domingo, 21 de abril de 2024

"SUS ERECCIONES, NUESTRAS PALIZAS". Najat El Hachmi (El País 12 ABR 2024)

El control sobre las chicas musulmanas en los barrios en los que el islam es mayoritario es constante y efectivo

Dos casos de agresiones a adolescentes sacuden estos días la opinión pública en Francia. Una se ha saldado con la desgraciada muerte de un chico de 15 años después de que desobedeciera la orden de otro joven de no hablar con su hermana. La otra víctima es Samara, una alumna de un centro de Montpellier, que ha salido del coma al que la llevaron tres menores que le propinaron una brutal paliza. Según su madre y su abuela, el motivo habría sido que la niña se vestía “a la europea”.

No sabemos muy bien lo que esto significa, siendo tan diversos en su indumentaria los habitantes de esta parte del planeta, pero no cuesta imaginar en qué consiste, para los fanáticos, ataviarse como una buena musulmana: no llevar ni maquillaje ni el pelo suelto, ni ropa ajustada y no mostrar ni un solo centímetro de piel. Que estemos en Ramadán no hace más que exacerbar los ánimos. Si el resto del año no hay quien aguante a los intolerantes, ni les cuento cómo son cuando pasan hambre y sed. Que es un mes de recogimiento y reflexión, paz y armonía no es más que un cuento de hadas. Antes, para cumplir con este pilar fundamental del islam bastaba con no meterse nada en el cuerpo durante el día: ni comida, ni agua, ni lo otro, pero los islamistas se han sacado de la manga miles de prohibiciones más, muchas pensadas ad hoc para las mujeres, a quienes se pide que hagan todo lo posible por no llamar la atención de los hombres. ¿Y eso por qué? Pues porque según muchos sabios obsesionados con el sexo, si a uno se le empina el miembro en plena jornada de “recogimiento y paz” y acaba eyaculando, habrá perdido el día de ayuno.

El buen musulmán hace sus esfuerzos para no caer en la tentación hasta que “no se pueda distinguir un hilo blanco de uno negro” pero, claro, si todas las mozas se le ponen delante con brazos desnudos, melenas al viento y camisetas ajustadas, la tarea se le complica. La solución sería que se metiera en su casa, pero ¿cómo va a ser eso de que nosotras podamos ir libremente por la calle y ellos estén encerrados? Les resulta más lógico pedir a las niñas que se tapen y no vayan provocando. No sé si esta es la razón por la que casi matan a Samara, pero el control sobre las chicas musulmanas en los barrios en los que el islam es mayoritario es constante y efectivo, y supone cercarlas y convertirlas en coto vedado en el corazón de la Europa libre. Y no solo en Francia, también muchas musulmanas españolas viven con la misma vigilancia fanática y misógina. Puro odio a nuestra libertad.

lunes, 15 de abril de 2024

"EL BENEFICIO DE CALLARSE". Un artículo de Francesc Miralles (El País MAR 2024)

El silencio es una poderosa herramienta para ganar notoriedad, además de un aliado de la salud. En un mundo lleno de ruido y sobreestimulación, demos una pausa a nuestros cerebros

Vivimos en un mundo de ruido constante, mucho más que en ninguna otra época que haya conocido la humanidad. Desde que las redes sociales han multiplicado las vías de comunicación, nuestro día a día es un bombardeo incesante. Mientras nuestro móvil nos manda el push de las últimas noticias, por otras aplicaciones nos llegan opiniones de Twitter, notificaciones de Instagram y otras redes, por no hablar de los temibles grupos de WhatsApp que disparan palabras y memes sin cesar. Camino del trabajo, hay quien escucha en el metro su programa favorito sin auriculares, hasta que entran dos raperos y, tras poner el equipo de música a todo volumen, empiezan a improvisar letras sobre los pasajeros. Ya en la oficina, el murmullo de las conversaciones de los compañeros son la banda sonora de la jornada. Ruido, ruido y más ruido. Es como si el silencio hubiera quedado relegado a los monasterios, o fuera un peligroso agujero negro que hay que llenar con cualquier cosa antes de que nos trague.

