Ayer murió José Mujica, con 89 años. Se nos murió un compañero, y pocas veces a uno de los nuestros lo despiden así, tantos y tan distintos. Hay que alegrarse de ello, de que conmoviese a gente más allá de su cultura política, de que se convierta en un referente tan amplio. Y hay que pensar en por qué conmovía.
Ahora, la mejor manera de despedirle, es reivindicar a Mujica. Enterrarlo y despedirlo de nosotros, no dejar que nos lo entierren con otros nombres. Mujica no era sólo un viejito entrañable, un franciscano que vivía en una granjita a las afueras de Montevideo. Mujica tuvo una historia y formó parte de una generación.
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