lunes, 11 de agosto de 2025

"NETANYAHU USA EL HAMBRE COMO ARMA DE GUERRA". Gadi Algazi, El País 20 JUL 2025

El primer ministro israelí está ejecutando un plan premeditado de hambruna para arrinconar a la población palestina en el sur de la Franja. La ubicación allí de los centros de distribución de alimentos —cuatro para dos millones de personas— es el instrumento que usa para forzar los desplazamientos. La limpieza étnica avanza inexorable

En muchas ciudades de Israel se pueden oír las explosiones o sentir la sacudida de los bombardeos israelíes en Gaza. Las casas tiemblan. Al fin y al cabo, este es un mismo país que comparten dos pueblos y es muy pequeño. Los ruidos cuentan la historia de familias enteras asesinadas y de casas demolidas, una tras otra. El enclave de Gaza está siendo destruido. Para ahorrar dinero, el ejército contrata a empresas privadas para que derriben las casas con excavadora. Ahora sabemos cuánto se les paga por cada casa y que muchos de ellos son colonos radicales de Cisjordania, convencidos de que tienen la histórica misión de aprovechar la oportunidad para arrasar Gaza y colonizarla. Pero todos nosotros, israelíes, compartimos la responsabilidad de lo que está sucediendo.

Sé que las matanzas y la decisión de dejar morir de hambre a la población civil y retener el combustible, el agua o la comida para los bebés han dejado de ser noticia. Las atrocidades actuales se ahogan bajo el ruido continuo de las informaciones sobre las atrocidades pasadas. Cada vez es más difícil comprender el significado de lo que sucede y la guerra de Gaza está pasando a un segundo plano. Pero debemos ser conscientes de que lo que está ocurriendo tiene una trascendencia histórica y no es meramente otra ronda más de asesinatos sin sentido. Si dejamos que continúe, determinará el futuro tanto de los palestinos como de los israelíes y sus repercusiones no solo se harán sentir entre los pueblos de Oriente Próximo.

Lo que está en juego es la expulsión en masa de los palestinos de Gaza; en otras palabras, una limpieza étnica. Tenemos tendencia a pensar que la expulsión es un instante dramático en el que se obliga a la gente a abandonar su hogar en camiones, autobuses o a pie. Pero es la culminación de procesos más largos, como podemos ver con las comunidades palestinas de Cisjordania, que se ven obligadas a huir de sus hogares después de años de terror a manos de los colonos y el ejército. El desplazamiento de un pueblo es un proceso, no un hecho aislado, y ese proceso ya ha comenzado. Todavía se puede parar, pero para ello es necesario que tengamos claro lo que está pasando bajo la cortina de humo de la guerra: el expolio y la expulsión masiva de corte colonialista. CONTINUAR LEYENDO


Gadi Algazi (Tel Aviv, 1961) es historiador social, profesor de Historia en la Universidad de Tel Aviv y activista. Está especializado en la Europa occidental entre 1400 y 1600, así como en la historia de Israel y Palestina en las décadas de 1950 y 1960. En 1979 fundó el primer grupo de jóvenes soldados que se negaron a prestar el servicio militar en los territorios ocupados y, tras un año en prisión, fue liberado y eximido del servicio.

domingo, 10 de agosto de 2025

"IDEOLOGÍA EN LAS AULAS". PILAR MERA, El País 03 AGO 2025

Si trabajar sobre un contenido implica adoctrinar en él, ¿estudiar las cuevas de Altamira fomenta las cavernas como solución al problema de la vivienda?

