Siempre me ha gustado ver cómo los y las estudiantes lanzan al aire los birretes el día de su graduación. Es una forma de celebrar haber alcanzado la meta, el objetivo, de sentirse libres después de los años de estudio y disciplina. Estos días, cuando veo a las mujeres iraníes lanzar al viento los pañuelos que cubren sus cabezas siento un profundo desasosiego. Ese gesto de liberarse de una prenda que constriñe y resta libertad no es en ese país sinónimo de libertad sino de riesgo. Se arriesgan a ser multadas, agredidas o en los casos más extremos, asesinadas.
Masha Amini era una joven iraní que murió estando bajo custodia policial. Su delito, llevar mal puesto el velo islámico. Las autoridades aseguran que sufrió un repentino infarto pero su familia mantiene que gozaba de buena salud. Me da que a la policía de la moral, que es como se llama la que se encarga de hacer cumplir el código de conducta islámico y tiene a las mujeres en su diana, se le fue la mano en el cumplimiento de las estrictas interpretaciones de la moral.
Conocida la muerte de Masha, miles de mujeres se lanzaron a las calles para denunciar la opresión a la que se ven sometidas por quienes se han arrogado la tarea de hacer cumplir un código de conducta que pretende promover la virtud y prevenir el vicio. Gasht-e Ershad es el grupo que se encarga de controlar que las mujeres usen el pañuelo para cubrir su cabello y de detener a quienes, a su juicio, no lo cumplen. Detener, apalizar y en ocasiones, matar.
Las movilizaciones se han saldado, por el momento, con más de setenta personas muertas. Los agentes han disparado sobre las multitudes que claman por la libertad de las mujeres en una especie de cacería pública. Enfrentarse a esa policía de la moral sale caro, pero las mujeres están perdiendo el miedo. Ante la falta de libertad, el control, la vida restringida y las agresiones, las iraníes están dejando en casa el temor y se lanzan a la calle en un gesto de valentía que personas y gobiernos de todo el mundo deberían apoyar. Pero no pasa. Que se arreglen ellas. Si al mundo occidental le viene bien económicamente el apoyo al gobierno que pisotea los derechos de las mujeres, se mira para otro lado y listo.
No es la primera vez que estas mujeres se organizan y movilizan. “Mi libertad sigilosa”, los “Miércoles blancos” o “Las chicas de la calle Revolución” son algunos de los movimientos que desde hace tiempo denuncian la falta de libertad en Irán. Y no está siendo en vano. El propio presidente del Parlamento ha dicho que la conducta de la policía de la moral ha de ser investigada, aunque esa investigación tendrá que hacerse en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU si se quiere una aclaración veraz. Desde instancias políticas se apuesta porque las unidades policiales no arresten a personas por violar las normas de vestimenta. Normas que no deberían existir, por otra parte. Cómo se visten las mujeres, si se tapan o no el pelo, ha de ser única y exclusivamente responsabilidad de ellas. Violar un derecho tan básico nos da una ligera idea de lo que sucede en otros ámbitos. También el Parlamento Europeo debe involucrarse en el tema, tal y como le piden las mujeres iraníes exiliadas, para que las que siguen en el país no terminen muertas ante los ojos de un mundo que les mira de reojo.
No solo Irán ejerce fuerza y violencia para vigilar los valores morales. Arabia Saudita, Sudán o Malasia funcionan de la misma manera. No podemos dejar pasar aquí la oportunidad de denunciar, alto y claro, cómo se pisotean los derechos de un colectivo que ha decidido lanzarse a las calles desafiando no solo las normas sino también a la policía.
¿Qué dicen ellos? Pues en esta ocasión hay un dato novedoso e importante. Ellos también han salido a la calle y se han mantenido junto a ellas en las protestas por sus derechos. Cierto es que son muchos otros temas los que los hombres reclaman en las calles pero si cada vez son más numerosos en las protestas femeninas, algo habremos avanzado. Es un camino, como el del feminismo, que han de hacer juntos hombres y mujeres.
No podemos dejar solas a las mujeres iraníes. Necesitan nuestro apoyo. Necesitan no solo gestos sino acciones. Que desde España, por ejemplo, se organicen competiciones de fútbol en países que agreden a mujeres, Arabia Saudita, por no llevar un pañuelo en la cabeza y no pase nada es síntoma de que se nos llena la boca clamando por la libertad pero no estamos dispuestos a perder negocio. A eso se le llama hipocresía, sin más. Fingimos sentimientos que se contradicen con lo que hacemos realmente.
A los y las periodistas nos toca contar lo que sucede en el país para que no caiga en el olvido. Tenemos que ser quienes vivimos lejos de ahí y no estamos sometidas a esas terribles leyes, las que insistamos en poner el asunto sobre la mesa. Las periodistas iraníes son testigos incómodos, claro, y están siendo encarceladas, silenciadas y asesinadas. Nuestro trabajo ha de servir para que los derechos de todas las mujeres del mundo sean respetados.
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