sábado, 20 de septiembre de 2025

"UN PROBLEMA DE IMAGINACIÓN". Juan Gabriel Vásquez, El País 14 SEPT 2025

MIKEL JASO
La atención humana tiene límites y ahora está colonizada por la frivolidad organizada y el entretenimiento sin tregua

He vuelto a recordar por estos días una anécdota que he repetido muchas veces, de viva voz y por escrito, porque sirve para hablar de muchos lugares aparte del lugar donde ocurrió. La solía contar el escritor israelí Amos Oz, que murió en 2018 y no alcanzó a ver los atentados terroristas de Hamás ni el genocidio que perpetra todos los días, y ante la mirada de todos, el régimen asesino de Benjamin Netanyahu. Se la había contado su amigo Sami Michael, escritor y judío como él y, como él, defensor de la creación de un Estado palestino independiente: es decir, de la calumniada y ya tal vez irrealizable solución de los dos Estados. Sami Michael, al contrario que Oz, murió en un mundo donde ya el gobierno de Netanyahu había tenido tiempo de inscribirse con pleno derecho en la historia universal de la infamia. No sé qué haya pensado frente a los horrores que llenaban ya las noticias cuando murió; sé que saldría a las calles junto a Etgar Keret y otros miles que protestan en silencio —y corriendo riesgos— contra las atrocidades de su gobierno. Pero eso es otro tema.

La anécdota es la siguiente.

Iba Sami Michael en taxi por la ciudad de Haifa cuando, de repente, el taxista empezó a soltarle un discurso sobre lo importante que era para Israel matar a todos los árabes. En lugar de gritarle nazi o fascista y bajarse del taxi, como había hecho otras veces, Michael decidió esa vez razonar con el hombre. “¿Quién cree usted que debería matar a todos los árabes?”, le preguntó. “Nosotros”, dijo el taxista. “Los judíos israelíes”. “¿Pero quién exactamente?”, preguntó Michael. “¿La policía? ¿El ejército? ¿Los bomberos? ¿El cuerpo médico?” El taxista dijo: “Pienso que deberíamos dividirlo en partes iguales. Cada uno de nosotros debería matar a alguno”. “De acuerdo”, dijo Michael. “Suponga que a usted le toca un barrio residencial de su ciudad natal en Haifa y llama usted a cada puerta y toca el timbre y dice: ‘Disculpe, señor, o disculpe, señora, ¿no será usted árabe, por casualidad?’ Y si la respuesta es afirmativa, le dispara. Luego termina con su barrio y se dispone a irse a casa, pero al hacerlo oye en alguna parte del cuarto piso del bloque llorar a un recién nacido. ¿Volvería para dispararle?” Entonces se produce un momento de silencio y al final el taxista responde: “¿Sabe, señor? Usted es un hombre muy cruel”.

Amos Oz incluyó la anécdota en una conferencia del año 2000, y es imposible no maravillarnos por lo mucho que han cambiado esas palabras y sus implicaciones en un cuarto de siglo. Por otra parte, hay algo que no ha cambiado nunca: la anécdota le gustaba a Amos Oz porque ponía en escena la relación extraña que existe entre el fanatismo y la falta de imaginación. Tan pronto le pedimos al fanático que vaya un poco más allá —venía a decirnos Amos Oz—, tan pronto le pedimos que imagine las consecuencias de su odio o a los seres humanos sobre los cuales habrán de recaer esas consecuencias, se abre una grieta en su fanatismo. Digo que esto no ha cambiado nunca y de inmediato me pregunto: ¿será cierto? Tal vez ya no sean ciertas las verdades que Amos Oz podía tranquilamente asumir en el año 2000; tal vez hemos cambiado desde entonces, se me ocurre a veces, y la convivencia constante con las imágenes de la violencia nos ha acabado anestesiando, o las imágenes recurrentes y rutinarias del dolor ajeno han acabado por facilitarnos la convivencia con él. CONTINUAR LEYENDO

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