miércoles, 20 de noviembre de 2024

“YO ES UN OTRO”, O CUANDO COMPETIMOS CONTRA NOSOTROS MISMOS. David Becerra Mayor, elDiario.es 17 NOV2024

Los dos cuerpos de 'La sustancia'
Decía Jean-Paul Sartre que el infierno son los otros. La poeta Ángeles Mora discutía la premisa del existencialista francés asegurando que el infierno, lejos de ser el otro, está en nosotros. La poesía, al menos aquella que quiere luchar contra el inconsciente que la produce, debe indagar en el interior del individuo para encontrar allí el infierno que nos constituye, el otro que nos habita.

No es casualidad que en la poesía aparezcan tantos sujetos escindidos –o tachados o barrados, diríamos à la Lacan–: sujetos poéticos que se desdoblan para dialogar con ese otro que vive en su interior y le impide decir yo-soy, presentarse como una subjetividad plena y autónoma. La intimidad de la serpiente, de Luis García Montero (2003), se abre con un poema titulado Cuarentena, que escenifica un diálogo entre un poeta que ha alcanzado la madurez al cumplir los cuarenta años y el joven que fue, de veinte años, militante y comprometido, que impertinente le mira desde la fotografía y le sanciona la renuncia de los sueños por la mera supervivencia, la sustitución de la exclamación de la protesta por la interrogación de la duda, el cambio del corazón por la razón. En la conversación se reprochan imposturas y traiciones. La presencia de ese otro que le habita genera malestar en un sujeto que sin embargo no puede sacárselo de encima. No le queda otro remedio que convivir con él. A la manera ilustrada, en lugar de batirse en duelo con el enemigo que lleva dentro, inician una negociación para alcanzar consensos y lograr una convivencia pacífica.

En Casa de citas, publicado en Contradicciones, pájaros (2001), Ángeles Mora también se desdobla. La poeta se mira desde afuera y descubre que su poesía ha sido escrita por otra. Dictados por su inconsciente patriarcal, sus versos dialogaban con los grandes nombres de la literatura universal, “casi siempre varones”, que se daban cita en los paratextos. Si Walter Benjamin hablaba, en sus Tesis sobre la historia, del burdel del historicismo para referirse a la manera en que las clases dominantes acudían a la historia para vaciarla, violarla y hacerle decir lo que legitimaba su posición en el poder, Mora describe en este poema el funcionamiento de un burdel literario, esa “casa de citas” en la que se configura una historia literaria únicamente compuesta por ene hombres de prestigio que desplazan u opacan otras historias escritas desde fuera de los lugares prestigiados por la institución de la literatura. A diferencia de lo que ocurre en Cuarentena, en Casa de citas el yo no quiere llegar a ningún acuerdo con el otro del pasado, quiere extirparlo, establecer una ruptura en su inconsciente para, a partir de esa fisura, poder acaso alumbrar un inconsciente nuevo que sea capaz de rastrear las huellas de todas aquellas mujeres cuyas voces han sido borradas de la historia literaria.

“Je est un autre”, escribía, barrado, Arthur Rimbaud: “Yo es un otro”. No solo porque todos somos el otro de alguien, sino porque cobijamos un otro que determina nuestros pasos, nuestros gestos, nuestro lenguaje, y del que nos queremos desprender. Pero también el yo es un otro cuando se mira desde fuera, cuando la noticia que tiene de sí mismo es la imagen que le devuelve el espejo; el yo es un otro en la medida en que proyecta una imagen externa que no dice tanto lo que es como lo que quiere llegar a ser. Este desdoblamiento del sujeto entre lo que realmente es y la imagen que proyecta –desdoblamiento con constantes desajustes que inaugura una relación problemática del sujeto consigo mismo– está magníficamente narrada en la película La sustancia, escrita y dirigida por Coralie Fargeat y protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley. CONTINUA LEYENDO

martes, 19 de noviembre de 2024

"LIBERTICIDIO". Luis García Montero, El País

 Hay políticos que dicen amar a su país, pero olvidan todo lo que beneficia a su país

La historia nos ha enseñado que el fin no justifica los medios. La lucha por buenas causas se corrompe cuando en nombre de las ilusiones justas utilizamos medios que deterioran la convivencia. El siglo XX asistió a la falsificación de la palabra comunismo cuando Stalin impuso el terror en nombre de la justicia social. Hay dinámicas graves que no sólo alientan unos medios inaceptables, sino que olvidan o descuartizan sus fines. Asegurarse el poder por todos los medios acaba siendo el único fin. Los malos medios caracterizan el comportamiento de los que no tienen otro fin que su propia ambición, es decir, de los que traicionan el fin que dicen defender. Bueno es recordarlo ahora, cuando el neoliberalismo asalta de manera crispada la política de los países que tienen como fin una democracia social. Ya no vale identificar el progreso con la vida justa y la dignidad humana. En nombre de una libertad definida como la ley del más fuerte, el neoliberalismo desata la furia liberticida que rompe el Estado. Se trata de un camino sin escrúpulos hacia el autoritarismo.

