El histórico presentador de 'Hoy por hoy' reflexiona sobre el periodismo, la ultraderecha, el capitalismo, el futuro de la izquierda o la crisis del pensamiento utópico progresista.
Iñaki Gabilondo (San Sebastián, 1942) es un grande de la radio. No el más grande, porque Luis del Olmo mide uno noventa. El histórico presentador de Hoy por hoy, el programa de la SER que logró desbancar a Protagonistas como líder de audiencia, se reencuentra con su antaño competidor y siempre amigo en la Biblioteca Nacional, donde han inaugurado el ciclo Periodismo. La profesión va por dentro. Iñaki no echa de menos la emisora, pero Gabilondo se enzarza imaginariamente con los tertulianos cuando sintoniza la cadena.
¿Cuándo fue la última vez que sintió que le gustaría estar en el estudio?
No he tenido esa nostalgia. Yo me fui casi convencido de que ya hubiéramos debido quitarnos de en medio mucho antes, porque tenía una cierta sensación de pelmazo [risas]. En cambio, muchas veces he tenido la sensación de participar: a menudo me veo a mí mismo de pronto discutiendo con los contertulios o con los presentadores de los programas. Vamos, que ya era muy mayor cuando me quité de la radio por última vez y estaba un poquito harto de mí.
En cambio, se fue de la radio, pero se metió en la tele.
Eso fue un regalo de la vida que no puedes rechazar. Que te permitan hacer entrevistas con cuatro cámaras a científicos por todo el mundo (Singapur, China, Stanford, Harvard...) es un premio enorme.
En Cuando ya no esté (Movistar) pretendía explorar el futuro. ¿Qué se ha adelantado en este mundo antes del horizonte que fijó en 25 años?
Yo estaba queriendo ver qué se estaba moviendo por ahí. Y cuando regresaba, algunas veces descubrí algo muy importante: había ido buscando una respuesta a la pregunta de “qué va a pasar” y me encontré con que la pregunta era equivocada. No es qué va a pasar, sino qué vamos a hacer.
Todos los científicos que me hablaban de las novedades con las que trabajaban y que anunciaban un futuro muy especial, cuando yo les preguntaba "¿qué va a pasar?" se sentían un poquito molestos y venían a decir: "Nosotros vamos a colocar sobre la mesa de la sociedad un montón de posibilidades, pero a vosotros os toca [aportar las] reflexiones de corte jurídico, político, ético, etcétera, y de ahí se derivará una cosa u otra".
O sea, "no os sacudáis el bulto de esta forma tan alegre", como vemos que ocurre cuando la gente mira al futuro como si fuera un hecho que va a ser una particularidad geológica que se va a producir al margen de nosotros, o como si la ciencia fuese a dejar resueltas las cosas. No, la ciencia va a dejar una montaña de posibilidades y de interrogantes que el ser humano tendrá que responder.
El periodismo ha cambiado y estamos asistiendo al fin de una época. Quizás también al ocaso de su público tradicional, cada vez de mayor edad en algunos soportes, lo que podría darnos alguna pista sobre el futuro del sector y hacernos reflexionar sobre los ingresos por las ventas o las suscripciones, entre otras cuestiones.
Se ha perdido mucho la esperanza. Es decir, si vamos viendo el ciclo de mi vida, el recorrido de la gente de mi edad y de mi generación, de la ilusión enorme que tuvo cuando llega la democracia, el encuentro con la realidad ha resultado en ocasiones llenos de altibajos, pero siempre con una especie de inclinación declinante que en los últimos últimos tiempos ha producido un "esto es lo que hay y no hay manera humana de soñar con otra cosa".
Es la primera vez que no existe un pensamiento utópico progresista. El único pensamiento utópico que hay es regresivo. O sea, los únicos que sueñan con algún futuro son los que sueñan con el pasado. Quieren que el pasado regrese. Ese es el único futuro que ahora calienta los corazones de la sociedad. El pensamiento que anteriormente alimentaba un "otro mundo es posible" ha dado por imposible cualquier otro mundo.
Mucha gente no lo dice, a lo mejor tampoco lo ha llegado ni siquiera a interiorizar, pero tiene la sensación de que se ha construido un juego de poderes de tal magnitud que está fuera del alcance de las posibilidades de la sociedad, y de que estamos inexorablemente arrastrados por una corriente que impone su ley con autoridad. El pensamiento ha perdido gas, ilusión o esperanza.
Insisto, es la primera vez que no veo en el horizonte un pensamiento que sueñe. Lo único que veo en el horizonte es el sueño de los que quieren regresar al pasado. CONTINUAR LEYENDO
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