No caerá José K. en el falso enfrentamiento de la guerra de cifras, tan cara a los contables de la desvergüenza liberal. Esa es su especialidad, tergiversar datos, embarullar con cifras sacadas de contexto, llenar de barro el terreno de juego de una discusión pretendidamente limpia
Anda José K. estos días dando vueltas como una peonza en su estrecho tabuco, obsesionado con una única cuestión. Vencimos al Covid, se dice, superamos Filomena, nos salvamos del volcán, llevamos mal, muy mal, la maldita guerra de Putin, e incluso sobrevivimos a Pablo Casado. ¿Pero qué tengo que hacer ahora para que no me pille la viruela del mono, que todas las noches me despierto temblando cuando escucho en las escaleras aquellos sonidos inconfundibles que oías en el zoo, producido por las manadas de simios que se agolpan a mi puerta? ¿No es terrible lo que nos está pasando? ¿También nos odian los monos? ¿Va a ser así, un dolor, un miedo, un agobio lleno de murciélagos, aludes, lavas ardientes y bichos peludos lo que me queda por pasar en mi penosa vejez?, se queja muy quedo nuestro hombre, lastimero en su jergón.
Y luego está la política. Goza José K. de la existencia de una red pública de bibliotecas que son un primor, camellos que son de su droga habitual, los libros. Un servicio gratuito, como tantos otros, llovidos desde el cielo gracias a los impuestos, palabra que aquí aparece ahora como mero aperitivo para animar a leer las líneas siguientes. Aun así, y mientras trata de sobrevivir a las zanjas y socavones con las que destroza Madrid el alcalde Martínez-Almeida, muy primo de sus primos, nuestro hombre no ha perdido la inveterada costumbre de tomarse todo el tiempo que le sobra ante los escaparates de las librerías que van quedando en su barrio. Consciente de que su magra pensión apenas si le permite una alegría literaria de tiempo en tiempo, gusta de fijarse en las portadas de las novedades, y se entretiene, como Carpanta cuando veía las fotos de los pollos asados, haciendo para sí la crítica del ejemplar del que solo conoce portada -estética- y título-semántica-.
Hoy le ha llamado la atención un ejemplar en concreto, bien situado en los primeros estantes, se conoce que alguien ha tenido buen cuidado de promocionarlo. El encabezado ha sido como un latigazo, un puñetazo en el plexo solar, un rayo que le ha dejado medio conmocionado. Tres veces ha tenido que leer el título, porque la dicotomía que allí se planteaba le parecía tan aberrante que le costaba asumirla: “Impuestos o libertad”, se titula la obrita de un connotado ultraliberal, Ignacio Ruiz-Jarabo, quien fuera director de la Agencia Tributaria con Aznar, 386 páginas, 23 centímetros de alto, 15 de ancho, 2,20 de grueso y con un peso de 650 gramos.
¿Alguna otra firma relevante en este tomito? Sí, sí, la prologuista, nada menos que Isabel Díaz Ayuso. Desparrama la reina del vermú sabiduría y erudición en su riquísimo texto, que todo el mundo que la ha oído alguna vez balbucear en público sabe de su gnosis, de sus enciclopédicos saberes y su rigurosa preparación científica, desgrana nuestro hombre, rojo de vergüenza -¿o es ira?-, asombrado ante tales imposturas. Ahí es nada el tanto que se ha apuntado el autor. ¡Toda una Premio Nobel de prologuista!
Las mentiras. Las grandes mentiras de la derecha. ¡Con qué facilidad se imponen esos falsos elefantes que señalaba Lakoff en mitad de las discusiones serias! Porque esta bazofia de la injusticia de los impuestos, no una discusión lógica y pertinente sobre éste o aquél, no tal o cual importe, no si es excesiva o suficiente esa tasa concreta, no, sino la mismísima figura de tener que pagar al Estado, pilar indiscutible en la búsqueda de una sociedad más justa, más equilibrada, es la penúltima barbaridad teórica que la derecha -y la extrema derecha, si diferencia hubiera entre ellas- intenta vendernos como marco de discusión, frunce el ceño José K. harto de que intenten ahogarle, una y otra vez, engullendo ruedas de molino.
¿De verdad es posible discutir en serio, rigor intelectual encima de la mesa, sobre la contraposición entre pagar impuestos y ser libres? ¿Aceptamos entonces que solo pueden gozar de ese regalo los integrantes del pueblo Caxinauá, una de las últimas tribus descubiertas en el Amazonas, desconocedoras, en efecto, del Impuesto de Bienes Inmuebles? ¿O, sensu contrario, que los dos mil millones de habitantes de América y Europa sufren un oprobioso régimen de esclavitud porque pagan, un suponer, su correspondiente IRPF? ¿Qué estupidez es ésa?, grita nuestro hombre.