El ensayo Cállate, del periodista Dan Lyons, se abre con la siguiente pregunta: “¿Hace falta que todas las personas de este planeta expresen al mismo tiempo todas sus opiniones sobre todo lo que ocurre?”. La cita es del youtuber Bo Burnham, y anticipa la tesis del libro: justamente porque vivimos en medio de una cacofonía constante, cerrar la boca es una medida tan generosa y oportuna como terapéutica con uno mismo. Lyons asegura que aprender a callar nos ayuda a progresar profesionalmente, ya que reducimos las posibilidades de meter la pata, además de presentar ventajas para la salud. Sin duda, intentar transmitir tu mensaje en medio del caos de personas que pretenden lo mismo es altamente estresante, además de frustrante. Muchas veces, la persona que tiene más crédito es la que se mantiene a distancia de las polémicas o de la lucha por llamar la atención. Esto está en sintonía con dos claves de un libro de inspiración maquiavélica publicado en 1998 por Robert Greene: Las 48 leyes del poder.

La 4ª es decir siempre menos de lo necesario, y lo justifica así: “Ten en cuenta que cuanto más digas, más vulnerable serás y menor control de la situación tendrás (…) Las personas poderosas impresionan e intimidan por su parquedad. Cuanto más hables, mayor será el riesgo de decir alguna tontería”.

La 16ª utiliza la ausencia para incrementar el respeto y el honor, se anticipa varios años a la locura creada por las redes sociales, y dice: “Demasiada oferta reduce el precio: cuanto más te vean y oigan, tanto menos necesario te considerarán los demás (…) Un alejamiento temporal hará que hablen más de ti, e incluso que te admiren (…) Recuerda que la escasez crea valor”.

Estas dos recomendaciones van contra corriente respecto a lo que hacen millones de personas en las redes: darse codazos para ser vistas y oídas, aunque sea unos segundos en un reel. Lo que propone Greene es justamente lo contrario. En un mundo dominado por el ruido, la persona más interesante es la que calla, pues el silencio nos dota de misterio, que es el ingrediente clave de la seducción.

Como ya no estamos habituados a callar, volvamos al reciente libro de Dan Lyons, que propone cinco caminos:

Siempre que sea posible, no digas nada. A no ser, como reza un proverbio japonés, que tus palabras sean mejores que el silencio. En palabras del autor de Cállate: “Hay que ser Harry el Sucio, no Jim Carrey”.

Descubre el poder de las pausas. Los grandes oradores son conocidos por cómo gestionan el silencio. Espera dos segundos antes o después de hablar, respira, deja que la otra persona procese lo que acabas de decir. Un silencio a tiempo equivale a mil palabras.

Deja las redes sociales. La mayoría de las plataformas están diseñadas para crear adicción. Si por tu trabajo no puedes abandonarlas del todo, al menos dosifica su uso.

Busca el silencio. “La sobrecarga de información nos lleva a un estado de agitación y sobreestimulación constante, lo que provoca problemas de salud e incluso puede acortar nuestra vida”, asegura Lyons. Dale un respiro a tu cerebro a través del silencio.

Aprende a escuchar. Esta es una forma muy productiva de callar, pero requiere un esfuerzo activo. Implica poner los cinco sentidos en lo que el otro está diciendo, sin juicios ni parloteos mentales. Además, como señala el autor: “Nada hace más feliz a la gente que sentir que la escuchan y la ven de verdad”.

Cuando somos capaces de mantener la boca cerrada, lo que ocurre después es increíble, asegura Lyons, ya que nos sentiremos más tranquilos, menos ansiosos y con un mayor control sobre nuestra vida.

¡Atentos!

— En su libro El valor de la atención, el divulgador británico Johann Hari señala que nuestra capacidad de concentración ha entrado en una profunda crisis. Según estudios recientes, un adolescente solo logra concentrarse en una tarea durante 65 segundos de promedio, mientras que la atención de un adulto no rebasa los tres minutos.