Hay políticos que dicen amar a su país, pero olvidan todo lo que beneficia a su país. Los falsos patriotas son el mejor ejemplo de esta dinámica. Por amor a España van a Europa a trabajar contra los intereses de España. Por amor a la libertad financian la pseudoprensa que manipula la información y los jueces que hacen una pseudojusticia poco independiente. Por amor a España convierten el debate político en un espectáculo de insultos y crispaciones. Por amor a España utilizan el sufrimiento popular de una tragedia para extender discursos de odio.

España necesita una derecha democrática que se aparte del populismo liberticida de la extrema derecha. Pero hay quien considera que la democracia europea es ya, en medio de una pandemia neoliberal, la vieja dama que debe ser abandonada a su suerte en una residencia de ancianos.

lunes, 18 de noviembre de 2024

"DONALD TRUMP EN PAIPORTA". Xan López, El País

La oleada reaccionaria avanza para aplastar los “excesos” democráticos y sociales de la modernidad

Estos días he recordado un relato de Franz Kafka en el que un mensajero imperial debe entregar un mensaje crucial, susurrado a su oído por el propio emperador moribundo. Inmediatamente se pone en marcha, apartando con los brazos a las multitudes que se aglomeran en el palacio. Es un hombre “robusto, incansable”, que cuando encuentra resistencia de esas multitudes cuyo “número no tiene fin” puede señalar a su pecho, donde brilla el símbolo del sol imperial. Eso facilita su viaje, más que a cualquier otro hombre. Y, sin embargo, apenas es capaz de avanzar. Aunque consiguiera salir de la estancia imperial, todavía tendría que atravesar innumerables cortes, palacios y murallas, la inmensa capital imperial en el centro del mundo, su camino apenas comenzado obstruido por infinitos cuerpos entrelazados. Fantasea con llegar a los amplios campos, donde podría volar. Pero nunca llegará. Algunas veces ni los más capaces pueden hacer suficiente.

La noche del 5 de noviembre veo cómo las buenas gentes de Pensilvania, Míchigan y Wisconsin devuelven la presidencia de Estados Unidos a Donald Trump por un margen de apenas 250.000 votos. El mensaje sobre la necesidad de defender las instituciones frágiles e imperfectas de la democracia, a los más vulnerables, tampoco ha podido ser entregado. Aquellos que podían señalar a los viejos símbolos de autoridad, como la tradición constitucional estadounidense o el orden liberal internacional, tampoco han podido salir del palacio. Sí que ha sido entregado el mensaje de la dominación jerárquica, de la posibilidad de unirse al bando ganador aunque sea como el más miserable de los dominadores, siempre a punto de convertirse en la siguiente víctima. La oleada reaccionaria, una vez aplastados los “excesos” democráticos y sociales del siglo pasado, ya avanza para machacar lo que queda del espíritu universalista y emancipador de la modernidad.

Más cerca, leo cómo la alcaldesa de Paiporta llama a la delegada del Gobierno en Valencia la tarde del 29 de octubre. Mi pueblo se está inundando, le dice. No está preparado para esto. Va a morir gente. Ya está muriendo. La delegada a su vez llama por cuarta vez en ese día a la consellera responsable de emergencias. Una hora y pico más tarde la Generalitat lanza la alerta, pero ya es tarde. La dana de octubre de 2024 —convertida en más probable y feroz por el cambio climático— ha matado al menos a 223 personas. Los portadores de los símbolos de la ciencia tampoco han podido entregar el mensaje sobre el peligro creciente del cambio climático, sobre nuestra falta de preparación, sobre la necesidad de reducir lo más rápido posible las emisiones de gases de efecto invernadero. Sí que ha sido entregado, en Valencia como en otros lugares, el mensaje de recortar todavía más nuestra capacidad de respuesta, de reducir los impuestos a los que más tienen, de elegir a los peores gobernantes en el momento de mayor peligro.

Trump y Mazón representan la misma propuesta de gobernanza. Estos días es imprescindible hablar de ellos a la vez, aunque esa perspectiva más amplia desdibuje algunos detalles. Es mucho lo que comparten: el Estado como protector y botín para los míos, como disciplinador y ruina para mis enemigos. Unas instituciones que no están para proteger ni para regular ni para avanzar, sino para garantizar que cada uno permanezca en su sitio. El sálvese quien pueda, el gobierno de los negacionistas, el gobierno de los incompetentes. Ante esto, de nuevo, hay que entregar un mensaje desesperado: las infraestructuras, los protocolos y nuestros sentidos comunes del siglo XX, entre otras muchas cosas, no están preparados para el clima del siglo XXI. Si queremos sobrevivir necesitaremos un colosal esfuerzo de mitigación climática, antes de que cualquier adaptación se vuelva imposible. Necesitaremos una sociedad civil y unas instituciones más robustas, unos sindicatos más fuertes, unos partidos más audaces y un Estado que coordine y proteja ante una amenaza creciente. Este proyecto es el opuesto al proyecto reaccionario, cuyo mensaje sí se extiende por todo el imperio. El fascismo y la crisis climática poco a poco se están entremezclando en una única amenaza indistinguible.

