viernes, 28 de marzo de 2025

"MUCHAS PERDICES". Luis García Montero, El País 24 FEB 2025

Hacer memoria no sólo sirve para recordar el pasado, sino para entender las mentiras de nuestro presente

Entre Granada y Madrid, entre Madrid y Granada, llevo muchos años pasando junto a Santa Cruz de Mudela. Ahora leo el libro de Julián Casanova sobre Franco (Crítica, 2025) y me entero de que el 18 de octubre de 1959 el caudillo protagonizó en estas tierras una cacería en la que se mataron 4.608 perdices. La afición por matar fue una característica de nuestro dictador desde que se hizo experto militar en la guerra de África hasta que se despidió de la vida en 1975 con una sentencia a muerte de cinco condenados. Julián Casanova no escribe opiniones. La labor de un historiador es estudiar los hechos. Según ha defendido siempre, esa es la diferencia necesaria entre los historiadores y los novelistas que imaginan sentimientos en sus personajes. Así debe ser. Pero en este libro el historiador acude a la energía narrativa de los novelistas para contar la historia. Escribe y atrapa, le interesa llegar a las generaciones más jóvenes, contarles la crueldad y las desigualdades que definen la vida bajo una dictadura. No es un libro para profesionales, sino para lectores.

Hacer memoria no sólo sirve para recordar el pasado, sino para entender las mentiras de nuestro presente. Cuando el general Vigón, por mandato de Mola, ordenó a los aviadores nazis y fascistas destruir Gernika, la propaganda de Franco lanzó la mentira de que la matanza era obra de los rojos. Dos días después, un periodista de The Times llamado George Steer contó la verdad. Bulos han existido siempre. El problema es que ahora la fuerza de los bulos se multiplica en las redes sociales hasta cancelar la información veraz. Por eso hace falta contar la historia. Las mentiras con las que Franco navegó para mantener su poder entre Hitler, Churchill, Eisenhower y Nixon ayudan a comprender el papel de los bulos en las relaciones internacionales. Julián Casanova no habla de Trump, pero nos ayuda a comprender el trumpismo. Franco protagonizó 375 grandes acontecimientos en el NoDo. Luego llegó Fraga e inauguró el pantano de la televisión.

miércoles, 26 de marzo de 2025

"ANTE EL SILENCIO, YO ACUSO". Coral Rodríguez Fouz, elDiario.es 24 MAR 2025

De izquierda a derecha: Fernando Quiroga Veira, Jorge Juan Garcia Carneiro
y Humberto Fouz Escobero (tío de Coral Rodríguez, autora del artículo)
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Yel acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario deactivar la explosión de la verdad y de la justicia. (Emile Zola, 'Yo acuso')

Este 24 de marzo se cumplen 52 años de la desaparición a manos de ETA de mi tío Humberto Fouz Escobero y de sus amigos Fernando Quiroga Veiga y Jorge García Carneiro. Para quienes no conocen esta terrible historia recordaré que eran tres jóvenes veinteañeros coruñeses que a principios de los años 70 se habían trasladado a Irún en busca de trabajo y de nuevas oportunidades.

El sábado 24 de marzo de 1973 decidieron ir a Francia a ver una película prohibida en España por la censura franquista. Lo que prometía ser una feliz escapada a saborear las libertades del país vecino acabó en una desgarradora pesadilla que truncó todos sus sueños. Tuvieron la mala fortuna de toparse con varios miembros de la banda terrorista ETA que en su ceguera asesina y con una crueldad absoluta creyeron que eran policías y no solo los torturaron y asesinaron, sino que añadieron una vuelta de tuerca más a su bajeza moral haciendo desaparecer los cadáveres y guardando un espeso silencio que se mantiene medio siglo después.

