lunes, 31 de marzo de 2025

"¿Es la defensa del Parque de las Ciencias [de Granada] un asunto de izquierdas? Artículo de Opinión por Juan Mata publicado en "El Independiente de Granada" el 30 de Marzo de 2025

Maqueta del Parque de las Ciencias que

se exhibe a la entrada del muse

Hace unos días, un amigo me dio a conocer el comentario de un conocido suyo que me consideraba, visto mi empeño en denunciar las recientes tropelías cometidas en el Parque de las Ciencias por la Junta de Andalucía y su todavía director gerente, un ‘socialista recalcitrante’. Me hizo sonreír la calificación, mitad mentira y mitad verdad. La inexactitud procedía de la supuesta militancia en el PSOE que me adjudicaba ese desconocido, algo que nunca he ejercido, aunque de ser cierto no habría sido ningún desdoro; lo real es mi obstinada oposición a cualquier tipo de injusticia o arbitrariedad cometidas por los poderosos o los gobernantes. Que a mi edad me llamen ‘recalcitrante’ por el empeño en denunciar públicamente abusos es un halago. La indignación y la disconformidad que aprendí al lado de personas a las que admiro sin reservas, comunistas la mayoría de ellas y que entregaron su vida a la instauración de la democracia y la justicia en España, es una de las cosas más preciadas que conservo de mi juventud, que viví en las postrimerías de la dictadura franquista, brutal y amenazante incluso en sus últimos años.

¿Por qué digo esto? Porque temo que quienes estos días estamos denunciando los tejemanejes de la Junta de Andalucía y del ya saliente director gerente en el Parque de las Ciencias seamos vistos simplemente como gente de izquierda, sectarios cuando no partidistas, que en el fondo solo nos mueve el afán de desprestigiar al Partido Popular, gobernante legítimo de la Junta de Andalucía, para lo cual estamos utilizando unas insignificantes discrepancias administrativas en el Parque para socavar el buen gobierno de Andalucía, según propagan gobernantes y militantes de ese partido. Ay, ojalá todo se limitara a eso, a una confrontación entre gente de diferentes ideas políticas. Más específicamente entre personas de izquierdas, irritadas por la buena gobernanza del PP, y de derechas, orgullosas de la excelente gestión de los suyos. Lamentablemente no se trata de eso.

Lo que ha venido ocurriendo en el Parque de las Ciencias en los últimos meses poco tiene que ver con las nimias y habituales desavenencias en la gestión de cualquier institución u organismo, sino más bien con un plan premeditado de revancha y hostigamiento, que por sus propósitos, sus procedimientos y sus formas ha entrado en el territorio del abuso y la sinrazón, por no decir que ha puesto en cuestión la democracia en su sentido más elemental. ¿Porque cómo entender si no los ceses, la falta de respeto, el autoritarismo, las mentiras, las tergiversaciones, las ocultaciones, los desplantes… exhibidos durante todas estas semanas? ¿Es normal, como se empeñan en justificar los pregoneros de la Junta, la sucesión de disparates e irregularidades que han tenido lugar? Lo que nos ha movido a muchos a protestar y a denunciar es el modo despótico de actuar, el uso de la mayoría absoluta para imponer y acallar, la soberbia de pensar que los votos en las urnas equivalen a argumentos en los debates.

El desprestigio de la actividad pública, desde la parlamentaria a la judicial, proviene de las manipulaciones y los chanchullos, de la impunidad y las prevaricaciones, de los engaños y los amiguismos, de los desaires y el partidismo más esperpéntico. Da la impresión de que no tuviésemos unos principios comunes, incontrovertidos, que todo el mundo respetara independientemente de su condición, filiación o simpatía política. La condena del despotismo, la insolencia, la irracionalidad o el atropello no es una cuestión de izquierdas o de derechas, sino de dignidad cívica, de protección de lo que puede unir por encima de las discrepancias. Y eso es lo que me hace actuar, lo que me ha llevado a denunciar y razonar públicamente lo ocurrido en el Parque de las Ciencias.

Enfrentarse a las arbitrariedades supone a la vez promover ciudadanía y cordialidad, que en este caso pasaba por mostrar consideración a los fundadores del Parque en vez de inquina, por respetar su historia y sus méritos, por mantener el consenso y la lealtad institucional, por robustecer la transparencia, por preservar la verdad. Justo lo contrario de lo que la Junta de Andalucía y sus copartícipes han hecho. Las acciones en favor de la democracia no tienen color político, no son patrimonio de este o aquel partido, sino que constituyen el fundamento de la convivencia social, si es que creemos que esa virtud es importante.

La defensa estos días del Parque de las Ciencias no es por tanto una cuestión de izquierdas, es un acto de justicia, de alegato en favor de las buenas prácticas en la gestión institucional, de exigencia de ética en los comportamientos públicos, de ejercicio democrático. En el reconocimiento de la irreprochable historia y los logros del Parque de las Ciencias deberíamos coincidir personas de los más plurales pensamientos o adhesiones, que es lo que hasta hace bien poco había venido ocurriendo. Ahora, desafortunadamente, quienes estaban obligados a mantener ese acuerdo social lo han quebrado, sin importarles los daños.

Sería bueno poder debatir lo sucedido públicamente, con transparencia, con documentos y datos de por medio, porque estoy seguro de que, aparte de arrojar luz, se recuperaría el consenso, se defendería la democracia como forma común de entendimiento, algo que, como cualquiera puede suponer, es una labor colectiva, al margen del espacio político en el que cada cual se sitúe.

domingo, 30 de marzo de 2025

"LA MEDIDA DEL ÉXITO". Irene Vallejo, Milenio 26.03.2025

Oímos hablar sin sorpresa de indicadores y magnitudes que parecen explicar el mundo con la exactitud de una operación matemática. Pero, frente a lo que a veces tendemos a pensar, los números no son siempre neutrales. Para empezar, alguien decide qué medir y cómo, y esa decisión no es inocente: las cifras orientan nuestra mirada y nuestras metas. El famoso índice del producto interior bruto, por ejemplo, establece la riqueza de un país según el valor económico de sus bienes y servicios. Desafiando esa visión del progreso, han surgido alternativas que proponen calcular el nivel de desarrollo también desde el prisma de la educación, el sistema de salud, la cultura, la huella ecológica del consumo o incluso la felicidad.

Hace más de veinticinco siglos, Protágoras escribió: “El hombre es la medida de todas las cosas”. Para este filósofo griego, el ser humano, a través de sus sentidos y con el filtro de sus ideas, mide y decide el valor de cada cosa, su mesura o su desmesura. Algunos pensadores han sugerido además que las palabras de Protágoras nos invitan a colocar los ideales humanos en el centro de mira, como pauta ineludible. Según esta lectura, deberíamos negarnos a valorar las formas de vida y los países solo por sus números, su riqueza y sus recursos. Es un antiguo ideal: que las personas puedan tasar las cosas, no las cosas a las personas.

sábado, 29 de marzo de 2025

"PRESUNTO INOCENTE". Marisa Soleto, El País 29 MAR 2025

Los rescoldos de un poder judicial que sigue partiendo de la base de que las mujeres mienten cuando denuncian agresiones sexuales pueden aparecer en cualquier momento

No hay manera.

Cuando nos contaron que la Ley de Garantía Integral de la libertad sexual ponía el consentimiento en el centro de los delitos contra la libertad sexual, nos dio por pensar que se iba a poner una cierta atención judicial en que los denunciados hubieran hecho lo posible para asegurarse de estar con una persona que quería mantener relaciones sexuales en el momento de los hechos.

Habrá quien se rasgue las vestiduras con el cúter simbólico de la inversión de la carga de la prueba ante esta afirmación, pero es que si no partimos de la base de que dos personas no bailan si una no quiere, no hay ni centro ni periferia para el consentimiento sexual, ni en la convivencia social ni en el ámbito judicial.

En este sentido, el TSJ de Cataluña nos acaba de devolver con la sentencia del caso Dani Alves a 2017. Al voto particular de la sentencia de La Manada y a la evaluación del ángulo de la cadera como “corroboración periférica” de la prestación de consentimiento.

Amablemente sus señorías nos informan de que una persona que goza de la presunción de inocencia puede comportarse como un auténtico patán a lo largo de un juicio que eso no le va a perjudicar, ya que una relación sexual inconsentida que esté “huérfana de corroboraciones periféricas” no será considerada como delito por mucha credibilidad que nos merezca el testimonio de la víctima. Y esto pasa porque ser creíble y ser fiable son dos cosas distintas, según nos cuentan en la sentencia.

Sin corroboración periférica no hay culpable, como mucho, un presunto inocente. Pero esto basta para que borremos los derechos de la denunciante que dejará de ser víctima si cobra firmeza esta resolución.

