Este pasado domingo 29 de mayo, Abc pasó de diario decano del conservadurismo a convertirse en alarma antiaérea que alertaba a sus lectores del mal inminente que se cernía sobre sus cabezas. “El credo sanchista asalta los libros de texto del próximo curso”, se leía en el único titular de portada, acompañado de un montaje con extractos de libros escolares que referían a temas como la eutanasia, el ecologismo o la inmigración. Las páginas centrales del periódico incidían en el apocalípsis, en este caso según Josefina G. Steggman, que ampliaba los males a la memoria democrática o la monarquía. Por último, el editorial, “Caudillismo en la enseñanza”, dejaba pocas dudas sobre la amenaza:
“Nunca hasta ahora un Gobierno había introducido en la enseñanza tanta propaganda oficial, tanta autocomplacencia y tanto adoctrinamiento. Y sin sutilezas. Es sanchismo a borbotones para los niños y jóvenes. Y sin sutilezas [...] Nada escapa al divismo de Sánchez y su gestión de Gobierno como eje esencial [...] Nadie hizo tan poco por la educación. Y nunca ningún presidente en democracia incurrió en este ejercicio de abuso escolar, de ventajismo político y de perversión educativa [...] un eslabón más para el secuestro intelectual de la sociedad [...] caudillismo de diseño”.
Sin sutilezas, efectivamente, nos encontramos con uno de esos ejercicios de alarmismo que, cada vez que gobierna la izquierda, surgen en torno a la educación con la palabra “adoctrinamiento” como fetiche absoluto. Uno que convendría analizar para ver no sólo que lo que se avecina sobre la educación es otro curso más, no la revolución cultural maoista, sino para entender que la enseñanza, para la derecha, es tanto herramienta de división de clases, en el terreno de lo real, como ariete ideológico dentro de sus guerras culturales.
En primer lugar hay que destacar que todo este incendio de adjetivos y exageraciones se produce sin que los libros de texto finales hayan sido aún ni siquiera comercializados, estando tan sólo en su fase de ediciones no venales dentro del propio sector editorial y educativo. Algo que parece resultar indiferente para la construcción del relato y que el propio periódico reconoce de soslayo al afirmar que la ley educativa está aterrizando en los “borradores”. Abc monta este teatro de marionetas al borde de un ataque de nervios sobre los movimientos que las editoriales lanzan a finales del curso, unas que recogen pequeños adelantos de las obras finalizadas con el objetivo de situar comercialmente sus materiales entre el profesorado.
Lo que resulta aún más llamativo es que este número especial de pánico en la escuela, que Abc llevó a los kioskos el domingo, saliera tan sólo unos días después de que en Twitter cuentas de ultraderecha la emprendieran contra uno de estos manuales de filosofía. Varios de los ejemplos señalados por el periódico coinciden exactamente con los expuestos en redes sociales, dedicando el rotativo un aparte en su reportaje contra uno de los autores del mismo manual, en el que, al más puro estilo caza de brujas, rescatan un tuit del año 2015 para averiguar sus simpatías electorales. Dejando a un lado el proceder macartista de los herederos de Luca de Tena, la imagen de postración del periodismo conservador al demencial ambiente digital de los ultras es tan triste como significativa.
Sin realizar el mismo ejercicio abyecto de indagar en la vidas de los demás por todo argumento para desacreditar su trabajo, cabe destacar que la cuenta de Twitter de la redactora de la información de las páginas centrales, Josefina G. Steggman, muestra como imagen de cabecera una foto suya con el Papa Francisco. El propio pontífice, según Vatican News, rechaza “una educación que se reduce a la transmisión de conceptos, [una] pedagogía desconectada de la realidad que desconoce el valor de las experiencias, la diversidad y el diálogo”, es decir, una visión inversa de los males que la propia periodista destaca en su escrito. Estos manuales contienen, además de los contenidos curriculares de siempre, pequeños apartados con temas de actualidad reconocibles por los jóvenes para captar su atención, una tendencia que cualquiera que conozca el ámbito editorial-educativo sabe que es generalizada antes de la propia ley Celaá.
