viernes, 3 de febrero de 2023

"VIAJE AL CENTRO DEL PENSAMIENTO LIBRE". Un artículo de Juan Soto Ivars publicado en Ethic el 10 de febrero de 2022

Ilustración

Carla Lucena

El poder, el tabú y las nuevas formas de censura dejan poco margen para la libertad de pensamiento en una era acelerada por el ritmo, tantas veces bronco, que marcan las redes sociales. Recuperar esa capacidad crítica, tan necesaria para el progreso y la convivencia democrática, pasa por rebelarse contra la arbitrariedad de esos límites.

Para alcanzar el centro del pensamiento libre hay que hacer el mismo movimiento que Lidenbrock en Viaje al centro de la Tierra: profundizar. Pensar es emprender un camino tortuoso hacia lo profundo a través de la espesura, un movimiento que podemos imaginar como una excavación o una indagación. La raíz latina de excavar habla de sacar algo que está escondido debajo de la tierra; la de indagar, de la persecución del rastro de las pisadas de los animales con el fin de sorprenderlos y darles caza. Son dos metáforas de la cavilación, y ambas remiten a la aventura. Creo que no hace falta subrayar que, en demasiados momentos, la aventura particular de pensar libremente ha estado sembrada de peligros.

Los enemigos del pensamiento libre son muchos y tan antiguos como el pensamiento expresado: no se puede hablar de una cosa sin referir la otra. Y no cuesta imaginar al primer hombre asesinado por expresar una idea, tirado en el umbral de una cueva, muerto de una pedrada o varazo por decir lo que otro más fuerte consideraba ofensivo. No podemos saber cuáles fueron esas palabras ni en qué idioma se expresaron; tampoco podemos imaginar el contenido del mensaje, pero antes o después, entre la niebla del tiempo, alguien tuvo que ser el primero en caer por haber expresado lo que tenía en la cabeza. Por haber excavado. Por haber indagado. Por regurgitar, en una lengua muerta, lo que venía rumiando.

Aquí, en la elucubración, aparece ya con claridad el primer enemigo del pensamiento libre. Quizá sea el más famoso, aunque no necesariamente el más temible. Me refiero a la fuerza, es decir, al poder. Donde existe el poder siempre hay personas que desean imponer límites al pensamiento de las otras, porque la presencia de cuestionamiento es el primer síntoma de la debilidad del poder. El poder, que adopta muchas formas, suele fingir que detesta que se hable, pero lo que en realidad detesta es que se piense. Si reacciona a la palabra expresada es porque esta delata un cauce de pensamiento que corre sin permiso del jefe.

Este miedo del poder al pensamiento libre explica el origen de la censura, y así nos lo cuenta J. M. Coetzee en Contra la censura, donde añade que la represión es más fuerte cuando el poder se siente más débil. En El cero y el infinito, Arthur Koestler escribe la mejor novela –superior incluso a 1984 de George Orwell– sobre el ataque del poder al pensamiento, en la que nos muestra meticulosamente el proceso de sometimiento intelectual sin recurrir a la fábula. Cuenta la historia de Nikolái Rubashov, comisario del pueblo y bolchevique de 1917, quien cae en una de las purgas estalinistas de los años treinta. Rubashov, comunista íntegro y articulado, es sometido a un interrogatorio que logra convencerlo de aquello en lo que no cree.

La novela muestra que un pensamiento puede ser acosado y aplastado más allá, incluso, de la simple censura. Muestra que se puede convencer a un hombre de que piensa lo que no piensa, y que un criterio puede resistir, tratar de escabullirse de la tenaza y fracasar sin necesidad de que nadie haya usado la fuerza o la tortura. Rubashov, que al comienzo se planta ante su interrogador con orgullo y entereza, lleno de libertad interior y argumentos para contraatacar todas las trampas, termina confesando con absoluta sinceridad que sí, que quería matar al Número 1 (Stalin), aunque nunca se planteó hacerlo, y que sí, que deseaba el sabotaje de su amada Unión Soviética, aunque fuese mentira.

Los interrogatorios de El cero y el infinito están escritos para que el lector acompañe a un pensamiento de camino a la esclavitud y la desaparición. Y no es casual que Koestler utilice un interrogatorio para narrarlo, porque interrogar es lo mismo que inquirir, e inquirir es el verbo que da nombre a la Santa Inquisición. En el Directorium inquisitorum, manual práctico para los inquisidores del siglo XIV, el fraile catalán e inquisidor general de Gerona Nicolau Eimeric explica el método para anular en el reo la capacidad de pensar. Eimeric no quiere que el hereje calle ni que finja que está convencido. Quiere que el razonamiento, la cavilación y el análisis sean absolutamente imposibles para él. Quiere llevarlo a un extremo de sometimiento en el que la creencia herética sea vencida porque no tiene mente en la que apoyarse. CONTINUAR LEYENDO


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