sábado, 31 de agosto de 2024

"LA PARRESÍA GRIEGA: EL ARTE DE DECIR LA VERDAD CON FRANQUEZA". Iñaki Domínguez, Ethic 28 JUN 2024

 
En la Grecia Antigua, el «hablar franco» era conocido como parresía. Sin embargo, decir la verdad no siempre es bien recibido y, como explicaba Foucault, incluso puede resultar arriesgado para quien busca comunicarse con franqueza.

Foucault habla de la parresía en su último curso para el Collège de France, que impartió poco antes de morir de sida. En la Grecia Antigua, el «hablar franco» era conocido como parrhesía, y aquel que decía la verdad era denominado parresiasta (parrhesiastés). El estudio pormenorizado de este fenómeno es verdaderamente iluminador, particularmente en los tiempos que corren, en los que la censura y la cultura de la cancelación cuentan con un nuevo protagonismo.

Escuchemos lo que Michel Foucault tiene que decir sobre la parresía: «Es etimológicamente la actividad consistente en decirlo todo: pan rhema. El parrhesiastés es el que dice todo… Demóstenes dice: es necesario hablar con parresía, sin retroceder ante nada». Pero hay que decir que, tanto en la Antigüedad griega como en la actualidad, la parrhesía es siempre considerada como algo peligroso para quien la ejerce, pues «no solo arriesga la relación establecida entre quien habla y la persona a quien se dirige la verdad, sino que, en última instancia, hace peligrar la existencia misma del que habla, al menos si su interlocutor tiene algún poder sobre él y no puede tolerar la verdad que se le dice. Aristóteles indica muy bien este lazo entre la parrhesía y el coraje cuando, en La ética a Nicómaco, vincula lo que llama megalopsykhía (magnanimidad) a la práctica de aquella».

El parresiasta es, en efecto, «quien corre el riesgo de poner en cuestión su relación con el otro», continúa Foucault. «El decir veraz del parresiasta incurre en los riesgos de la hostilidad, la guerra, el odio y la muerte». Por su parte, Gregorio Nacianceno, arzobispo cristiano del siglo IV d. C, habla del parresiasta cristiano como de un mártyron aletheias o mártir de la verdad. Por todas estas razones, pocas personas están dispuestas a ser veraces. De hecho, es la mentira, y el ajustarse al discurso de lo establecido, a los meandros de la ideología, lo que habría de beneficiar socialmente a las personas (o, al menos, así lo estiman algunos). La libertad de expresión, en este caso, se vería vulnerada, puesto que expresar la opinión y el pensamiento propios sería un acto de parresía, algo peligroso.

En el caso de los antiguos griegos, la parresía no solo puede darse a la hora de comunicarse con otros (al menos, cuando se es parresiasta), sino al comunicarse cada cual consigo mismo. La salud en la Antigua Grecia consistía (y consiste) en ser franco con uno mismo, saber el lugar que cada cual ocupa en el mundo. Un ejemplo paradigmático de esto serían las reuniones de Alcohólicos Anónimos donde uno ha de decir su nombre y admitir que es alcohólico. Hoy, en cambio, asistimos a una casi total carencia de parrhesía, también con respecto a uno mismo. No es raro en la actualidad que el individuo quiera imponer una representación de sí mismo disociada de la realidad objetiva. CONTINUAR LEYENDO


viernes, 30 de agosto de 2024

"MAL QUE NO VES, CORAZÓN QUE SÍ SIENTE". Un artículo de la filósofa Ana Carrasco-Conde, El País 24 AGO 2024

QUINTATINTA
¿Qué es lo siniestro en nuestras sociedades? Lo que sucede en Gaza no es siniestro, es aterrador. Lo siniestro es nuestra actitud ante el dolor de los demás, nuestra forma de dividir el mundo en buenos y malos

Con la cara descompuesta, María desciende lentamente la escalera que conduce al patio. Está desorientada. Con la mirada perdida, hace esfuerzos por sentarse en los escalones. Al hacerlo, se cubre la cara con ambas manos. No puede creerlo. Ha dejado detrás de sí una vida que, de pronto, le vuelve de frente, pero con la distancia que le permite verse a sí misma. Jean Baudrillard lo llamaría un retour-image o “imagen retornante”: su efecto consiste en volver golpeando y ponernos ante los ojos una perspectiva que, por cercanía, no veíamos. A María le golpean las consecuencias presentes de la violencia del pasado no porque la hubiera reprimido y de pronto se haya hecho manifiesta, sino porque es consciente de lo que ha vivido, de dónde ha estado y de cómo ha podido afectarle: “Esa fue la primera vez que mi madre se dio cuenta de lo que había sufrido y la suerte que tenía de vivir. Y también de lo traumatizada que estaba, aunque no lo mostrara”.