La justicia nos ha vuelto a decir que el testimonio de una mujer no supera el “estándar probatorio que exige la presunción de inocencia”, lo que no deja de ser un problema para delitos que se cometen en la intimidad. Una vez más, la existencia del delito depende de la verificación del testimonio de la víctima. Cuando creíamos que habíamos puesto el consentimiento en el centro, la culpabilidad depende de la corroboración de los hechos periféricos. A la mierda el solo sí es sí, según el criterio del TSJC.

Y da mucha rabia pensar que la denunciante de Dani Alves pudo tener razón cuando en los primeros momentos no quiso denunciar: “No me van a creer”, dijo. Se equivocó respecto de la Fiscalía y el tribunal de instancia, pero es evidente que los rescoldos de un poder judicial que sigue partiendo de la base de que las mujeres mienten cuando denuncian agresiones sexuales, pueden aparecer en cualquier momento del proceso.

Y aquí sólo cabe pedirle perdón a la víctima por el mal rato, agradecerle el esfuerzo y hacerle la promesa de que vamos a seguir intentando que las víctimas de la violencia sexual dejen de ser sojuzgadas por una Justicia que sigue ganando puntos para ser denominada “patriarcal”. Espero que esto llegue al Tribunal Supremo. Aunque sólo sea para verificar jurisprudencialmente dónde está el centro y dónde la periferia en lo tocante a los delitos contra la libertad sexual, siempre según sus señorías.

Marisa Soleto es jurista y directora de la Fundación Mujeres.

viernes, 28 de marzo de 2025

"MUCHAS PERDICES". Luis García Montero, El País 24 FEB 2025

Hacer memoria no sólo sirve para recordar el pasado, sino para entender las mentiras de nuestro presente

Entre Granada y Madrid, entre Madrid y Granada, llevo muchos años pasando junto a Santa Cruz de Mudela. Ahora leo el libro de Julián Casanova sobre Franco (Crítica, 2025) y me entero de que el 18 de octubre de 1959 el caudillo protagonizó en estas tierras una cacería en la que se mataron 4.608 perdices. La afición por matar fue una característica de nuestro dictador desde que se hizo experto militar en la guerra de África hasta que se despidió de la vida en 1975 con una sentencia a muerte de cinco condenados. Julián Casanova no escribe opiniones. La labor de un historiador es estudiar los hechos. Según ha defendido siempre, esa es la diferencia necesaria entre los historiadores y los novelistas que imaginan sentimientos en sus personajes. Así debe ser. Pero en este libro el historiador acude a la energía narrativa de los novelistas para contar la historia. Escribe y atrapa, le interesa llegar a las generaciones más jóvenes, contarles la crueldad y las desigualdades que definen la vida bajo una dictadura. No es un libro para profesionales, sino para lectores.

Hacer memoria no sólo sirve para recordar el pasado, sino para entender las mentiras de nuestro presente. Cuando el general Vigón, por mandato de Mola, ordenó a los aviadores nazis y fascistas destruir Gernika, la propaganda de Franco lanzó la mentira de que la matanza era obra de los rojos. Dos días después, un periodista de The Times llamado George Steer contó la verdad. Bulos han existido siempre. El problema es que ahora la fuerza de los bulos se multiplica en las redes sociales hasta cancelar la información veraz. Por eso hace falta contar la historia. Las mentiras con las que Franco navegó para mantener su poder entre Hitler, Churchill, Eisenhower y Nixon ayudan a comprender el papel de los bulos en las relaciones internacionales. Julián Casanova no habla de Trump, pero nos ayuda a comprender el trumpismo. Franco protagonizó 375 grandes acontecimientos en el NoDo. Luego llegó Fraga e inauguró el pantano de la televisión.

miércoles, 26 de marzo de 2025

"ANTE EL SILENCIO, YO ACUSO". Coral Rodríguez Fouz, elDiario.es 24 MAR 2025

De izquierda a derecha: Fernando Quiroga Veira, Jorge Juan Garcia Carneiro
y Humberto Fouz Escobero (tío de Coral Rodríguez, autora del artículo)
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Yel acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario deactivar la explosión de la verdad y de la justicia. (Emile Zola, 'Yo acuso')

Este 24 de marzo se cumplen 52 años de la desaparición a manos de ETA de mi tío Humberto Fouz Escobero y de sus amigos Fernando Quiroga Veiga y Jorge García Carneiro. Para quienes no conocen esta terrible historia recordaré que eran tres jóvenes veinteañeros coruñeses que a principios de los años 70 se habían trasladado a Irún en busca de trabajo y de nuevas oportunidades.

El sábado 24 de marzo de 1973 decidieron ir a Francia a ver una película prohibida en España por la censura franquista. Lo que prometía ser una feliz escapada a saborear las libertades del país vecino acabó en una desgarradora pesadilla que truncó todos sus sueños. Tuvieron la mala fortuna de toparse con varios miembros de la banda terrorista ETA que en su ceguera asesina y con una crueldad absoluta creyeron que eran policías y no solo los torturaron y asesinaron, sino que añadieron una vuelta de tuerca más a su bajeza moral haciendo desaparecer los cadáveres y guardando un espeso silencio que se mantiene medio siglo después.

Sin embargo, a pesar de ese silencio, en el sumario archivado en abril de 1975 figuran los nombres y apellidos de los presuntos asesinos. Tomás Pérez Revilla (alias Hueso), Imanol Murua Alberdi (Casero), Jesús de la Fuente Iruretagoyena (Basacarte), Ceferino Arévalo Imaz (El Ruso), Prudencio Sudupe Azkune (Pruden) y Sabin Atxalandabaso Barandika. Cuando en su último Zutabe ETA reconoció haber cometido algunos asesinatos sobre los que había mentido una y otra vez, olvidó romper su silencio sobre Humberto, Fernando y Jorge. Siguió callando. ETA no ha reconocido públicamente este crimen, pero nunca ha negado su autoría.

En el acto de homenaje celebrado el 24 de marzo de 2023 en el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo exigí, en nombre de estas tres familias, que reconocieran la verdad y que nos dijeran dónde se deshicieron de sus cadáveres. No lo han hecho. Hoy, 52 años después de su desaparición, acuso públicamente.

Acuso a José Manuel Pagoaga Gallastegui (Peixoto) de miseria moral. Por callar todo lo que sabe, después de haberse explayado en conversación con el infiltrado Mikel Lejarza (Lobo) en los detalles más escabrosos de las torturas a las que sometieron a Humberto, a Fernando y a Jorge.

Acuso a los asesinos de Tomás Pérez Revilla. Por convertirse ellos también en victimarios. Por convertir en víctima a un asesino. Y por privarnos de la posibilidad de preguntar a Hueso por su fechoría.

Acuso a Iñaki Mugica Arregui (Ezkerra) de mentir. De mentirme aquella mañana de octubre de 2005 en que acudí a su despacho de San Sebastián. Por decirme que él no sabe nada porque en aquellas fechas estaba en la cárcel. Mentira. Ezkerra no fue detenido hasta el año 1975 y así consta en las hemerotecas. Cuando ETA hizo desaparecer a Humberto, a Fernando y a Jorge, en marzo de 1973, Iñaki Mugica era uno de los dirigentes de la banda terrorista. No creo que no sepa nada.

Acuso de ruindad a los altos cargos de Eusko Alkartasuna que aconsejaron silencio a Imanol Murua Alberdi Casero. Él mismo señaló que fueron miembros de ese partido nacionalista los que le recomendaron que no contestara a las dos cartas que le remití en el año 2000 a la cárcel de Logroño, donde cumplía condena, supuestamente arrepentido, por su pertenencia a ETA.

Acuso a Arnaldo Otegi de cobardía. Por no tener el coraje de recibirme en persona. Por no querer escucharme. Le acuso de cobardía por no ser capaz siquiera de contestar a la carta que le dirigí en setiembre de 2023. Nunca digas nada. Solo quería pedirle en persona la ayuda que hoy vuelvo a reclamarle públicamente. Que trabaje para que los que fueron miembros de ETA reconozcan todos los crímenes cometidos.

Acuso a Sabin Atxalandabaso Barandika de no tener corazón. Hace unos meses conseguí que llegara a sus manos una carta en la que le pedía que demuestre tener un mínimo de humanidad y que no se lleve a la tumba el secreto del lugar donde se deshicieron de los cadáveres de mi tío y sus amigos. Silencio sepulcral.

Creo que su silencio le delata. ¿Cuántos de quienes están leyendo estas líneas callarían, siendo inocentes, ante la acusación de haber cometido un crimen?

