miércoles, 16 de octubre de 2024

"CUANDO LA RISA ES CRUEL". Elvira Lindo, El País

Es desolador que un número tan chusco como el del PP en el Congreso con fotos de víctimas de ETA pretenda patrimonializar el dolor ajeno

Qué extraordinarias son esas personas que pronuncian un lugar común como si estuviera siendo expresado por vez primera; son, sin complejos, los fabulosos inventores de lo ya inventado. Los niños son muy crueles, dicen. En alguna ocasión hasta osan añadir el odioso “como yo digo”. Pues bien, lo que tú dices es una afirmación sin evidencia científica alguna que, para colmo, contribuye a eludir la responsabilidad de los adultos en el comportamiento de los menores. ¿Son los niños crueles por naturaleza? En absoluto, más bien podría decirse que poseen un natural instinto colaborativo que los adultos vamos cercenando con la influencia no siempre benéfica que ejercemos sobre ellos. A veces los niños van a la escuela adiestrados ya en el ejercicio del desprecio, tomando como normales la burla al débil y el abuso; otras, es en el entorno escolar cuando optan por unirse al chulo de la clase para sobrevivir. Pero lo que más me asombra de esa afirmación, los niños son crueles, es que la hacemos los adultos, justo aquellos que ya estamos tan habituados al ejercicio de la inquina que en ocasiones ni siquiera somos capaces de sentir pesar por el daño infligido.

Estamos moldeados en gran parte por aquellos ejemplos en los que fuimos instruidos. Uno de los aprendizajes más sofisticados que existen es el del buen ejercicio de la risa. Hacer saber a un niño que la risa puede ser tan liberadora como dañina y que la burla denota más cretinez que inteligencia es prepararlo para entender qué siente el otro ante sus actos. Dice Don Quijote al ser objeto de mofa: “Es mucha sandez la risa que de leve causa procede”. Sandez es la palabra exacta para definir a quien, por no comprender, ni entiende de qué se está riendo. Esta semana, el Congreso de los Diputados se convirtió en un patio de colegio sin profesores al mando, sin reglas, dejando el ambiente al libre albedrío de quienes carecen de la instrucción necesaria en el humor como para saber que se están burlando de las personas a quienes dicen defender. Yo solo había visto en las noticias televisivas a Miguel Tellado agitar en el aire un cartelillo con rostros de asesinados por ETA, que han sido llorados en silencio y con respeto por españoles de distinto signo. Verlos en manos de quien los estaba utilizando para excusar errores propios ya me pareció el colmo de la ignominia. Sabemos que estos números están pensados para ser transmitidos, porque los políticos han aprendido a actuar para X, pero lo que seguramente no imaginaba quien ideó este gag, que pretendía subrayar la complicidad del Gobierno con una organización terrorista que ya no existe, es que al ampliar el foco y aparecer la imagen de la bancada contemplaríamos el verdadero significado del show. Ahí estaba la diputada popular Macarena Montesinos riéndole la gracia siniestra a su compañero Miguel Tellado mientras señalaba las fotos, ambos mostrando sonrisas burlescas, autosatisfechos por ese golpe bajo con el que esperaban avergonzar al contrario, sin comprender, porque a la vista está que desconocen los sofisticados mecanismos de la risa, que suele ser más transparente que el llanto, que a quien verdaderamente ofendían era al recuerdo mismo de los asesinados, de sus familiares y de todos aquellos que con dolor hemos acompañado la memoria de las víctimas de ETA cuando existía y cuando dejó de matar.

