sábado, 26 de abril de 2025

"Distopías, autoritarismos, amenaza tecnológica... ¿Se acabó el progreso?" Sergio C. Fanjul, El País 23 FEB 2025

Pensábamos que el mundo iría siempre a mejor. Que alcanzaríamos mayores cotas de bienestar y de felicidad, y que lo natural es que los hijos vivan mejor que sus padres. Pero, tras décadas de avances, afrontamos tiempos de gran incertidumbre: resulta difícil imaginar un futuro en un contexto de guerras, populismos y desastres naturales. ¿Qué es hoy el progreso? ¿Aún es posible?

El mundo siempre va a mejor. A mayores cotas de bienestar, de respeto, de felicidad. Esta idea, la idea de progreso, ha parecido natural al ser humano durante los últimos tres siglos. Está incardinada en nuestra psique y tenemos una forma cotidiana de pensar en ella: los hijos siempre vivirán mejor que sus padres. Pero la idea de un progreso lineal y ascendente ni ha existido siempre, ni tiene beneficios indiscutibles, ni parece sostenerse en tiempos de futuro abolido, cuando la civilización se da de bruces contra un muro. Los hijos, descubrimos con sorpresa, vivirán peor que sus padres. El menú de apocalipsis cotidianos nunca pareció tan nutrido en un momento en el que Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca encabezando una ola de populismos de extrema derecha que amenazan la democracia, continúan los conflictos bélicos en Ucrania y Gaza, y sobre el futuro se ciernen las sombras de la crisis climática o la tecnología desbocada. Es difícil imaginar un futuro. Y más difícil imaginar un futuro apetecible. ¿Tiene sentido pensar hoy en el progreso?

Hubo un tiempo en el que el mundo parecía estático. La gente nacía y moría, no se movía del terruño, no sabía lo que pasaba en el resto del planeta y todo permanecía más o menos igual. Los cambios sucedían lentamente y predominaba la idea de un tiempo circular, según explicaba Mircea Eliade, el historiador de las religiones de origen rumano, en El mito del eterno retorno (Alianza Editorial). En el pensamiento arcaico, los sucesos de la vida eran solo repeticiones de otros sucesos que ocurrieron en un tiempo mítico, de ahí el carácter sagrado de actividades como la caza, la pesca, el sexo y la veneración de los ancestros. Todo era repetición, igual que se repiten los días y las estaciones. A pesar de que el cristianismo puso un inicio y un fin a la historia (la Creación y el Juicio Final), en las gentes del común persistió arraigada esa sensación de circularidad.

El tiempo lineal, y con él la idea de progreso, llega con la Modernidad, fruto de la Ilustración, las revoluciones científica e industrial y sus consecuencias sociopolíticas: el capitalismo y la democracia liberal. El mundo empieza a marchar a velocidad creciente al hilván de los pensadores ilustrados y su tríada razón-progreso-bienestar. Es la época de las luces que vencen a la oscuridad medieval (una oscuridad que hoy se pone en solfa) y que conducen a nuestro mundo de avances y prodigios. Emerge la actual idea de futuro: un futuro glorioso al que nos dirigimos casi por necesidad.

“La idea de progreso creó el mundo moderno”, explica por correo electrónico Johan Norberg, autor de libros como Progreso: 10 razones para mirar al futuro con optimismo (Deusto, 2018) o Abierto: la historia del progreso humano (Deusto, 2021). Pone ejemplos de sus beneficios: la disminución de la pobreza extrema global, el aumento de la esperanza de vida o la reducción de la mortalidad infantil. “Esto ocurrió gracias a la riqueza y la tecnología, pero las personas no habrían trabajado arduamente para invertir, innovar y crear si no creyeran que sus esfuerzos podrían funcionar. Necesitamos una cultura de esperanza y posibilidad si queremos que el progreso humano continúe”, dice el historiador sueco, considerado parte de los nuevos optimistas, corriente a la que también se asocia, entre otros, al psicólogo Steven Pinker. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 23 de abril de 2025

¿IGNORANCIA O MALDAD? Juan José Millás, El País 20 ABR 2025

El ideólogo populista y exasesor de Donald Trump Steve Bannon
hace el saludo nazi en la CPAC el 20 de febrero de 2025.
Me asombra la expresión del rostro de este hombre que al ejecutar el saludo fascista parece lanzar al público un guiño de inteligencia, de complicidad y de autoafirmación:

—¡Fijaos en lo que hago!

Lo que hace Steve Bannon es refrendar una doctrina que exterminó a seis millones de judíos y a cientos de miles de gitanos. Detrás de ese gesto están los homosexuales marcados con triángulos rosas, detenidos, torturados, castrados, asesinados o forzados a “curarse” mediante procedimientos médicos atroces. Están también las personas con discapacidades físicas o mentales, eliminadas por el régimen de Hitler bajo el programa Aktion T4, en nombre de una pureza biológica que justificaba la aniquilación de quienes no encajaban en su ideal. Están los millones de civiles muertos en bombardeos, ejecuciones sumarias o deportaciones masivas. Están los niños separados de sus familias, están los pueblos arrasados por haber escondido o ayudado a “los otros”, está el miedo convertido en norma, la delación en práctica cotidiana, la cultura trocada en propaganda. Está la mujer reducida a máquina de reproducción de la raza, está el cuerpo disciplinado y están los afectos vigilados.

El saludo fascista glorifica la imposición violenta de una única forma de ser, de pensar y vivir. Constituye una negación de la pluralidad y una amenaza para cualquiera que no encaje en el angosto molde del ideal fascista. Lo que dice el hombre de la foto al levantar el brazo es: “Si sucediera hoy, le daría mi apoyo”.

¿En qué cabeza cabe? En muchas, lamentablemente, a veces por ignorancia, pero sobre todo por maldad.

domingo, 20 de abril de 2025

"EL FASCISMO EN ESTADOS UNIDOS". Siri Hustvedt, El País 18 ABR 2025 -

SR. GARCÍA
Mi padre solía decir: “Cuando el fascismo llegue a América, lo llamarán americanismo”.


En mi barrio de Brooklyn, todo sigue aparentemente igual. Las tiendas están abiertas y la gente camina dedicada a sus cosas. Sin embargo, la rutina está teñida de miedo. Al otro lado del puente, en el Upper West Side de Manhattan, se encuentra la Universidad de Columbia, donde estudié y obtuve mi doctorado en Literatura en 1986 y que ahora está en apuros con el nuevo Gobierno. Mi difunto esposo, Paul Auster, era estudiante en Columbia en 1968. Fue uno de los centenares de personas que ocuparon un edificio; recibió patadas y golpes de la policía y pasó una noche en la cárcel. Mi cuñado, el artista Jon Kessler, es profesor en la Escuela de Artes de Columbia. En definitiva, es una universidad que siento muy cercana. Después de que hubiera en ella manifestaciones propalestinas durante la pasada primavera, el Gobierno de Trump, para castigarla, le ha retirado millones de dólares de fondos federales con el pretexto del antisemitismo. La universidad ha capitulado ante las draconianas exigencias.

“Las universidades son el enemigo”, se titulaba un discurso pronunciado en 2021 por J. D. Vance, ahora vicepresidente de Estados Unidos y que, irónicamente, se graduó en la Facultad de Derecho de Yale.

Las palabras importan. Alteran la percepción humana, excitan las emociones e influyen en el rumbo de los acontecimientos políticos.

Desde el ascenso de Trump en 2015, se han publicado incontables artículos en distintos medios de comunicación que plantean una pregunta: ¿MAGA es o no es fascista? Jason Stanley, profesor de Yale y autor de Facha, y Ruth Ben-Ghiat, de la Universidad de Nueva York, que publicó Strongmen en 2020, han señalado muchos paralelismos entre el trumpismo y el fascismo europeo. Robert Paxton, autor de La Francia de Vichy: vieja guardia y nuevo orden, 1940-1944, llegó a la conclusión de que MAGA tenía características fascistas al presenciar los actos violentos del 6 de enero de 2021.

La respuesta de los principales medios de comunicación (y muchos académicos) ha sido que realizar esas comparaciones es “irresponsable”. Que los únicos que asocian a Trump con Hitler son los alarmistas de izquierdas. Los Estados Unidos de 2025 no son la Alemania de 1933.

