El metaverso promete una realidad virtual y un nuevo espacio de entretenimiento. La popularización de la simulación digital abre la puerta a una humanidad simulada.
La humanidad se enfrenta por primera vez en la historia al desafío de una humanidad simulada que la sustituya. Esta circunstancia inédita hasta ahora se ha hecho realidad gracias a la aparición de lo que David J. Chalmers ha denominado la «realidad plus». Gracias a ella, aquella piel técnica de la que hablaba Ortega y que recubría la vida humana ha pasado a interactuar ontológicamente con ella. Algo posible con la aparición técnica de experiencias de simulación digital que ofrecen al ser humano la posibilidad de migrar a un mundo virtual con todas sus capacidades cognitivas y psíquicas. Bien mediante implantes cerebrales, bien mediante diademas o interfaces semejantes.
Nos adentramos en el umbral de una disrupción que desborda lo conocido hasta el momento. No solo porque disloca la comunicación natural del cuerpo con la mente, sino porque permite a esta desplazarse fuera de las dimensiones del mundo físico para realojar nuestra personalidad psíquica dentro de la simulación digital de un mundo virtual paralelo. Hablamos, por tanto, de un proceso tecnológico de migración en tiempo real de nuestras capacidades cognitivas mediante una codificación de ellas en forma de datos que se alojan en una nube que es propiedad de la corporación que produce el simulacro y soporte computacional de este.
Metaverso es la experiencia de «realidad plus» más conocida, pero no es la única. Pronto se difundirá una comercialización de servicios de simulación digital parecidos que competirán entre ellos. Las capacidades técnicas que las plataformas esconden de cara al futuro son inmensas y desatarán un abismo inmersivo que puede succionar la experiencia corpórea de lo humano para transformarnos en una simulación digital de nosotros mismos, solo limitada por el alcance de nuestra propia imaginación.
Al brindarnos la técnica esta posibilidad simuladora, la humanidad sienta las bases de un utopismo digital que plasma la hipótesis cartesiana de un genio maligno que nos engaña sistemáticamente al hacernos creer que existimos cuando somos un sueño suyo. De este modo, se consolida por la vía de los hechos la filosofía poshumanista de los gurús de Singularity University y se ofrece, gracias a la iniciativa empresarial, una solución que nos libera del riesgo existencial que pesa sobre la especie debido a la crisis climática, las pandemias y la guerra nuclear al transformarnos en criaturas empíricamente computacionales.
Que nos transformemos en una humanidad simulada no puede quedar en manos del éxito de un modelo de negocio. Que se produzca sin control democrático dependerá del alcance real de la brutalidad cultural y el nihilismo sobre el que se asientan nuestras sociedades. Nos enfrentamos, por tanto, a la consumación que denunciaba Baudrillard de que, bajo el capitalismo consumista de los años 80 del siglo XX, el simulacro de los objetos y las identidades había dejado de ocultar la verdad para sustituirla. El simulacro había pasado a ser lo único verdadero. Avanzado el siglo XXI y expuestos al imperio de la «realidad plus» surgida de las entrañas tecnológicas de la revolución digital y del capitalismo cognitivo, la conclusión de Baudrillard sería aún más radical: la verdad es un modelo de negocio propiedad de Metaverso.
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