Internet me permitió encontrarle como firmante de una carta a los lectores del Diario de Navarra publicada en enero de 2022. En esa carta glosaba, junto a otros vecinos, todo aquello que hace del pueblo donde vive –o vivía en ese momento– un buen lugar para vivir. Como le decía en mi carta, el interés que manifestaba por el bienestar de sus vecinos refiriéndose a logros alcanzados a lo largo de muchos años viene a reflejar un recorrido vital alejado de la banda terrorista ETA. Todo apunta a que Sabin Atxalandabaso, que en 1976 era dirigente de ETA político-militar, pudo acogerse a la amnistía de 1977, por lo que deduzco que lleva décadas reinsertado. Le pedí, en privado, que facilitara a mi madre el consuelo de saber lo que hicieron con los restos de su hermano. He esperado pacientemente una respuesta que no ha llegado. Creo que no llegará.

Hace muchos años que conseguimos derribar el muro de silencio, que rescatamos para toda la sociedad vasca y española la memoria de estos tres jóvenes, una memoria conservada hasta ese momento únicamente en el seno de sus familias. Aunque los responsables de su desaparición sigan, 52 años después, parapetados tras los restos de ese muro, aunque sigan guardando silencio, no han conseguido el olvido. Porque junto a nuestra memoria limpia, nuestra memoria doliente, junto a la memoria rescatada de tres jóvenes trabajadores llenos de sueños y de ansias de libertad, está la memoria de sus asesinos. Cuando los hijos, los nietos, los hermanos, los amigos de estos últimos busquen sus nombres en internet, ese enorme ventanal abierto al mundo, ese gran hermano que nos permite acceder a información que no imaginábamos poder llegar a tener tan al alcance, los encontrarán retratados como los asesinos de Humberto, Fernando y Jorge.

Como escribió Adolfo García Ortega en 'Una tumba en el aire', ni víctimas ni asesinos merecen el olvido.

martes, 25 de marzo de 2025

"EL LABERINTO DE LOS EXTRAVIADOS". Amin Maalouf, Ethic 17 ENE 2025

Imagen de portada ‘El laberinto de los extraviados.
Occidente y sus adversarios’ (Alianza Editorial, 2024)
La humanidad pasa hoy por uno de los períodos más peligrosos de su historia. En algunos aspectos, lo que está sucediendo no tiene precedentes; pero, en otros, es una herencia directa de los conflictos anteriores que enfrentaron a Occidente con sus adversarios. Este libro trata de estos enfrentamientos del pasado remoto y cercano.

No voy a extenderme mucho en las relaciones que trajo consigo, en todas las latitudes, la expansión colonial europea, y que fueron incontables. Lo que pretendo es centrarme en un ámbito mucho más limitado como es el de los países que, en el transcurso de los dos últimos siglos, han intentado resueltamente poner en tela de juicio la supremacía global de Occidente.

Solo tomo en cuenta tres: el Japón imperial, la Rusia soviética y, por último, China.

Antes de trazar sus trayectorias, tan singulares, y sin pretender anticipar el desenlace de los conflictos actuales, se impone una pregunta: ¿de verdad lo que estamos viendo en la actualidad es el declive de Occidente?

No se trata, ni mucho menos, de una pregunta nueva, sino que se lleva planteando de forma recurrente desde la Primera Guerra Mundial; las más de las veces, por cierto, de la pluma de los propios europeos. Lo cual no resulta una sorpresa, ya que las potencias del Viejo Continente han conocido, en efecto, una «pérdida de categoría» en relación con el rango que ocupaban en el mundo en tiempos de los grandes imperios coloniales.

No obstante, buena parte de la preponderancia perdida la «recuperó» esa otra potencia occidental que son los Estados Unidos de América. La magna nación de allende del Atlántico se alzó hasta el primer puesto hace más de cien años; ella fue la que se encargó de bloquear el camino a todos los enemigos de su bando; y, en el momento en que escribo estas líneas, conserva la primacía merced a su potencia militar y su capacidad científica e industrial, así como a su influencia política y mediática en el conjunto del planeta.

¿También estará ella a punto de caer de su pedestal en la actualidad? ¿Estaremos asistiendo a la pérdida de categoría de todo Occidente y a la emergencia de otras civilizaciones, de otras potencias dominantes?

En lo que a mí se refiere, a estas preguntas que, inevitablemente, seguirán persiguiendo a nuestros congéneres durante todo el presente siglo, les daré una respuesta matizada: sí, el declive es real y adquiere a veces la apariencia de una auténtica quiebra política y moral; pero todos cuantos combaten a Occidente y cuestionan su supremacía, por razones buenas o malas, se hallan en una quiebra aún más grave que la suya.

Mi convicción, en este asunto, es que ni los occidentales ni sus numerosos adversarios son hoy capaces de conducir a la humanidad fuera del laberinto en el que anda perdida.

Semejante diagnóstico que tranquilizaría a algunos de mis contemporáneos. Conscientes de las dificultades por las que pasan sus propias naciones, no les disgustaría pensar que las demás lo están pasando igual de mal. Pero, si nos situamos en una perspectiva más amplia, este extravío generalizado, este agotamiento del mundo, esta incapacidad de nuestras diversas civilizaciones para resolver los espinosos problemas a los que debe enfrentarse nuestro planeta, solo puede ser motivo de angustia.

Me complace creer, sin embargo, que esta aprensión que siento y que otros muchos notan bajo todos los cielos acabará por traer consigo una toma de conciencia saludable. Aunque ninguna nación, ninguna comunidad humana, ningún ámbito de civilización posea todas la virtudes ni cuente con todas las respuestas, aunque ninguna tenga ni capacidad ni derecho para ejercer su dominio sobre las demás, ni ninguna tampoco quiera que la sometan, que la rebajen ni la marginen, ¿no deberíamos volver a plantearnos en profundidad la forma en que se gobierna nuestro mundo para prepararles a las futuras generaciones un porvenir más sereno, que no esté compuesto de guerras frías o calientes ni de luchas interminables por la supremacía?

Pero estamos errando el camino si creemos que a la humanidad tiene que encabezarla obligatoriamente una potencia hegemónica y que solo quepa la esperanza de que lo haga la menos mala, la que cometa menos atropellos, aquella cuyo yugo sea menos pesado. Ninguna merece ocupar una posición tan abrumadora, ni China, ni América, ni Rusia, ni la India, ni Inglaterra, ni Alemania, ni Francia, ni tan siquiera Europa unida. Todas, sin excepción, se volverían arrogantes, depredadoras, tiránicas, odiosas, si se hallasen en una situación de omnipotencia, por más que fuesen portadoras de los más nobles principios.

Tal es la gran enseñanza que nos prodiga la Historia y hay en ella quizá, por encima de las tragedias de ayer y de hoy, el esbozo de una solución.

Este texto es un fragmento de ‘El laberinto de los extraviados. Occidente y sus adversarios’ (Alianza Editorial, 2024), de Amin Maalouf.

domingo, 23 de marzo de 2025

"DESPUÉS DE GAZA". Antonio Muñoz Molina, El País 8 MAR 2025

FRAN PULIDO
Aunque seamos testigos impotentes, tenemos la responsabilidad de mirarlo todo con los ojos abiertos, sin que unas formas de barbarie nos cieguen sobre otras

Ahora nuestro destino es contemplar pasivamente el progreso acelerado de la inhumanidad en el mundo, así como las borracheras de obscena felicidad de quienes lo hacen posible o se benefician de él o simplemente celebran su triunfo como un desquite contra un adversario irrisorio y disperso: lo woke, las feminazis, los trans, los beatos del lenguaje inclusivo, de la empatía y el buenismo, los pelmazos del cambio climático, los represores que ya no dejan hacer chistes sobre negros, maricones y cojos y además quieren prohibir la caza y las corridas de toros, y hasta dicen que los animales sufren y pueden tener derechos. Pasivamente, confortablemente, contemplamos hace ya tres años cómo un pequeño país era invadido por otro gigantesco. La gente de Ucrania detuvo en seco e hizo retroceder una invasión que todo el mundo consideraba victoriosa de antemano, y eso fue una llamarada de esperanza durante algún tiempo. Pero la realidad de la destrucción y la muerte y de la pura fuerza bruta de un país inmenso regido por gánsteres pronto impusieron una monotonía del horror que anestesiaba la atención y también el sentimiento de solidaridad y de ultraje.

Bien mirado, esa condición de testigos impotentes y desbordados por lo inconcebible empezó mucho antes, en el comienzo mismo de este siglo sombrío, con el atentado de las Torres Gemelas y con las dos invasiones vengativas de Afganistán e Irak, en aquellas guerras de nombre metafísico —War on Terror, ni siquiera on Terrorism: el terrorismo, en sentido estricto, es una actividad política criminal que puede ser combatida por la policía y por los jueces, como nosotros los españoles sabemos muy bien—. El Terror, con mayúscula, está entre la pura abstracción y la fantasía apocalíptica. En nuestro presente angustioso no hay diplomático ni comentarista político que no lamente la pérdida de un orden internacional no regido por la fuerza, sino “basado en reglas”, pero estará bien recordar que en 2001 y 2003 Estados Unidos invadió uno tras otro dos países de los que no había recibido ninguna agresión y que no constituían un peligro para nadie, salvo para sus desdichados habitantes, cuyas vidas no se puede decir que mejoraran bajo el dominio imperial de sus libertadores.

