Depresión. La avalancha de niños y jóvenes con trastornos psicológicos tras la pandemia ha colapsado unas consultas públicas de salud mental faltas de medios y de personal
«Miro a mi hija de 15 años y veo cómo se le va la vida en una cama». La historia de Paula, una madre desesperada porque la sanidad pública es incapaz de dar una atención mínimamente satisfactoria a la depresión que mantiene postrada desde hace tres años a su hija, es el reflejo de la de muchos miles de niños y adolescentes que junto a sus familias piden ayuda tras la crisis pandémica a unas consultas de salud mental colapsadas por la falta de personal, especialistas y medios.
«Hay muchos niños que están sufriendo, que no pueden ser atendidos porque no hay citas. Te llaman y te dicen: 'Te damos la cita para el año que viene'. ¿Y yo qué hago con mi hija? No todos podemos pagarnos un psicólogo privado», denuncia.
«Cada vez que va tiene un terapeuta distinto. La niña no quiere ir porque no tiene más remedio que contar su historia veinte veces. Necesita continuidad y un especialista que la vea una vez al mes y no uno distinto cada cinco o seis meses», lamenta.
La hija de Paula no mejora, pero esta mujer lo que teme de verdad es que el colapso en la atención pública y las listas de espera cronifiquen su dolencia. «Empezamos a ir al psicólogo de Salud Mental en 2019 y no hay avance ninguno. Lo que tengo miedo es a que se vuelva a autolesionar y volvamos al principio».
El relato pone rostro a las voces de alarma que desde hace meses no paran de dar médicos, psicólogos, pediatras y ONG, y que han quedado corroboradas y retratadas en las conclusiones de una reciente investigación monográfica de Save the Children.
El brusco cambio de hábitos, la pérdida de relaciones sociales, la sobreexposición a las pantallas y la convivencia con la enfermedad, el dolor y la muerte de seres queridos sufridas durante la pandemia ha causado en España una avalancha de trastornos mentales en niños y adolescentes. Un drama que ha atacado de forma especial a los menores de familias más pobres, con un número desconocido de autolesiones y procesos suicidas, que amenaza con prolongarse años y al que las autoridades sanitarias se ven incapaces de dar una respuesta adecuada debido a la endeblez de la estructura pública de salud mental.
Cuando el calendario está a punto de recordar la enorme relevancia internacional de este problema sanitario -el lunes es el Día Mundial de la Salud Mental-, conviene no olvidar que los desajustes y preocupaciones que la covid ha introducido en hogares y escuelas ha sacado a la luz una cantidad inédita de casos de ansiedad, depresión, miedos, hiperactividad o trastornos alimentarios graves entre los españoles de 4 a 14 años.
Sin alternativa a lo público
Los técnicos de Save the Children cuantifican en un 4% las patologías mentales en este grupo de edad y recogen hasta un 7% de niños y adolescentes con alteraciones de conducta. De la dimensión del problema da fe que los nuevos diagnósticos sean el cuádruple y el triple, respectivamente, que los que había en 2017, cuando se cerró la última encuesta nacional de salud.
Un segundo dato explica por qué el drama que mortifica a Paula, que como la mayoría de familias modestas no tiene alternativa privada a las listas de espera de la sanidad pública, es el de miles de hogares españoles. Si las alteraciones psicológicas han crecido entre todos los menores, se puede decir que se han disparado entre los chicos más pobres. Hasta el 13% de estos adolescentes, el cuádruple que en los hogares pudientes, tienen trastornos mentales o de comportamiento. También son el triple los afectados por ideaciones suicidas.
El Gobierno ha puesto en marcha un plan de refuerzo de los servicios de Salud Mental dotado con 100 millones en tres años y ha creado un teléfono de 24 horas (024) para ayudar a personas con ideaciones suicidas, pero Save the Children lo ve «insuficiente».
Faltan pediatras, psicólogos clínicos y psiquiatras especializados en infancia, falta coordinación entre atención primaria y hospitalaria, falta más inversión y el colapso de consultas conduce a una excesiva medicación de los niños por la imposibilidad de darles otra respuesta rápida.
«Las listas de espera para recibir atención psicológica o psiquiátrica se convierten en un cuello de botella al tiempo que el trastorno suele ir empeorando o cronificándose. Es intolerable que el acceso a la salud mental también dependa de la renta. La infancia y la adolescencia más vulnerable debe tener a su alcance recursos públicos y de calidad», reclamó hace pocas semanas Andrés Conde, director general de la ONG autora del informe.
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