sábado, 31 de agosto de 2024

"LA PARRESÍA GRIEGA: EL ARTE DE DECIR LA VERDAD CON FRANQUEZA". Iñaki Domínguez, Ethic 28 JUN 2024

 
En la Grecia Antigua, el «hablar franco» era conocido como parresía. Sin embargo, decir la verdad no siempre es bien recibido y, como explicaba Foucault, incluso puede resultar arriesgado para quien busca comunicarse con franqueza.

Foucault habla de la parresía en su último curso para el Collège de France, que impartió poco antes de morir de sida. En la Grecia Antigua, el «hablar franco» era conocido como parrhesía, y aquel que decía la verdad era denominado parresiasta (parrhesiastés). El estudio pormenorizado de este fenómeno es verdaderamente iluminador, particularmente en los tiempos que corren, en los que la censura y la cultura de la cancelación cuentan con un nuevo protagonismo.

Escuchemos lo que Michel Foucault tiene que decir sobre la parresía: «Es etimológicamente la actividad consistente en decirlo todo: pan rhema. El parrhesiastés es el que dice todo… Demóstenes dice: es necesario hablar con parresía, sin retroceder ante nada». Pero hay que decir que, tanto en la Antigüedad griega como en la actualidad, la parrhesía es siempre considerada como algo peligroso para quien la ejerce, pues «no solo arriesga la relación establecida entre quien habla y la persona a quien se dirige la verdad, sino que, en última instancia, hace peligrar la existencia misma del que habla, al menos si su interlocutor tiene algún poder sobre él y no puede tolerar la verdad que se le dice. Aristóteles indica muy bien este lazo entre la parrhesía y el coraje cuando, en La ética a Nicómaco, vincula lo que llama megalopsykhía (magnanimidad) a la práctica de aquella».

El parresiasta es, en efecto, «quien corre el riesgo de poner en cuestión su relación con el otro», continúa Foucault. «El decir veraz del parresiasta incurre en los riesgos de la hostilidad, la guerra, el odio y la muerte». Por su parte, Gregorio Nacianceno, arzobispo cristiano del siglo IV d. C, habla del parresiasta cristiano como de un mártyron aletheias o mártir de la verdad. Por todas estas razones, pocas personas están dispuestas a ser veraces. De hecho, es la mentira, y el ajustarse al discurso de lo establecido, a los meandros de la ideología, lo que habría de beneficiar socialmente a las personas (o, al menos, así lo estiman algunos). La libertad de expresión, en este caso, se vería vulnerada, puesto que expresar la opinión y el pensamiento propios sería un acto de parresía, algo peligroso.

En el caso de los antiguos griegos, la parresía no solo puede darse a la hora de comunicarse con otros (al menos, cuando se es parresiasta), sino al comunicarse cada cual consigo mismo. La salud en la Antigua Grecia consistía (y consiste) en ser franco con uno mismo, saber el lugar que cada cual ocupa en el mundo. Un ejemplo paradigmático de esto serían las reuniones de Alcohólicos Anónimos donde uno ha de decir su nombre y admitir que es alcohólico. Hoy, en cambio, asistimos a una casi total carencia de parrhesía, también con respecto a uno mismo. No es raro en la actualidad que el individuo quiera imponer una representación de sí mismo disociada de la realidad objetiva. CONTINUAR LEYENDO


viernes, 30 de agosto de 2024

"MAL QUE NO VES, CORAZÓN QUE SÍ SIENTE". Un artículo de la filósofa Ana Carrasco-Conde, El País 24 AGO 2024

QUINTATINTA
¿Qué es lo siniestro en nuestras sociedades? Lo que sucede en Gaza no es siniestro, es aterrador. Lo siniestro es nuestra actitud ante el dolor de los demás, nuestra forma de dividir el mundo en buenos y malos

Con la cara descompuesta, María desciende lentamente la escalera que conduce al patio. Está desorientada. Con la mirada perdida, hace esfuerzos por sentarse en los escalones. Al hacerlo, se cubre la cara con ambas manos. No puede creerlo. Ha dejado detrás de sí una vida que, de pronto, le vuelve de frente, pero con la distancia que le permite verse a sí misma. Jean Baudrillard lo llamaría un retour-image o “imagen retornante”: su efecto consiste en volver golpeando y ponernos ante los ojos una perspectiva que, por cercanía, no veíamos. A María le golpean las consecuencias presentes de la violencia del pasado no porque la hubiera reprimido y de pronto se haya hecho manifiesta, sino porque es consciente de lo que ha vivido, de dónde ha estado y de cómo ha podido afectarle: “Esa fue la primera vez que mi madre se dio cuenta de lo que había sufrido y la suerte que tenía de vivir. Y también de lo traumatizada que estaba, aunque no lo mostrara”.

La escena pertenece a la serie griega Maestro, en castellano titulada Sinfonía en azul (Papakaliatis, 2022), en la que María es consciente de los malos tratos que ha sufrido después de ver en otras personas el daño. María, sollozando, musita: “Dios, ¿qué he sufrido?, ¿qué le dejé hacerme?, ¿qué he sufrido?, ¿cómo voy a ponerme bien?, ¿qué he sufrido, Dios?”. María recuerda todo, de modo que si la “imagen retornante” la golpea es porque ahora sabe interpretar lo que siempre tuvo ante los ojos. Este conocimiento la asusta y la angustia. El daño es mucho más profundo del que creía no solamente porque la ha marcado, sino porque ha condicionado un modo de hacer y de comportarse durante años. Al “ver” por primera vez, su vida misma ha cambiado o, como dijera Sigmund Freud de lo siniestro al analizar la etimología del término Unheimlich, de pronto lo familiar, lo que para ella era normal, se vuelve extraño. Hay que ser muy valiente para seguir una vez que se han abierto los ojos.