— Una clave para recuperarla es entender que el cerebro humano no está hecho para la multitarea. “Somos muy de pensamiento único”, decía al autor un profesor del MIT. Para recuperar el foco hemos “apagar” los distractores y volver a hacer una sola cosa a la vez.

domingo, 14 de abril de 2024

"LA DESAPARICIÓN DE LA REALIDAD". Juan Villoro

 

John Lennon afirmó que la vida es lo que sucede mientras hacemos otros planes. La sustancia del acontecer se nos escapa; vivimos más en la evocación del pasado o el anhelo del futuro que en las fugitivas exigencias del presente. Los dibujos en las cuevas de Altamira demuestran que al ser humano nunca le ha bastado cazar un bisonte: necesita representarlo. Calentarse las manos en el fuego es un acto tangible que sirve para pensar en otra cosa.

Durante milenios, la res cogitans ha sido la especie más distraída del planeta. Esta capacidad de evasión explica que Cervantes haya concebido el Quijote en una cárcel y que Newton haya pensado algo especial al ver caer una manzana. Pero también nos mete en apuros; cuando tu pareja dice la alarmante frase "tenemos que hablar", en vez de concentrarte en lo que dice, piensas en Messi. Aunque así ejerces la mayor destreza de la "cosa pensante", eso sólo acarrea problemas.

La lengua inglesa inventó un refrán amable para que los abstraídos regresen al mundo: "A penny for your thoughts" (Daría lo que fuera por saber qué estás pensando). Hoy en día es imposible usarlo sin caer en bancarrota. Pagar un penique cuando los otros se evaporan sólo puede llevarnos a la ruina. La realidad ha sido relevada por lo que ocurre en las pantallas.

El documental Ronaldo aborda la vida relativamente privada del célebre delantero del Real Madrid que también responde a un apodo alfanumérico de cyborg: CR7. Una escena de la película captura el sentido de la fe en la era mediática. Cristiano asiste a una iglesia para bautizar a su sobrino. Se trata de un acto familiar, sin mayores lujos. El sacerdote preside la liturgia hasta revelar al verdadero Dios: pide fotografiarse con CR7.

En 2013, el Diccionario Oxford eligió a selfie como palabra del año. De este modo definió a una época donde lo importante no es vivir un suceso sino registrarlo. La gente no va al Louvre a ver la Gioconda sino a fotografiarla o, para ser exactos, a fotografiarse al lado de ella. La identidad, que desde Parménides dependía de lo que eres en forma indivisible, se ha convertido en simulacro.

El año pasado recorrí en Seattle los lugares icónicos del rock en el coche de una mujer que organiza tours privados. Comenzamos en el sitio donde Nirvana tocó por primera vez y terminamos en el restaurante donde Kurt Cobain cenó por última vez, pasando por la tumba de Jimi Hendrix y el auditorio donde se consagró Pearl Jam. En cada escala, ella se decepcionó de que yo no tomara fotos. Habíamos congeniado por una de esas "señales" de la trivia rocanrolera (Jeff Beck nos parecía el mejor guitarrista de todos los tiempos), pero ni siquiera esta complicidad frenó su desilusión. En una banca junto a la casa de Kurt Cobain, donde la gente deja toda clase de exvotos, dijo con pesadumbre: "Esto no está funcionando". Entonces le tomé una foto. Salió con cara triste, como si yo acabara de quemar el legendario suéter blanco del poeta grunge.

De manera emblemática, otras palabras del año escogidas por el Diccionario Oxford aluden a la evanescente condición de la realidad. En 2014, la seleccionada fue vape, que se refiere al vapor inhalado en un cigarro electrónico, es decir, a un falso tabaco. En 2015, triunfó emoji, nombre japonés de los emoticones, que resumen el despecho con un corazón partido y la ternura con un koala. Este proceso de separación filológica de lo real tenía que desembocar en la palabra de 2016: posverdad. No hay nada nuevo en que se digan mentiras o en que se distorsionen los datos; lo sorprendente es la condición dominante de las simulaciones, comenzando por los tuits de Donald Trump. ¿La "cosa pensante" se disoció de la verdad para ser la "cosa virtual" que pronto será la "cosa delirante"?

