Mohamed Amzahou, en una visita al Mini Hollywood pocas semanas antes de su muerte |
El atropello mortal de un joven marroquí ejemplifica la situación en la que viven miles de personas que no existen para el sistema pero que son uno de los motores principales del potencial agrícola de la provincia
Mohamed Amzahou era parte de lo que llaman el milagro agrícola de Almería. Él estaba a lo suyo, que bastante tenía con el día a día, pero su trabajo –y el de miles como él– es un pilar básico en el mar de plásticos que factura frutas y hortalizas a toda Europa. Este joven marroquí de 22 años planeaba tirar para Bilbao, y llevaba siete meses en España con la mente puesta en los tres años que hacen falta para solicitar el arraigo que abre la puerta a un permiso de residencia. Nunca los cumplirá, porque Mohamed murió arrollado por un coche a mediados de agosto. Una colecta entre sus compañeros en el asentamiento de temporeros de El Hoyo, en el término municipal de Níjar, permitió enviarle el cuerpo a su madre. Hoy su chabola sigue en pie, porque vivía con su primo y un amigo y porque aquí no se desaprovecha nada, en cuanto hay un hueco es ocupado por alguien.
La historia de Mohamed adquiere hoy forma de relato porque alguien no quiso que cayera en el olvido como tantas otras. “Se merece que su nombre se sepa y que se cuente en algún sitio cómo esta provincia se enriquece a costa de chicos como él, de su terrible soledad y de su muerte callada”, apuntaba el mensaje que remitió a elDiario.es Lourdes, que prefiere figurar sin apellidos. Voluntaria de Cruz Roja, cuenta a este periódico que Mohamed asistía a las clases de español que da en los asentamientos, un “buen alumno, un chico encantador, muy alegre, siempre dispuesto y servicial”.
De su muerte se enteró atendiendo a un grupo de migrantes que había llegado en patera a la costa almeriense. Una compañera de Cruz Roja –“me lo quería decir personalmente, porque sabía que me iba a afectar”– le contó lo que salió en los periódicos: un coche le atropelló cuando iba con su bicicleta, ya oscurecido. Las informaciones no entraron en mayores detalles, sólo que la conductora del vehículo llevaba puesto el cinturón de seguridad y que el fallecido iba sin casco ni prendas reflectantes. Y aquello fue como la gota que colmó el vaso y la animó a escribir su mensaje, dolida por una muerte invisible, sin dejar ningún rastro tras de sí. CONTINUAR LEYENDO
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