trabajo de la Administración pública deben ser ocupados por personas bilingües. Es decir, que el 65% de la población no tiene derecho a acceder al empleo público (más estable y mejor remunerado). Es importante señalar que, de esta mayoría del pueblo vasco excluido el 47% no sabe nada de euskara, el 19% sería belarriprest y no tienen el perfil requerido. Nótese además que, de la población euskaldun también se quedaría fuera el 43% de euskaldunzahar que no han superado las pruebas.

Otras opciones proponen una aproximación a la realidad vasca más holística: es necesario que los derechos lingüísticos se cumplan y, para ello, cada puesto de trabajo debe exigir el perfil de euskara que se necesite. No es lo mismo un puesto de trabajo en equipo, que un puesto unipersonal. No es irrelevante que el puesto implique atención al público o que no. No es igual que la zona donde se vaya a desarrollar el trabajo sea castellanoparlante o euskaldun. No es inocuo que las competencias requeridas sean, en unos casos, escritas y orales y, en otros, simplemente orales.

Hasta aquí, un debate complejo, con muchas aristas y que debería garantizar diferentes derechos a la ciudadanía: el derecho al acceso al empleo público y el derecho a dirigirse a las Administraciones en la lengua propia. Son derechos compatibles, nunca excluyentes.

Sin embargo, EH Bildu ha optado por la táctica supremacista de la extrema derecha. Ya no estamos ante un debate de política lingüística sino ante un debate identitario, un debate de buenos y malos vascos. Esta semana, la coalición independentista y varios de sus cargos públicos han calificado al segundo sindicato vasco (CCOO) "exterminadores lingüísticos y fanáticos" por proponer que la petición de nivel de euskera de la policía local no sea igual en Lekeitio que en Laguardia. Como puede verse, no parece que el sindicato haya cuestionado la oportunidad de perfilar plazas, sino la metodología. Ha osado, en cambio, cuestionar los privilegios conectados al acceso al empleo público que tenemos los euskaldunes. Y eso ha removido las estructuras de poder de la "izquierda" abertzale.

Lejos de ser un error, han afirmado que permitir el acceso de castellanoparlantes (recuerden el 65% de la CAPV, porcentaje aún mayor en Nafarroa) a las Administraciones vascas supone, y cito literalmente un comunicado oficial, que se “están abriendo las puertas para aspirantes que no tienen ninguna vinculación y apego hacia este pueblo”. Al igual que Abascal y compañía, la lengua ya no es un patrimonio cultural común sino elemento de entrada o salida del imaginario colectivo. Si no sabes euskara, no eres vasca. Dicho de otra manera, y también siguiendo el modelo de LePen o Trump, el vasco bueno es el vasco que habla la lengua correcta, que tiene el color de piel correcto y que trabaja donde debe: en la Administración Pública. Este ataque salvaje al euskara escondido de intento de protección no es un error, es política de partido y propuesta de país: un país a dos velocidades y con dos tipos de derechos: los que disfrutaremos las personas euskaldunes (que vendremos de ikastolas privadas, accederemos a los mejores puestos de trabajo y garantizaremos la sucesión de nuestro privilegios a nuestra descendencia) y los que tendrán las no euskaldunes (que sufrirán una escuela pública mermada de recursos, gestionarán las migraciones y serán excelente mano de obra poco cualificada).

No acaba ahí la locura identitaria. Para Bildu, aceptar que personas sin conocimiento de euskera se incorporen al empleo público supone, y vuelve a ser literal "que aspirantes con vinculaciones a ideas ultra-derechistas y autoritarias colonicen la propia policía vasca". Gracias a esta fascinante revelación, ya sabe, si su vecina no sabe euskera, seguramente sea ultraderechista. Para Abascal la frase es igual pero contraria, "si tu vecina no sabe español, seguramente sea terrorista islamista".