Nos toca ser testigos impotentes de la inhumanidad, y también de la hipocresía, y de los dobles raseros. Los verdugos encapuchados y en moto de Hamás, armados con sus fusiles de asalto y sus teléfonos móviles con los que grababan sus propios crímenes, cometieron el 7 de octubre de 2023 una masacre de 1.200 inocentes, y hubo personas y organizaciones supuestamente progresistas que evitaron condenar ese espanto, incluso que lo calificaron como un acto de resistencia legítima. Pero Israel emprendió inmediatamente después una venganza exterminadora contra toda una población que lleva ya durando año y medio, y la mayor parte de los gobiernos occidentales, y de los portavoces y opinadores de derechas, han mantenido o bien otro cuidadoso silencio o han apoyado explícitamente la matanza. Las bombas que destruyen escuelas y hospitales en Gaza y la metralla con que son abatidos mujeres y niños se las suministran al Gobierno supremacista de Israel las respetables democracias occidentales, incluidas las europeas, sobre todo Alemania, donde además cualquier crítica a Israel corre el peligro de incurrir en el delito de antisemitismo.

Ya que somos testigos a la fuerza impotentes, al menos nos cabe la responsabilidad de mirarlo todo con los ojos abiertos, sin que el escándalo de unas formas de barbarie nos ciegue sobre otras. Uno de esos observadores insobornables que tanta falta hacen ahora es Pankaj Mishra, de quien Galaxia Gutenberg acaba de publicar en español su último libro, El mundo después de Gaza. Mishra escribe una prosa clara y vehemente y tiene la avidez de saber y el sentido del rigor de los reporteros internacionales que han visto con sus propios ojos los desastres del mundo, y también la variedad feraz de las culturas y las vidas. Nacido en la India en las décadas posteriores a la independencia, su mirada periférica le permite una agudeza desapegada sobre la visión que los países principales de Occidente tienen de ellos mismos, acostumbrados a ejercer una hegemonía indiscutible sobre el resto del mundo, y esconder un pasado de violencia y rapacidad colonialista bajo el brillo de los valores democráticos que proclaman: esa “civilización occidental” que dice estar defendiendo Benjamín Netanyahu a golpes de limpieza étnica.

La hipocresía es tan escandalosa como la crueldad, y actúa como su aliada. La República Federal de Alemania, desde su fundación, recuerda Mishra, redujo al mínimo la persecución de los nazis y facilitó que muchos de ellos alcanzaran puestos importantes en la Administración y en el Gobierno, pero su apoyo económico y militar a Israel le sirvió de coartada contra cualquier acusación de complicidad con los perpetradores de la Shoah. Los antiguos aliados en la II Guerra Mundial se ungen con el mérito de haber derrotado al nazismo, pero ninguno de ellos, ni Estados Unidos, ni el Reino Unido, quiso acoger más que a un número exiguo de judíos fugitivos, a pesar de las evidencias de la persecución nazi y de las noticias que fueron llegando sobre los campos de exterminio. En los años de posguerra, el silencio y la indiferencia hacia lo que había sucedido en ellos se extendió también a Israel, donde reinaban una ética y una estética de vigor físico y energía de pioneros en la que había más desdén que compasión hacia las víctimas.

Pankaj Mishra es una de esas personas que descubrieron siendo jóvenes a Primo Levi, a Jean Améry y Hannah Arendt, y quedaron marcadas por la candente lucidez de esos judíos que a través del sufrimiento extremo y la voluntad de atestiguar y comprender nos legaron una visión insobornable de la naturaleza humana, desolada y al mismo tiempo esperanzadora. Ellos mismos son la prueba de lo mejor del ser humano, y a la vez nos avisan de la ferocidad que puede habitar en nuestros semejantes y dentro de cada uno de nosotros si las pasiones ideológicas o nacionales desbaratan los hilos frágiles de la convivencia y nos llevan a ver a otras personas como seres inferiores que merecen ser sometidos o eliminados. Levi, Arendt y Améry eran judíos secularizados, bien integrados en las sociedades que consideraban suyas, por lengua y cultura: nada de eso los salvó de ser perseguidos, y destinados a la muerte por el solo hecho de ser judíos. Levi y Améry, más que Arendt, vieron con esperanza la creación de Israel, pero muy pronto, como muchos otros judíos, en la diáspora y en el país recién fundado, alertaron sobre el peligro de un nacionalismo militarista, racista en su desprecio por la población árabe, y hasta por los mismos judíos que emigraban a Israel desde países musulmanes, gente de piel más oscura que los askenazíes de origen europeo. Y a todos ellos, víctimas del nazismo, les inquietaba el modo en que la memoria del Holocausto, ignorado durante tanto tiempo por los primeros dirigentes del país, se convirtiera poco a poco en una invocación de victimismo permanente para legitimar cualquier crimen, cualquier abuso, cualquier agresión, que los poderes israelíes cometieran contra la población palestina.

En uno de los libros más escalofriantes, más necesarios que yo he leído en mi vida, Más allá de la culpa y la expiación, Jean Améry cuenta que al primer golpe que recibe alguien sometido a tortura ya pierde para siempre su confianza en la condición humana. Poco antes de quitarse la vida, cuenta Mishra, leyó testimonios de presos palestinos torturados en calabozos israelíes. Se sintió entonces más extranjero y excluido que nunca, porque su patria no podía ser la de los torturadores.

sábado, 22 de marzo de 2025

"COINCIDENCIA ESOTÉRICA". Juan José Millás, El País 16 MAR 2025

Decenas de personas durmiendo en un ala de la T4 de Barajas
a mediados del pasado mes de febrero. 
David Expósito

La foto se tomó a mediados de febrero en las instalaciones de la terminal 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas, inaugurada en 2006 y celebrada por su diseño moderno y funcional, en el que llaman la atención los techos ondulados, construidos con materiales ligeros, de colores vivos, y espacios amplios que facilitan la entrada de luz natural. Realizados los trámites de acceso, el viajero desemboca directamente en el corazón de una tienda libre de impuestos profusamente iluminada y aromatizada, en la que se quedaría a vivir. Vencido ese arrebato, se alcanzan las puertas de embarque, flanqueadas por tiendas de lujo y restaurantes para todos los paladares.

Por la noche, cuando la actividad cesa, se convierte, como muestra la imagen, en refugio de personas que no tienen dónde dormir ni, seguramente, dónde caerse muertas. Se apagan los escaparates de las tiendas de las primeras marcas, se apagan el boato y la gastronomía, y se enciende la realidad. O se enciende, si ustedes prefieren ser caritativos, una realidad según la cual 500 indigentes pernoctan entre las cuatro terminales del citado aeropuerto. Hace 10 años, no pasaban de 40. Significa que, en ese punto geográfico de la España que es el motor económico de Europa, coinciden esotéricamente la macroeconomía, que va como una moto, con la microeconomía, que ya ven. Dicen que lo macro hace esfuerzos por llegar a lo micro con su cuerno de la abundancia, pero lo cierto es que a medida que crece el patrimonio de los acaudalados, aumenta la penuria de los miserables. Lo que se conoce, en fin, como robar a los pobres para socorrer a los ricos.

viernes, 21 de marzo de 2025

"HAY QUE DINAMITAR EL VALLE DE LOS CAÍDOS". Joaquín Urías, elDiario.es 20 Mar 2025

Pintada en el despacho de Joaquín Urías,
profesor de la facultad de Derecho
en la Universidad de Sevilla.

Los falangistas que decoraron mi despacho con pegatinas que dicen “Dios con nosotros” creen sinceramente que el todopoderoso existe y es franquista. Por eso les duele que alguien proponga acabar con el mayor monumento al dictador

No tengo muy claro cuál sería la mejor solución para el Valle de los Caídos. Es un problema tan complejo que no tengo formada una opinión contundente al respecto. El valle se construyó, con trabajo forzado, como homenaje a la barbarie, el fascismo y la dictadura. Sin embargo, ya está ahí y también nos enseña sobre nuestro pasado. Así que prefiero confiar en las opiniones y sugerencias de los expertos e historiadores sobre cómo debemos gestionarlo ahora.

