La escritura no nació al servicio de la poesía, sino al del cálculo de los excedentes
Uno preferiría que a la humanidad no se le hubiera ocurrido el porno. Hay infinidad de ideas que no se nos deberían haber ocurrido nunca. La propiedad privada, por ejemplo. Si hiciéramos una lista de todo lo malo que se nos ha ocurrido a lo largo de la historia, el porno y la propiedad privada figurarían entre las primeras y principales. Sería una lista antipoética; todo lo contrario que la de la compra. Recuerdo la de mi madre, en la que solía escribir: “Mitad de cuarto de chirlas”. Las chirlas eran unas almejas inferiores, unas almejas subalternas, diríamos, con las que lograba proporcionar un sabor alucinante al arroz. Una mitad de cuarto no era nada, cinco o seis bichos, ahí es donde empecé a aprender algo de aritmética (y de moluscos). Las primeras manifestaciones conocidas de la escritura (3.300 a. C.), que figuran en tablillas sumerias, tenían un uso contable. En aquellas superficies de arcilla, heridas con un punzón, figuraban las cantidades de trigo, cebada, ovejas y demás bienes agrícolas o ganaderos de los que su dueño necesitaba llevar una contabilidad. En otras palabras, la escritura no nació al servicio de la poesía, sino al del cálculo de los excedentes. A veces imagino al capitalista sumerio repasando aquella escritura cuneiforme que le ponía cachondo y pienso que de ahí al porno no había más que un paso. El porno debió de nacer como una prolongación de la teneduría, y ya ven ustedes adónde nos ha llevado: a que nos tratemos como meros objetos de consumo.
Ojalá se nos pudieran desocurrir la propiedad privada y el porno, tan íntimamente entretejidos, pero no es probable, si pensamos que quienes dirigen el mundo, y a quienes votamos tozudamente una y otra vez, viven de la pornografía en sus numerosísimas variantes (la explotación salarial, pongamos por caso, la escasez de vivienda, la pobreza…). Hay muchas cosas que no se nos deberían haber ocurrido, pero son hijas de esas dos. En fin.
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