domingo, 24 de marzo de 2024

"EL RENEGADO Y EL HÉROE". Un artículo de Antonio Muñoz Molina (El País 9 MAR 2029)

Sasha Skochilenko, artista y músico de 33 años, durante  una
audiencia judicial en San Petersburgo, Rusia, el 16 de noviembre de 2023
ANTON VAGANOV (REUTERS)

Quién de nosotros, llegado el momento, elegiría la vergüenza pública antes que la conformidad que nos abriga y al tiempo nos convierte en cómplices de los crímenes contra los que casi nadie levanta la voz

Lo que distingue a las víctimas de quienes dicen serlo es que jamás incurren en el victimismo. Quizás la prueba de que alguien es de verdad un héroe y no un farsante o un bocazas es un cierto aire entre de modestia y serenidad. Ni la víctima exhibe impúdicamente su condición ni el héroe, la heroína, hace ostentación de su coraje. Rosa Parks se mantuvo sentada en su autobús de Montgomery, en Alabama, con la misma templanza con la que se sentaría en la iglesia baptista de la que era muy devota, con su sombrero y sus guantes, el bolso sobre las rodillas juntas, las gafas que acentuaban su expresión pensativa. Energúmenos con y sin uniforme le gritaban tan cerca que le mancharían la cara de saliva, pero ni los malos modos con que la hicieron bajar del autobús y la llevaron presa por el delito de ocupar un asiento reservado a los blancos lograron alterar su presencia dignísima. La expresión serena de Rosa Parks se parece a la de la viuda de Alexei Navalni cuando habla mirando a una cámara con la misma fijeza acusadora que si mirara a los ojos de Putin; y también a la de esos hombres con abrigos negros y guantes que llevaban a hombros el ataúd con los restos martirizados de Navalni y sabían que ese simple gesto los estaba marcando a cada uno de ellos como una mira telescópica.

Decía John le Carré que hace falta pensar como un héroe para actuar con algo de decencia en la vida diaria. Quizás cuando más necesario es el heroísmo es cuando lo que se tiene enfrente no es un poder político tiránico, que por su propia brutalidad despierta el espíritu de rebeldía, sino la inmensa mayoría de la comunidad en la que uno vive; no un invasor extranjero, al que se identifica fácilmente, sino los propios compatriotas, los vecinos de al lado, hasta los familiares más cercanos, los padres, los hijos. Eugène Ionesco, que había asistido durante su primera juventud en Bucarest a la transformación monstruosa de muchos de sus amigos literatos en fascistas, inventó la fábula de un pueblo donde las personas, sin que se sepa el motivo, se van convirtiendo en rinocerontes. Solo un vecino, un donnadie borrachín, resulta ser inmune a esa metamorfosis. A diferencia de la mayor parte de esos amigos —entre ellos, tristemente, E. M. Cioran—, Ionesco no se contagió nunca del desvarío colectivo, y en cuanto pudo se escapó a París, quizás intuyendo que es más saludable y menos peligrosa la extranjería cuando uno la sufre lejos de su propio país. Con ciertas mañas uno puede eludir la vigilancia de la policía secreta, pero no la de un vecino o un amigo que se da prisa en delatarlo. En Rusia, en San Petersburgo, en los días siguientes a la invasión de Ucrania, cuando usar la palabra “guerra” para nombrar la guerra era de pronto motivo suficiente para que lo enviaran a uno a la cárcel, una activista joven y su novia aguzaron su ingenio e inventaron una forma inusual de protesta: imprimían falsas pegatinas de precios para las estanterías en los supermercados, y en cada una de ellas, con la misma tipografía que designaba los productos, incluían mensajes breves y rotundos contra la guerra. Una de las dos, que se llama Sasha, fue denunciada por un amable jubilado que la vio de soslayo cambiando pegatinas. Se sabe que en los regímenes opresores la cooperación voluntariosa es más eficiente que la vigilancia policial. A Sasha la delación de su vecino la llevó a la cárcel, donde ha pasado no se sabe ya cuánto tiempo esperando juicio y solicitando en vano la libertad provisional. Veo su cara y la de su novia, las dos igual de jóvenes, en un documental de Gesbeen Mohammad que aquí se ha titulado Desde Rusia contra Putin: las dos miran con el sereno fatalismo de quien se sabe destinado a la desgracia y sin embargo no renuncia a la esperanza ni claudica del coraje. CONTINUAR LEYENDO

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