Cada vez me gusta más participar en cursos de verano. Son actividades científicas a las que te invitan para hablar de temas a los que dedicas o has dedicado mucho tiempo y muchas ganas. Compartirlos con estudiantes los convierte en una de esas magníficas ocasiones donde nuestras dos almas, la docente y la investigadora, trabajan mano a mano. Y lo hacen en forma de reto. Contar tu investigación a un estudiante obliga a aterrizar las ideas, a acercar tus análisis, tus fuentes y tus argumentos a alguien con interés en lo que vas a contar, pero que desconoce los tecnicismos y el entramado teórico que sustenta tu trabajo. Eso implica encontrar el lenguaje y la manera de llegar, sin perder un ápice de rigurosidad en el contenido. Contarlo bien y contarlo bonito. Enseñar y enganchar. A esto se añade el coincidir con un pequeño número de colegas que trabajan temas próximos y te dan la oportunidad de pensar y repensar. Con suerte, compartes largas conversaciones, de esas que ensanchan la mente y reconfortan el corazón. ¿Puede haber algo mejor?

Asimilando aún las buenas sensaciones de La raíz rota, nuestro curso de este año en el aula de Vigo del centro asociado de UNED Pontevedra, choqué incrédula con la noticia de que la Generalitat de Carlos Mazón había vetado un curso de verano de la Universitat de València. No lo había prohibido (ya sería el colmo recuperar la censura educativa), sino vetado como curso de formación para el profesorado de secundaria. Es decir: a pesar de ser un curso acordado con el Cefire, el Servicio de Formación del Profesorado, de repente dejó de estar homologado. O lo que es lo mismo, cualquier profesora o profesor que haya seguido esta actividad no podrá sumarla como mérito a su currículum.

Lo peor de esta historia llegó con la sonora excusa de la Consejería de Educación para justificar su veto: “La ideología debe estar fuera de las aulas”. Una se imagina con una frase así que el contenido del curso va de cómo lavar el cerebro adolescente a favor de una ideología partidista, en el mejor de los casos, o de derribar la democracia y sus consensos, en el peor. Pero resulta que era un curso sobre el antifascismo en la historia, organizado por el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea y con una nómina de ponentes llena de profesionales de prestigio consolidado, como Hugo García, Sandra Souto, Assumpta Castillo, Laura Branciforte o el coordinador, Aurelio Martí.

Ante la frase de la consejería, se me plantean dos interrogantes. El primero es si trabajar sobre un contenido implica adoctrinar en él. ¿Debemos entender entonces que estudiar las cuevas de Altamira busca fomentar la supervivencia en las cavernas como solución al problema de la vivienda? ¿Quieren los organizadores de otro curso homologado por el Cefire y centrado en los enfoques pedagógicos para la enseñanza del sufrimiento en la historia crear una generación de torturadores y máquinas de matar? Las preguntas absurdas se responden por sí solas.

La segunda cuestión es si realmente la ideología está fuera de las aulas y, más aún, si debe estarlo. Y qué ideología. ¿No son los valores democráticos y constitucionales un sistema ideológico? ¿Y los derechos humanos? ¿De verdad queremos erradicar su estudio o, por el contrario, consideramos que es necesario reforzar la pedagogía democrática y la defensa de que aquellos valores que asumimos como pilares de nuestra sociedad y nuestra convivencia? ¿A qué demócrata le puede parecer mal que la educación forme ciudadanas y ciudadanos?Cierto es que en 2007 ya escuchamos que enseñar Educación para la Ciudadanía era “colaborar con el mal” y vimos al Gobierno autonómico valenciano, como al de Madrid, boicotear con orgullo la asignatura, promoviendo incluso la objeción a cursarla pese a ser obligatoria. Veinte años después, se mantiene el mismo discurso antisistema, aunque ahora lo llaman concordia.

viernes, 8 de agosto de 2025

"LA PALABRA ODIO". Martín Caparrós, El País 26 JUL 2025

Cuando un grupo confuso no tiene nada en común, nada lo acopla tanto como inventarse un odio compartido

Dime a quién odias y te diré quién eres”, no dijo nunca ningún profeta, ningún filósofo barbudo, y sin embargo pocas frases definirían mejor los días que vivimos, las personas que somos.