Es fácil obsesionarse con que el fallo está en el propio contenido de nuestro mensaje. Si fuese más vehemente, más empático, más inteligente, si hubiese insistido en esta u otra cuestión, casualmente la que yo considero más importante, sin duda habría triunfado. Pero el problema no está en el mensaje susurrado en el oído, en si sus palabras contienen el encantamiento preciso. El problema está en que la autoridad de los símbolos que le abren paso puede ser la mejor disponible, pero hoy es insuficiente. En que nuestro mensajero no es capaz de atravesar a las multitudes a las que desesperadamente queremos alcanzar. Solo abandonando el prejuicio del perfeccionamiento eterno del mensaje podremos empezar a reconstruir nuestros símbolos y nuestros mensajeros.

Judah Grunstein, jefe de redacción de la World Politics Review, sugiere que la característica fundamental de nuestras sociedades es la falta de confianza. La proliferación de las teorías de la conspiración, la polarización, la fragmentación mediática, el auge de la xenofobia y las tensiones geopolíticas, pueden verse como respuestas inevitables a la falta de confianza entre países, en las instituciones, en los medios, en los demás. Las elecciones en Estados Unidos han sido un plebiscito contra la falta de confianza. Gradualmente, todas las elecciones son esas mismas elecciones. Los defensores de un proyecto imperfecto con una autoridad marchita se ven cada vez más impotentes para contener una marea que les rodea y que desborda todas las antiguas murallas. El proyecto de la dominación jerárquica, el de aplastar a alguien para ganar algo, parece más creíble que el del buen gobierno. Al menos para una mayoría frágil y volátil, desconfiada de sí misma, pero muchas veces suficiente.

Los mayores apoyos a Trump han estado entre la población que dice prestar ninguna o poca atención a las noticias sobre política. El vacío lo llena una red fluctuante de bulos y timos algorítmicos, perfectamente financiada, que produce una sensación de desconfianza omnipresente. Esa desconfianza juega incluso a favor de Trump: mucha gente no cree que vaya a hacer muchas de las cosas en las que lleva insistiendo meses. Estos son los nuevos mensajeros, que portan unos nuevos símbolos de autoridad. ¿Dónde están los nuestros? La mayoría fueron barridos por la revolución neoliberal. Como ya contaron Peter Mair o Ignacio Sánchez-Cuenca, vivimos las secuelas de una crisis profundísima de representación e intermediación. Todo un mundo de ideologías, partidos, sindicatos, asociaciones y medios, sostenes de un consenso que parecía eterno, fueron barridos en pocos años. El mensaje es similar al de antaño, algunas veces demasiado similar, pero cada vez son menos los que pueden entregarlo.

Decía Mario Tronti, después de la victoria totalizadora del capitalismo, que la forma más adecuada de hacer política sería ahora la de hacer oposición desde el gobierno. Pensamiento avanzado, que hoy se confirma. Todos los gobiernos de los antiguos símbolos parecen condenados a realizar una oposición permanente a poderes entregados a la erosión de la confianza. El realismo nos dice que llevamos tres o cuatro décadas siendo siempre oposición, remando a contracorriente. La ciencia nos dice que tenemos cada vez menos tiempo para evitar catástrofes insoportables. La restitución de unos símbolos y de unos mensajeros a la altura de estos peligros, más que el eterno refinamiento de un mensaje cada vez más impotente, es la tarea del presente. Una tarea previa, quizás más humilde, de infraestructura, de puro mecanismo. Es tentador soñar con los campos donde podríamos volar, pero todavía no hemos atravesado la primera muralla del palacio.

Xan López es activista climático y coeditor de la revista Corriente Cálida.

domingo, 17 de noviembre de 2024

"LA BATALLA PERDIDA". José Luis Sastre, El País

Estamos en una sociedad segmentada en grupos de seguidores y abocada a una polarización partidista. El mundo se explica en sus divisiones y las opiniones tienen más peso que los hechos

Algunas batallas se han perdido ya, o se han perdido de momento. Quizá nunca se dieron del todo. Mucha gente ha decidido confiar en los bulos y no sirve que esas falacias se demuestren falsas o que se desmonten con argumentos. No basta con los hechos para quien ha escogido creer y ha llegado a la conclusión, engaño tras engaño, de que a ellos no les van a engañar igual que a los demás. No se trata solo de las informaciones falsas que aparentan ser ciertas y que se difunden a menudo sin querer, de teléfono en teléfono; sino de las otras: las que provocan el miedo o el odio de manera deliberada porque pretenden que todo salte por los aires

Dijimos durante muchos años que las redes sociales no eran la vida real, pero que fuera un mundo virtual no lo volvía un mundo de ficción. Ahora, la información llega antes por las redes que por los medios convencionales, atrapados en la eterna e irresoluble crisis del periodismo. Ahora, la vida tiene dinámicas propias de las redes: logra más visibilidad quien más grite o polemice. Uno puede quedar proscrito por describir aquello que haya visto con sus ojos y, en cambio, puede saltar a la notoriedad por especular con todo lo que no haya visto. El resultado es una sociedad segmentada en grupos de seguidores, que mezcla la verdad con las mentiras y abocada a una polarización partidista. El mundo se explica en sus divisiones y las opiniones tienen más peso que los hechos. Al cabo, las opiniones son objetivas y los hechos, subjetivos.

