lunes, 28 de agosto de 2023

"TIEMPOS CRÍTICOS. ESCRITOS SOBRE ARTES, LITERATURA Y LIBERTAD". Un libro de George Orwell

“Tiempos críticos reúne los principales escritos de Orwell dedicados a las artes y la literatura. Orwell habla aquí de grandes figuras como Dickens, Henry Miller, Shakespeare, Tolstói o Salvador Dalí, pero también estudia expresiones artísticas menores como las tarjetas postales o los semanarios dirigidos a los niños de su generación. Su mirada es siempre fresca y directa, con interpretaciones que sirven de introducción a cada uno de los temas que trata, pero que sorprenderán incluso a los lectores más conocedores de esas materias.

Los seguidores de Orwell reconocerán aquí su inconfundible tono de voz, presente en inéditos nunca antes publicados en español, como una reseña del Premio Nobel W. B. Yeats, cuya imaginación Orwell no dudaba en llamar «fascista», u otra de nada menos que sobre “Mein Kampf”, en la que se hace un agudo diagnóstico de Hitler que podría aplicarse a los tiranos de hoy.

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EMILIA FERREIRO. Emilia (Buenos Aires, 1937 - México, 26 de agosto de 2023)


 

domingo, 27 de agosto de 2023

“Es más conveniente pensar: ‘los que hicieron mal son los otros’”. Entrevista a Wilfried N’Sondé realizada por Mauricio Ruiz y publicada en la revista Letras Libres el 22 de agosto de 2023

El autor francés nacido en Congo habla sobre el exilio, la identidad, la esclavitud y la codicia a propósito de su novela "Un océano, dos mares, tres continentes".

En cubierta el hombre mira el horizonte, apenas un momento porque la proa se eleva y lo cubre todo. El hombre siente mareos. La madera cruje, las olas golpean el casco del barco y el agua está en su rostro, su ropa. La sal arde en los ojos. ¿Y esa mancha a la distancia? No, no pueden ser piratas. Con la tela de su hábito se seca la frente, murmura una oración. Se pasa la lengua por los labios, repite la oración. La mancha sigue ahí.

Este es el protagonista que Wilfried N’Sondé ha creado en la novela Un océano, dos mares, tres continentes (Elefanta Editorial, 2022). Su nombre es Nsaku Ne Vunda, nacido hacia 1583 a orillas del río Congo. Huérfano y criado por misioneros, recibe el nombre de don Antonio Manuel el día de su ordenación como sacerdote. El rey de los bakongos le pide que viaje a Roma y que sea su embajador ante el Papa. Solo que al aceptar el viaje, Antonio Manuel ignora lo que le aguarda: la travesía hacia el Nuevo Mundo, las tormentas, los ataques de piratas, las enfermedades. Y que el barco va lleno de esclavos.

Nacido en 1968 en Brazzaville, Congo, Wilfried N’Sondé creció en la Île-de-France y vivió en Berlín durante veinticinco años. Ahora reside en Lyon. Autor de seis novelas, N’Sondé explora la experiencia del exilio, la identidad y las formas que el individuo puede encontrar para resistir la violencia de su entorno. ¿Se han entendido las causas de la esclavitud? ¿Por qué el dinero le roba la humanidad a tantos? Estas son algunas de las preguntas que el autor postula en Un océano, dos mares, tres continentes.

¿Cómo conseguiste recrear la forma de viajar en la época en que transcurre tu novela?

Me tomó siete años escribir este libro. Cuatro fueron de investigación sobre el reino del Congo a comienzos del siglo XVII, la navegación de esa época, en especial los barcos que llevaban esclavos, la forma en que operaban los piratas, también Portugal, España y el Vaticano. Se requería una documentación sólida. Me interesaba revisitar la historia de la trata de esclavos trasatlántica sin tener en cuenta el color de la piel. Tenía el deseo de probar que el pretexto del color de la piel sobre la historia de la trata de esclavos intervino solo en el siglo XVIII. Fueron más de cuatrocientos años. Hay más de una historia de la trata trasatlántica.

En el proceso de escribir este libro, ¿qué aprendiste sobre la esclavitud?

