|
El escritor Arturo Pérez-Reverte, con Pablo Motos, el pasado lunes 7 de novieembre en 'El Hormiguero'. |
ss
Los politólogos ven un salto cualitativo en el discurso contra todo lo público y advierten de sus riesgos, con la mirada puesta en EE UU. “El PP se ha prestado a este juego pese a que refuerza a Vox”, advierte una experta
“Me ha gustado hoy el Rey: templado y valiente, aguantando y dando la cara mientras Sánchez se largaba y a Mazón, como es bajito, no se le veía. Lo que no comprendo es cómo se ha presentado allí acompañado de esa gentuza”, tuiteó el escritor
Arturo Pérez Reverte, de 72 años (2,57 millones de seguidores en la red social X), tras los
incidentes en Paiporta (Valencia). “El Rey, que no tiene poder ejecutivo, se queda a dar la cara. Pedro Sánchez, que lo tiene, huye. Un Rey que sufre por su pueblo y un presidente que lo desprecia”, publicó ese mismo día, en su cuenta de Instagram (319.000 seguidores), Victoria Federica, influencer de 24 años y sobrina de Felipe VI. Jaime de Olano, diputado, portavoz adjunto del Grupo Parlamentario Popular, definió a Sánchez como “cobarde” y “mezquino” en redes y retuiteó el mensaje de un periodista que le llamaba “rata”. Los profesionales de la seguridad que evacuaron al presidente consideraron que quedarse habría agravado el riesgo para todos, incluidos los Reyes, a los que el jefe del Ejecutivo acompañaba en una visita
solicitada por La Zarzuela a la zona más afectada por la dana. ¿Repararon en ello quienes hablaron de cobardía y no condenaron la violencia, o prefirieron sumarse a la opinión que creían más popular en un momento de comprensible indignación ciudadana?
Al día siguiente, 4 de noviembre, Pérez Reverte estaba sentado en el plató del programa más visto esa jornada, El Hormiguero, donde se refirió a los políticos —a todos— como “banda de irresponsables y de canallas”. “Tenemos una clase política que ha hecho de esto un negocio, su negocio, y nosotros somos peones, piezas de ese juego (...) Nuestra desgracia se llama clase política española (...) Sé que si fuera un joven ahora tendría mucha más desesperación, mucha más desolación, mucha más rabia, ganas de ajustar cuentas. Mi generación fue privilegiada. Yo crecí en los años sesenta y setenta, cuando el franquismo estaba en descenso, fui un joven afortunado. Ahora nacen sabiendo que la derrota es más posible que la victoria”, dijo.
Puede parecer crítica política, ese ejercicio sano y necesario que se vuelve imprescindible tras una tragedia para
tratar de evitar o minimizar los daños en el futuro —la de Valencia no será la última dana y, una vez constatado el retraso en el mensaje de alerta de la Generalitat valenciana,
la agenda de su presidente ese día y la
actuación de alguna de sus consejeras, queda pendiente analizar qué habría ocurrido si el Gobierno central hubiese decretado el nivel 3 de emergencia nacional y asumido el mando del operativo—. Pero es antipolítica, algo muy distinto, que “daña la democracia”, interpreta la
politóloga Pilar Mera, profesora del departamento de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED; y que “puede llevarnos a una
ola de populismo como la que padece EE UU”, según
José María Lassalle, profesor de Filosofía del Derecho, consultor, exdiputado del PP y secretario de Estado en los gobiernos de Mariano Rajoy.
No es un fenómeno nuevo. El discurso del “Estado fallido” —una consideración que tiene, por ejemplo, Somalia—; el “España, nación sin Estado” —que proclamó la diputada popular Cayetana Álvarez de Toledo—; o la manipulación del eslogan solo el pueblo salva al pueblo. Todo ello es tan antiguo como Falange Española de las Jons, partido fascista y residual cuyo último programa electoral (2023) reza: “No creemos en la democracia liberal de partidos en la que se estafa descaradamente al pueblo en pos de intereses meramente privados”. Pero la antipolítica ha dado un salto cualitativo al salir de los círculos extremistas para instalarse en el prime time, en voces reconocidas y queridas por el gran público. Se expande de la mano de sus tradicionales aliados —la desinformación, la demagogia, el miedo—, bien asentada en un creciente recelo hacia las instituciones y los partidos políticos —en España, la confianza es 14 puntos porcentuales más baja que la media de la UE— y acelerada por la comprensible indignación ciudadana ante una catástrofe natural que pudo haber sido mucho menos devastadora,
como revelaron a este diario profesionales de los equipos de respuesta ante emergencias.