Sin embargo, a pesar de ese silencio, en el sumario archivado en abril de 1975 figuran los nombres y apellidos de los presuntos asesinos. Tomás Pérez Revilla (alias Hueso), Imanol Murua Alberdi (Casero), Jesús de la Fuente Iruretagoyena (Basacarte), Ceferino Arévalo Imaz (El Ruso), Prudencio Sudupe Azkune (Pruden) y Sabin Atxalandabaso Barandika. Cuando en su último Zutabe ETA reconoció haber cometido algunos asesinatos sobre los que había mentido una y otra vez, olvidó romper su silencio sobre Humberto, Fernando y Jorge. Siguió callando. ETA no ha reconocido públicamente este crimen, pero nunca ha negado su autoría.

En el acto de homenaje celebrado el 24 de marzo de 2023 en el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo exigí, en nombre de estas tres familias, que reconocieran la verdad y que nos dijeran dónde se deshicieron de sus cadáveres. No lo han hecho. Hoy, 52 años después de su desaparición, acuso públicamente.

Acuso a José Manuel Pagoaga Gallastegui (Peixoto) de miseria moral. Por callar todo lo que sabe, después de haberse explayado en conversación con el infiltrado Mikel Lejarza (Lobo) en los detalles más escabrosos de las torturas a las que sometieron a Humberto, a Fernando y a Jorge.

Acuso a los asesinos de Tomás Pérez Revilla. Por convertirse ellos también en victimarios. Por convertir en víctima a un asesino. Y por privarnos de la posibilidad de preguntar a Hueso por su fechoría.

Acuso a Iñaki Mugica Arregui (Ezkerra) de mentir. De mentirme aquella mañana de octubre de 2005 en que acudí a su despacho de San Sebastián. Por decirme que él no sabe nada porque en aquellas fechas estaba en la cárcel. Mentira. Ezkerra no fue detenido hasta el año 1975 y así consta en las hemerotecas. Cuando ETA hizo desaparecer a Humberto, a Fernando y a Jorge, en marzo de 1973, Iñaki Mugica era uno de los dirigentes de la banda terrorista. No creo que no sepa nada.

Acuso de ruindad a los altos cargos de Eusko Alkartasuna que aconsejaron silencio a Imanol Murua Alberdi Casero. Él mismo señaló que fueron miembros de ese partido nacionalista los que le recomendaron que no contestara a las dos cartas que le remití en el año 2000 a la cárcel de Logroño, donde cumplía condena, supuestamente arrepentido, por su pertenencia a ETA.

Acuso a Arnaldo Otegi de cobardía. Por no tener el coraje de recibirme en persona. Por no querer escucharme. Le acuso de cobardía por no ser capaz siquiera de contestar a la carta que le dirigí en setiembre de 2023. Nunca digas nada. Solo quería pedirle en persona la ayuda que hoy vuelvo a reclamarle públicamente. Que trabaje para que los que fueron miembros de ETA reconozcan todos los crímenes cometidos.

Acuso a Sabin Atxalandabaso Barandika de no tener corazón. Hace unos meses conseguí que llegara a sus manos una carta en la que le pedía que demuestre tener un mínimo de humanidad y que no se lleve a la tumba el secreto del lugar donde se deshicieron de los cadáveres de mi tío y sus amigos. Silencio sepulcral.

Creo que su silencio le delata. ¿Cuántos de quienes están leyendo estas líneas callarían, siendo inocentes, ante la acusación de haber cometido un crimen?

Internet me permitió encontrarle como firmante de una carta a los lectores del Diario de Navarra publicada en enero de 2022. En esa carta glosaba, junto a otros vecinos, todo aquello que hace del pueblo donde vive –o vivía en ese momento– un buen lugar para vivir. Como le decía en mi carta, el interés que manifestaba por el bienestar de sus vecinos refiriéndose a logros alcanzados a lo largo de muchos años viene a reflejar un recorrido vital alejado de la banda terrorista ETA. Todo apunta a que Sabin Atxalandabaso, que en 1976 era dirigente de ETA político-militar, pudo acogerse a la amnistía de 1977, por lo que deduzco que lleva décadas reinsertado. Le pedí, en privado, que facilitara a mi madre el consuelo de saber lo que hicieron con los restos de su hermano. He esperado pacientemente una respuesta que no ha llegado. Creo que no llegará.