La insistencia en que no se puede utilizar la palabra “fascismo” para hablar del Partido Republicano corresponde al pensamiento convencional. El discurso vocinglero de la extrema derecha es cada vez más habitual en la política. Para situarse en un terreno intermedio, los llamados medios de comunicación tradicionales, que están vinculados a intereses empresariales, tienen miedo de perder el acceso al poder y desean mantener un tono de moderación y continuidad, han decidido recurrir a las paráfrasis. Los berridos racistas, xenófobos y misóginos y las frases incoherentes de Trump pasan a ser declaraciones fluidas y racionales. La técnica tiene un nombre: sanewashing, dar un aire de sensatez a lo que no es más que una locura. Varios periodistas —entre ellos Paul Krugman, excolumnista del periódico— han acusado a The New York Times de caer en ello.

Los grandes medios de comunicación, colaboracionistas.

El racismo descarado a la hora de buscar chivos expiatorios entre las personas no blancas y los inmigrantes; la demonización de feministas y marxistas; la evocación de una edad de oro triunfal pero ilusoria que se va a recuperar gracias al gran macho líder, cuya virilidad teatral y beligerante encarna una voluntad cuasi religiosa del “pueblo”; el borrado de la historia; el despido de profesores; la prohibición de libros; la restricción de los derechos de la mujer y la insistencia en que los roles sexuales “tradicionales” son “lo natural”; la alarma por el descenso de la tasa de natalidad; el discurso eugenésico de los “genes malos” y la mágica transformación del grupo que domina una sociedad en víctima son elementos presentes en todos los movimientos fascistas (del siglo XX) y neofascistas (del siglo XXI) del mundo entero.

Hay que destacar que el auge del fascismo en Europa y el ascenso del Ku Klux Klan, la histeria contra los inmigrantes y la popularidad de la eugenesia en Estados Unidos se produjeron después de una pandemia mundial de gripe. La segunda encarnación de MAGA surgió inmediatamente después de la covid-19.

La propaganda, que conecta con los sentimientos colectivos de malestar, proporciona a los espectadores unos cómodos objetos a los que culpar y odiar. Convierte una irritación colectiva sin causa identificable en un diagnóstico específico: son los judíos; es lo woke (que abarca a todo lo que no son hombres blancos heterosexuales). Resulta apropiado llamarlo propaganda. La propaganda es el lenguaje que tiene una misión.

“No hay nada que confunda tanto a la gente como la falta de claridad o de rumbo”, escribió en 1931 Joseph Goebbels, futuro ministro de propaganda nazi, en Wille und Weg. “El objetivo no es presentar al hombre común todas las teorías distintas y contradictorias posibles. La esencia de la propaganda no está en la variedad, sino en la contundencia y la persistencia con las que se seleccionan ideas del pensamiento en general y se inculcan en las masas utilizando los métodos más diversos”.

Goebbels, un hombre con un doctorado en Filología, entendía qué es lo que hay que hacer con el mensaje. Cuando se repite una y otra vez, se consigue el objetivo. Hoy, los medios de comunicación de derechas estadounidenses, como hacía la maquinaria de propaganda nazi, repiten y amplifican las frases de Trump. Hace poco oí a un locutor de radio repetir una y otra vez “FRAUDE Y ABUSOS”, el mantra con el que Elon Musk y sus secuaces justifican el asalto a organismos gubernamentales y el despido de decenas de miles de trabajadores. Un ciudadano estadounidense que no escuche o vea más que los medios de comunicación MAGA está tan aislado como lo estaba el alemán ario cuando los nazis tomaron el control total de los medios de comunicación.

Se ha filtrado a la prensa una lista de 199 palabras marcadas como sospechosas por el Gobierno, entre ellas, negro, diverso, gay y mujer. Blanco, homogéneo, heterosexual y hombre no están incluidos. La purga sería cómica y absurda si no fuera por el miedo que inspira. Los científicos y académicos que aspiren a recibir subvenciones oficiales deben evitar estas palabras. También figuran en la lista mujer y género. Vigilar el lenguaje no es exclusivo del fascismo; es un mal endémico de los regímenes autoritarios.

El filósofo ruso M. M. Bajtín escribió La imaginación dialógica en época de Stalin, cuando emplear la palabra que no tocaba podía suponer el Gulag. El libro, un análisis de la novela, no se publicó hasta 1975. Para Bajtín, el género literario se distingue por tener una variedad de perspectivas y estilos lingüísticos que él llamó heteroglosia. El discurso autoritario, por el contrario, es unitario e inflexible y se impone desde arriba. Está “indisolublemente unido a su autoridad —al poder político, a una institución, a una persona— y se sostiene y cae junto con esa autoridad”.

El poder del lenguaje democrático, de la auténtica libertad de expresión, reside en la igualdad, la variedad, la contradicción, la interpretación y el diálogo: una polifonía encarnada en distintos oradores en diferentes situaciones, cuyas palabras cambian sin cesar porque reaccionan a las palabras con las que se expresan los demás.

La mitad de los votantes de este país no han elegido el neofascismo. A pesar de que hay cada vez más miedo, también hay cada vez más oposición. Mi marido y yo, junto con otros escritores, fundamos en 2020 Writers Against Trump (Escritores contra Trump), ahora llamada Writers for Democratic Action (WDA, siglas en inglés de Escritores por la Acción Democrática), que cuenta con más de 3.000 miembros y es una de las muchas organizaciones de resistencia que están emprendiendo acciones colectivas. Las palabras importan. Las palabras son acción. Hablar y escribir públicamente, o en la clandestinidad si se agrava la represión, será crucial para contribuir a que la segunda versión de Trump conserve o pierda su autoridad.

Siri Hustvedt es escritora, ensayista y poeta, premio Princesa de Asturias de las Letras 2019. Este texto se publicó originalmente el día 9 en Le Monde.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

sábado, 19 de abril de 2025

"UN NIÑO PALESTINO SIN BRAZOS Y CON NOMBRE: MAHMOUD". Isaac Rosa, elDiario.es 18 ABR 2025

'Mahmoud Ajjour, de nueve años'
No sé a ti, pero a mí me ha roto la foto ganadora del World Press Photo de este año, de la palestina Samar Abu Elouf: el retrato del pequeño Mahmoud Ajjour, que perdió los dos brazos en un bombardeo israelí. Perdón, corrijo: no “perdió” los brazos, no se le cayeron; se los arrancó un bombardeo israelí.

Me ha roto la foto de Mahmoud, pero no voy de sensible ni intento amargarte la semana santa, qué va: reconozco que me ha roto por un motivo personal, anecdótico y hasta frívolo: Mahmoud se parece a mi sobrino Asier, tiene una expresión muy similar, la forma de la boca, la mirada, el cuerpo delgadito y moreno. La vi y lo primero que pensé: cómo se parece a Asier.

Me fijé en la foto, no por la doble amputación, fotografiada con tanta delicadeza que puede incluso pasar desapercibida, no darnos cuenta de que le faltan los brazos. Yo no me fijé por los muñones, sino por el parecido con mi sobrino, y este parecido me hizo ver de pronto a Mahmoud, un niño real y vivo, con nombre propio y vida propia y una mirada entre triste y ensoñadora. Un niño como mi sobrino, tras dos años y medio viendo niños asesinados, aplastados, mutilados, despedazados, quemados, ensangrentados, que me dolían pero en los que no veía a los niños que habían sido o que podrían haber sido en el futuro: solo veía niños genéricos, palestinos genéricos, cadáveres genéricos, amputados genéricos; despersonalizados como pasa siempre con las víctimas, y en el caso de los palestinos además deshumanizados.

Llevamos dos años y medio de matanza en Gaza, con capítulo aparte de infanticidio: más de 15.000 menores asesinados, y otros 34.000 heridos, entre ellos muchos sin brazos o piernas. Solo en las últimas semanas, desde la ruptura de la tregua, Israel ha asesinado a más de 500 niños, a un ritmo diario superior al de los meses anteriores, como si estuviese acelerando el exterminio infantil. Con la impunidad de quien sabe que por asesinar y mutilar niños no le van a expulsar ni de Eurovisión.