Ante la representación hegemónica de la verdad creada por la cultura dominante, Foucault encomió el papel emancipador del pensamiento, señalando que la lucha contra la representación es la lucha contra la repetición hegemónica. Una apuesta de la diferencia en contra de la semejanza.

Cuando las niñas de hoy sean abuelas, ¿tendrán nietas capaces de ver los millones de selfies de su infancia? ¿Existirá la especie más allá de sus imágenes?

La vida se transforma en lo que no sucede mientras hacemos otras cosas.


Juan Villoro: Escritor y periodista. Profesor en la UNAM, Yale University y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona

sábado, 13 de abril de 2024

"SOY AUTISTA, Y CLARO QUE NO LO PAREZCO". Un artículo de (El País 11 ABR 2024)

NICOLÁS AZNÁREZ
Hay que normalizar que no todos somos iguales, ampliar la idea de realidad para acabar con el estigma, e incluir a quienes no saben cómo funciona esa realidad que, en el fondo, hemos inventado

Lo desconocido está ahí para que lo conquistemos, no para que lo temamos, dice Dakota Fanning en un momento dado de Larga vida y prosperidad (Ben Lewin, 2017). No lo dice en realidad ella, sino que es una línea del guion que su personaje ha escrito para participar en un concurso de Paramount Pictures relacionado con Star Trek. En Larga vida y prosperidad, Dakota Fanning es Wendy, una chica con autismo que vive en un centro para jóvenes como ella —lejos de su hermana, que se ve incapaz de cuidarla— y que, convencida de que puede ganar el concurso, ha escrito un guion hermosísimo, profundo, solipsista, monumental —tiene 450 páginas— en el que Spock y el capitán Kirk están solos en un planeta moribundo, y el primero se atreve, por fin, a sostenerle la mirada al segundo.

Y lo hace porque, en ese mundo, en el mundo que dibuja el guion de Wendy, Spock, y ella —porque ella es Spock ahí dentro—, han aprendido a liberar sus sentimientos. A ser como el resto, siendo ellos mismos. Hay en la película de Lewin un elemento valioso, y no es únicamente esa línea de guion —ese lo desconocido está ahí para que lo conquistemos, no para que lo temamos—, sino la forma en que evidencia de qué manera el esfuerzo —por entender el mundo en el que vive— proviene siempre de un único lugar: Wendy. Y todo lo horrible que le ocurre en ese viaje en autobús sola a Los Ángeles —el robo, la crueldad en los mostradores, en el propio autobús, la desconsideración en el hospital— le ocurre porque nadie está siquiera planteándose que Wendy podría no ser como ellos.

“Soy autista, y claro que no lo parezco”, leo en un muro, siempre cambiante, en la sala de espera de la consulta a la que llevo a mis dos hijos, de 15 y 10 años, diagnosticados ambos hace cinco con trastorno del espectro autista (TEA). Él tiene un asperger de altas capacidades con TDH. Ella, que aprendió a hablar a los seis, y aún hoy puede tardar una importante colección de minutos en completar una frase, tiene una discapacidad del 33%. Ninguno de los dos entiende bien cómo funciona el mundo. Pero, ¿saben qué? Yo tampoco lo he entendido nunca. Porque, ¿saben una cosa de la que nunca se habla cuando se habla de autismo? El autismo es hereditario y, sí, las madres y los padres de la sala de espera lo saben, pero no siempre lo admiten. A veces ni siquiera lo aceptan. Y he aquí, para mí, una de las razones por las que el estigma —oh, qué palabra tan horrible— se perpetúa.

