Ordo amoris. El orden del amor. Si el Papa no se hubiese puesto gravemente enfermo, la discusión abierta con JD. Vance sobre la jerarquía del amor habría traspasado los límites de las publicaciones religiosas. ¿El amor al prójimo se organiza en círculos concéntricos, perfectamente jerarquizados, primero los más próximos y después ya veremos? ¿Hemos de dejarnos conmover por la desgracia o la injusticia que padecen personas que nos son lejanas? Universalismo o un orden moral ceñido a lo más próximo. Es la discusión. Es la gran discusión.
Lo que faltaba: la religión. Sin la religión quizás no podamos entender la vertiginosa curva del siglo XXI. Los mapas no lo explican todo aunque sean imprescindibles. No todo obedece a la tremenda aceleración de la tecnología. Mejor dicho, la aceleración tecnológica invita a la religión a volver a actuar de calmante. La religión reaparece como guía y refugio en medio del caos. “Religare”. Reunir. Agrupar.
Vamos a situarnos. Washington / Roma, febrero del 2025. Después de las primeras órdenes presidenciales para proceder a la captura y deportación de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, el Papa dirige una carta a los obispos norteamericanos exhortándoles a defender la dignidad humana y a combatir la identificación de la inmigración con la criminalidad. Cuando Francisco hace pública la carta, el 10 de febrero, la nueva Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, ya ha aparecido en un vídeo proclamando que va a limpiar el país de “basura”. Antigua gobernadora de Dakota del Sur, propietaria de un rancho, comparece ataviada con un chaleco policial. Después de la carta de Francisco, la Conferencia Episcopal de Estados Unidos presenta una demanda judicial contra el Gobierno federal por el recorte de fondos para la asistencia a los inmigrantes.
En medio de ese pulso, estalla una discusión teológica a propósito de unas palabras de San Agustín reivindicadas por el vicepresidente JD Vance como fundamento moral de su política. “Vive justa y santamente el que tiene el amor ordenado, de suerte que ni ame lo que no debe amarse, ni no ame lo que debe amarse, ni ame más lo que ha de amarse menos, ni ame igual lo que ha de amarse más o menos, ni menos o más lo que ha de amarse igual”.
Su apelación a San Agustín no es casual. La lectura de La Ciudad de Dios de Agustín de Hipona influyó mucho en su conversión. Hijo de una familia pobre de Ohio, vivió una infancia muy dura y desgraciada, fue soldado en Irak, donde se desengañó del neoconservadurismo (atención, José María Aznar) que prometía instaurar la democracia por la fuerza allí donde hiciera falta. Quedo impresionado por la guerra y por la destrucción de la comunidad cristiana iraquí. Estudió Derecho, escribió una autobiografía sobre la dureza de sus orígenes (Hillbilly, una elegía rural, Deusto) y la popularidad adquirida en medios conservadores tras la publicación de ese libro le aproximó a la política. Vance no es un neoliberal clásico. Es un católico integrista que repudia a la élite liberal de Estados Unidos y propugna un gobierno fuerte para enderezar el rumbo de la nación desde los valores religiosos. Considera que el día de su bautizo se unió a La Resistencia. Su pensamiento no está muy lejos de los nacionalistas rusos. CONTINUAR LEYENDO
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