Hace muchos años que conseguimos derribar el muro de silencio, que rescatamos para toda la sociedad vasca y española la memoria de estos tres jóvenes, una memoria conservada hasta ese momento únicamente en el seno de sus familias. Aunque los responsables de su desaparición sigan, 52 años después, parapetados tras los restos de ese muro, aunque sigan guardando silencio, no han conseguido el olvido. Porque junto a nuestra memoria limpia, nuestra memoria doliente, junto a la memoria rescatada de tres jóvenes trabajadores llenos de sueños y de ansias de libertad, está la memoria de sus asesinos. Cuando los hijos, los nietos, los hermanos, los amigos de estos últimos busquen sus nombres en internet, ese enorme ventanal abierto al mundo, ese gran hermano que nos permite acceder a información que no imaginábamos poder llegar a tener tan al alcance, los encontrarán retratados como los asesinos de Humberto, Fernando y Jorge.

Como escribió Adolfo García Ortega en 'Una tumba en el aire', ni víctimas ni asesinos merecen el olvido.

martes, 25 de marzo de 2025

"EL LABERINTO DE LOS EXTRAVIADOS". Amin Maalouf, Ethic 17 ENE 2025

Imagen de portada ‘El laberinto de los extraviados.
Occidente y sus adversarios’ (Alianza Editorial, 2024)
La humanidad pasa hoy por uno de los períodos más peligrosos de su historia. En algunos aspectos, lo que está sucediendo no tiene precedentes; pero, en otros, es una herencia directa de los conflictos anteriores que enfrentaron a Occidente con sus adversarios. Este libro trata de estos enfrentamientos del pasado remoto y cercano.

No voy a extenderme mucho en las relaciones que trajo consigo, en todas las latitudes, la expansión colonial europea, y que fueron incontables. Lo que pretendo es centrarme en un ámbito mucho más limitado como es el de los países que, en el transcurso de los dos últimos siglos, han intentado resueltamente poner en tela de juicio la supremacía global de Occidente.

Solo tomo en cuenta tres: el Japón imperial, la Rusia soviética y, por último, China.

Antes de trazar sus trayectorias, tan singulares, y sin pretender anticipar el desenlace de los conflictos actuales, se impone una pregunta: ¿de verdad lo que estamos viendo en la actualidad es el declive de Occidente?

No se trata, ni mucho menos, de una pregunta nueva, sino que se lleva planteando de forma recurrente desde la Primera Guerra Mundial; las más de las veces, por cierto, de la pluma de los propios europeos. Lo cual no resulta una sorpresa, ya que las potencias del Viejo Continente han conocido, en efecto, una «pérdida de categoría» en relación con el rango que ocupaban en el mundo en tiempos de los grandes imperios coloniales.

No obstante, buena parte de la preponderancia perdida la «recuperó» esa otra potencia occidental que son los Estados Unidos de América. La magna nación de allende del Atlántico se alzó hasta el primer puesto hace más de cien años; ella fue la que se encargó de bloquear el camino a todos los enemigos de su bando; y, en el momento en que escribo estas líneas, conserva la primacía merced a su potencia militar y su capacidad científica e industrial, así como a su influencia política y mediática en el conjunto del planeta.

¿También estará ella a punto de caer de su pedestal en la actualidad? ¿Estaremos asistiendo a la pérdida de categoría de todo Occidente y a la emergencia de otras civilizaciones, de otras potencias dominantes?

En lo que a mí se refiere, a estas preguntas que, inevitablemente, seguirán persiguiendo a nuestros congéneres durante todo el presente siglo, les daré una respuesta matizada: sí, el declive es real y adquiere a veces la apariencia de una auténtica quiebra política y moral; pero todos cuantos combaten a Occidente y cuestionan su supremacía, por razones buenas o malas, se hallan en una quiebra aún más grave que la suya.

Mi convicción, en este asunto, es que ni los occidentales ni sus numerosos adversarios son hoy capaces de conducir a la humanidad fuera del laberinto en el que anda perdida.

