viernes, 12 de noviembre de 2021

“RESPETE A NUESTRAS TRABAJADORAS SEXUALES”: LA HIPÓCRITA NORMALIDAD

Una cree que conoce todo del Barrio Rojo de Amsterdam, aunque nunca haya pisado Amsterdam. Las vidrieras, las mujeres sentadas a que las elijan como si fueran corbatas, en fin. Una cree que ya lo sabe. Pero el día en que el avión toca el suelo de los Países Bajos y en media hora de tren está en la ciudad: ¿cómo no darse una vuelta?

Lo primero que sorprende es que el "Barrio rojo" -esa zona dedicada francamente a la prostitución- no está retirado ni nada sino ahí, al paso. "Del otro lado de la manzana", me dice una vendedora de souvenirs. Son las 10 de la mañana, seguro no es hora pico y el barrio está tranquilo. Pero debe ser más movido porque unos carteles explican que, aunque es un buen barrio para la diversión, ahí también "vive gente". Así que calma.

Con la incomodidad de quien cree que la prostitución es una forma de violencia, paseo junto a uno de los bellos canales de la ciudad y veo los lugarcitos mínimos donde las mujeres se sentarán en unas horas, en muchos si abren los brazos tocarán las dos paredes. ¿Cuánto tiempo hasta que un hombre las señale y pasen al fondo?

Vidriera, sex shop, vidriera, Museo de la Prostitución -a esta hora hay cola para entrar-, vidriera. Holanda -hoy Países Bajos- legalizó la prostitución en 2000 y desde entonces el negocio genera impuestos. Entre 400 y 600 millones de euros por año. Se calcula que dos tercios de las prostitutas son extranjeras y, es decir, no jóvenes que realizan sus inquietudes profesionales sino gente sin opciones.

Pero, eso sí, está prohibido sacarles fotos y otro cartel avisa: "Respete a nuestras trabajadoras sexuales: ellas mantienen a vuestras mujeres seguras y a vuestros hombres felices". Amsterdam, siglo XXI: el colmo de la mirada machista.

Nada de esta violencia se ve en la templada mañana de Amsterdam. Algún boliche ha tirado basura a la vereda y las palomas se la comen. Unos botes se dejan mover por el agua. Hay silencio, una ciudad moderna, ecologista, progre, donde lo que más se oye son las voces de los que pasan charlando, se ven autos cargando electricidad y el medio de transporte principal es la bicicleta.

Entonces, ah, en la vidriera de una esquina hay dos mujeres y al corazón de una lo cruza un zarpazo. No hace falta que me prohíban mirar, no quiero. Pero ya vi. No se imaginen las elegantes, las divertidas prostitutas de Toulouse-Lautrec. Aquí cada una mira hacia otra calle, ninguna es blanca, usan una bikini, -o será bombacha y corpiño-, tienen los pechos exagerados y el gesto casi desafiante.

Un instante más y se abre una puerta contigua, pegada a la vidriera. Una señora de jeans sale de su casa a pasear al perro. Total normalidad.

Duele.

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