Los seres humanos tendemos a responsabilizar a la víctima del maltrato (bien por parte de una pareja, bien por parte de un familiar o de un amigo) en un intento de negar que podría ocurrirnos a cualquiera de nosotros. «¿Cómo aguantó tanto tiempo?», nos preguntamos. El conocido síndrome de Estocolmo es la respuesta.
Carmen tenía 41 años cuando se dio cuenta de que la relación con su pareja era abusiva, una realidad que había estado presente durante décadas pero que una venda perfectamente colocada sobre sus ojos le impedía ver. Había dejado de lado a sus amistades, se había enemistado con sus dos hermanos y estuvo a punto de renunciar a su trabajo cuando algo en su cerebro, como ella misma dice, «hizo clic». Poco a poco retomó su vida, pero al echar la vista atrás le resulta inevitable sentirse como la víctima de un secuestro que se enamora de su captor.
«Fue una cosa muy lenta», recuerda la mujer de ahora 47 años. «Al principio me trataba muy bien, me hacía sentir muy importante, pero duró poquito. Se enfadaba si iba a ver a mi familia o si quedaba con mis amigas de toda la vida para cenar una vez al mes, porque decía que yo lo era todo para él y que no le daba la atención que él me daba. Mis amigas y mi hermana empezaron a ver que algo iba mal y yo cometí el error de contárselo a él. Ahí fue cuando me empezó a decir que mis amigas me tenían envidia y que por eso no le soportaban o que mi hermana y mi hermano querían verme mal para poder controlarme».
Casi sin darse cuenta, Carmen dejó de lado a todos y a todo por dos grandes motivos. El primero y quizá más importante, no discutir. «Las broncas eran horribles. Me decía de todo y yo me quedaba destrozada, pero luego se arrepentía mucho y me sentía culpable», confiesa. En segundo lugar, porque llegó a pensar que él tenía razón. Durante muchos años, fue espectadora del declive de su propia autoestima a manos de una relación abusiva.
Como ella, miles de personas se encuentran inmersas en relaciones abusivas familiares o de pareja sin saberlo y normalizando el infierno del que son víctimas. Pero una característica esencial de los seres humanos es que somos hedonistas por naturaleza: nadie quiere sufrir. Por lo tanto, algo tiene que suceder en nuestra psyché para justificar las dinámicas de manipulación, el control, los múltiples abusos psicológicos y la pérdida de nuestra autonomía.. CONTINUAR LEYENDO
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