Ligado a la superstición y a antiguas creencias, el concepto de lo siniestro se suele entender como lo reprimido o lo oculto que retorna: “Lo siniestro no sería realmente nada nuevo, sino más bien algo que siempre fue familiar a la vida psíquica y que sólo se tornó extraño mediante el proceso de su represión. Y este vínculo con la represión nos ilumina ahora la definición de Friedrich Schelling según la cual lo siniestro sería algo que, debiendo haber quedado oculto, se ha manifestado”.

No quisiera contrariar a Freud, a su lectura de Schelling, y a todos los que han seguido esta concepción, pero a la vista de lo que le sucede a María me gustaría proponer, en relación con el mal y el daño, otra definición de lo siniestro: “Aquello que, siempre a la vista, no se ha percibido e incluso se ha normalizado hasta que algo o alguien nos descoloca y somos conscientes de lo que vemos, de tal modo que lo normalizado se resquebraja y lo que era familiar deviene extraño”. Esta es, por ejemplo, la cuestión de las películas de terror: la aparición del fantasma nos da miedo, pero lo que es realmente inquietante es saber que siempre han estado ahí sin que los viéramos.

El problema, por seguir las reflexiones de Freud en su texto de 1919, no es que tengamos miedo de que nos arranquen los ojos y por eso el personaje de Coppelius de El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann sea “siniestro”, como indica el austríaco al analizar el cuento, sino que, por vez primera hacemos uso de nuestros ojos. Y vemos. De ese modo, todo lo que era normal muestra que nunca lo fue. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 25 de agosto de 2024

"POR QUÉ NO SOMOS CAPACES DE SUPERAR LA POLARIZACIÓN". Un artículo de Iñaki Domínguez publicado en Ethic el 24 de junio de 2022

El enfrentamiento gana muchas veces la batalla al entendimiento: nos resulta imposible resistirnos a ser polarizados. Da la impresión de que el tribalismo es inherente al ser humano y que, particularmente, al tratar asuntos identitarios, el convencimiento por medio de argumentos representa una imposibilidad. Esto está siendo fomentado desde todo tipo de medios, redes sociales incluidas.

A pesar del largo periplo civilizatorio de la Humanidad, hoy parece que el enfrentamiento, en muchas ocasiones, gana la batalla al entendimiento. La confrontación impide el diálogo. La emoción se impone a lo racional. ¿Por qué no podemos evitar acabar polarizados? Da la impresión de que el tribalismo es inherente al ser humano y que, particularmente, al tratar asuntos identitarios, el convencimiento por medio de argumentos representa una imposibilidad. Y hay que decir que hoy en día dicho tribalismo identitario está siendo fomentado desde todo tipo de medios, redes sociales incluidas. Huelga que los últimos años representan la era de las políticas de la identidad. Una de las razones por las que la polarización predomina hoy día es que el discurso se centra, ante todo en asuntos identitarios: catalanismo, racismo, feminismo, identidades sexuales, izquierda-derecha…

El sano debate racional queda así imposibilitado de base, puesto que el debate identitario es intrínsecamente ad hominem: A afirma B; hay algo cuestionable (o que se puede cuestionar) acerca de A; por tanto, B es cuestionable. Este tipo de argumento implica que uno ha perdido el debate, puesto que no es a los argumentos mismos a lo que se remite, sino, básicamente, al insulto. Y puesto que «el hecho de que alguien desacredite al orador no prueba nada acerca de la falsedad o veracidad de lo que este diga», tales argumentos son inválidos y utilizados a menudo para remontar cuando uno siente estar perdiendo la razón o carece de argumentos racionales y razonables.

En un mundo tan centrado en la identidad como el actual, es habitual desacreditar al otro, puesto que ese pertenece a uno u otro grupo social sobre el que se debate: es hombre, mujer, negro, blanco, gay, etc. Junto a esas categorías están otras más profundas que contienen a unos y otros, como las afiliaciones políticas. Por eso, todo debate político, de algún modo, enciende resortes irracionales, fomenta disputas, crispación y acritud. Unos y otros se identifican con unos colores o una posición política y la cosa, en última instancia, acaba por tratar de demostrar qué color o grupo político –con los que se identifican los agentes en disputa– es mejor. Por ello, finalmente, tales debates tienen como base una reafirmación identitaria.

El argumento ad hominem lo vemos por doquier en redes. Parece que actualmente, como antaño, al agente que debate le cuesta separar su identidad y la de su antagonista del argumento mismo. Así, en estos debates, por lo general la idea no es argumentar sino imponer la propia opinión, y, particularmente, en asuntos en los que el polemista se juega su identidad. Las personas, generalmente, carecen de coherencia lógica en sus posturas políticas porque se identifican con uno u otro grupo político a modo de forofos deportivos que aspiran a que su equipo gane el campeonato a toda costa, no siendo el debate mismo el que cobra protagonismo. Tal afiliación deportivo-política es un hecho que cualquiera puede constatar.

Por otro lado, que las políticas de la identidad sean las dominantes es la razón por la que la polarización domina. Son el mejor medio de dividir y vencer; la polarización identitaria produce riñas entre unos grupos y otros que no prestarán atención a las jerarquías más elevadas (las que cuentan con verdaderas herramientas para moldear y transformar la realidad), siendo de ellas de quien depende, en última instancia, crear estructuras sociales justas o no.

Esta sea probablemente una de las causas por las que hoy tales políticas identitarias son omnipresentes. Y en este tipo de debates el argumento ad hominem es habitual. Igual que podríamos afirmar A –«Los triángulos tienen cuatro lados»– y B –«Usted nunca estudió geometría. No tiene razón en lo que dice»–, hoy comúnmente se acusa al orador diciendo: «eres un hombre blanco hetero», un «señoro», un «cuñao», un «perroflauta», una «Charo»… Cuando esto ocurre, el debate real puede darse por concluido, y el que insulta a su contrario quien habrá perdido la disputa.