El filósofo francés Pierre-Joseph Proudhon dijo que para un día poder acabar con la guerra, tenemos que realmente entenderla. Yo pienso que con la esclavitud es lo mismo: hay que entenderla a fondo. El mundo entero ha tenido sistemas de esclavitud. Egipto antiguo, Grecia, Roma, el Japón feudal, la China imperial, los incas, los mayas y los aztecas. Lo que es muy inquietante es que todos los continentes han conocido la esclavitud. Es una forma de pensar la sociedad, la economía, que ha estado y sigue estando muy presente en el ser humano.

Una de las razones por las que escribí este libro está ligado a lo siguiente. Yo regresé a Congo cuando tenía casi cuarenta años. Un tío me dio una visita guiada de la capital y me explicó que mi familia había sido dueña de esta propiedad y aquella, y entonces le pregunté: “¿Desde cuándo esas propiedades estaban en la familia?” Me respondió que desde hacía muchos, muchos años. “¿A qué se dedicaban para haber podido adquirir todo eso?”, le pregunté. Y entonces me dijo: “Tus antepasados vendían seres humanos.” La realidad me golpeó. A mí, a mis hijos. Es por eso que me parece muy importante comprender lo que es la esclavitud y no resumirla en una historia en blanco y negro de europeos malvados y africanos inocentes.

¿De dónde surgió tu interés por el protagonista, Nsaku Ne Vunda o don Antonio Manuel?

En la basílica de Santa María Maggiore en Roma hay un busto en mármol negro de Antonio Manuel. El busto existe desde 1604. Surge la pregunta: ¿qué hace este hombre aquí? Está en mármol negro, no hay ambigüedades. Tiempo después supe que había sido una petición del Papa Clemente VIII. Quería un embajador de África en el Vaticano. Después de los cuatro años de viaje de Antonio Manuel a Brasil, Portugal, España, finalmente llega a Roma y se encuentra con el Papa Pablo V. La historia dice que el papa se impresionó por su intelecto, su inteligencia, y por la profundidad de su fe. A tal grado que cuando Antonio Manuel muere, se establecen cuatro días de duelo. Cuatro días de duelo por un africano en Roma en 1604. Y se decide que sea enterrado en la basílica Santa María Maggiore, además de la construcción del busto. Y estamos en plena época de la trata de esclavos. En ese momento me di cuenta que ese personaje tenía algo misterioso y al mismo tiempo fascinante.

Cuando descubro su vida, veo de inmediato que es una novela. Su viaje de Luanda hasta Roma es una serie de aventuras, de suspenso, lo tiene todo. En el barco ocurren tempestades, ataques de piratas barbarescos. Después está su escape a Portugal, el camino que hace a pie en Castilla, el encuentro con la inquisición que lo encarcela. Es un horror. Pero al final escapa. Además es un personaje que nace en el periodo de la trata de esclavos pero que no es ni esclavo ni comerciante de esclavos. Tiene un punto de vista neutro. Y en el barco, aunque tiene el mismo color de piel que los hombres que van encadenados, él no. Su mirada es única y distinta. Tuve suerte de encontrar su historia. Es un personaje que provoca la reflexión. Invita a revisitar ese periodo con otro punto de vista.

¿Quiénes eran los piratas barbarescos?

En el contexto de las guerras religiosas en Europa, los holandeses estaban en conflicto contra España y Portugal. Los holandeses le pidieron al sultán de Argelia la posibilidad de crear una base marítima en el norte de África para poder atacar más rápido a los barcos españoles y portugueses. Pasaban por Gibraltar y luego los ataques ocurrían en el Atlántico. El sultán, que estaba en contra de los españoles y portugueses, aceptó la petición pero puso una condición: se tienen que convertir al islam. Estamos hablando de marina holandesa en el norte de África. Al principio se trataba de marinos que trabajaban, por así decirlo, bajo la orden del gobierno holandés. Pero después, cuando dejaban los servicios oficiales, se convertían en piratas. Trabajaban para ellos mismos.

¿Cómo cambia don Antonio Manuel al final de su viaje?