Semejante diagnóstico que tranquilizaría a algunos de mis contemporáneos. Conscientes de las dificultades por las que pasan sus propias naciones, no les disgustaría pensar que las demás lo están pasando igual de mal. Pero, si nos situamos en una perspectiva más amplia, este extravío generalizado, este agotamiento del mundo, esta incapacidad de nuestras diversas civilizaciones para resolver los espinosos problemas a los que debe enfrentarse nuestro planeta, solo puede ser motivo de angustia.

Me complace creer, sin embargo, que esta aprensión que siento y que otros muchos notan bajo todos los cielos acabará por traer consigo una toma de conciencia saludable. Aunque ninguna nación, ninguna comunidad humana, ningún ámbito de civilización posea todas la virtudes ni cuente con todas las respuestas, aunque ninguna tenga ni capacidad ni derecho para ejercer su dominio sobre las demás, ni ninguna tampoco quiera que la sometan, que la rebajen ni la marginen, ¿no deberíamos volver a plantearnos en profundidad la forma en que se gobierna nuestro mundo para prepararles a las futuras generaciones un porvenir más sereno, que no esté compuesto de guerras frías o calientes ni de luchas interminables por la supremacía?

Pero estamos errando el camino si creemos que a la humanidad tiene que encabezarla obligatoriamente una potencia hegemónica y que solo quepa la esperanza de que lo haga la menos mala, la que cometa menos atropellos, aquella cuyo yugo sea menos pesado. Ninguna merece ocupar una posición tan abrumadora, ni China, ni América, ni Rusia, ni la India, ni Inglaterra, ni Alemania, ni Francia, ni tan siquiera Europa unida. Todas, sin excepción, se volverían arrogantes, depredadoras, tiránicas, odiosas, si se hallasen en una situación de omnipotencia, por más que fuesen portadoras de los más nobles principios.

Tal es la gran enseñanza que nos prodiga la Historia y hay en ella quizá, por encima de las tragedias de ayer y de hoy, el esbozo de una solución.

Este texto es un fragmento de ‘El laberinto de los extraviados. Occidente y sus adversarios’ (Alianza Editorial, 2024), de Amin Maalouf.

domingo, 23 de marzo de 2025

"DESPUÉS DE GAZA". Antonio Muñoz Molina, El País 8 MAR 2025

FRAN PULIDO
Aunque seamos testigos impotentes, tenemos la responsabilidad de mirarlo todo con los ojos abiertos, sin que unas formas de barbarie nos cieguen sobre otras

Ahora nuestro destino es contemplar pasivamente el progreso acelerado de la inhumanidad en el mundo, así como las borracheras de obscena felicidad de quienes lo hacen posible o se benefician de él o simplemente celebran su triunfo como un desquite contra un adversario irrisorio y disperso: lo woke, las feminazis, los trans, los beatos del lenguaje inclusivo, de la empatía y el buenismo, los pelmazos del cambio climático, los represores que ya no dejan hacer chistes sobre negros, maricones y cojos y además quieren prohibir la caza y las corridas de toros, y hasta dicen que los animales sufren y pueden tener derechos. Pasivamente, confortablemente, contemplamos hace ya tres años cómo un pequeño país era invadido por otro gigantesco. La gente de Ucrania detuvo en seco e hizo retroceder una invasión que todo el mundo consideraba victoriosa de antemano, y eso fue una llamarada de esperanza durante algún tiempo. Pero la realidad de la destrucción y la muerte y de la pura fuerza bruta de un país inmenso regido por gánsteres pronto impusieron una monotonía del horror que anestesiaba la atención y también el sentimiento de solidaridad y de ultraje.

