domingo, 30 de noviembre de 2025

"TAN CALLANDO". Antonio Muñoz Molina, El País

FRAN PULIDO

Hablando, en vez de entenderse, lo que hace muchas veces la gente es envenenarse, injuriar a personas que no son culpables, o difundir embustes

Hablando no se entiende la gente. Para comprobarlo basta con prestar algo de atención a los debates, por llamarlos de algún modo, que hay en el Parlamento, o escuchar una de las arengas que los líderes de los partidos dan a sus feligreses los fines de semana, empleando las armas incendiarias, aunque limitadas, de una oratoria consagrada a enardecer y persuadir a los ya persuadidos, la mayor parte de los cuales muestran un entusiasmo que tal vez no sería tan intenso si sus colocaciones y sus ingresos no dependieran tanto de la benevolencia selectiva del líder. Hablando a gritos y con crescendos de sarcasmo fácil y denostación del adversario, cada vez más el enemigo, lo que hace la gente es embriagarse de su propio sectarismo, y de los aplausos cautivos de sus subalternos, sin que en esas tiradas verbales se distinga una sola idea, sin que en el ruido de la artillería retórica, de una chabacanería deplorable, de una vulgaridad abismal, haya espacio para el menor intercambio de iniciativas capaces de aliviar los problemas que nos agobian y las amenazas que vienen aceleradamente hacia nosotros, todas las cuales exigirían un alto grado de conversación verdadera y concordia.

Decía Azaña que si las personas hablaran solo de las cosas que saben y cuando tienen algo sustantivo que decir, por España se extendería un gran silencio muy beneficioso para trabajar. Hablando, en vez de entenderse, lo que hace muchas veces la gente es envenenarse, o injuriar a personas que no son culpables de nada, o difundir embustes que luego ya no se pueden corregir. Un delincuente y estafador al que un juez o fiscal ha dejado en libertad provisional, no se sabe si por simple generosidad de alma o para facilitarle que destruya pruebas de sus delitos, acusa públicamente a una persona honorable, Ángel Víctor Torres, el ministro de Política Territorial, de encontrarse con prostitutas en pisos alquilados, y quien tiene que presentar documentos que acrediten la verdad de sus palabras no es el locuaz acusador, sino el calumniado. Ver a este hombre exhibiendo prolijos certificados de aerolíneas para demostrar que estaba en un avión el mismo día y a la misma hora en que se le acusaba de haberse encontrado en lo que antes se llamaba un picadero da una gran tristeza civil, sobre todo cuando se compara su expresión de dignidad herida con la cara de guasa y desvergüenza de quien solo ha tenido que decir mentiras para ganarse la atención de periodistas y políticos con tan pocos escrúpulos como él y de autoridades judiciales llenas de fe en su veracidad.

“El que sabe calla; el que habla no sabe”, dice un epigrama del Tao Te Ching. El que sabe calla no porque quiera ocultar a los demás el secreto de su conocimiento, sino porque para llegar a saber algo con cierto rigor y profundidad hace falta mucho tiempo de reflexión y estudioso silencio. A nuestro alrededor vemos, escuchamos, leemos, a personas que no saben nada y a las que, sin embargo, no les entra la lengua en paladar, pero como hablan alto y con aplomo parece que saben mucho, sobre todo cuando tienen el privilegio masculino de esas voces de bajo que parecen indicios de gran sabiduría. Hablando no se entiende la gente porque muchas veces el que habla está escuchándose a sí mismo, y el que tendría que escuchar aguarda con impaciencia el momento en que el interlocutor haga una pausa de tomar aire para quitarle la palabra. Quizás ese es el motivo del éxito de las notas de voz, que tienen la ventaja de que no hay peligro de interrupción para el que habla, ni esa molesta presencia verdadera del otro, que siempre es un incordio en estos tiempos de egocentrismo tecnológico. CONTINUAR LEYENDO

sábado, 29 de noviembre de 2025

"ALICIA KEYS O LA HIPOCRESÍA DE LAS RICAS INTERSECCIONALES". Najat El Hachmi, El País

Alicia Keys en Yedda (Arabia Saudí), en marzo de 2024
Qué decepción me he llevado al descubrir que una cantante tan poderosa, que creía feminista, se haya prestado a blanquear la dictadura misógina saudí

Se diría que hay algo en la acumulación ingente de dinero que conlleva cierto grado de psicopatía. No hay que ser asesino en serie para entrar en tal categoría, según los psicólogos es cualquiera incapaz de ponerse en el lugar del que sufre, de conmoverse por el dolor de los demás. No sé si los ricos muy ricos nacieron así o si este sistema en el que se venera la capacidad monstruosa de inflar las propias cuentas fomenta este rasgo tan dañino. Escribo esto después de haber visto el documental Arabia Saudí: el reino al descubierto. En él se denuncian los múltiples abusos y vulneración de derechos que sufren quienes viven bajo el régimen de Mohamed Bin Salmán, ese príncipe supuestamente moderno agasajado y admirado por Donald Trump y a cuya vera se sientan tantos adinerados miopes ante la realidad sobre la que flotan sus millones. Vemos las terribles condiciones de esclavitud en las que viven los trabajadores inmigrantes en el país, entre ellos muchas empleadas del hogar, la violencia con la que se reprime cualquier manifestación u oposición y el encarcelamiento de mujeres en lo que es un auténtico Estado policial. Ojalá Rafa Nadal, que en su día dijo que en la petrodictadura no veía más que cosas buenas, le eche un vistazo al documental y se dé cuenta de lo terrible que es el país con el que trata.

Una de las voces del documental es la de una joven que tiene a su hermana en prisión y no consigue contactar con ella, no sabe en qué condiciones vive. ¿Su delito? Haber subido a redes sociales vídeos en los que defiende su derecho a ir vestida como quiera. Lo más sorprendente del caso es que alguna de las grabaciones que les han traído tantos problemas a ambas hermanas las hicieron en un concierto de celebración del día de la mujer en el que participó Alicia Keys. Qué decepción me he llevado al descubrir que una cantante tan poderosa, que creía feminista, se haya prestado a blanquear esa dictadura misógina. “Me inspira enormemente conectar de forma significativa con las mujeres increíbles que están allí para hablar sobre las narrativas culturales, creativas e innovadoras...”, dijo para justificar su contribución a la opresión de las saudíes, un lenguaje vacío que parece igualitario pero no es más que cacofonía queda bien. Keys es solo una muestra de la genuflexión de estrellas deportivas, artistas, empresarios y gobiernos ante Bin Salmán pero su caso es más grave porque es mujer, no blanca, “racializada”, interseccional y todo ese blablablá inútil.

viernes, 28 de noviembre de 2025

"A LA ESPERA DEL PRODIGIO". Juan José Millás, El País

 Llegué a intuir que había dos maneras de instalarse en el mundo: frente a la pantalla doméstica, sin aguardar ya nada de la vida, o frente al infinito, a la espera de un prodigio

Tuve un pariente que tras jubilarse, e hiciera frío o calor, se sentaba cada tarde en la terraza de su casa acompañado de una copa de vino y unos frutos secos y permanecía dos o tres horas con la mirada perdida en el vacío. A mí, que en aquella época era un estudiante de bajo rendimiento, me fascinaba contemplar su quietud improductiva. En cierta ocasión le pregunté qué hacía y dijo que esperar. “¿Esperar qué?”, insistí. “Que se me aparezca Dios, o una ecuación”, respondió.

Lo de Dios me pareció lógico porque pertenecíamos a una familia muy religiosa, y lo de la ecuación también porque había sido profesor de Matemáticas. Lo más difícil de explicar era la asociación entre una cosa u otra, como si fueran semejantes.

Yo le acompañaba en silencio con la fantasía de hallarme presente en el momento en el que se produjera el milagro. Pasado el tiempo y como aquella quietud lo había convertido casi en un místico, le pregunté si se habían manifestado por fin Dios o la ecuación. “Nunca lo sabréis”, dijo, “vete a ver la tele”.

Ver la televisión, que era como regresar a la norma, me proporcionaba una paz algo infernal. Creo que llegué a intuir que había dos maneras de instalarse en el mundo: frente a la pantalla doméstica, sin aguardar ya nada de la vida, o frente al infinito, a la espera de un prodigio.

Mi pariente se murió un martes, con los frutos secos sin probar y la copa de vino intacta. No hizo ruido alguno, ni siquiera cambió de postura. Su mujer lo descubrió al anochecer, ya un poco rígido. Oí decir que había fallecido con los ojos abiertos, lo que no supe entonces ―ni ahora― cómo interpretar. Estos días, al acordarme de él, me siento cada tarde en la terraza, con un gin-tonic que apenas pruebo, y unos frutos secos variados en un plato, y permanezco contemplando el horizonte, a la espera de que se me aparezca, si no Dios, el diablo. Y, si no una ecuación, una raíz cuadrada. Vamos a menos.

jueves, 27 de noviembre de 2025

"SIN NOVEDA EN EL FRENTE". Erich María Remarque (2022), Barcelona, Edhasa

«Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor. Veo a los pueblos lanzarse unos contra otros y matarse sin rechistar, ignorantes, enloquecidos, dóciles, inocentes. Veo a los más ilustres cerebros del mundo inventar armas y frases para hacer posible todo eso durante más tiempo y con mayor rendimiento».