Es natural que en redes sociales la gente empleé este tipo de argumentos falaces y despectivos, puesto que es mucho más fácil despreciar abiertamente a alguien si no lo conocemos y no debatimos con él de modo directo. Es más fácil insultar a alguien por Twitter que a la cara. A su vez, gran parte de los medios de comunicación de masas están interesados en crear polémica y fomentar la polarización, puesto que «la crispación vende» y hace que unos espectadores, oyentes o lectores se identifiquen, también, con los involucrados en un debate particularmente apasionado.

En este sentido, es evidente que los debates políticos en televisión son hoy mucho menos sosegados que a principios de los noventa. Por poner un ejemplo, cuando cada persona inmersa en el debate hablaba durante su turno mucho más pausadamente que ahora y sin interrupción alguna. En los debates por el estilo emitidos por televisión hoy da la impresión de que los propios conductores o las televisiones incentivan las interrupciones, las voces altas y las ofensas con la intención de «calentar el debate» y crear expectación.

sábado, 24 de agosto de 2024

"DISCIPLINAR LA INVESTIGACIÓN, DEVALUAR LA DOCENCIA: CUANDO LA UNIVERSIDAD SE VUELVE EMPRESA". Un artículo de Amador Fernández-Savater publicado en elDiario.es el 19 de febrero de 2016

Entrevista al colectivo de profesores y estudiantes Indocentia sobre la transformación neoliberal de la Universidad.

“¿En qué nos estamos convirtiendo?” Esa pregunta dispara uno de los textos del colectivo Indocentia dedicados a analizar críticamente la transformación de la Universidad española en estos últimos años.

Efectivamente, ¿en qué se convierte la Universidad cuando la reducción del gasto público incrementa la presión competitiva por fondos y estudiantes? ¿En qué se convierte el ejercicio de la docencia cuando se considera una actividad de segunda, al tiempo que se estandariza e instrumentaliza la relación pedagógica? ¿En qué se convierte la investigación sometida a criterios y rankings que valoran principalmente lo cuantificable, exhibible y comercializable?

Convertir, mucho más que convencer. Transformar los comportamientos, mucho más allá de las opiniones. Lo que está en juego en la transformación neoliberal de la Universidad es la relación con el saber y con uno mismo. Hemos aprendido a enfrentarnos a poderes que se nos oponen como algo exterior, coactivo y represivo, pero ¿qué pasa cuando se trata de poderes que se presentan como evidentes y deseables?

El colectivo Indocentia agrupa a profesores, profesoras y estudiantes de la Universitat de València. Su reflexión sobre la universidad española arraiga en los problemas particulares del modo de producir conocimiento en las ciencias sociales (psicología, educación, sociología, etc.), problemas que, aún compartiendo muchos elementos en común, se manifiestan seguramente de forma diferente en las humanidad o en las ciencias experimentales. CONTINUAR LEYENDO

martes, 20 de agosto de 2024

"TE VEO MÁS DELGADA". Emma Vallespinós, El País 18 AGO 2024

Si eres mujer, tu cuerpo siempre puede mejorar. Hay toda una industria forrándose a costa de crearnos complejos

Ser niña en los ochenta te ponía muy fácil acabar odiando tu cuerpo. Crecimos entre los muros de una fábrica de complejos. Las revistas del corazón que hojeábamos en la sala de espera del dentista elogiaban a las mujeres que lucían cinturitas de avispa al mes de haber parido. Las llamadas revistas femeninas nos regalaban tablas de calorías que guardábamos para hacer cálculos antes de acostarnos (la trigonometría era pan comido al lado de aquellas sumas llenas de culpa tras haber ingerido una lasaña al mediodía y una napolitana de chocolate para merendar). La tele nos quemaba las retinas a golpe de mamachichos, top models (nuestra adolescencia coincidió con el esplendor de las supermodelos: Claudia Schiffer, Cindy Crawford, Naomi Campbell, Kate Moss), azafatas sonrientes del telecupón y los hombres duros de las series que siempre iban detrás de las piernas infinitas de las chicas guapas.

Todo aquello fue nuestra universidad de la presión estética y, para cuando cumplíamos los 15, no es que hubiéramos aprendido la lección, es que éramos alumnas aventajadas. Por eso, escondíamos la tripa en las fotos, nos esforzábamos en ser capaces de renunciar a las galletas con nocilla y envidiábamos los cuerpos de las compañeras más flacas. Nos contábamos dietas imposibles en los recreos, les pedimos a nuestras madres que hicieran el favor de no meternos bocadillos de chorizo en las mochilas y arrancábamos las etiquetas de los vaqueros porque nos avergonzaba usar ciertas tallas.

Crecimos con el decálogo del cuerpo perfecto bien interiorizado. Conozco a mujeres que llevan toda su vida a dieta y que siguen sintiéndose culpables por pedir postre. Adultas que consideran que no hay mejor elogio que el que alguien te diga “te veo más delgada” y que sienten crecer su amor propio cuando pierden un par de kilos.

Si eres mujer, tu cuerpo es algo que siempre puede mejorar, una especie de casa en obras. Las estrías son nuestro gotelé; las patas de gallo, el pladur; la celulitis, una gotera en el salón. Hay toda una industria que se forra a nuestra costa, que insiste en insinuarnos (nada sutilmente) que seríamos un poquito más felices con un cuerpo más delgado, una piel más tersa, menos arrugas, menos celulitis, menos vello, menos canas, unos dientes más blancos, unos labios más carnosos, un par de tallas más de sujetador. Esfuérzate. Persevera. ¿Acaso no ves cómo sonríen las chicas de los bancos de imágenes junto a sus ensaladas?