Lo que sí tengo claro es que en esto, como en cualquier cuestión, es imprescindible poder tener un debate social en libertad. Y tengo claro que nadie debe ser perseguido por expresar una opinión u otra sobre qué hacer con el Valle de los Caídos. Aun así, en España, en los tiempos trumpistas que vivimos, ya hay al menos dos personas encausadas judicialmente por opinar sobre el tema. Al auge del autoritarismo se le suman los efectos de la escasa calidad de muchos de nuestros jueces, incapaces de resistirse a abusar de su posición como poder del Estado para imponer su propia ideología. Así que he decidido que mientras haya en nuestro país personas perseguidas por decirlo, por militancia democrática, también yo voy a decir públicamente que hay que dinamitar el Valle de los Caídos. En este momento el debate no es ya sobre el monumento fascista en cuestión; es ahora un debate sobre la libertad de expresión.

Frente a esto hay quien dice que “el valle no se toca”. Algunos de ellos se han encargado de dejarme claro estos días –incluso en las paredes de mi despacho en la universidad– que son nostálgicos del fascismo y que añoran la brutal represión y el asesinato en frío de decenas de miles de españoles por pensar diferente. Me parece importante que incluso estos tipos puedan expresar su opinión y personalmente no me supone ningún coste discutir con ellos sobre el tema. Sin amenazas ni intimidaciones.

En la concepción radical de la libertad de expresión, todos debemos poder expresarnos libremente. El hecho de que una opinión resulte molesta no es motivo para prohibirla. No me gusta oír a nadie ensalzando el genocidio y creo que es un discurso peligroso, pero prefiero combatirlo con palabras antes que prohibirlo. A cambio, espero que si alguien le molesta mi opinión dinamitera, actúe igual. Los falangistas que decoraron mi despacho con pegatinas que dicen “Dios con nosotros” creen sinceramente que el todopoderoso existe y es franquista. Por eso les duele que alguien proponga acabar con el mayor monumento al dictador. Les duele tanto que lo consideran como una blasfemia o un insulto a ese Dios suyo ultraderechista. Tienen que saber que eso, sin embargo, no los legitima para intimidar ni amenazar a nadie.

La expresión de ideas no tiene límites. Los actos sí los tienen. Cuando se castiga a quien con una pintada anticlerical daña un muro de valor histórico no se lo está persiguiendo por sus ideas, sino por sus actos. Igualmente, quien insulta o amenaza no está lanzando una idea al espacio público para su debate colectivo, sino actuando sobre una persona para doblegar su voluntad o humillarla. Y con la misma fuerza con la que defiendo la libertad de expresión defiendo también la libertad y la dignidad de todos y de todas. Así, la cuestión de la libertad de expresión se convierte en la cuestión sobre los derechos en general. Y en ese terreno la sociedad está sufriendo un peligroso retroceso que se manifiesta con especial intensidad en el seno de la Universidad. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 20 de marzo de 2025

"INQUIETANTES PANDILLAS DE ADOCTRINADAS". María Iglesias, elDiario.es 14 MAR 2025

Grupo de alumnos del colegio concertado Aixa-Llaüt,
de Palma de Mallorca, haciendo el saludo fascista
en la imagen que compartieron en sus redes sociales.

Llueve con ganas en España estas semanas. El pasado sábado, las feministas tuvimos que desafiar al temporal para reivindicar la igualdad y conjurarnos frente a la amenaza de retrocesos fascista. Yo me coloqué una gabardina color buganvilla, ya sabéis, entre fucsia y morado, y unas katiuskas muy chulas, con estampado de viñetas de comic en esos tonos. Prendas para el agua compradas en Cantabria en esos veranos en que vuelvo a las raíces como tantos jándalos. Esa noche, tras la manifestación y el tapeo con amigas, las botas propiciaron un encuentro inquietante. Revelador de peligros que afrontamos como sociedad y que no se resuelven con los rearmes bélicos a los que nos empujan, sino intelectuales y cívicos.

Dos de las amigas íbamos hasta Puerta Jerez antes de coger cada cual a su barrio cuando cuatro, seis, ocho chavalas adolescentes se nos fueron plantando delante gritando: “¿De dónde son las botas?”, “¡Son ideales!”, “¿Dónde las has comprado?”, “¡Las queremos iguales!”. Me hizo gracia porque preguntaban admiradas como ante lujos de las pasarelas de Nueva York o París cuando son de Calzados Cristi en el pueblo montañés de Unqueras, de unos mil habitantes, y lo son gracias al buen gusto de la dueña de la zapatería que las compró a un estiloso proveedor italiano que al poco se esfumó. Les di los datos, divertida. Creyendo que les importaban. Mi amiga y yo nos reímos, halagadas de que algo de nuestro cuarentón estilo juvenil pudiera molarle a esa pandilla de catorceañeras. Entonces la más alta y resuelta, la cabecilla, centró el tiro:

“¿Sois feministas?” En ese instante se les unieron cuatro, seis, ocho varones. Hubo miradas y risitas cómplices. Entre todos eran más de doce, quizá hasta dieciocho. Me fijé en su look homogeneizado. Eran de colegio privado, aunque no llevaran su uniforme. «¿Sois feministas?», repitió ansiosa la lidercilla. Recordé el reciente ataque, aquí en Sevilla, otro sábado, también a una hora temprana de la noche, perpetrado por un grupo de adolescentes contra dos hombres de nuestra edad a quienes antes preguntaron “¿Sois maricones?”. Recordé también la inspiradora frase de Chillida sobre los terribles años de la amenaza etarra: “Hay que mantener la dignidad siempre un punto por encima del miedo”. Asumí contestar:

–Claro que lo somos. ¿Y vosotras?

–Yo no –respondió la líder y todas la secundaron.

–¿Ah, no? Entonces, ¿aceptaríais necesitar el permiso de cualquiera de estos para viajar, estudiar, trabajar, alquilar o comprar piso, tener una cuenta de banco...?

–Yo es que no soy feminista porque soy de Jesucristo.

–Puedes ser ambas cosas. Y como cristiana te encantará la defensa de los derechos de inmigrantes de las monjas vedrunas de Ceuta y los curas del Servicio Jesuita a Migrantes, ¿verdad?

–¿Ceuta? Pfff… –risitas despectivas.

–Sí, una ciudad española muy interesante. Deberíais ir. Yo trabajo temas de migración, como periodista y...

–¿Periodista? Pfff… –más guasa compartida–. Y ¿qué pensáis de Podemos? –vuelve la portavoz a la carga.

–¿Y de Vox? –subió la provocación uno de los chavales, de aspecto infantil no amedrentador.

–¿Qué pensáis vosotros?

Tardan en contestar, aunque sus miradas hablan.

–Yo os respondo sin problemas –les digo–. Yo soy de izquierdas. Pero, por encima de todo soy demócrata. Siempre estaré más de acuerdo con un demócrata de derechas que con un autoritario de izquierdas. En la sociedad, como en las familias, no pensamos todos igual y la democracia es el mejor sistema de convivir sin violencia. En paz y libertad. CONTINUAR LEYENDO

martes, 18 de marzo de 2025

"LO QUE SABEMOS SOBRE LA IGNORANCIA". Iren Vallejo, El País 9 MAR 2025

FERNANDO VICENTE
El error es valioso: puede hacernos conscientes de nuestras lagunas y abrir ventanas a lo nuevo e inesperado

La ciencia económica enseña que la mayor parte de los bienes disponibles son limitados y escasos. Las riquezas, el poder o la fama están al alcance de una minoría. Existe, sin embargo, una insólita excepción, un don que cada habitante del planeta posee a raudales: el sentido común. Todo el mundo afirma tenerlo y además se muestra dispuesto a pregonarlo a diestro y siniestro. Algunos incluso auguran una revolución del sentido común que vendría a ser, en realidad, el eterno retorno de lo mismo: pensar que nuestras ideas son ciertas por el simple hecho de ser nuestras.

Heródoto, padre de la historia, descubrió en sus viajes que cada cultura tiende a confundir lo habitual con lo natural. “Si a todos los hombres”, escribió, “se les diera a elegir entre todas las costumbres, cada cual escogería las suyas; tan sumamente convencido está cada uno de que son perfectas”. Por ejemplo, los griegos pensaban que lo más sensato era incinerar a los muertos. Heródoto cuenta que cierta vez el rey persa Darío los convocó a su corte y les preguntó por cuánto dinero accederían a comerse los cadáveres de sus padres. Ellos, indignados, respondieron que a ningún precio. A continuación, Darío invitó a los indios calatias, cuya venerable tradición consistía en devorar a sus progenitores, y quiso saber por qué suma estarían dispuestos a quemar los restos mortales de sus parientes; ellos rompieron a vociferar, rogándole que no blasfemara. La costumbre es reina del mundo, concluye el historiador. Quizá lo realmente común sea despreciar otras formas de pensar y vivir convencidos de que la nuestra es la mejor y más cabal.