La palabra odio nos viene del latín, faltaba más, pero fue cambiando con el tiempo: si al principio se refería a algo que no nos gustaba o incluso nos enojaba —inodiare es el origen de enojar— en algún momento la palabra dio el salto cualitativo necesario para que la Academia, tan comedida, defina odio como “antipatía y aversión hacia algo o alguien cuyo mal se desea”. Y entonces todo cambia: una cosa es detestar a algo o alguien; otra muy distinta aborrecerlos lo suficiente como para desearles —si no causarles— algún mal. Allí donde la aversión o el rencor pueden ser pasivos, el odio actúa: se hace cargo de lo que piensa o siente y ataca en consecuencia.

Hay por lo menos dos odios muy distintos. El odio personal acepta tantas causas que es casi un capricho: fulano cree que mengano lo ha perjudicado en un negocio o un amor o una partida de mus y decide odiarlo de todo corazón. Son odios que, en general, no van muy lejos: la barra del bar o la mesa familiar o la oficina y se manifiestan, cuando lo hacen, en pequeñas putadas. (La palabra putada es tan hispana, tan apropiada para el odio personal: perjudicar al otro un poco, molestarlo, intrigar en su contra.)

El odio colectivo es otra cosa. Desde siempre —o algo muy parecido a siempre— fue el mejor instrumento de control y movilización sociales. Sin grandes esfuerzos, con imaginación escasa, los odios permitieron que se formaran grupos, sociedades, y dentro de esas sociedades grupos que se unían porque odiaban más o menos lo mismo. Cuando un grupo confuso no tiene nada en común, nada lo acopla tanto como inventarse un odio compartido.

No suelen ser originales. El odio, en general, es perezoso: no hay ninguno más fácil de imponer que el odio al otro —el “otrio”— en cualquiera de sus formas. El otro, en nuestras historias, es definido por ciertos rasgos básicos: el color de su piel, sus costumbres, sus dioses y santitos. La presencia de gentes diferentes casi siempre alcanzó para que jefes sin escrúpulos consiguieran convencer a seguidores sin cacúmenes de que esos otros eran el mal y había que atacarlos, aniquilarlos si cabía.

Así, gracias al odio, se fue armando la historia. El otrio permitió y potenció los peores liderazgos. Y, en general, cuando un pueblo sufre y no consigue entender por qué, no hay nada más fácil que convencerlo de que la culpa es de esos otros y que deben por lo tanto odiarlos en todo el sentido de la palabra odio: desearles el mal, causarles el mal, hacer todo para tratar de destruirlos.

En los últimos 80 años, sin embargo, el odio tuvo mala prensa. Esa sobredosis brutal que fue el nazismo nos dejó casi vacunados y últimamente nadie reivindicaba el odio: quedaba feo, sonaba viejo y rencoroso, perdedor. Si algo ha cambiado en la última década es que el odio ha recuperado su legitimidad y su potencia. El expresidente argentino J. Milei dijo hace unas semanas que “no odiamos suficiente a los periodistas” y le dio tanto placer oírse que no para de repetirlo; el futuro expresidente norte­americano D. Trump dijo en su fiesta nacional que odia a los demócratas —además de los inmigrantes, empleados públicos, chinos, mujeres y demás céteras. Y, en general, hablar con odio ha vuelto a ser un gran negocio.

Ahora hay en España un partido más o menos legal y unos grupos más o menos clandestinos que ponen en escena los mecanismos más básicos, más clásicos del odio: la sinergia entre unos energúmenos con pantalla que convocan a odiar a algún tipo de otro —los inmigrantes, los infieles, los zurdos, los diversos diversos— y unos energúmenos con palos y disfraces que completan ese odio con su fuerza bruta. Su estrategia es muy simple: implantar en algunos los gusanitos de su propio odio, despertar en otros el odio contra ellos y, uno más uno, conseguir que todo el escenario sea un choque de odios: allí ganan.