Es desolador que un número tan chusco pretenda patrimonializar el dolor ajeno. A pesar de que corremos el peligro de hacernos tolerantes a lo grotesco, muchos no esperábamos presenciar el espectáculo de esas risas. El mundo se está dividiendo peligrosamente en dos: quienes educan a los niños en el uso extraordinario de la risa para curar heridas, reforzar la generosidad y ensanchar corazones, y quienes nunca podrán advertirles del sentido maléfico que puede extraerse de una carcajada, porque ni ellos mismos distinguen entre risa y crueldad.

lunes, 14 de octubre de 2024

"LOS INMIGRANTES HAITIANOS NO COMEN MASCOTAS. ES LA COMUNIDAD INTERNACIONAL LA QUE "COME" AITIANOS". Soledad Gallego-Díaz, El País

Los traficantes de armas estadounidenses inundan el país con pistolas y rifles automáticos con los que se asesinan a miles de personas

No hay ninguna denuncia ni prueba de que los inmigrantes haitianos en Ohio se hayan comido a ninguna mascota de sus vecinos blancos, un bulo difundido por el candidato presidencial Donald Trump y apoyado por toda la red de medios que se encargan de empujar la campaña del expresidente. Donde es posible que no queden mascotas es en el propio Haití. Según el último informe del Programa Mundial de Alimentos: “5,4 millones de personas luchan por alimentarse a sí mismas y a sus familias todos los días, lo que representa una de las proporciones más altas de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda en cualquier crisis mundial”. De ellas, dos millones se enfrentan a escasez extrema de alimentos, desnutrición y enfermedades.

Haití está sumido en el caos, sometido a la violencia de pandillas armadas que han provocado en lo que va de año 4.789 homicidios y 2.490 secuestros. Dado que en la isla no existe ninguna fábrica de armas ni de munición, todo el armamento de que disponen esas pandillas llega desde Estados Unidos, y muy específicamente, desde Florida. Por más que las organizaciones internacionales piden a Estados Unidos que impida ese tráfico, parece que nada se hace, al menos con la suficiente eficacia. Así, pues, los inmigrantes haitianos en Estados Unidos no se comen las mascotas de sus vecinos, pero algunos traficantes de armas estadounidenses inundan Haití con miles de pistolas y rifles automáticos con los que no se mata a mascotas sino a personas, miles.Más información

Las relaciones de Estados Unidos con Haití han sido siempre desgraciadas. En 2010, el expresidente estadounidense Bill Clinton hizo algo insólito: pidió perdón por haber obligado a Haití a reducir los aranceles a la importación de arroz norteamericano, que llegaba subvencionado por Washington y que destruyó la producción nacional. “Quizás fue bueno para algunos de mis productores de arroz en Arkansas, pero no funcionó. Fue un error”. Lo fue. Haití perdió la capacidad de producir uno de los cultivos más importantes para la alimentación de su población. Solo porque el presidente de Estados Unidos quería ayudar a los productores de Arkansas a deshacerse de sus excedentes. “Debo convivir con las consecuencias de lo que hice”, dijo, compungido, Bill Clinton, pero quienes vivieron con las consecuencias fueron esos millones de haitianos a los que hundió en la miseria. Ese mismo Clinton había ayudado a reponer en el cargo de presidente democrático de Haití a Jean-Bertrand Aristide, el político y sacerdote salesiano expulsado del poder por un golpe militar. Clinton conocía bien el país. Pasó allí parte de su luna de miel, cuando en 1975 se casó con Hillary Rodham (entonces, gobernaba el hijo del dictador, Jean-Claude Duvalier). Pero nada impidió que destruyera su capacidad agrícola de un plumazo.