Bien mirado, esa condición de testigos impotentes y desbordados por lo inconcebible empezó mucho antes, en el comienzo mismo de este siglo sombrío, con el atentado de las Torres Gemelas y con las dos invasiones vengativas de Afganistán e Irak, en aquellas guerras de nombre metafísico —War on Terror, ni siquiera on Terrorism: el terrorismo, en sentido estricto, es una actividad política criminal que puede ser combatida por la policía y por los jueces, como nosotros los españoles sabemos muy bien—. El Terror, con mayúscula, está entre la pura abstracción y la fantasía apocalíptica. En nuestro presente angustioso no hay diplomático ni comentarista político que no lamente la pérdida de un orden internacional no regido por la fuerza, sino “basado en reglas”, pero estará bien recordar que en 2001 y 2003 Estados Unidos invadió uno tras otro dos países de los que no había recibido ninguna agresión y que no constituían un peligro para nadie, salvo para sus desdichados habitantes, cuyas vidas no se puede decir que mejoraran bajo el dominio imperial de sus libertadores.

Nos toca ser testigos impotentes de la inhumanidad, y también de la hipocresía, y de los dobles raseros. Los verdugos encapuchados y en moto de Hamás, armados con sus fusiles de asalto y sus teléfonos móviles con los que grababan sus propios crímenes, cometieron el 7 de octubre de 2023 una masacre de 1.200 inocentes, y hubo personas y organizaciones supuestamente progresistas que evitaron condenar ese espanto, incluso que lo calificaron como un acto de resistencia legítima. Pero Israel emprendió inmediatamente después una venganza exterminadora contra toda una población que lleva ya durando año y medio, y la mayor parte de los gobiernos occidentales, y de los portavoces y opinadores de derechas, han mantenido o bien otro cuidadoso silencio o han apoyado explícitamente la matanza. Las bombas que destruyen escuelas y hospitales en Gaza y la metralla con que son abatidos mujeres y niños se las suministran al Gobierno supremacista de Israel las respetables democracias occidentales, incluidas las europeas, sobre todo Alemania, donde además cualquier crítica a Israel corre el peligro de incurrir en el delito de antisemitismo.

Ya que somos testigos a la fuerza impotentes, al menos nos cabe la responsabilidad de mirarlo todo con los ojos abiertos, sin que el escándalo de unas formas de barbarie nos ciegue sobre otras. Uno de esos observadores insobornables que tanta falta hacen ahora es Pankaj Mishra, de quien Galaxia Gutenberg acaba de publicar en español su último libro, El mundo después de Gaza. Mishra escribe una prosa clara y vehemente y tiene la avidez de saber y el sentido del rigor de los reporteros internacionales que han visto con sus propios ojos los desastres del mundo, y también la variedad feraz de las culturas y las vidas. Nacido en la India en las décadas posteriores a la independencia, su mirada periférica le permite una agudeza desapegada sobre la visión que los países principales de Occidente tienen de ellos mismos, acostumbrados a ejercer una hegemonía indiscutible sobre el resto del mundo, y esconder un pasado de violencia y rapacidad colonialista bajo el brillo de los valores democráticos que proclaman: esa “civilización occidental” que dice estar defendiendo Benjamín Netanyahu a golpes de limpieza étnica.

La hipocresía es tan escandalosa como la crueldad, y actúa como su aliada. La República Federal de Alemania, desde su fundación, recuerda Mishra, redujo al mínimo la persecución de los nazis y facilitó que muchos de ellos alcanzaran puestos importantes en la Administración y en el Gobierno, pero su apoyo económico y militar a Israel le sirvió de coartada contra cualquier acusación de complicidad con los perpetradores de la Shoah. Los antiguos aliados en la II Guerra Mundial se ungen con el mérito de haber derrotado al nazismo, pero ninguno de ellos, ni Estados Unidos, ni el Reino Unido, quiso acoger más que a un número exiguo de judíos fugitivos, a pesar de las evidencias de la persecución nazi y de las noticias que fueron llegando sobre los campos de exterminio. En los años de posguerra, el silencio y la indiferencia hacia lo que había sucedido en ellos se extendió también a Israel, donde reinaban una ética y una estética de vigor físico y energía de pioneros en la que había más desdén que compasión hacia las víctimas.