No pretendo disfrazarme de hare krishna y predicar que el odio se detiene con amor: el amor no tiene nada que ver en todo esto, salvo esa variedad babosa y vergonzante que se profesan los que se reúnen alrededor de su odio. Ni amor ni odio contra ellos: la ley, nomás, que no hay nada más desalentador que perder la libertad por creerse más libre que nadie.

La libertad no tiene grados: no hay libertad cuando algunos la tienen más que otros. Ni hay libertad cuando, so pretexto de ejercerla, se recurre al odio.

miércoles, 6 de agosto de 2025

"PURO, BLANCO Y LETAL". Irene Vallejo, El País 27 JUL 2025

El azúcar, impulsor de la civilización capitalista, pasó de ser un producto de lujo a incorporarse al consumo de masas

Verás caballos desbocados derribar todas las barreras a su paso, verás bípedos que se jactan de ser imparables. Aseveran las teorías, escritas en el manso papel, que los mercados son capaces de regularse, que los líderes mantienen la cabeza fría, que el poder se modera en su propio ejercicio, que sigilosos límites detienen los peores atropellos. Sin embargo ciertos negocios e intereses se vuelven tan gigantescos que ninguna resistencia parece capaz de frenarlos. Galopan con un viento de intimidación y dominio acariciándoles las crines. Un decepcionado Tucídides escribió: “Por necesidad de su naturaleza los seres humanos dominan tanto como su poder les permite”. El autocontrol de los ávidos es una criatura de ficción.

Entre las más antiguas crónicas de dominación, ambiciones y riqueza destaca, simbólico, el negocio del azúcar, conocido en Asia hace más de mil años. Poseía el halo casi inalcanzable del privilegio y la dificultad: la receta de su fabricación era larga y laboriosa, mucho más que la sal. Exclusivo y codiciado, lo amaron durante siglos los emperadores chinos, rajás indios, califas egipcios, cortesanos persas y príncipes herederos. Existían otros edulcorantes como la miel, accesibles y universales, pero la dulzura más anhelada es siempre la del lujo.

En su ensayo Azúcar, una historia de la civilización humana, Ulbe Bosma describe cómo el sector azucarero impulsó la génesis de la civilización capitalista. Cuando el endulzante blanco se convirtió en objeto de deseo en Europa, españoles y portugueses fundaron haciendas en sus imperios de ultramar, en el clima propicio del Caribe. Pronto comprendieron que necesitaban mano de obra capaz de grandes esfuerzos bajo el intenso calor y la humedad de las plantaciones. Lo que siguió fue una historia de crueldad espeluznante a una escala inimaginable. Entre la mitad y dos tercios de la población africana esclavizada se destinó a las plantaciones de azúcar, donde se trabajaba en condiciones de extrema dureza y brutalidad. En su novela Azucre, Bibiana Candia explora un episodio poco conocido, el descenso a los infiernos de un grupo de adolescentes gallegos, reclutados tras un invierno que aniquila las cosechas, con la promesa de enriquecerse rápido. Su viaje a las fiebres, al encierro, al trabajo extenuante, a los castigos y mutilaciones sobrevivió en un testimonio verídico, las cartas reales enviadas desde Cuba pidiendo ayuda. Bibiana Candia recrea la pesadilla: “Dale caña, arrea. Y nosotros, unos con una hoz de mango corto, otros con machetes, agachados agarrando el tallo de hojas ásperas. Dale caña, sigue. No solo hay que tener cuidado de no cortarse las manos, también las piernas corren peligro. Las propias y las de los otros, sobre todo porque cuando el movimiento está mecanizado uno ya no mira. Sigue, corta, arrea. El látigo vuela como una serpiente”.

Desde su origen, el incipiente capitalismo bursátil del norte de Europa se alió con este lucrativo comercio. Entre las más antiguas del mundo, la Bolsa de Ámsterdam fue fundada en 1602 por la oscura Compañía de las Indias Occidentales. Las acciones nacieron como participaciones en barcos que secuestraban personas en África, las vendían en América para ser esclavizadas en las plantaciones y, con el beneficio, compraban azúcar para los mercados del viejo continente. En la pintura barroca flamenca, la mayoría de los personajes que posan en la penumbra, serenos y satisfechos, vestidos con suntuosos tejidos, amasaron su riqueza gracias a esos tráficos. Hoy, los defensores del mercado suelen reclamar la máxima libertad, olvidando que la nueva era comercial se edificó sobre la esclavitud.