Me encantaría poder decir que las niñas dosmileras lo han tenido más fácil, pero lo suyo es aún peor. Las redes sociales han añadido un par de peldaños más a la insatisfacción corporal. Sus smartphones les muestran cuerpos perfectos las 24 horas. TikTok e Instagram alimentan la presión estética de nuestras hijas. La industria del complejo ha encontrado en ellas la gallina de los huevos de oro. El resultado: niñas de primaria que suspiran por un cuerpo mejor. Crías de 10 años con rutinas de skincare, que googlean la frase “beneficios del retinol” 15 años antes de que les aparezca su primera arruga. Preadolescentes mirándose al espejo y comparándose con adultas esculpidas a golpe de gimnasio y filtros.

Según los datos de la última encuesta Factores de riesgo en estudiantes de secundaria de la Agencia Pública de Salud de Barcelona, el 63% de las adolescentes siente insatisfacción con su imagen. El aspecto físico es, según la misma encuesta, la principal causa de discriminación a esas edades: más de la mitad de las chicas (y casi el 39% de los chicos) afirman haberse sentido discriminadas por esta causa.

En 2021, la maestra de una escuela pública catalana pidió a sus alumnos de sexto de primaria que escribieran una lista de propósitos de año nuevo. Todas las niñas, de 11 años, incluyeron en la suya la palabra adelgazar. Al ser preguntadas, mencionaban, con pesar, el contraste entre los cuerpos perfectos que veían en las redes y los suyos.

Las redes son un lugar hostil, especialmente para nosotras. En esta ciudad sin ley que ya no se llama Twitter, es muy reveladora la manera en la que se nos insulta. La artillería que se usa tiene que ver con el físico y ser gorda es imperdonable. La gordofobia, la aversión hacia las personas gordas, campa a sus anchas. A veces es directa y otras se escuda en pretextos como la salud. Pero no nos engañemos. Es odio. Es asco. Es machismo. Y, por supuesto, es violencia.

Se habla mucho de los peligros de las pantallas en menores. De exposición al porno, trastornos de ansiedad, problemas de concentración. Tendríamos que estar, también, preocupados por cómo las redes intensifican la insatisfacción corporal de nuestras hijas e hijos. De cómo los muros de la fábrica de complejos entre los que crecimos se han expandido hasta el infinito. Debemos preguntarnos hasta cuándo vamos a soportar que tantas niñas sientan que su cuerpo tiene que ser perfecto y, que si no es así, harán bien en sentir culpa y vergüenza.

sábado, 17 de agosto de 2024

"GENIOS". Irene Vallejo. Milenio 20 DIC 2023

Alfredo San Juan

El talento es misterioso. ¿De dónde viene, cómo surge? Percibimos que ciertas personas son capaces de dejar huella en el tiempo gracias a su habilidad para crear belleza o ideas poderosas, pero no sabemos explicar ese extraño don. Los antiguos romanos creían que cada persona estaba protegida desde su nacimiento por un diosecillo tutelar llamado genius. Ese mágico acompañante ayudaba a su ahijado humano durante toda la vida y se ocupaba de que su existencia trascendiera de generación en generación. El talento excepcional se debía al favor de un genius especialmente poderoso.

En nuestros días, llamamos “genios” a los individuos —artistas, pensadores, científicos— más extraordinarios, si bien asociamos sus fascinantes cualidades con una inteligencia privilegiada. Curiosamente, los estudios científicos sugieren que la genialidad no se puede predecir a partir del coeficiente intelectual. Algo esencial escapa a los tests de inteligencia. Tal vez la fantasía creativa, que no se deja atrapar en cifras ni medir a través de pruebas. O quizás esa capacidad, que a los romanos les parecía inspirada por un duende mágico, de abrir nuevos caminos y hacer lo nunca visto, a la que los psicólogos llaman “pensamiento divergente”. O el tesón necesario para la búsqueda continua de rutas no trilladas. El ingrediente indescifrable sigue ahí: el genio no lo explican los genes.

lunes, 12 de agosto de 2024

"CUANDO LA MEDIOCRIDAD ES EL TRIUNFO". Por Esther Peñas, publlicado en Ethic el 6 de agosto de2021

Una nueva pandemia parece haber llegado hasta nosotros: la implacable ola de lo mediocre

Convierta esa sonrisa encantadora en una mueca; guárdese sus ideas brillantes, ya no interesan; no trate de ser gracioso ni destape su carisma, carecen de público alguno; su talento, su virtuosismo, su destreza para cualquier disciplina no puntúan, ni asombran, ni fascinan: es la sombra de la mediocridad. Bienvenido al imperio de los mediocres. No se trata de otra distopía más, sino de una hipótesis que viene de antiguo, y que formuló como tal en la década de los sesenta el pedagogo canadiense Laurence J. Peter: «con el tiempo, todo puesto acaba siendo desempeñado por alguien incompetente para sus obligaciones». Esto se explica porque al ascender a un trabajador eficiente se le concede unos cometidos para los que no está preparado. Se conoce como el «principio de Peter».

¿Quién no ha tenido alguna vez la sospecha de que los mediocres gobiernan el mundo? Trump, Bolsonaro, Kim Jong-un, Berlusconi… Hace un par de años, otro canadiense, el filósofo Alain Deneault, volvió a analizar el asunto en el ensayo Mediocracia: cuando los mediocres toman el poder. La conclusión, terrorífica: según el momento, cada cual acata las normas imperantes, sin cuestionarlas, con el único propósito de mantener su posición, o bien las sortea de manera taimada sin que trascienda que no es capaz de respetarlas. Solo estas dos actitudes se enfilan hacia la esfera de poder. Nada más lejos que aquel camino del exceso que conducía, según William Blake, al palacio de la sabiduría.

