Tenemos una política cortoplacista ante dinámicas han alcanzado unas dimensiones que sobrepasan ciertos límites naturales o que plantean daños irreversibles
Durante la pandemia nos familiarizamos con una serie de gráficos que hacían visualmente comprensible el concepto de desarrollo exponencial, en aquel caso el de los contagios y fallecimientos. No era algo nuevo. Conocíamos incrementos acelerados en diversos fenómenos y procesos, pero tal vez entonces entendimos mejor que nunca el desastre asociado a una variable dañina que crece fuera de control. Aprendimos también que la mejor manera de hacer frente a un desarrollo exponencial consistía en adoptar una serie de medidas gracias a las cuales se pudiera “doblegar la curva” de contagios y reducir su velocidad de propagación.
La diferencia entre los cambios lineales y los cambios exponenciales es que en aquellos el crecimiento es constante, mientras que en estos se acelera, de modo que el incremento termina alcanzando una fase casi vertical; este aumento vertiginoso se representa con curvas que se elevan bruscamente y en periodos cada vez más cortos de tiempo. Además, se da la circunstancia de que muchas de estas curvas se relacionan entre sí (el incremento de la temperatura impulsa la migración y radicaliza la polarización política en las sociedades de destino; el envejecimiento de la población dispara el número de las enfermedades asociadas con la edad; cuanta más digitalización, más difusión de las noticias falsas, por mencionar solo algunos ejemplos) y esa interrelación potencia su aceleración catastrófica. Por si fuera poco, no hay quien se ocupe de su interdependencia, en la teoría y en la práctica: las disciplinas especializadas solo saben de lo suyo, y los responsables políticos se limitan a gestionar sus competencias propias; falta una perspectiva macroagregada y una autoridad legítima para regular una intervención coordinada que pudiera moderarlas y neutralizar su potencial destructivo.
En otras sociedades había ciclos, repeticiones o cambios suaves, e incluso revoluciones bruscas, pero apenas conocían el incremento exponencial: en las sociedades actuales casi todas las evoluciones relevantes siguen un patrón exponencial. El hecho de que actualmente haya tantos desarrollos exponenciales (crisis ecológica, aumento de los incendios, movilidad, turismo, envejecimiento, migración, digitalización, conectividad, producción de basura, viralidad de la comunicación, desarrollo tecnológico, polarización, desigualdad, incremento de la población, aceleración, obsolescencia...) permite calificarnos como una “sociedad exponencial” (Emanuel Deutschmann). Vivimos en una sociedad que está enfrentada a sus límites críticos y que no sabe cómo estabilizarse, lo que produce unas tensiones y conflictos específicos. Esta situación precatastrófica es lo que explica que estén apareciendo tantos escenarios de suma cero y que se endurezca la confrontación política. El tiempo acelerado no distribuye oportunidades para todos sino un mismo patrón de comportamiento angustiado, tan explicable como inútil: salvarse a costa de otros.
Una de las peores respuestas a este tipo de crisis es la de confiar su solución a la aceleración de los procesos. Jason Hickel ha etiquetado como crecimientismo (growthism) diversas formas de aceleración social cuyo común denominador es propiciar un desarrollo irreflexivo de procesos exponenciales: tecnología sin regulación, crecimiento económico sin consideración del impacto ambiental, oportunismo político que genera sospecha y degrada la conversación pública, desconfianza hacia los procedimientos democráticos a los que se asocia con una prescindible lentitud, la fijación en lo inmediato a expensas del largo plazo, la hipérbole crítica que no solo daña la reputación del adversario sino la credibilidad política en general, el aumento de la desigualdad que erosiona la cohesión social, el crecimiento irresponsable de la deuda... A veces, estas evoluciones catastróficas tienen su origen en el desconocimiento de su resultado final, pero en otros casos responden a un empecinamiento ideológico frente a cualquier forma de límite. El programa de eficiencia de la Administración pública ensayado por Elon Musk o la asociación que Javier Milei hace del Estado con la lentitud burocrática responden a una similar batalla ideológica que culpa de los problemas sociales a las trabas de la Administración, a su tamaño y su obsesión regulatoria. Las promesas de expansión ilimitada de los tecnosolucionistas han sido precedidas por una crítica sistemática hacia lo que, desde posiciones libertarias, se despreciaba como cultura de la prohibición o furor regulatorio. CONTINUAR LEYENDO
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