Con crudeza y cercanía. Así nos narra Paul Bäumer, alter ego del escritor, el destino de un grupo de soldados durante la Primera Guerra Mundial. Y su capacidad para transmitir las emociones más profundas del ser humano, a través de imágenes casi cinematográficas plasmadas con un lenguaje claro y directo, dejan una huella indeleble en el lector. Sin novedad en el frente nace de la pluma de Remarque con el deseo de ser la voz de toda una «generación perdida», y poco después de su publicación este relato inclemente y veraz de la vida cotidiana de un soldado se convirtió por méritos propios en un clásico de la literatura.

Un clásico de la literatura antimilitarista que narra con excepcional dramatismo y veracidad la existencia cotidiana de un soldado durante la primera guerra mundial.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

"CONTRA LA BAZOFIA INTELECTUAL, VUELVE A PENSAR". Irene Lozano, El País

El trabajo intelectual nos entretiene a unos pocos, pero el esfuerzo de dar forma a la experiencia es universal, convierte a ‘sapiens’ en ‘sapiens’

La necesidad de dar forma a la realidad empezó con el primer Homo sapiens que talló en la cueva un hacha de sílex, golpe a golpe. Resulta trabajoso, requiere oficio, pero no hay alternativa: transformar la materia prima en herramienta útil para la vida exige fricción, incomodidad, incluso irritación cuando no salen las cosas.

Avanzando unos milenios, hoy solo sufre fricción el albañil. Le dice a ChatGPT: “Levanta una casa” y no ocurre nada. En cambio, el trabajo intelectual se ha vuelto mullido, porque los modelos de lenguaje eliminan la fricción de escribir. LinkedIn se ha llenado de posts escritos por ChatGPT; y TikTok, de vídeos hechos por Sora. Más de la mitad del contenido en inglés existente en internet está hecho por IA, según la empresa de SEO Graphite.

Charlie Warzel reflexiona en The Atlantic sobre este tipo de contenido, que ya tiene nombre específico: slop. ‘Bazofia’ es una buena traducción. Nos inunda, imprimiendo al lenguaje una textura fundente, melosa y narcótica. Nos devuelve una realidad sin forma, desprovista de significado, pero fácil: tengo la sensación de ser una niña de nueve años, con todos sus dientes, a la que quisieran atiborrar con papilla. Y ojo, porque ese puré intelectual es, a su vez, alimento para los modelos de lenguaje. Tal vez ese círculo vicioso de la bazofia que se autofagocita desemboque en la chaladura de la IA.

El problema es que la fricción atraviesa el verdadero trabajo intelectual desde que sapiens estaba en la cueva. Allí donde se encuentra la pepita de oro de las ideas, chirrían los goznes con un ruido insoportable. Buscarla genera incomodidad, encontrarla también: la realidad es dura como el pedernal y la pensadora —incluso la más experimentada— debe tener oficio para darle forma al mundo. Esa es la manera de trabajar las ideas: golpe a golpe.

Se ha dado la ampulosa denominación de “creadores” a quienes llenan de contenido la red, pero en realidad son la nueva clase explotada del capitalismo cognitivo. Los modelos eliminan fricción para el creador, que así se vuelve más productivo. A base de cantidad, logra llamar la atención del algoritmo, tan amigo de las adicciones. Le das un par de ideas a ChatGPT y escribe un post, un artículo, un libro. Amazon ha limitado —¡a tres!— la cantidad de libros que puede autopublicar una misma persona cada día, para no convertir la plataforma en una churrería.

Entendíamos como dos caminos vitales irreconciliables el negocio y la filosofía (o el arte). El hombre de negocios persigue el dinero; la pensadora y el artista buscan la verdad. Pero el capitalismo cognitivo ha disuelto la disyuntiva: los creadores digitales producen contenido para obtener dinero. Cuanta menos fricción, más beneficio.

Unir en el creador al capitalista y al pensador es la última jugarreta del tecnofeudalismo: bajo el señuelo de la monetización, se reduce el pensamiento autónomo y se externaliza la creatividad, es decir, el soplo trascendente, soñador y subversivo de los humanos. Todo se acomoda al antiintelectualismo en boga: ahí tenemos a la Casa Blanca, feliz creando bazofia.

Como las cosas van rápidas, auguro que la inundación de bazofia ahogará pronto a los “creadores” y a su público. Cuanto mayor es la confusión entre lo verdadero y lo falso, más necesitamos periodistas, o sea, profesionales de identificar lo que Hannah Arendt llamaba “las modestas verdades de los hechos”. También habrá que atender otras urgencias. Existen empresas de IA que, por unos euros, resucitan digitalmente a los muertos: son chatbots que imitan la voz, el estilo, la personalidad del ser querido. Para poner claridad en el par de opuestos “estar muerto/ estar vivo”, o sea, entre la realidad y la ficción, serán cada vez más necesarios los intelectuales.

Porque el gran problema de la bazofia es que distrae, pero no aporta significado. Donde hay algo importante que saber hay fricción para aprenderlo. Platón nos advirtió: “Lo bello es difícil”. Cuando uno se entrega a lo fácil se acostumbra a vivir en esa bazofia fea, falsa y sin sentido. Pronto se verá que una vida sin fricción es una vida sin sentido.

El trabajo intelectual nos entretiene a unos pocos, pero el esfuerzo de dar forma a la experiencia es universal, convierte a sapiens en sapiens. Por eso el ansia de fricción ya asoma por las esquinas: desde la que hace senderismo para sentir el golpe de viento cortándole la cara, hasta el que se apunta a cerámica para hendir la arcilla con sus dedos.

Pronto la habilidad más valorada será pensar con la propia cabeza, de forma radical, con criterio y originalidad. La de intelectual volverá a ser una profesión reputada. Porque sapiens se comprende a sí mismo con imaginación, pensamiento y palabras, no con bazofia. La sociedad buscará al homínido en la cueva que, como al hacha de sílex, da forma al mundo golpe a golpe. Al fin y al cabo, pensar fue siempre un trabajo físico.

lunes, 24 de noviembre de 2025

"QUIERO INTEGRARME (Y NO ME DEJAN)". Najat El Hachmi, El País

Queremos tener los mismos derechos que todos los demás, vivir en viviendas que no estén apartadas de todo, en barrios donde solo viven los “nuestros”

Exigen que los inmigrantes se integren, se adapten a “nuestra” cultura (a saber lo que es eso) pero en realidad es lo último que desean: ¿que los hijos de moros, negros y latinos compartan aula con sus propios hijos? ¿Que vivan en los mismos barrios que ellos? ¿Que les toque uno de esos como compañero de habitación con todos sus olores raros? ¿Tenerlos al lado compitiendo por los mismos puestos de trabajo? No, para nada, buena parte de los que se llenan la boca con la palabra “integración” lo que quieren en realidad es la desaparición de cualquier elemento distintivo en ese otro que detestan que les recuerde precisamente su diferencia. “Que se desintegren” sería una expresión más precisa. Lo demuestra el hecho de que mientras gritan “integración” no solo no hacen nada por favorecerla sino que contribuyen a los mecanismos que generan segregación. Que se tilde de fascismo esa hipocresía como hizo en su día Pau Luque es tomarse muy en serio a los racistas de toda la vida y no tener en cuenta que lo deseable para los que procedemos de otros países es, precisamente, la integración. Queremos integrarnos porque queremos tener los mismos derechos que todos los demás, vivir en viviendas que no estén apartadas de todo, en barrios donde solo viven los “nuestros”. Queremos integrarnos para que la democracia no nos quede lejos, que los políticos nos tengan en cuenta y también nos interpelen en vez de hablar de nosotros como si estuviéramos en una pecera cerrada desde la que no oímos ni entendemos lo que dicen sobre nosotros. Hoy hay niñas viviendo en barriadas degradadas haciendo un esfuerzo titánico por sobreponerse a esas barreras que les ha impuesto el sistema: de raza, de género y de clase, por supuesto. Estudian con ahínco porque saben que no les queda más remedio y a la que puedan huirán de ese lugar al que las han relegado para incorporarse a la sociedad que no es gueto y que tan lejos queda desde donde están ahora. El movimiento por los derechos de los negros en EE UU luchó contra la segregación establecida por ley y reivindicó su integración. Aquí ocurre que quienes se supone que defienden los derechos de los inmigrantes (sin haber pisado nunca uno de estos barrios en la periferia de la periferia) nos dicen que la integración es de derechas. Pero si es todo lo contrario. A la derecha ya le va bien que estemos encerrados, que tengamos que traspasar esas fronteras invisibles para llegar al centro, allí donde seríamos ciudadanos sin más, sin menos.

sábado, 22 de noviembre de 2025

La Unesco alerta sobre la carrera por la neurotecnología: “La privacidad mental está en riesgo”. Manuel G. Pascual, El País

Uno de los participantes en un experimento para ver la
respuesta neurológica a 'La joven de la perla'
La organización de la ONU aprueba una guía ética para acotar las aplicaciones comerciales que buscan analizar las emociones, sentimientos y pensamientos de las personas

La Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha aprobado hoy por unanimidad en la Conferencia General de Samarcanda (Uzbekistán) un documento en el que hace un llamamiento al uso ético de “la tecnología dedicada a entender el cerebro e interactuar con él”, la neurotecnología. La Unesco considera necesario establecer un marco de actuación antes de que se generalice el uso de estas tecnologías, en tanto que su mal uso entraña “riesgos serios para la privacidad mental”, especialmente para los niños y jóvenes, y puede “exacerbar las desigualdades”.

