domingo, 30 de junio de 2024

"VÍSPERAS DE UNA DESPEDIDA". Antonio Muñoz Molina. El País 2 JUN 2024

Francisco de Zurbarán. Bodegón con cidras, naranjas y rosa (1633)

Un bodegón de Zurbarán como el que el Prado exhibe hasta fin de mes puede servir de refugio en una ciudad a veces tan inhóspita como Madrid

En esta mañana de final de primavera el sonido que predomina en el parque del Retiro no es el canto de los pájaros, sino el de las cortadoras de césped, consagradas a decapitar millones de flores silvestres justo cuando más nutritivas son para los insectos y más animan con su variedad las praderas, tan verdes este año gracias a las lluvias recientes. Madrid es una ciudad acogedora para los millonarios, para los coches gigantescos, los especuladores urbanos y los demagogos populistas —no sé si hay otra capital del mundo en la que sea posible que se condecore a Javier Milei—, pero muy inhóspita para casi todas las formas de vida, desde los insectos y las aves hasta la inmensa mayoría de los seres humanos no protegidos por la cápsula del dinero. En Madrid se espera para podar los árboles a que se encuentren en la plenitud de su savia, y se rotulan con líneas blancas en medio del tráfico carriles bici con el propósito de disuadir a los usuarios que no quieran jugarse la vida. Quizás animados por la condición de motero del alcalde, los motoristas invaden con sus máquinas ingentes las aceras para tomar atajos, y se enfadan agresivamente con el peatón inoportuno que les hace un gesto de protesta o no les deja paso con la debida rapidez. En Madrid, los días de calor, los colegios públicos tienen de media 10 grados más de temperatura que los colegios privados, y cuando en un espacio de naturaleza recobrada en el pobre Manzanares se desata la feracidad de la vida animal y vegetal, inmediatamente las autoridades municipales se lanzan a planear un espectáculo de luz y sonido que aniquilará el silencio y la oscuridad nocturna en las orillas del río, si bien dará ocasión a los turistas de hacerse fotos multicolores, y “oportunidades de negocio” —sacar tajada, en español antiguo— a algún contratista o pariente. Hay viviendas en Madrid cercanas al monstruoso estadio Santiago Bernabéu donde en las noches de concierto el suelo vibra y tiembla como en un sótano berlinés de música electrónica.

Que el gran parque en el corazón de la ciudad se llame el Retiro es una promesa no siempre colmada. Uno va al Retiro queriendo retirarse temporalmente de una atmósfera de agresividad a la que se vuelve más sensible, y también más vulnerable, según pasan los años, o según las variaciones en su estado de espíritu, tan influidas por los azares de la química cerebral como por las evidencias objetivas de la calamidad del mundo, la inmensidad del sufrimiento humano. La pesadumbre personal es un encierro no buscado en lo oscuro de uno mismo, pero el esfuerzo o la disciplina de asomarse afuera puede ofrecer un espectáculo más tenebroso todavía. Conozco a personas, en otras épocas muy interesadas en las agitaciones del momento, que ahora dicen no leer nunca el periódico, o solo de vez en cuando y por encima, y no seguir las noticias en la televisión o en la radio. “El mundo está demasiado encima de nosotros”, se quejaba de viejo Saul Bellow. Uno siente la necesidad de retirarse a ese espacio protegido que Montaigne llamaba su arrière-boutique, su trastienda privada, pero también conoce mejor de lo que quisiera sus peligros, y sabe que para bien y para mal las cosas están siempre muy mezcladas, y que cerrar los ojos a lo amenazante o lo desagradable es también muchas veces cerrarlos a lo valioso, lo que requiere atención y merece ser observado, a la bondad y la decencia que no son menos admirables porque tantas veces queden ocultadas por la espectacularidad de lo peor. CONTINUA LEYENDO

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