La documentación habla de rutas comerciales, de grandes fortunas, de una realeza económica de familias azucareras y vidas silenciosamente truncadas. Cuando las leyes abolicionistas se impusieron gradualmente, nuevos abusos laborales sustituyeron a los previos. Los beneficios del dulce granulado crearon durante siglos enormes infortunios e ingentes fortunas. De hecho, el término Sugar Daddy, todavía en nuestros labios, remonta a principios del siglo XX en Estados Unidos, cuando los dueños de las azucareras alardeaban de su patrimonio con el trofeo de amantes jovencísimas. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 1 de agosto de 2025

"Los agricultores africanos reclaman su derecho a plantar semillas autóctonas, prohibidas en seis países". Rodrigo Santodomingo, El País 24 JUL 2025 .

Las leyes de Kenia o Tanzania solo autorizan la venta o intercambio de simientes certificadas, normalmente propiedad de multinacionales agrícolas y genéticamente modificadas. Grupos de campesinos denuncian que se les niega el derecho a elegir

La cosecha de 2014 resultó nefasta para Francis Ngiri, un agricultor de Makongo, pequeña localidad al sur de Kenia. El azote de El Niño fue especialmente virulento ese año, con lluvias torrenciales que anegaron millones de hectáreas, entre ellas la plantación de mijo y garbanzos que Ngiri cultivaba con semillas certificadas compradas a una empresa agroindustrial. Para hacer frente al coste de las semillas y sus correspondientes insumos (fertilizantes y pesticidas químicos), Ngiri había pedido un préstamo al que no pudo hacer frente tras el exiguo rendimiento de sus tierras en aquella temporada fatídica.

Desencantado y en quiebra, Ngiri decidió volver a las semillas indígenas que los campesinos africanos llevan siglos guardando o adquiriendo mediante trueque y compraventas informales. Él ya lo había hecho, enseñado por su padre, antes de pasarse temporalmente a la agricultura intensiva. Aparte de retomar el trabajo en el campo a la vieja usanza, Ngiri creó en 2015 un banco de semillas autóctonas que, cuenta orgulloso por videoconferencia, hoy atesora 124 variedades.

En teoría, su repositorio debería servir únicamente como curiosidad antropológica o museo de prácticas agrícolas de antaño. Con la ley en la mano (la normativa original data de 2012, con actualizaciones posteriores), intercambiar o comerciar con semillas no certificadas —aquellas sin derechos de propiedad porque no son de nadie— está prohibido en Kenia. Los castigos oscilan entre multas de 240 euros y penas de cárcel de hasta dos años. “Aún no se han producido arrestos, ya sea por falta de voluntad política o por la discreción de los agricultores, pero el peligro está ahí”, explica Ngiri. Un resquicio habitual para sortear la ley, prosigue, es que las semillas sin certificar se oferten en forma de grano, es decir, como alimento directo.

Él y otros 14 campesinos se han embarcado en una batalla legal para tumbar los artículos más punitivos de la ley keniana. “¿Cómo no oponernos a un tipo de regulación que impide que preservemos nuestra biodiversidad?”, se pregunta Ngiri, quien asegura que la última vista del proceso jurídico se celebró en mayo y se prevé que el juicio como tal arranque en septiembre. Desde Greenpeace, Elizabeth Attieno resume el núcleo de lo que dirimirán los tribunales: “El derecho de los agricultores a plantar lo que quieran y cuando quieran”.