El Mundo se sumaba a la hoguera inquisitorial el lunes 30 de mayo alertando de que los “profesores denuncian que los manuales escolares ‘infantilizan’ a los alumnos y reproducen toda la ideología del Gobierno”, además de que sus “portadas imitan carteles de festivales de rock”: terrible, sobre todo teniendo en cuenta que a los chavales no hay dios que les saque del perreo. Seamos mínimamente serios: este no es un debate en torno a los contenidos de los manuales, a su profundidad intelectual, a su adecuación a nuestros tiempos, al gusto estético de sus portadas, ni siquiera a la ardiente reivindicación de que vuelva a las manos de los escolares El Florido Pensil por todo libro de referencia educativa. Esto es simplemente una nueva guerra cultural en la que, mediante la exageración, el recorte y el collage creativo, se reducen manuales de 300 páginas a tres o cuatro ejemplos que se consideran intolerables desde el reaccionarismo más evidente.
La cuestión no es que una minoría tenga problemas con el ecologismo, el feminismo o la eutanasia, algo tan respetable como añadir piña a la pizza, el sadomasoquismo o leer el Abc, la cuestión es que se está exigiendo que la educación dé la espalda a nuestro presente y finja la inexistencia de una serie de realidades patentes. Pero sobre todo que este falso debate es sólo una herramienta más para agitar un avispero, a través de un peligro que acecha a los pobres e indefensos niños, para convertir esa minoría en una mayoría que sin ser ultra-conservadora teme porque a sus hijos les adoctrinen en la escuela. Lo cierto es que, si realizáramos el ejercicio en dirección inversa, nos encontraríamos con unos cuantos ejemplos de cómo, sobre todo en el ámbito económico, se induce a los escolares a pensar que el neoliberalismo es la única clave posible en este ámbito. Eso en la escuela pública, dejando a un lado la concertada y la privada.
Lo cierto es que estas alertas no son nuevas, a pesar de que el Abc ahora cargue a ese asustaviejas llamado “sanchismo” con el pecado original de querer instaurar la joven guardia roja en la educación española. A mediados de la década de los 2000 —sólo hace falta utilizar el propio buscador del periódico— se suceden los artículos por decenas con tres palabras clave: Zapatero, adoctrinamiento y educación. El mismo furor milenarista, la misma alarma injustificada, idéntica maniobra con los mismos protagonistas:
“La LOE es una ley estatalista e intervencionista, que no respeta el derecho constitucional a educar a nuestros hijos conforme a nuestros criterios y convicciones religiosas y morales (art. 27 CE), ni el derecho a la libre elección de centro necesario para que aquélla sea efectiva. Y al tiempo que nos priva de este derecho, pretende adoctrinar en la «moral» del Estado a nuestros hijos mediante una asignatura, Educación para la ciudadanía, para enseñarles a ser «ciudadanos políticamente correctos», según dicten los cánones del gobierno”.
Paradójicamente, como ocurre con todas las guerras culturales de la derecha, los asuntos materiales quedan en un segundo plano. Lo que hoy son libros con cuerno y rabo, hace diez años eran asépticas informaciones cuando Rajoy recortó 10.000 millones de euros en Educación y Sanidad: el adjetivo de intención pirómana se debió caer del teclado. “Wert tiene razón”, editorializaba Abc en 2012, “La difusión del proyecto de reforma educativa preparado por el Ministerio de Educación ha actuado como un elemento reactivo que ha provocado la erupción del sectarismo más rancio de la izquierda”. En 2013, cuando la comunidad educativa protagonizó unas históricas movilizaciones contra la ley educativa de Wert, Abc calificó sus argumentos de “falsos motivos”. Que aparezcan ligeras referencias a la memoria histórica, mal, que los críos estudien en barracones, como no son los nuestros, mucho mejor.
El asunto de fondo es que, mientras que perseguimos fantasmas reaccionarios, en Madrid ya casi la mitad de la educación ha sido privatizada, situándose la media del país en torno a algo menos de un 30%. Guerras culturales para enturbiar el debate público, ideología aspiracional para los pobres, negocio y elitismo para los ricos: el abc para construir la sociedad modelo de la derecha, para quebrar un sistema educativo igualitario, la mejor herramienta de nivelación social.
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