domingo, 28 de mayo de 2023

"TRIUNFAR A COSTA DE DESTRUIR". Un artículo de Elvira Lindo publicado en El País el 28 de mayo de 2023

Esta estrategia de acabamiento del adversario en la que todo vale, tanto la mentira como la siembra de la sospecha, no sale del todo gratis a quien se acoge a ella

Los dichos, paradojas, refranes suelen definir lo más mezquino del ser humano. Cuando me siento optimista los detesto porque pienso que nacieron de una mente cruel, cuando estoy pesimista me deprimen porque percibo que nos sientan como un guante. Hay uno en inglés que en justicia debería haberse inventado en España, por lo rigurosamente que enmarca un comportamiento político machacón: cutting off one’s nose to spite one’s face, reza a modo de advertencia. Cortarte la nariz para dañarte la cara. Aunque no nos falta nuestra versión española, que en este caso sería, tirar piedras contra tu propio tejado. La cuestión es que en la política española hay casi un nulo sentido de las proporciones, de tal forma que cualquier resbalón del adversario se considera una oportunidad golosa para hacer sangre. Lo que ocurre con esos ataques hiperbólicos al partido de en frente es que en ocasiones no dañan solo al enemigo, por nombrarlo así, sino que acaban por ser devastadores para la convivencia y promueven la desconfianza de los ciudadanos hacia el sistema político que los ampara. Estas elecciones han estado repletas de ejemplos que ilustran el viejo dicho, desde el uso insensible y demagógico de las víctimas del terrorismo para cargar contra el Gobierno, hasta la utilización de los casos de compra de votos en algunos municipios con el objetivo de sembrar la sospecha de que la mano negra de la ilegalidad infecta cualquier acto del contrincante. No importa que el sistema de detección de irregularidades en el proceso electoral funcione bastante bien, ni que en estas elecciones y en anteriores se haya apartado y detenido al delincuente. Da igual que se retire de inmediato del frutero la manzana podrida; el dichoso asunto será paladeado en los mítines con tono airado y patriotero para que la multitud, ya de hecho enardecida y entregada a la causa, vea reforzada su idea de que hay una parte de la población, la mitad en concreto, a la que no hay que dejar gobernar para que no hunda España.

Pero esta estrategia de acabamiento del adversario en la que todo vale, tanto la mentira como la siembra de la sospecha, no sale del todo gratis a quien se acoge a ella. Y ahí está la consecuencia latiendo siempre: los ciudadanos españoles tenemos un juicio sobre nuestro país pesimista y distorsionado. Tendemos a creer, antes de que lo señale The Economist, que no somos una democracia plena, pero en vez de atribuir nuestras carencias a cuestiones esenciales y concretas, como la politización del sistema judicial, por ejemplo, nos dejamos arrastrar por el convencimiento de que las elecciones no se ejercen con limpieza, y por tanto necesitamos a alguien de fiar, de los de siempre, para poner orden en el caos. Sembrada queda la idea de desastre, de ineficacia, de democracia fallida, de personas que no defienden la nación, que se dejan querer por delincuentes para mantenerse en el poder. Este abono con el que se cultiva un amor a la patria equivocado y excluyente, que campa hoy a sus anchas por el mundo, tiene su peligrosa base ideológica en la desconfianza a las democracias.

Recuerdo un cuento viejo, de los narrados a la luz de la lumbre, que me dejaba triste y pensativa. Trata de un matrimonio al que se le aparece un genio que promete concederles tres deseos. La pareja comienza a discutir y al calor de los insultos va gastando los deseos en venganzas miserables: él desea que la nariz de ella se convierta en una morcilla, ella lo deja con la sartén pegada a la cabeza. Al final, castigados por su propia codicia, han de pedirle al genio como último deseo que los deje como estaban. Mi mente infantil no podía entender esa incapacidad para ponerse de acuerdo. Así nos deja la campaña, con la sensación de que, desperdiciado tanto tiempo desprestigiando al adversario, se ha evitado la molestia de seducir a través de las propuestas políticas. Pero ese afán destructivo nos daña a todos.

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