Islamóloga y jurista, es fundadora de la mezquita de Fátima, un templo itinerante abierto a mujeres y hombres de cualquier credo y religión que pretende luchar contra las imposiciones del fundamentalismo
Las palabras y afirmaciones de Kahina Bahloul son contundentes, pero serenas. Haber estudiado durante años las escrituras sagradas del islam le profiere seguridad para defender sus postulados, pero sin excluir la duda o el desacuerdo de su interlocutor. Se mueve por la sala como si flotara, alta como es, envuelta en un largo vestido que le llega a los pies. Su rostro es poco expresivo, pero nada frío. Su gesto es acogedor, calmado. El mismo que se podría esperar de una ministra espiritual, porque lo es.
Lo que más podría sorprender a un ojo occidental poco versado en la cultura islámica es que no lleva velo. Pero, a pesar de eso, no sólo es musulmana practicante sino que, además, es la primera mujer que se ha erigido como imam en Francia. Ha creado su propia congregación, bajo el nombre de mezquita de Fátima, un lugar de culto que acepta a mujeres y hombres por igual, sean musulmanes, judíos, cristianos o agnósticos, y los invita a compartir “la espiritualidad en un lugar que suprime las fronteras y discriminaciones patriarcales”.
Bahloul dirige la oración ante su congregación alternándose con un hombre, el filósofo Faker Korchane, en consonancia con el postulado sufí que considera que hombres y mujeres se complementan, siempre desde la igualdad y la justicia. “Las mujeres tenemos que tomar la palabra y romper el monopolio que tienen los hombres sobre la religión y el poder”, asegura Bahloul. “Tenemos que estar ahí, al frente, pero tiene que ser junto a los hombres, para recuperar el equilibro que hemos perdido”.
Esta jurista e islamóloga tiene una visión propia del islam, trabajada a través de años de estudio del Corán y que explica en su libro Mi islam, mi libertad (La Llave, 2022). Esta investigación la lleva en un viaje a través de la historia de la espiritualidad musulmana, pero también a través del patriarcado que la impregnó. “La religión es una forma de poder y, como tal, los hombres han tenido la necesidad de apropiársela. Para ello, han tergiversado la interpretación de los textos, cambiando la masculinidad tranquila por un virilismo violento, que reprime con fuerza cualquier cosa que amenace su hegemonía”.
Con estas palabras, la islamóloga se remite principalmente a Ayatolá Jomeini, líder de la Revolución Islámica que se prendió el mismo año que Bahloul llegó al mundo, un 1979 que cambiaría el curso de la historia del islam. “Jomeini es el ejemplo de virilismo, de cómo los hombres han instrumentalizado el Corán para recluir a las mujeres a través del miedo. Para imponer su poder en nombre de un dios”, explica Bahloul, con un evidente pesar en el rostro, a sabiendas de que, desde su nacimiento tendría que batallar por ser mujer, musulmana y libre.
Creciendo entre bombas
Kahina Bahloul nació en París en 1979, pero a los pocos años se mudó a la Argelia natal de su padre. Allí se reencontró con sus raíces bereberes y abrazó, junto a sus abuelos y tías, un islam “bello y tranquilo”, que nada tendría que ver con el fundamentalismo que se instalaría poco después. Bahloul llegó a conocer la Argelia de las minifaldas y las melenas al aire, pero creció en la Argelia de los hiyabs y el terrorismo.
“Cuando vi que se podían cometer crímenes y asesinatos en nombre de Alá, me alejé de la religión. Como niña, no comprendía que era una instrumentalización política. Y, como mujer, sentía que esa violencia me interpelaba directamente”, recuerda Bahloul. Pero con el paso de los años, decidió no rendirse al fundamentalismo y recuperar el islam que le había enseñado su abuelo, allá en la Cabilia argelina.
Así que se hizo defensora del islam liberal, que “tiene la misión de releer los textos sagrados, teniendo en cuenta los retos del mundo contemporáneo, y huir de la esclerosis de aquellos que nos remiten a interpretaciones de la edad media”, dice. Remitiéndose a las escrituras, Bahloul descubrió un islam no impositivo, que no reduce a las mujeres al hogar y que, por contra, les abre las puertas de las mezquitas.