Solemos caer en un razonamiento circular: definimos como sentido común un conjunto de afirmaciones con las que todas las personas sensatas estarán de acuerdo, y las personas sensatas son aquellas que poseen nuestro mismo sentido común. Recientemente, Mark Whiting, científico social de la Universidad de Pensilvania, reclutó a más de 2.000 voluntarios para un experimento. Les pidió que valorasen afirmaciones filosóficas, prácticas y morales, como “todo el mundo tiene derecho a estudiar”. Después analizaron las respuestas en busca de patrones de creencias compartidas, pero encontraron una gran variedad de formas de entender la sensatez. Casualmente, estas ideas claras y contundentes, aparentemente obvias y naturales, tienden a coincidir con lo que cada uno piensa: si estamos de acuerdo, lo llamamos sentido común; si no, lo tildamos de ideología. Nos parecen la prueba de nuestro buen juicio, un sillar de certezas sólidas en plena era de la sospecha. En general, son verdades que no se razonan, se amurallan.

En su ensayo Ignorancia, Peter Burke sostiene que todos somos ignorantes, solo que en distintas áreas. Los sesgos del conocimiento humano son la base de nuestra empecinada tendencia al autoengaño. Aun así, el error es valioso: puede hacernos conscientes de nuestras lagunas y abrir ventanas a lo nuevo e inesperado. Del mismo modo que los cantantes han de identificar dónde desafinan, es beneficioso entender que, con frecuencia, estamos equivocados. Saber lo que no sabemos es el preludio de cualquier avance, y el bisturí que disecciona los dogmatismos. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 17 de marzo de 2025

"SIENTO CULPA AJENA". Fernando Colina (Psiquiatra), El Norte de Castilla

QUIZÁ la primera característica de la culpa sea su inclinación por escapar del interior de uno mismo y salir a exhibirse fuera. Apenas nos empezamos a sentir culpables cuando ya nos vemos amenazados por miradas ajenas y creemos que los demás han percibido nuestra ignominia y nos acusan sin piedad ni condescendencia. La vergüenza, de hecho, es el primer paso dado al exterior por la culpa. Es el atuendo inaugural del pecado para atraer la mirada acusadora y curiosa de quienes nos rodean. Pocas experiencias humanas sufren tan agudamente la contradicción de ser extraordinariamente íntimas y, al mismo tiempo, poseer una vocación de transparencia tan confusa y espontánea.

Es cierto que la culpa tiene el prestigio de ser una experiencia privada que desarma sin necesidad de argumentos todos los intentos de justificar una culpa compartida. El recurso a una culpabilidad colectiva, cuyo ejemplo más debatido es la supuesta culpa del pueblo alemán en el genocidio, ha sido tachado enseguida por muchos moralistas como un simple pretexto, como una argucia destinada a lograr que todos se vuelvan culpables para que nadie lo sea. A la culpa se la exige que haga gala de individualidad, de esa vehemencia que nos permite sostener de modo autoritario que «la culpa es mía y solo mía», como si se tratara de la más sagrada propiedad.

Sin embargo, la culpa tiende mostrarse por cualquier rendija que encuentra. Primero, en su modo de vergüenza, reclamando la observación de los demás como intensificación de la falta propia. Y, en segundo lugar, contagiando la culpa al conjunto de la sociedad para encubrirse, para intentar justificarse tras una socorrida responsabilidad general. En ambos casos, ya sea de forma pasiva y vergonzosa, ya de modo activo y generalizador, el empuje exterior se vuelve siempre presente y proporciona a la culpa un carácter suprapersonal que choca con la secreta intimidad de que hace gala.

Ahora bien, también en dirección contraria las cosas pintan parecidas. No solo la culpa escapa de nosotros extendiendo su sombra en la familia, los amigos y la sociedad, sino que las culpas de otros nos contaminan con facilidad, colaborando con su infección en demostrar su poder supraindividual. No es gratuito que para explicar la existencia del dolor inmerecido y la existencia del Mal, se haya echado mano a la doctrina del pecado original, esto es, a una culpa trascendente que une al género humano en una falta común. Ni resulta arbitraria la existencia de ese sentimiento, tan irritante y desolador como irreprimible, que llamamos 'vergüenza ajena', que cuadra como primera manifestación de un componente aún más profundo e insondable que aquí identificamos como 'culpa ajena'. Con ello no queremos aludir a la fácil tendencia de echar enseguida la culpa al otro para salvar así nuestra responsabilidad, sino que intentamos aislar y subrayar el proceso inverso, por el cual la culpa de los demás nos alcanza y contamina con su aflicción y pesar.

Sentir 'culpa ajena' es una de nuestras emociones más oscuras y abrumadoras. Es en sí mismo inexplicable que los fallos, sufrimientos y faltas de los demás nos encojan el alma y nos conviertan de inmediato en pecadores culpables de una acción de la que, a lo sumo, hemos sido simples espectadores sin comprometer nuestra actividad. Sin duda, la 'culpa ajena' es uno de los sentimientos más confusos y decisivos del corazón humano, y, desde luego, el que inspira mayor piedad. La fuente, quizá, de la convivencia y la corresponsabilidad universal. El enemigo contumaz de cualquier inocencia.

domingo, 16 de marzo de 2025

"SENTIRSE PROFUNDAMENTE EUROPATRIOTA". Rubén Amón, Ethic 11 marzo 2025

Es del todo casual nacer donde nacemos y del todo pretencioso e irresponsable fomentar la dimensión nativista de semejante accidente.

No solo he comprado en Amazon una bandera de la Unión Europea. La he colocado en mi escritorio como un exorcismo doméstico a la conmoción del trumpismo, como un freno a la estupefacción que se deriva de habernos soltado al dóberman de Putin para sabotear el proyecto comunitario.

La traición del magnate americano desmiente un relato común y un modelo de sociedad compartida. No solo en los marcos institucionales, la OTAN entre ellos, sino en la afinidad hacia las sociedades abiertas, los derechos humanos y laborales, las causas de las minorías, la sensibilidad medioambiental, el progreso del feminismo, la tolerancia hacia los extranjeros, las obligaciones con el estado de Derecho.

Trata de trivializarse la causa de Europa en su relación anestésica con el bienestar, pero la debilidad del continente se explica en la vulnerabilidad misma de las democracias reales. Porque existe la libertad de prensa. Porque se garantiza la separación de poderes. Y porque hemos construido un espacio supranacional de garantías y de cesión de soberanía cuyas inercias benefactoras han corregido la dialéctica fundacional de la guerra.

Y no es del todo cierto que Europa haya observado un periodo ejemplar de paz desde la II Guerra Mundial, pero la masacre identitaria del conflicto balcánico en los años noventa sirvió de recordatorio al peligro del nacionalismo. Reaparecía el fantasma de Sarajevo. Prorrumpía una matanza étnica, arcaica, como si hubieran despertado los cadáveres entre las amapolas. Tiene sentido evocar el poema del oficial John McCrae, víctima él mismo del abismo de la Gran Guerra. Y canadiense. Porque la dignidad de Europa frente al nazismo era la causa extrema de toda la Humanidad: «Contra el enemigo proseguid nuestra lucha. / Tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos exangües. / Mantenedla bien en alto. / Si faltáis a la fe de nosotros los muertos, / jamás descansaremos, / aunque florezcan / en los campos de Flandes, / las amapolas».

Las botas de Trump han pisoteado las flores. Ha faltado el sucesor de Biden a las obligaciones con el relato común, pero la profanación también ha estimulado el fervor del europeísmo en la dimensión identitaria más noble. Y no se trata de parecer ingenuos, sino de apreciar en su magnitud la relevancia de la «meta-patria», el lugar que subordina la pulsión fraticida al proyecto incluyente, la geografía ética que abjura de la raza y la diferencia.

Es del todo casual nacer donde nacemos y del todo pretencioso e irresponsable fomentar la dimensión nativista de semejante accidente o semejante accidentalidad. Sentirse muy español reviste el mismo mérito que sentirse lituano o esloveno. Por esa misma razón resulta peligroso confundir la idea legítima de la patria con la degeneración emocional del patrioterismo.

Me acuerdo de Amin Maalouf, convoco la idoneidad de un ensayo sobre la «identidad» que recelaba de la acepción más restrictiva en beneficio de la más extensiva. Sabía de lo que hablaba el escritor franco-libanés en la propia extravagancia de sus orígenes. Lengua materna árabe, ancestros egipcios, religión cristiana maronita, francófono, influencia jesuita, afinidades judías, residencia parisina, y ciudadano de la Europa sin fronteras.

Maalouf nos habla de la identidad como una suma, no como una resta. La concepción de una aleación multivitaminada nos permite comprender el mundo desde la complejidad y desde la tolerancia. Pensaba lo mismo Todorov cuando hablaba de la alteridad. No se trata de definir una frontera mental, psicológica o geográfica, sino se atravesarlas. Y de apreciar hasta qué punto reviste importancia la oportunidad de la Unión Europea.