El uso del dolor
“La dana”, explica Mera, “abre una nueva ventana de oportunidad y visibilidad para este discurso, porque en ese contexto es muy difícil ir a la contra sin que parezca que estás negando las consecuencias trágicas del desastre”. “Esa es siempre la estrategia de la antipolítica: utilizar el dolor real de las víctimas, porque es a través del dolor por donde empiezan a colarse los mensajes simplistas. En los últimos días hemos visto muchas alusiones al franquismo. La democracia tiene sus defectos, es necesario criticar la gestión, pero la alternativa no puede ser mirar con nostalgia un régimen donde no había libertad ni derechos”, apunta.
Sánchez-Cuenca: “Me aterra que personas que tienen un buen dominio del lenguaje utilicen su talento para deslegitimar aún más a la clase política. Puede ser muy popular, pero es una trampa: el problema no es la política, son algunos políticos, los malos políticos”
Pablo Motos dedicó 15 minutos de la entrevista a la última novela de Pérez Reverte, que salió a la venta el pasado 8 de octubre, y casi 45 a la política. Entre sus preguntas incluyó uno de los bulos más recurrentes estos días: “No puedo olvidar la frase de Pedro Sánchez cuando dice: ‘Si quieren ayuda, que la pidan’. Estás viendo a la gente ahogarse. Los primeros días son imprescindibles para encontrar supervivientes. ¿Cómo se puede tener esa indiferencia por la vida de las personas?”, planteó. Lo que el presidente realmente había dicho fue: “Quiero reiterar a la ciudadanía lo que, desde el primer momento, todos los miembros del comité de crisis del Gobierno de España y yo personalmente he trasladado al Govern de la Generalitat Valenciana y al presidente Mazón: El Gobierno central está listo para ayudar. Si necesita más recursos, que los pida. No hace falta priorizar unos municipios sobre otros, ni jerarquizar tareas. Se prioriza cuando faltan medios y ese no es el caso. No tiene que pasar”. Es decir, no estaba racaneando la ayuda, como podía deducirse de la frase mal transcrita, sino que se ofrecía a aportar todo lo que la Generalitat pidiese.
El escritor Juan Manuel de Prada publicó en Abc: “Estamos mostrando al mundo que España es un Estado fallido gobernado por hijos de la grandísima puta (...). Si los españoles de hogaño no tuviéramos horchata en las venas, tendríamos que ahorcarlos y después descuartizarlos”.
Ignacio Sánchez-Cuenca, autor de
La desfachatez intelectual, un libro que analiza “cómo muchos de los intelectuales españoles de mayor prestigio participan en el debate público de manera frívola y superficial”, afirma: “Los intelectuales tienen cierto olfato para saber qué está pasando en la sociedad. Pérez Reverte o De Prada entienden que ese tipo de mensajes van a tener una buena acogida en buena parte de la opinión pública y no los lanzan en un medio marginal o en un canal de YouTube, sino en medios tradicionales y de masas. El problema, y ellos lo saben, es que si todo lo que hay ha fallado, no queda más que probar una solución alternativa, como la que ofrezca Alvise [Pérez]. Y es un mecanismo que se retroalimenta: cuanto menos confianza social hay, mayores barbaridades dicen, y cuantas más barbaridades dicen, más atractivo se vuelve ese mensaje, el de que no hay salida salvo fuera del sistema. Me aterra que personas que tienen un buen dominio del lenguaje utilicen su talento para deslegitimar aún más a la clase política. Puede ser muy popular, pero es una trampa: el problema no es la política, son algunos políticos. Los malos políticos”.
“Durante un tiempo”, comparte Lasalle, “la antipolítica estuvo marginada: por los medios de comunicación y por los partidos. Pero ahora tiene una potencia de fuego inédita”. Al igual que los demás expertos consultados, cree que algunos políticos han puesto de su parte, tirando piedras contra su propio tejado. “La antipolítica se alimenta de emociones y conecta muy bien con las dinámicas de la conspiración. En la medida en que la política no es transparente a nivel institucional y no proyecta ejemplaridad, favorece ese relato sobre lo oculto. Aparece una pseudo-élite para acompañar ese discurso del misterio, como
Iker Jiménez y los supuestos profesionales de la sociedad civil que le acompañan, y conectan, porque en un entorno de incertidumbre el misterio es tremendamente atractivo”.
La dana ha sometido a la industria del bulo a una actividad frenética, con medios de comunicación serios invirtiendo casi tanto tiempo en contar lo que no pasó como lo que pasó. Horizonte (Cuatro), una de sus fábricas, fue convenientemente señalada tras mentir sobre
las supuestas víctimas del aparcamiento de Bonaire, en Aldaia, donde aseguraron que había muchos cadáveres y finalmente no fue hallado ninguno. Pero, en su primera emisión tras el desmentido, una de sus colaboradoras, Beatriz Talegón, especuló ante 2,9 millones de espectadores únicos: “Alguien está generando caos para venir a imponer un orden. Me consta la operación de inteligencia, la trampa desarrollada en la que, por desgracia, algunos habéis caído. Esas fuentes que te han informado, Iker, estaban haciendo un trabajo”. Es decir, que los responsables de Horizonte no habían engañado a su audiencia, sino que fuerzas oscuras les empujaron a hacerlo.