Pankaj Mishra es una de esas personas que descubrieron siendo jóvenes a Primo Levi, a Jean Améry y Hannah Arendt, y quedaron marcadas por la candente lucidez de esos judíos que a través del sufrimiento extremo y la voluntad de atestiguar y comprender nos legaron una visión insobornable de la naturaleza humana, desolada y al mismo tiempo esperanzadora. Ellos mismos son la prueba de lo mejor del ser humano, y a la vez nos avisan de la ferocidad que puede habitar en nuestros semejantes y dentro de cada uno de nosotros si las pasiones ideológicas o nacionales desbaratan los hilos frágiles de la convivencia y nos llevan a ver a otras personas como seres inferiores que merecen ser sometidos o eliminados. Levi, Arendt y Améry eran judíos secularizados, bien integrados en las sociedades que consideraban suyas, por lengua y cultura: nada de eso los salvó de ser perseguidos, y destinados a la muerte por el solo hecho de ser judíos. Levi y Améry, más que Arendt, vieron con esperanza la creación de Israel, pero muy pronto, como muchos otros judíos, en la diáspora y en el país recién fundado, alertaron sobre el peligro de un nacionalismo militarista, racista en su desprecio por la población árabe, y hasta por los mismos judíos que emigraban a Israel desde países musulmanes, gente de piel más oscura que los askenazíes de origen europeo. Y a todos ellos, víctimas del nazismo, les inquietaba el modo en que la memoria del Holocausto, ignorado durante tanto tiempo por los primeros dirigentes del país, se convirtiera poco a poco en una invocación de victimismo permanente para legitimar cualquier crimen, cualquier abuso, cualquier agresión, que los poderes israelíes cometieran contra la población palestina.

En uno de los libros más escalofriantes, más necesarios que yo he leído en mi vida, Más allá de la culpa y la expiación, Jean Améry cuenta que al primer golpe que recibe alguien sometido a tortura ya pierde para siempre su confianza en la condición humana. Poco antes de quitarse la vida, cuenta Mishra, leyó testimonios de presos palestinos torturados en calabozos israelíes. Se sintió entonces más extranjero y excluido que nunca, porque su patria no podía ser la de los torturadores.

sábado, 22 de marzo de 2025

"COINCIDENCIA ESOTÉRICA". Juan José Millás, El País 16 MAR 2025

Decenas de personas durmiendo en un ala de la T4 de Barajas
a mediados del pasado mes de febrero. 
David Expósito

La foto se tomó a mediados de febrero en las instalaciones de la terminal 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas, inaugurada en 2006 y celebrada por su diseño moderno y funcional, en el que llaman la atención los techos ondulados, construidos con materiales ligeros, de colores vivos, y espacios amplios que facilitan la entrada de luz natural. Realizados los trámites de acceso, el viajero desemboca directamente en el corazón de una tienda libre de impuestos profusamente iluminada y aromatizada, en la que se quedaría a vivir. Vencido ese arrebato, se alcanzan las puertas de embarque, flanqueadas por tiendas de lujo y restaurantes para todos los paladares.

Por la noche, cuando la actividad cesa, se convierte, como muestra la imagen, en refugio de personas que no tienen dónde dormir ni, seguramente, dónde caerse muertas. Se apagan los escaparates de las tiendas de las primeras marcas, se apagan el boato y la gastronomía, y se enciende la realidad. O se enciende, si ustedes prefieren ser caritativos, una realidad según la cual 500 indigentes pernoctan entre las cuatro terminales del citado aeropuerto. Hace 10 años, no pasaban de 40. Significa que, en ese punto geográfico de la España que es el motor económico de Europa, coinciden esotéricamente la macroeconomía, que va como una moto, con la microeconomía, que ya ven. Dicen que lo macro hace esfuerzos por llegar a lo micro con su cuerno de la abundancia, pero lo cierto es que a medida que crece el patrimonio de los acaudalados, aumenta la penuria de los miserables. Lo que se conoce, en fin, como robar a los pobres para socorrer a los ricos.

viernes, 21 de marzo de 2025

"HAY QUE DINAMITAR EL VALLE DE LOS CAÍDOS". Joaquín Urías, elDiario.es 20 Mar 2025

Pintada en el despacho de Joaquín Urías,
profesor de la facultad de Derecho
en la Universidad de Sevilla.