Es un sacerdote que deja su iglesia en el sentido geográfico, que sufre a lo largo de ese viaje, y luego regresa a la iglesia en Roma. En ese viaje su fe se ve amenazada por todo lo que le ocurre. Pero se sabe, gracias al papa Pablo V, que su fe se mantiene intacta al final. Para un novelista es lo ideal, tener un personaje el cual sabemos que al final va a resistir pero que va a sufrir. Habrá todo tipo de tentación, de obstáculos. Se tiene que enfrentar a los traficantes de esclavos, el rey del Congo, de España, de Francia, de Portugal, el Papa. Las potencias de la época. Este hombre que no tiene más que sus sandalias y sus hábitos, y que al final gana.

Las estructuras sociales pueden cambiar de un momento a otro, pero a veces no lo vemos.

Uno de los errores del ser humano cuando no está directamente involucrado en un sistema de esclavitud es creer que eso no le afecta. Basta un pequeño cambio para que nos demos cuenta que sí. En 1848, Francia prohíbe la esclavitud. Los esclavos adquieren los derechos cívicos de cualquier ciudadano francés. Derecho al voto, la herencia, etc. Pero esta nueva ley solo aplica a los hombres. En 1848, las mujeres francesas no tenían el derecho al voto. Los hombres que un año antes eran esclavos, adquieren los mismos derechos que los hombres nacidos franceses. Las mujeres francesas que un año antes tenían una posición dominante sobre los hombres sometidos como esclavos, pierden entonces la posición de poder sobre ellos. De un momento a otro. Así puede pasar cualquier día. Se reorganizan las estructuras de poder.

En estos momentos se puede hablar de otro tipo de esclavitud. A la atención en redes sociales, a las empresas detrás, al capitalismo. ¿Es posible liberarse de todo ello?

Vivimos en la reducción de la sociedad, de lo humano al enriquecimiento material y monetario. Un ejemplo. En un barco que transporta hombres y mujeres esclavizados, solo hay una cosa que importa: ¿cuánto dinero se va a ganar? Lo humano no tiene importancia en ese caso, lo material sí. El grumete o muchacho que ayuda en el barco no tiene importancia. Su presencia se ve incluso como un problema porque su existencia tiene un costo. En esos barcos iba un médico para los hombres sometidos como esclavos, pero ese médico no podía tratar a los marinos. En muchas ocasiones, los marinos recibían menos comida, menos cuidado que los esclavos porque había un capital en juego.

En el capitalismo y colonialismo, el problema es justamente ese. Lo único que importa es el dinero. El enriquecimiento. Otros valores no cuentan.

¿Por qué lo material nos atrae tanto?

Porque ofrece placer inmediato. El dinero satisface placeres de muy corto plazo. Pago y lo obtengo. Se debe explicar a la gente que el ser un humano es rico y complejo pero se requiere tiempo para desarrollar esas cualidades. La gran fuerza del capitalismo es lo que ofrece en muy corto tiempo. Si tengo hambre y tengo dinero, puedo comprar lo que se me antoje y listo. Solucionado. A nivel nutricional, quién sabe. Por otro lado, puedo sembrar en un jardín pero eso requiere tiempo, esfuerzo, sudor pero voy a obtener comida sana. Mis descendientes también. Pero requiere que el ser humano se proyecte hacia el futuro y no piense solo en lo inmediato. Hay que inculcar esto en la educación. Eso involucra hacer atractiva la inversión en cosas a largo plazo en nuestra sociedad.

Tienes cinco hermanas, cuatro hermanos. La mitad ha aceptado el pasado familiar, la otra mitad no. ¿Por qué?

Es algo extremadamente incómodo. Te turba. Prefieren pensar que los ancestros eran grandes artistas, reyes y reinas, y no mercaderes de esclavos. Es un problema porque te obliga a cuestionarte, a reflexionar y comprender el porqué de las cosas. Es más fácil tener una visión simple de la historia, buenos y malos. Es más fácil decir: “No, es imposible que los africanos participaran en el comercio en eso. Es imposible que mi propia familia participara en la trata de esclavos”. Es más conveniente pensar: “los que hicieron mal son los otros”. Y es por eso que la literatura es importante. En ella se puede tomar el tiempo para hablar de todas las complejidades que existen.