La escena pertenece a la serie griega Maestro, en castellano titulada Sinfonía en azul (Papakaliatis, 2022), en la que María es consciente de los malos tratos que ha sufrido después de ver en otras personas el daño. María, sollozando, musita: “Dios, ¿qué he sufrido?, ¿qué le dejé hacerme?, ¿qué he sufrido?, ¿cómo voy a ponerme bien?, ¿qué he sufrido, Dios?”. María recuerda todo, de modo que si la “imagen retornante” la golpea es porque ahora sabe interpretar lo que siempre tuvo ante los ojos. Este conocimiento la asusta y la angustia. El daño es mucho más profundo del que creía no solamente porque la ha marcado, sino porque ha condicionado un modo de hacer y de comportarse durante años. Al “ver” por primera vez, su vida misma ha cambiado o, como dijera Sigmund Freud de lo siniestro al analizar la etimología del término Unheimlich, de pronto lo familiar, lo que para ella era normal, se vuelve extraño. Hay que ser muy valiente para seguir una vez que se han abierto los ojos.

Ligado a la superstición y a antiguas creencias, el concepto de lo siniestro se suele entender como lo reprimido o lo oculto que retorna: “Lo siniestro no sería realmente nada nuevo, sino más bien algo que siempre fue familiar a la vida psíquica y que sólo se tornó extraño mediante el proceso de su represión. Y este vínculo con la represión nos ilumina ahora la definición de Friedrich Schelling según la cual lo siniestro sería algo que, debiendo haber quedado oculto, se ha manifestado”.

No quisiera contrariar a Freud, a su lectura de Schelling, y a todos los que han seguido esta concepción, pero a la vista de lo que le sucede a María me gustaría proponer, en relación con el mal y el daño, otra definición de lo siniestro: “Aquello que, siempre a la vista, no se ha percibido e incluso se ha normalizado hasta que algo o alguien nos descoloca y somos conscientes de lo que vemos, de tal modo que lo normalizado se resquebraja y lo que era familiar deviene extraño”. Esta es, por ejemplo, la cuestión de las películas de terror: la aparición del fantasma nos da miedo, pero lo que es realmente inquietante es saber que siempre han estado ahí sin que los viéramos.

El problema, por seguir las reflexiones de Freud en su texto de 1919, no es que tengamos miedo de que nos arranquen los ojos y por eso el personaje de Coppelius de El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann sea “siniestro”, como indica el austríaco al analizar el cuento, sino que, por vez primera hacemos uso de nuestros ojos. Y vemos. De ese modo, todo lo que era normal muestra que nunca lo fue. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 25 de agosto de 2024

"POR QUÉ NO SOMOS CAPACES DE SUPERAR LA POLARIZACIÓN". Un artículo de Iñaki Domínguez publicado en Ethic el 24 de junio de 2022

El enfrentamiento gana muchas veces la batalla al entendimiento: nos resulta imposible resistirnos a ser polarizados. Da la impresión de que el tribalismo es inherente al ser humano y que, particularmente, al tratar asuntos identitarios, el convencimiento por medio de argumentos representa una imposibilidad. Esto está siendo fomentado desde todo tipo de medios, redes sociales incluidas.

A pesar del largo periplo civilizatorio de la Humanidad, hoy parece que el enfrentamiento, en muchas ocasiones, gana la batalla al entendimiento. La confrontación impide el diálogo. La emoción se impone a lo racional. ¿Por qué no podemos evitar acabar polarizados? Da la impresión de que el tribalismo es inherente al ser humano y que, particularmente, al tratar asuntos identitarios, el convencimiento por medio de argumentos representa una imposibilidad. Y hay que decir que hoy en día dicho tribalismo identitario está siendo fomentado desde todo tipo de medios, redes sociales incluidas. Huelga que los últimos años representan la era de las políticas de la identidad. Una de las razones por las que la polarización predomina hoy día es que el discurso se centra, ante todo en asuntos identitarios: catalanismo, racismo, feminismo, identidades sexuales, izquierda-derecha…

