miércoles, 7 de junio de 2023

«NO HAY NADA MÁS PELIGROSO QUE LOS QUE SE VUELVEN INTOLERANTES PARA DEFENDER LA TOLERANCIA». Una entrevista a la escritora Karina Sainz Borgo realizada por Fran Sánchez Becerril y publicada en Ethic el 5 de junio de 2023

[...] Me gustaría conocer tu opinión sobre la literatura fantástica, ¿la estamos infravalorando en España, mientras que en Sudamérica y el mundo anglosajón se celebra?

Esa conversación la tuve con un amigo argentino, Jorge Fernández Díaz, que además es escritor, y me decía exactamente eso mismo. Hay una sensación de que la literatura fantástica o de aventura es un género menor, y que un escritor solamente se muestra en las novelas canónicas. Y no hay nada más equivocado que eso: toda la literatura clásica, o por lo menos siendo justos la literatura del siglo XIX, tiene una relación con la fantasía absolutamente prodigiosa. Jorge Luis Borges es un gran creador de bestiarios, el propio Bioy Casares… Y también hay autores españoles como Cunqueiro que trabajan el tema fantástico. Es decir, hay toda una relación con lo fantástico mucho más manifiesta. De hecho, deberíamos retomarlos: cada tiempo necesita unas transfusiones de sangre, y a mí la literatura fantástica y de aventuras me parece la transfusión perfecta para oxigenar la sangre o para que no se nos pudra la imaginación; para que no se nos envilezca la prosa.

Respecto a las novelas, ¿tienen que tener un propósito social o personal más allá del de entretener?
La verdad es que siempre he sido escéptica con la literatura con propósito. Las novelas no resuelven problemas, no reparan deudas históricas y tampoco tienen la misión de explicar nada. Creo que si algo tiene una novela como función primordial es, primero, hacerle compañía a quien escribe y, luego, hacerle compañía a quien la lee. En ese trasiego, si la novela deja preguntas abiertas, la misión se ha cumplido absolutamente. Pero descreo mucho de la literatura con agenda y activistas; incluso descreo de la literatura de autoficción.

[...] Cada vez que surge un escándalo con un artista, vuelve la eterna pregunta. ¿Debemos separar al artista de su obra?
Yo soy de las que cree firmemente que una cosa es un creador y otra es lo que haga con su vida. Eso no quiere decir que exista un prurito. Un ejemplo clave para mí es Saramago: me fascina como autor, pero me tuve que reponer del hecho de que fuera chavista; no podía entender que un hombre tan inteligente le hiciera la comparsa a un dictador y, sin embargo, tengo que aprender a reponerme de eso. Igual que Peter Handke: independientemente de su posición con los Balcanes, me sigue pareciendo un narrador maravilloso. Y lo mismo con García Márquez, que es uno de los escritores más grandes, pero que no podía ver a un dictador porque se le echaba en brazos. Es interesante proponernos el ejercicio de separar lo creado de su creador, porque si no seríamos como unos beatos literarios. Caravaggio era un delincuente y un asesino, pero sus cuadros nos siguen dejando perplejos siglos después.

En este sentido, ¿se nos ha ido de las manos lo de la cultura de la cancelación?

La principal fuente de censura hoy es la cancelación, que además es una actitud de arrebato infantil y adolescente tremendo y furibundo. No hay nada más peligroso que los que se vuelven intolerantes para defender la tolerancia. Es algo que está creando un enorme problema, ya no solamente en la sensación de cancelar la obra, sino en el propio uso del lenguaje. Por ejemplo, yo escribo con un español muy caribeño, donde hay una serie de expresiones –como por ejemplo negro, negra o indio– que son normales para nosotros y que a la hora de traducir y ser leída en otros sitios son vistos como expresiones racistas, pero no lo son. La forma más directa de convertirnos en turba es esta vigilancia, esta patrulla del lenguaje, esta constante patrulla de las ideas y de qué es lo correcto y qué no. Es asfixiante, y produce una sensación de pereza gigantesca, porque el ejercicio de leer es un ejercicio de complejidad, de meterte en aquello que te puede resultar incómodo. Creo que estamos creando un mundo indoloro, incoloro, insustancial y profundamente autoritario. Yo creo que no había visto una época tan autoritaria como esta en términos de contenido. Hoy, La naranja mecánica no se podría estrenar y La Dolce Vita sería cancelada, al igual que cualquier película de John Ford o de Houston. Honestamente, vivir así es peor que la Inquisición.


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