Los emisarios del bulo acusan a los demás de falsificadores o enemigos de la libertad de expresión
Tomando ora la espada, ora la pluma. Así vivió Garcilaso de la Vega, un maestro de la poesía condenado a sufrir entre las armas del sangriento Marte. La vida despierta una curiosidad elocuente y, con puro ingenio y lengua casi muda, llegamos a descubrir en algunos rostros belicosos la presencia secreta de la pluma. Nos lo enseña la Égloga Tercera, escrita con voluntad honesta y pura. También nos lo enseña la triste experiencia de algunos amigos, condenados a utilizar la espada, la apariencia feroz, el grito, para ocultar en su cuerpo el amaneramiento de la pluma sigilosa, una pluma que el mundo cruel invita a convertir en secreto. Hay realidades que obligan a vivir en las mentiras y mentiras que se justifican a sí mismas bajo un disfraz guerrero contra la vida. Los emisarios del bulo acusan a los demás de falsificadores o enemigos de la libertad de expresión. Los corruptos de la Justicia acusan a sus víctimas de atentar contra la independencia judicial. Los que no aceptan los latidos de su pluma, porque la consideran fruto de una debilidad muy íntima, pretenden ocultar su solitaria blandura con una crispación automática. El desprecio, la soflama, los gruñidos, asaltan las discusiones para esconder la flojedad.
Pero si uno se fija bien en el rostro, aparece la pluma, sobre todo cuando una cosmética presumida quiere quitar arrugas y embellecer la mirada o la sonrisa. Hay falsificaciones que sólo sirven para descubrir la verdad. Todos tenemos derecho a ser pluma. Nos lo enseñó Luis Cernuda en otro poema famoso: estar cansado tiene plumas, plumas graciosas como un loro, plumas que desde luego nunca vuelan. Así que resulta muy cruel mentirse a sí mismo y a los demás, esconder el agotamiento y las debilidades con un vocabulario de Generalísimo, una retórica ofensiva contra la buena convivencia. A la larga aparece la pluma, la fragilidad, la condena de ser un opositor ante el propio espejo.
Estar cansado tiene plumas,
tiene plumas graciosas como un loro,
plumas que desde luego nunca vuelan,
mas balbucean igual que loro.
Estoy cansado de las casas,
prontamente en ruinas sin un gesto;
estoy cansado de las cosas,
con un latir de seda vueltas luego de espaldas.
Estoy cansado de estar vivo,
aunque más cansado sería el estar muerto;
estoy cansado del estar cansado
entre plumas ligeras sagazmente,
plumas del loro aquel tan familiar o triste,
el loro aquel del siempre estar cansado.
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