Para Deneault no hay ámbito libre de mediocridad: académico, político, jurídico, económico, mediático o cultural. Cualquiera de ellos tiene a un mediocre por auriga. Al igual que aquello propuesto por Platón del gobierno de los mejores, la aristocracia, pero al revés. En lo público, como en lo privado. Para el canadiense, lo que procede y triunfa en estos tiempos son los argumentos que confirmen las teorías ya existentes, y evitar críticas o plantear soluciones arriesgadas, mucho menos originales. Porque ya no importa «la relevancia espiritual de las propuestas». Tampoco en lo económico, al fin y al cabo, recuerda el autor que el dinero nos pervierte, y «concentra la actividad de la mente en un medio que le hace perder toda conciencia sensorial de la diversidad del mundo».

Ni siquiera lo cultural escapa de la epidemia mediocre. ¿Cuántas veces hemos escuchado o pronunciado la frase «es más de lo mismo»? Deneault recoge la reflexión de Herbert Marcuse a propósito de la perversión de un sistema en el que patrón y obrero disfrutan con los mismos contenidos. Algo falla. No tanto que se diluyan o eliminen las clases sociales como que ambos legitiman los principios que sustentan el sistema.

Se trata de no destacar si queremos llegar a ser alguien. Con mucha retranca, el escritor Somerset Maugham decía que «solo una persona mediocre está siempre en su mejor momento». No actúa y, por tanto, no se equivoca. No contradice y, por tanto, no se enfrenta a nada ni a nadie. No enjuicia y, por tanto, obedece.

En 1961, Kurt Vonnegut, autor norteamericano de ciencia ficción, firmó el relato Harrison Bergeron, un texto distópico y satírico que comienza diciendo: «En el año 2081, todos los hombres eran al fin iguales. No solo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todos los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro. Toda esta igualdad era debida a las enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes de la Directora General de Impedidos de los Estados Unidos». Para evitar que ningún ciudadano destacase, las autoridades ejercían la violencia sobre ellos. «George, como su inteligencia estaba por encima de lo normal, llevaba en la oreja un pequeño impedimento mental radiotelefónico, y no podía sacárselo nunca, de acuerdo con la ley. El receptor sintonizaba la onda de un transmisor del gobierno que cada veinte segundos, aproximadamente, enviaba algún ruido agudo para que las gentes como George no aprovechasen injustamente su propia inteligencia a expensas de los otros».

Todo parece indicar que si la voz de Dios sonara de nuevo, poderosa, atronadora, recia como aquella vez en que creó el mundo, acaso hoy dijera, resignado: «Mediocres del mundo, ¡yo os absuelvo!».

domingo, 11 de agosto de 2024

"QUIZÁS, QUIZÁS, QUIZÁS". Irene Vallejo. El País 28 JUL 2024

Fernando Vicente

Mafalda ya nos advirtió del peligro: “El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”

Somos seres opinadores y, en el frenesí de comentarlo todo, es fácil precipitarse por la rampa tramposa de la generalización apresurada. Las fotos veraniegas de las redes nos convencen de que todos los demás son más felices. La rabieta de un niño conduce a sermonear sobre los padres que ya no educan a sus hijos, y de ahí al declive de la familia hay un solo paso. Nada más tentador que convertir casos aislados en causa general. Este mundo de urgencias y apocalipsis otorga más credibilidad a las afirmaciones simplificadas, contundentes y sin fisuras, incluso vociferantes, como si fuesen prueba de conocimiento y capacidad de liderazgo, mientras ignora a quienes tienen el valor de compartir sus perplejidades. Olvidamos que, a veces, las cataratas de certezas brotan de los labios más intransigentes. Mafalda nos advirtió del peligro: “El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”.

Los filósofos escépticos de la antigua Grecia se empeñaron en combatir esas resbaladizas creencias. Invitaban a cultivar la duda, y defendían con valentía los matices y las ambigüedades. Por supuesto, animaban a actuar razonablemente, pero sin jactarse de tener la razón. Afirmar siempre con cautela. “No digas ‘así es’, sino ‘me parece que es’; di ‘siento frío’, en lugar de ‘hace frío’, porque otro podría tener calor”, escribió un sabio griego, anticipando las batallas campales por la temperatura del aire acondicionado en las oficinas. La palabra escéptico no significaba en origen nada semejante a descreído o cínico. En griego skepsis aludía a una investigación, a la observación y el examen a fondo de cada asunto. Entre los extremos del dogmatismo y el relativismo, hay una senda menos transitada: aspirar a saber más y mejor, con prudencia y cuidado, sin complacencia ni credulidad. Revisar y repensar incluso las verdades más blindadas. Ambiciosa utopía para escépticos.

El fundador de esta escuela, Pirrón, “carecía de fama, era pobre y pintor”. Se enroló en la expedición de Alejandro Magno y conversó con los yoguis indios —gimnosofistas hindúes o “filósofos desnudos”— milenios antes de nuestra fascinación contemporánea por el yoga. También se codeó con los magos iranios, sacerdotes del zoroastrismo. “De ahí parece provenir su muy noble manera de filosofar”, escribió el historiador Diógenes Laercio. Al entrar en contacto con otras culturas e ideas, fue capaz de poner en duda sus propias convicciones. Se declaró partidario de una vida sencilla y apacible, sin arrojar juicios como piedras a diestra y siniestra. Decidió dedicar su vida a demostrar que nada se puede demostrar. No escribió ni una línea, posiblemente para evitar la tentación de dogmatizar. Por suerte tuvo un seguidor menos escrupuloso, Timón, que anotó sus enseñanzas: gracias a él, sobrevivieron al olvido.

viernes, 9 de agosto de 2024

"FEDERALES Y CONFEDERADOS". Antonio Rivera, El Correo 4 AGO 2024

José Ibarrola
Lo que está haciendo Pedro Sánchez es acoger por oportunismo las demandas nacionalistas y responder en los mismos términos

En un debate entre candidatos socialistas, en 2017, Patxi López espetó al actual presidente: «Pedro, ¿sabes lo que es una nación?». El diálogo no dio para más que para distinguir sumariamente entre nacionalismo y patriotismo, el primero fuera del radio de la cultura socialista y el segundo perfectamente defendible por esta. Después de los años, el socialismo español persiste en su indefinición sobre la organización territorial del país, reitera sus tics antifranquistas que le llevan a dar por bueno lo que viene de los nacionalismos periféricos y, sobre todo, actúa movido solo por el pragmatismo, por no decir oportunismo.