Dos años y medio viendo niños genéricos, hasta que he visto a Mahmoud y me ha impactado el parecido físico con mi sobrino Asier, y de pronto he visto a un niño, y he visto sus brazos que le arrancaron y he visto todo lo que hace mi sobrino con las manos y que Mahmoud ya solo podrá hacer con los pies, con ayuda de sus cuidadores, con prótesis algún día si la suerte le acompaña; y he visto manos infantiles, las de Asier y las que ya no tiene Mahmoud, manos que juegan, dibujan, escriben, teclean, cogen libros y juguetes, sujetan cubiertos y vasos, trepan, botan, rompen, exploran, acarician, rascan, hurgan, pellizcan o toman otra mano.

Lo he pensado al ver la foto, al ver el parecido de Mahmoud con Asier, y he sentido una profunda vergüenza, la verdad. Vergüenza propia por no haber visto antes a ningún niño palestino porque no se parecían a mi sobrino. Vergüenza propia porque, al no ser mi sobrino, me olvidaré de él en seguida. Y vergüenza propia de no hacer más que escribir este artículo, el típico artículo horrorizado pero inofensivo, no hacer más para impedir que niños como Mahmoud sigan perdiendo brazos, piernas, padres, madres, hermanos, el futuro, la vida.

viernes, 18 de abril de 2025

"EL DISCURSO QUE NO SE PUDO ESCUCHAR EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BUCHENWALD". Omri Boehm, El País 13 ABR 2025

Supervivientes en el campo de exterminio de Buchenwald,
cerca de la ciudad de Weimar (Alemania), en 1945.
El filósofo israelo-alemán Omri Boehm, nieto de un superviviente del Holocausto y crítico con Netanyahu, iba a pronunciar un discurso en el 80º aniversario de la liberación de Buchenwald. Pero su participación fue cancelada por las presiones de la Embajada israelí en Berlín, según ‘Der Spiegel’. Ofrecemos íntegra su intervención

El historiador judío-estadounidense Yosef Hayim Yerushalmi fue uno de los más profundos conocedores de la historia de la memoria judía. Su obra más destacada, Zakhor, que se publicó en alemán en 1988 con el título Zachor-¡Recuerda!, termina con una pregunta: “¿Y si lo contrario del olvido no fuera el recuerdo, sino la justicia?”. El propio Yerushalmi nunca respondió a la pregunta hasta su muerte en 2009, ni se molestó en explicar lo que quería decir con ella. Y, sin embargo, constituye un buen punto de partida para reflexionar sobre el significado y la fuerza del recuerdo en un momento en que ese recuerdo se enfrenta a nuevos e intolerables desafíos.

Según Yerushalmi, la tradición judía distingue claramente entre la historia y la memoria. La historia se escribe en tercera persona, y su objetivo es transmitir conocimientos fácticos sobre el pasado. La memoria, en cambio, solo puede contarse en primera persona, ya sea singular o plural; y no es puramente objetiva ni estrictamente descriptiva, sino que nos interpela, nos insta a actuar. La diferencia fundamental es, por tanto, que mientras la historia trata realmente del pasado, el recuerdo en realidad se orienta hacia el presente y el futuro. Y esa es también la razón por la que es posible recordar y, sin embargo, olvidar. En otras palabras, lo contrario del olvido no es solo conocer el pasado, sino también acatar en el futuro las obligaciones que nos impone dicho pasado.

El objetivo moral más elevado

Esta constatación nos permite resolver una contradicción que parece constituir la esencia de la vida y del pensamiento judíos. Por un lado, el judaísmo se caracteriza por ocuparse intensamente de la memoria; por otro, constituye una tradición profética que se interesa principalmente por el futuro o incluso por la utopía y el ideal. Y no es ninguna contradicción, ya que cuando los profetas exhortan una y otra vez “¡recuerda!”, ¡zakhor!, en realidad quieren que no olvidemos nunca que solo podremos honrar el pasado si buscamos la justicia en el futuro.

Pero me gustaría ir más lejos en esta argumentación porque, en mi opinión, las reflexiones de Yerushalmi a este respecto no son más que el comienzo. El objetivo más elevado que nos marcan los profetas, de hecho, no es la justicia, sino la paz. Martin Buber, por ejemplo, lo vio claramente. Pero fue Hermann Cohen quien lo expresó de manera más rotunda, cuando explicó que la justicia no puede ser el objetivo moral más elevado, porque depende de la ponderación y valoración, y, por tanto, es en sí incompleta y sesgada. La paz, por el contrario, representa en la tradición judía lo que para los griegos era la armonía: la perfección, el todo. La palabra shalem en hebreo significa “completo”, y es el origen de la palabra hebrea para paz: Shalom. La paz viene a completar la justicia universalizándola. ¿Es posible entonces que lo contrario del olvido no sea ni el recuerdo ni la justicia, sino la paz?

Al hacer estas reflexiones, Cohen no solo se basaba en los profetas, sino también en el ideal fundamental de la Ilustración, al que Kant dedicó su obra más influyente: Sobre la paz perpetua. Frente a la doctrina de Heráclito según la cual “la guerra es el padre de todas las cosas” (que desde siempre convence a todos los que se consideran “realistas”), los profetas hebreos y Kant plantean una alternativa radical: para ellos, el origen de las relaciones humanas, de la política humana y del derecho humano no es la supuesta necesidad de la guerra, sino el ideal de la paz. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 16 de abril de 2025

"EL ÁNGEL DEL SEÑOR SE ANUNCIÓ A UN POLÍTICO". Lola Pons Rodríguez, El País 12 ABR 2025

El mesianismo nacionalista supone que hay algo supraideológico que marca los derechos de un territorio frente a otros

A ver si va a ser verdad que hay ángeles. Escucho discursos políticos donde parece que los hubiera. Pero yo no encuentro nada sagrado en los liderazgos, no oigo llamadas divinas sobre ningún territorio. Veo políticos, responsables públicos salidos de las listas electorales, que gestionan con mayor o menor acierto lo que les corresponde, durante el plazo y en la proporción que les hemos dado los ciudadanos al votar. Pero parece que hubiera ángeles.

Estas son frases reales, dichas por políticos o gestores institucionales con distintas ideologías y cuyo sujeto es una comunidad autónoma: “Galicia está llamada a ser un icono del siglo XXI”, “Aragón está llamado a ser un referente en inteligencia artificial”, “Valencia está llamada a ser uno de los hubs mundiales en movilidad sostenible”, “Andalucía está llamada a ser una potencia energética”, “Madrid está llamada a ser un catalizador disruptivo”, “Cataluña está llamada a ser un eje de estabilidad intercultural en la península Ibérica, al sur de Europa y al oeste del Mediterráneo”... No entro en lo que están llamadas a ser estas comunidades autónomas (aunque dan ganas: hubs, catalizadores, el pavor a decir “España” al situar a Cataluña en el mapa...). Me fijo en la expresión que se repite en todos los enunciados: ser llamado a. Acudamos al truco que los malos profesores de Gramática recomendaban para identificar los sujetos en las frases: preguntar quién al verbo. ¿Quién llama?, ¿quién es el agente aquí? Adviertan la sorprendente unidad retórica para omitir la agencia de esa llamada, para no declarar la identidad del llamante y para, desde luego, usar la frase siempre enfatizando realidades fascinantes. No esperen que nadie diga que su comunidad está llamada a ser un territorio depauperado, un eje de desigualdades o un icono de precariedad.

Ser (o estar) llamado se usa en español históricamente. A veces, se emplea en entornos donde la entidad que llama no se especifica por estar sobrentendida y no ser identificable en una persona concreta. Pensemos en expresiones como ser llamado a filas o ser llamado a votar (las armas y las urnas, aquí conectadas); en el ámbito militar, ser llamado a seguido de un nombre de lugar era ser nombrado para ocupar un puesto allí; en lo religioso, la llamada la hace una entidad divina: recuerden la “llamada de Dios” o la famosa cita bíblica de “muchos son los llamados pero pocos los escogidos”.