Otros cinco países subsaharianos también prohíben que sus labriegos utilicen semillas indígenas. Según un reciente informe de la Alianza para la Soberanía Alimentaria en África (AFSA, por sus siglas en inglés) y otras entidades como Swisaid, así ocurre en Tanzania, Malaui, Namibia, Chad y Sierra Leona. Sobre el papel, incluso regalar semillas no certificadas es delito. En Europa, tal severidad se da en dos países: Reino Unido y Bielorrusia. Y en toda Asia, solo en Pakistán.

Uno de los autores del informe de AFSA, Simon Degelo, asegura que han diseccionado la legislación de todo el continente y que, se estén o no aplicando las leyes, tras su lectura “queda meridianamente claro” que en esos seis Estados queda proscrita la libre circulación de semillas nativas. Aun así, Aggie Konde, vicepresidenta de AGRA, el principal lobby a favor de la agricultura intensiva en África, niega la mayor: “En ningún país africano se prohíbe el intercambio de semillas indígenas; solo se protege la propiedad intelectual de las semillas mejoradas”, expresión habitual para referirse a certificadas, que suelen haber sufrido algún tipo de modificación genética. Consultada de nuevo tras las declaraciones de Konde, Elizabeth Attieno, de Greenpeace, no sale de su asombro: “¿De verdad no tienen nada mejor que decir que negar lo evidente?”.

Bajo esta dureza legislativa subyace un enconado debate sobre el futuro de la agricultura en África. La discusión pivota en torno a la seguridad alimentaria, que para AGRA y otros defensores de la vertiente agroquímica estará permanentemente amenazada si el continente no se mueve hacia un modelo más intensivo. Pocos cuestionan que, en circunstancias normales, las semillas certificadas producen mejores cosechas, al menos en cuanto a cantidad. La vicepresidenta de AGRA señala que, según los datos que maneja su organización, las variedades índigenas “rinden un 70% menos que las mejoradas”, mientras que estas últimas “solo cubren el 30% de los campos africanos”.
Nexo identitario

La ecuación se complica si añadimos otros factores como el coste de producción o la resiliencia. “Cojamos el ejemplo del maíz. Las variedades de [semillas] locales pueden dar 300 kilos por hectárea, y las certificadas enriquecidas con vitaminas, 1.200 kilos”, afirma Samuel Arop, responsable en Uganda de Farm Africa, una ONG que opera en varios países del continente y apuesta por un “enfoque dual”. “El problema”, continúa Arop, “es que tienes que comprar certificadas todos los años, necesitas insumos para que rindan bien y son más propensas a plagas y a padecer los efectos del cambio climático que las indígenas, mejor adaptadas a zonas ecológicas específicas”. Para azuzar más la conversación, en ella se cuela el apego de las comunidades hacia “semillas que han pasado de generación en generación y contienen un fuerte componente de identidad cultural”, apunta Arop. Konde zanja esta última cuestión tirando de pragmatismo: “No estoy segura de que a nuestros ancestros les guste que los africanos sufran de malnutrición”.

Aunque no ocultan su preferencia por la agroecología y su rechazo al tándem químico/transgénico en los cultivos, AFSA, Greenpeace y otras voces insisten en resituar el debate hacia el mero derecho a elegir. Degelo recuerda que él no se mete en “cuál de las dos opciones es mejor”. Su interés radica en alertar sobre legislaciones draconianas que impiden que “los campesinos puedan optar por lo que consideran que más les conviene”.

Sobre los motivos para criminalizar el uso de semillas tradicionales, Degelo observa una mezcla de “ignorancia e intereses externos”, con la lucha por el relato agrícola en África sobrevolando la acción de los parlamentos nacionales. “Los políticos que aprueban estas leyes suelen estar muy lejos de la realidad del campo y, con frecuencia, compran la idea de que las semillas indígenas son malas y están pasadas de moda. Mientras, las empresas y lobbies del agronegocio hacen muy bien su trabajo al invitarles a eventos por todo lo alto para formarles en modelos más eficientes de agricultura”, sostiene. “Sorprende ver carteles de empresas que publicitan semillas certificadas en las sedes de nuestras instituciones agrícolas”, añade el agricultor keniano Francis Ngiri.