El sano debate racional queda así imposibilitado de base, puesto que el debate identitario es intrínsecamente ad hominem: A afirma B; hay algo cuestionable (o que se puede cuestionar) acerca de A; por tanto, B es cuestionable. Este tipo de argumento implica que uno ha perdido el debate, puesto que no es a los argumentos mismos a lo que se remite, sino, básicamente, al insulto. Y puesto que «el hecho de que alguien desacredite al orador no prueba nada acerca de la falsedad o veracidad de lo que este diga», tales argumentos son inválidos y utilizados a menudo para remontar cuando uno siente estar perdiendo la razón o carece de argumentos racionales y razonables.

En un mundo tan centrado en la identidad como el actual, es habitual desacreditar al otro, puesto que ese pertenece a uno u otro grupo social sobre el que se debate: es hombre, mujer, negro, blanco, gay, etc. Junto a esas categorías están otras más profundas que contienen a unos y otros, como las afiliaciones políticas. Por eso, todo debate político, de algún modo, enciende resortes irracionales, fomenta disputas, crispación y acritud. Unos y otros se identifican con unos colores o una posición política y la cosa, en última instancia, acaba por tratar de demostrar qué color o grupo político –con los que se identifican los agentes en disputa– es mejor. Por ello, finalmente, tales debates tienen como base una reafirmación identitaria.

El argumento ad hominem lo vemos por doquier en redes. Parece que actualmente, como antaño, al agente que debate le cuesta separar su identidad y la de su antagonista del argumento mismo. Así, en estos debates, por lo general la idea no es argumentar sino imponer la propia opinión, y, particularmente, en asuntos en los que el polemista se juega su identidad. Las personas, generalmente, carecen de coherencia lógica en sus posturas políticas porque se identifican con uno u otro grupo político a modo de forofos deportivos que aspiran a que su equipo gane el campeonato a toda costa, no siendo el debate mismo el que cobra protagonismo. Tal afiliación deportivo-política es un hecho que cualquiera puede constatar.

Por otro lado, que las políticas de la identidad sean las dominantes es la razón por la que la polarización domina. Son el mejor medio de dividir y vencer; la polarización identitaria produce riñas entre unos grupos y otros que no prestarán atención a las jerarquías más elevadas (las que cuentan con verdaderas herramientas para moldear y transformar la realidad), siendo de ellas de quien depende, en última instancia, crear estructuras sociales justas o no.

Esta sea probablemente una de las causas por las que hoy tales políticas identitarias son omnipresentes. Y en este tipo de debates el argumento ad hominem es habitual. Igual que podríamos afirmar A –«Los triángulos tienen cuatro lados»– y B –«Usted nunca estudió geometría. No tiene razón en lo que dice»–, hoy comúnmente se acusa al orador diciendo: «eres un hombre blanco hetero», un «señoro», un «cuñao», un «perroflauta», una «Charo»… Cuando esto ocurre, el debate real puede darse por concluido, y el que insulta a su contrario quien habrá perdido la disputa.

Es natural que en redes sociales la gente empleé este tipo de argumentos falaces y despectivos, puesto que es mucho más fácil despreciar abiertamente a alguien si no lo conocemos y no debatimos con él de modo directo. Es más fácil insultar a alguien por Twitter que a la cara. A su vez, gran parte de los medios de comunicación de masas están interesados en crear polémica y fomentar la polarización, puesto que «la crispación vende» y hace que unos espectadores, oyentes o lectores se identifiquen, también, con los involucrados en un debate particularmente apasionado.

En este sentido, es evidente que los debates políticos en televisión son hoy mucho menos sosegados que a principios de los noventa. Por poner un ejemplo, cuando cada persona inmersa en el debate hablaba durante su turno mucho más pausadamente que ahora y sin interrupción alguna. En los debates por el estilo emitidos por televisión hoy da la impresión de que los propios conductores o las televisiones incentivan las interrupciones, las voces altas y las ofensas con la intención de «calentar el debate» y crear expectación.

sábado, 24 de agosto de 2024

"DISCIPLINAR LA INVESTIGACIÓN, DEVALUAR LA DOCENCIA: CUANDO LA UNIVERSIDAD SE VUELVE EMPRESA". Un artículo de Amador Fernández-Savater publicado en elDiario.es el 19 de febrero de 2016

Entrevista al colectivo de profesores y estudiantes Indocentia sobre la transformación neoliberal de la Universidad.