Así, esta jurista se sumó a una lista de imames mujeres más larga de lo que podría parecer, pero todavía escueta, y fundó la mezquita de Fátima para agrado de muchos, pero también contrariando a otros tantos. De hecho, convertirse en guía espiritual le ha valido ser la diana de amenazas de muerte por parte del integrismo islámico. Para evitar posibles ataques, la mezquita es un lugar de culto itinerante, que se va encontrando en casas particulares, en locales cedidos e, incluso, en una parroquia católica.
Pero, a pesar de que su nombre esté en la mira, al igual que Francia está en el epicentro del terrorismo en Europa, Kahia Bahloul quita hierro al asunto, con una sonrisa ambigua que recuerda a la de la Mona Lisa. “Quienes me amenazan son gente joven que se toman por salvadores del islam patriarcal y tradicional”, asegura. “Pero se ponen detrás de una pantalla porque son cobardes y, por eso, no me preocupan”.
Lo que se esconde tras el velo
La función de un(a) imam no es sólo dirigir la oración, sino también brindar consejo espiritual a sus acólitos. Y a Bahloul le llegan dudas de todo tipo, que se cuestionan aspectos aparentemente sin sentido, pero que son la base del conservadurismo del islam (y de cualquier religión). “Me preguntan mucho sobre el matrimonio mixto. Muchas mujeres quieren entender por qué no tienen derecho, según la lectura tradicional del islam, a casare con un no musulmán”.
La tríada de monoteísmos (islam, judaísmo y cristianismo) es algo que “rasga por dentro” a Bahloul, puesto que su familia paterna es musulmana, su madre es católica y su abuela judía. Las tres grandes prácticas están en su forma de entender la espiritualidad y, precisamente por eso, esta imam antepone su libertad a su religión. Esta es una elección que ha tenido que enfrentar repetidas veces durante su vida, como mujer musulmana. La primera de ellas, relativa al velo.
“El virilismo ha impuesto el velo y ha creado una fantasía alrededor del cuerpo de la mujer, que debe ser escondido. Y nos dijo que, para ser buenas musulmanas, debíamos taparnos. Yo quería ser buena musulmana, pero también libre, por eso no llevo velo y decidí que nunca lo llevaría”, dice, profiriendo una de las pocas risas que se le escuchan, mientras se atusa la melena. Pero, tal como recuerda Bahloul, el velo no es algo único del islam, aunque el fundamentalismo así lo quiera hacer creer. “En Europa, las mujeres llevaban velo, y no por cuestiones necesariamente religiosas”, recuerda.
De hecho, originalmente el hiyab era una prenda que portaban las mujeres para significar que eran de casa noble. Tanto es así, que las mujeres esclavas iban con el torso descubierto. “Y, aún así, podían rezar sin que eso las convirtiera en malas musulmanas, según se cuenta en el Corán”, explica Bahloul. “Si ellas podían orar con los pechos al aire, nosotras podemos hacerlo con la cabeza descubierta”, resume.
Esa es una opción del empoderamiento femenino dentro del islam. La otra es portar el hiyab, pero resignificándolo. “Llevar el velo es una elección según el Corán, así que respeto a aquellas mujeres que lo usan libremente. Pero lo que sí me enerva es que haya quien hace del velo su identidad”, expresa la jurista. “La religión es una opción espiritual, que forma parte de ti, pero no te determina”, dice Bahloul.
Ahí radica la crítica que hace esta islamóloga del fundamentalismo, quien ve los textos sagrados como una guía espiritual, no una lista de requisitos y obligaciones. “Es una ayuda para buscar el bien común, la justicia y elevar el ser humano a algo superior. Por ello, creo que el Corán puede ser la mejor herramienta para luchar contra el patriarcado, siempre que las mujeres estemos dispuestas a usarlo como tal”, resume Bahloul.
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