La bondad y la violencia habitan en todos.

Sí. Esa es la complejidad. Primero debemos tener conciencia de ello, para luego aceptarla plenamente. Y para luchar contra también contra lo que es negativo e impulsar lo positivo. Pero es indispensable que todos tomen conciencia de que lo negativo habita en ellos. Si alguien ataca a mis hijos, me convierto en una bestia salvaje. La violencia habita en mí también.

miércoles, 23 de agosto de 2023

"ARMARIO, DUCHA Y TELE". Un artículo de Juan José Millás publicado en El País el 26 de agosto de 2023

La imagen, por surreal, es digna de un sueño. Ahí tienen lo que parece un bloque de viviendas de un barrio periférico de cualquier ciudad europea arrastrado por un remolcador que lo conduce al puerto de Portland. Observado más detenidamente, advierte uno que el bloque de viviendas tiene hechuras de cárcel, y de eso se trata exactamente, de una prisión destinada por el Gobierno británico de Rishi Sunak a la migración irregular. Una solución, como vemos, imaginativa. Allá donde somos incapaces de arreglar los problemas de fondo, se nos ocurren arreglos superficiales marcados por el sello de lo extravagante. La prisión flotante, según nos informan, dispone de 222 habitaciones dobles con cuarto de baño, ducha, ventana al exterior, televisión y armario.

Sobraría señalar que una habitación tiene cuarto de baño, ducha, ventana, televisión y armario, viene a ser como decir que un árbol tiene ramas. Pero cumple su función: la de que nosotros, usted y yo, digamos para nuestros adentros: “Pues no están tan mal”. Si el Gobierno nos informara a continuación de lo que le cuesta al Estado el mantenimiento del penal, quizá usted (o yo, que también soy muy mezquino) pensara en quitarles la tele, que es un lujo, o el armario: para la ropa que gastan estos inmigrantes… Y así nos iríamos volviendo más y más crueles. Tal vez, con el tiempo, nos parecería normal que desamarraran la prisión y la abandonaran en altamar. La próxima cárcel, también flotante, navegaría por el espacio con los presos fuera de órbita, disfrutando, es un decir, de una celda con ducha, pero sin armario ni tele.

martes, 22 de agosto de 2023

“LAS ÉLITES NO ESTÁN INTERESADAS EN CAMBIAR LA SOCIEDAD". Rob Riemen. Un artículo de INÉS SANTAEULALIA publicado en El País el 18 de junio de 2018

El ensayista Rob Riemen advierte de los peligros contemporáneos y propone algunas recetas para superarlos: la cultura y la nobleza de espíritu

Rob Riemen (Países Bajos, 1962) arroja en el ensayo Para combatir esta era (Taurus, 2018) un mensaje desalentador pero no lo da todo por perdido. El fascismo está de vuelta, anuncia el director del Instituto Nexus, que promueve la discusión en torno a temas globales. En su libro, presentado en la Fundación Carlos de Amberes de Madrid, el autor analiza con crudeza la sociedad occidental y se muestra convencido de que no hemos aprendido de los errores del pasado. Pero Riemen aún cree que hay tiempo de virar este destino maldito y recuperar la verdadera democracia que iluminó el origen de la Unión Europea. El abrazo a la cultura y la búsqueda personal de la nobleza de espíritu son sus recetas para nuestro futuro incierto.

Pregunta. En los albores del fascismo, Ortega y Gasset alertó en 1930 de que Europa había perdido la moral. ¿Ha vuelto a pasar?

Respuesta. Sí, y está en nuestra mano recuperarla. Nietzsche fue uno de los primeros en advertir que la democracia siempre viene con unas condiciones. Una democracia se basa siempre en la idea central de la dignidad de los hombres, que significa cultivar valores morales y universales: vivir en la verdad, tener compasión, entender el significado de la belleza. Pero una democracia de masas no está interesada en esos valores; es una sociedad kitsch, completamente vacía, basada en el cultivo de nuestros instintos más básicos. La cultura kitsch se resiente cuando llega una crisis porque las personas se sienten traicionadas. Y el ejemplo más famoso de esto es Trump. Hay que entender que el fascismo es una religión laica, y que Trump se presenta como un nuevo mesías que promete resolver todos los males sociales y, cuando no puede curarlos, busca culpables. Los fascistas necesitan la crisis, el miedo, el odio y los chivos expiatorios. Esta sociedad tendrá un hijo bastardo que será el fascismo.