Para Edwin Baffour, de Soberanía Alimentaria Ghana, impedir que los campesinos utilicen semillas si estas no han sido generadas en un laboratorio (normalmente a miles de kilómetros de África) supone un disparate que agrava la dependencia del continente. “Cualquier día, EE UU u otro país puede frenar en seco la exportación de semillas a África. ¿Qué haríamos entonces?”, argumenta. Según Baffour, hay además algo aberrante en la privatización de los procesos naturales: “Las semillas son un bien común como la lluvia, el sol o el aire que respiramos”.

jueves, 31 de julio de 2025

"LA CORRUPCIÓN Y SUS TIPOS". Daniel Innerarity, El País 25 JUL 2025

El entonces ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro,
en una foto de 2018
Hacer distinciones está mal visto, pero es imprescindible para entender las distintas causas, consecuencias y soluciones

Los tipos que se corrompen son igualmente impresentables, aunque los tipos de corrupción pueden ser diferentes. Ya sé que hacer distinciones suele ser duramente castigado con la descalificación que merecen quienes intentan justificar una de ellas, pero mi oficio me obliga a entender antes de juzgar y a que, si hay que condenar, la condena no se lleve por delante los matices que son necesarios. No para librar a alguien, sino para juzgar a cada uno con la dureza que se merezca, sin caer en esa condena generalizada (a todos, a la clase política, al bipartidismo o al sistema), un tipo de condena que beneficia, por cierto, a los culpables.

Columnistas airados y dirigentes investidos de superioridad moral pero escasos de cultura democrática calificaron el caso Cerdán como “corrupción sistémica” o como una amenaza estructural a la legitimidad del sistema democrático, quemaron las palabras antes de que pudiéramos usarlas para lo que realmente significan.

Ese tipo de corrupción —muy grave, sin duda— no constituye por sí mismo una captura del Estado ni una quiebra institucional del interés general. La exageración retórica les deja, ahora, sin espacio semántico y político para calificar con precisión algo mucho más grave: un caso como el de Cristóbal Montoro, donde no se trata simplemente de personas que se corrompen ante la ley, sino de personas que, desde el poder, corrompen la ley.

El primer caso necesita de una solución penal: la justicia puede restituir el equilibrio. El segundo necesita también de una intervención política: para restituir el equilibrio no basta con el poder de los jueces, hace falta también el poder del Parlamento para cambiar las leyes que han sido corrompidas. La paradoja es que han querido construir un problema político a partir de un asunto penal (el caso Cerdán), pero ahora se enfrentan a un caso (el de Montoro), que, además de la penal, sí tiene una dimensión política profunda. Porque cuando se legisla al dictado de intereses privados, no hablamos ya de moral privada, sino de colonización institucional.

Tratándose de corrupción, hay quien no distingue por incapacidad y quien no lo hace por interés. Como estamos acostumbrados al nada creíble “y tú, más”, la gente se pone en guardia cuando alguien trata de establecer alguna distinción, como si estuviera tratando así de restarle importancia o distribuirla en cada uno de los casos según su conveniencia. La cuestión es si queremos exagerar la corrupción ajena para salvar a los nuestros, si queremos condenar indistintamente a todos para disfrutar de una atalaya moral personal o si queremos entender lo que pasa y juzgarlo con la severidad que se merece.

Distinguir no es relativizar, sino analizar las diferentes situaciones para impedir las relativizaciones. Que un asesinato no sea lo mismo que un genocidio no le quita gravedad a ninguno de los dos hechos, pero quien los confundiera estaría cometiendo un error —por exceso o por defecto— que debilita su argumentación y puede tener graves consecuencias políticas. La democracia exige no solo condenar la corrupción, sino pensarla con rigor y nombrarla con precisión. Porque si no distinguimos acabamos creyendo que todo está podrido, que no hay salida, que da igual quién gobierne. Y eso es tanto como rendirse al cinismo, que es la antesala del autoritarismo.