La Declaración de Granada, en 2013, señaló la hoja de ruta para que el PSOE transitara hacia el federalismo. Se ha cumplido, como mucho, en la mejora de la cooficialidad de las lenguas y en un genérico reconocimiento de las singularidades territoriales. Esperan aspectos fundamentales de entonces y algunos se ven amenazados por la erosión generada por el 'procés' catalán.

Así, la lealtad federal entre Estado y comunidades, la racionalización y clarificación de la distribución competencial, la consideración de que el Estado es la garantía de igualdad de los ciudadanos en sus servicios básicos y el establecimiento de un sistema de financiación autonómica «conforme a los principios de certeza, estabilidad y equilibrio en el reparto de recursos públicos» (además de coordinación, solidaridad y equidad interterritorial) o duermen el sueño de los justos o se ven ahora cuestionados por la preeminencia de la razón nacionalista, que no federal, con que se aborda el tema.

A la concreción política se llega no por filosofía, sino por necesidad. El país no abunda en federalistas concienzudos y sí en nacionalistas hiperactivos, sean centralistas o periféricos. Así se atiende su lógica y todos nos disponemos en la misma; el presidente el primero y su partido detrás. No es algo excepcional, pero no comulguemos con ruedas de molino. Lo que está haciendo Sánchez y el silencio de sus bases es acoger por mero oportunismo, ya que no han mantenido la iniciativa en ningún momento, las demandas nacionalistas, y responder en los mismos términos. Por cierto, ¿tiene bases el PSOE? (de afiliación a las que preguntar e ideológicas a las que acudir).

El federalismo es lo que decía aquella Declaración de Granada: equidad, solidaridad, acuerdo entre el conjunto de regiones; también que los que más tienen apoyen a los que menos, como hacemos con los ciudadanos con más o menos recursos. Es decir, como debería haber remachado Patxi López entonces, la nación ciudadana, política, no sentimental; la que nos iguala a todos en derechos reconociendo y haciendo valer las diferencias de cada territorio y de cada individuo. Una nación liberal, no comunitarista. Pues bien, eso no aparece en el contexto del acuerdo para hacer presidente catalán con todo merecimiento y oportunidad a Salvador Illa.

La lógica que siguen manifestando las izquierdas españolas, las antiespañolas y las periféricas en este debate (valencianas, aragonesas, gallegas, andaluzas…) es cien por cien nacionalista: bilateral y no igualitaria, egoísta y no solidaria, asimétrica y no equilibrada… Es claro esto entre muchos catalanes, ebrios de un ventajismo casi supremacista, pero lo es también entre muchas de los otros territorios. ¿Qué dicen en esta tesitura? Que quieren el mismo trato ventajoso y singular que aquellos. ¿Alguien ha hablado de acordar entre todos de una vez la reforma de la financiación territorial? ¿Alguien de esas izquierdas ha dicho que el principio de ordinalidad es puro egoísmo interterritorial que, por suerte, no se aplica como punto de partida teórico en la fiscalidad entre ciudadanos: que más aporte quien más gana y al revés? ¿Quién cuestiona que la salida para su región no sea un acuerdo opaco y oportunista 'con Madrid'? ¿Alguien distingue federalismo de confederación, o nacionalismo de patriotismo, o nacionalismo político ciudadano del otro cultural y antiigualitario?

Insisto, semejante desconocimiento y falta de sensibilidad tiene que ver con una dejación peligrosa de criterios políticos en las izquierdas españolas: le compraron la mercancía al nacionalismo rancio del país -solo renunciaron al españolista- y acaban pensando en su lógica. España, querido presidente, no avanza hacia la federalización, sino hacia el caos o hacia el 'sálvese quien pueda' (o 'tonto el último'). Solo lo remediará una disposición proactiva de ciudadanos y territorios que recuerden aquel axioma comunero castellano de que nadie es más que nadie. Sobre esa base se sentarán todos a hablar de lo que es de todos y, si alguien quiere ser del todo distinto, igual es que es mejor invitarle a que empiece a serlo del todo.

martes, 6 de agosto de 2024

"CONTRA LA PERFECCIÓN. LA ÉTICA EN LA ERA DE LA INGENIERÍA GENÉTICA". Un libro de Michael J. Sandel


¿Que tiene de malo manipular nuestra naturaleza? ¿Dónde están las líneas rojas, si las hay? El filósofo Michael Sandel trata de responder a esta pregunta a traves de un ameno pero profundo repaso del campo de la bioetica.

"Contra la perfección" explora estos y otros dilemas morales relacionados con la búsqueda de nuestro propio perfeccionamiento. Michael Sandel argumenta que la búsqueda de la perfección es imperfecta por razones que van más allá de la seguridad y de la equidad, y nos lleva más allá de los familiares terminos del discurso político para mostrarnos que la revolución genetica transformará el modo en que se discute sobre cuestiones eticas y obligará a reintroducir las cuestiones de orden espiritual en el centro del debate político.

domingo, 4 de agosto de 2024

"EL OMBLIGO DE LOS SUEÑOS". Irene Vallejo. El País 07 ABR 2024

Mil veces he escuchado el estribillo. Contar historias no nos sacia el hambre ni protege del frío o del peligro, no nos reviste de visión nocturna ni decisivas ventajas en la lucha por la vida. No sirve para nada. Y, sin embargo, desde los albores del tiempo recordado, los seres humanos sentimos el ímpetu irresistible de urdir relatos. Esta terquedad narrativa es un resorte misterioso. ¿Por qué son tan duraderos los mitos, los poemas, los cuentos? Las invenciones útiles cruzan despreocupadas las aduanas de los siglos, pero ¿qué pueden alegar en su favor las creaciones inútiles?