Todo fue muy mal con Estados Unidos muy pronto. En 1914, Washington envió una cañonera con marines para, pura y simplemente, robar el oro del Banco Nacional de la República de Haití. Ocho marines entraron en la sede del banco, robaron oro por valor de medio millón de dólares de la época y se volvieron a Estados Unidos, donde depositaron los lingotes en el National City Bank. El Banco Nacional de Haití era propiedad de accionistas norteamericanos, así que cuando necesitaron el dinero recurrieron, sin más, a la cañonera. Las relaciones de Haití con Francia tampoco fueron mejores. Como cuenta la BBC, “hace 220 años, Haití se convirtió en la primera nación independiente de América Latina, la república negra más antigua del mundo y la segunda república más antigua del hemisferio occidental después de Estados Unidos. Todo esto se logró tras la única revuelta de esclavos exitosa en la historia humana”. Sin embargo, para que se reconociera su independencia, Haití tuvo que pagar 150 millones de francos (unos 21.000 millones de hoy) a Francia en concepto de indemnización por las propiedades ¡y los esclavos! que habían perdido los franceses. Un caso único en el que el colonizado no recibe indemnización, sino al contrario. Se podría pensar que la ONU o la comunidad internacional repararían tanto desatino. Pero Duvalier padre, el sangriento dictador, se mantuvo en el poder 14 años, hasta su muerte en 1971, sin que nadie le incomodara, todos encantados con su régimen de terror frente al comunismo caribeño. Tras el terremoto de 2010, la ONU intentó ayudar a recomponer el país, pero con muy mal pie: los cascos azules llevaron consigo una feroz epidemia de cólera y fueron acusados de violaciones y abusos.

Así que, si se mira hacia atrás, no han sido los haitianos los que se han comido las mascotas de nadie, sino todos los demás quienes se han comido sus recursos.

domingo, 13 de octubre de 2024

"EL HUMOR NOS SALVA". Mariano Sigman, El País 30 AGO 2024

Carlos Paez, uno de los 16 supervivientes
de la tragedia aérea de los Andes. 
Raúl Martínez (EFE)
En la tragedia actual de la conversación pública sería bueno recordar que la risa nos libera y nos une

Me encuentro a Carlos Páez en un desayuno en México. Llega en traje de baño azul con un estampado de veleros, una camiseta Lacoste negra, gafas de sol, un rosario vasco colgado del cuello y una cruz alargada que le cubre una buena parte del bíceps que acaba de tatuarse en Playa del Carmen. El sobreviviente de la tragedia de los Andes dice que no ve la cruz como símbolo de lo tachado y de la muerte, sino de las aspas del helicóptero que le dio la bienvenida a la vida. Cuando las vio creyó que ahí terminaba esa historia insólita con la que se estrelló a los 18 años, pero más de medio siglo después ahí sigue en el encierro de su hit, de la canción que no puede dejar de cantar.

Me cuenta que, ya pasados unos años, en un avión le ofrecieron el menú y dijo: “No, mejor tráigame la lista de pasajeros”. Y ahí descubro, sorprendido, que podemos hablar en ese registro en el que el humor aliviana la tragedia, y le cuento de la historia de Zeke, que en su librería de La Plata ubicó el libro Viven en la sección de gastronomía. El humor es el mejor antídoto para transitar los temas más incómodos, para poner en marcha la fábrica cerebral de nepente, la droga que vertió Helena en la crátera del vino para poder hablar con Telémaco, que no sabía si su padre Ulises había sobrevivido a la guerra de Troya.

Coincidimos en un congreso, y en su charla Páez recorre las historias archiconocidas del avión partido al medio, de la avalancha y de comerse a sus amigos muertos. No hay nada nuevo en lo que cuenta, pero sí en cómo lo cuenta: lo hace en tono de humor y no de tragedia. Dice que la madre lo encuentra después de 70 días en el hospital, y que, cuando ya se está yendo, él le da los 70 dólares con los que había despegado para que le compre algo de ropa y la madre lo mira y le dice: “Carlitos, ¡no gastaste nada!”. Y que hace 10 años sube a un avión, que cierra las puertas y enciende motores, y pasan minutos no se mueve y una señora le grita: “Tenía que venir usted para que pase algo en este avión”. Y luego, que apenas vueltos de la tragedia, un periodista argentino le pregunta: “¿Ustedes sabían que estaban en territorio argentino, a 14 kilómetros de un hotel?”. Y le contesta: “Sí sabíamos, pero como nos parecieron mejores los chilenos caminamos 70 kilómetros”.