P. ¿Trump es un fascista?

R. Tiene una mente completamente fascista. Detrás del fascismo no están las ideas, solo hay personas que quieren poder y poder y poder. Odian la democracia, el debate político. Trump reduce todo a Twitter, a eslóganes, a la propaganda. Un líder fascista es un mentiroso patológico, no está interesado en la democracia, en la educación o en la filosofía. Estados Unidos no es aún un país fascista, pero ese hombre sí lo es. El problema es que la élite estadounidense sigue negando la realidad. Hablan de populismo, no de fascismo. The Washington Post o The New York Times se niegan a utilizar la palabra fascismo para referirse a Trump, porque les da vergüenza, miedo.


sábado, 19 de agosto de 2023

Diana Aurenque, filósofa: “Los humanos no aceptamos que somos un simio evolucionado”. Publicado en El País el 13 de agosto de 2023

La académica chilena publica ‘Animal ancestral. Hacia una política del amparo’ (Herder), un libro donde propone una nueva forma de arraigo ante el desamparo actual

Diana Aurenque (Santiago, Chile, 1982) es profesora de la Universidad de Santiago, especialista en ética médica y filosofía de la medicina. En 2022, en la pandemia, publicó Animales enfermos, filosofía como terapéutica, donde planteó que el ser humano es un animal enfermo porque su verdadera salud no está dada por la naturaleza. Que estar sano no es solo mantenerse con vida, sino construir la propia existencia.

Apenas terminó ese libro, sin embargo, se dio cuenta de que le faltaba algo: pensar la vida en comunidad, en los vínculos perdidos. Y en cómo el ascenso de posturas políticas cada vez más extremas, tanto de populismos de ultraderecha como de luchas identitarias de agendas progresistas, “han contribuido a erosionar el diálogo y la convivencia democrática”. ¿Cómo construir un nosotros político desde lados tan opuestos? ¿Cómo encontrarse y escucharse sin cancelarse unos con otros?

Algunas de estas interrogantes son las que plantea en su último libro Animal ancestral. Hacia una política del amparo (Herder), que se publica en España en octubre y luego en Chile, en el que propone “atreverse a un giro ancestral”. Ante el desarraigo del sujeto moderno, la filósofa invita a un anclaje con la tierra y con los otros a partir de una interpretación del ser humano como un animal ancestral.

Ella misma ha hecho la prueba de volver a contactar con la tierra, al dejar su departamento en la capital de Chile para vivir un periodo entre las montañas, en el valle del Elqui, en la zona centro norte del país. Cambió el cemento por el campo.

PREGUNTA. En su libro menciona como un hecho político el estallido social en Chile de 2019. ¿Cuánto determinó en cómo repensó el concepto de comunidad?

RESPUESTA. Muchísimo. Desde el estallido social y luego con el rechazo de la propuesta constitucional en el 2022, que buscaba ofrecer una salida institucional a la crisis, para mí, como apruebista, fue una bofetada de realidad. Desde ahí me he preguntado cómo siendo tan distintos podemos estar juntos sin tanta trinchera, algo muy similar, a lo que plantea Peter Sloter­dijk. Que no solo nos podamos congregar en torno a una crisis, un conflicto o al escándalo de turno, sino en torno a ideas, intereses o valores comunes sobre cómo queremos vivir.

P. Ha dicho que Chile es una sociedad atomizada.

R. Sí. Al igual que muchas otras sociedades, en Chile, hay cada vez más fragmentación. Con pequeños grupos con intereses muy particulares que no solo no dialogan entre sí, sino que también muchas veces conflictúan. Por ejemplo, las luchas feministas o las de los movimientos LGTBIQ+, si bien son en extremo necesarias, tienden a desplegarse como políticas identitarias que conflictúan con valores universalistas. Así, una pregunta filosófica y política importante del libro radica en explorar formas amables de comprender la identidad.