Ya no es “polarización, es hostilidad”, subraya
Víctor Lapuente, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford y catedrático en la Universidad de Gotemburgo. “La desconfianza ciudadana en los políticos siempre había oscilado: si había problemas económicos o de corrupción, subía; si se recuperaba la economía, bajaba. Pero el rendimiento económico no se ha correspondido con una subida de la confianza, sigue habiendo mucha bilis antipolítica. Algo se ha roto. En situaciones de miedo e incertidumbre hay dos pulsiones psicológicas bastante estudiadas: la búsqueda del hombre fuerte y la necesidad de identificar a un culpable concreto, cuando los problemas complejos, como lo fue la crisis financiera, nunca tienen un responsable único, sino que obedecen a factores entrelazados. A veces han sido los judíos; otras, los inmigrantes; hoy el chivo expiatorio son los políticos en general, lo público. Y ya no podemos culpar solo a las redes sociales. Está en la televisión, en la comunicación de masas”. “Periodismo ciudadano”, presume Horizonte, el programa de Iker Jiménez. “Vosotros sois los medios de comunicación ahora”, ha dicho
Elon Musk, dueño de X (antes Twitter) y uno de los hombres que han llevado a Donald Trump de la mano hasta la Casa Blanca.
No ha sido de un día para otro. El 15-M disparó el interés ciudadano por la política. Las parrillas televisivas se llenaron de tertulias o programas políticos. Motos, que hacía un programa de entretenimiento, pasó a hablar de política. Jiménez, que hacía un programa de fantasmas y ovnis, también. Pero aquel interés, las ganas de involucrarse en lo público, se ha pervertido, según los expertos consultados. “La televisión”, explica la politóloga Pilar Mera, “estaba perdiendo: un dato de audiencia que ahora es un éxito hace años hubiera sido un desastre”. Y prosigue: “Es lo que explica que hoy haya, en la televisión, gente que ha querido sumarse a este carro, que además, es muy barato. Tertulias políticas adoptaron el formato de las del corazón, buscando el enfoque más espectacular y escandaloso. Pero no deberíamos tener miedo a decir que libertad de expresión no es libertad de mentir y que pluralidad no es colocar en situación de igualdad al científico que expone una realidad basada en el conocimiento con quien sale a especular. Curiosamente, hay políticos que han participado de esto, preocupándose más por el modo de comunicar que por lo que se comunica, jugando a la antipolítica. ¿Quién gana con eso? Quien se beneficia de generar caos.
Las influencers, los Iker, que monetizan la información falsa; quien confunde la solidaridad de la gente con llamadas a entes abstractos como ‘el pueblo’ cuando en realidad lo que están diciendo es: ‘Déjame a mí’; los Alvises, los que proponen alternativas políticas simplistas y populistas; Vox... Desde luego no ganan ni el PSOE ni el PP, que se ha prestado a este juego pese a ser el principal perjudicado, porque lo que hace es reforzar a quien le puede hacer más daño como alternativa”.
El decreto de las ayudas no está supeditado a los Presupuestos. De hecho,
se publicó en el BOE el pasado miércoles y está en vigor (aunque Sánchez, al anunciarlo, sí aprovechó para subrayar que los Presupuestos son, en la reconstrucción tras una catástrofe, “más necesarios que nunca”, y en esa misma línea han hablado otros miembros del Gobierno como María Jesús Montero y Carlos Cuerpo). El PP, no obstante, contribuyó a extender la idea falsa de que no habría ayudas sin Presupuestos.
Alvise Pérez, Vito Quiles, Javier Negre, Desokupa, Herqles... todos se desplazaron rápidamente a Valencia para lanzar, micrófono en mano, contenidos que no responden a los códigos deontológicos del periodismo. Mezclaron verdades con mentiras, ocuparon el espacio. “Llevo desde 2014 escribiendo sobre antipolítica y populismo”, afirma Lassalle, “y sigo sin saber cómo se ataja. “Lo que sí he aprendido —añade— es que el éxito de la antipolítica es, precisamente, nuestra reacción indignada. Ahí es donde encuentran la legitimidad de su discurso. No hemos sido capaces de entender la profundidad del fenómeno, y contemplarlo desde un desdén moral no sirve para neutralizarlo, lo alimenta. Tenemos que pararnos y pensar cómo frenar ese tsunami de desinformación y antipolítica. Es el gran reto que tenemos por delante”.