El mantra de los impuestos es bien conocido y el mismísimo Núñez Feijóo se estrenó con la monserga: bajada de impuestos, bajada de impuestos, bajada de impuestos. La consigna la repitieron sin inmutarse Díaz Ayuso o Moreno Bonilla, meros bustos parlantes de lo que mandan quienes de verdad dictan sus políticas económicas. No caerá José K. en el falso enfrentamiento de la guerra de cifras, tan cara a los contables de la desvergüenza liberal. Esa es su especialidad, tergiversar datos, embarullar con cifras sacadas de contexto, llenar de barro el terreno de juego de una discusión pretendidamente limpia, ¿qué hay más exacto que los números, dicen cuando ya han transmutado todas sus mentiras en guarismos? No, no, cualquiera que quiera encontrar la diferencia de presión fiscal entre los países europeos puede hallarla fácilmente en Google. Sabrá así que Alemania, Francia, Bélgica, Italia, Austria, Finlandia, Dinamarca, Suecia, etcétera, superan en presión fiscal a la ahogada España, estos socialistas insaciables.
Y ya puestos, si teclea gastos en sanidad, va a resultar que prácticamente, casi un calco, son esos mismos países los que más inversión hacen para cuidar la salud de sus ciudadanos. Igual ocurre, ya ven qué sorpresa, si lo hacemos con educación o atención a la dependencia. Así que no sigamos en esa senda estéril, que ellos, los anti impuestos, saben perfectamente de qué hablamos. Simplemente, no les hagamos ni caso. Desde luego al PP, pero menos a Vox, plan demente en su programa.
Porque toda esa propaganda es pura farfolla. Será innecesario razonar con ejemplos históricos o citas de mil y un economistas. Tampoco les repetiremos, se los saben de memoria, los razonamientos de multimillonarios galácticos como Warren Buffet o Bill Gates, reclamando que los Estados les cobren más impuestos para hacer una sociedad más justa. Porque se trata de política y de ideología, no nos enredemos en sus documentos de Excel. Ellos saben perfectamente para qué sirven los impuestos. Cómo no van a saberlo, si los necesitan igual que usted y que yo, les recuerda José K., presto a exponerles algunos ejemplos. Den gracias a esos impuestos que ustedes quieren suprimir, falsos profetas, para que el hospital público de la zona atienda a su padre, a su primo segundo o a su tío del pueblo del cáncer de vejiga. O dé acceso prácticamente gratis a la Universidad a sus hijos, a sus sobrinos o a los hijos de sus vecinos, esos zánganos que nada estudian, allí donde obtendrán esos títulos que les permitirá seguir mandando en esta sociedad clasista. Incluso en aquella residencia de ancianos, subvencionada gracias a los impuestos que otros hemos sabido defender, podrán ustedes alojar a su abuela o a la abuela de sus cuñados, los de la barbacoa, sí. ¿Se lo repito?, pregunta chulesco José K., convencido como nunca de la rectitud de sus ideas.
La dicotomía no es libertad o impuestos. La verdadera elección es si ustedes quieren una sociedad igualitaria -equilibrada, cuando menos- o que sigan arriba los de siempre y abajo, machacados, los que nunca dejan de sufrir. La pregunta es si ustedes, les interpela José K. con la vena en el cuello, están dispuestos a quitarse un trozo de filete para que otros coman pizza. Si ustedes quieren pagar un impuesto por el casoplón para que haya viviendas sociales; si están dispuestos a aportar de sus descomunales emolumentos, un millón, dos millones, tres millones de sueldo al año para que se pueda instaurar un salario mínimo decente. Esto es, decidir si a estos ultraliberales de postín les interesa la salud, la educación o la dignidad del resto de sus conciudadanos. ¿Demagogia? La mínima para que ustedes, sordos como son a la sensibilidad de millones de ciudadanos, dice nuestro hombre, entiendan los razonamientos de quienes buscan una sociedad más justa.
Decíamos, y reiteramos, las mentiras de la derecha y sus hermanos siameses, la ultraderecha. Porque cuando hablan de la “gran sustitución”, esa falacia distópica, en realidad están hablando de racismo, de no queremos mexicanos, moros o africanos. Cuando se oponen con fiereza a cualquier atisbo de libertad sexual, LGTBI, no es no y sí es sí, por ejemplo, o hablan del aborto, lo hacen del mantenimiento de la ideología patriarcal de las muy reaccionarias iglesias, curas, papas y obispos de distintas sotanas, gorros y otros adminículos que nos señalan a los brujos de la tribu. Y cuando se niegan a pagar impuestos para ser libres, lo que de verdad nos están diciendo es allá se las ventilen ustedes, no haber sido pobres.
José K. les replica: canallas, cobardes, sinvergüenzas.
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