Las historias de enfermedades, operaciones y seguros médicos en Estados Unidos son historias de terror
... Llevábamos horas viajando y buscábamos algún sitio donde parar a comer algo, pero era domingo y en los pueblos más o menos habitados por los que pasábamos había iglesias abiertas de par en par, pero ningún restaurante o diner que no las tuviera cerradas. Ya hambrientos y con más horas de carretera por delante, nos resignamos a comer en un McDonald’s. Parecía más grande porque no había nadie más que nosotros. Todos los empleados, con sus gorritas y mandiles adornados con el logo risueño de la compañía, eran ancianos. Llevaba con manos artríticas y ligeramente temblorosas los vasos enormes de Coca-Cola. Algunos arrastraban los pies mientras barrían el suelo o recogían bandejas con desperdicios. El profesor que me acompañaba me explicó que con el hundimiento de la industria del acero en toda la región habían desaparecido los empleos seguros, y que muchas pensiones eran tan escasas que los jubilados se veían forzados a ocupar los trabajos peores, en cadenas de comida basura o supermercados. Ahora muchos de esos viejos trabajan en almacenes gigantes de Amazon, y tienen que llevar pañales, porque el algoritmo que vigila su rendimiento cuenta las veces que van al baño y el tiempo que pasan allí.
Teóricamente, esos viejos, como todos los mayores de 65 años, tienen derecho a la cobertura sanitaria del programa Medicare, que fue una de las grandes conquistas de los gobiernos demócratas de los años sesenta. Pero en vez de un sistema público de asistencia directa universal, como los que rigen en Europa, lo que hay en Estados Unidos en un monopolio de las compañías de seguros, que son las que canalizan como intermediarias los servicios médicos. Lo que se llama libre empresa suele ser el acaparamiento del dinero público en beneficio de quienes tienen todo el poder necesario para adaptar las leyes a sus intereses y comprar a los encargados de administrarlas. El Gobierno de Estados Unidos paga a las aseguradoras una tarifa plana por cada posible beneficiario de Medicare. Cuantos más pagos y servicios las empresas escatimen a los enfermos, mayor será el margen de beneficio. Es el mismo principio de despiadada rentabilidad que usan las empresas concesionarias de las prisiones privadas, que han multiplicado su valor en Bolsa desde el triunfo de Trump, previendo la oportunidad de negocio de los millones de inmigrantes irregulares que serán detenidos para su deportación. Cuantos más presos haya, y más condenas largas, y más se pueda ahorrar en su alimentación y su salud, mejor será la cuenta de resultados.
... La pobreza, la enfermedad y la exasperación son minas de oro más rentables que las minas de litio y de coltán y que los yacimientos de petróleo.
... Las historias de enfermedades, operaciones y seguros en Estados Unidos son historias de terror. Un hombre se rompe una pierna, lo operan, pasa cuatro días en el hospital, luego 11 en una residencia, porque aún no puede moverse. Al quinto día, el seguro ya se le ha agotado y lo echan del hospital, y muere cuatro días después en un albergue de indigentes. Otra compañía de nombre ensoñador, Anthem Blue Cross Blue Shield, se ha hecho célebre por un algoritmo que determina el tiempo máximo de anestesia en una operación que queda cubierto por el seguro. En Nueva York, en los barrios más pobres, se ven con frecuencia personas con un pie amputado: padecen diabetes B, la causada por una alimentación insalubre, y si les hubieran curado a tiempo las llagas que por culpa de esa enfermedad se forman en la planta del pie, habrían podido conservarlo. Pero una cura preventiva deja mucho menos margen de beneficio a la aseguradora que una amputación.
Esa es la sanidad en manos privadas. No hay anuncios más poéticos en la televisión de Estados Unidos que los de las corporaciones de servicios de salud: niños y niñas de piel oscura o de ojos rasgados flotando a cámara lenta, abuelos y abuelas entrañables de pelo blanco luminoso, agitados por la brisa del mar, descalzos por la orilla, con los pantalones remangados. Ese tipo de anuncios abunda cada vez más en España, al calor del perverso deterioro de la sanidad pública que alientan grandes defensores de la libertad como Isabel Díaz Ayuso y los grupos de presión que actúan a su sombra. No sé si nos damos cuenta plenamente de lo que está en juego. No quiero que en mi país haya gente que sufra y muera para que se enriquezcan más lo que ya lo tienen todo. No quiero ver a abuelos o abuelas españoles sirviendo en un McDonald’s.
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