Iba Elena Postigo para médico, pero en último momento optó por la filosofía. Luego, acabando la carrera, su interés por la bioética la puso de nuevo en contacto con la ciencia médica y con las intervenciones que afectan a la vida como un área de reflexión apasionante. En una jornada reciente en Madrid sobre «Mejoramiento Humano: mitos y realidades», organizado por la Fundación Lilly, Postigo, directora del Instituto de Bioética de la Universidad Francisco de Vitoria, incidió en que todo desarrollo científico y tecnológico debería llevar implícita una reflexión de carácter ético que contemple el impacto sobre los que están por llegar. Es algo que le preocupa tanto que ya trabaja en un libro que llevará por título ‘Bioética para las generaciones futuras’.
¿De qué hablamos cuando hablamos de mejoramiento humano y a qué disciplinas compete este objetivo?
Cuando hablamos de mejoramiento, hablamos de algo muy amplio. Están la mejora genética y el alargamiento de la vida, pero hay otras formas de mejoramiento que plantean los transhumanistas: el mejoramiento farmacológico, el afectivo, el de hábitos morales, el mental mediante nanochips… Es algo que compete, claro, a médicos, genetistas, pero también a expertos en bioética que valoren riesgos, que tengan en cuenta lo que algunos autores llamamos la responsabilidad intergeneracional. Estamos hablando de hacer cambios que afectarán a las generaciones futuras y lo hacemos sin consultarles. Se habla de efectos desconocidos que pueden tener ciertas alteraciones genéticas. Como dicen los expertos, no basta con quitar un gen y automáticamente se quita la enfermedad; es que ese gen puede influir en muchos otros. Un llamamiento a la prudencia. Por eso la bioética no puede ir a la zaga, tiene que ir a la par que la ciencia. Son imprescindibles los grupos interdisciplinares.
Sobre el alargamiento de la vida, ¿tenemos la obligación moral de mejorar al ser humano y expandir sus capacidades, o solo de proporcionarle la mejor vida posible?
No creo que tengamos la obligación moral de expandir las capacidades del ser humano. Tenemos la obligación de darle los medios necesarios a nivel científico y médico, pero también educativo, social y cultural para mejorar su existencia. Se puede vivir una vida de 30 años que sea muy plena y alcanzar una de 90 años que esté muy vacía. No es tanto los años de vida, sino cómo son vividos. Alargar la vida está bien, pero hay que pensar en dos variables. Una, que no sea solo a nivel individual, que sea un esfuerzo a nivel social, de bien común. Y segundo, cómo vamos a dotar de sentido ese mayor tiempo de vida. Es algo que tendemos a perder de vista: perseguir la ampliación de la vida, sin pensar en qué condiciones y para qué queremos lograrlo.
¿Quién establece los límites de las mejoras biotecnológicas?
Es una cuestión que me preocupa mucho. A día de hoy, los establece la ciencia o, como mucho, el derecho o los gobiernos. Y pensemos en un gobierno autoritario –no mencionaré ninguno concreto– que diga: los estándares son estos y queda fuera quien no los cumpla. Eso puede generar un tipo de sociedad eugenésica, discriminatoria, donde la persona con discapacidad o con poca esperanza de vida quede automáticamente descartada. Hay una cuestión de fondo y es que puede haber una persona genéticamente imperfecta que sea muy feliz, y lo contrario, genéticamente perfecta pero muy infeliz y que acabe suicidándose. Nuestra felicidad no estriba en la perfección. El mejoramiento humano es que lo que se pueda hacer en términos genéticos se complete con una visión integral de la persona a nivel social, familiar, cultural, humano, incluso espiritual, si me apuras. Focalizarse solo en lo genético supone una miopía intelectual y científica. Desde la edad escolar los alumnos deben crecer sabiendo que la felicidad se adquiere de muchas formas: con el cariño en casa, con el respeto al discapacitado, con la ayuda a países del Tercer Mundo… CONTINUAR LEYENDO
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