Cada año se publican en los medios abundantes listas; nos interesa conocer quiénes son las personas más ricas, las más atractivas, las mejor vestidas o las más deseadas. Estos datos alimentan una curiosidad que puede parecer anecdótica pero tiene un trasfondo importante, pues todo aquello que se mide adquiere existencia y valor. Nuestras clasificaciones reflejan nuestras aspiraciones profundas: el apetito insaciable de fortuna y belleza. No siempre ha sido así. Entre los antiguos griegos, la lista más célebre era la de los Siete Sabios.
Los Siete Sabios de Grecia fueron un grupo de legisladores, jueces y filósofos recordados por sus logros y sus enseñanzas. La tradición los sitúa en el periodo griego arcaico, hace veintisiete siglos, una época en cierto modo parecida a la nuestra por ser una etapa de transición y de crisis de valores, de convulsiones económicas y sociales profundas. Todos ellos fueron contemporáneos y se cuenta incluso que llegaron a conocerse entre sí; vivieron el ocaso de las oligarquías y contribuyeron con su sabiduría al nacimiento de un nuevo orden cívico con leyes escritas para todos. Sus figuras contrastan con las de los héroes de antaño, inmortalizados en los cantos épicos y los mitos tradicionales. No se caracterizaron por ser poderosos guerreros, sino constructores de un orden social, gente de paz, de diálogo y de justicia. Para nosotros, que no elaboramos listas de nuestros mejores pensadores, resulta casi conmovedor compararnos con nuestros antepasados griegos; para ellos, los sabios eran la savia de la sociedad.
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