Cuando escucho que un territorio está llamado a ser algo, yo me pregunto por lo agentivo de esa frase: ¿hemos recibido una visita divina que nos ha señalado para cumplir una misión, un destino? Me pregunto qué clase de ángel anunciador se aparece a un político para decirle que es su territorio y no otro el llamado a protagonizar algo. Es cierto que por la localización de un lugar, su demografía o su tejido empresarial y académico, hay espacios donde es más fácil que se desarrollen estrategias dirigidas a un logro concreto. Pero no es lo mismo decir, pongamos por caso, “Extremadura está llamada a...” que declarar “Extremadura tiene las condiciones para...”. Porque si lo decimos así, de esta segunda forma, rebajamos la idea de mesianismo de la frase y hacemos evidente la responsabilidad política sobre el propósito que se persigue; subrayamos que, ante una potencialidad preexistente, corresponde a quien ejerce la gestión política y administrativa el encargo (la agencia) de trabajar para conseguir una meta específica y sacar partido a esa ventaja.

Al hablar, la política tiene que dejar claro quién se responsabiliza de las acciones; desconfío de la idea de predestinación en este tiempo de nacionalismos y populismos. Porque, aplicado a los territorios, el mesianismo construye la noción, tan profundamente excluyente como racista, de que hay algo histórico y supraideológico que marca los derechos de un espacio frente a otros, que un halo divino tocó un territorio para que fuese algo que los demás no podrán ser, y que el elegido para acometer la misión es ese pastor de los votantes que atiende la llamada del ángel.

No es la primera vez que cito en estas páginas a la filóloga argentina María Rosa Lida (1910-1962). Los lectores me dirán (y tendrán razón) que se me ve el plumero sacando a relucir el divino panteón académico que yo misma me he construido. Creo que viene al caso. Publicación póstuma de Lida fue el trabajo “La dama como obra maestra de Dios”, donde recorría los textos antiguos que ponderaban a la mujer amada como resultado de la mano divina. Yo me echo a temblar pensando que alimentemos el tópico de la comunidad autónoma como obra maestra de Dios, y que a las adoraciones o latrías ya existentes (egolatría, heliolatría, idolatría o pirolatría entre otras) tengamos que sumar, disculpen este invento de palabra, la regionlatría.

Quiero pensar que estamos ante un desafortunado recurso retórico que, apoyado en la estrategia de delegar en otros la consecución de objetivos legítimos, ha prendido en el discurso político. Los territorios no están invocados a nada, nadie llama a que un lugar sea de una forma u otra. Saquemos el incensario de la política, por respeto a la política y a los incensarios. Prefiero las religiones conocidas, las que se ven venir; prefiero los ángeles de toda la vida, los que no asignaban cometidos fantásticos a una comunidad autónoma, los que no decían hub sino ave.

martes, 15 de abril de 2025

"LA TRAMPA DEL 'SIN ELLOS' ". Najat El Hachmi, El País 11 ABR 2025

La dignidad de los inmigrantes no debería basarse en si son útiles a la economía

En los vídeos de la campaña Sin ellos de la Sexta aparecen grupos de trabajadores de distintos sectores de los que se van los inmigrantes, dejando así un notorio vacío. Su objetivo es contrarrestar los discursos xenófobos mostrando lo necesarios que son los extranjeros. El problema es que este discurso entraña una trampa peligrosa. Muchos de los llamados “ellos” no son, de hecho, “ellos” sino “nosotros” dado que hace décadas que vienen “ellos” y hay muchos “ellos” que se sienten parte del “nosotros”. A mi madre la siguen considerando de “ellos” porque viste como “ellas”, a mi hijo mayor lo tienen por uno de “ellos” porque su pelo es rizado, a mi hija pequeña porque lleva mi apellido. Tengo amigos y conocidos que son arrinconados a esa marca hispánica que separa y aísla a pesar de que ni han conocido lo que hay más allá de sus confines ni se han tenido nunca por extranjeros. Pero el tema ni siquiera es ése, el tema es que las libertades, los derechos humanos y el lugar que ocupamos en el mundo, nuestra dignidad no debería ser establecida en base a si somos o no útiles para la economía, meros instrumentos a su servicio. Los valores democráticos deberían ser defendidos por encima del mercado y sus necesidades.

¿No se dan cuenta los que repiten una y otra vez que “ellos” vienen a cuidar de “nuestros mayores” que están justificando nuestra existencia mientras estemos dispuestos a cambiarles los pañales a sus abuelos? ¿No ven que degradan así los dos sujetos que forman la ecuación “ellos que cuidan de nuestros abuelos” porque transmiten la idea de que hay que aceptar que sean “ellos” quienes vengan a ocuparse de las tareas que nadie más quiere hacer? ¿Qué pasará el día que ningún inmigrante quiera cuidar abuelos o recoger la fruta o limpiar casas? ¿Entonces nos parecerá aceptable que sean detenidos y encarcelados sin haber cometido delito alguno, sin juicio ni sentencia? ¿Toleraremos que se apliquen normas discriminatorias específicas para los “ellos” que sobren? Pues yo les digo que sí, porque eso es lo que pasó después de la crisis de 2008: que los primeros expulsados del mercado laboral fueron inmigrantes que al dejar de ser trabajadores perdieron sus derechos. Aunque esa historia no la conoce nadie, porque si algo tienen “ellos” es que casi nunca se les permite hablar en primera persona. Otros deciden si son útiles o no, si merecen existir o no en función de si son productivos o no. De si, como ha dicho el Defensor del Pueblo, son “la solución”.

lunes, 14 de abril de 2025

"¿MATÓ MI ABUELO AL TUYO?". Sergio del Molino, El País 05 ABR 2025

Retrato del poeta Miguel Hernandez pintado por Buero Vallejo en 1940
La condena al historiador Juan Antonio Ríos Carratalá por intromisión ilegítima parcial en el derecho al honor de Antonio Luis Baena Tocón, secretario del juzgado de instrucción que procesó a Miguel Hernández en 1939, zanja de un mazazo una discusión sutil

Mi abuelo contaba siempre un chiste que le hacía mucha gracia: un violinista pasea por la selva y se encuentra con un tigre. El músico saca su instrumento y empieza a tocar, amansando a la fiera. Poco a poco, convoca a todos los animales, hasta que se forma un auditorio de serpientes, gorilas y demás fauna encandilada. Al final, aparece un león. Avanza hasta la primera fila y se zampa al violinista. Los animales protestan: “Maldita sea, llegó el sordo y se jodió el concierto”.

La magistrada del juzgado de primera instancia número 5 de Cádiz, Ana María Chocarro López, podría interpretar el papel de león en este cuento que no tiene ninguna gracia. Al condenar al historiador Juan Antonio Ríos Carratalá por intromisión ilegítima parcial en el derecho al honor de Antonio Luis Baena Tocón, secretario del juzgado de instrucción que procesó a Miguel Hernández en 1939, zanja de un mazazo una discusión sutil, larga, tentacular y en buena medida inefable sobre la responsabilidad y la culpa (colectiva e individual) de las sociedades sometidas a la violencia y la dictadura. Es una discusión sobre cómo funciona la represión, quién la ejerce y qué supone mirar hacia otro lado o cumplir las órdenes. Filósofos, historiadores, escritores, juristas fuera de servicio y ciudadanos de toda condición participan en un ágora necesariamente abierta cuyo valor no son las conclusiones, sino las modulaciones de la conversación misma, cuya persistencia mide la densidad democrática de un país.

La mención inicial a mi abuelo es oportuna. Hace una década escribí un libro titulado Lo que a nadie le importa sobre él, soldado raso del ejército franquista durante toda la guerra, reclutado a la fuerza, y vigilante de un campo de prisioneros al terminarla. En aquella novela me preguntaba sobre su responsabilidad y su culpa, si la sintió. ¿Nos arrastra la historia o podemos oponernos a ella? ¿Somos cómplices o marionetas? Millones de españoles con abuelos como el mío podían compartir mis dudas, y la literatura ofrece un marco para el matiz. Salvo en los casos flagrantes de gente poderosa con culpas clarísimas, la mayoría vive en un claroscuro donde no se puede separar lo blanco de lo negro.

Eso es lo que aduce el hijo de Baena Tocón en su demencial demanda contra todos los medios de comunicación de España (desestimada en su casi totalidad, salvo en unos aspectos referidos a Ríos Carratalá): que su padre era un joven que hacía el servicio militar y recaló en aquel juzgado como podría haber caído en cualquier otra covacha de la administración franquista. Considera —y la jueza le ha dado parcialmente la razón— que echarle encima la condena del poeta es un exceso y una infamia, y si no hubiera llevado la discusión por la vía judicial, su punto de vista sería un reto que enriquecería muchísimo este debate. La sentencia, en cambio, lo empobrece.

