jueves, 17 de noviembre de 2022

"EL AMOR A LOS 77 AÑOS". Manuel Rivas

Oliver Sacks
Estoy enamorado del enamoramiento que vivió el escritor y neuropsiquiatra Oliver Sacks cuando tenía 77 años

En la mañana del 21 de febrero de este año 2015 me senté en la cafetería Barra, al lado del mercado coruñés de San Agustín, para tomar un café y leer el periódico. Me senté todavía adormilado, refunfuñando porque la mesa del ventanal estaba ocupada, y ya se sabe que el malhumor acentúa el instinto de propiedad. En la media penumbra abrí el periódico, leí un artículo y me levanté con los brazos abiertos a la vida.
Ahora, cuando vuelvo, me siento allí, en la esquina penumbrosa, en honor de Oliver Sacks. Puedo recordar aquel día, la fecha, la zozobra y el despertar de la mirada, porque lo que leía, en EL PAÍS, un ­artículo con su firma, De mi propia vida, era una carta universal del afecto y la pérdida. Sacks, con 83 años, informaba de que padecía un cáncer terminal, pero tal y como lo contaba era una enfermedad de horizonte. Hasta allí, todavía quedaba un trecho para divertirse, incluso, decía, “para hacer el tonto”. Y lo más importante, su mirada no se achicaba en el trance: abarcaba con gozo la vida vivida. “He sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura”. 

Era una despedida, para qué engañarse, pero el efecto, la estrategia del adiós del “animal pensante”, era un brindis a la vida, a la aventura compartida. Con certeza, hay un más allá: son los otros. Creo que sería muy del gusto de Sacks los versos de Poesía última de amor y enfermedad, de Lois Pereiro: “Estoy viviendo un sueño repetido / en las noches de los que me siguen queriendo”.

Cuando informó de su enfermedad con aquel abrazo a la vida, el ­autor de Un antropólogo en Marte contó de pasada que estaba escribiendo unas memorias. Es un género arriesgado. El preferido de los desmemoriados. Además, la desmemoria suele estar mal escrita y tiende a ser más voluminosa cuanto más pretenda tapar. Hay tochos de memorias que deberían servir para encofrar los monumentos de sus autores. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: El País Semanal

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