jueves, 6 de junio de 2024

"LA TOLERANCIA MULTICULTURAL, ESA FORMA DE "APARTHEID LIGHT". Un artículo de Hein de Haas (El País 15 MAY 2024)

La monarca Máxima de Holanda en la apertura del restaurante
A Beautiful Mess, gestionado por una fundación que promueve la
inserción laboral de los refugiados. En Ámsterdam, este 24 de abril.
¿Qué hacer con toda la cháchara sobre la integración y el multiculturalismo? En la Europa Occidental, los políticos llevan décadas ocupándose de las políticas de integración, sobre todo en el Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Bélgica y Escandinavia. La cuestión ha sido motivo de acalorados debates desde 1980, y ha enfrentado a los que están a favor de unas políticas multiculturales que animen a las minorías a potenciar su propia identidad y cultura, con aquellos que enfatizan la necesidad de que los inmigrantes “encajen” y se adapten, y les atribuyen a ellos mismos la responsabilidad de hacerlo. Siempre se ha tratado, fundamentalmente, de un debate ideológico, que tiene más que ver con el “nosotros” que con el “ellos”, y con qué hacer con los desafíos que la inmigración plantea a la manera que las sociedades tienen de verse y definirse a sí mismas. La inmigración siempre ha sido un asunto emocional; es la manifestación más concreta de los cambios que experimentan las sociedades y el mundo. Los inmigrantes encarnan ese cambio, y si tiene lugar deprisa, inevitablemente genera resistencia entre algunos grupos de autóctonos, al menos inicialmente. Es así porque la inmigración parece desafiar no solo unas maneras establecidas de vivir, sino también la identidad de las sociedades de destino.

Esto también afecta a países que llevan la inmigración en su ADN, como EE UU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, pues en un principio imaginaron que su nación sería blanca, protestante, europea noroccidental y, preferiblemente, anglófona. La inmigración de grupos católicos, judíos, latinoamericanos y caribeños se vio como un desafío y una amenaza para la nación. Los nativos estadounidenses, las naciones originarias de Canadá, los aborígenes de Australia y los maoríes de Nueva Zelanda llevaban mucho tiempo viviendo en esas tierras, pero también durante años no fueron reconocidos como ciudadanos de pleno derecho ni como miembros plenos de sus respectivas naciones, y de hecho es posible que ellos mismos se resistan a ser incluidos en una nación definida por sus invasores.

A pesar de haber vivido en América más tiempo que la mayoría de los inmigrantes blancos, los afroamericanos solo alcanzaron plenos derechos en 1963, y su lucha por la emancipación, de siglos de antigüedad, generó reacciones violentas en quienes siempre habían imaginado que EE UU tenía que ser una nación blanca. Lo mismo afecta aún hoy al pueblo romaní, así como a numerosas minorías raciales, culturales y lingüísticas que buscan el reconocimiento de su identidad como parte de una nación, o diferenciada de ella, en contra de una asimilación total a la cultura “dominante”.

Así pues, la integración no tiene que ver con la inmigración en sí misma, sino con la aceptación sincera del otro como miembro pleno de la nación. Las ideologías racistas siempre han servido para negar a los grupos no mayoritarios ese estatus de igualdad, y para justificar moralmente esa negativa. Desde esa perspectiva, quizá el multiculturalismo puede concebirse mejor como un intento (tal vez bienintencionado, pero bastante erróneo) de negar la nueva realidad de haberse convertido de facto en un país de inmigración, negando en la práctica a los inmigrantes el reconocimiento de miembros plenos e iguales de la nación al rebajarlos al estatus de “minorías”. CONTINUAR LEYENDO

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