Los falangistas que decoraron mi despacho con pegatinas que dicen “Dios con nosotros” creen sinceramente que el todopoderoso existe y es franquista. Por eso les duele que alguien proponga acabar con el mayor monumento al dictador

No tengo muy claro cuál sería la mejor solución para el Valle de los Caídos. Es un problema tan complejo que no tengo formada una opinión contundente al respecto. El valle se construyó, con trabajo forzado, como homenaje a la barbarie, el fascismo y la dictadura. Sin embargo, ya está ahí y también nos enseña sobre nuestro pasado. Así que prefiero confiar en las opiniones y sugerencias de los expertos e historiadores sobre cómo debemos gestionarlo ahora.

Lo que sí tengo claro es que en esto, como en cualquier cuestión, es imprescindible poder tener un debate social en libertad. Y tengo claro que nadie debe ser perseguido por expresar una opinión u otra sobre qué hacer con el Valle de los Caídos. Aun así, en España, en los tiempos trumpistas que vivimos, ya hay al menos dos personas encausadas judicialmente por opinar sobre el tema. Al auge del autoritarismo se le suman los efectos de la escasa calidad de muchos de nuestros jueces, incapaces de resistirse a abusar de su posición como poder del Estado para imponer su propia ideología. Así que he decidido que mientras haya en nuestro país personas perseguidas por decirlo, por militancia democrática, también yo voy a decir públicamente que hay que dinamitar el Valle de los Caídos. En este momento el debate no es ya sobre el monumento fascista en cuestión; es ahora un debate sobre la libertad de expresión.

Frente a esto hay quien dice que “el valle no se toca”. Algunos de ellos se han encargado de dejarme claro estos días –incluso en las paredes de mi despacho en la universidad– que son nostálgicos del fascismo y que añoran la brutal represión y el asesinato en frío de decenas de miles de españoles por pensar diferente. Me parece importante que incluso estos tipos puedan expresar su opinión y personalmente no me supone ningún coste discutir con ellos sobre el tema. Sin amenazas ni intimidaciones.

En la concepción radical de la libertad de expresión, todos debemos poder expresarnos libremente. El hecho de que una opinión resulte molesta no es motivo para prohibirla. No me gusta oír a nadie ensalzando el genocidio y creo que es un discurso peligroso, pero prefiero combatirlo con palabras antes que prohibirlo. A cambio, espero que si alguien le molesta mi opinión dinamitera, actúe igual. Los falangistas que decoraron mi despacho con pegatinas que dicen “Dios con nosotros” creen sinceramente que el todopoderoso existe y es franquista. Por eso les duele que alguien proponga acabar con el mayor monumento al dictador. Les duele tanto que lo consideran como una blasfemia o un insulto a ese Dios suyo ultraderechista. Tienen que saber que eso, sin embargo, no los legitima para intimidar ni amenazar a nadie.

La expresión de ideas no tiene límites. Los actos sí los tienen. Cuando se castiga a quien con una pintada anticlerical daña un muro de valor histórico no se lo está persiguiendo por sus ideas, sino por sus actos. Igualmente, quien insulta o amenaza no está lanzando una idea al espacio público para su debate colectivo, sino actuando sobre una persona para doblegar su voluntad o humillarla. Y con la misma fuerza con la que defiendo la libertad de expresión defiendo también la libertad y la dignidad de todos y de todas. Así, la cuestión de la libertad de expresión se convierte en la cuestión sobre los derechos en general. Y en ese terreno la sociedad está sufriendo un peligroso retroceso que se manifiesta con especial intensidad en el seno de la Universidad. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 20 de marzo de 2025

"INQUIETANTES PANDILLAS DE ADOCTRINADAS". María Iglesias, elDiario.es 14 MAR 2025

Grupo de alumnos del colegio concertado Aixa-Llaüt,
de Palma de Mallorca, haciendo el saludo fascista
en la imagen que compartieron en sus redes sociales.