Cuando Ríos Carratalá, en su libro Nos vemos en Chicote y en otros estudios sobre la represión del primer franquismo sobre escritores y periodistas, estudia el papel de figuras como Baena Tocón, no busca una revancha judicial, sino alumbrar los rincones más oscuros de la sociedad franquista. ¿Hasta dónde llega la responsabilidad ética de la represión? ¿Es pasivo un funcionario que estampa una firma? ¿O su cumplimiento acrítico del deber pone en marcha el aparato? Más allá de los errores factuales que cualquier investigador puede cometer, la cuestión es muy especulativa y necesita grandes dosis de opinión. La sentencia toma el rábano por las hojas y aprovecha unas minucias ya corregidas e incorporadas a la discusión para recortar la libertad de expresión. Con este precedente, elaborar juicios de valor y argumentos sobre los actores de la represión va a ser muy costoso.

Desde Hannah Arendt y la banalidad del mal de su Eichmann en Jerusalén hasta la hipocresía de los Mitläufer retratados por Géraldine Schwarz en Los amnésicos (aquellos alemanes que no militaron ni colaboraron con el nazismo, pero se beneficiaron pasivamente de su silencio), estas cuestiones atormentan y entretienen a los intelectuales europeos desde la primera vez que un joven de los años cincuenta preguntó en la cena: “Papá, ¿dónde estabas tú cuando pasó aquello?”. Muchos respondieron como el personaje de Billy Wilder en Uno, dos, tres: no se enteraron de nada, trabajaban en el metro. Desde entonces, unos se han dedicado a señalar, y otros, a negar. En el caso español, la pregunta es más dura: ¿mató o encarceló tu padre al mío? Y afinando más, para centrarnos en este caso: ¿firmó la sentencia o solo la tramitó?

En cuanto las investigaciones trascienden los libros académicos (700 ejemplares en dos ediciones vendió Nos vemos en Chicote: el secreto de Baena Tocón estaba bien guardado hasta que su hijo decidió exponerlo a los tribunales), es natural que despierten duelos y quebrantos, pues hablamos de historia aún viva. Al hijo de Baena Tocón le habrán escocido más los tuits y comentarios a las noticias que cualquier licencia literaria de Ríos Carratalá, pero es al historiador a quien le ha caído encima el león sordo. No le ha devorado como al músico del chiste, pero le ha dado un buen mordisco que disuadirá al resto de violinistas de adentrarse por esa selva.

sábado, 12 de abril de 2025

"RESPONSABILIDAD DE EXPRESIÓN". Antonio Muñoz Molina, El País El País 05 ABR 2025

Fran Pulido
Uno escribe sobre alguien real y se engolfa tanto en su invención solitaria que acaba olvidándose de que no es una criatura inventada

En toda la gran borrasca verbal que rodea ese libro de Luisgé Martín, El odio, una palabra ha permanecido ausente, la sobria palabra “responsabilidad”. Hemos visto a defensores incondicionales de la libertad de expresión, y hemos visto y escuchado también a quienes vindicaban el derecho al honor de las víctimas vivas y muertas de un doble asesinato cuya crueldad tal vez las palabras no pueden expresar, igual que no hay palabras para contar el dolor de la madre de los niños asesinados, ni probablemente capacidad para comprender su hondura. Y ha sido instructivo observar en todo esto lo que en la jerga contemporánea se llama sesgo de género: han sido hombres, en su mayoría, los que militaban, prietas las filas, en el bando de la libertad de expresión, y mujeres las que señalaban el tormento que la publicación del libro, y con ella el regreso a la actualidad del nombre, la cara y la voz de impasible asesino iba a causar a la madre de los niños, y sin duda también a los abuelos y los familiares cercanos.

Hay ciertos argumentos, y ciertos títulos, ya tan deteriorados por el uso que da un poco de vergüenza ajena verlos formulados con la convicción de quien acaba de tener una ocurrencia fulminante. Igual que cuando se habla del contraste entre la calidad literaria de un escritor y su vileza humana es preceptivo sacar en procesión la momia ya maltrecha de Louis Ferdinand Céline, en este debate nuestro las voces masculinas han recurrido al ejemplo doble de Truman Capote y Emmanuel Carrère, autores de dos obras al parecer indiscutibles sobre el género narrativo de crímenes reales, que ahora también es conveniente llamar true crime, para que se sepa que quien lo usa está en el ajo, o quizás debiera yo decir in the know, de lo más actual y lo más último de los debates culturales. He leído dos veces, con un intervalo de varios años, el libro de Emmanuel Carrère: la primera, como a mucha gente, me deslumbró por lo inaudito de la historia y por la manera de contarla; la segunda vez leí El adversario porque yo mismo se lo había recomendado a unos estudiantes, y para mi sorpresa el impacto que había anticipado no se repitió. Hay libros a los que es peligroso regresar. La historia de aquel triste impostor que se volvió asesino de su propia familia cuando iba a ser desenmascarado seguía siendo igual de poderosa, pero una figura en la que apenas había reparado la vez anterior se me volvió insufrible, y era la del propio Carrère, empeñado en plantarse a sí mismo en el centro de su libro, gesticulando para hacer más evidente su autoría. Quizás con los años me voy volviendo menos tolerante a los aspavientos del protagonismo literario, a las hinchazones e hipertrofias de la figura del artista. Yo mismo habré caído más de una vez, cuando era joven, en lo que podríamos llamar la épica halagadora del escritor como personaje de sí mismo, como miembro de un gremio entre golfo y heroico. Al releer a Carrère, me irritó que se concediera tanta importancia en su libro como a aquellas personas sobre las que escribía, y que habían sufrido incomparablemente más que él.

Truman Capote es mejor que Carrère, y A sangre fría es uno de esos libros a los que voy volviendo a lo largo de los años. Pero tampoco creo que el libro valga del todo en estos tiempos como ejemplo indiscutible no ya de una alta calidad literaria, sino del derecho de un escritor de no ficción a pasar por encima de cualquier escrúpulo en el afán de lograr una obra maestra. Tenemos derecho a escribir en libertad, pero es más discutible que lo tengamos también para manipular a nuestro servicio a personas mucho más vulnerables y dañadas que nosotros, sin contar con su permiso, y a explotar ávidamente su desgracia para alcanzar el éxito y ganar dinero, muchísimo éxito y dinero, en el caso de Truman Capote. Desde hace tiempo se sabe qué trampas indignas, incluso sexuales, utilizó para ganarse la confianza de los dos descerebrados que asesinaron a la familia Clutter. Y él mismo atestiguó de palabra y por escrito la impaciencia creciente con que esperaba el cumplimiento de la pena de muerte y temía el indulto, con el libro a punto de editarse, con el golpe seguro y gratuito de publicidad que el desenlace cruento de la historia iba a depararle. El reverso de aquella doble y sórdida ejecución en la horca, en una especie de hangar helado al amanecer, fue la fiesta multitudinaria que dio Capote en el hotel Plaza de Nueva York para celebrar los cientos de miles de ejemplares que estaba vendiendo el libro desde que apareció. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 11 de abril de 2025

¿QUÉ HARÍAS TÚ EN UN ATAQUE PREVENTIVO DE LA URSS?. Sergio C. Fanjul, El País 25 MAR 2025

La geopolítica es un asunto alejado del ciudadano de a pie: su relación con la vida cotidiana no es obvia, es difícil participar políticamente y no tiene tanto sentido movilizarse. Si se iniciase una guerra a gran escala sería como la irrupción del Dios caprichoso del Antiguo Testamento

Si la bomba nuclear más potente cayera sobre Madrid todo el interior de la M-30 se vería calcinado por una bola de fuego. La radiación coparía más o menos el mismo espacio, pero la onda de choque se extendería mucho más allá, fuera de la urbe, de Rivas a El Pardo, de Coslada a Boadilla. El frente de calor colmaría prácticamente toda la comunidad, hasta adentrarse en Toledo o Guadalajara. Todo eso con una sola bomba: la bomba del zar rusa, de 50 megatones, 3.125 veces más potente que la Little Boy estadounidense que arrasó Hiroshima. Moriríamos 3,4 millones de personas y quedarían heridas 1,2 millones.