El humor nos salva. En la tragedia actual de la conversación pública sería bueno recordarlo. Robert Levenson, el profesor de Psicología de la Universidad de Berkeley que ha estudiado exhaustivamente el devenir de distintas parejas en el tiempo, hizo un experimento de lo más curioso en el que convocó a unas cuantas parejas al laboratorio y las expuso a todo tipo a conversaciones estresantes. Las reacciones eran de lo más variadas en tono y emociones, y en medio de este menjunje descubrió que aquellas que afrontaban el estrés con humor resultaban ser, retrospectivamente, las más duraderas y las que tenían mejor convivencia. Es decir, la risa nos une.

Ese era el rol de Carlos Páez, el menos entrenado, un niño mimado que ni siquiera había hecho su maleta y que, de repente, encontró en el humor una herramienta para sacar a todos de ese enredo imposible. La risa sincrónica produce una cascada de endorfinas, una sustancia análoga a los opioides que amaina el dolor y da una sensación de bienestar que permite, como el nepente, superar las conversaciones más ásperas. No existen, que yo sepa, experimentos análogos al de Levenson llevados de la arena de la pareja a la conversación política, salvo un estudio de Dean Yarwood sobre los beneficios del humor en el Congreso de Estados Unidos, pero todo hace suponer que el mecanismo debería ser idéntico y que poder alivianar cada tanto la aspereza plomiza de la chicana constante con la grasa del humor no puede ser un mal ejercicio.

Hay un precedente célebre en la política española en días de mucha mayor cordialidad. En 1994, luego de muchas horas de sesión, la secretaria de la Mesa del Parlamento andaluz Hortensia Gutiérrez del Álamo tuvo que llamar por tercera vez a una votación y algo disparó un ataque de risa que se propagó sin remedio entre los parlamentarios hasta obligar a su presidente, Diego Valderas, a suspender la sesión. Es imposible ver el vídeo sin contagiarse.

Reírse cada tanto de uno mismo, desde una discusión de tráfico hasta el hemiciclo, da liviandad, nos tempera y a veces nos salva. Años después, los sobrevivientes volvieron al lugar del accidente. Nando Parrado no quiso ir al sitio donde yacían muertas su hermana y su madre, y les dejó una carta de la que Carlos solo cuenta la última frase: “Chicos, si se llegan a perder, la salida es para el otro lado”.

Mariano Sigman es neurocientífico. Su último libro es "La vida secreta de la mente" (Debolsillo).

lunes, 7 de octubre de 2024

"GAZA: OCCIDENTE NO SE ENTERA DE NADA". Pankaj Mishra (Jhansi, la India, 1969) es escritor. Texto del discurso pronunciado por Pankaj Mishra, galardonado con el Weston International Award, en el Royal Museum de Ontario (Canadá), el 16 de septiembre, El País 06 OCT 2024

Ilustración de Sr. García sobre una foto de un campamento
bombardeado en Nuseirat, Gaza, tomada por Emad El Byed.
“En el principio fue la prensa y después apareció el mundo”, escribió Karl Kraus en 1921. La alusión bíblica no era una floritura retórica. En una era apocalíptica, el escritor austriaco —seguramente el primer gran analista de los medios de comunicación— tenía motivos para creer que el periodismo había dejado de ser un filtro neutral entre la imaginación popular y el mundo exterior y había decidido construir una nueva realidad.

Kraus había refinado su crítica durante la I Guerra Mundial, cuando empezó a culpar a los periódicos de estar agravando el desastre sobre el que debían informar. “¿Cómo es posible que se esté empujando al mundo hacia la guerra?”, preguntaba; en su opinión, el origen de la guerra fundacional del siglo XX estaba en el hundimiento de las facultades cognitivas e imaginativas en todo el continente que había provocado la prensa y que facilitó que las naciones europeas cayeran en la trampa de una guerra que no supieron prever ni detener. “Gracias a décadas de práctica”, escribió, “[el periodista] ha creado en la humanidad tal falta de imaginación que es capaz de enzarzarse en una guerra de exterminio contra sí misma”.