La ensayista británica Karen Armstrong afirma que buena parte de la historia humana ha estado presidida por dos formas de pensar, hablar y lograr conocimiento del mundo: el mythos y el logos. La primera no es una mera fase primitiva de la segunda. Ambas son rutas complementarias y esenciales para buscar la verdad. Según Armstrong, el logos se ocupa de los logros prácticos; el mythos, del significado. Los seres humanos –escribe– somos criaturas en perpetua búsqueda de sentido. Si carecemos de él, caemos de bruces en la desesperación. Los mitos y la literatura permiten que la gente atisbe realidades más hondas, cobijos simbólicos para nuestro precario existir. Necesitamos encaminar hacia un horizonte revelador nuestras vidas y persuadirnos de que tienen un sentido y valor palpables, pese a los errores y extravíos, más allá de cada disparate reincidente, de cada trompicón y traspiés.

A menudo pensamos que las leyendas pertenecen a tiempos tribales y que nos llegan —en nuestro mundo moderno, racional y evolucionado— como un rastro de humo procedente de hogueras encendidas en el amanecer de los tiempos. Pero la historia sigue entretejiéndose hoy con los mimbres de los símbolos más que de los hechos. El siglo XX creó mitos extremadamente destructivos, que gestaron terroríficas masacres y genocidios. No podemos oponer resistencia a esos mitos solo con argumentos lógicos, razones que no hablan el lenguaje de los temores, deseos y rencores profundamente enraizados. Se necesitan otros relatos poderosos, en son de paz. Gracias a las narraciones forjadas al calor del encuentro logramos —a veces, tal vez— afrontar juntos las ansiedades de las que está constelado este nervioso presente.

Las historias son al mundo lo que el ombligo a nuestro cuerpo: carecen de función o tarea vital, pero nos anudan a lo más esencial, ya que señalan nuestro vínculo carnal con los antepasados. En la antigua Delfos, la piedra omphalós indicaba el exacto centro del universo. Todo ser humano cuenta con ese orificio en el vientre, propio e intransferible, un sello aduanero de su entrada al alborotado paisaje terrestre. De hecho, durante siglos comentaristas y eruditos bíblicos han debatido con tenacidad si Adán y Eva fueron creados con o sin ombligo. Es quizá nuestro rincón más extraño, a la vez lírico y humorístico, arrugado y cóncavo, recubierto de pelusa, en espiral, misterioso, besado, mordido, enjoyado e ignorado. El ojo de una cerradura, una cicatriz. Como la literatura misma, un nexo con el cordón umbilical de las palabras. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 3 de agosto de 2024

"CULTIVAR EL PENSAMIENTO CRÍTICO ES MÁS NECESARIO QUE NUNCA". Borja Santos Porras, Ethic 05 MAY 2020

Comportarse de manera virtuosa o cuidar de las verdaderas amistades requiere tiempo y atención, y requiere asumir responsabilidades: pocas veces aprender a pensar fue tan necesario como ahora.

«Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvo yo», decía el filósofo español Ortega y Gasset. Después de muchas semanas confinados en nuestros hogares, la filosofía detrás de estas palabras se torna fundamental. No tanto por el sentido estricto de sobrevivir a la pandemia, sino también por el efecto de este nuevo contexto que nos condiciona, que impacta a nuestra salud mental, a nuestros comportamientos y, a fin de cuentas, a nuestra felicidad.

Para Ortega, el grado en que un acontecimiento nos afecta está condicionado no tanto por lo que sucede, sino por la manera en la que interpretamos este acontecimiento. Para lograr una interpretación virtuosa del contexto actual, es fundamental el pensamiento crítico. La universidad, además de ser un espacio de transmisión de conocimiento, debe ser un espacio de transformación para los jóvenes. Un entorno donde continúen aprendiendo a pensar, a atreverse a usar su propia razón (sapere aude), a comprender y controlar sus emociones, a interpretar mejor su contexto y actuar en él de manera ejemplar.

En este camino y lucha contra la COVID-19, su pensamiento crítico se enfrentará a muchos retos y obstáculos. Me gustaría resaltar cuatro:

1. La lucha contra el hiperconsumo experiencial y la drogodependencia emocional

Según el filósofo José Carlos Ruiz, asociamos la felicidad al consumo emocional y no a la razón. Dado que el consumo material ha sido moralmente bastante criticado, la actual tendencia de la sociedad nos ha desplazado a un constante consumo experiencial, donde buscamos sensaciones que nos perturben, que nos exciten, y que sean capaces de alterar nuestro estado de ánimo (siempre asociado a emociones positivas).

Nos hemos convertido en drogodependientes emocionales. Ante esa inmersión en la hiperactividad, no es extraño que el primer fin de semana del confinamiento los grupos de whatsapp se llenaran de decenas de recursos para mantener nuestra diaria dosis de consumo experiencial (obras de teatro online, conciertos en directo en Instagram, videollamadas, libros y películas gratuitos, etc…). No es extraño que para gran parte de la sociedad el confinamiento haya generado emociones de insatisfacción, de angustia y, en muchas ocasiones, de ansiedad o tristeza, mezclada con un aburrimiento que para algunos resulta insoportable.

En 2014, un estudio publicado en la revista Science liderado por Timothy Wilson reunió a distintos grupos de personas para que estuvieran solos en un espacio cerrado y sin objetos.