Llueve con ganas en España estas semanas. El pasado sábado, las feministas tuvimos que desafiar al temporal para reivindicar la igualdad y conjurarnos frente a la amenaza de retrocesos fascista. Yo me coloqué una gabardina color buganvilla, ya sabéis, entre fucsia y morado, y unas katiuskas muy chulas, con estampado de viñetas de comic en esos tonos. Prendas para el agua compradas en Cantabria en esos veranos en que vuelvo a las raíces como tantos jándalos. Esa noche, tras la manifestación y el tapeo con amigas, las botas propiciaron un encuentro inquietante. Revelador de peligros que afrontamos como sociedad y que no se resuelven con los rearmes bélicos a los que nos empujan, sino intelectuales y cívicos.

Dos de las amigas íbamos hasta Puerta Jerez antes de coger cada cual a su barrio cuando cuatro, seis, ocho chavalas adolescentes se nos fueron plantando delante gritando: “¿De dónde son las botas?”, “¡Son ideales!”, “¿Dónde las has comprado?”, “¡Las queremos iguales!”. Me hizo gracia porque preguntaban admiradas como ante lujos de las pasarelas de Nueva York o París cuando son de Calzados Cristi en el pueblo montañés de Unqueras, de unos mil habitantes, y lo son gracias al buen gusto de la dueña de la zapatería que las compró a un estiloso proveedor italiano que al poco se esfumó. Les di los datos, divertida. Creyendo que les importaban. Mi amiga y yo nos reímos, halagadas de que algo de nuestro cuarentón estilo juvenil pudiera molarle a esa pandilla de catorceañeras. Entonces la más alta y resuelta, la cabecilla, centró el tiro:

“¿Sois feministas?” En ese instante se les unieron cuatro, seis, ocho varones. Hubo miradas y risitas cómplices. Entre todos eran más de doce, quizá hasta dieciocho. Me fijé en su look homogeneizado. Eran de colegio privado, aunque no llevaran su uniforme. «¿Sois feministas?», repitió ansiosa la lidercilla. Recordé el reciente ataque, aquí en Sevilla, otro sábado, también a una hora temprana de la noche, perpetrado por un grupo de adolescentes contra dos hombres de nuestra edad a quienes antes preguntaron “¿Sois maricones?”. Recordé también la inspiradora frase de Chillida sobre los terribles años de la amenaza etarra: “Hay que mantener la dignidad siempre un punto por encima del miedo”. Asumí contestar:

–Claro que lo somos. ¿Y vosotras?

–Yo no –respondió la líder y todas la secundaron.

–¿Ah, no? Entonces, ¿aceptaríais necesitar el permiso de cualquiera de estos para viajar, estudiar, trabajar, alquilar o comprar piso, tener una cuenta de banco...?

–Yo es que no soy feminista porque soy de Jesucristo.

–Puedes ser ambas cosas. Y como cristiana te encantará la defensa de los derechos de inmigrantes de las monjas vedrunas de Ceuta y los curas del Servicio Jesuita a Migrantes, ¿verdad?

–¿Ceuta? Pfff… –risitas despectivas.

–Sí, una ciudad española muy interesante. Deberíais ir. Yo trabajo temas de migración, como periodista y...

–¿Periodista? Pfff… –más guasa compartida–. Y ¿qué pensáis de Podemos? –vuelve la portavoz a la carga.

–¿Y de Vox? –subió la provocación uno de los chavales, de aspecto infantil no amedrentador.

–¿Qué pensáis vosotros?

Tardan en contestar, aunque sus miradas hablan.

–Yo os respondo sin problemas –les digo–. Yo soy de izquierdas. Pero, por encima de todo soy demócrata. Siempre estaré más de acuerdo con un demócrata de derechas que con un autoritario de izquierdas. En la sociedad, como en las familias, no pensamos todos igual y la democracia es el mejor sistema de convivir sin violencia. En paz y libertad. CONTINUAR LEYENDO

"MUCHAS PERDICES". Luis García Montero, El País 24 FEB 2025

Hacer memoria no sólo sirve para recordar el pasado, sino para entender las mentiras de nuestro presente Entre Granada y Madrid, entre Madri...