Si bien la neurotecnología médica está estrictamente regulada, no sucede lo mismo con sus aplicaciones comerciales, que no lo están en absoluto. Esta tecnología está presente en wearables (dispositivos vestibles) de consumo, en los aplicados a los videojuegos, a la productividad laboral, la educación y el aprendizaje o al marketing. El siguiente paso, en el que la industria ya trabaja, son las interfaces neuronales, que conecten el cerebro directamente con la máquina.

“Los datos neuronales, que capturan las reacciones y emociones básicas de los individuos, están muy demandados en el mercado”, destaca el documento. “A diferencia de los datos recogidos por las redes sociales, la mayor parte de datos neuronales son generados de forma inconsciente, y, por tanto, no podemos dar nuestro consentimiento sobre su uso”. Controlar estos datos pemitiría a las compañías o gobiernos construir perfiles detallados de los individuos que podrían servir para manipularlos.

El documento hace especial énfasis en los menores, en tanto que el cerebro humano acaba de desarrollarse y de madurar entre los 25 y los 30 años. Si se usan interfaces neuronales durante la adolescencia, alerta la Unesco, “existe el riesgo de que se afecte a la identidad futura del joven con efectos duraderos o hasta permanentes”. “Este texto encarna una profunda convicción: que el progreso tecnológico solo vale la pena si está guiado por la ética, la dignidad y la responsabilidad hacia las generaciones futuras”, ha declarado la directora general de Unesco, Audrey Azoulay.

“Los desafíos son muchos. Haya o no implantes, hace falta seguridad de concepto, hacer muchas pruebas. Las empresas ahora mismo no están en eso: están ocupadas en desarrollar la tecnología, no en ver qué pasa con ella”, dijo este martes Dafna Feinholz, responsable de bioética de la Unesco, en una reunión virtual con periodistas internacionales en la que participó EL PAÍS.

La experta destacó que esta tecnología puede ser muy positiva para la humanidad. “Aporta oportunidades únicas para aliviar el sufrimiento. Puede ayudar a identificar dónde empieza una depresión, puede ayudar a tratar el párkinson o a quienes tienen epilepsia. Puede ser clave para que personas que han perdido la visión la recuperen, y lo mismo con el habla”.

Sin embargo, tiene un reverso altamente peligroso. El documento de recomendaciones de la Unesco, que se rubricará el próximo 12 de noviembre, pretende abrir el debate internacional en torno a esta cuestión. Además de proteger a niños y adolescentes, los países deberían garantizar el derecho fundamental a la privacidad mental, desarrollando normativas especialmente duras en torno al tratamiento de datos neuronales.

“Debemos proteger las emociones, los sentimientos y los pensamientos de las personas. Hay que saber quién va a usar esta información y para qué. Estamos hablando de la comercialización de la información más importante sobre nosotros”, alertó Feinholz. “Estos neurodatos deben quedar protegidos; de otro modo, se podrá inferir nuestro estado mental”, añadió.

Una tecnología en expansión

La agencia considera que es el momento de enfrentarse a esta cuestión, por varios motivos. Un informe de Unesco ha detectado un aumento del 700% en las inversiones en neurotecnología entre 2014 y 2021. Asimismo, el ritmo de solicitudes de patentes relacionadas con esta tecnología y las adquisiciones de compañías del sector por parte de grandes tecnológicas “sugieren que el momento en que las neurotecnologías se conviertan en objeto de gran consumo puede ser inminente”, destaca la agencia en otro documento.

Los móviles, así como las pulseras, relojes, auriculares o gafas inteligentes incorporan aplicaciones dirigidas a medir el rendimiento deportivo, dirigir la concentración o calibrar la fatiga y estrés de los usuarios. La irrupción de la inteligencia artificial (IA) generativa, sostiene la Unesco, ha acelerado el desarrollo de la neurotecnología, que facilita a las empresas el trabajo de descodificar los datos neuronales.

Otro de los elementos que destacan las recomendaciones de la Unesco es el peligro de que esta tecnología aumente las desigualdades, en tanto que el 50% de las compañías que trabajan en ello están en EE UU y el 35% en Europa, mientras que el 80% de las personas con acceso a esas aplicaciones están en el norte global. “Si se limita el acceso de la neurotecnología avanzada a los ricos, podría aumentar las diferencias sociales a nivel nacional e internacional”, destaca el documento.

viernes, 21 de noviembre de 2025

"LAS OBSESIONES". Luis García Montero, El País

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso

A la política le viene bien saber vestirse para no quedar desnuda ante el enemigo

Es tan importante saber vestirse como saber desnudarse. La palabra autarquía, que alude a la independencia de una persona o un Estado, nos ayuda a entender también el peligro de los mundos cerrados y las obsesiones. Una persona autosuficiente puede convertirse en una pulsión atrapada en sí misma, un corazón maniático que somete el conocimiento de la realidad a sus propias obsesiones. Los domicilios y las calles derivan en círculos viciosos. Cualquiera que haya padecido un rencor o una pasión desenfrenada puede entender que las obsesiones no sólo hacen difícil la convivencia, sino que nos impiden ser dueños de nosotros mismos. Un buen ejemplo lo encontramos en la crispación de la política española, definida por la obsesión que padece el PP, empeñado en criticar, subestimar y ofender al Gobierno hasta el punto de olvidarse de sus propios intereses. Esta obsesión resulta dañina para la democracia y los intereses de España. La autarquía obsesiva convierte la política en un mercado negro, en el que se olvida que muchos de los asuntos que caracterizan nuestra realidad no son un problema español, sino una triste dinámica internacional que está poniendo en peligro los valores de la democracia. Da miedo que la obsesión antigubernamental del PP facilite un pacto con la extrema derecha europea para negar la contaminación, las danas y los peligros del cambio climático.

Hay que pensar lo que se dice y lo que se hace. Y tampoco se trata de arriesgarnos a los peligros de la verdad. No es conveniente defender a los migrantes con el argumento desvergonzado de que necesitamos nuevas formas de esclavitud. A la política le viene bien saber vestirse para no quedar desnuda ante el enemigo. Los excesos impudorosos y las obsesiones acaban por convertirse en bombas de relojería. Al desconocer en España el peligro de la extrema derecha mundial, el PP está comprometiendo su propio destino democrático.

jueves, 20 de noviembre de 2025

"EL DÍA QUE INVENTAMOS LA REALIDAD". Javier Argüello (2025), Barcelona, Debate

Con la agudeza y la elegancia características de su gran talentoliterario, Argüello relata en estas páginas, con visionaria lucidez, el origen y la consolidación, las contradicciones y las incongruencias del rocambolesco camino que nos ha llevado a construir una fantasía tan prodigiosa como «la realidad». Y, al mismo tiempo, nos invita a mirar hacia el futuro para explorar los desafíos a los que nos enfrentamos como humanidad.

La realidad es un invento relativamente reciente. Desde tiempos inmemoriales han sido las mitologías que cada cultura ha construido —las ficciones que nos hemos ido contando— las encargadas de dar forma a eso que llamamos «realidad». Hoy es el propio relato científico el que nos está obligando a replantearnos su existencia. Y si descorremos ese velo, ¿qué es lo que hay detrás?

Historia, filosofía, música y matemáticas —así como la impronta de las narraciones y el poder creador de la palabra— se entrelazan magistralmente en este ensayo para desvelar la trama que construye nuestra idea del mundo, para acercarnos a la singularidad de la vida y la conciencia, para explicarnos el nacimiento de la ciencia, la revolución cuántica, el advenimiento de la inteligencia artificial y las relaciones que se establecen entre todos estos fenómenos y las diversas formas de espiritualidad.


miércoles, 19 de noviembre de 2025

Donar órganos tras la eutanasia: “Ya que no me van a servir, que alguien pueda disfrutar la vida que yo no voy a tener”. Pablo Linde, El País

Ana Segundo Urbano, junto a sus padres, Puri y Salvador,
momentos antes de la eutanasia en una imagen cedida por la familia

Impulsar la donación en personas que están en las últimas etapas de su vida es una de las nuevas estrategias de la Organización Nacional de Trasplantes para mantener a España como líder mundial

Los últimos pitidos del monitor cardíaco de Ana Segundo Urbano todavía resuenan en las cabezas de sus padres, Puri y Salvador. Hasta ese piii final que indicó que el corazón de su hija había dejado de latir tras haber recibido una eutanasia que puso fin a años de sufrimiento. Pero esos sonidos adquirieron un matiz distinto cuando el coordinador de trasplantes del Hospital Gregorio Marañón de Madrid les hizo llegar la carta que había recibido de la persona que ahora tenía en su pecho el corazón de Ana.