“¿En qué nos estamos convirtiendo?” Esa pregunta dispara uno de los textos del colectivo Indocentia dedicados a analizar críticamente la transformación de la Universidad española en estos últimos años.

Efectivamente, ¿en qué se convierte la Universidad cuando la reducción del gasto público incrementa la presión competitiva por fondos y estudiantes? ¿En qué se convierte el ejercicio de la docencia cuando se considera una actividad de segunda, al tiempo que se estandariza e instrumentaliza la relación pedagógica? ¿En qué se convierte la investigación sometida a criterios y rankings que valoran principalmente lo cuantificable, exhibible y comercializable?

Convertir, mucho más que convencer. Transformar los comportamientos, mucho más allá de las opiniones. Lo que está en juego en la transformación neoliberal de la Universidad es la relación con el saber y con uno mismo. Hemos aprendido a enfrentarnos a poderes que se nos oponen como algo exterior, coactivo y represivo, pero ¿qué pasa cuando se trata de poderes que se presentan como evidentes y deseables?

El colectivo Indocentia agrupa a profesores, profesoras y estudiantes de la Universitat de València. Su reflexión sobre la universidad española arraiga en los problemas particulares del modo de producir conocimiento en las ciencias sociales (psicología, educación, sociología, etc.), problemas que, aún compartiendo muchos elementos en común, se manifiestan seguramente de forma diferente en las humanidad o en las ciencias experimentales. CONTINUAR LEYENDO

martes, 20 de agosto de 2024

"TE VEO MÁS DELGADA". Emma Vallespinós, El País 18 AGO 2024

Si eres mujer, tu cuerpo siempre puede mejorar. Hay toda una industria forrándose a costa de crearnos complejos

Ser niña en los ochenta te ponía muy fácil acabar odiando tu cuerpo. Crecimos entre los muros de una fábrica de complejos. Las revistas del corazón que hojeábamos en la sala de espera del dentista elogiaban a las mujeres que lucían cinturitas de avispa al mes de haber parido. Las llamadas revistas femeninas nos regalaban tablas de calorías que guardábamos para hacer cálculos antes de acostarnos (la trigonometría era pan comido al lado de aquellas sumas llenas de culpa tras haber ingerido una lasaña al mediodía y una napolitana de chocolate para merendar). La tele nos quemaba las retinas a golpe de mamachichos, top models (nuestra adolescencia coincidió con el esplendor de las supermodelos: Claudia Schiffer, Cindy Crawford, Naomi Campbell, Kate Moss), azafatas sonrientes del telecupón y los hombres duros de las series que siempre iban detrás de las piernas infinitas de las chicas guapas.

Todo aquello fue nuestra universidad de la presión estética y, para cuando cumplíamos los 15, no es que hubiéramos aprendido la lección, es que éramos alumnas aventajadas. Por eso, escondíamos la tripa en las fotos, nos esforzábamos en ser capaces de renunciar a las galletas con nocilla y envidiábamos los cuerpos de las compañeras más flacas. Nos contábamos dietas imposibles en los recreos, les pedimos a nuestras madres que hicieran el favor de no meternos bocadillos de chorizo en las mochilas y arrancábamos las etiquetas de los vaqueros porque nos avergonzaba usar ciertas tallas.

Crecimos con el decálogo del cuerpo perfecto bien interiorizado. Conozco a mujeres que llevan toda su vida a dieta y que siguen sintiéndose culpables por pedir postre. Adultas que consideran que no hay mejor elogio que el que alguien te diga “te veo más delgada” y que sienten crecer su amor propio cuando pierden un par de kilos.

Si eres mujer, tu cuerpo es algo que siempre puede mejorar, una especie de casa en obras. Las estrías son nuestro gotelé; las patas de gallo, el pladur; la celulitis, una gotera en el salón. Hay toda una industria que se forra a nuestra costa, que insiste en insinuarnos (nada sutilmente) que seríamos un poquito más felices con un cuerpo más delgado, una piel más tersa, menos arrugas, menos celulitis, menos vello, menos canas, unos dientes más blancos, unos labios más carnosos, un par de tallas más de sujetador. Esfuérzate. Persevera. ¿Acaso no ves cómo sonríen las chicas de los bancos de imágenes junto a sus ensaladas?

