jueves, 20 de octubre de 2022

"Y TÚ, ¿CONTRA QUIÉN PIENSAS?". Por Diego S. Garrocho en Ethic (14/09/2022)

El pensamiento no debe identificarse tanto con la oposición crítica y destructiva como con su contrario: la creación de conceptos y teorías.

La crítica tiene un prestigio que, generalmente, no merece. Ocurre en casi todos los ámbitos: en la cultura, en la academia y, por supuesto, en la gastronomía. Poner cara de desaprobación o improvisar un argumento con el que intentar justificar una negativa es un recurso habitual entre los narcisistas que aspiran a reputar su inexistente buen criterio. En ocasiones es el único recurso que tienen y casi siempre es sólo una coartada. Pero siempre hay alguien dispuesto a sentirse original por el mero hecho de decir que Borges está sobrevalorado o al torcer el gesto cuando un vino no responde a la impostada exigencia de su egregio paladar. No se fíen de ellos. La mayor parte de las ocasiones mienten.

En el ámbito de la reflexión, que no aspira a otra cosa que a ser una opinión informada, este fenómeno se declina de una forma propia y, si cabe, aún más decepcionante. La autoría de la frase varía, pero en muchos contextos se celebra la negación como un tipo privilegiado del pensamiento. Lo habrán escuchado en alguna  ocasión: pensar es pensar contra algo. O contra alguien. Cuando el mérito estaría, como mucho, en ser capaz de pensar contra todos, empezando por uno mismo. Aunque ni siquiera esa gigantomaquia sería síntoma forzoso de acierto alguno.

Pocas veces se banalizó de una manera tan simplista una intuición que es históricamente cierta y que encuentra en Sócrates a un digno precedente. Es cierto, y alguna coherencia debemos guardar con nuestro origen, que nuestra tradición filosófica se asienta sobre la exposición de ideas, la argumentación y la refutación que se intercambian, al menos, entre dos cabezas. El origen del diálogo –o de la disputatio medieval– es exactamente ese: la asunción de que, en la vigilancia recíproca, dos piensan mejor que uno. Cavilar con otros es siempre más sencillo porque la mirada externa suele poner a prueba las flaquezas de nuestro razonamiento. Pero no es menos cierto que, pasados los siglos, hemos convertido el enfrentamiento agonal de la palabra en algo tan decadente como el pensamiento posicional.

Casi todos los debates contemporáneos, ideológicos, políticos o culturales giran en torno a la objeción. Las identidades parecen arraigarse en un pensamiento «anti» en el que la oposición, la crítica o la destrucción parecen elevarse como una opción preferente de la reflexión. La mediocridad siempre es transversal y, en este caso, esta fragilidad se extiende con igual proporción en todos los contextos y a lo largo y ancho de todo el espectro ideológico. Anti-imperialistas, anti-comunistas, anti-ilustrados, anti-modernos: no son más que algunos nombres que expresan esta fatiga del pensar.

Tan ridículo es el martilleo antifascista con el que nos aburren demasiados cobardes con vocación de héroe, como la triste y pertinaz denuncia de los críticos con la cultura woke. Basta echar un vistazo para ratificar que el pensamiento reactivo o anti no es más que el envés de la neurosis que pretende combatir. Un mal plagio, una reacción vicaria, un lamento ensimismado que, como mucho, aspira a derribar aquello que critica. La culpa, por supuesto, debe repartirse, ya que llevamos años aplaudiendo como las focas ese absurdo mantra indescifrable que es el pensamiento crítico. Aunque los conceptos no se rompen ni se astillan, sí pueden dar de sí hasta romperse a través de su abuso indiscriminado.

  Burke decía que es mucho más sencillo desmontar un reloj que reconstruir con un orden funcional todas sus piezas. Y la mejor tarea del pensamiento, me temo, debe identificarse con la creación de conceptos y con la elevación de teorías y no tanto con la refutación crítica y destructiva.

 La crítica posicional delata, en demasiadas ocasiones, la melancolía del concepto. Y por este motivo no parece errado conceder que Nietzsche sea el autor que mejor explica el siglo XX. Es ahora, y no en sus días, cuando más urge reivindicar su lúdica e intempestiva filosofía. Huyan de todos los que creen que sólo piensan cuando niegan y ojalá tengan la suerte de cultivar, así sea alguna vez, algún pensamiento afirmativo. Después de todo, y en contra de lo que dicen, pensar no es pensar contra alguien. Pensar es ser capaz de concebir algo a lo que merezca la pena decir «sí».

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