“Oímos el pitido final, pero no el que sonó cuando comenzó a latir de nuevo en otro quirófano”, relata Puri. El de la persona que a través del médico ―los donantes no pueden saber a quién van sus órganos ni viceversa― les dijo: “Tengo el corazón de vuestra hija y estoy vivo por eso”.

Desde que la ley de eutanasia entró en vigor, en 2021, han donado órganos 154 personas que recibieron ayuda para morir dignamente, lo que ha beneficiado a 442 receptores. “No es solo que beneficiamos a los pacientes”, dice Beatriz Domínguez-Gil, directora de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), “también es positivo para las familias [de quienes reciben la eutanasia]”.

Las donaciones de pacientes en procesos de final de vida ―como pueden ser la eutanasia o ciertos estadios de cuidados paliativos― forman parte de la estrategia 2026-2030 de la ONT, que pretenden afianzar a España como líder mundial de trasplantes, puesto en el que lleva 33 años consecutivos, con un récord de 52 donantes por millón de habitantes en 2024

Domínguez-Gil ha presentado la estrategia esta semana en el XX Encuentro entre profesionales de la comunicación y coordinadores de trasplantes, en San Lorenzo de El Escorial (Madrid). “¿Va a aumentar disponibilidad de órganos? Por supuesto, pero sobre todo tiene el objetivo de que las personas que quieren ser donantes cumplan deseo de fallecer y de donar órganos“, ha asegurado.

Era el caso de Ana, que falleció en 2023 con 27 años. Sus padres explican por videoconferencia que lo primero que hizo con 18 fue donar sangre y registrarse como donante de órganos.

Nació con espina bífida. Su vida estaba salpicada de pruebas médicas y rehabilitación, pero era “relativamente normal”. Hasta 2013. Empezó a acumularse un líquido en la zona lumbar que hacía presión. Le hicieron una operación que no acabó de solucionar el problema. “Tenía unos dolores que no conseguíamos calmar con nada. Ella se enteró de cuál podría ser su final: iba a ir perdiendo movilidad y seguramente moriría asfixiada”, relata Puri. Nos dijo: “Ya que no me van a servir, que alguien pueda disfrutar la vida que yo no voy a tener”.

“No soportaba dolor, no iba a mejorar, no podía curarse, no podía haber una segunda intervención. Ella no quería quedarse postrada en cama moviendo solo los ojos, así que pidió la eutanasia”, continúa su madre.

Tras el rechazo inicial del cirujano que la operó, los trámites fueron rápidos. El Gregorio Marañón dispuso un equipo médico que validó su intención, pasó por otro especialista que la ratificó, tal y como dispone la ley. Y finalmente fue aprobada por la Comisión de Garantía y Evaluación para la aplicación de la prestación de ayuda para morir en la Comunidad de Madrid.

El proceso fue muy duro para todos. “A cualquier padre le cuesta dejar ir a sus hijos, pero teníamos claro una cosa: no son tu propiedad. Ella era mayor de edad, era su cuerpo, su sufrimiento, por mucho que nos rompiera el corazón, teníamos claro que respetábamos su decisión”, cuenta Salvador.

Ana sabía que no quería vivir así. Se planteaba el suicidio en caso de que le denegasen la prestación pero, incluso en esos momentos, pensaba que si lo hacía sus órganos se perderían.
Gestionar el final de la vida

La donación tras la eutanasia es un buen ejemplo de cómo ha cambiado el proceso de los trasplantes desde que comenzaron a generalizarse en los años ochenta (el primero fue en 1965). José Miguel Pérez Villares, coordinador sectorial de trasplantes de Granada, explica que por aquella época todo el foco estaba puesto en el receptor; en cuántos órganos llegaban a tiempo, cuántos no. “Más tarde, en los noventa, empezamos fijarnos en las familias de los donantes, cómo a través de la solidaridad y generosidad de la donación, su duelo empieza a ser menos malo”, continúa.

En 1999 llegó la donación renal entre personas vivas. “Ahí ya no preguntamos a una familia, empezamos a interactuar con el propio donante. Y es lo que pasa ahora con la asistolia controlada, de personas con enfermedades terminales que expresan su deseo que ser donantes cuando les duerman. Se trata de darles el derecho a gestionar el final de su vida con sus propios valores”, narra Pérez Villares.

En todo este proceso, la figura del coordinador de trasplantes es clave. Ana Isabel Tur Alonso, que tiene esa responsabilidad en el Hospital de la Fe (Valencia), explica que lo primero que hay que dejar claro a los pacientes es que su decisión de recibir ayuda para morir no tiene nada que ver con la de donar órganos, y que una cosa no va a impedir ni favorecer la otra.
Personas sensatas, tranquilas

“La mayoría que se dirige a nosotros ya tiene la intención de donar. Son personas sensatas, tranquilas, estables y que tienen claro lo que quieren. Hacen muchas preguntas porque quieren saber cómo va a ser, qué van a sentir”, cuenta Tur Alonso.

En estos casos, la eutanasia no se puede realizar en casa. Tiene que prestarse en el quirófano, para poder aprovechar los órganos. Pero, de la misma forma que en su domicilio, los pacientes pueden elegir cómo quieren ser acompañados, si quieren una música. “Tenemos que ser sinceros y transparentes con lo que se puede realizar y lo que no, pero siempre con empatía. Se genera un gran vínculo con estas personas, que normalmente llevan mucho tiempo luchando por fallecer y quieren hacerlo a su manera. Nuestro reto es conseguir que sea algo cálido, acogedor, íntimo”, agrega.

Por lo general, se realizan unas pruebas para tratar de averiguar si sus órganos se podrán aprovechar. Siempre que la persona quiera se hace, por ejemplo, un análisis serológico para comprobar que no hay enfermedades infecciosas, lo cual impediría un eventual trasplante.

Una de las preocupaciones de Ana antes de fallecer era, precisamente, que sus órganos no sirvieran, dice su padre: “Tenía miedo a que toda la medicación que había tomado los hubiera dañado. Sobre todo el hígado, porque los fármacos eran muy intensos. Hasta el último momento tuvo en la cabeza dos cosas: ‘Me voy a morir’ y ‘quiero que los órganos ayuden a la mayor cantidad de gente”.

Cuentan que se fue despidiendo de todos con paz y naturalidad, manteniendo su carácter “alegre, expansivo, con mucho humor negro”. Cuando llegó el día acordado, se despidió de las gatas, se fueron al hospital y estuvieron juntos los tres hasta el último momento. Desde entonces, muchos de los amigos y familiares han decidido ser también donantes de órganos.

lunes, 17 de noviembre de 2025

"SUDÁN, HORROR E INDIFERENCIA". Editorial de El País de 17 NOV 2025

Reparto de ayuda humanitaria a los sudaneses
desplazados de El Fasher
Las pocas informaciones que llegan sobre la guerra civil en el país africano bastan para reclamar una reacción urgente de la comunidad internacional

La guerra civil en Sudán, el tercer mayor país de África tras Argelia y la República Democrática del Congo, está provocando un desastre humano a una escala difícil de imaginar. Casi 12 millones de desplazados, según Naciones Unidas, de los cuales 7,5 millones están dentro del país y el resto, casi todos repartidos entre países casi tan pobres y conflictivos como el suyo, como Chad y Sudán del Sur. Según la ONU, 21 millones de sudaneses —dos de cada cinco— pasan hambre, y 375.000 viven una hambruna “catastrófica”.

Solo durante los nueve primeros meses de 2025, 1,5 millones de casos de malaria, 120.000 de cólera —y 3.000 muertes, solo contando las registradas—, así como la tasa de cobertura vacunal más baja del mundo. Los sudaneses, que no tienen ninguna generación que no haya vivido la guerra, sufren desesperadamente ante un conflicto que arde descontrolado ante la indiferencia de las grandes potencias globales.

Hace ya dos años y medio que la frágil convivencia entre el Ejército regular sudanés y las milicias Janjaweed —rebautizadas como Fuerzas de Apoyo Rápido o RSF, por sus siglas en inglés— estalló por los aires con toda violencia. Desde entonces, ambas fuerzas han competido por el control del país y de sus recursos naturales, con una ferocidad alimentada por rivalidades culturales o mero racismo, y con el apoyo, tácito o explícito, de otros países de la región.

