Siempre me ha llamado la atención la tendencia de los políticos al disfraz, a buscar votos no a través de la seducción sino de la imitación, queriendo convencer a quienes los escuchan o miran de que son uno de ellos, alguien en quien confiar por su cercanía. Luego, ganan las elecciones de turno y, si te he visto, no me acuerdo. Lo que no puedo saber es qué pensarán hoy los taxistas que se paseaban por Madrid con la fotografía de Isabel Díaz Ayuso en el parabrisas, casi a modo de santa, cuando la hayan visto posando para la competencia, en este caso Uber, y dándola su apoyo; y lo que no puedo entender es que cualquier trabajador, del ramo que sea, pueda creer que alguien que defiende las ideas neoliberales que defiende la presidenta de la Comunidad de Madrid pueda al mismo tiempo defenderlo a él. O se mira hacia arriba o se mira hacia abajo, pero es imposible hacer las dos cosas a un tiempo.
[...] Gran parte del debate en los medios de comunicación es idéntico: falta objetividad y sobra militancia; faltan argumentos y sobran consignas; faltan razones y sobra ruido; por no hablar ya de cuando, sencillamente, se pierden los modales. El coronavirus no se sabe, pero la famosa crispación sí que ha salido de un laboratorio, el de quienes no aceptan la democracia nada más que cuando ganan y el resto del tiempo se dedican a deslegitimar a quienes los han vencido con sus votos o con la suma de los suyos y los de sus aliados. A base de verlo todos los días, lo hemos normalizado, pero es una anomalía, tanto lo uno como lo otro. Por suerte, hay algunos indicios de que la tendencia cambia, las y los ciudadanos están aburridos de escuchar gritos vacíos y empiezan a preferir los espacios donde el diálogo es posible y los puntos de vista felizmente distintos se pueden defender sin transformar los estudios o los platós en circos. Ojalá, porque si alcanzamos el momento en que se exija a quienes se acercan a un micrófono que sea para decir algo, ellos, nosotros, el país y el mundo podrán mejorar mucho.
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