No porque debamos renunciar a unos orígenes ni a una cultura, sino porque los «exponemos» a un proyecto común que tanto alivia el peso insoportable de la identidad fanática como enfatiza el cosmopolitismo. Circulamos sin fronteras en el continente que se ha desangrado por ellas. Compartimos la misma moneda. Y hasta el programa Erasmus vertebra la noción de una promiscuidad cultural (y no solo) que dilata la óptica y la mente.

Me siento europatriota. Y formo parte de una generación que ha llegado a tiempo de conocer el Muro de Berlín. Que ha vivido la solidaridad de Europa a la plena integración de España. Y que conserva en las entrañas la imagen de Mitterrand y de Helmut Kohl dándose la mano como escolares en el abismo de Verdún, allí donde no crecieron siquiera las amapolas.

Ha liberado Trump a Putin de sus cadenas. Ha roto el eje de Occidente. Porque Occidente no identifica una toponimia, sino una idea de las libertades y de los principios que observamos en Japón y en Canadá, en Australia y en Noruega, en Corea del Sur y en Chile.

Es la oportunidad de construir un mundo alternativo, no solo en la coincidencia de valores y en la reivindicación de las sociedades abiertas, sino también en sus connotaciones económicas y defensivas. La mejor noticia de la ferocidad de Trump consiste en haber estimulado la idiosincrasia dormida del continente. Empezando por el camino de vuelta a casa que ha emprendido Reino Unido de la mano de Keir Starmer.

Ya sabemos que la sensibilidad a la democracia contraindica la competencia entre iguales frente a la tiranía de Putin y el capitacomunismo de China. Y estamos aprendiendo a viajar sin el viento de cola que nos proporcionaba Estados Unidos. Envejecemos los europeos. Hemos subestimado el acontecimiento de la paz y el bienestar. Hemos pervertido nuestra decencia entronizando las satrapías árabes. Y no hemos dado respuesta a los problemas de integración, seguridad ni fluidez migratoria.

Es en Europa donde las fuerzas eurófobas vampirizan las propias libertades, pero la proliferación de enemigos interiores, la insolencia de la ultraderecha y el veneno del nacionalismo no justifican el desánimo ni la capitulación.

Somos Atenas frente al imperio persa. La razón frente al oscurantismo. El derecho frente al abuso de las democracias imitativas. Y tenemos una obligación con el teniente McCrae y con todos los muertos que piden descanso eterno en las entrañas de los campos de Flandes.

sábado, 15 de marzo de 2025

"¿RADICALIZAN A LOS JÓVENES LAS REDES SOCIALES? Santiago Giraldo Luque Profesor de Periodismo. Universidad Autónoma de Barcelona, Cristina Fernández Rovira Coordinadora del grado en Global Studies, Universitat de Vic, The Conversation 4 marzo 2025

Las redes sociales han revolucionado la manera en que nos comunicamos, tanto en el ámbito personal como en el institucional o político. En el caso de los jóvenes, son el entorno en el que se informan y forman sus creencias. Esto tiene un lado negativo, pues al ser sus principales canales de información pueden promover la radicalización de posturas políticas y la propagación de estereotipos de género, ideas homófobas y racistas, como revelan algunos estudios demoscópicos realizados en los últimos años que analizamos a continuación.

La desconfianza en los medios tradicionales y las nuevas formas de socialización vinculadas a internet han construido una dependencia creciente de estas plataformas. Hoy son la influencia principal de adolescentes y jóvenes, y a ellos se dirigen muchos de los discursos emotivos y extremistas que llenan la red con hechos alternativos.

Cambio en las fuentes de información

En 2023, el 50 % de los jóvenes españoles de entre 18 y 24 años decía desconfiar de las noticias de medios de comunicación. Esta creciente desconfianza les ha llevado a buscar información en otras fuentes, especialmente en las redes sociales.

También sabemos que, en España, el 60 % de los adolescentes mayores de 14 años prefieren informarse a través de redes sociales, y el 72 % lo hace mediante amigos o familiares. Nada de medios. Ni siquiera para seguirlos en redes: los periodistas y medios son el grupo de interés menos seguido por los usuarios en las redes sociales, con apenas un 15,6 %, muy por debajo de familiares y amigos (47,8 %), actores o comediantes (29,4 %) e incluso influencers (22,6 %).

Los algoritmos privilegian los contenidos polémicos y fáciles de viralizar

El cambio en las fuentes de información tiene implicaciones significativas. Las redes sociales, a diferencia de los medios tradicionales, no cuentan con mecanismos efectivos para verificar la veracidad de la información que se comparte. Además, como demostró la minuciosa investigación realizada por Jeff Horwitz, periodista de The Wall Street Journal, sus algoritmos privilegian el contenido no por su calidad, sino por su potencial de viralización, con lo cual la polémica, el grito y la emoción (lo que alimenta los hechos alternativos) ganan la partida a la construcción informativa que los medios intentan, de forma regulada, realizar.

Depender de ellas exclusivamente como fuente principal de información ha facilitado la propagación de ideologías extremistas y actitudes discriminatorias entre los jóvenes. Plataformas como X, YouTube, TikTok e Instagram permiten que influenciadores difundan mensajes que pueden cuestionar valores democráticos y promover estereotipos de género, homofobia y racismo. Los jóvenes de 18 a 29 años confían por igual en youtubers que en medios de comunicación tradicionales.

Efectos en el discurso colectivo

La propagación de estereotipos de género provenientes de las redes sociales quedó demostrada con la primera encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre percepciones de igualdad y estereotipos de género. Publicada en enero de 2024, reveló que el 44,1 % de los hombres cree que la promoción de la igualdad ha llegado tan lejos que ahora se les discrimina a ellos. Este sentimiento es más pronunciado entre los jóvenes de 16 a 24 años, alcanzando el 51,8 %.

Otras encuestas recientes apuntan a que la difusión de mensajes de odio, machismo y ultracapitalismo calan entre los adolescentes: solo el 35,1 % de los hombres de la generación Z (nacidos entre 1997 y 2012) se consideraba feminista en 2024.

¿Por qué es preocupante?

La influencia de las redes sociales en la formación de creencias y actitudes entre los jóvenes tiene profundas implicaciones para la cohesión social y la salud democrática.

Las redes sociales no solo han transformado el acceso a la información, sino que moldean de manera profunda, como en el caso de los imaginarios machistas, las creencias políticas y sociales de los jóvenes.

Por ejemplo, que una cuarta parte de los menores de 35 años en España considere que un gobierno autoritario puede ser preferible a la democracia no es un dato menor ni una simple anécdota generacional: es la evidencia de que el modelo de conversación pública en el que se forman sus opiniones puede erosionar los principios democráticos desde su base. Las dinámicas descontroladas de difusión de desinformación y la deslegitimación sistemática de las instituciones que abunda en las redes sociales han creado un entorno en el que la democracia ya no es un valor incuestionable, sino una opción más entre otras.

Aun así, las grandes plataformas tecnológicas operan sin regulación efectiva y los medios han perdido la capacidad de interpelar a una generación que ya no confía en ellos.

¿Dónde está la salida?

El futuro democrático solo puede ser sostenible si la ciudadanía (jóvenes incluidos) se informa en lugares seguros y generados por profesionales de la información. Lugares saneados de la desinformación que campea libre en las redes sociales bajo la falsa idea de libertad de expresión. ¿Es posible convencer a los jóvenes de que les interesa incluir en su “dieta informativa” el trabajo de profesionales del periodismo?

Intentar luchar contra la desinformación en el mismo campo de batalla, es decir en las propias redes sociales, no está funcionando, y tampoco es un modelo rentable para los medios de comunicación tradicionales. La otra opción sería abandonar las redes y crear y fortalecer otras vías de acceso.

No es tan difícil. Cuando en 2020 Australia decidió que las redes sociales deberían pagar a los medios por su contenido, los medios australianos sufrieron algo así como el apagón algorítmico de Facebook, y no dejaron de existir. Al contrario, encontraron alternativas y descubrieron que hay vida más allá de las redes sociales.

Sistemas de suscripción a la calidad informativa, similares a los de Netflix o HBO, que los jóvenes sí conocen, podrían ser la alternativa. Pero para ello, hay que convencer a las generaciones que creen que están informados a cambio de nada, de que ni están informados, ni es a cambio de nada.

viernes, 14 de marzo de 2025

Entrevista a Elena Postigo: «Nos planteamos con demasiada ligereza alterar la especie humana». Luis Pardo, Revista Ethic

Iba Elena Postigo para médico, pero en último momento optó por la filosofía. Luego, acabando la carrera, su interés por la bioética la puso de nuevo en contacto con la ciencia médica y con las intervenciones que afectan a la vida como un área de reflexión apasionante. En una jornada reciente en Madrid sobre «Mejoramiento Humano: mitos y realidades», organizado por la Fundación Lilly, Postigo, directora del Instituto de Bioética de la Universidad Francisco de Vitoria, incidió en que todo desarrollo científico y tecnológico debería llevar implícita una reflexión de carácter ético que contemple el impacto sobre los que están por llegar. Es algo que le preocupa tanto que ya trabaja en un libro que llevará por título ‘Bioética para las generaciones futuras’.

