martes, 29 de noviembre de 2022

"OCHO MIL MILLONES DE CURSIS". Por Eva Cruz, redactora en ‘Hoy por hoy’ y autora de ‘Veinte Años de Sol ‘(ADN)

¿Cómo es posible que nos hayamos abandonado tanto al consumismo, que las vidas de los niños sean grabadas desde que nacen, que los padres vivan de esta explotación, que se acepte este simulacro de crianza, de amor, de infancia? Así de terroríficamente teatrales nos hemos vuelto, y así lo cuenta Delphine de Vigan en ‘Los reyes de la casa’. Otro simulacro.

El epígrafe de la última novela de Delphine de Vigan, Los reyes de la casa, es una frase de la maravillosa autobiografía que Stephen King publicó en el año 2000, Mientras escribo, y dice: “Tuvimos la oportunidad de cambiar el mundo y preferimos la teletienda”. En 2000 no existían las redes sociales, faltaban aún 7 años para la llegada del iPhone, y vivíamos en otro mundo. Un lugar en el que si alguien te enseñaba fotos (y mucho menos vídeos) de sus hijos abriendo regalos, cantando o eligiendo chuches tres veces al día, te llamaba “cariño” y te mandaba “besitos” quedaba como un loco o un plasta al que evitarías por los pasillos de la oficina. No le responderías haciendo estallar corazones en su perfil ni le convertirías en modelo de conducta. Sin embargo, aquí estamos, convertidos en una sociedad de gente muy plasta y muy cursi que se pasa el día enseñando sus cositas (y aún peor, anunciando que tales cositas “se vienen”).
Los reyes de la casa es un thriller sobre el secuestro de una niña de 6 años, Kimmy Diore, hija de una famosísima youtuber e instagrammer. La investigadora del caso es una joven policía, Clara Roussel, que ha vivido hasta ese momento al margen del universo de las redes sociales, como si perteneciera a otra época. Para poder investigar el entorno de Kimmy, Clara se sumerge en el “contenido” de la cuenta Happy Break, protagonizada por la madre, Melanie, y sus hijos.

En ella encuentra dos o tres videos al día desde hace años, miles de horas de grabaciones en las que los niños empiezan haciendo monerías, cantando canciones, hablando con media lengua. Pero, a medida que avanza su corta vida, el contenido se vuelve más complejo y sofisticado para saciar a su ávida audiencia y, de paso, aumentar sus contratos publicitarios y sus ingresos (“compartir es invertir”). Los niños abren decenas y decenas de paquetes sorpresa, los niños compran todo lo que empieza por F, todo lo que es amarillo, todo lo que los seguidores pidan, los niños visitan parques de atracciones, los niños comen galletas, cereales, caramelos, hamburguesas, todos escogidos por sus queridos seguidores. CONTINUAR LEYENDO

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