El ascenso de las ideas supremacistas en el mundo es tan poderoso que arrastra a organizaciones otrora de izquierdas. Organizaciones que lo mismo pactan con la derecha vasca una ley de educación segregadora para beneficiar a la escuela privada concertada y los privilegios de clase que esto conlleva (véase la denuncia de la portavoz del STEE-EILAS sobre esta cuestión), que plantean el debate sobre poder presentarse a elecciones sin el EGA o que ataca violentamente a cualquier ciudadana que ose manifestar que la mejor manera de promocionar, impulsar y proteger nuestra lengua es la gratuidad de su enseñanza y la no apropiación partidista de la misma.

La izquierda, vasca y española, que se lleva las manos a la cabeza con los exabruptos de Abascal, bien haría en analizar las barbaridades cercanas, las que dividen nuestros barrios entre vascos buenos y malos. Señores Abascal y Otegi, quiten sus sucias manos de nuestras lenguas.

lunes, 1 de noviembre de 2021

¿FASCISTAS? Un artículo de Martín Caparrós publicado en elDiario.es el 31 de octubre de 2021

Vox es muy antiestético, bastante insoportable; más malos –peores, más nocivos– son los partidos muy serios, muy civilizados, que consiguen que los ricos paguen menos impuestos, que se jodan los pobres

Hay quienes lo presentan como el mero acabóse o terminóse o algo así. Y esgrimen argumentos casi convincentes: yo también me preocupo cuando leo que en España el 15 por ciento de los votantes votarían a Vox. La cifra es redondita, y me indigno y me asusto y de pronto, después, se me ocurre que no se necesita tanto para votar a Vox. Y que ese es el problema.

En principio: si uno se pone a hacer las cuentas, el 15 por ciento de los votantes españoles quiere decir 3,6 millones de personas, el 7,5 por ciento de las personas españolas, una de cada 13: al fin y al cabo no son tantas. Pero alcanzan para crear el susto y, sobre todo, la molestia: ¿por qué todas esas personas votan algo tan repudiable, repugnante? Quizá sea porque no lo es.

Para votar a Vox, en estos días –o al Front National o a Zemmour en Francia o al esperpento de Milei en la Argentina o a Bolsonaro o Trump– solo se necesitan un par de definiciones no tan brutas. Se necesita, por ejemplo, creer que el problema del país son los que no son del país. Es un clásico absoluto, miles de años de fieles servicios a sus dueños: la culpa es de los otros. Ahora, actualizado en nuestros términos: son ellos los que se quedan con los empleos, los que confunden nuestro modo de vida, los que arruinan a nuestra juventud. No es tan difícil de creer: estamos programados para eso desde el principio, cuando lo diferente amenazaba de verdad.

Y es una idea que se actúa en dos niveles: el cotidiano, en el rechazo de los diferentes –aquí llamados "inmigrantes", moros, negros, sudacas– y el sublimado: himnos, banderas, los héroes de la patria. La patria es el miedo al distinto con pompón, convertido en esencia y estandarte: una forma de sentirte arropado por todos los que se te parecen y enfrentado con todos los que no, una manera de saber quién eres por la vía más boluda. No es difícil sentirse de una patria: recuerda, mi querido lector, la última vez que gritaste un gol "de tu país".

O –si no, también– se necesita creer que lo bueno es hacer las cosas como las hacían nuestros mayores, no cambiarlas. Es otro clásico, y es una opción muy empleada en momentos inciertos. Frente a las crisis –frente a la desazón– hay dos alternativas básicas: creer que hay que inventar algo distinto, creer que hay que volver a lo de antaño. No es difícil idealizar lo que ha pasado –lo hacemos todo el tiempo, legitimados por la biología–; lo difícil, estos días, es encontrar esperanza en un cambio que nadie propone realmente, que nadie sabe cuál sería.