Me encantaría poder decir que las niñas dosmileras lo han tenido más fácil, pero lo suyo es aún peor. Las redes sociales han añadido un par de peldaños más a la insatisfacción corporal. Sus smartphones les muestran cuerpos perfectos las 24 horas. TikTok e Instagram alimentan la presión estética de nuestras hijas. La industria del complejo ha encontrado en ellas la gallina de los huevos de oro. El resultado: niñas de primaria que suspiran por un cuerpo mejor. Crías de 10 años con rutinas de skincare, que googlean la frase “beneficios del retinol” 15 años antes de que les aparezca su primera arruga. Preadolescentes mirándose al espejo y comparándose con adultas esculpidas a golpe de gimnasio y filtros.

Según los datos de la última encuesta Factores de riesgo en estudiantes de secundaria de la Agencia Pública de Salud de Barcelona, el 63% de las adolescentes siente insatisfacción con su imagen. El aspecto físico es, según la misma encuesta, la principal causa de discriminación a esas edades: más de la mitad de las chicas (y casi el 39% de los chicos) afirman haberse sentido discriminadas por esta causa.

En 2021, la maestra de una escuela pública catalana pidió a sus alumnos de sexto de primaria que escribieran una lista de propósitos de año nuevo. Todas las niñas, de 11 años, incluyeron en la suya la palabra adelgazar. Al ser preguntadas, mencionaban, con pesar, el contraste entre los cuerpos perfectos que veían en las redes y los suyos.

Las redes son un lugar hostil, especialmente para nosotras. En esta ciudad sin ley que ya no se llama Twitter, es muy reveladora la manera en la que se nos insulta. La artillería que se usa tiene que ver con el físico y ser gorda es imperdonable. La gordofobia, la aversión hacia las personas gordas, campa a sus anchas. A veces es directa y otras se escuda en pretextos como la salud. Pero no nos engañemos. Es odio. Es asco. Es machismo. Y, por supuesto, es violencia.

Se habla mucho de los peligros de las pantallas en menores. De exposición al porno, trastornos de ansiedad, problemas de concentración. Tendríamos que estar, también, preocupados por cómo las redes intensifican la insatisfacción corporal de nuestras hijas e hijos. De cómo los muros de la fábrica de complejos entre los que crecimos se han expandido hasta el infinito. Debemos preguntarnos hasta cuándo vamos a soportar que tantas niñas sientan que su cuerpo tiene que ser perfecto y, que si no es así, harán bien en sentir culpa y vergüenza.

sábado, 17 de agosto de 2024

"GENIOS". Irene Vallejo. Milenio 20 DIC 2023

Alfredo San Juan

El talento es misterioso. ¿De dónde viene, cómo surge? Percibimos que ciertas personas son capaces de dejar huella en el tiempo gracias a su habilidad para crear belleza o ideas poderosas, pero no sabemos explicar ese extraño don. Los antiguos romanos creían que cada persona estaba protegida desde su nacimiento por un diosecillo tutelar llamado genius. Ese mágico acompañante ayudaba a su ahijado humano durante toda la vida y se ocupaba de que su existencia trascendiera de generación en generación. El talento excepcional se debía al favor de un genius especialmente poderoso.

En nuestros días, llamamos “genios” a los individuos —artistas, pensadores, científicos— más extraordinarios, si bien asociamos sus fascinantes cualidades con una inteligencia privilegiada. Curiosamente, los estudios científicos sugieren que la genialidad no se puede predecir a partir del coeficiente intelectual. Algo esencial escapa a los tests de inteligencia. Tal vez la fantasía creativa, que no se deja atrapar en cifras ni medir a través de pruebas. O quizás esa capacidad, que a los romanos les parecía inspirada por un duende mágico, de abrir nuevos caminos y hacer lo nunca visto, a la que los psicólogos llaman “pensamiento divergente”. O el tesón necesario para la búsqueda continua de rutas no trilladas. El ingrediente indescifrable sigue ahí: el genio no lo explican los genes.

lunes, 12 de agosto de 2024

"CUANDO LA MEDIOCRIDAD ES EL TRIUNFO". Por Esther Peñas, publlicado en Ethic el 6 de agosto de2021

Una nueva pandemia parece haber llegado hasta nosotros: la implacable ola de lo mediocre