Los efectos devastadores de la explosión los muestra la web Nuclear Bomb Blast Simulator, donde se pueden elegir diferentes localizaciones a bombardear con toda una panoplia de bombas atómicas. Una ocupación muy relajante para un domingo por la tarde. Otra lectura de terror es Guerra nuclear. Un escenario (Debate), en el que la periodista Annie Jacobsen relata, con total realismo, cómo sucedería, minuto a minuto, un conflicto que acabaría con la civilización en menos de lo que dura una siesta. Una de las ventajas de vivir en el centro de una gran ciudad (si aún te dejan los fondos especulativos) es que, en caso de ataque nuclear, morirías en un instante, lo que siempre es preferible. Uno podría estar tecleando esta misma frase y en este justo punto... la nada.

Esta columna trata sobre la desconexión que siente el ciudadano con la geopolítica. Aunque los asuntos internacionales influyen en la vida cotidiana (suben los precios o llegan refugiados) parecen, al mismo tiempo, algo muy lejano. Me abandono por la calle (pongamos Atocha, ahí donde desemboca en la glorieta, una mañana al fin del invierno) y todo parece muy poco geopolítico. Contemplo a la gente inmersa en sus preocupaciones diarias: pagar el alquiler, intimar con Pepe el de Marketing, saber qué demonios es esa cosa que ha salido en el TAC. La vida pasa en la ciudad, absorta en sus minucias. La construcción de un nuevo orden multipolar parece suceder en otro mundo. En los debates de la tele. Por eso, cuando estalló la guerra de Ucrania, la vuelta de las hostilidades a la Vieja Europa parecía una historia de ciencia ficción (como, por cierto, lo había parecido poco antes la pandemia). CONTINUAR LEYENDO

jueves, 10 de abril de 2025

"¿Y TÚ QUÉ VAS A HACER ANTE EL TERROR ANTIINMIGRATORIO DE TRUMP?".

Dos agentes estadounidenses arrestan a Rumeysa Ozturk,

una estudiante de doctorado de la Universidad de Tufts

(Massachusetts, EE UU), el pasado 26 de marzo.

El escritor Kaveh Akbar, estadounidense de origen iraní, denuncia al Gobierno de Trump y sus acciones destinadas a infundir terror entre los inmigrantes. Su texto es un llamamiento a alzar la voz frente a los “genocidas pletóricos” de su país y a no dejar que las amenazas ahoguen la disidencia

Esta noche he abierto Instagram en mi iPhone y lo primero que he visto ha sido un vídeo de Rumeysa Ozturk, una alumna turca de doctorado de la Universidad de Tufts (Massachusetts), detenida por el ICE, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos. Ozturk iba caminando por la calle cuando se le acercó un agente de paisano escondido bajo una sudadera con capucha y la agarró de las muñecas mientras un segundo agente se acercaba rápidamente para arrebatarle el teléfono de las manos. Ambos agentes acorralaron a Ozturk. En unos pocos segundos aparecieron más.

La última frase de La lotería de Shirley Jackson dice: “¡No es justo! ¡No hay derecho!‘, exclamó la señora Hutchinson. Instantes después todo el pueblo se abalanzó sobre ella”. Es un relato sobre un pueblo cuyos habitantes, una vez al año, matan a pedradas a un ciudadano elegido al azar.

Después de esposar a Ozturk, un agente se subió el cuello de la camisa para taparse la cara. Los demás le imitaron. De pronto parecía que tuvieran que ocultar a Dios su macabro entusiasmo por hacer desaparecer a una universitaria que, según se supo más tarde, se dirigía a romper el ayuno del Ramadán con sus amigas.

He visto el vídeo nada más entrar en casa. Nuestro gato Kocholo (“pequeño” en farsi) estaba en la cocina, comiendo de una caja de chuches que había volcado sobre la encimera. Al igual que Ozturk, yo también estaba ayunando. Acababa de volver de un evento de trabajo mucho después de la hora del iftar [la comida al anochecer con la que se rompe el ayuno del Ramadán], y mi maravillosa pareja, Paige, ya estaba hirviendo agua para cocer pasta y que pudiera cenar lo antes posible. Cuando entré por la puerta, Paige me dijo algo que no entendí porque estaba volviendo a ver el vídeo en mi teléfono. Todavía no conocía el nombre de Ozturk.

¿Cuál es el propósito de una app, propiedad de un hombre que ovacionó al nuevo régimen en la toma de posesión, que pone en bucle este tipo de vídeos entre las fotos de los bebés de tus colegas y anuncios de ropa interior y sábanas de lino?

¿Cuál es el propósito de un Gobierno que hace desaparecer a su pueblo? Ozturk tenía un visado de estudiante en regla, al igual que Alireza Doroudi, alumno de doctorado en la Universidad de Alabama, y Mahmoud Khalil, alumno de posgrado en Columbia, ambos desaparecidos de forma similar en el último mes.

Los vídeos, las desapariciones, son intimidaciones que poseen la clara intención de sofocar la disidencia, tanto en los casos específicos de Ozturk, Doroudi y Khalil, como en general, en los casos de todos los que nos parecemos a ellos, o rezamos o creemos o votamos como ellos. El régimen de Trump, como todas las autocracias despóticas anteriores, está dando lecciones a unos pocos para aterrorizar a la mayoría. ¿Con qué propósito? ¿El silencio, la obediencia, la sumisión? ¿La angustia? Como decía Emily Dickinson sobre el dolor: “No tiene futuro sino el suyo propio”.

A los simpatizantes de Trump, esos que mascan cacahuetes y llevan dedos de gomaespuma, les encanta todo el kabuki policial y la mano dura. Y sus oponentes sienten que su indignación se difumina con cada nuevo horror, que su voluntad de reacción se vuelve esclerótica y fría. Todo ello en beneficio del espeluznante statu quo del régimen.

Cerré la app y me senté en una silla junto a Paige. Pero entonces me acordé de otro vídeo que había visto un par de días antes: el padre del periodista palestino Mohammad Mansour gritando sobre el cadáver de su hijo muerto: “Levántate y habla… Cuéntaselo a la gente, cuéntaselo al mundo. Cuéntale a la gente la verdad”. El hombre pone un micrófono en la cara inerte de su hijo y solloza.

¿Por qué veo estos vídeos? ¿Para recordarlos? ¿Para escribir sobre ellos? ¿Qué me provocan, en mitad del ayuno del Ramadán? Si la Administración se comunica conmigo a través de las redes sociales (y claro que lo hace; Zuckerberg y Musk son los dueños de los algoritmos, y el propio Trump tuitea como un niño psicópata), ¿cuál es el mensaje que me está mandando? Que estoy aquí a su antojo. Que mi presencia depende de mi docilidad, de mi buen comportamiento.

Escribo esto para rebelarme contra el buen comportamiento.

Escribo esto para rebelarme contra el algoritmo.

Escribo esto para rebelarme contra mí mismo.

Quiero actuar profilácticamente antes de que el miedo (a que me despidan de mi cómodo y gratificante trabajo, a que los matones de la Administración en persona vengan a por mí) eclipse mi rabia. Mi repulsa. Hacia los sistemas que hacen desaparecer y asesinan a estudiantes de doctorado y a periodistas pacifistas, esos sistemas que bombardean hospitales y matan de hambre a los niños y congelan sin previo aviso la financiación de los programas de salud mundial.

domingo, 6 de abril de 2025

"¿Y SI LO DE TRUMP NO ES UNA SIMPLE LOCURA PERSONAL?" Juan Torres, Ganas de escribir (Blog) 4 de abril de 2025

La opinión que más escucho cuando oigo hablar de Donald Trump, incluso en boca de académicos o gente bien informada, es que está loco.