Al experimento le añadió la posibilidad de que los participantes pudieran aplicarse descargas eléctricas suaves, algo que aparentemente nadie buscaría hacerse a sí mismo. Un gran porcentaje de personas, al no soportar su aburrimiento y adicción a la hiperactividad, se aplicó las descargas a partir del sexto minuto. El estudio sugirió como conclusiones que a casi nadie le gustaba pensar en soledad, que nos cuesta mantener la mente en calma y que la gente necesita un sentido o propósito ante esas situaciones.

La felicidad actual parece estar estructurada en una especie de to-do list (practicar el último deporte de moda, usar la última red social de actualidad, comer en el nuevo restaurante, visitar el país o la ciudad en boga…). Para sobrevivir a esta drogodependencia emocional es necesario educar personas equilibradas (virtuosas, como definiría Aristóteles), que sean capaces de comprender y controlar sus emociones y puedan usar el parapeto del tiempo y la distancia. Esto permitirá apreciar las cosas buenas que tiene el disponer de más tiempo con nosotros mismos y disfrutar de las diferentes actividades que nos permite el actual contexto.

No es tarea fácil ya que, como explicaría Gilles Lipovetsky, nuestra felicidad es paradójica. Ahora podemos tener tiempo para leer aquellos libros pendientes, para centrarnos más en los estudios, para llamar más a menudo a la familia, pero a la vez nos angustia no poder viajar, no salir a los restaurantes, no consumir aquellas ansiadas experiencias. Contradicciones que también tenemos que aprender a vivir como algo interno y común a nosotros mismos.

2. Discernir las amistades fuertes y verdaderas

Un estudio liderado por Robert Waldinger en la universidad de Harvard trató de contestar a la pregunta ¿Qué nos hace envejecer con salud y felicidad? El estudio comenzó en 1938 y examinó la vida de más de 1.300 personas durante 80 años, analizando los factores que hacían que algunas personas envejecieran felices y con salud y otras terminaran con debilitamiento mental e infelices.

Los resultaron mostraron que no era el dinero, la reputación o la fama, sino la fortaleza de las relaciones con los amigos, la familia, la comunidad y la pareja lo que les hacía tener una vida más feliz y saludable. En los días más complicados del confinamiento, esas relaciones nos ayudan más que nunca.

El pensamiento crítico es lo que nos permite distinguir las buenas amistades y las relaciones inteligentes de las que no implican afectos verdaderos. Aristóteles diferenciaba tres tipos de amistad: una primera utilitaria, donde los amigos tienen una utilidad común y la amistad termina cuando esa utilidad desaparece; una segunda sobre la diversión, basada en el entretenimiento común hasta que este existe; y una última sobre la excelencia, una amistad virtuosa que requiere una atención mutua y que busca la virtud, el éxito y la felicidad del otro. Para Aristóteles, aprender a distinguir estas amistades era fundamental.

3. Distinguir nuestra circunstancia real de la virtual

Para José Carlos Ruiz, las redes sociales nos permiten desarrollar nuestro avatar y una nueva circunstancia virtual. En el mundo real, nosotros y nuestras circunstancias están predefinidas, mientras que en el mundo virtual elegimos nosotros quién queremos ser, mostramos lo que queremos enseñar. Nos encontramos con una circunstancia virtual donde muchas personas aparentan felicidad, sonríen, salen perfectas en los selfies y se mantienen ocupadas en actividades de manera constante.

Dado que el tiempo empleado en internet crece exponencialmente, y más en cuarentena, esto puede rodearnos de pensamientos dañinos y de ideas insustanciales. El mayor problema es que no sepamos definir el yo real (circunstancia real) con el yo virtual (circunstancia virtual). Cuando el yo real se contempla desde las circunstancias virtuales o viceversa, es decir, cuando comparamos la fortaleza de nuestras amistades con el número de likes que tenemos o cuando no sabemos valorar nuestras propias realidades, ya que nos comparamos con las circunstancias virtuales que creemos ver en los avatares virtuales de otras personas, estamos distorsionando la perspectiva y falsificando las circunstancias.

Si no queremos acabar con cuerpos esculturales pero medicados para luchar contra una sensación de vacío que nos atemoriza, debemos protegernos con el pensamiento crítico.

4. Regar la felicidad del árbol ante la felicidad del césped

Cuando queremos que una planta dé sus mejores frutos, debemos cuidarla diariamente, cultivarla poco a poco para que ofrezca esos frutos. Lo mismo sucede con la felicidad y el aprender a pensar. José Carlos Ruiz lo distingue entre la felicidad del césped y la felicidad del árbol.

El césped crece rápido y es, estéticamente, muy bonito y cómodo. Nos proporciona una recompensa inmediata, ideal en la sociedad del instante y de la búsqueda de resultados rápidos, de la «turbotemporalidad». Sin embargo, el césped se muere pronto y se arranca fácilmente. El árbol necesita que una semilla plantada tenga tiempo para germinar, necesita de cuidados, de riego y de bastante inversión al comienzo, sin que se reciba ningún resultado temprano. Sin embargo, con el tiempo, las raíces crecen y buscan su propio alimento, el árbol crece y resiste los cambios meteorológicos, e incluso da sombra y refugio a quien lo necesita.

Aprender a pensar, el desarrollo del pensamiento crítico, los comportamientos virtuosos o el cuidado de las verdaderas amistades requiere tiempo, atención y cuidado. Requiere asumir responsabilidades. La felicidad del árbol nos permitirá salir adelante de esta pandemia con mayor resiliencia. Pocas veces aprender a pensar fue tan importante para nuestra felicidad como lo es en estos tiempos.

Borja Santos Porras, director ejecutivo – IE School of Global and Public Affairs, IE University. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.