Entonces, si se elige la opción TTP –todo-tiempo-pasado, que requiere menos imaginación y menos audacia, que viene más probada–, la consecuencia lógica es molestarse con ciertos cambios que cambian tradiciones. Sobre todo cuando esas tradiciones eran cómodas: mujeres, por ejemplo. Tan cómodo para los hombres que la mitad del mundo les debiera obediencia, no compitiera, se les subordinara. Tan cómodo para algunas mujeres resignarse a un lugar sin desafíos, imaginarse piezas en un orden. Contra cualquier cambio que los amenaza –a los señores, claro, sobre todo– el argumento de las tradiciones puede tranquilizarlos. No es difícil decirse que si los abuelos vivían así y vivieron bien –y nosotros vivimos menos bien– lo mejor será volver a vivir como ellos. Con orden, sobre todo, que tantos creen que nos hace falta.

Y se necesita, sobre todo, estar incómodo: pensar –sentir– que esta vida no es la que querías, que este mundo no es el que querías, que estamos haciendo tantas cosas mal. Y entonces mirar alrededor y buscar soluciones, esperanzas, y encontrar muy pocas. Porque casi todos los grandes partidos parecen parte del problema: los que formaron este mundo, los que lo sostienen.

Entonces, si alguien tiene unas poquitas ganas de interesarse en la política, busca en otra parte. Los grandes partidos son una forma del desinterés: voy y voto por esos por los que he votado siempre, que nunca me dieron grandes satisfacciones pero me permiten estar más o menos tranquilo –y me olvido. Los grandes partidos no despiertan entusiasmos; adormecen, alivian. Y eso, que es suficiente para muchos, no lo es para algunos, que creen que la política debería darles algo más: una esperanza, una razón para esperar. Solían hacerlo los partidos de la izquierda; ahora que no lo hacen, otros han ocupado ese lugar. Ese, si acaso, es el problema más serio.

Digo, me digo: no es tan raro que una de cada trece –13– personas del país donde vivo se imagine votando a los de Vox. Las llamamos fascistas para no tener que pensar demasiado qué les pasa, qué nos pasa: vivimos en un mundo de etiquetas, que sirven más que nada para eso. Pero no son, en general, monstruos horribles: son personas que piensan por lo menos una –con una alcanza, aunque suelen venir en paquete– de estas cosas. Lo anormal era, casi, que no lo pensaran. Y lo más anormal –lo extraordinario– fue cómo la fuerza cultural de las izquierdas había conseguido desprestigiar esas ideas, tanto que casi ningún grupo podía enarbolarlas. Pero esa fuerza cultural está en declive –confusa, desnorteada– y alguien tiene que ocupar el lugar de la esperanza y, entonces, los que prefieren esas ideas tan probadas, tan sobadas, reaparecen. Es feo pero lógico, y es aún más feo y más lógico que algunos politiquitos oportunistas se aprovechen y recuperen lo peor del repertorio. Pero no es un gran cambio en "las derechas"; es un abandono de tareas de la izquierda. Frente a las desazones del presente, son ellos los que consiguen esperanzar a algunos. Y no es porque ellos sean malvados; es, más bien, porque nosotros estamos siendo tontos.

Vox es muy antiestético, bastante insoportable; más malos –peores, más nocivos– son los partidos muy serios muy civilizados que consiguen que los ricos paguen menos impuestos, que se jodan los pobres. Y es improbable, de todos modos, que Vox alguna vez gobierne. Su efecto político más grave es que tienta a los partidos ya de derecha a correrse más a la derecha para sacarles sus votantes. Y entonces los partidos del supuesto centroizquierda se corren más al centro para ocupar el espacio que dejó libre la derecha y así todo el espectro –sí, lo llaman espectro– se corre a la derecha. Y es cierto que la imagen de un espectro corriéndose sin pausa es de terror. Más aún, claro, si no para de correrse a la derecha. Es feo, es sucio, es malo, es pegajoso. Pero fascista, lo que se dice fascista, es otra cosa.

PENSANDO. POR EL FORGES

 


"NECESITAMOS UN ÉXODO DEL SIONISMO". Naomi Klein (elDiario.es 3 MAY 2024)

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