Vuelvo a Wendy, y a la manera en que no recibe un solo gesto de empatía por parte de aquellos que supuestamente nacen con ella, esto es, los neurotípicos, y me digo que si pudiese verse de alguna forma lo que Wendy está sintiendo —lo que siente mi hija cuando saluda a sus compañeras y nadie le devuelve el saludo, o cuando una supuesta amiga le pide que cierre los ojos en el tobogán y lo baje de pie—, nadie se atrevería a tratarla así. ¿Y saben cómo podría verse? Si, por una vez, el otro lado, el lado supuestamente empático, hiciese un esfuerzo por entender que tal vez esa persona que te ha preguntado tres veces por su asiento puede estar necesitándote. Que tal vez hay otro tipo de ser humano, profundamente humano, que jamás va a hacerte daño porque no sabe cómo hacerlo. Pero tú sí puedes hacérselo a él. Y no es divertido.

Leo en un titular, en este mismo periódico, que el Ministerio de Derechos Sociales ha presentado un plan que contará con 40 millones de euros “para desterrar la discriminación hacia el colectivo”. Y también que el desempleo y el acoso escolar son “las luchas pendientes de las personas con autismo”. El acoso escolar fue la razón por la que descubrimos el autismo de nuestro hijo, que solo supo que estaba siendo acosado después de que los Mossos d’Esquadra se pasasen por el colegio para explicar en qué consistía y ¿saben? el resto de sus compañeros sí sabían que estaba siendo acosado; lo sabían todos menos él. ¿Y saben quién podría solucionar una cosa y la otra? ¿Saben quién las provoca? Como diría Raymond Carver, “todos nosotros”.

Empecemos a nombrar y a aceptar. Empecemos a normalizar que no todos somos iguales. Ampliemos la idea de realidad para incluir a aquellos que no saben cómo funciona esa realidad que, en el fondo, hemos inventado. Porque la realidad es ampliable, y no debería ser única. Aprovechemos también esa diversidad. La neurodiversidad. Porque es nuestra. Como todas las demás. No hay que encerrarla en un colectivo. Lo primero que hizo mi hijo cuando cambió de colegio fue informar a sus compañeros de que era un niño con asperger. Les dejó claro que no le gustaba el ruido, que no entendía las bromas y que siempre que decía algo, lo decía en serio. Que no sabía mentir. Que no le gustaban las mentiras. Que a veces no sabía lo que pasaba, y que podía hablar sin parar sobre algo que podía interesarle únicamente a él.

¿Y saben qué? Le fue bien. Cuando alguien hacía una broma, y él no la entendía, alguien se la explicaba. Había quien le recordaba todo lo que podía haberse olvidado de apuntar en la agenda. Y empezó a levantar la mano en clase para hablar de eso que le obsesiona: los planetas, el espacio, los agujeros negros, como decía de niño, “todo lo que ya estaba aquí cuando llegó el ser humano”. Fue ganando tal confianza en sí mismo que, durante una excursión, se atrevió a plantarle cara a la chica más popular de la clase y a decirle todo lo que no le gustaba de la manera en que se comportaba con él. “Fue un momento mágico”, nos dijo su tutor. “Ella le pidió perdón, y le dijo que no se había dado cuenta de hasta qué punto le estaba haciendo daño”, nos dijo. “Yo me lo tomo todo en serio”, nos dijo que le había dicho él, y también que ella lo sabía, “y tú lo sabías, o deberías saberlo”.

Lo desconocido está ahí para que lo conquistemos, no para que lo temamos, me digo, y también que la conquista pasa, en este caso, por crear un mundo en el que nadie quede fuera, en el que toda diferencia —también la neurológica, la base de todo lo que somos— se contemple como una posibilidad, una distinta, una nueva, que ha estado aquí desde el principio y que merece ser incluida en esa realidad que puede y debe ser múltiple, que lo ha sido siempre. La conquista pasa, me añado, por el conocimiento, por el destierro definitivo del estigma. El estigma, déjenme decirles, se ha construido a conciencia, y de una forma descuidadamente cruel. El autista es el raro. Y qué fácil es llamar raro a alguien y apartarse de su camino. Lo difícil, lo humano, es quedarse porque sabes que no es raro sino diferente, y que no ha elegido serlo, como no se elige el color de la piel.