Puede parecer fácil despreciar, desde nuestra perspectiva privilegiada y bien informada, el mundo provinciano de las publicaciones periódicas vienesas contra las que despotricaba Kraus. Sin embargo, ahora que se extienden, imparables, unas guerras encarnizadas en Europa y Oriente Próximo que amenazan con convertirse en conflagraciones más amplias y están desgarrando el tejido de varias sociedades, la crítica de Kraus al cuarto poder, el llamado pilar de la democracia, no solo es más pertinente, sino que resuena como un análisis general de la decadencia de las instituciones democráticas en Occidente.

La fragilidad innata de esas instituciones la vieron hace mucho tiempo los súbditos asiáticos y africanos de los colonialistas europeos. Mohandas “Mahatma” Gandhi, para quien la democracia era literalmente el gobierno del pueblo, insistía en que, en Occidente, era pura teoría. No podía ser una realidad mientras “persista el inmenso abismo entre los ricos y los millones de personas hambrientas” y los votantes “se dejen guiar por sus periódicos, tantas veces deshonestos”.

Hoy, una evaluación así de contundente llegaría a la conclusión de que la deshonestidad de gran parte de los medios digitales que trafican con bulos y teorías de la conspiración es sistemática. La prensa tradicional, que suele estar en manos de grandes magnates, mantiene su pretensión de tener una responsabilidad política y ética, de ser una luz en esa oscuridad en la que supuestamente muere la democracia. Pero las pruebas de su ineptitud e incluso su carácter corrupto no han hecho más que acumularse de forma siniestra en las tres décadas que llevo dedicado al periodismo. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 6 de octubre de 2024

"EL DON DE LA CONVERSACIÓN".. Irene Vallejo, El País 25 AGO 2024

Quizás este mundo hechizado por la exuberancia de información empieza a añorar el placer —y el poder— del diálogo

Era una promesa tentadora. La utopía del tercer milenio presagiaba la comunicación sin límites. Con la superación de antiguos tabúes, la aparición de los teléfonos inteligentes y la exuberancia de amistades en redes sociales, el futuro auguraba un desconocido esplendor de conversaciones y conexiones. Y, sin embargo, hoy nos descubrimos atrincherados mentalmente y más solitarios que nunca. Aunque compartimos una honda sed de atención y escucha, hacemos oídos sordos y nos hablamos con hostilidad o indiferencia. En todas partes aflora una queja recurrente: la falta de consideración. Unas pocas personas reciben todo el reconocimiento, mientras una inmensa mayoría se siente desatendida, acallada y aislada.

Buena parte de las conversaciones cotidianas son distraídas y rutinarias. Se arrojan palabras al vacío para llenar el tiempo y conjurar la incomodidad. Nos educan para temer el silencio como algo hostil, pero lo esquivamos con torpeza. Seríamos personas distintas si los encuentros que decidieron el rumbo de nuestra vida hubieran sido menos mudos y superficiales, si de verdad hubiéramos intercambiado pensamientos. Quizás este mundo hechizado por la exuberancia de información empieza a añorar el placer —y el poder— de la conversación. Como dijo Luis Buñuel: “Yo adoro la soledad a cambio de que un amigo venga a hablarme de ella”.