Es cierto que su comportamiento, tan diferente al de quienes nos hemos acostumbrado a ver como dirigentes y líderes mundiales, induce a pensar así. Es errático, estrambótico, grosero, inculto, mentiroso compulsivo, desvergonzado y chulo, carece de la más mínima empatía con los débiles y alardea de gobernar al país más poderoso del mundo como si fuese su inmobiliaria. Ha reconocido que desea ser un dictador, se salta las decisiones judiciales en su contra, insulta a sus adversarios sin compasión ni mesura y los amenaza, e incluso desprecia y humilla a sus propios socios. Sus ideas son extremistas, presume de religiosidad y valores morales cuando es conocida su relación con prostitutas y antros de todo tipo. Su trayectoria vital y comercial es la de un personaje sin principios ni límites, obsesionado por ganar a cualquiera que se le ponga por delante. Numerosas biografías y documentales lo han puesto de manifiesto y basta verlo en acción para comprobar su forma de ser, y cómo actúa y trata al resto de la gente.

Sin embargo, me temo que es erróneo pensar que lo que está haciendo y lo que hará más adelante es la simple expresión de una locura, de un comportamiento personal aberrante y reaccionario. Puede ser que Trump sea efectivamente un loco, un multimillonario que se puede permitir cualquier capricho y presumir como un pavo real del poder que tiene, siendo, como es, tan ignorante.

Yo tiendo a pensar que lo que está haciendo Donald Trump es mucho más que un comportamiento personal y la mejor prueba de ello es que las acciones que lleva a cabo vienen de lejos, antes de que él incluso aspirase a ser presidente.

He escrito con detalle sobre lo que creo que está ocurriendo y el por qué Trump hace lo que hace en mis dos últimos libros, Más difícil todavía (Deusto 2023) y Para que haya futuro (Deusto 2024), así que resumiré aquí muy brevemente lo que pienso.

Tiendo a pensar, en primer lugar, que Trump no es sino una pieza más de un proceso que viene de más lejos encaminado a desmantelar las democracias y los sistemas de legitimación que, desde los años ochenta del siglo pasado, habían generado la aceptación, por las clases sociales empobrecidas, de los procesos que las han desposeído. La razón o necesidad de hacerlo es sencilla: el nivel de concentración de riqueza y desigualdad alcanzado es tan extraordinario que ya resulta incompatible con la democracia representativa y el debate social transparente. Alguien tan poco sospechoso de izquierdismo como Martin Wolf lo ha explicado y documentado perfectamente en su libro La crisis del capitalismo democrático (Deusto, 2023).

En segundo lugar, creo que la nueva presidencia de Trump es un momento más de un proceso de desglobalización y proteccionismo que viene de atrás, aunque ahora se produzca, ciertamente, de un modo más exagerado y radical,. Contabilizadas en su sentido más amplio, en el Global Trade Alert se registran casi 59.000 medidas restrictivas del comercio en todo el mundo desde 2009.

Como acabo de recordar en un artículo reciente, Obama ya fue calificado por The Wall Street Journal, como «un presidente proteccionista». Biden no sólo no rectificó las medidas que había adoptado Trump en su primer mandato, sino que incluso las aumentó en algunos casos y, sobre todo, con China. De él se escribió que practicaba «proteccionismo cortés» y «educado» y que su política comercial era «trumpismo con rostro humano», sin «tuits furiosos ni afirmaciones absurdas, pero con aranceles de seguridad nacional». CONTINUAR LEYENDO

sábado, 5 de abril de 2025

"NO ES EL EUSKARA, ES LA POLÍTICA (LINGÜÍSTICA)". Ricardo Arana, El Correo 2 ABR 2025

José Ibarrola

Hay que volver a los consensos iniciales que tenían en cuenta la pluralidad y han permitido a la lengua vasca salir de la situación que padecía hace 50 años

En los últimos días ha existido una polémica sobre si el euskara es una barrera para atraer el talento, conseguir un empleo estable, un mejor rendimiento educativo… La simplificación tiene la virtud de resumirlo en pocas palabras pero, en este caso, conlleva también un riesgo evidente de falseamiento del debate. Porque no es la lengua vasca la causante de ninguno de estos y otros problemas, sino la utilización que de la misma hacen distintas instituciones, esto es, la política lingüística que se practica con la lengua (vasca) y sobre la lengua (vasca). Una política profundamente errada.

En primer lugar, porque nos aleja de los pactos iniciales, caracterizados por acuerdos profundos sobre objetivos en ningún caso excluyentes y pasos muy medidos, que tenían en cuenta nuestra diversidad y pluralidad. Sí, ya éramos plurales y diversos antes de la globalización o del cambio demográfico de los últimos años. Siempre lo hemos sido y, posiblemente, salvo catástrofe, lo seguiremos siendo. De ahí la necesidad de desplegar prudencia y consenso.

La actual política lingüística yerra, asimismo, porque subordina la función eminentemente comunicativa y cultural de la lengua vasca a un carácter identitario del que, como cualquier otra lengua, carece. Pero que, irresponsablemente, se lo imputan nuestros dirigentes políticos, introduciendo un tóxico que envenena una preocupación digna. Estamos ante una mezcla que puede ser letal para el progreso, la convivencia y también para el propio idioma. Y por eso resulta terrible tener que empezar con una verdad de Perogrullo: es tan vasco, y debe tener los mismos derechos, quien sabe euskara como quien no sabe, quien tiene reconocido un nivel C2 en esta lengua como quien no alcanza ni un A1.

Como expresión de tales errores de fondo en esta política desplegada, durante estos últimos años hemos visto que se adjudica un perfil, un requerimiento lingüístico a un puesto de trabajo no por la necesidad objetiva del mismo, sino para crear comunidad, o en lenguaje más propio, para la construcción nacional. Por ese motivo, y no por una razón justa, muchos trabajadores deben acreditar una alta cualificación lingüística aunque sus puestos no la demanden realmente (recordemos que tenemos realidades sociolingüísticas diferentes). Y como es difícil hacerlo con los de mayor cualificación, para que nos cuadren los números que pretendemos nos cebamos con los de menor preparación (limpieza, seguridad, cuidados…). Aunque no se trata de echarlos del trabajo (bueno, a algunos, sí), sino sobre todo de que no se sientan demasiado cómodos en él.

Y cuando un tribunal señala el abuso, o protege a la persona frente al absolutismo de la política lingüística practicada, invertimos rápidamente los papeles. Estamos ante un asalto, ante un ataque a nuestras instituciones: Oldarraldia! ¡A las barricadas! Hay que defender el euskara ante el tropel de cuidadoras castellanohablantes de nuestros aitites y amamas, avanzadilla de turbas de administrativos, conserjes y sanitarios que pretenden hacerse con el control de la lengua en la que hablamos. Un trueque patético, pero un daño enorme.

Cuando se llega a la educación, el sacrificio es máximo. No importa lo que ocurra con el alumno. La lengua está por encima de él. El último ejemplo: resistirse a la recomendación de la OCDE de que realice la prueba PISA en la lengua en la que se sienta más cómodo. Pese a que sabemos desde hace más de veinte años que en ella se expresará mejor. Pues que se exprese peor, parece que decimos. Ridículo desde fuera, dramático desde dentro.

Y no hablemos de facilitar los aprendizajes en la lengua de su entorno. Si esta no es el euskara, imposible en ningún caso. Al parecer, ese derecho solo le corresponde al vasco vascohablante. Y para que no proteste el vasco no vascohablante, le contamos una mentira: que estudiando en una sola lengua aprende dos, o incluso más, que aprende todo sin ningún problema y a velocidad récord en todos los casos. Cuando abordamos las evidencias, leemos los informes o analizamos los datos entendemos que no es así. ¿Y qué se nos ocurre? Pues correr un velo, tan tupido como estúpido.

