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José María Aznar y Alberto Núñez Feijóo en el Congreso del PPE en Valencia. |
Aznar reescribe la democracia porque no cree en ella, al igual que el resto del PP. La “nueva” fórmula –vieja como el fascismo– recorta derechos y servicios. Y sus partidarios trabajan sin descanso, y sin apenas oposición. ¿De verdad no se puede hacer nada antes de llegar a lo de Argentina, a lo de EEUU, a lo que quieren y pagan para que se implante aquí?
Tras sus repetidas llamadas al golpismo saldadas con total impunidad, Aznar las lanza de nuevo con una audiencia mayor: la del Congreso del PPE en Valencia. Y extiende su famoso “el que pueda hacer que haga” a la Unión Europea, que tampoco es que le competa cargarse al presidente de un país miembro, y menos si es, como ocurre con España, la actual locomotora económica europea. El señor oscuro de las mil trampas les dijo a sus correligionarios conservadores, en realidad, que “actuaran” para sacar a España “del retroceso democrático” por un gobierno que “agoniza”. Así al menos titulaba uno de sus medios subvencionados con nuestros impuestos.
Hace falta mucha desfachatez para soltar esa soflama en la Valencia de Mazón, pero el PP tiene pocos complejos. Tan pocos como para seguir manteniendo la voz de un expresidente que lleva sobre sus espaldas tanta mugre. Desde la cumbre de las Azores y las mentiras del 11M al Yak42; desde haber invitado a gran parte de la corrupción española a la boda de su hija a tener a casi todo su gobierno encausado por lo mismo. La desvergüenza del PP y sus colaboradores mediáticos y la poca memoria de sus votantes obvia estos hechos.
Lo cierto es que el reelegido presidente del grupo popular europeo, Manfred Weber, es partidario de hacer pactos con la ultraderecha. Han perdido votos en su favor y no les incomoda en absoluto abrazar sus postulados. Como finura democrática conservadora hay poco en esa postura. Ha colocado a su amiga Dolors Monserrat como secretaria general del grupo tras su exitosa labor en pro del PP en Europa y en contra del Gobierno de España. No es, pues, descabellado por completo pedir a este personal del PPE afín, que “actúen” para tumbar al gobierno de España, dado que ni con todos los que “pudiendo hacer, hacen” han logrado que fenezca. Agoniza, dice. Diríamos, mejor, que se enfrenta a complicados problemas y que, por ahora, sale airoso.
No es solo el jefe Aznar quien incita a la desestabilización, se han lanzado todos detrás, Feijóo, Ayuso, todos sus portacoces y los medios a su servicio. Es como una borrachera conjunta en la que va creciendo su entusiasmo en el convencimiento de que España va muy mal y Sánchez es un desastre al que le quedan pocos días en el cargo. El ideario ya no disimula lo más mínimo: energía nuclear, no tocar para nada a las empresas eléctricas preservando todos sus beneficios, bajada de impuestos (restando evidentemente servicios públicos), no colaborar con el Gobierno en las medidas para contrarrestar los aranceles de Trump y, sobre todo, la mentira por bandera.
Cada vez que el PP está en la oposición despliega incontables esfuerzos para echar a quien gobierne y ponerse en su lugar. Tienen 11 de las 17 comunidades autónomas, más Ceuta y Melilla y el Senado, que usan como trinchera de ataque, pero no les basta: lo que mueve el gobierno del Estado les interesa en gran medida. Pero esta vez han sobrepasado todos los límites. A los continuos bulos e insultos, se añade la impresión, ¿verdad?, no sabemos por qué, de que sí ha habido jueces y otros estamentos de la judicatura que han sentido la llamada de Aznar y hacen. Y en los medios tanto o más. Y son dos sectores esenciales. Sin atemperar esta situación no va a ser posible salir de este agujero, sino que se entrará cada vez más en él hasta que ya falte el aire democrático. Porque, desde que el avance de esta acometida venía siendo notorio, se ha disparado de tal forma que no hacemos sino dar vueltas en ese pozo. Al PP y sus colaboradores no les importa que España funcione. Parafraseando a uno de ellos en el pasado, ya funcionará como debe ser, en su provecho, cuando alcancen La Moncloa. CONTINUAR LEYENDO
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