En su Historia íntima de la humanidad, Theodore Zeldin recuerda dos momentos decisivos en la crónica de los hallazgos parlantes de nuestra especie. La primera de esas etapas estelares tuvo lugar cuando la filosofía griega descubrió el diálogo. Hasta entonces, el modelo de aprendizaje era el monólogo: el hombre sabio o el dios hablaban, y los demás escuchaban. Los tempranos filósofos helenos proclamaron que los individuos no podían ser inteligentes por separado, sino que necesitaban el acicate de otras mentes. Sócrates fue el primero en sostener audazmente que dos personas pueden aprender interrogándose mutuamente y examinando las ideas heredadas hasta detectar sus fallos, sin atacarse ni insultarse. Sócrates admitía con humor que, siendo extraordinariamente feo, luchó por demostrar que todo el mundo puede resultar hermoso por su forma de hablar.

Aquel caudal revolucionario y parlanchín desembocó en Roma. Cicerón, líder político y pensador, heredó la misma fascinación por las palabras entretejidas en común. Afirmó que “quien entabla una conversación no debe impedir entrar a los demás, como si fuera una propiedad particular suya; debe pensar que, como en todo lo demás, también en la conversación general es justo que haya turnos”. Sus escritos no eran ensayos concluyentes, sino diálogos a varias voces en los cuales él desempeñaba solo un pequeño papel y que terminaban sin un claro vencedor. Cicerón, gran conocedor de los entresijos del poder y a la vez enamorado de la filosofía, se adiestraba en el debate de ideas, que nos ayuda a encontrar archipiélagos de concordancia entre los océanos del desacuerdo. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 4 de octubre de 2024

"NO SÉ LO QUE SOY". Najat El Hachmi. El País 6 SEP 2024

La gran paradoja que vive el feminismo es que, tras 300 años impugnando la idea del género, ahora deba dedicarse a defender la existencia del sexo

Gracias al enorme impacto mediático de los Juegos Olímpicos, la gran confusión sobre sexo y género se ha hecho mundial. Aunque los humanos no somos caracoles, ahora ya no hay modo alguno de saber lo que es una mujer. Todo es duda y todo es sospecha, y la que quiera salir a reivindicarse como hembra humana será arrinconada a las filas del fascismo. Sobre lo que no hay ningún tipo de duda es sobre lo que es un hombre. No hay más que ver esas convenciones del poder donde todos los presentes van enfundados en trajes oscuros o repasar las listas de los más ricos para saber qué es un macho humano. En cambio, las mujeres, “la mujer”, no se sabe muy bien lo que es, no hay forma científica de averiguarlo. Así, sin más, hemos vuelto al mundo de lo indiferenciado, ahora por la vía de la reivindicación de la fluidez del género y la supuesta subversión que conlleva (y que seguro que acabará con la subida de los alquileres y la inflación). Donde sí saben lo que es una mujer es en Afganistán, Irak e Irán.

La gran paradoja que está viviendo hoy el feminismo es que después de 300 años impugnando la idea del género (esto es, que las mujeres somos humanamente distintas de los hombres y estamos determinadas a comportarnos y a tener ciertas características esenciales tales como la domesticidad, la sumisión, la fragilidad y la falta de dotes intelectuales o de capacidad para ser ciudadanas) ahora tenga que dedicarse a defender la existencia del sexo. Acusar al feminismo de la igualdad de ser biologicista es pura y simple difamación, dado que siempre ha defendido exactamente lo contrario: todas las pensadoras importantes han venido denunciando que las diferencias biológicas no justifican, ni de lejos, todo el entramado de discriminaciones, segregaciones y opresiones que nos han atenazado desde hace miles de años. Pero hoy la confusión y el pensamiento mágico se difunden sin freno porque nadie quiere arriesgarse a ser señalado como portador de alguna fobia, y negar la existencia de los sexos, algo tan descabellado como defender que la Tierra es plana, se ha convertido en lo más progresista que se puede hacer.