La tragedia de Valencia ha demostrado de nuevo el alcance de los bulos y, más que eso, lo difíciles que son de combatir. Ofrecen una explicación rápida, aunque sea falsa, y alimentan la sensación de sospecha. Es probable que esa sea la única verdad que contengan, por encima incluso de su vocación de ser creídos: la vocación de que la gente no se crea nada más. Que sospeche. Que recele. Que no haya verdades y que la incertidumbre sólo pueda combatirse con sospechas. Una sociedad desconfiada y recelosa.

Para quienes han decidido creer, la batalla de los hechos está perdida. El periodismo deberá cumplir su función y contar aquello que esté demostrado, porque los hechos hacen más falta que nunca por mucho que los destierren. Pero con eso no alcanza y eso hay que asumirlo cuanto antes: ya cuesta más desmontar un bulo que confirmar un titular.

La pregunta de qué podemos hacer invita a responderse que no hay otra salida más que seguir haciendo lo que se exige al periodismo: su trabajo. Sinceridad y precisión, en palabras de Bernard Williams. Pero la inercia de la época lleva a pensar que eso cambiará poco las cosas. Quizá las cambie el tiempo, que es lo que se dice cuando no se sabe qué decir. Entretanto, tiene sentido preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí y si esta conspiración contra los hechos se explica sólo en lo bien que se organizaron los propagadores de las mentiras. Algo hicimos mal si otros nos arrebataron ante mucha gente aquello que costaba años conseguir: su credibilidad y su confianza.

sábado, 16 de noviembre de 2024

"GOYTISOLO SILENCIADOR". Najat El Hachmi, El País 15 NOV 2024

El escritor Juan Goytisolo, en la calle de su casa de
Marrakech (Marruecos), en 2014. 
BERNARDO PEREZ

Palabras como decepción o desengaño no me alcanzan para describir la tristeza, la rabia, la constatación de que a quienes se hace callar siempre es a nosotras

Todavía hoy me emociono al escuchar la sintonía del programa Alquibla de TVE. Para el común de los espectadores debió de ser un programa divulgativo más pero para mí, en un tiempo sin internet ni parabólica, era un puente con mi primera infancia, un asidero, un espacio en el que se me contaba la realidad al otro lado del Estrecho con toda su complejidad y en una lengua que era más mía que el árabe. ¿Cómo no iba a admirar a ese escritor español que tan bien parecía conocer la sociedad marroquí? ¿Cómo no tenerlo por referencia si era una respetada voz que escribía contra el racismo y los estereotipos que nosotros padecíamos? Ahora, con la aparición del documental Little Girl Blue de Mona Achache y lo que en él relata se me agria la admiración que tenía por Juan Goytisolo y palabras como decepción o desengaño no me alcanzan para describir la tristeza, la rabia, la constatación de que, en caso de duda, a quienes se hace callar siempre es a nosotras.

En este caso no tiene sentido plantear el debate en términos de separación entre la obra y el autor porque el barcelonés hizo gala de su defensa de valores fundamentales, de su compromiso. Parece ser que más con la pluma que con sus actos. Fui ingenua cuando me sentí halagada por los elogios que me manifestó después de leer mi primera novela, dedicada a la violencia y los abusos en el seno familiar. Siempre me extrañó, eso sí, que un homosexual pudiera vivir con su amante en un país en el que, por imperativo teocrático, sigue siendo delito ser gay o lesbiana. No quise ver entonces lo que me produce un enorme dolor hoy por toma de conciencia: que los intelectuales de izquierdas que amaban Marruecos podían contar las bondades de mi país de nacimiento porque su estatus allí es de la clase alta privilegiada, que ser europeo en la dictadura de Hassan II o Mohamed VI era y es disfrutar de los derechos que no tienen los autóctonos. Si, como se dice en el documental, Goytisolo impuso silencio a la víctima en base a la cultura local su hipocresía es todavía más grave dado que siempre instó a la opinión pública española a deshacerse de sus prejuicios sobre “el moro”. La normalización de los abusos sexuales en Marruecos no se debe a la cultura particular sino a la común cultura de la violación. Si a Mona Achache la violó el amante de su abuelastro con el silencio cómplice de éste, ¿qué no les pasaría a otras mujeres de su entorno más pobres? “Siempre obligada a callar”, así era descrita la mujer marroquí en un capítulo de Alquibla.

viernes, 15 de noviembre de 2024

"Hablar para combatir el miedo: la premisa es la palabra, no tanto la denuncia". Ana Requena Aguilar, elDiario.es 14 NOV 2024

La ruptura colectiva del silencio tiene más que ver con el desahogo y la visibilización que con la búsqueda de castigos penales, aunque al final sean estos los que más protagonismo toman. Eso convive con señalamientos concretos, con la necesidad de reparar el daño sufrido y con la dificultad de saber qué hacemos con todo esto