P. Esa sociedad atomizada y fragmentada, ¿es una realidad global?

R. Así es. Hoy, como planteo en el ensayo, el gran protagonista es el individuo, no la comunidad.

P. Es crítica con la existencia de las políticas identitarias de la extrema derecha, pero también de las de la izquierda. ¿Cómo articular una comunidad?

R. Vivimos en una sociedad pluralista, donde las diversas formas de vida deberían ser legítimas. Sin embargo, es cada vez más difícil tener esa libertad. Por un lado, hay grupos que pelean por libertades, por más pluralismo y más respeto al individuo y sus proyectos de vida, pero, por otro, aumenta el conservadurismo.

P. ¿Y por qué ocurre?

R. Parece cierto el diagnóstico de Hugo Herrera (profesor de Derecho y abogado chileno) de que los discursos progresistas se volvieron cada vez más moralistas e intolerantes respecto de proyectos de vida más bien tradicionales, pero que, en el fondo, siguen teniendo sentido para grandes mayorías. Lo conservador significa, por ejemplo, que la tierra, el país, el linaje, la familia y Dios importan. Probablemente, porque dan un sentido de trascendencia a la vida y a la organización social. Pero, además, porque se cohesionan ante un enemigo común, el progresismo. Me da la impresión de que los sectores más progresistas no han logrado ofrecer, por desgracia, relatos tan poderosos. Con todo, también quedan presos en la lógica de la división entre amigos y enemigos.

P. ¿Por qué es importante para usted la idea del animal ancestral?

R. Me sorprende que, después de más de un siglo de conocer a Darwin y la teoría de la evolución, no sólo encontramos creacionistas o negacionistas, sino también muchísima gente que cree en los alienígenas ancestrales. Yo sabía que había un programa sobre eso en la televisión, pero no que llevaba 21 temporadas. Me pregunto, entonces, ¿por qué seguimos atados a una explicación que se resiste de ver al ser humano como parte de la evolución? ¿Por qué esa obstinación de que el origen humano tiene que provenir de un cielo y no de la tierra?

P. ¿O Dios o un alienígena?

R. Sí. ¿Por qué tiene que venir una inteligencia divina a sembrarnos en la tierra? ¿Por qué nos sentimos tan especiales y distintos de las plantas y los demás animales? Esa me parece una soberbia peligrosa, y una de las razones por las que nos ha costado reconocer a los animales como entes que sienten dolor y no como cosas. Hay una necesidad del ser humano de distinguirse y no aceptar que somos un simio más evolucionado. Si miras a un caballo u otro animal, algo compartes con él. Hay que dejar de pensar que nuestros parientes cercanos son dioses, sea por racionalidad o espiritualidad, sino que los de verdad cercanos están aquí mismo en la tierra. Uno podría sentirse más amparado, como parte de una comunidad amplia y diversa, si empieza a darse cuenta de que es un terrícola, no de afuera.

P. Plantea avanzar hacia el amparo. ¿Dónde observa el desamparo?

R. En todos lados. En la medida que la vida perdió los grandes relatos, como dice [Jean-François] Lyotard, uno deja de creer en las grandes ideologías. Al mismo tiempo, las religiones tradicionales también han perdido sus adeptos y cada vez encuentras más una espiritualidad alternativa o ritualista ad hoc. Entonces, cuando ya no crees en Dios ni en ideologías, la vida se desencanta y se vuelve vacía. Lo central para mí es reconocer que el humano necesita proporcionar a su vida un sentido trascendente para poder hacer significativa la vida en un gran nosotros. La ancestralidad ofrece una forma de nuevo arraigo, de atarse a un pasado con necesidad de futuro, y permite contrarrestar el desamparo actual.