La verdad es que a muchas nada nos gustaría más que olvidarnos de la biología: ni fluctuaciones hormonales, ni reglas dolorosas, ni anemias, ni cáncer de mama, ni el dolor del parto, ni más osteoporosis y depresiones. Pero somos egoístas, nos dicen, excluyentes por querer patrimonializar el chollo de ser “mujer” y encima pretender saber lo que somos y quiénes somos. ¿Cómo nos atrevemos?

miércoles, 2 de octubre de 2024

"QUE TRABAJE OTRO". Un artículo Najat El Hachmmi, El País 27 SEPT 2024

No creo que haya ejemplo de egocentrismo más narcisista que el de quienes son capaces de despreciar de un modo tan insultante el esfuerzo de sus mayores

¡Qué equivocada estaba! Qué mal hice trabajando en lo que me salía: dando de comer a ancianos, limpiando baños, haciendo camas, cocinando, congelándome mientras cortaba a pedazos animales muertos. Fui una idiota al dar tanta importancia al dinero, y el dinero, claro, no lo es todo. Tendría que haberme dedicado al autocuidado, al ocio y las relaciones sociales. Las facturas, los pañales, la comida o los libros de textos se habrían pagado solos.

Parece ser que la generación Z ha despertado al mundo y ha decidido que no hay que trabajar tanto, que los que les hemos precedido, incluidos sus padres y sus abuelos, fuimos unos pringados al dejarnos la piel en agotadoras jornadas laborales. ¿Para qué? ¿Para recibir un salario de mierda que solo ha servido para que a ellos no les haya faltado nunca de nada? ¿Para que incluso los más precarizados, las madres solas, hiciéramos todo lo posible para que ellos tuvieran infancias buenas sin carencias materiales, infancias seguras con la nevera llena y la ropa nueva? Al movimiento que desprecia el trabajo y el esfuerzo lo llaman quiet ambition y lo pintan como un cambio de valores provocado por una toma de conciencia. No sé qué alcance real tendrá —porque para muchas personas esta opción es ciencia ficción— pero, aunque sean pocos, resulta insultante que nos digan que nuestros sacrificios fueron en vano, que lo que tendríamos que haber hecho es tumbarnos a perder el tiempo.

Y los boomers que se abstuvieron de todo lujo y ahorraron pacientemente para comprarse un piso, por pequeño que fuera, también hicieron mal pensando en el bienestar de sus descendientes. Porque para que tú puedas elegir no trabajar tiene que haber otro que lo haga y, si no estás dispuesto a limpiar baños porque no es una tarea que te haga sentir realizado, es que te parece bien que sean otros los que se ocupen del asunto. No creo que haya ejemplo de egocentrismo más narcisista que el de quienes son capaces de despreciar de un modo tan insultante el esfuerzo de sus mayores. Creerán que están aquí por generación espontánea y que ellos, a diferencia de los tontos y demás idiotas que nos dejamos esclavizar, merecen ganarse la vida como marqueses. ¿Cómo van a saber que son clase trabajadora y que todos y cada uno de los derechos que tienen se ganaron con sudor, lucha, sangre y cadáveres? ¿Cómo van a sentirse reflejados en esa memoria si su espejo son influencers ecopijas que les enseñan mindfulness y ricos que les hablan de estoicismo?

La pregunta que no se hacen estos jóvenes que tan bien se cuidan es quién se lo puede permitir. ¿Quién se puede permitir no trabajar? Pues como toda la vida: el que no trabaja es porque tiene a otros trabajando para él o por él. Aunque la moda sea llamativa, la realidad sigue siendo la misma: la mayoría no podemos escoger. O trabajamos o no comemos ni comen nuestros hijos. Tal vez este sea el extremo máximo al que ha llegado el individualismo y la falta de conciencia social: que la clase trabajadora renuncie a la única fuerza que tiene en vez de luchar por mejorar sus condiciones laborales.

"EL DESEO DE INMORTALIDAD Y EL DESCRÉDITO DE LA DEMOCRACIA". Santiago Alba Rico, El País 10 SEPT 2025

Nicolás Aznárez Los ricos y poderosos quieren vivir para siempre, los pobres quieren llegar a vivir algún día A veces a uno le entran ganas ...