El último episodio del horror ha sido la toma por parte de las RSF de la ciudad de El Fasher, en el Estado de Darfur del Norte, al oeste del país, el pasado 26 de octubre. Tras un asedio de más de un año, que ha condenado al cuarto de millón de personas que viven en la localidad al hambre y a las enfermedades, las fuerzas paramilitares han entrado en la ciudad para llevar a cabo lo que una analista ha definido como “el genocidio más previsible del planeta”. Un laboratorio de la universidad estadounidense de Yale ha estimado el número de muertos en más de 10.000, incluidos al menos 460 en un hospital materno-infantil, el único que quedaba activo en la región.

La lejanía física y cultural con Sudán así como la falta de información fiable sobre el terreno impide que el foco de la siempre frágil atención pública global, reclamada a diario por multitud de conflictos abiertos, se centre en el país africano todo lo que debería. Pero las informaciones que tenemos de Naciones Unidas, por escasas que sean, son lo bastante alarmantes como para urgir a la comunidad internacional a reaccionar con urgencia. Los sudaneses están viviendo varias tragedias a la vez. Que deje de serlo la indiferencia.

domingo, 16 de noviembre de 2025

"LA VIOLENCIA DE LOS IMPERIOS: 500 AÑOS DE EXPEDICIONES PUNITIVAS, PATRULLAS DE CONTROL Y CAMPAÑAS DE DESPOJO". Oriol Regué Sendrós, El País

Mural histórico en el centro de Cholula, México
Lauren Benton repasa la historia del último medio milenio a través del abanico de formas de agresión que existe entre la paz absoluta y la guerra total (y sí, incluye la Conquista de América)

Las grandes batallas del pasado capturan inevitablemente nuestra atención por su dramatismo, ya sea por la gloria de los vencedores o la tragedia de los vencidos. Tras la victoria llega la paz, y parece que es en esos momentos donde la historia resuelve la encrucijada abierta por la guerra, donde los acontecimientos fijan su curso y ciertas alternativas quedan descartadas. La historiadora Lauren Benton sostiene en Lo llamaron paz que esta no es necesariamente la mejor manera de entender la violencia en la historia.

Entre la paz absoluta y la guerra total existe un abanico de formas de agresión que habilitan la violencia y la atrocidad. Los últimos 500 años están marcados por un traqueteo constante de incursiones, expediciones punitivas, operaciones fronterizas, patrullas de control, acciones de “autodefensa”, violencia disuasoria, justicia retributiva y campañas de despojo. Desde los soldados que la ejecutaron hasta los grandes tratadistas, los imperios elaboraron un lenguaje para argumentar que esa violencia no era la guerra, sino que estaba destinada a evitarla. Conceptos de hoy como “ataque preventivo”, “derecho a defenderse”, “operación militar especial” u “objetivos estratégicos” se nos presentan como agresiones contenidas pero necesarias para mantener la paz. Según Benton, estas nomenclaturas contemporáneas conectan con una larga genealogía imperial que busca, en última instancia, justificar la violencia extrema al margen de las reglas de la guerra.

La capacidad de síntesis de Benton le permite, en algo más de 300 páginas, recorrer conflictos menores en lugares y tiempos tan distintos como la Oriola de 1306, la Jamaica de 1660, la India de 1748 o el Río de la Plata de 1831. La conquista española de América tampoco escapa a su análisis. Tras la promulgación de las Leyes de Burgos de 1512, que regulaban la guerra contra los indígenas americanos, proliferaron entre los conquistadores españoles estratagemas y subterfugios legales para amparar la violencia selectiva y brutal. Hernán Cortés se cuidaba de informarle al monarca español que “no quería guerra”; sus acciones, decía, respondían a la autodefensa y al castigo. Tras una tregua informal con la ciudad Cholula, Cortés reunió a sus habitantes en el patio central para acusarles de estar preparando un ataque y de haber negociado una falsa tregua. Las “leyes reales”, sostuvo Cortés, dictaban castigo “y que por su delito que han de morir”. La masacre de cholultecas desarmados que siguió se presentó como legítima defensa y como ruptura punible de la tregua. Era violencia en nombre de la paz. No es casualidad que, en el cénit de la conquista española de América, el término “pacificación” entrara en el léxico español para designar las acciones contra los indígenas: conquista mediante la paz.

Con el siglo XIX la escala se volvió global y la violencia se administró con un andamiaje jurídico cada vez más sofisticado. El imperio británico se presentaba como un propagador de la ley que garantizaba un marco legal justo para todos los implicados en un conflicto. Sin embargo, la protección de los súbditos británicos en cualquier parte del mundo se convirtió, mediante una secuencia jurídica metódica, en campañas violentas en favor de los intereses británicos. Cuando el gobierno británico intervino en 1823 en la isla de Tasmania para poner fin a la violencia entre colonos y aborígenes previno a los primeros de que solo podían actuar en defensa propia. Pronto la definición de autodefensa sufrió serias distorsiones. Ante la expansión hacia nuevas tierras por parte de los colonos, el gobierno británico dio la orden de que los aborígenes debían “ser alentados a retirarse” hacia zonas no colonizadas. De este modo se redefinía automáticamente a los aborígenes que no se apartaban de las tierras de asentamiento blanco como enemigos que habían provocado el ataque al no retirarse. El frenesí de reparto de tierras fue acompañado así de expediciones de “caza” por parte de los colonos amparadas por el derecho de autodefensa británico. Este patrón, que llevó a los aborígenes de Tasmania al borde del exterminio, se repitió a lo largo del siglo XIX y XX en todas las latitudes del planeta.

Tras leer a Benton es difícil ver la violencia imperial como un fenómeno accidental o anárquico, producto del caos que acompaña la colonización. La ley y la administración estuvieron en el centro de su ejercicio, amparándola y justificándola con nuevos nombres. Las implicaciones para el presente son difíciles de obviar, ya sea para aquellos que relativizan la violencia de los pasados imperiales como para aquellos que defienden que la violencia es un remedio efectivo para la paz. Que la violencia lleva a la paz, concluye Benton, es un mito, y los últimos 500 años así lo atestiguan.

viernes, 14 de noviembre de 2025

"HOMBRES QUE CREAN NOVIAS CON IA PARA ABUSAR DE ELLAS: LA VIOLENCIA MACHISTA DIGITAL EXPANDE SUS LÍMITES". María Martínez Collado, Público 07/11/2025

  • OpenAI ha anunciado que tiene pensado levantar las restricciones sobre contenido erótico para usuarios adultos verificados.
  • Expertos y expertas consultadas por 'Público' reflexionan sobre qué lleva a desear vínculos donde el "otro" ha sido de facto eliminado, qué ocurre cuando alguien puede disponer de compañía sin que medie ningún cuerpo "real" e incluso si el objetivo de esa interacción es directamente abusivo.
Hace años que existen aplicaciones donde cualquiera puede diseñar una novia o un novio virtual. En ella se eligen atributos como el cuerpo, el pelo, el tono de voz, pero también el carácter o su nivel de obediencia. Ahora, con la expansión de inteligencias artificiales como ChatGPT, dotadas de voz, memoria emocional y cierta apariencia de calidez, esa fantasía va a dejar de ser marginal. Ya no va a hacer falta descargar ninguna app específica: OpenAI ha anunciado que tiene pensado levantar las restricciones sobre contenido erótico para usuarios adultos verificados.

Una novedad de la que nacen preguntas como qué clase de soledad o de poder nos lleva a desear vínculos donde la otra persona con la que se supone que interactuamos ha sido de facto eliminada, qué ocurre cuando alguien puede disponer de compañía, afecto o sexo sin que medie ningún cuerpo "real" e incluso si el objetivo de esa interacción es directamente abusivo. Existen artículos donde ya se ha recogido cómo usuarios de algunas plataformas con chatbots que permiten generar "parejas" exponen en espacios como Reddit el abuso que ejercen a la hora de interactuar con ellas, dando a conocer los mensajes "tóxicos" que intercambiaban.

Patricia Horrillo, periodista y fundadora de Wikiesfera, considera que estas aplicaciones o funciones "son un producto de mercado que aprovecha la soledad y el deseo de conexión que tenemos todos los seres humanos", pero no buscan "reflexionar o combatir las causas estructurales del aislamiento", sino ofrecer una "solución tecnológica" que en el fondo no deja de generar dependencia. El capitalismo tardío, precarizado e individualista, fragmenta nuestras redes de apoyo. Y parece que a falta de unas manos que nos sostengan, han aparecido pantallas que, por lo pronto, simulan hacerlo.