“Nunca dejaremos de tener miedo a la visibilidad, a la fría luz del escrutinio y, quizá, a ser juzgadas, a experimentar dolor, a la muerte. Pero ya hemos pasado por todas esas cosas, a excepción de la muerte, y lo hemos hecho en silencio. En todo momento me recuerdo a mí misma que aun si hubiese nacido muda, o hubiera mantenido un juramento de silencio de por vida para sentirme más segura, habría sufrido de todas maneras y pese a todo moriría”. En diciembre de 1977, la feminista negra y lesbiana Audre Lorde impartió una conferencia en la que hablaba de la transformación del silencio “en lenguaje y acción”.

A Lorde, que murió en 1992, le hubiera gustado asistir a la última década: su texto, una explicación de lo funcional que es el silencio para los sistemas de opresión y, al mismo tiempo, una reivindicación de la palabra como motor del cambio, bien podría ser la descripción de estos años en los que el silencio de las mujeres se ha roto como nunca. Esa conferencia está ahora recopilada en el libro Hermana otra (Editorial Horas y Horas).

El caso Errejón ha propiciado otro repunte de la palabra. Los testimonios de varias mujeres sobre los comportamientos ejercidos por el exdiputado, y su dimisión, rodeada de un gran revuelo social y político, han movido el avispero en el que muchas, muchísimas, guardan las historias de machismo, acoso y agresión que han acumulado.

La ruptura del silencio es una de las características que definen lo que algunas han descrito como cuarta ola feminista. El 5 de octubre de 2017, el New York Times publicaba una contundente historia en la que acusaba a un poderoso productor de Hollywood, Harvey Weinstein, de acoso y abuso sexual a decenas de actrices.

Mujeres de todo el mundo se lanzaron a compartir sus propias historias bajo el hashtag #MeToo, pero hubo otros, desde #MiPrimerAcoso hasta el #Cuéntalo. En España, el caso de 'la manada' funcionó también como catalizador de cientos de testimonios. Iniciativas como los blogs EverydaySexism, Micromachismos u organizaciones que empezaron a denunciar el acoso callejero en decenas de países, como Hollaback!, canalizaron testimonios y estimularon la conversación pública. Lo mismo sucedió con el #SeAcabó, iniciado por las jugadoras de la selección femenina de fútbol y que prendió otra vez la mecha.

La palabra

La premisa no es la denuncia, entendida como un dispositivo judicial, sino la palabra: las mujeres se han cansado de guardar silencio sobre experiencias y agresiones. Hablar es la manera de romper con la culpa y también con la idea de que lo que nos pasa es excepcional para señalar que estamos ante algo estructural que solo podemos combatir colectivamente. Hablar, romper el silencio, es un mecanismo para que, como ha subrayado Gisèle Pelicot estas semanas, la vergüenza cambie de bando, y la sociedad ya no pueda evitar la conversación sobre el machismo y la violencia sexual.

La periodista Cristina Fallarás publica esta semana No publiques mi nombre (Editorial Siglo XXI), una recopilación de algunos de los miles de testimonios que han llegado a su cuenta de Instagram en el último año y medio. De esa cuenta salió la historia que señalaba a un político que resultó ser Íñigo Errejón y que, al ser interpelado, renunció a todos sus cargos políticos. Fallarás aseguraba este miércoles en la presentación que el ánimo de los testimonios que recibe raramente es “punitivista o judicial”. Las mujeres acuden a su canal, afirma, como un vehículo para canalizar historias que pueden servir a otras para identificarse y romper sus propios silencios.

“Las redes nos prestan un espacio de construcción de memoria colectiva”, dice la periodista, que señala que la publicación de testimonios –“que no denuncias”– no es periodismo sino la construcción de esa memoria testimonial sobre “qué consideramos que es violencia machista, sea punible o no”.

Desde el caso Errejón han aparecido perfiles en redes sociales que reciben y publican testimonios sobre el sector editorial o de la publicidad, que se suman a otros que ya existían y que hablaban, por ejemplo, del mundo de la música. Hay quien se ha unido para compilar las historias de mujeres de una ciudad o de una comunidad autónoma. En el caso de la ciudad de Granada, los testimonios que se acumularon contra los cantantes de rap Ayax y Prok –que luego se completaron con los de dos exparejas de los artistas– han provocado el abandono de su mánager y la cancelación de un concierto previsto en el WiZink Center.

El debate sobre las consecuencias de esas publicaciones viene después. La ruptura colectiva del silencio de la última década tiene más que ver con el desahogo y la visibilización, con el echarle un pulso al miedo a hablar, que con la búsqueda de castigos penales, aunque al final sean estos los que más protagonismo toman. Eso convive con señalamientos concretos, con la necesidad de reparar el daño sufrido, con la dificultad de saber qué hacemos con todo esto, y con debates sobre cómo deben convivir los testimonios, las denuncias, los canales para exigir responsabilidades cuando toque y las garantías para todo el mundo.

