jueves, 10 de abril de 2025

"¿Y TÚ QUÉ VAS A HACER ANTE EL TERROR ANTIINMIGRATORIO DE TRUMP?".

Dos agentes estadounidenses arrestan a Rumeysa Ozturk,

una estudiante de doctorado de la Universidad de Tufts

(Massachusetts, EE UU), el pasado 26 de marzo.

El escritor Kaveh Akbar, estadounidense de origen iraní, denuncia al Gobierno de Trump y sus acciones destinadas a infundir terror entre los inmigrantes. Su texto es un llamamiento a alzar la voz frente a los “genocidas pletóricos” de su país y a no dejar que las amenazas ahoguen la disidencia

Esta noche he abierto Instagram en mi iPhone y lo primero que he visto ha sido un vídeo de Rumeysa Ozturk, una alumna turca de doctorado de la Universidad de Tufts (Massachusetts), detenida por el ICE, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos. Ozturk iba caminando por la calle cuando se le acercó un agente de paisano escondido bajo una sudadera con capucha y la agarró de las muñecas mientras un segundo agente se acercaba rápidamente para arrebatarle el teléfono de las manos. Ambos agentes acorralaron a Ozturk. En unos pocos segundos aparecieron más.

La última frase de La lotería de Shirley Jackson dice: “¡No es justo! ¡No hay derecho!‘, exclamó la señora Hutchinson. Instantes después todo el pueblo se abalanzó sobre ella”. Es un relato sobre un pueblo cuyos habitantes, una vez al año, matan a pedradas a un ciudadano elegido al azar.

Después de esposar a Ozturk, un agente se subió el cuello de la camisa para taparse la cara. Los demás le imitaron. De pronto parecía que tuvieran que ocultar a Dios su macabro entusiasmo por hacer desaparecer a una universitaria que, según se supo más tarde, se dirigía a romper el ayuno del Ramadán con sus amigas.

He visto el vídeo nada más entrar en casa. Nuestro gato Kocholo (“pequeño” en farsi) estaba en la cocina, comiendo de una caja de chuches que había volcado sobre la encimera. Al igual que Ozturk, yo también estaba ayunando. Acababa de volver de un evento de trabajo mucho después de la hora del iftar [la comida al anochecer con la que se rompe el ayuno del Ramadán], y mi maravillosa pareja, Paige, ya estaba hirviendo agua para cocer pasta y que pudiera cenar lo antes posible. Cuando entré por la puerta, Paige me dijo algo que no entendí porque estaba volviendo a ver el vídeo en mi teléfono. Todavía no conocía el nombre de Ozturk.

¿Cuál es el propósito de una app, propiedad de un hombre que ovacionó al nuevo régimen en la toma de posesión, que pone en bucle este tipo de vídeos entre las fotos de los bebés de tus colegas y anuncios de ropa interior y sábanas de lino?

¿Cuál es el propósito de un Gobierno que hace desaparecer a su pueblo? Ozturk tenía un visado de estudiante en regla, al igual que Alireza Doroudi, alumno de doctorado en la Universidad de Alabama, y Mahmoud Khalil, alumno de posgrado en Columbia, ambos desaparecidos de forma similar en el último mes.

Los vídeos, las desapariciones, son intimidaciones que poseen la clara intención de sofocar la disidencia, tanto en los casos específicos de Ozturk, Doroudi y Khalil, como en general, en los casos de todos los que nos parecemos a ellos, o rezamos o creemos o votamos como ellos. El régimen de Trump, como todas las autocracias despóticas anteriores, está dando lecciones a unos pocos para aterrorizar a la mayoría. ¿Con qué propósito? ¿El silencio, la obediencia, la sumisión? ¿La angustia? Como decía Emily Dickinson sobre el dolor: “No tiene futuro sino el suyo propio”.

A los simpatizantes de Trump, esos que mascan cacahuetes y llevan dedos de gomaespuma, les encanta todo el kabuki policial y la mano dura. Y sus oponentes sienten que su indignación se difumina con cada nuevo horror, que su voluntad de reacción se vuelve esclerótica y fría. Todo ello en beneficio del espeluznante statu quo del régimen.

Cerré la app y me senté en una silla junto a Paige. Pero entonces me acordé de otro vídeo que había visto un par de días antes: el padre del periodista palestino Mohammad Mansour gritando sobre el cadáver de su hijo muerto: “Levántate y habla… Cuéntaselo a la gente, cuéntaselo al mundo. Cuéntale a la gente la verdad”. El hombre pone un micrófono en la cara inerte de su hijo y solloza.

¿Por qué veo estos vídeos? ¿Para recordarlos? ¿Para escribir sobre ellos? ¿Qué me provocan, en mitad del ayuno del Ramadán? Si la Administración se comunica conmigo a través de las redes sociales (y claro que lo hace; Zuckerberg y Musk son los dueños de los algoritmos, y el propio Trump tuitea como un niño psicópata), ¿cuál es el mensaje que me está mandando? Que estoy aquí a su antojo. Que mi presencia depende de mi docilidad, de mi buen comportamiento.

Escribo esto para rebelarme contra el buen comportamiento.

Escribo esto para rebelarme contra el algoritmo.

Escribo esto para rebelarme contra mí mismo.

Quiero actuar profilácticamente antes de que el miedo (a que me despidan de mi cómodo y gratificante trabajo, a que los matones de la Administración en persona vengan a por mí) eclipse mi rabia. Mi repulsa. Hacia los sistemas que hacen desaparecer y asesinan a estudiantes de doctorado y a periodistas pacifistas, esos sistemas que bombardean hospitales y matan de hambre a los niños y congelan sin previo aviso la financiación de los programas de salud mundial.

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