lunes, 2 de septiembre de 2024

"LA SOCIEDAD NARCISISTA". Esther Peñas en Ethic

 Si Narciso hubiera existido hoy, en lugar de zambullirse en el agua, se hubiera golpeado contra el cristal de una pantalla. Analizamos por qué el narcisismo es uno de los rasgos dominantes en la sociedad de la imagen.

Desde la antigüedad, un mito nos previene de las letales consecuencias de contemplarse en exceso: Narciso y su mortífero amor a sí mismo. Acaso Caravaggio fue quien mejor retrató esa fascinación seductora de quien queda prendado de su propio reflejo, hasta el punto de morir ahogado y convertirse en flor. Hoy, es la mejor representación de nuestra sociedad, que ha reemplazado la vida por la imagen.

Noventa y cinco millones de fotografías se suben cada día a Instagram, según datos de la propia red. Muchas de ellas, como sucede en otras plataformas, son anécdotas que carecen de la menor importancia: «Yo, comiendo en este restaurante», «Yo, con mi mejor amiga», «Yo y mi perro», «Yo, a solas»…; el yo en mayúscula se ha convertido en una imagen fractal hueca. Si cada cosa que hacemos es lo suficientemente importante para compartirla en el ciberespacio, ninguna lo es. Pero esta sociedad nos obliga a ser empresarios de nosotros mismos, a venderse, a autopromocionarse, porque el narcisismo «es el dar a ver y hacerse mirar», como asegura la psicoanalista Constanza Mayer.

Esa imagen que proyectamos rinde culto a los gimnasios, a las sonrisas forzadas, a los tratamientos de estética, a la esclavitud de la moda, consume experiencias con ansiedad bulímica (exposiciones, películas, series, viajes, gastronomía…). El negocio de la belleza mueve en España 9.250 millones de euros, y exporta más que el vino, el calzado o el aceite de oliva. El país es el segundo expendedor mundial de perfumes y el décimo de cosméticos. El cuerpo como símbolo, como valor añadido socialmente, como envase y diseño publicitario.

En su ensayo La epidemia del narcisismo, los psicólogos norteamericanos Jean Twenge y Keith Campbell comparan el origen del narcisismo con un taburete de cuatro patas. Una, la educación permisiva en la que cada uno aprende a ocupar su lugar sin preocuparse por los demás; la segunda, la cultura de la celebración instantánea; la tercera, internet y las redes sociales, y, la última, el consumo y dinero fácil, que llevan a pensar que todos los sueños pueden hacerse realidad.

Adquiere dimensiones tan desproporcionadas que no importa nada más que uno mismo. «La auténtica tragedia de Narciso no es que se enamorase de sí mismo, sino que no ve al otro, el otro se convierte en un objeto que utiliza a su antojo, deja de verlo como a un igual, como a un ser humano», explica el psicólogo Rodolfo Acosta. Y esto tiene consecuencias terribles. «El yoísmo feroz desdeña el amor y los vínculos sociales, imposibilita establecer lazos con los otros, ya que, si nada hace falta, no en el sentido de necesidad sino de la ausencia de algo, poco lugar se deja al vínculo y al amor hacia los otros», continúa Mayer, quien avisa del riesgo: «La exaltación de un «yo fuerte» implica el riesgo de la megalomanía, como se ve en los dirigentes políticos, que son elegidos por su audacia para potenciar el individualismo a ultranza en las coordenadas de la ley de la selva, y el totalitarismo como sistema, que excluye la diferencia y la diversidad entre las personas, promoviendo la segregación». CONTINUAR LEYENDO

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