Norma Ageitos, sexóloga, añade que estas tecnologías encuentran su público, especialmente entre quienes no tienen red de afectos, adolescentes, personas que sienten que no encajan en los tiempos veloces de esta vida. Lo que deja ver que estas dinámicas no siempre se explican por el deseo de inmediatez, a veces es simplemente que se tiene la percepción de que no hay nadie al lado que se vaya a parar a escuchar. La ventaja de la inteligencia artificial que responde siempre, que nunca es demasiado, que no se ofende ni se cansa. Ahí residen tanto su potencial, como su ambigüedad y capacidad para engañar. Porque, como dice Ageitos, lo que engancha muchas veces es precisamente "la complacencia ciega", esa disponibilidad que ningún ser humano real puede ofrecer inagotablemente. "Creo que tendríamos que preguntarnos cuán dañina es la soledad no deseada y la falta de diálogo y escucha. Más que nada, porque indistintamente de si se reproducen los géneros tradicionales o no, es inviable construir 'parejas de carne y hueso' o proyectos de relación si esperamos 'respuestas IA'", expone Ageitos.

Si se puede diseñar una pareja a medida, siempre amable, siempre disponible, cabe preguntarse qué ocurre con el deseo y el consentimiento. ¿Qué significa amar o desear a alguien que no puede decir "no"? ¿Qué implicaciones tiene? Horrillo se pregunta, cuando el deseo se orienta hacia lo estrictamente "controlable", qué queda del riesgo y el factor sorpresa que conlleva un encuentro con otra persona. En este tipo de vínculos "se refuerza la idea de que el otro (en especial, la mujer) es un objeto programable al gusto del consumidor", valora.

No es casual que muchas de estas inteligencias artificiales adopten voces femeninas, nombres suaves, modos serviciales. "Se entrenan con grandes volúmenes de datos que replican nuestro mundo tal y como es, incluidos todos sus sesgos: género, raza, clase (...) Por tanto, cuando un usuario elige una "pareja" femenina digital, el sistema ya viene cargado de estereotipos que refuerzan dinámicas de poder muy conocidas", dice Horrillo. La mujer vuelve a aparecer como figura de cuidado, escucha, subordinación emocional. Álvaro San Román Gómez, investigador en el programa de Doctorado de Filosofía la UNED, recuerda en el mismo sentido que la inteligencia artificial no es neutral, es "un artefacto patriarcal". La misma sociedad que cosifica cuerpos que no encajan en los cánones normativos, que castiga la autonomía femenina, diseña máquinas que reproducen ese orden, pero sin consecuencias, sin ningún cuerpo que adolezca o se le resista. En esa virtualidad "la cosificación alcanza su paroxismo".

Alejandro Villena, sexólogo y director clínico y de investigación en la Asociación Dale Una Vuelta (DUV), lo ha visto en su consulta y también en las denuncias. Algunos chatbots no solo permiten, sino que "legitiman el abuso sexual", justifican la violencia e incluso incitan a continuar, sin filtros. Una "barra libre para la violencia" donde lo femenino es objeto de consumo y todo, incluidas las agresiones, forman parte del juego. Y esto no siempre se queda en la pantalla. Villena apunta a los falsos desnudos, incluso de personas menores de edad, que ya están circulando en Internet y se refiere a esta práctica como una "violación digital": "La intimidad ha muerto cuando cualquiera puede desnudarme sin siquiera estar yo delante". Una violencia que si bien no deja moratones a la vista, sí quiebra o al menos cuestiona la seguridad de tener un cuerpo que no pueda ser atravesado, manipulado y disfrutado sin permiso.

La siguiente pregunta que surge al pensar en esta cuestión es si se puede hablar de violencia machista cuando el maltrato va dirigido a una máquina. Horrillo responde que, aunque no haya una víctima humana directa, la normalización de la violencia contra figuras feminizadas es violencia machista. Y lo es porque alimenta una cultura de deshumanización donde insultar, manipular o humillar no tiene aparentemente ninguna consecuencia. El problema nunca es solo lo que le hacemos a la IA, sino lo que eso hace de la condición humana. Cuando se pierde el hábito de reconocer al otro como límite, como sujeto, lo que se debilita es la capacidad de empatía. San Román incluso advierte que acostumbrarse a un entorno sin límites, donde el deseo se satisface sin ninguna fricción, produce sujetos incapaces de tolerar la frustración.

El pacto implícito con la frustración es lo que diferencia a una relación humana de una simulación. Una persona real puede no responder, puede desear otra cosa, puede irse. La máquina no. Y si el deseo se habitúa a esa disponibilidad absoluta, ¿qué espacio queda para la negociación, el cuidado, la reciprocidad? Villena explica que se está construyendo un modelo de "sexualidad despojada de los componentes humanos". Para el sexólogo, esta lógica produce sujetos "esclavos de sus deseos", incapaces de aceptar la negativa, habituados a un "yo–yo y ya–ya" donde nadie más cuenta, detalla el coautor de El tiburón de internet (Editorial Sentir).

Si bien no se trata solo de tecnología ni mucho menos de una decisión moral individual. Es también, como subraya San Román, un síntoma político. La IA afectiva, argumenta, responde a un "régimen de necesidades fabricadas por una sociedad tecnocéntrica y patriarcal". La soledad, lejos de ser un accidente, es una condición producida: "El sistema tiende sistemáticamente a generar un mundo de soledades, porque es el único modo de asegurar que la tecnología se convierta en lo único necesario". Es un círculo: cuanto más solo se está, más se necesita la tecnología; cuanto más se usa, más se debilitan los lazos que podrían servir para sostenerse lejos de ella.

¿La máquina consiente? ¿Qué idea de consentimiento estamos entrenando en nosotros y nosotras? Si la única experiencia del "sí" y del "no" se da frente a una inteligencia diseñada para decir siempre que sí, ¿cómo se aprenderá a aceptar un no en el día a día?

San Román opina que lo que está amenazado no es solo el deseo, sino la idea misma de límite. Una sociedad que no soporta límites ni al consumo, ni al goce, ni al crecimiento concibe cualquier resistencia como un obstáculo. Y el otro, con su cuerpo, sus ritmos, sus miedos, es -bajo estos términos- la primera piedra con la que todo deseo tropieza. "El mundo digital es la hipertrofia de todo aquello que en el mundo de la vida va mal", afirma el investigador.

Esto no significa que toda persona que habla con un chatbot busque dominar, abusar o herir a alguien. Lo que sucede es el resultado no depende solo de las intenciones individuales, sino del marco cultural en el que se inscriben esos gestos; y ese marco está construido sobre desigualdades históricas. Por eso, aunque los chatbots puedan ser también masculinos, la representación de lo femenino es la más presente y también la más violentada. Villena recuerda, no en vano, que el 99% de los deep nudes generados con IA son de mujeres. No hay simetría entre quién agrede y quién carga con el miedo a ser victimizada.

¿Quién debe hacerse cargo de esto? ¿Las empresas, los Estados, los usuarios? Horrillo reclama una respuesta que trascienda las manos del mercado, porque -asegura- su prioridad no es el bienestar, sino la rentabilidad. Los Estados -a su juicio- deben regular, exigir transparencia y garantizar derechos también en el espacio digital. Villena pide incluso un "ministerio de la ética" que vigile estas tecnologías. Ageitos, por su parte, reivindica la necesidad de una educación sexual integral que enseñe a esperar, a frustrarse, a cuidar.

Mientras que San Román considera que el sistema tecnológico es en sí mismo expansivo, que no acepta límites, que siempre encontrará la manera de colonizar nuevos espacios de vida. Por eso plantea la posibilidad de, llegadas a este punto, rechazar ciertos usos: "Allí donde se pueda hacer algo humanamente, no lo deleguemos a la tecnología".

miércoles, 12 de noviembre de 2025

"¿POR QUÉ SEGUIMOS CREYENDO EN LA MERITOCRACIA?". Javier Carbonell, El País

SR. GARCÍA
La idea de que con esfuerzo se puede llegar alto oculta que no todos parten del mismo punto, que no a todos se les juzgará con equidad y que apenas quedan puestos decentes que ocupar

La idea de que vivimos en una sociedad meritocrática es mentira. Si por meritocracia entendemos una sociedad en la que los ingresos y el trabajo se otorgan únicamente sobre la base de los méritos de la persona, la nuestra es una sociedad muy alejada de ese ideal. Estudio tras estudio nos demuestran que los ingresos y la riqueza de los padres influyen enormemente en los ingresos y la riqueza de los hijos. En gran medida, la posición de clase no se gana, se hereda. Entonces, ¿por qué no solo seguimos creyendo que vivimos en una meritocracia, sino que, además, esa creencia ha aumentado en las últimas décadas?

Para explicar la diferencia entre las percepciones populares y los datos, los académicos suelen recurrir a la desinformación. La gente tiende a minusvalorar cuánta desigualdad hay, no conoce por qué se produce y tiende a justificarla como algo que es fruto del mérito. Aunque tenga parte de razón, llevar demasiado lejos el marco de evidencia frente a ignorancia no llega al fondo de la cuestión. La gente no se cree esas noticias porque no se las puede creer.