P. ¿Qué efecto tiene ese giro ancestral?

R. Si nos comprendemos ancestrales, nos reconocemos menos celestiales (y divinos) y más terrícolas (y animales), mucho más vinculados con todo el planeta, los otros, los animales y las plantas. Vivimos una crisis climática, ecológica, hace muchos años. Si recuperamos eso de que los ancestros poseen autoridad para nosotros, tienes una deuda con ellos, no con Dios ni con el pecado; tienes un presente común con sentido de futuro. Por eso la idea de lo ancestral es reconocer que existe una autoridad trascendente sobre nosotros, no desde un Estado, ni del cielo, sino desde una tierra con sentido de trascendencia.

viernes, 18 de agosto de 2023

"Y TÚ, ¿QUÉ HARÍAS?". Un artículo de Diego S. Garrocho publicado en Ethic el 2 de noviembre de 2022

En cualquier discusión se apela a esta clase de pregunta personal, pero su aparente lógica es completamente engañosa: los juicios morales no dependen de nuestro contexto individual; dependen, en realidad, de la acción justa que podemos (o no) llevar a cabo.

La pregunta sabrán reconocerla. Es probable que se hayan visto obligados a darle respuesta. Es posible, incluso, que hayan sido ustedes quienes la han formulado. Todos hemos estado ahí alguna vez. Como si de un último recurso se tratara, o como si se intentara saldar un debate apelando a la subjetividad propia, demasiadas veces intentamos resolver un dilema o un problema moral invocando una cuestión que parece imbatible y que, paradójicamente, entraña una irreparable torpeza. No importa cuál sea el escenario de decisión, pero si se discute sobre un conflicto de carácter ético, siempre hay alguien que nos espeta: pero, entonces, tú, en esta situación, ¿qué harías?

La fórmula parece inocente. De hecho, se antoja abusivamente lógica, por obvia, y, sin embargo, apelar a esta decisión personal es tanto como corromper cualquier debate moral. Tal vez, por este motivo, cada vez que alguien pronuncia «¿y tú qué harías?» me esfuerzo en intentar responder con franqueza. Así, sin ironía, y concediendo que sólo una total sinceridad podría reparar el absurdo de la cuestión, contesto con transparencia: yo lo que haría, exactamente igual que tú, es equivocarme.

En efecto, interrogarnos sobre nuestro contexto, sobre nuestra posición o aun sobre nuestras miserias es un fracaso si aspiramos a razonar moralmente. Preguntar qué haríamos nosotros es contrario a lo que deberíamos hacer si aspiramos a construir un razonamiento ético que sea válido y, ojalá, compartido. El juicio moral requiere de una cierta asepsia, una distancia con el objeto juzgado, una desposesión de intereses íntimos que puedan hacer que nos equivoquemos.

Los interrogantes éticos tienen sentido cuando aspiran a solucionarse desde una perspectiva normativa y no cuando se limitan a describir qué haría cada persona. O dicho de otra forma sencilla: no se trata de elucubrar qué acción emprenderíamos. Responder moralmente se parece más a decantar qué creemos que deberíamos hacer o qué consideramos que sería justo hacer, por más que ese propósito se demuestre, como todo ideal, imposible. Este óptimo se parece, las más de las veces, muy poco a lo que verdaderamente estaríamos dispuestos a realizar.

Esta trampa conversacional aparece en casi todas disputas, y lo peor de todo es que tendemos a concederle una notable validez. No importa si debatimos sobre la pena de muerte, el aborto, la guerra en Ucrania o cualquier drama familiar. El «y tú qué harías» atiende a una formulación meramente privada y, las más de las veces, sólo sirve para demostrar que ante un dilema moral cualquier persona implicada se encontraría en un contexto poco idóneo para tomar la mejor decisión.

Si soy víctima de un delito concreto, tiene muy poco sentido que alguien me pregunte qué pena propongo para mis victimarios, ya que mi juicio estará alterado por mi honda afectación personal. El familiar de un asesinado, por llevarlo a un extremo, es casi seguro que se mostrará más favorable a la pena de muerte que cualquier ciudadano medio. La vivencia de un daño en carne propia no convierte la evaluación de la persona implicada en un observador más perfecto, sino todo lo contrario. Por todo ello, deberíamos ser muy cuidadosos a la hora de conceder ciertos privilegios epistémicos a quienes, en cualquier debate moral, tienen arraigados intereses, daños o expectativas privadas.