Por eso no podemos simplificar con que el euskara es un límite para atraer talento, o para conservarlo si lo tenemos, como se ha comentado. No es el euskara. Es la utilización política que hacemos del idioma. Ese es el obstáculo, tanto para quien viene de fuera como para quien está dentro. Y está en nuestra mano removerlo. Tan simple como contar en las decisiones con la opinión de quienes queremos que incorporen también a su acervo la lengua vasca. Tan sencillo como volver a los consensos iniciales, que son los que han permitido, por cierto, salir al euskara de la situación en la que se encontraba hace cincuenta años.

jueves, 3 de abril de 2025

"UNA FEALDAD AMERICANA". Antonio Muñoz Molina, El País 29 MAR 2025

Fran Pulido

El sistema penal estadounidense es un gulag de crueldad y pobreza que tritura a los seres humanos

La triste verdad de esta nueva cara grosera y represora de Estados Unidos es que no es nueva en absoluto. Ha estado siempre ahí, como lo está siempre la cara oculta de la Luna, aunque nadie la vea. Es difícil verla porque nos ciega la mirada el brillo de la riqueza y del poder, favorecido por una propaganda abrumadora que cae sobre nosotros de manera incesante, a cualquier hora del día o de la noche, en el cine, en la televisión, en los carteles publicitarios de las calles, en los millones de espejismos de las redes sociales. Prácticamente, todas las películas o series de más éxito son americanas e imponen su supremacía insolente sobre los canales de distribución y sobre las conciencias, que apenas reciben otros mensajes visuales, otras ficciones no regidas por la misma estética y los mismos valores. En los laterales de las paradas de autobuses rara vez falta el cartel de una película americana en el que aparecerá un o una superhéroe con la musculatura decorada de barras y estrellas, o bien un policía esgrimiendo una pistola, o un gañán de camiseta rota armado con una ametralladora futurista. En las cadenas de televisión, incluida La 1 de Televisión Española, todas las películas que se proyectan por la noche son melodramas de gente acomodada que viven en urbanizaciones con mucho césped o historias de policías o de ciencia ficción que tienen en común un efectismo visual extremo y una celebración permanente de la violencia, los coches, los helicópteros, las armas de fuego, todo ello aderezado por doblajes robóticos en los que la pobre lengua española es retorcida y desfigurada hasta convertirse en un calco patético del inglés.

El evanescente ministro de Cultura manifestó al principio de su mandato la intención de descolonizar los museos españoles. Yo le recomendaría que, de paso, emprendiera una descolonización bastante más difícil, que es la de la cultura, la vida y la lengua españolas. Admiramos y copiamos ese mundo, con mimetismo de súbditos de un poder imperial, y en realidad no sabemos cómo es. Sabemos cómo son las high schools con la bandera en las aulas y las taquillas en los corredores, cómo son las cenas familiares de Thanksgiving y de Navidad, los soldados que vuelven de la guerra con un uniforme a medida, las cheerleaders en los laterales de los estadios de fútbol americano. Y, como todo eso nos parece una realidad más atractiva y casi más verdadera que la nuestra, no podemos imaginar en qué medida todo es un gran decorado, una representación hecha por personas adiestradas desde la niñez para interpretarse a sí mismas, y para no ver lo que para ellas es preferible no ver: por una parte, la fragilidad o la pura mentira de las ficciones de entusiasmo y de éxito que la inmensa mayoría reverencia como una religión; y, por otra, la brutalidad y la negrura que están solo a un paso de las superficies luminosas que prevalecen en la cultura visual americana: mundos de penuria, miseria, abandono, de una crueldad social que para un europeo son inimaginables.

Decía Simone Weil que Hitler actuaba con los países invadidos de Europa como actuaban las potencias europeas en sus dominios coloniales. Viajeros con pasaportes de Canadá y de la Unión Europea reciben ahora en las fronteras de Estados Unidos un trato que se parece en algo, no en todo, al que sufren los inmigrantes que vienen de regiones mucho más pobres. Jasmine Mooney, una profesional blanca con pasaporte canadiense, despertó los recelos de uno de esos temibles funcionarios de Inmigración que al llegar lo examinan a uno de arriba abajo como si bajo su aire formal y amedrentado escondiera a un terrorista. Después de un breve interrogatorio, se vio arrojada a una celda minúscula en la que había otras cinco mujeres, y en la que la luz no se apagaba nunca. Le quitaron el cinturón y los cordones de los zapatos, además de todas sus pertenencias. La autorizaron a hacer una sola llamada de teléfono, pero ya nadie guarda números en la memoria. Bloqueada, aterrada, de pronto recordó el de una amiga, y le hizo una llamada de auxilio. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 2 de abril de 2025

"CULTIVAR LA FRICCIÓN". Lola López Mondéjar, El País 28 MAR 2025

Eulogia Merle
La etnógrafa Anna Lowenhaupt Tsing escribió en 2004 su ensayo Fricción. Una etnografía de la conectividad global. En él cuenta sus investigaciones en las selvas de Indonesia, cuando las comunidades locales se vieron invadidas por empresas que buscaban explotar el caucho, y el conflicto entre los campesinos, los ingenieros, los ecologistas y el Gobierno creó lo que llama zonas fronterizas que, afirma, provocan salvajismo, entremezclan visiones, hiedras y violencia. Sin embargo, Tsing señala cómo esas zonas de fricción son también un territorio rico para que aparezca lo nuevo, algo que habrá que aprender a regular juntos.

Una rueda, observa, gira debido a su roce con la superficie de la carretera; si girara en el aire no iría a ninguna parte. La fricción es indispensable para su movimiento.

Exportando el concepto a las relaciones entre sujetos, toda interrelación humana, individual o grupal, incluye una fricción de la que surge una zona fronteriza, una zona de compromiso incómodo, siguiendo a Tsing en su trabajo, donde aparecen lo salvaje, el inconsciente, los fantasmas de cada uno de los implicados, la explosión de un conflicto que puede acabar con esa relación o producir algo nuevo. En definitiva, el inevitable choque con los otros no tiene por qué ser destructivo, sino creativo y fecundo.

Sin embargo, ya en 1976, Nils Christie, sociólogo y criminólogo noruego, en su famoso artículo Los conflictos como pertenencia subrayaba cómo la criminología ha arrebatado la gestión de los conflictos a las personas directamente afectadas por ellos para desplazarlos a los tribunales, a distancia incluso del lugar donde se produjeron los hechos objeto de controversia. Para Christie, los conflictos deben ser usados por quienes se vieron envueltos en ellos, ya que, de no ser así, perdemos las oportunidades pedagógicas que nos aporta su abordaje conjunto.

El neoliberalismo trajo de la mano un individualismo feroz cuya consecuencia, entre otras, ha sido que los seres humanos signifiquemos cada vez menos los unos para los otros. Los rituales de duelo, más rápidos que nunca, son un ejemplo de cómo la muerte de un semejante no se convierte apenas en un acontecimiento, y queda rápidamente zanjada y engullida por la aceleración de la vida, con sus múltiples y urgentes ocupaciones. El semejante se ha convertido en un otro funcional; hemos mercantilizado y ludificado (gamificado) las relaciones humanas, de modo que el otro es valioso si encaja en mis expectativas, y puedo borrarlo y olvidarlo si no las cumple. Entrar en la fricción supondría, sin embargo, un reconocimiento intersubjetivo que implica que el semejante me importa, que estoy dispuesto a invertir mi tiempo en él, a dialogar con él a pesar de nuestras diferencias. Pero hoy pedaleamos en el aire ensimismados, sin avanzar, o corremos de acá para allá como pollo sin cabeza. El anhelo de no fricción, exportado de las formas de funcionamiento de las aplicaciones digitales, orgánicas, intuitivas, sin fricción, se ha encarnado en nuestras expectativas sobre la comunicación humana, y nos aleja de los otros.

La irrelevancia en que hemos quedado reducidos para el capitalismo extractivista, que nos toma, cual minerales, como materia prima para extraer nuestros datos hasta vaciarnos de singularidad, conduce a un devenir indigno del mundo, pues el valor de la vida humana se ha devaluado, y las instituciones que deberían protegerla se disuelven en un tecnocapitalismo que ha visto en la ultraderecha su perfecto aliado. El devenir negro del mundo, en palabras de Achille Mbembe, que apunta a que “la distinción entre el ser humano, la cosa y la mercancía tiende a desaparecer y borrarse, sin que nadie —negros, blancos, mujeres, hombres— pueda escapar de ello”, se impone, y tratados como cosas nos desvitalizamos, nos cansamos, mientras crece la desafección política. CONTINUAR LEYENDO

"¿QUÉ DICE LA BIBLIA —INSISTENTE Y CLARA— DE CÓMO TRATAR A LOS EXTRANJEROS Y MIGRANTES?

Éxodo 22, 20: «No explotarás ni oprimirás al extranjero, porque también vosotros fuisteis extranjeros en Egipto». Éxodo 23, 9: «No explotará...