“Un mismo espectro, infinitos matices” era este año el lema de la campaña por el Día Mundial del Autismo. Y es un lema excelente. Habría que llevarlo a cada rincón del país. Al bar de la esquina. A todas las clases de los institutos del mundo. A aquel vagón de tren donde me encontré con una chica que, me dije, podría ser mi hija durante su primer viaje lejos, sola. Nada exteriormente te decía que estaba perdida y asustada. Pero lo estaba. Miraba todo el tiempo una libreta con instrucciones y su billete. Sabía que no iba a pedir ayuda, así que le pregunté el número de su asiento y la llevé hasta él. Le mostré el baño de camino y le dije cuánto duraba el trayecto y por qué lado debía bajar. La vi sentarse aliviada. Y volví a mi sitio pensando en que ojalá mi hija, en el futuro, se encontrase con alguien que la viese así.

Laura Fernández es periodista y escritora. Es autora de La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Random House).


viernes, 12 de abril de 2024

"EL COMERCIO DE LA SOLEDAD". Un artículo de Luis Garcia Montero (infoLibre.es 6 ABR 2024)

Cuando voy a trabajar, paso sobre las 8 de la mañana por delante de un supermercado. Siempre hay en la puerta algunas personas en negociación con sus teléfonos móviles. No tienen pinta de ser clientes, sino trabajadores, compañeros de trabajo. Esperan que el encargado abra la puerta para dirigirse a sus faenas. Parece que no tienen nada que decirse, nada que compartir, ni antes ni después de ponerse el delantal. Están amarrados a sus soledades, igual que los grupos de amigos sentados en una cafetería, cada cual a lo suyo, sin cruzar palabra y con sus móviles en las manos. Escenas para comprender nuestro tiempo. Quizá exagero un poco, pero este tipo de imaginación valiente es necesaria para indagar en la verdad según nos enseñó María Zambrano con su razón poética en Hacia un saber sobre el alma (Losada, 1950).

María Zambrano empezó a meditar sobre las peligrosas distancias entre las razones y los sentimientos cuando advirtió la paradoja fundacional de la cultura romántica. En un siglo XIX marcado por el desarrollo científico y el conocimiento positivista de la naturaleza, el romanticismo tuvo la necesidad de imaginar un cosmos infinito de tormentas y abismos. La gota de agua analizada en el laboratorio propició el protagonismo de los mares ingobernables y los horizontes rotos por el oleaje. Me parece que ahora ocurre una paradoja semejante. En medio del mundo globalizado, intercomunicado, lleno de seguidores, me gustas e intimidades compartidas, se produce una cultura de la soledad. Somos consumidores de muchas cosas, también de nuestra propia soledad.

Como escribir es defender las palabras, me interesa aquí defender la palabra soledad tal como la pensaron María Zambrano y Luis Cernuda. La soledad es necesaria como afirmación de la conciencia que se niega a disolverse en cualquier homogeneización dominante. Saber quedarse solo resulta imprescindible para participar con honestidad en un sueño colectivo. Soledad del que piensa de manera libre en lo que escucha y en lo que quiere decir, sin verse obligado a repetir como un loro lo que flota en el ambiente. Defender este sentido humano de la soledad es un modo de apostar por la comunidad, el entendimiento, el diálogo, el acuerdo, el compromiso social a la hora de formar un nosotros.

El tumulto de las redes sociales y la inteligencia artificial corre el peligro de provocar una soledad distinta. Pienso ahora en Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire. Cuando el poeta parisino tradujo al escritor de Boston, comprendió que una multitud puede parecerse a un conjunto de soledades, gentes que caminan sin conocerse y sin un bien común que compartir. Bajo la ley del más fuerte, los mensajes y las noticias se quedan sin conversación. Este tipo de soledades no supone una afirmación del propio ser, sino una existencia definida por el desamparo.

