martes, 12 de marzo de 2024

"Alemanes, no tomar partido por Ucrania es ser parte". La respuesta del historiador Timothy Snyder a Jürgen Habermas (El País 10 JUL 2022)

Alemania no puede decir que no ha intervenido en la guerra contra Ucrania. A rebufo de su política exterior en las últimas décadas, tan cercana a la Rusia de Putin, está interviniendo, casi siempre del lado equivocado

Jürgen Habermas, considerado el mayor filósofo político de Europa, ha escrito un texto sobre su principal crisis actual, la guerra de Ucrania. Su tesis es que la historia recomienda la Besonnenheit (sensatez) alemana, que en la práctica se ha plasmado en mucho hablar y poco actuar durante los cuatro primeros meses del conflicto más importante que vive Europa desde 1945.

Habermas defiende su tesis con argumentos históricos, pero resulta llamativo que no tenga nada que decir sobre la II Guerra Mundial. Este suele ser el punto de partida para cualquier conversación sobre la responsabilidad de Alemania, y en el caso de Ucrania es todavía más pertinente. Hitler dijo que los ucranios eran un pueblo colonial e intentó desplazarlos, matarlos de hambre y esclavizarlos. Quiso usar las reservas de alimentos del país para convertir Alemania en un imperio mundial autárquico. Vladímir Putin ha evocado temas hitlerianos para justificar su guerra de destrucción: los ucranios no poseen conciencia histórica ni nacionalidad propia ni clase dirigente. Igual que Hitler, e igual que Stalin, quiere utilizar los alimentos ucranios como arma. Pero al lector de Habermas no se le pedía que tuviera en cuenta esas semejanzas ni que se preguntara si es posible que los alemanes tengan cierta responsabilidad respecto a Ucrania, un país en el que Alemania mató a millones de personas no hace mucho tiempo.

Habermas opina que el punto de referencia de la civilización es la lógica, pero en su ensayo no hace ningún esfuerzo para identificar la lógica ucrania. Me atrevo a decir que su falta de referencia a la II Guerra Mundial le impide identificarla bien, porque es una lógica anclada en la existencia. No nos enteramos de que Putin niega la existencia de un Estado y una nación ucrania, ni de que la maquinaria oficial de prensa de Rusia habla de resolver la cuestión ucrania, la televisión rusa difunde de manera habitual mensajes genocidas y los soldados emplean lenguaje de odio y genocida para justificar los asesinatos, las violaciones y todo lo demás. Los ucranios, con razón, han llegado a la conclusión de que están luchando por la supervivencia nacional. Habermas menciona la situación de Ucrania cuando habla de generaciones heroicas y posheroicas, pero esa forma alemana de enmarcar el problema aleja al lector de la experiencia ucrania y quizá, incluso, de los problemas más importantes. Pienso en Roman Ratushnyi, que murió en combate cuando estaba a punto de cumplir 25 años. Roman era un activista civil de 16 años en 2013, cuando se manifestó en favor de que Ucrania estrechara su relación con la Unión Europea. Luego se dio a conocer en Kiev como ecologista y defendiendo los espacios verdes frente a unos planes urbanísticos dudosos. Su vida y su actividad miraban hacia el futuro.

Estoy seguro de que Habermas tiene razón cuando dice que los alemanes, tanto los mayores como los más jóvenes, deben hacer más esfuerzos para comprenderse, pero no es ahí donde se encuentran los problemas más acuciantes. La guerra entre Rusia y Ucrania es un conflicto generacional mucho más inequívoco porque los hombres que mandan en la política rusa tienen toda una generación de diferencia con los hombres y mujeres que gobiernan Ucrania. Putin inició esta guerra en nombre de un pasado mítico, con referencias al siglo X (un bautismo a manos de un vikingo) o al XVIII (Pedro el Grande) como disculpas para una agresión en el siglo XXI. La generación que ocupa hoy el poder en Ucrania es la primera educada después de 1991, y su valentía reside en que está defendiendo lo construido desde entonces y la idea de un futuro europeo normal. Los hombres y mujeres que luchan en la guerra, unos jóvenes y otros no tanto, relacionan la supervivencia nacional, como es comprensible, con una vida normal y un futuro en la Unión Europea. Arriesgan la vida, y a veces la pierden, por ese objetivo. Seguramente se puede llamar heroísmo, pero tal vez en un sentido más fácil de entender. Ese sentido tiene poco que ver con los debates sobre el heroísmo que, en el contexto alemán, están contaminados por el lenguaje nazi. ¿Pero de verdad es el contexto lingüístico alemán el que debe regir las opiniones de los alemanes sobre otros pueblos? Cuando Habermas se obsesiona con los problemas que suscita esta situación entre su generación y otras más jóvenes está evitando abordar las razones de la resistencia ucrania. CONTINUAR LEYENDO

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