Pero para todo eso no hace falta desacreditar el fenómeno de la ruptura del silencio y lo que supone la revelación masiva de las vivencias que quisieron hacernos pasar por 'lo normal'. “En el origen de nuestro silencio, cada una de nosotras pinta el rostro de su propio miedo: a ser menospreciadas, censuradas, juzgadas, reconocidas, desafiadas, aniquiladas (...)”, describe Audre Lorde en su texto, que incluye una frase muy citada en los últimos tiempos: “Tu silencio no te protegerá”.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

"Intelectuales y medios de masas sacan a la antipolítica del ámbito marginal: conspiranoia, bulos y demagogia en ‘prime time’". Natalia Junquera, El País

El escritor Arturo Pérez-Reverte, con Pablo Motos, el pasado lunes en 'El Hormiguero'.
El escritor Arturo Pérez-Reverte, con Pablo Motos,
el pasado lunes 7 de novieembre en 'El Hormiguero'.
ssLos politólogos ven un salto cualitativo en el discurso contra todo lo público y advierten de sus riesgos, con la mirada puesta en EE UU. “El PP se ha prestado a este juego pese a que refuerza a Vox”, advierte una experta

“Me ha gustado hoy el Rey: templado y valiente, aguantando y dando la cara mientras Sánchez se largaba y a Mazón, como es bajito, no se le veía. Lo que no comprendo es cómo se ha presentado allí acompañado de esa gentuza”, tuiteó el escritor Arturo Pérez Reverte, de 72 años (2,57 millones de seguidores en la red social X), tras los incidentes en Paiporta (Valencia). “El Rey, que no tiene poder ejecutivo, se queda a dar la cara. Pedro Sánchez, que lo tiene, huye. Un Rey que sufre por su pueblo y un presidente que lo desprecia”, publicó ese mismo día, en su cuenta de Instagram (319.000 seguidores), Victoria Federica, influencer de 24 años y sobrina de Felipe VI. Jaime de Olano, diputado, portavoz adjunto del Grupo Parlamentario Popular, definió a Sánchez como “cobarde” y “mezquino” en redes y retuiteó el mensaje de un periodista que le llamaba “rata”. Los profesionales de la seguridad que evacuaron al presidente consideraron que quedarse habría agravado el riesgo para todos, incluidos los Reyes, a los que el jefe del Ejecutivo acompañaba en una visita solicitada por La Zarzuela a la zona más afectada por la dana. ¿Repararon en ello quienes hablaron de cobardía y no condenaron la violencia, o prefirieron sumarse a la opinión que creían más popular en un momento de comprensible indignación ciudadana?

Al día siguiente, 4 de noviembre, Pérez Reverte estaba sentado en el plató del programa más visto esa jornada, El Hormiguero, donde se refirió a los políticos —a todos— como “banda de irresponsables y de canallas”. “Tenemos una clase política que ha hecho de esto un negocio, su negocio, y nosotros somos peones, piezas de ese juego (...) Nuestra desgracia se llama clase política española (...) Sé que si fuera un joven ahora tendría mucha más desesperación, mucha más desolación, mucha más rabia, ganas de ajustar cuentas. Mi generación fue privilegiada. Yo crecí en los años sesenta y setenta, cuando el franquismo estaba en descenso, fui un joven afortunado. Ahora nacen sabiendo que la derrota es más posible que la victoria”, dijo.

Puede parecer crítica política, ese ejercicio sano y necesario que se vuelve imprescindible tras una tragedia para tratar de evitar o minimizar los daños en el futuro —la de Valencia no será la última dana y, una vez constatado el retraso en el mensaje de alerta de la Generalitat valenciana, la agenda de su presidente ese día y la actuación de alguna de sus consejeras, queda pendiente analizar qué habría ocurrido si el Gobierno central hubiese decretado el nivel 3 de emergencia nacional y asumido el mando del operativo—. Pero es antipolítica, algo muy distinto, que “daña la democracia”, interpreta la politóloga Pilar Mera, profesora del departamento de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED; y que “puede llevarnos a una ola de populismo como la que padece EE UU”, según José María Lassalle, profesor de Filosofía del Derecho, consultor, exdiputado del PP y secretario de Estado en los gobiernos de Mariano Rajoy.

No es un fenómeno nuevo. El discurso del “Estado fallido” —una consideración que tiene, por ejemplo, Somalia—; el “España, nación sin Estado” —que proclamó la diputada popular Cayetana Álvarez de Toledo—; o la manipulación del eslogan solo el pueblo salva al pueblo. Todo ello es tan antiguo como Falange Española de las Jons, partido fascista y residual cuyo último programa electoral (2023) reza: “No creemos en la democracia liberal de partidos en la que se estafa descaradamente al pueblo en pos de intereses meramente privados”. Pero la antipolítica ha dado un salto cualitativo al salir de los círculos extremistas para instalarse en el prime time, en voces reconocidas y queridas por el gran público. Se expande de la mano de sus tradicionales aliados —la desinformación, la demagogia, el miedo—, bien asentada en un creciente recelo hacia las instituciones y los partidos políticos —en España, la confianza es 14 puntos porcentuales más baja que la media de la UE— y acelerada por la comprensible indignación ciudadana ante una catástrofe natural que pudo haber sido mucho menos devastadora, como revelaron a este diario profesionales de los equipos de respuesta ante emergencias.
El uso del dolor