Ahora que todo es sabido, comunicado y ruidoso, la metáfora de la vida quizá sea la puerta de un supermercado con trabajadores que nada tienen que decirse, o en la mesa de una pareja de novios que buscan en sus móviles algo en lo que poner los ojos. Quizá exagero, pero este tipo de cultura neoliberal de las soledades está en la base de la paradoja social que fundamente el nuevo autoritarismo de nuestras democracias. Si las mentiras se extienden más rápido que las verdades, es porque las verdades necesitan pensarse, decirse en sus matices. Las mentiras se lanzan a la calle con aspecto de consignas que no admiten una duda. Y la gente solitaria, desamparada, prefiere someterse a las consignas para sentirse acompañada. Someterse a las palabras que ordenan, no a las que proponen una conversación. Mejor estar entre los miles de seguidores que repiten un bulo. De qué sirve quedarse en las reflexiones compartidas de un diálogo.

Será bueno cambiar de inercia. Es posible amar la soledad para defendernos juntos de las malas compañías.

jueves, 11 de abril de 2024

"CORRUPCIÓN". Irene Vallejo

“Corrupción” es una palabra que viene del latín y significa “unirse para quebrantar”. El término mismo habla del pacto entre el poderoso tentado por una oferta ilícita y el particular tentado por un posible atajo para forzar el espíritu de las leyes. Es una moneda con dos caras (duras). Es cierto que la corrupción siempre ha existido en todos los engranajes políticos y económicos, pero no por eso debe cesar la lucha por desenmascararla, conocer sus límites, diferenciar sus grados y desmantelarla una y otra vez. Por otro lado, en época de escándalos se corre el riesgo de caer en una desconfianza generalizada y disculpar provechos propios ante la enormidad de las trampas ajenas. La honradez existe y meter a todos en el mismo saco es una victoria de los impunes.

Montesquieu escribió que fue Julio César quien generalizó la costumbre de corromper como mecanismo de financiación política. Los gastos electorales en Roma antes de la era de la publicidad y las apariciones televisivas eran ya enormes. Julio César financió su campaña al consulado recurriendo a los fondos del rico constructor Craso, al que recompensó después con contratos públicos como la concesión del servicio de bomberos. Cuentan que los esbirros de Craso acudían a las viviendas en llamas y exigían al afligido propietario una suma exorbitada por sofocar el fuego. Si aceptaba, Craso se enriquecía. Si no, dejaban arder la casa, Craso compraba el solar, construía y se enriquecía de todas formas. Dice el refrán que más vale maña que fuerza. Y Craso añadiría que lo que más vale es una contrata amañada.

sábado, 6 de abril de 2024

"LEYES QUE BLANQUEAN VICTIMARIOS Y OFENDEN A LAS VÍCTIMAS". Un artículo de José M. Portillo (Crónica Vasca 4 ABR 2024)

PP y Vox registran la Proposición de Ley de Concordia en las Cortes

“El período histórico de la violencia en Euskal Herria ha mostrado que no importa el bando, origen o creencias de las víctimas, pues el sufrimiento fue el mismo para todas. Es obligación de los poderes públicos atenderlas a todas por igual, dejando a un lado la confrontación partidista para no repetir los errores del pasado”. ¿Les parecería bien esta redacción en una propuesta de ley impulsada por el ultranacionalismo vasco para tratar de la memoria del terrorismo en Euskadi? ¿Creen que a las víctimas del terrorismo les agradaría tener una ley que no nombrara el terrorismo como la causa primera y principal de su dolor? ¿Estarían a gusto mientras trataran en su parlamento de tomarles el pelo diciéndoles que el “período histórico” de la violencia se motiva por la represión del Estado, vaciando de responsabilidad a los propios terroristas?