Las creencias suelen estar condicionadas por la posición social de las personas, y la idea del ascenso social a través del trabajo es una idea fundamental del sistema capitalista. En la “economía del conocimiento” moderna, la distribución del trabajo responde al principio de la habilidad, es decir, que los trabajos más productivos son cada vez más especializados y requieren de una alta capacitación para ejercerlos. Cuanto mejores ingenieros tenga una empresa automovilística, mejores coches acabará sacando al mercado.

Obtener esas habilidades requiere de muchos años de preparación en forma de estudio. La expectativa de un buen empleo y de ascenso social es la que nos motiva a realizar una inversión en tiempo, esfuerzo y dinero tan fuerte. Puesto que todo el mundo quiere mejorar, en una “economía del conocimiento”, muchos construimos y proyectamos nuestra vida en base a esa promesa educativa. No es de extrañar, por tanto, que ante el aumento de los años de estudio y del esfuerzo que acometen los alumnos, también haya aumentado la creencia en la meritocracia.

No obstante, es importante entender que existen tres grandes diferencias entre la exigencia de habilidades de la “economía del conocimiento” y el ideal meritocrático. En primer lugar, la “economía del conocimiento” no necesita que el empleado sea el mejor, sino solamente que sea lo suficientemente bueno como para hacer su trabajo y aumentar la productividad. Las empresas no suelen contratar a inútiles, pero sí contratan a gente que es lo suficientemente competente sin ser la mejor. Esto se debe a numerosos sesgos de los empleadores, los cuales van desde contratar a amigos o familiares a discriminar a ciertos grupos sociales, como las clases populares, las mujeres o las minorías étnicas.

En segundo lugar, tampoco necesitan las empresas que todos los individuos tengan las mismas oportunidades a la hora de obtener esas competencias, sino solo que un número significativo lo haga. Mientras suficientes ingenieros salgan de las universidades para cubrir los puestos en las compañías, no importa su origen social. Este es precisamente el problema, puesto que el nivel educativo de los padres influye enormemente en el de los hijos. Como demuestra el caso de EE UU, la “economía del conocimiento” más avanzada puede combinarse con bajísimos niveles de movilidad social.

En tercer lugar, la “economía del conocimiento” está creando cada vez más trabajos precarios (por ejemplo, los riders) y más trabajos altamente remunerados mientras que desaparecen los trabajos “medios”. Como han mostrado Olga Cantó y Luis Ayala en un reciente informe, cada vez tenemos rentas más polarizadas, ya que el grupo de población con ingresos medios es hoy menor que hace 30 años. Es decir, que el aumento de la desigualdad produce que cada vez sea más difícil tanto ascender como recompensar apropiadamente el esfuerzo de los empleados.

El mito de la meritocracia oculta estas tres realidades estructurales sobre nuestra economía, e individualiza la obtención de un trabajo. Es más, moraliza el fracaso (el individuo no se ha esforzado y es culpable) y el éxito (solo el individuo es responsable). La idea de que con esfuerzo se puede llegar alto oculta que no todos parten del mismo punto, que no a todos se les juzgará con equidad y que apenas quedan puestos decentes que ocupar.

La meritocracia es mentira, sí, y, sin embargo, la promesa de ascenso es real. Enseñar que no vivimos en un mundo en el que esa promesa se cumpla completamente no será efectivo mientras que la gente entienda esas críticas como ataques a la promesa en torno a la que han estructurado toda su vida. Decir que la meritocracia no existe deja desamparados a los que lo escuchan y es altamente probable que se resistan a creerlo. Los mitos no desaparecen simplemente porque se demuestre que sean mentira, sino porque los sustituye otra idea más atractiva.

Por ello, es necesario articular un mejor proyecto de futuro, un proyecto que recoja la promesa de ascenso de la meritocracia y la redirija hacia otro ideal. Los dos primeros problemas se combaten tomándose verdaderamente en serio la igualdad de oportunidades. Es necesario dar a todos las mismas oportunidades para florecer y eliminar la discriminación laboral. Sin embargo, el tercer elemento apunta a algo más fundamental que la igualdad de oportunidades y esta es la falta de oportunidades tout court. Esto es particularmente problemático para la meritocracia, puesto que debatir sobre quién debería ocupar unos puestos no tiene sentido si no hay puestos decentes que ocupar. No se puede hablar de igualdad de oportunidades si no hay oportunidades que repartir.

Esto explica por qué economistas como Dani Rodrik hablan de que debemos paliar el good jobs problem (la falta de trabajos decentes) que afecta a las clases medias, y críticos con la meritocracia como Michael Sandel inciden en la relevancia de recuperar la dignidad del trabajo. Las desigualdades creadas por la pandemia, en la que unos vieron crecer su ahorro mientras que miles de personas perdían su trabajo de un día para otro, nos indican que el trabajo depende enormemente de causas estructurales y que faltan empleos decentes.

Desde la política ya se comienza a vislumbrar un importante cambio de tendencia. Reclamos como el de Joe Biden para incrementar los salarios (”pay them more”), la defensa de Olaf Scholz de la idea de “respeto”, o la nueva reforma laboral impulsada por Yolanda Díaz y el Gobierno PSOE-Podemos para paliar la precarización van en esa dirección. Estos movimientos conectan tanto con la población precarizada, como con todos los que sienten que sus condiciones laborales no se corresponden con lo que merecen. Estos movimientos rechazan el individualismo de la meritocracia, apuestan por mejorar las condiciones laborales, buscan recuperar los trabajos decentes y tratan de resolver los problemas estructurales con soluciones estructurales.

Los críticos con la meritocracia no son contrarios al mérito o al esfuerzo, sino a la creencia equivocada de que se premia por igual el esfuerzo de todos. Lo que los guía es la convicción de que todo el mundo merece un trabajo decente. Ahora, más que nunca, hay que redirigir la promesa individualizada de la meritocracia hacia una nueva promesa de trabajo digno para todos.

domingo, 9 de noviembre de 2025

"FUTUROS AMENAZADOS, PRESENTES PERTURBADOS". Daniel Innerarity, El País

Eulogia Merle
No se confía en el porvenir como lugar de compensación de las actuales renuncias; el único tiempo de gratificación es hoy
 
La política es el intento de equilibrar los riesgos del futuro con las premuras del presente, los intereses de las generaciones venideras con las actuales, las escuelas y las residencias, las amenazas posibles con los apuros reales, el fin del mundo con el fin de mes. El problema es que ese futuro al que nos encaminamos es un desastre, pero seguimos aferrados a un presente que no estamos dispuestos a sacrificar para hacer viable un futuro incierto e incalculable.

A principios de este siglo, el sociólogo Bruno Latour anunciaba el surgimiento de una “clase ecológica”, un grupo que se movilizaría en defensa del futuro al igual que la clase trabajadora por sus derechos. Lo que hoy observamos es que está ganando significación un sujeto político que se afirma contra los imperativos ecológicos y, en general, contra la prevalencia del futuro. El actual paisaje político se caracteriza por la retirada progresiva de apoyo a medidas de salvaguardia del futuro a costa del presente, sea en materia de pensiones o de políticas medioambientales.

Las protestas de los chalecos amarillos en Francia en 2018 contra la subida del precio del diésel o la prohibición de los pesticidas marcaron un punto de inflexión a este respecto. Más allá de su dimensión económica, el malestar responde a la percepción de que se están cuestionando ciertas formas de vida; los intereses heterogéneos coinciden en la autodefensa del modelo de vida, producción y consumo propio del periodo de crecimiento de la segunda mitad del siglo XX. Los agricultores hacen valer la tierra, pero no en un sentido ecológico sino identitario. Su resistencia es un caso concreto de ese miedo general a la propia continuidad y a la pérdida de futuro (oficios, lugares, generaciones, competencias, culturas) que se vive también en otros espacios sociales y que une en la misma inquietud a quienes recelan de la transformación ecológica y a quienes temen la furia destructiva de la disrupción tecnológica.

El núcleo de la cuestión es que el arreglo de problemas sistémicos es percibido como una amenaza a ciertas formas de vida; se ha desacoplado el presente vital de la gente de los problemas, imperativos y promesas que se refieren al futuro. Pensemos en la reivindicación de libertad que ciertos actores políticos y sectores de la población han hecho valer contra nuestras obligaciones respecto de lo común, en materia ecológica o sanitaria. Armados con esta idea unilateral de libertad subjetiva, los diversos actores políticos pueden defender casi cualquier cosa como un gesto de rebeldía y autenticidad: desde el petróleo a los derechos de los automovilistas, el consumo ilimitado de carne y las cervezas.

El éxito electoral de Trump se explica en buena parte por haber asegurado la continuidad de las industrias de los combustibles fósiles y del carbón o la cultura del automóvil en ciertas regiones o determinados sectores de la población donde todo esto se había convertido en una cuestión identitaria, en algo propio del american way of life. El mensaje del movimiento MAGA es que alguien está tratando de modificar las evidencias culturales de una identidad que se supone compacta: la familia, las formas de producción y consumo, la religión entendida como solidaridad con el compatriota y cimiento de la nación, un confortable pasado y presente, una normalidad acosada, una inmigración que aumenta la extrañeza de la sociedad.

