miércoles, 17 de septiembre de 2025

"UNA ENORME ESPERANZA, UNA CIERTA DECECPCIÓN". Rosa María Artal, escritora y columnista de elDiario.es

Cortejo fúnebre en Vitoria (1976). La multitud acompaña
a los ataúdes de los muertos por el ataque de la
policía franquista
Nunca entendí, de niña, por qué algunos asuntos se hablaban en mi casa en voz baja. Las paredes oían y hasta las más leves críticas al franquismo podían acarrear grandes males. Lo he entendido mucho después: somos un pueblo capaz de la mayor grandeza y también de una soberana mezquindad. Así hemos vivido, y nos hemos forjado.

Solo desde la ignorancia de aquel tiempo –no se ha estudiado apenas en los colegios– se puede explicar que jóvenes y no tan jóvenes generaciones veneren y deseen tamaño desastre, ruina de valores fundamentales. Los que se suman a esa parte de la sociedad que no ha terminado de aceptar la democracia, ni entiende la verdadera libertad. Los que, oyendo, denuncian y coartan todo avance.

Arrostrando peligros ciertos, palizas, cárcel, mucha gente empujó para lograr una España libre de fascismo, moderna y con futuro. Demócratas de todos los sectores no se resignaban. Se ha contado poco que las mujeres dijimos un “basta ya” rotundo para dejar de ser ciudadanas de segunda, inválidas tuteladas siempre por un hombre –padre, marido– cuya autorización era imprescindible para hacer gestiones básicas.

El franquismo murió oficialmente con Franco porque no se podía mantener en el mundo de los años 70 del siglo XX. Lamentable, la diferencia con un hoy proclive de nuevo a ideologías totalitarias. La Transición nos costó mucho, no fue un camino de rosas: huelgas, asesinatos terroristas y de la extrema derecha. Demasiada violencia, sangre, dolor y lágrimas.

Pero la sed de democracia no se rindió. Reinventamos la política, los derechos, el feminismo, el periodismo también. Una época apasionante porque se partía de cero o menos uno.

Gente muy joven entonces llenaba el Congreso, el Senado y las redacciones de gran parte de los medios. Contar la noticia tal cual era, sin menciones a compromisos. Enorme privilegio, inolvidable, que marca de por vida. Lástima que algunos de entonces exhiban ahora un gran envejecimiento de las neuronas democráticas.

Con el tiempo llegó la sensación de haber sido estafados por quienes, mirado desde hoy, tenían otros planes. Un maquillaje efectista para mantener pilares reaccionarios del pasado, como el poder judicial y las estructuras policiales, que aún marcan su impronta en el presente, sin cambios sustanciales durante cinco décadas. Monarquía como forma de Estado y con la prevalencia del hombre en la sucesión al trono.

Y, sin embargo, cuando pienso en las personas excepcionales que he conocido a lo largo de mi vida personal y profesional compruebo cuánta gente de aquí se ha dejado la piel por lograr un país mejor, más sabio, justo, fuerte, culto, creativo, libre, seguro.

Ese espíritu de valentía y discreción también está en este pueblo, aunque lo oculte a veces el ruido y la mugre que flota en charcas muy visibles. Son los que trabajan mientras otros gritan, los que hacen mientras tantos deshacen que es otra costumbre española. Porque ahí se aclara aquel misterio de mi niñez: no era solo “el régimen”, eran sus serviles colaboradores, descompuestos al oír “libertad”, “derechos”. No he conocido dictadura en la que la gente añore nada, más que la libertad.

Somos un pueblo roto y mal cosido, víctima de demasiada impunidad, que ha generado un presente manifiestamente mejorable. Hay que apoyar la tarea de levantarse, recuperar la lucha y lograr un país y una democracia como todavía se nos debe.

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