Pues bienvenidos a Castilla y León y Valencia, donde exactamente eso es lo que está próximo a suceder al impulsar el Partido Popular, con el apoyo de Vox, nuevas leyes, llamadas de Concordia, que en realidad lo son de blanqueo y olvido de todo el pasado de sufrimiento y dolor provocado por la dictadura franquista. La dictadura no necesita ser amnistiada porque ya lo fueron sus responsables al inicio de la Transición. De todas las fechorías cometidas desde 1936 hasta 1977 se evaporó toda responsabilidad penal, al igual que quedaron limpios como una patena los terroristas de ETA que habían asesinado hasta días antes de la promulgación de dicha ley en octubre de 1977. La legislación autonómica de blanqueo de la dictadura, de prosperar, añadirá a esa excepcionalidad penal la tergiversación histórica. Para ello nada mejor que aludir a una complejidad del pasado “que requiere aproximaciones plurales” y sobre el que los historiadores sostienen encarnizados debates.

La historiografía es debate, sí, pero ningún análisis solvente proveniente de la profesión sostiene que la causa de las tropelías de la dictadura franquista tenga su origen en 1931. Componer un todo de responsabilidad compartida entre la República de 1931 y el franquismo no responde a criterio historiográfico alguno, sino a un posicionamiento ideológico y a una voluntad política de blanquear el franquismo. Según el PP, secundado por Vox, el franquismo no sería más que una etapa más en un momento histórico que va desde 1931 hasta el atentado islamista de 2017 en Barcelona.

La lógica ideológica y política que hay detrás de ello la conocemos bien en el País Vasco. No hay que retroceder en el pasado reciente, sino leer en el presente. El candidato de Bildu a la presidencia del Gobierno Vasco, Pello Otxandiano ha reclamado “una memoria plural” para el “reconocimiento de todas las víctimas sin excepción”, haciendo alusión a las “víctimas del terrorismo de Estado y de las torturas”. El mismo patrón que usan en Castilla y León o en Valencia el PP y Vox: la historia es depende, todos tienen responsabilidad, vamos a atender a todas las víctimas por igual y, como resultado se obtiene ese ideal de suma cero, es decir, el blanqueo de los victimarios.

Lo mismo que para Otxandiano ETA existe solo en la medida en que es un actor más de la violencia junto al “Estado y sus cuerpos represivos”, para el PP y Vox no existe el franquismo más que como una etapa más en una historia de violencia que arranca en 1931, es decir, con el régimen democrático que Francisco Franco liquidó provocando una guerra civil de tres años. De hecho, esto último no existe en el discurso del PP y Vox porque la responsabilidad esta diluida entre republicanos, franquistas, etarras e islamistas radicales.

Lo mismo que la ex ministra Irene Montero se encontró con una consecuencia no deseada de su flamante ley del solo sí es sí, PP y Vox están promoviendo una legislación que va a tener una consecuencia letal para las víctimas de ETA. Ya no van a encontrar un relato dignificante que establezca con claridad la responsabilidad única e intransferible de los perpetradores de su dolor, sino que tendrán que aceptar que son solamente un segmento de una “memoria plural” y unas más de “todas las víctimas sin excepción” que también quiere Bildu en el País Vasco.

Para la derecha, como para Bildu, no existen ya las víctimas de ETA, como tampoco existen las víctimas de la dictadura franquista. Todas son víctimas globales, es decir, nada. Su cancelación se produce al cancelar su propio tiempo, al negarles la condición de sujetos históricos. En el argumento del PP y Vox no puede haber víctimas del franquismo porque el franquismo en sí no es responsable de un tiempo histórico forzado que abarca desde 1931 hasta 2017. Si la responsabilidad de las víctimas del franquismo es también del régimen republicano, la de las víctimas de ETA es también del franquismo: exactamente lo que propone Otxandiano. Las asociaciones de víctimas deberían decir también algo a este respecto. Es su dignidad la que está en juego.

"SUS ERECCIONES, NUESTRAS PALIZAS". Najat El Hachmi (El País 12 ABR 2024)

El control sobre las chicas musulmanas en los barrios en los que el islam es mayoritario es constante y efectivo Dos casos de agresiones a a...