¿De qué hablamos cuando hablamos de mejoramiento humano y a qué disciplinas compete este objetivo?

Cuando hablamos de mejoramiento, hablamos de algo muy amplio. Están la mejora genética y el alargamiento de la vida, pero hay otras formas de mejoramiento que plantean los transhumanistas: el mejoramiento farmacológico, el afectivo, el de hábitos morales, el mental mediante nanochips… Es algo que compete, claro, a médicos, genetistas, pero también a expertos en bioética que valoren riesgos, que tengan en cuenta lo que algunos autores llamamos la responsabilidad intergeneracional. Estamos hablando de hacer cambios que afectarán a las generaciones futuras y lo hacemos sin consultarles. Se habla de efectos desconocidos que pueden tener ciertas alteraciones genéticas. Como dicen los expertos, no basta con quitar un gen y automáticamente se quita la enfermedad; es que ese gen puede influir en muchos otros. Un llamamiento a la prudencia. Por eso la bioética no puede ir a la zaga, tiene que ir a la par que la ciencia. Son imprescindibles los grupos interdisciplinares.

Sobre el alargamiento de la vida, ¿tenemos la obligación moral de mejorar al ser humano y expandir sus capacidades, o solo de proporcionarle la mejor vida posible?

No creo que tengamos la obligación moral de expandir las capacidades del ser humano. Tenemos la obligación de darle los medios necesarios a nivel científico y médico, pero también educativo, social y cultural para mejorar su existencia. Se puede vivir una vida de 30 años que sea muy plena y alcanzar una de 90 años que esté muy vacía. No es tanto los años de vida, sino cómo son vividos. Alargar la vida está bien, pero hay que pensar en dos variables. Una, que no sea solo a nivel individual, que sea un esfuerzo a nivel social, de bien común. Y segundo, cómo vamos a dotar de sentido ese mayor tiempo de vida. Es algo que tendemos a perder de vista: perseguir la ampliación de la vida, sin pensar en qué condiciones y para qué queremos lograrlo.

¿Quién establece los límites de las mejoras biotecnológicas?

Es una cuestión que me preocupa mucho. A día de hoy, los establece la ciencia o, como mucho, el derecho o los gobiernos. Y pensemos en un gobierno autoritario –no mencionaré ninguno concreto– que diga: los estándares son estos y queda fuera quien no los cumpla. Eso puede generar un tipo de sociedad eugenésica, discriminatoria, donde la persona con discapacidad o con poca esperanza de vida quede automáticamente descartada. Hay una cuestión de fondo y es que puede haber una persona genéticamente imperfecta que sea muy feliz, y lo contrario, genéticamente perfecta pero muy infeliz y que acabe suicidándose. Nuestra felicidad no estriba en la perfección. El mejoramiento humano es que lo que se pueda hacer en términos genéticos se complete con una visión integral de la persona a nivel social, familiar, cultural, humano, incluso espiritual, si me apuras. Focalizarse solo en lo genético supone una miopía intelectual y científica. Desde la edad escolar los alumnos deben crecer sabiendo que la felicidad se adquiere de muchas formas: con el cariño en casa, con el respeto al discapacitado, con la ayuda a países del Tercer Mundo… CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 12 de marzo de 2025

"EL PAPA Y JD VANCE: 'ARDO MORIS', LA GRAN DISCUSIÓN. Enric Juliana, La Vanguardia 4 MAR 2025

Ordo amoris. El orden del amor. Si el Papa no se hubiese puesto gravemente enfermo, la discusión abierta con JD. Vance sobre la jerarquía del amor habría traspasado los límites de las publicaciones religiosas. ¿El amor al prójimo se organiza en círculos concéntricos, perfectamente jerarquizados, primero los más próximos y después ya veremos? ¿Hemos de dejarnos conmover por la desgracia o la injusticia que padecen personas que nos son lejanas? Universalismo o un orden moral ceñido a lo más próximo. Es la discusión. Es la gran discusión.

Lo que faltaba: la religión. Sin la religión quizás no podamos entender la vertiginosa curva del siglo XXI. Los mapas no lo explican todo aunque sean imprescindibles. No todo obedece a la tremenda aceleración de la tecnología. Mejor dicho, la aceleración tecnológica invita a la religión a volver a actuar de calmante. La religión reaparece como guía y refugio en medio del caos. “Religare”. Reunir. Agrupar.
​Vamos a situarnos. Washington / Roma, febrero del 2025. Después de las primeras órdenes presidenciales para proceder a la captura y deportación de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, el Papa dirige una carta a los obispos norteamericanos exhortándoles a defender la dignidad humana y a combatir la identificación de la inmigración con la criminalidad. Cuando Francisco hace pública la carta, el 10 de febrero, la nueva Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, ya ha aparecido en un vídeo proclamando que va a limpiar el país de “basura”. Antigua gobernadora de Dakota del Sur, propietaria de un rancho, comparece ataviada con un chaleco policial. Después de la carta de Francisco, la Conferencia Episcopal de Estados Unidos presenta una demanda judicial contra el Gobierno federal por el recorte de fondos para la asistencia a los inmigrantes.

En medio de ese pulso, estalla una discusión teológica a propósito de unas palabras de San Agustín reivindicadas por el vicepresidente JD Vance como fundamento moral de su política. “Vive justa y santamente el que tiene el amor ordenado, de suerte que ni ame lo que no debe amarse, ni no ame lo que debe amarse, ni ame más lo que ha de amarse menos, ni ame igual lo que ha de amarse más o menos, ni menos o más lo que ha de amarse igual”.

¿Qué orden debe mantener el amor al prójimo? En unas primeras declaraciones como vicepresidente, Vance, católico converso desde hace seis años, apeló a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino para establecer la siguiente jerarquía: “Amas a tu familia, y luego amas a tu vecino, y luego amas a tu comunidad, y luego amas a tus conciudadanos de tu propio país. Y después de eso, puedes enfocarte y priorizar el resto del mundo”. La familia, la comunidad y la nación por delante. Según Vance, la “extrema izquierda” ha invertido los términos del ordo amoris poniendo el acento en los más lejanos.

Su apelación a San Agustín no es casual. La lectura de La Ciudad de Dios de Agustín de Hipona influyó mucho en su conversión. Hijo de una familia pobre de Ohio, vivió una infancia muy dura y desgraciada, fue soldado en Irak, donde se desengañó del neoconservadurismo (atención, José María Aznar) que prometía instaurar la democracia por la fuerza allí donde hiciera falta. Quedo impresionado por la guerra y por la destrucción de la comunidad cristiana iraquí. Estudió Derecho, escribió una autobiografía sobre la dureza de sus orígenes (Hillbilly, una elegía rural, Deusto) y la popularidad adquirida en medios conservadores tras la publicación de ese libro le aproximó a la política. Vance no es un neoliberal clásico. Es un católico integrista que repudia a la élite liberal de Estados Unidos y propugna un gobierno fuerte para enderezar el rumbo de la nación desde los valores religiosos. Considera que el día de su bautizo se unió a La Resistencia. Su pensamiento no está muy lejos de los nacionalistas rusos. CONTINUAR LEYENDO

martes, 11 de marzo de 2025

ENTREVISTA A ARUNDHATI ROY: “No puedes ponerte en huelga de hambre si ya estás pasando hambre”. Andra Aguilar, El País 23 AGO 2020

La reconocida intelectual y activista india recopila en su último libro, ‘Mi corazón sedicioso’, 30 años de combativos reportajes y artículos

Habla desde Nueva Delhi por videoconferencia, vestida de rosa y con una voz tranquila y el suave deje del acento indio, que no ocultan lo tajante, combativo, bien articulado y radical de sus planteamientos. La escritora Arundhati Roy saltó a la fama internacional con su novela El dios de las pequeñas cosas hace ya tres décadas, y no ha cejado desde entonces en la denuncia a través de documentados artículos y ensayos de las injusticias e hipocresías que esconde el sistema neoliberal. Mi corazón sedicioso (Anagrama) reúne 19 textos en los que Roy aborda desde las pruebas nucleares hasta la conversión en símbolos capitalistas de Nelson Mandela, Martin Luther King o Gandhi. A este último le dedica unas desafiantes páginas en las que trata de separar mito y realidad.

"PELIGRO: NOS ESTÁN REFORMULANDO LA DEMOCRACIA". Rosa María Artal, elDiario.es 2 MAY 2025

José María Aznar y Alberto Núñez Feijóo en el Congreso del PPE en Valencia. Aznar reescribe la democracia porque no cree en ella, al igual q...