Es verdad que no nos faltan datos y evidencias acerca del futuro catastrófico que se seguiría de no llevar a cabo las transformaciones necesarias; lo que parecemos desconocer es la condición humana, la limitada capacidad de modificación que tienen esas evidencias sobre nuestra conducta. Se sigue pensando que los humanos reconocemos con facilidad lo que hay que hacer y abandonamos con la misma facilidad aquello a lo que estamos acostumbrados. Eso que llamamos negacionismo climático es un fenómeno más complejo que lo que da a entender la habitual contienda ideológica. Nos resulta más cómodo pensar que esa resistencia se debe a la estupidez o la maldad que entenderla como resultado de nuestra limitada condición, especialmente cuando están en juego esas dos dimensiones que no manejamos demasiado bien: los cálculos acerca del futuro y el cambio de hábitos.

La principal explicación de la debilidad de esos futuros presagiados es que no se confía en el futuro como lugar de compensación de las actuales renuncias; el único tiempo de gratificación es el presente. Ha perdido credibilidad el cálculo de ganancias futuras. El pesticida que hoy se prohíbe es más relevante que una intangible biodiversidad cuyos benéficos efectos se presentan en términos de sostenibilidad, es decir, como provecho futuro de otros. Los bienes futuros o los males distantes no tienen la fuerza movilizadora suficiente para privarse de las ventajas actuales o para modificar prácticas consolidadas que afectan a las identidades y modos de vida.

Quien está convencido de que mañana será mejor que hoy puede aceptar determinados sacrificios e injusticias en el presente; cuando esa promesa deja de ser verosímil, se retira también la legitimidad a la situación presente y se desconfía de los llamamientos a la transformación. Al decaer la expectativa de un futuro mejor, la realidad presente se repolitiza; ya no resulta aceptable una compensación futura inverosímil para el malestar presente.

Hay otra explicación añadida a esta reticencia frente a la transformación y que tiene que ver con el cansancio que ha producido el modo de gestionar la larga serie de crisis de este comienzo de siglo. El argumento para justificar esa gestión ha sido apelar a la sostenibilidad (del sistema financiero, de la salud pública, de las prestaciones del Estado), es decir, en favor de un futuro que carga sobre el presente, pero la ciudadanía lo vive de otra manera. Las sucesivas crisis padecidas han ejercido una fuerte presión de adaptación y resiliencia sobre los individuos.

Las reformas del Estado de bienestar han consistido en descargar sobre los individuos una responsabilidad que era asumida hasta ahora fundamentalmente por el Estado. Los individuos son obligados cada vez más a absorber el peso de las adaptaciones necesarias para la estabilidad del sistema. En la crisis económica los bancos fueron rescatados con dinero público, es decir, a costa de las personas; las estrategias de privatización de servicios públicos alivian al Estado, pero empeoran las prestaciones o las encarecen; no considerar la vivienda como un derecho termina convirtiéndola en algo inasequible para muchos; buena parte de las medidas de resolución de las crisis se apoyan en la restricción de libertades individuales (de movilidad, consumo, limitación del crédito...), lo que nos ha acostumbrado a ser destinatarios de exigencias y obligaciones. Todo esto produce una fatiga que explicaría el hecho de que buena parte de la sociedad reciba con agrado llamamientos irresponsables de ciertos líderes políticos a ejercer una libertad individual en detrimento de las obligaciones comunes.

Muchos de los fenómenos políticos que nos inquietan, como el auge de la ultraderecha, se han alimentado del cansancio que produce esta sobrecarga individual. Si a esto se añade la presión de un entorno competitivo y engañosamente meritocrático, la precarización y vulnerabilidad que tienen consecuencias en la salud mental y la debilidad de las instituciones intermediadoras que absorbían buena parte de las tensiones de la vida contemporánea, tenemos el terreno abonado para un nuevo tipo de conflictos: la afirmación de un presente insostenible implica una ceguera respecto de sus consecuencias negativas en el futuro, pero quienes abogan por ese futuro no han conseguido hacerlo verosímil en el presente.

sábado, 8 de noviembre de 2025

"LA MANIPULACIÓN DE LA IRA: UN ASPECTO DE LA MODERNIDAD EXPLOSIVA". Ana Marta González, El País

Acto del ultraderechista Vito Quiles
en la Universidad de Alicante
El deterioro de la convivencia civil, visible en sucesos como el ocurrido en la Universidad de Navarra por la gira de Vito Quiles, tiene muchas causas, y las redes sociales no son la menor

Tienen ganas de pelea, aunque no sabrían decir por qué. Algunos sacan provecho partidista de esa ignorancia, definiéndoles un enemigo sobre el que proyectar sus energías frustradas y, como no saben articular políticamente sus diferencias, recurren a la violencia. La suspensión de la actividad académica en la Universidad de Navarra, ante la anunciada visita del activista Vito Quiles, evitó oportunamente un enfrentamiento entre grupos extremistas del que hubieran podido seguirse graves consecuencias.

Evidentemente, no piensan mucho. Son jóvenes y tienen sed de emociones fuertes. Han frecuentado entornos digitales donde se normaliza el insulto y se banaliza la violencia; entornos poco propicios para la reflexión y la conversación cualificada. No han pensado en el efecto de la violencia sobre su propio carácter, ni en cómo deteriora la convivencia, hasta volverla irrespirable. Sus bisabuelos vivieron una guerra civil. Pero ellos solo la conocen por los libros y, por lo visto, ningún ejercicio de memoria histórica ha servido para hacerles reflexionar sobre la fragilidad de la convivencia civilizada y cuán fácilmente los conflictos enconados tienen un desenlace trágico.

“Los jóvenes no son discípulos adecuados para la política”, decía Aristóteles. Y añadía: “El defecto no es la juventud, sino el procurarlo todo según la pasión”. Pero la política exige cordura y trabajo, porque es un ejercicio de la razón: no una razón abstracta e ideológica, sino una razón práctica y sobria, que toca el corazón, porque mira a las necesidades reales de las personas y trabaja pacientemente por resolver sus problemas, sin dejarse embaucar por relatos pseudoheroicos. El deterioro de la convivencia civil tiene muchas causas. Las redes sociales no son la menor. Cualquier gesto o palabra sacado de contexto —algo frecuente en las redes— puede desencadenar una explosión de indignación, aunque de ordinario dure poco, porque enseguida tiene lugar un nuevo escándalo. En su último libro, Eva Illouz caracteriza nuestra situación como “modernidad explosiva”. Con ello quiere apuntar el hecho de que muchos rasgos clave de nuestra cultura moderna han entrado en conflicto entre sí, generando tensiones y contradicciones que encuentran eco en nuestra vida emocional: las emociones se han convertido en un campo de batalla en torno al que parece girar la identidad. Así ocurre, de manera singular, con la ira.

Los fenómenos de radicalización se producen cuando un agravio sufrido por una persona se extiende a un grupo. La ira que entonces aflora “se convierte en constitutiva de su identidad y la del grupo que crea en torno de su agravio”. De esa forma se multiplica exponencialmente. “¿Por qué tantos grupos étnicos y sociales de diferentes tendencias políticas muestran cada vez más ira en muchas sociedades democráticas?”, se pregunta Illouz. Al respecto se han barajado muchas hipótesis: acaso la democracia prometía más de lo que podía cumplir, y, en consecuencia, ha generado frustración; acaso el sistema ha producido un puñado de ganadores y una masa de perdedores, alimentando el resentimiento; acaso los partidos y el discurso político han evolucionado hacia una progresiva polarización que se contagia a sus bases… A juicio de Illouz, la indignación se ha generalizado simplemente porque se ha legitimado, como si constituyera indefectiblemente un índice de moralidad. Sin embargo, no siempre lo es. De hecho, “la ira es moralmente ambigua y psicológicamente desconcertante, porque, en principio, no hay forma de diferenciar entre la ira como expresión de amenaza al privilegio y la ira como respuesta a la injusticia; entre la ira como protección farisaica del propio estatus y la ira como reacción al despojo de tierra, trabajo y dignidad”.

Las emociones no se interpretan solas. Reclaman el discernimiento de la razón, tanto en el terreno personal como en la vida política. La convivencia no es posible sin civilizar las emociones, procurando transformar los gritos que dividen en palabras que podemos compartir. De eso trata, en gran medida, la educación y esa es la función de los espacios educativos. “Ni unos ni otros: dejadnos estudiar”. Esa fue la pancarta que al día siguiente colgaron algunos estudiantes que lo han entendido.

"‘WRAPPED' DE SPOTIFY Y LA IDEOLOGÍA DE LA IDENTIDAD". Nuria Labari, El País

Los partidos políticos, igual que las empresas, venden identidad. Y lo que vende es sentirnos diferentes y, a poder ser, superiores “Sé que ...