Todos sabemos que no existe un razonamiento ético puramente objetivo, pero eso no impide que podamos aspirar a aliviar la carga subjetiva de nuestros juicios. Que un ideal sea imposible de realizar no nos impide reconocerlo como un criterio rector utilísimo para afinar el tiro. Nadie puede dejar de ser quien es cada vez que razona, pero salir de nosotros mismos –o al menos intentarlo– es algo que siempre debemos intentar, sobre todo en el marco de un debate público.

Este es el motivo por el que la moral, especialmente en lo que atañe al razonamiento ético, exige siempre la existencia de un grupo que vigile nuestros sesgos y que nos ponga a salvo de nuestras inclinaciones. Esta es la razón, sospecho, por la que una comunidad política bien construida nos propone razonar no como lo que somos, sino como agentes morales que disimulan y que piensan, que exponen y conversan de un modo mucho más perfecto a como lo haríamos si no tuviéramos cerca un grupo de semejantes observándonos. Nunca decidan en base a lo que ustedes harían. Es mucho más útil preguntarse qué haría alguien que fuera mucho mejor que todos nosotros.

miércoles, 2 de agosto de 2023

"VINE A LA LIBERTAD". Un artículo de la escritora Najar el Hachmi publicado en El País el 28 JUL 2023

Alertamos contra la censura de la ultraderecha y denunciamos a quienes pretenden meter mano política en la cultura, pero no nos asustan los vetos que se hacen en nombre de la defensa de un determinado derecho

Me trajeron a este país por su prosperidad, pero yo encontré en él la libertad. Me inmigraron para que pudiera vivir y no solo sobrevivir, pero yo aquí descubrí un bien mucho más preciado, el que me ha permitido desarrollar un pensamiento propio, expresar mi visión de las cosas, no tener que callar porque sí y poder hablar partiendo de la base de que todas las voces cuentan y todos podemos emitir aquello que nos parezca oportuno. La libertad a la que tuve la suerte de venir sin saber de antemano que existía se construye a base de educación, acceso al conocimiento, cultura y diálogo con otros, algunos con quienes coincidimos, otros con los que discrepamos sin matices. La libertad se da cuando hay espacios en los que se respeta al discrepante, se puede intentar convencer al otro con argumentos y en la dialéctica de la conversación, incluso si es discusión fragorosa y vehemente, está la esencia de la democracia.

Por todo esto me preocupa la deriva autoritaria y censora que vamos aceptando cuando nos creemos cargados de razón. No saben los microdictadores imberbes que se desgañitan gritándole facha a todo aquel que diga algo que no les gusta que viven en un entorno privilegiado donde la libertad (muy escasa en otras latitudes) te viene de nacimiento sin más y no se dan cuenta de que al defender la cancelación, el acoso, el silenciamiento de los molestos están cavando su propia tumba. Porque uno tiene todo el derecho del mundo a criticar las opiniones de otros pero no a pedir que esos otros desaparezcan de la esfera pública, que se depuren las ágoras mediáticas de todos los sujetos que creen peligrosos a la muy inquisitorial manera.

Alertamos contra la censura de la ultraderecha, ese peligro lo tenemos más que claro, y denunciamos a quienes pretenden meter mano política en la cultura, pero no nos asustan los vetos (incluso los aceptamos y los aplaudimos) que se hacen en nombre de la defensa de un determinado derecho. Aquellos que al luchar por una causa noble se arman con la misma artillería que los intolerantes de toda la vida para acabar con los que piensan de otra forma no están defendiendo una libertad real con raíces profundas y robustas porque la libertad o es para todos o no es para nadie. Cultivándola en esta humilde parcela me encontrarán a la vuelta de agosto, consciente siempre de que es una suerte vivir donde disponemos de este bien tan preciado.

"NECESITAMOS UN ÉXODO DEL SIONISMO". Naomi Klein (elDiario.es 3 MAY 2024)

Judíos y simpatizantes celebran un Séder de Pascua para protestar contra la guerra en Gaza, el pasado 23 de abril, en el distrito de Brookl...