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Grupo de alumnos del colegio concertado Aixa-Llaüt, de Palma de Mallorca, haciendo el saludo fascista en la imagen que compartieron en sus redes sociales. |
Llueve con ganas en España estas semanas. El pasado sábado, las feministas tuvimos que desafiar al temporal para reivindicar la igualdad y conjurarnos frente a la amenaza de retrocesos fascista. Yo me coloqué una gabardina color buganvilla, ya sabéis, entre fucsia y morado, y unas katiuskas muy chulas, con estampado de viñetas de comic en esos tonos. Prendas para el agua compradas en Cantabria en esos veranos en que vuelvo a las raíces como tantos jándalos. Esa noche, tras la manifestación y el tapeo con amigas, las botas propiciaron un encuentro inquietante. Revelador de peligros que afrontamos como sociedad y que no se resuelven con los rearmes bélicos a los que nos empujan, sino intelectuales y cívicos.
Dos de las amigas íbamos hasta Puerta Jerez antes de coger cada cual a su barrio cuando cuatro, seis, ocho chavalas adolescentes se nos fueron plantando delante gritando: “¿De dónde son las botas?”, “¡Son ideales!”, “¿Dónde las has comprado?”, “¡Las queremos iguales!”. Me hizo gracia porque preguntaban admiradas como ante lujos de las pasarelas de Nueva York o París cuando son de Calzados Cristi en el pueblo montañés de Unqueras, de unos mil habitantes, y lo son gracias al buen gusto de la dueña de la zapatería que las compró a un estiloso proveedor italiano que al poco se esfumó. Les di los datos, divertida. Creyendo que les importaban. Mi amiga y yo nos reímos, halagadas de que algo de nuestro cuarentón estilo juvenil pudiera molarle a esa pandilla de catorceañeras. Entonces la más alta y resuelta, la cabecilla, centró el tiro:
“¿Sois feministas?” En ese instante se les unieron cuatro, seis, ocho varones. Hubo miradas y risitas cómplices. Entre todos eran más de doce, quizá hasta dieciocho. Me fijé en su look homogeneizado. Eran de colegio privado, aunque no llevaran su uniforme. «¿Sois feministas?», repitió ansiosa la lidercilla. Recordé el reciente ataque, aquí en Sevilla, otro sábado, también a una hora temprana de la noche, perpetrado por un grupo de adolescentes contra dos hombres de nuestra edad a quienes antes preguntaron “¿Sois maricones?”. Recordé también la inspiradora frase de Chillida sobre los terribles años de la amenaza etarra: “Hay que mantener la dignidad siempre un punto por encima del miedo”. Asumí contestar:
–Claro que lo somos. ¿Y vosotras?
–Yo no –respondió la líder y todas la secundaron.
–¿Ah, no? Entonces, ¿aceptaríais necesitar el permiso de cualquiera de estos para viajar, estudiar, trabajar, alquilar o comprar piso, tener una cuenta de banco...?
–Yo es que no soy feminista porque soy de Jesucristo.
–Puedes ser ambas cosas. Y como cristiana te encantará la defensa de los derechos de inmigrantes de las monjas vedrunas de Ceuta y los curas del Servicio Jesuita a Migrantes, ¿verdad?
–¿Ceuta? Pfff… –risitas despectivas.
–Sí, una ciudad española muy interesante. Deberíais ir. Yo trabajo temas de migración, como periodista y...
–¿Periodista? Pfff… –más guasa compartida–. Y ¿qué pensáis de Podemos? –vuelve la portavoz a la carga.
–¿Y de Vox? –subió la provocación uno de los chavales, de aspecto infantil no amedrentador.
–¿Qué pensáis vosotros?
Tardan en contestar, aunque sus miradas hablan.
–Yo os respondo sin problemas –les digo–. Yo soy de izquierdas. Pero, por encima de todo soy demócrata. Siempre estaré más de acuerdo con un demócrata de derechas que con un autoritario de izquierdas. En la sociedad, como en las familias, no pensamos todos igual y la democracia es el mejor sistema de convivir sin violencia. En paz y libertad. CONTINUAR LEYENDO
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