“La dana”, explica Mera, “abre una nueva ventana de oportunidad y visibilidad para este discurso, porque en ese contexto es muy difícil ir a la contra sin que parezca que estás negando las consecuencias trágicas del desastre”. “Esa es siempre la estrategia de la antipolítica: utilizar el dolor real de las víctimas, porque es a través del dolor por donde empiezan a colarse los mensajes simplistas. En los últimos días hemos visto muchas alusiones al franquismo. La democracia tiene sus defectos, es necesario criticar la gestión, pero la alternativa no puede ser mirar con nostalgia un régimen donde no había libertad ni derechos”, apunta.

Sánchez-Cuenca: “Me aterra que personas que tienen un buen dominio del lenguaje utilicen su talento para deslegitimar aún más a la clase política. Puede ser muy popular, pero es una trampa: el problema no es la política, son algunos políticos, los malos políticos”

Pablo Motos dedicó 15 minutos de la entrevista a la última novela de Pérez Reverte, que salió a la venta el pasado 8 de octubre, y casi 45 a la política. Entre sus preguntas incluyó uno de los bulos más recurrentes estos días: “No puedo olvidar la frase de Pedro Sánchez cuando dice: ‘Si quieren ayuda, que la pidan’. Estás viendo a la gente ahogarse. Los primeros días son imprescindibles para encontrar supervivientes. ¿Cómo se puede tener esa indiferencia por la vida de las personas?”, planteó. Lo que el presidente realmente había dicho fue: “Quiero reiterar a la ciudadanía lo que, desde el primer momento, todos los miembros del comité de crisis del Gobierno de España y yo personalmente he trasladado al Govern de la Generalitat Valenciana y al presidente Mazón: El Gobierno central está listo para ayudar. Si necesita más recursos, que los pida. No hace falta priorizar unos municipios sobre otros, ni jerarquizar tareas. Se prioriza cuando faltan medios y ese no es el caso. No tiene que pasar”. Es decir, no estaba racaneando la ayuda, como podía deducirse de la frase mal transcrita, sino que se ofrecía a aportar todo lo que la Generalitat pidiese.

El escritor Juan Manuel de Prada publicó en Abc: “Estamos mostrando al mundo que España es un Estado fallido gobernado por hijos de la grandísima puta (...). Si los españoles de hogaño no tuviéramos horchata en las venas, tendríamos que ahorcarlos y después descuartizarlos”. Ignacio Sánchez-Cuenca, autor de La desfachatez intelectual, un libro que analiza “cómo muchos de los intelectuales españoles de mayor prestigio participan en el debate público de manera frívola y superficial”, afirma: “Los intelectuales tienen cierto olfato para saber qué está pasando en la sociedad. Pérez Reverte o De Prada entienden que ese tipo de mensajes van a tener una buena acogida en buena parte de la opinión pública y no los lanzan en un medio marginal o en un canal de YouTube, sino en medios tradicionales y de masas. El problema, y ellos lo saben, es que si todo lo que hay ha fallado, no queda más que probar una solución alternativa, como la que ofrezca Alvise [Pérez]. Y es un mecanismo que se retroalimenta: cuanto menos confianza social hay, mayores barbaridades dicen, y cuantas más barbaridades dicen, más atractivo se vuelve ese mensaje, el de que no hay salida salvo fuera del sistema. Me aterra que personas que tienen un buen dominio del lenguaje utilicen su talento para deslegitimar aún más a la clase política. Puede ser muy popular, pero es una trampa: el problema no es la política, son algunos políticos. Los malos políticos”.

“Durante un tiempo”, comparte Lasalle, “la antipolítica estuvo marginada: por los medios de comunicación y por los partidos. Pero ahora tiene una potencia de fuego inédita”. Al igual que los demás expertos consultados, cree que algunos políticos han puesto de su parte, tirando piedras contra su propio tejado. “La antipolítica se alimenta de emociones y conecta muy bien con las dinámicas de la conspiración. En la medida en que la política no es transparente a nivel institucional y no proyecta ejemplaridad, favorece ese relato sobre lo oculto. Aparece una pseudo-élite para acompañar ese discurso del misterio, como Iker Jiménez y los supuestos profesionales de la sociedad civil que le acompañan, y conectan, porque en un entorno de incertidumbre el misterio es tremendamente atractivo”.