Que haya distintos tipos de corrupción no redime a los infames tipos que la practican; tener en cuenta estas distinciones nos libera de la confusión que desean quienes se benefician de la confusión. Condenemos, pues, toda corrupción, sin corromper de paso ninguna de nuestras capacidades analíticas. La pereza intelectual es también una forma de corrupción. Distinguir es más difícil que confundir, pero esto último suele ser moralmente reprobable y muy dañino políticamente.

miércoles, 30 de julio de 2025

"CARTA PARA LOS QUE VUELVEN CREYENDO QUE YA NO SON DE AQUÍ". En 'Merindades y valles de la Cantabria burgalesa'

A vosotros, los que regresáis en verano con el maletero lleno y la cabeza en otra parte:

Sé que nacisteis aquí, o que vuestros padres lo hicieron. Que os criasteis corriendo por las mismas calles de tierra y sombra, que bebisteis del mismo pilón que ahora os parece sucio. Algunos os fuisteis de jóvenes, en busca de trabajo, de estudios, de otra vida. Y está bien, nadie os culpa por marcharos. Marcharse también es parte de vivir en esta tierra.
Pero cada año, cuando el calor aprieta y Bilbao, Vitoria o Madrid se os vuelven insoportables, volvéis. Volvéis a Quincoces, Quintanilla, Cadiñanos, Torme, Sedano, a Pedrosa, a Valdelucio. Decís que venís "al pueblo", pero lo hacéis como quien visita un decorado antiguo. Y a veces —aunque os duela o no lo veáis— volvéis con una actitud que ya no es la del que pertenece, sino la del que exige.

Os molesta que no haya cobertura, que el pan no llegue hasta tarde, que la misa sea a las ocho “como siempre”, o que no haya bar. Pedís que se abran piscinas, que se limpien caminos, que se iluminen plazas que en enero están vacías. Queréis pueblo, pero a la carta. Queréis raíces, pero sin polvo.

Y mientras tanto, los que estamos aquí todo el año —los pocos que quedamos— os vemos llegar con cariño… y con cierto cansancio. Porque durante meses, nuestro pueblo resiste en silencio. Con pocos, con mayores, con frío, con hospitales lejos y bancos cerrados. Y en agosto, el pueblo se llena. Se llena de risas, sí. Pero también de voces que dan órdenes, de quejas que suenan a desprecio, de actitudes que olvidan que esto sigue siendo hogar, aunque haya menos gente.

Vosotros sois de aquí. Nadie os lo niega. Pero ser de aquí también implica cuidar, no solo venir a disfrutar. No se trata de traer regalos ni dinero. Se trata de venir con respeto, con humildad, con ganas de escuchar a quien se quedó. Porque quien se queda, a veces sin querer, os sostiene el recuerdo. Y sin ese recuerdo, ya no habría pueblo al que volver.

No somos empleados de vuestra nostalgia. Somos vecinos. Y aunque nos alegra ver las calles con vida unos días, también duele ver cómo a veces os alejáis más cuanto más cerca estáis.

Así que, si vais a venir —que ojalá sigáis viniendo—, volved con el alma abierta. No como turistas en su tierra, sino como parte de ella.

Porque tu pueblo no necesita que le traigas modernidad. Lo que necesita es que lo mires de frente, sin vergüenza. Que lo entiendas.

Que lo abracéis como es. Y que no os olvidéis que, aunque viváis lejos, nunca habéis dejado de ser de aquí. Solo hace falta que os lo creáis de nuevo.

Con respeto, Uno que regresó y se quedó.

Texto (adaptado a nuestra área) de Comarca de Aliste.

"NETANYAHU USA EL HAMBRE COMO ARMA DE GUERRA". Gadi Algazi, El País 20 JUL 2025

El primer ministro israelí está ejecutando un plan premeditado de hambruna para arrinconar a la población palestina en el sur de la Franja. ...