Convierta esa sonrisa encantadora en una mueca; guárdese sus ideas brillantes, ya no interesan; no trate de ser gracioso ni destape su carisma, carecen de público alguno; su talento, su virtuosismo, su destreza para cualquier disciplina no puntúan, ni asombran, ni fascinan: es la sombra de la mediocridad. Bienvenido al imperio de los mediocres. No se trata de otra distopía más, sino de una hipótesis que viene de antiguo, y que formuló como tal en la década de los sesenta el pedagogo canadiense Laurence J. Peter: «con el tiempo, todo puesto acaba siendo desempeñado por alguien incompetente para sus obligaciones». Esto se explica porque al ascender a un trabajador eficiente se le concede unos cometidos para los que no está preparado. Se conoce como el «principio de Peter».

¿Quién no ha tenido alguna vez la sospecha de que los mediocres gobiernan el mundo? Trump, Bolsonaro, Kim Jong-un, Berlusconi… Hace un par de años, otro canadiense, el filósofo Alain Deneault, volvió a analizar el asunto en el ensayo Mediocracia: cuando los mediocres toman el poder. La conclusión, terrorífica: según el momento, cada cual acata las normas imperantes, sin cuestionarlas, con el único propósito de mantener su posición, o bien las sortea de manera taimada sin que trascienda que no es capaz de respetarlas. Solo estas dos actitudes se enfilan hacia la esfera de poder. Nada más lejos que aquel camino del exceso que conducía, según William Blake, al palacio de la sabiduría.

Para Deneault no hay ámbito libre de mediocridad: académico, político, jurídico, económico, mediático o cultural. Cualquiera de ellos tiene a un mediocre por auriga. Al igual que aquello propuesto por Platón del gobierno de los mejores, la aristocracia, pero al revés. En lo público, como en lo privado. Para el canadiense, lo que procede y triunfa en estos tiempos son los argumentos que confirmen las teorías ya existentes, y evitar críticas o plantear soluciones arriesgadas, mucho menos originales. Porque ya no importa «la relevancia espiritual de las propuestas». Tampoco en lo económico, al fin y al cabo, recuerda el autor que el dinero nos pervierte, y «concentra la actividad de la mente en un medio que le hace perder toda conciencia sensorial de la diversidad del mundo».

Ni siquiera lo cultural escapa de la epidemia mediocre. ¿Cuántas veces hemos escuchado o pronunciado la frase «es más de lo mismo»? Deneault recoge la reflexión de Herbert Marcuse a propósito de la perversión de un sistema en el que patrón y obrero disfrutan con los mismos contenidos. Algo falla. No tanto que se diluyan o eliminen las clases sociales como que ambos legitiman los principios que sustentan el sistema.

Se trata de no destacar si queremos llegar a ser alguien. Con mucha retranca, el escritor Somerset Maugham decía que «solo una persona mediocre está siempre en su mejor momento». No actúa y, por tanto, no se equivoca. No contradice y, por tanto, no se enfrenta a nada ni a nadie. No enjuicia y, por tanto, obedece.

En 1961, Kurt Vonnegut, autor norteamericano de ciencia ficción, firmó el relato Harrison Bergeron, un texto distópico y satírico que comienza diciendo: «En el año 2081, todos los hombres eran al fin iguales. No solo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todos los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro. Toda esta igualdad era debida a las enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes de la Directora General de Impedidos de los Estados Unidos». Para evitar que ningún ciudadano destacase, las autoridades ejercían la violencia sobre ellos. «George, como su inteligencia estaba por encima de lo normal, llevaba en la oreja un pequeño impedimento mental radiotelefónico, y no podía sacárselo nunca, de acuerdo con la ley. El receptor sintonizaba la onda de un transmisor del gobierno que cada veinte segundos, aproximadamente, enviaba algún ruido agudo para que las gentes como George no aprovechasen injustamente su propia inteligencia a expensas de los otros».

Todo parece indicar que si la voz de Dios sonara de nuevo, poderosa, atronadora, recia como aquella vez en que creó el mundo, acaso hoy dijera, resignado: «Mediocres del mundo, ¡yo os absuelvo!».

"EL DESEO DE INMORTALIDAD Y EL DESCRÉDITO DE LA DEMOCRACIA". Santiago Alba Rico, El País 10 SEPT 2025

Nicolás Aznárez Los ricos y poderosos quieren vivir para siempre, los pobres quieren llegar a vivir algún día A veces a uno le entran ganas ...