La dana ha sometido a la industria del bulo a una actividad frenética, con medios de comunicación serios invirtiendo casi tanto tiempo en contar lo que no pasó como lo que pasó. Horizonte (Cuatro), una de sus fábricas, fue convenientemente señalada tras mentir sobre las supuestas víctimas del aparcamiento de Bonaire, en Aldaia, donde aseguraron que había muchos cadáveres y finalmente no fue hallado ninguno. Pero, en su primera emisión tras el desmentido, una de sus colaboradoras, Beatriz Talegón, especuló ante 2,9 millones de espectadores únicos: “Alguien está generando caos para venir a imponer un orden. Me consta la operación de inteligencia, la trampa desarrollada en la que, por desgracia, algunos habéis caído. Esas fuentes que te han informado, Iker, estaban haciendo un trabajo”. Es decir, que los responsables de Horizonte no habían engañado a su audiencia, sino que fuerzas oscuras les empujaron a hacerlo.

Ya no es “polarización, es hostilidad”, subraya Víctor Lapuente, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford y catedrático en la Universidad de Gotemburgo. “La desconfianza ciudadana en los políticos siempre había oscilado: si había problemas económicos o de corrupción, subía; si se recuperaba la economía, bajaba. Pero el rendimiento económico no se ha correspondido con una subida de la confianza, sigue habiendo mucha bilis antipolítica. Algo se ha roto. En situaciones de miedo e incertidumbre hay dos pulsiones psicológicas bastante estudiadas: la búsqueda del hombre fuerte y la necesidad de identificar a un culpable concreto, cuando los problemas complejos, como lo fue la crisis financiera, nunca tienen un responsable único, sino que obedecen a factores entrelazados. A veces han sido los judíos; otras, los inmigrantes; hoy el chivo expiatorio son los políticos en general, lo público. Y ya no podemos culpar solo a las redes sociales. Está en la televisión, en la comunicación de masas”. “Periodismo ciudadano”, presume Horizonte, el programa de Iker Jiménez. “Vosotros sois los medios de comunicación ahora”, ha dicho Elon Musk, dueño de X (antes Twitter) y uno de los hombres que han llevado a Donald Trump de la mano hasta la Casa Blanca.

No ha sido de un día para otro. El 15-M disparó el interés ciudadano por la política. Las parrillas televisivas se llenaron de tertulias o programas políticos. Motos, que hacía un programa de entretenimiento, pasó a hablar de política. Jiménez, que hacía un programa de fantasmas y ovnis, también. Pero aquel interés, las ganas de involucrarse en lo público, se ha pervertido, según los expertos consultados. “La televisión”, explica la politóloga Pilar Mera, “estaba perdiendo: un dato de audiencia que ahora es un éxito hace años hubiera sido un desastre”. Y prosigue: “Es lo que explica que hoy haya, en la televisión, gente que ha querido sumarse a este carro, que además, es muy barato. Tertulias políticas adoptaron el formato de las del corazón, buscando el enfoque más espectacular y escandaloso. Pero no deberíamos tener miedo a decir que libertad de expresión no es libertad de mentir y que pluralidad no es colocar en situación de igualdad al científico que expone una realidad basada en el conocimiento con quien sale a especular. Curiosamente, hay políticos que han participado de esto, preocupándose más por el modo de comunicar que por lo que se comunica, jugando a la antipolítica. ¿Quién gana con eso? Quien se beneficia de generar caos. Las influencers, los Iker, que monetizan la información falsa; quien confunde la solidaridad de la gente con llamadas a entes abstractos como ‘el pueblo’ cuando en realidad lo que están diciendo es: ‘Déjame a mí’; los Alvises, los que proponen alternativas políticas simplistas y populistas; Vox... Desde luego no ganan ni el PSOE ni el PP, que se ha prestado a este juego pese a ser el principal perjudicado, porque lo que hace es reforzar a quien le puede hacer más daño como alternativa”.

El decreto de las ayudas no está supeditado a los Presupuestos. De hecho, se publicó en el BOE el pasado miércoles y está en vigor (aunque Sánchez, al anunciarlo, sí aprovechó para subrayar que los Presupuestos son, en la reconstrucción tras una catástrofe, “más necesarios que nunca”, y en esa misma línea han hablado otros miembros del Gobierno como María Jesús Montero y Carlos Cuerpo). El PP, no obstante, contribuyó a extender la idea falsa de que no habría ayudas sin Presupuestos.

Alvise Pérez, Vito Quiles, Javier Negre, Desokupa, Herqles... todos se desplazaron rápidamente a Valencia para lanzar, micrófono en mano, contenidos que no responden a los códigos deontológicos del periodismo. Mezclaron verdades con mentiras, ocuparon el espacio. “Llevo desde 2014 escribiendo sobre antipolítica y populismo”, afirma Lassalle, “y sigo sin saber cómo se ataja. “Lo que sí he aprendido —añade— es que el éxito de la antipolítica es, precisamente, nuestra reacción indignada. Ahí es donde encuentran la legitimidad de su discurso. No hemos sido capaces de entender la profundidad del fenómeno, y contemplarlo desde un desdén moral no sirve para neutralizarlo, lo alimenta. Tenemos que pararnos y pensar cómo frenar ese tsunami de desinformación y antipolítica. Es el gran reto que tenemos por delante”.

 

“YO ES UN OTRO”, O CUANDO COMPETIMOS CONTRA NOSOTROS MISMOS. David Becerra Mayor, elDiario.es 17 NOV2024

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